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domingo, 28 de enero de 2024

¿Por qué se le llama Pisco?

Pisco es un palabra QUECHUA
Su significado es ave... "páxaro, generalmente. Si nos vamos a la parte histórica el nombre o topónimo es prehispánico. Los Incas al conquistar los llanos o zona costera, cerca al mar o hurin, lo hicieron siguiendo la ruta del cóndor. Empezaron por Vilcashuamán, luego Huaytará, en ese entonces entraron por Ticrapo, siguieron bajando y encontraron el inmenso valle que denominaron cóndor. El cóndor fue el primer pájaro gigante que dio el apelativo al valle. Linguísticamente se identificaba al cóndor con el pájaro andino, los naturales del lugar, los yungas, ya bastantes quechualizados, lo llamaron pisco, haciendo el vocablo extensivo a las muchas aves terrestres y marinas de la región iqueña. El valle del cóndor se convirtió en el valle del pájaro gigante o el valle de los pájaros menores, que abundan en la playa y el mar.
Entre 1824 y 1827, recorre el país Hugh S. Salvín, en 1829 el inglés publica sus vivencias. En el "Diario del Perú", texto considerado como primer documento escrito en el que se consigna al aguardiente de uva con el nombre del puerto que le daba salida. "La ciudad de Pisco, casi a una milla de la playa, está construida como todas las ciudades del Perú: una gran plaza en el centro, con calles que emergen en ángulos rectos. Este distrito es conocido por la fabricación de un licor fuerte que lleva el nombre de la ciudad; se le destila de la uva en el campo, hacia la sierra, a unos cinco a seis leguas de distancia"....



jueves, 6 de octubre de 2022

Un cuento de Abigail López

 

MI HERMANA



El sol empezaba asomarse por los cerros, los gallos cantaban, el agua recorría su rutina y la mañana amenazaba, abrazaba y extendía su mano por todo el campo de eucaliptos, retamas, sunchus y miles de flores aromáticas que cubrían las laderas de los guardianes del pueblo. Mayo Hurin tenía pocas casas, era una hilera, una sola calle que llegaba hasta la Paccha, lugar donde la gente humilde recibía el agua del nevado Carhuarazu.

Concepción, una niña de la Provincia de Lucanas, con 12 años sobre su espaldita, era conocida como “Conce”. Ella alistaba sus dulces y cuadernos en su mochila junto a su caputo (habas tostadas) para su lonchera, también vendía dulces, ya que el desayuno que le servían era muy poco y tenía que repartirse entre 10 hermanos. Esta triste situación económica, esta necesidad la llevó a soñar, conocer otros lugares, la niña había escuchado hablar de Ica, ciudad ubicada en la costa peruana, era su sueño estar en Ica, tendría mejores oportunidades y una buena calidad de vida para su futuro.

En el trayecto a la escuela el frio rozaba su cabello y su rostro se enrojecía, todo el tiempo no dejaba de pensar en Ica, en lo genial que sería estar ahí caminando bajo la sombra, porque si era “La ciudad del sol eterno”, habrá mucho calor. Se deleitaba pensando en sus lugares: Huacachina, El cañón de los perdidos, Orovilca, La plaza de armas, seguro también el desierto, ahí todo el fuego abrazará mí inocencia. Cuando llegaba a pensar en la comida, aparecían abundantes imágenes en su cabecita llegando a suspirar…

- ¡ay cielos! Tan solo de pensar en comida, se me derrite la lengua y mi barriguita grita de hambre, decía.

Pobre niña, juguetona y tierna, teniendo que ayudar en la chacra de sus padres para hacer parir a la tierra, obtener papa y poder sobrevivir. A su edad jugaba con la yunta, cuando los toros descansaban trataba de abrazarlos y con sus pequeñas manos les palmeaba la nariz.

A los 13 años, Concepción García Taquiri, emprendió su viaje a Ica, con la intención de tener un futuro mejor, estaba ansiosa y triste a la vez, ya que dejaría atrás a sus padres y hermanos(as),  su amado pueblo de abundante flora y fauna.

