jueves, 24 de noviembre de 2016

ÓSCAR GILBONIO, en Canción del Silencio.

Hoy llegó un mensaje, pienso que es un comentario atinado, recuerdo la construcción de la novela, lo vuelvo a leer y regresan al oído las canciones de la época, los espacios por donde camina Cirilo, la cárcel (...). Aquí la gran capacidad de síntesis y conocimiento de los problemas de la sociedad actual, ¡muchas gracias! Óscar Gilbonio.



Estimado Juan.


En primer lugar agradezco que me hicieras llegar un ejemplar de “Canción del silencio” y así conocer de tu escritura.
Estoy de acuerdo con las palabras de Jorge Luis Roncal que condensan el espíritu de la novela: “visceralmente comprometido con las vicisitudes de los despojados”. Un lector avisado puede descifrar lo que brilla entre líneas respecto a los ochenta. El niño que sería hijo de la poetisa Edith, transitando un fresco de ese periodo, pintado con signos y hechos significativos, identificables.
Emula la ternura que Arguedas profesa al campesinado. El Oscar del Tambor de Hojalata, es un niño de la guerra que no crece. El tuyo es uno hecho adulto por el conflicto. Es un personaje que desearíamos multiplicar porque representa una forma de esperanza, la madurez de una nación.


jueves, 10 de noviembre de 2016

HUACACHINA

ESTADÍSTICA

ica
En Suiza, 60,000 personas mueren cada año
por consumir tabaco.

En Alemania, 35,000 personas mueren cada año
por ataque al corazón.

En África, millones de seres humanos
mueren de hambre.

En el Perú, miles de seres humanos
mueren en las pistas.

Y aquí en Huacachina, soy el único ser humano
que se muere de amor por ti.





                                                         