 Era una mañana de diciembre, la lluvia logró mojar sus mejillas y limpiarle sus lágrimas, se despidió de mamá cerca al riachuelo, a la salida de Chipao, lugar de los adioses. Los camiones ya no podían avanzar hasta el pueblo, aquí los ríos son profundos y muy caudalosos, escuchó decir a sus abuelos la última noche.

-       Hijita de mi corazón, le dijo en quechua su madre.

-       Mamay, me voy, sé que algún día volveré por ti, respondió Conce.

En Ica, su vida cambió radicalmente, ya que trabajaba de día y estudiaba de noche, lavaba ropa para unos señores de Santo Domingo, no pudo estar mucho tiempo donde sus familiares, ellos necesitan más que yo, pensaba como adulta, los domingos buscaba el río y casi siempre lo encontraba seco y lleno de basura.

Cavilaba,

- Tengo que salir adelante, sí o sí, lo tengo que hacer por encima de los ofrecimientos de los varones, que al verme desprotegida tratan de asustarme con sus pretensiones. Me vine de mi pueblo y tengo que salir adelante. Además, allá no había secundaria, aunque mis patrones se aprovechen de mi trabajo, aunque me paguen poco debo continuar dando lucha a la vida, la consigna es trabajar para vivir. Nunca me rendiré, siempre soñé con una casa, traer a mamá conmigo…

A los 15 años su corazón palpitó enamorado, rápidamente voló la ilusión al recordar la promesa hecha a sus padres, tenía bien claro su objetivo, encontrando apoyo en un primo pudo adquirir una pequeña carreta, comenzó a vender emoliente, le pedía a papá por carta, que le envíen eucalipto blanco. Así avanzó la muchacha de las trenzas negras, terminando de estudiar la secundaria.

Con el pasar de los años logró conseguir un terreno en San Martin de Porras y logró darle vivienda, vestido y comida a sus hermanos, ahora cocina en un restaurant de su propiedad, ya está por terminar la Universidad, dice que tiene su enamorado pero yo no lo conozco, ojalá comparta el sueño de ella, si es iqueño debe prepararse para conocer Mayo Hurin, mejor sería un paisano nuestro, la quiero tanto. Hoy me mira mientras escribo, no sabe que estoy contando su vida, soy su hermana número 10 me dice cada vez que me encuentra leyendo.

Logró cumplir su sueño mi inocente hermana, una inocente niña, que según dice ha encontrado nuevos retos en esta acogedora ciudad, que crece y crece, borrando los arenales para ser más ancha, matando lo verde y secándose de agua.

 

 

 López Gómez Abigail Isabella  

1 “B”

jueves, 18 de agosto de 2022

CONFESIÓN, un cuento de Daniela Belén

 

CONFESIÓN


Ella lo abrazó, sus lágrimas llegaron a caer al suelo, él no supo que hacer. Tenía 10 años trabajando en medio de un arenal, nunca había escuchado la voz retenida de una niña, la palabra encarcelada por parte de la familia y vecinos del Centro Poblado.

-          Llora, te hará bien hijita, le dijo tembloroso

Luego vino un largo silencio, los niños jugaban, era la hora del recreo, ellos estaban enfrascados en un tema que no era ficción, hablaban de algo que no pudo ser  portada de periódico. Llegando a casa pensó que lo confesado por la niña era mentira y que el verdadero culpable de su desdicha era su propio padre.

Después del Dengue y la pandemia, habían empeorado las relaciones entre el padre y la madre, los diálogos eran cada vez más tensos, la niña estaba habitando un infierno entre los llanos candentes, territorio yunga. Ella vivió la etapa más hermosa de su niñez en Qosqo, mantenía en su memoria las nubes blancas, la lluvia y su mejor compañía era el río al cual iba con sus animalitos día a día. Ahora abrazada a su perro Sultán cargaba una cruz, sostenía un excesivo peso, difícil de soltar, el crucifico estaba atado sobre ella como las imágenes que colgaban como hilos y no se separaban de su cabeza, las secuelas quedaron atrapadas en silencio sobre su frágil mente.

El Maestro desde hace mucho tiempo se relacionaba con la soledad, su última compañía fue la perrita Luna, que murió de vejez. Fue enterrada bajo una planta de warango cuya producción se asemeja al pelaje que tuvo en vida el animalito ; pero al igual que la planta seguía siendo eterna por estos lugares, ya que caminaba por la ciudad detrás del dueño dando pequeños saltos entre la vereda y la pista, encogiendo sus orejas ante tanto ruido de las bocinas. El perrito también advertía en su mirada los gritos de la gente, ellos peleaban por pequeñas cosas, la sociedad estaba muy sensible, hombres y mujeres caminaban con el cuerpo separado del alma, ante un pequeño ademán el otro escupía al suelo o la cara del prójimo. Él se conoció con ella comentando un libro cuyo título era “Agua”, la eterna conversación de las personas que aman a la Villa de Valverde, alguien dijo que era un pueblo que buscaba agua sobre el arenal.

-           ¿Crees que el chaucato es el agua subterránea de Ica?

-          Pienso que sí, su canto sale del corazón, no lo vemos pero lo sentimos, es el idioma de las profundidades, es poesía que refresca al viento.

Ahora ambos sentían su canto, se contagiaban del celeste cielo del mediodía, Ica ardía y esa rabia ante tal afrenta crecía como la duna Saraja. Aunque el Maestro quiso denunciar el hecho ante la autoridad educativa, fue impedido por sus propios colegas para evitar el qué dirán. Le recordaron la frase: “Pueblo chico infierno grande”, siendo amenazado por desconocidos cuando iba a sacar agua del pozo. La tierra prometida aún no contaba con agua potable, siendo la única forma para abastecerse del líquido elemento jalar un balde, que sostenían tres palos del cual colgaba una rondana que chirriaba en el subir y bajar.

Ella, la inocente urpicha venida de los andes contaba con trece años de edad, cuando tenía ocho reaccionó ante la violenta arremetida de su tío con una mirada fija, sin cerrar los ojos. En tono íntimo rezaba el padre nuestro, de esta forma se rompía el afecto guardado, volaba en medio de una paraca y el dolor le golpeaba la cara. Pasado unas horas llegó mamá a casa, la señora sospechaba lo que había ocurrido con su hija y su hermano. De inmediato quiso ocultarlo todo para proteger en secreto los hechos ocurridos en la sala, según la confesión de la niña fue mirando la televisión, los relojes marcaban las cinco de la tarde, de un día que no podrá olvidar en toda su vida.

El tiempo pasaba como las nubes pasan al este, la amistad entre el Profesor y la niña no pasaba, al contrario crecía a través de los libros, ella leía para evitar que las imágenes de la violación aparecieran encima de sus ojos, ambos habían encontrado en los libros la forma de evadirse de la realidad, cuando cerraba el libro se envolvía en una melancolía, por eso evitaba leer en las noches, se despedía del libro a la hora en que el sol se ocultaba entre las dunas, entonces, en ese momento, el canto de los grillos tomaba por asalto el inmenso arenal camino a Comatrana.

Una tarde después de sus labores decide llevar la confesión al padre de la púber, el padre sorprendido por la presencia del Profesor en su casa decide escucharlo.

-          Algo de lo que me dice, lo siento en el corazón al ver la truncada felicidad de Urpi.

-          Lo siento amigo, no debieron ocultarle nada y oportunamente recibir ayuda todos en el hogar.

-          Me siento culpable al no proteger a mi niña, nunca debí abandonarlos.

La madre ausente y la niña sumergida en sus lecturas, no pudieron enterarse ni contener la ira del señor Darío Pomasoncco, quién creyendo en la versión del Maestro salió en busca del cuñado con el machete en mano. La tarde enrojecida por la muerte buscaba descanso en el desierto, muy cerca de la playa se desataba una tormenta para seguir ocultando los hechos, el machete fue dejado al lado de la cabeza del difunto en un hoyo más profundo. Mientras que el cuerpo, gracias al viento, se desenterraba para ayudar en la putrefacción, pudiendo ser visto desde la carretera.

Ella lo abrazó, sus lágrimas llegaron a caer al suelo, él no supo qué hacer. Tenía 15 años trabajando en medio de un arenal.

-          Llora, te hará bien hijita, le dijo tembloroso.