PAREDES DE PALABRAS


                                                                                                             A José Vásquez Peña

Por entonces, yo, vivía cerca de un estadio de fútbol; los domingos iba con los amigos a alentar el equipo de barrio. No me agradaba ver que de 22 personas dependiera el estado de ánimo de mucha gente, iba porque me gustaba ver a la gente de mi barrio feliz; las banderolas, cánticos, la alegría que todos ellos no tienen de lunes a sábado me hacían sentir bien. Había terminado un libro de poemas: la lectura de los pocos libros que tenía en casa me llevaron a escribir las palabras que no encontraba en ellos. Empecé con un poema dedicado a la chica de la esquina, que luego rompí al verla con otro muchacho. A los cuadernos les arrancaba las carátulas y ponía mi nombre y el título del poemario, me hacía ilusiones de que mi foto aparecería en el manual que el ministerio de educación nos regalaba al iniciar el año escolar. Nunca leí mis poemas a nadie; en clases mientras el profesor de literatura nos aburría contándonos la vida de los escritores escribía en mi cuaderno verde todo lo se me venía a la mente.
Cuando terminé de escribir el libro, vi en el periódico un aviso de una imprenta. La tarde en la que fui a esa imprenta fue una de las más tristes de mi vida; el dinero que me pedían para la edición era tanto que nunca lo hubiera reunido aunque trabajase toda mi vida.
Fui a la plaza a escuchar la bulla de los carros y los pájaros en los ficus gritando de hambre, defecando en el aire; esa tarde los muros de la ciudad sin flores me parecieron tan horribles que quise pintarrajearlos con toda la ira que un pobre puede albergar.
El domingo llegó con sus cerbatanas, la llamada a las puertas de las casas para salir e ir al estadio; la tristeza que tenía contrastaba con la algarabía de la gente. Mientras caminaba por el arenal junto a los demás, pensaba si mi poesía valía el dinero que la imprenta pedía. Tendría que buscar la forma de publicar mis versos, yo quería aparecer en la foto de los libros que leía en las clases de mi colegio.
Cuando llegamos al estadio observé que sus paredes tenían propaganda política que nadie leía, pero que estaban ahí esperando la otra campaña para ser borradas. Entonces se me ocurrió una idea : pintar las paredes de poesía.
Tendría que pintar las paredes de noche. Lo primero era conseguir pintura. Un amigo me regaló la pintura sobrante de las refacciones que había hecho en su casa. Empecé lunes 1, hasta ahora recuerdo el miedo que sentía por si se aparecería el vigilante o algún hampón. Las manos me sudaban, pero logré terminar rápidamente el primer poema, la pared silenciosa guardaba en su cuerpo las letras de mi cabeza:
Las nubes son las cartas
que envía la luna al sol
un cometa es un beso
volado del sol a la luna.
A la primera pinta la gente ni siquiera miraba de reojo la pared, pero a medida que iban apareciendo cambiando la fachada del estadio, pensaron que se trataba de una iniciativa de la municipalidad, o que algún colegio de la zona en una campaña a favor de la lectura había pintado las paredes.
La gente se paraba en el camino para leer, incluso los ómnibus que iban a la ciudad detenían lentamente su marcha ante la insistencia de los pasajeros que querían leer los poemas. Cada domingo, el comentario de la gente era de quién había escrito los poemas, algunos reían cuando se acordaban de ellos.
Ese año para sorpresa mía, el equipo de mi barrio salió campeón en la liga del distrito. Tuvimos que ir a otros estadios a alentar a los muchachos, y otros equipos tuvieron que venir al nuestro. Mientras hacían cola para entrar, leían los poemas, algunos reían, otros mas osados decían que eran cojudeces que se le habían ocurrido al alcalde.
El equipo seguía avanzando y la fama de los escritos iba a la par con él. Así fue avanzando mi libro, poco a poco se hizo parte del paisaje mental de la gente y del estadio; creo que las paredes estaban más a gusto con mis poemas que con las pintas que hacían los políticos cada vez que habían elecciones.
Tuve miedo de escribir los versos que le dediqué a mi madre porque estaba seguro de que ella al escuchar que hablaban sobre su hijo iba a delatarme, pero lo hice y puse:
Una vez una mujer
Me pidió un poema
y yo le di un espejo.
El equipo pasó a la etapa regional venciendo a todo rival con el que jugaba. Se enfrentaron a cuadros de Ayacucho y Huancavelica. Las gentes de esos lugares al llegar para hacer barra, sufrían la misma sensación de los demás visitantes al mirar los poemas. Que bueno que el alcalde haga esto, pero cómo se llamará el poeta que los ha escrito, será tradición popular.
El equipo pasó la etapa nacional. El alcalde del distrito, e incluso el de Ica venían al estadio. En toda la ciudad se hablaba del equipo de mi barrio y sus jugadores. Una ilusión se había posesionado del distrito.. Todo el mundo felicitaba al alcalde por darle a las paredes del estadio un marco cultural, por educar al pueblo. Al terminar los relatos de los partidos, los periodistas no solo se referían al triunfo de nuestro equipo, sino que decían: desde el estadio de los Molinos el único estadio cultural del Perú, transmitió para ustedes radio Saraja.
Llegamos a ganar la copa Perú. Ese año la gente de mi barrio se volvió loca cuando escuchamos por radio que el Atlético Pallares Verdes, había superado en calidad de visitante al César Vallejo de Trujillo, y que debido a este triunfo el departamento de Ica tenía otra vez fútbol profesional. Salimos a las calles a festejar el triunfo. Yo era poeta, no sabía alegrarme de esos triunfos, pero me sentía feliz por las caras felices de mis amigos, por la señora Josefa que vendió muchas cervezas esa noche, porque en un barrio pobre se pudiese celebrar con esa intensidad, olvidar que a veces se tenía que sacrificar un día de paga para comprar la entrada al estadio los domingos. Eso me alegraba, no me importaba que después vinieran jugadores de Lima a quitarles el puesto a José el defensa, que luego de jugar tenía que ir a amasar el pan en la panadería del presidente del club, o que a la estrella del equipo. Gabo que hacía goles hasta con las orejas, los jugadores que botaban del Alianza, o la U, lo dejaran sin trabajo. En ese instante no me importaba nada, solo la alegría que se celebra de verdad: la alegría de todos.
Cuando los chicos regresaron les hicimos una gran recepción, por supuesto que en el barrio, no en Ica, por que ahí hasta el presidente regional los saludó como héroes. Nosotros le dimos la bienvenida como siempre lo habíamos hecho: haciendo colecta, incluso don Julián el dueño de la orquesta de cumbia mas querida de la provincia nos regaló 4 horas de música; todos bailamos hasta el amanecer.
Pero el equipo ya estaba en la profesional, y tenía que ajustarse a las reglas de la federación peruana de fútbol. Tenían que cambiar de escenario porque el estadio de los Molinos era muy pequeño, así es que no les quedaba más que ir a jugar al estadio de Ica. La población del distrito en una sola voz dijo no. La gente que para nada se une, esta vez lo hizo para hacerse respetar. Fueron todos a la municipalidad a reclamar. El alcalde que era un demagogo político vio una excelente ocasión para asegurar su reelección. Improvisando un mitin prometió construir un nuevo estadio, y que el antiguo sería destruido para dar paso a uno moderno. Todos gritaron de alegría, menos yo. Pensé en mis poemas, en mi libro abierto, entonces salí corriendo de la plaza, quise abrazar al alcalde, rogarle que no derribara las paredes, inventar cualquier cosa con tal de salvar mi libro, pero yo solo era un poeta.
El proyecto se aprobó, el nuevo estadio con todos los adelantos tecnológicos iba a estar construido en solo tres meses. Nadie se acordaba de los poemas en las paredes, ya nadie se preguntaba quién los había escrito, ese misterio desapareció, como Gabo el goleador, José el defensa, entonces..., entonces no quería que mis poemas fueran derribados por esas máquinas. En un arrebato de justicia, una noche con una vara de fierro en las manos, destrocé todas las máquinas, eran tan duras que acabé con muchas ampollas en la mano. El odio me cegó, no pude ver a los vigilantes que vinieron a prenderme, me capturaron y me llevaron a la comisaría, los policías me agarraron a golpes. Como no respondía a sus preguntas por más que los golpes me dolían, optaron por declararme loco. Esa noche la pasé en la carceleta junto a un ladrón y una prostituta; la ventana daba al cielo, y en las estrellas podía leer los poemas de ese poeta loco que llaman Dios.
Como nadie abogó por mí, me mandaron aquí, a este hospicio; a veces tengo que hacerme el loco de verdad, nadie viene a visitarme. Como ya no tengo cuadernos, y las paredes del estadio fueron derrumbadas, el viento es una buena pizarra. No sé nada de mis poemas, solo sé que los leyeron muchos, que la pared de ladrillos fue el mejor papel que pude encontrar para ellos.

                                             César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

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