 

 

 

Seudónimo: Ave de abril

jueves, 2 de junio de 2022

Oswaldo Reynoso: “Me da asco cuando escucho que el peruano es pacífico”

Le llaman el verdadero transgresor de la literatura peruana; resaltan la agresiva belleza de su prosa. Pero hace 50 años dijeron que sus libros eran obscenos y que había que arrojarlos a la basura. Las editoriales pequeñas lo publican y los escolares de provincias leen sus libros. Él se llama a sí mismo el bestseller clandestino del Perú. Habla como profesor y como el marxista convicto y confeso que nunca ha dejado de ser. Utiliza un papel a manera de pizarra y enumera sus ideas con orden y precisión. Su abundante cabellera blanca sigue inalterable y tiene una cicatriz en la nariz producto de una reciente intervención para eliminar un cáncer de piel. Hola Oswaldo. Los he citado en este café que es un lugar abierto porque no me gusta que me tomen fotos con los libros de mi biblioteca, eso me parece una gran huachafería. Es como si entrevistaran a un general y éste se tomara una foto frente a sus tanques. También los hubiera podido invitar a una cantina. ¿Cuál es tu lugar preferido? El Sapo de Oro que queda en Breña, entre Orbegoso y Varela. En los años 50 y 60, existían las famosas ramadas que eran restaurantes grandes con mesas y rocolas, y la gente se reunía para conversar y jugar sapo y cacho. En cada barrio había una. Ahora solo queda ésa en Breña y hay otro en La Mar en Pueblo Libre. A la entrada hay una registradora antigua y la radiola tiene toda la colección de la música de la Sonora Matancera, rancheras y valses antiguos. Ahora los bares y cafés se están uniformizando. Igual que las ciudades de provincias. Son pocas las que conservan el perfil antiguo. Uno está en una calle de Chiclayo, de Trujillo o de Piura y parece que estuviera en Lima. Las mismas farmacias, las mismas pollerías. Solamente el centro de Huamanga, el de Cusco, el de Arequipa y parte de Moquegua se conserva. Eso se llama globalización. Sí, en el proceso de globalización hay dos factores: Los que globalizan y los globalizados, que somos nosotros. Eso hace que perdamos nuestra característica nacional. Yo no hablo de identidad porque no creo que exista una única en el Perú. Acá nada se puede generalizar. Por ejemplo, tenemos el caso de los jóvenes frente a la ley del trabajo. Se habla del poder joven, pero habría que preguntarse hasta qué punto los jóvenes de los conos han tenido voz en las protestas. Yo he visto a los representantes que pertenecen a una clase media acomodada. Ellos no van a plantear cuestiones de fondo como el problema del agua, del desagüe, de la vivienda, de los estudios. No van a dañar la estructura del sistema. Pero reconoces que lograron parar el proyecto de ley. Eso ha sido bueno. Yo me inicié en la docencia cuando tenía 22 años y siempre he estado en contacto con la juventud. Me he encontrado con jóvenes que eran muy violentos, extremistas, convertidos en empresarios. Muy pocos persisten en la línea. Lo que vale es la posición que se tiene dentro del proceso económico y productivo de un país. Hablemos sobre libros. Hay nuevos autores y un creciente movimiento literario.
 ¿Ves con buenos ojos el rumbo que está tomando la literatura peruana? 
En este momento se propician novelas y cuentos en los que los personajes pobres o provincianos, a través de su esfuerzo y su ubicación, llegan a un gran sitial. Te refieres a las novela Contarlo todo, de Jeremías Gamboa. Gamboa es el ejemplo. Ha recibido el apoyo de Vargas Llosa porque él defiende este sistema. Pero yo creo que si Vargas Llosa la hubiera leído con atención no hubiera dicho que es una buena novela. Se ha dejado ganar por lo mismo que siempre criticó en los izquierdistas que transformaban la literatura en un arma de combate. 
¿Qué es la literatura para ti? 
La literatura es un arte, y un arte es la consecución de la belleza. Como elementos para crear esa belleza la pintura utiliza el trazo, los colores. La literatura utiliza tres elementos: la imagen, la palabra y la estructura. Si en un texto llamado literario no hay un trabajo estético sobre uno de estos elementos puede tener cualquier nombre, pero no es literatura. En la Feria del Libro de Trujillo me tocó estar en una mesa redonda con un escritor mexicano y él dijo que toda la vida había sido periodista político, que había hecho reportajes sobre figuras políticas, pero se dio cuenta de que algunas cosas se le habían quedado y decidió escribir una novela en base a ellas. Entonces cuando me tocó hablar le dije que él no había escrito una novela, sino lo que le sobró de los reportajes con una estructura de novela. Yo le llamo a eso una novela bastarda. Eres categórico con algunos temas. No negocias con lo que crees. Una vez me preguntaron de qué trataba la novela que había publicado. Yo contesté que la literatura no “trata”, en cambio un libro de historia y de economía “trata”. Una obra de arte está hecha de tal manera que va a despertar en el lector una sensación de placer que le va a llevar a un mayor conocimiento de él y del mundo.
 ¿Ni en tus más duros momentos de marxista te ha jalado el realismo socialista, ese estilo soviético de escribir?
 No, hay que verlo de esta manera: Marx tuvo el proyecto de escribir el segundo tomo de El Capital para hablar de la superestructura, específicamente sobre la cultura y el arte. Nunca lo escribió. El año 30, un grupo de marxistas alemanes, entre los que estaban Lukács y Goldmann, trata de estudiar la estética marxista. En El Capital, Marx dice que los momentos culminantes del arte se dieron en Grecia que era una sociedad esclavista. Ellos juntan todas sus referencias sobre el arte y en base a ellas estructuran lo que Marx pudo haber dicho sobre el tema en el libro que no escribió. Si bien es cierto que el arte pertenece a la superestructura, es una producción humana que trasciende la estructura. Por ejemplo, Vivaldi, Bach y Mozart compusieron misas que en ese momento tenían una funcionalidad social porque se ejecutaban en las iglesias, pero su talento estaba por encima de eso. Por eso es que esas misas ahora se ejecutan en auditorios. Otro ejemplo: Cuando Stalin propone una reforma profunda en el agro y dice que con ella se llegaría directamente al socialismo, Pablo Neruda se entusiasma y hace una oda. A los cinco años, Stalin reconoce que ese proyecto fue un fracaso. ¿En qué quedó la oda? Antes se hablaba del arte como un instrumento de combate. Siempre ha sido eso. Pero lo fundamental no es que sea un arma sino una gran realización estética que va a quedar. Muchos escritores de izquierda cayeron en lo panfletario; algunos en lo simplón. Hay en el Perú escritores que dicen que tienen una ideología de izquierda. Escriben una novela y se la entregan a las transnacionales que sacan un libro, lo ponen en librerías exclusivas a un costo que no baja de 60 soles. ¿Para quién está escribiendo ese escritor? ¿En qué quedó su izquierdismo? ¿Creen que un joven de Huaycán va a tener pasaje para ir a la librería y 60 soles para comprar esa novela? Todos tenemos una concepción ideológica que es la forma cómo vemos el mundo. Y ésta se refleja en el título del libro, en el tema, en cómo se estructura una frase. Yo procuro que mis libros se vendan a 10 o 15 soles, más no. No entro en contacto con ninguna editorial que quiera publicar mi libro a 60 soles porque fundamentalmente yo escribo para la gente del pueblo. ¿Hay una tendencia a que estas grandes editoriales estandaricen las formas y los temas? Éstas quieren una literatura fácil de traducir, de personajes que llaman “universales”, cuando la universalidad está en uno mismo, en su propio pueblo. Alguien decía:“pinta tu aldea y estarás pintando el mundo”. Quieren novelas policiales o de terror con un lenguaje que todos comprendan, cuando nosotros tenemos un lenguaje rico. Nada más alejado del arte social que Proust y En busca del tiempo perdido, tu libro preferido. No crean. Hay fragmentos en la obra de Proust en los que se refiere a las conversaciones que tiene con la señora que lo atiende. Proust se detiene en las palabras de esta señora que es de una zona campesina de Francia, y tiene páginas extraordinarias sobre el valor de sus expresiones populares.
 ¿Pero no piensas que la visión de la literatura peruana y de los autores que la representan se ha ampliado? 
El año pasado el Ministerio de Cultura seleccionó a los que irían a la Feria del Libro de Bogotá, que estuvo dedicada al Perú. Yo dije que una delegación que represente al Perú debió estar integrada por representantes de la literatura quechua, aymara, amazónica, afroperuana, china y japonesa. Pero pudo ser peor. Se te incluyó a ti y a Julián Pérez. Los dos nada más. A tal extremo que en Bogotá me preguntaban en qué país vivía porque llegaron delegados peruanos que vivían en Estados Unidos y en Europa. Y luego, parecía una feria organizada por las transnacionales del libro peruano: todos sus autores estaban allí. A mí me dieron 45 minutos para hablar sobre el cuerpo en una mesa redonda. En cambio, Alonso Cueto tuvo ocho presentaciones y Roncagliolo tuvo ocho presentaciones. La encargada de la feria fue la hija de Oquendo y la coordinadora fue la hija de Mirko Lauer. En grandes carteles estaban las fotos de Gabriela Wiener y Roncagliolo. Ellos no representan la literatura peruana. ¿Dónde estaban los grandes autores de provincias? En Bogotá me preguntaban en qué país vivía porque llegaron delegados peruanos que vivían en Estados Unidos y en Europa. Y luego, parecía una feria organizada por las transnacionales del libro peruano: todos sus autores estaban allí 
¿Nos podrías mencionar algunos? 
En Arequipa hay un gran narrador que se llama Orlando Mazeyra. Pueden leer sus crónicas y cuentos en la revista de Hildebrandt. Tiene un libro que se llama Mi familia y otras miserias. En Chimbote está uno de los más grandes escritores peruanos: Fernando Cueto, que ha escrito Ese camino existe. Cueto es el mismo que fue policía. Sí. Yo no soy crítico, simplemente soy lector, pero me parece que es la mejor novela que se ha escrito sobre los años de violencia en el Perú. Es la mejor por el lenguaje, por las imágenes. Ahora estoy leyendo una magnífica novela suya, El diluvio de Rosaura Albina, que tiene unas 600 páginas. En el prólogo se dice que es como el Canto de Sirena del norte. A mí no me parece. La novela de Goyo Martínez es más un documento antropológico. Ésta no. Como El zorro de arriba y el zorro de abajo de Arguedas. La visión de Arguedas era de turista. Fernando Cueto escribió Lancha Varada, que habla de los burdeles de Chimbote y cómo éstos se van hacia la periferia conforme Chimbote va creciendo con la pesca. Aparecen personajes del submundo de la prostitución de Chimbote. Después, en Iquitos, Cayo Vásquez tiene una magnífica novela que se llama Hostal Amor. En Trujillo está Mauricio Málaga, que ha escrito una novela casi de aventura sobre la vida de los que están en las esquinas y hacen malabarismos. El diario de un chiquillo de 18 años que se va a viajar por Latinoamérica. No es el tema lo bueno, sino las imágenes que utiliza, cómo cuenta la historia.
 ¿Qué opinas de la obra de Diego Trelles? 
La primera novela me gustó mucho: El círculo de los escritores asesinos. Bioy me parece muy enredada, quiso meter todo. Pero es un buen escritor, tiene pasta. Tú has dicho que la polémica criollos-andinos es una tontería, pero definitivamente hay una marginación de los provincianos. Hay un escritor que presentó una novela a una de estas editoriales. La novela la enviaron a España, desde donde recibe una carta en la que le dicen que estaban interesados en publicarla, pero que tenía que quitar muchos peruanismos y que debía darle otro perfil a los personajes. Él lo rechazó. Está claro que no las publican porque quieren novelas llanas, con lenguaje llano y que no cuestionen. Todo está armado. Juan Marsé, el escritor español, fue miembro del jurado de Planeta cuando se presentó Jaime Bayly, y él cuenta que antes del concurso Bayly lo invitó a tomar un trago. Mientras conversaban le dijo que Planeta le había asegurado que le darían el premio, pero que el problema era que todavía no había terminado de escribir su novela. Por ese motivo Marsé renunció a ser jurado. Está todo amañado. ¿Por qué si las transnacionales andan en busca de talentos, marginan a estos escritores que son buenos? Porque no tienen las condiciones que ellos exigen. 
¿Qué opinas del escritor “profesional” que escribe una novela por año?
 Yo soy un escritor profesional, pero no soy un escritor ganapan. Éstos últimos son los que negocian con las editoriales para escribir una novela cada año. Yo soy creador. Tuviste un silencio literario de 23 años. No publiqué, pero sí escribí. Tengo escritas más de dos mil páginas en mi casa. Y cada vez que publicas causas revuelo. Este año se cumplen 50 años de la publicación de En octubre no hay milagros. En esa época empleé varios términos que los críticos llamaron “jerga del hampa”, pero cuando llegué de Arequipa a Lima, yo no me junté con hampones sino con jóvenes de los barrios pobres de Lima. De ahí saqué ese vocabulario. Hay una doctora lexicógrafa en San Marcos que se llama Luisa Portillo. Ella ha hecho un trabajo de investigación y ha señalado que por lo menos 15 o 20 términos de Los inocentes ya están en la Academia. A esos términos les ha dado el nombre de léxico popular peruano, no jerga del hampa. Tú fuiste uno de los integrantes del legendario Grupo Narración. No lo integré, lo fundé. El año 1954 egresé como profesor y al año empecé a enseñar en La Cantuta. En 1960 el Parlamento, dominado por los apristas, da una ley universitaria que la rebaja a un simple instituto dependiente del Ministerio de Educación. Entonces hubo una protesta comandada por Walter Peñaloza. Entonces eran profesores en Humanidades Washington Delgado, Javier Sologuren, Aníbal Quijano, Luis Jaime Cisneros, José María Arguedas, Alejandro Romualdo Valle, Juan Gonzalo Rose y Eleodoro Vargas Vicuña. Nos declaramos en rebeldía y tomamos La Cantuta. El gobierno dio una resolución por la que nos cesaba. A mí me contrataron en Venezuela y en ese país redacté un manifiesto. Después de dos años llegué a Lima y en el Palermo convoqué a algunos amigos para que lo leyeran. Estuvieron de acuerdo. Les propuse formar el grupo y sacar una revista. Publicamos tres números. ¿Y cómo pudo haber tenido tanto impacto un grupo que solo duró cuatro o cinco años? Creo que porque nos planteamos la gran pregunta de cómo un grupo de escritores de clase media provinciana podíamos escribir en un país en el que había 50% de analfabetos. Yo propuse hacer lo que hizo Mariátegui: tener una línea ideológica pero abrir las páginas a todos los que quisieran escribir. Contacté a jóvenes escritores y muchos de ellos publicaron por primera vez en la revista. Por ejemplo, Hildebrando Pérez, Juan Morillo, Eduardo Gonzáles Viaña, Gregorio Martínez, Augusto Higa. José Watanabe publicó su primer cuento que se llamaba Trapiche. Nos reuníamos en el Palermo y en la casa de Vilma Aguilar, la esposa de Miguel Gutiérrez. El núcleo duro éramos nosotros tres.
 Tu relación con Miguel Gutiérrez era estrecha. ¿Qué los alejó?
 No sé. Él se alejó. En realidad, yo tenía más amistad con Vilma. Yo la vi a ella en China y me volví a encontrar con ella antes de que la tomaran presa. Era una excelente persona, cantaba muy bien y tenía un espíritu de dirigente. ¿Qué hacía ella en Narración? Nos ponía en regla. Era la administradora. ¿Tuvieron comunicación con Hora Zero, el grupo emblemático de los 70, que también recoge las expresiones de la calle? Sí tuvimos, pero tuve una discrepancia con ellos porque en un manifiesto sostuvieron que querían tomar la Casa de la Cultura. Nuestra posición no era esa. Todo Estado tiene una política cultural que se manifiesta a través de sus organismos oficiales y nosotros no queríamos tener nada que ver con ella. ¿Cómo ha sido tu relación con Vargas Llosa a lo largo del tiempo? Siempre he tenido una buena relación con él. En el año 1976 yo era vicerrector de La Cantuta y ese año los militares tomaron la universidad, así que acepté una propuesta de la embajada china y me fui a trabajar como profesor y corrector allá. Después de dos años regresé de vacaciones y encontré que se estaba preparando una gran huelga contra Morales Bermúdez y uno de los pedidos era que se reabra La Cantuta. Yo no me involucré porque estaba con mi familia, pero una noche estaba en El Palermo y me tomaron preso. Me llevaron al último piso de la prefectura a una celda grande donde había una concentración de dirigentes. Mi hermana estaba preocupada. Se enteró por el periódico de que Vargas Llosa estaba en Lima como representante del Pen Club mundial. Él le contestó y le dijo: “Yo me voy a interesar de inmediato porque Oswaldo es un buen escritor y es mi amigo”, le dijo. Entonces llamó al ministro del interior, Richter Prada y me liberaron. Vargas Llosa fue uno de los pocos que te defendieron cuando salen tus primeros libros y los calificaron de obscenos, pornográficos y que deberían terminar en la basura. Me defendieron Washington Delgado, Sologuren, Arguedas, Salazar Bondy, Baquerizo y Vargas Llosa. Pasados los años me encontré con él y le agradecí. También lo llamé después de mi detención y me dijo que él me tenía consideración porque yo era un escritor marxista que me había ido a trabajar a un país socialista, y no como otros que se iban a trabajar a los países imperialistas. ¿Te sorprendió la reacción de la crítica frente a Los inocentes? Desde los quince años he escrito lo que siento y veo. Tuve una buena formación en primaria, aunque me malograron el espíritu con la religión. En mi casa tenía una magnífica biblioteca. Mi padre era un buen lector. Escribí Los inocentes y para mí fue una gran sorpresa la reacción que se produjo en Lima. No me explicaba por qué. Atacaron mis libros por el lenguaje que utilicé, porque hablaban de sexo y porque no entendían si Los inocentes eran cuentos o una novela. “¿Qué mierda has hecho?, me decían, porque estaban acostumbrados a que el cuento tuviera cierta estructura, y eso es lo que hacen ahora en los talleres.
 ¿Qué te conduce a la ruptura de ciertas reglas y a la experimentación con el lenguaje?
 Encontré la clave en El origen de la tragedia de Nietzsche. Él habla del dios Dionisio que encarna la orgía, el desenfreno. Este dios llegó a Grecia donde estaba Apolo, que es el orden, la quietud. Los griegos quisieron encadenar a Dionisio. Por eso es que Aristóteles escribe La retórica y La república para poner orden y reglas. Todo el arte ha sido la lucha de Apolo contra Dionisio. Nietzsche habla de una anarquía estética, de la destrucción de las formas. Yo le agrego a eso una orgía de sensaciones. ¿Fuiste y todavía eres un rebelde? Mi actitud se explica porque mis padres nacieron en Tacna, bajo la dominación chilena, y después de una serie de peripecias se encontraron en Arequipa. Tenían costumbres chilenas y un grupo de arequipeños les empezaron a llamar “los chilenos”. En la rebelión del año 1955 mi casa fue invadida por las fuerzas del orden, y a mi padre lo tomaron preso acusándolo de espía chileno. Eso lo afectó mucho y antes de morir me agarró la mano y me dijo: “Oswaldito, recuerda que yo me muero sin patria”. Eso me ha conmovido toda la vida. Nunca has sido militante. Nunca. El ser militante de un partido político implica someterse a una línea con la que a veces no coincides. En un partido de izquierda auténtico se necesita que sus militantes sean muy disciplinados, muy responsables. Y eso no va conmigo. Dentro del grupo Narración has tenido contacto con gente que ha participado en el periodo de la violencia política. Yo no hablo de violencia. Nos hemos olvidado que vivimos en un país en el que siempre ha habido enfrentamientos armados. Desde el Imperio incaico y de allí en adelante se suceden las rebeliones, las luchas por la Independencia, la guerra con Chile, las montoneras, y el siglo XX que está lleno de levantamientos. Me da asco cuando escucho que el peruano es pacífico. ¿Cuál fue el error de Sendero Luminoso? ¿Ganarse el rechazo de los campesinos y finalmente terminar siendo expulsados de las zonas rurales? No, no es así. Yo estaba acá en el Perú, con Juan José Vega, el historiador, en el momento en el que apareció la noticia de que Sendero había iniciado la lucha armada. Y recuerdo que él me dijo: “Han levantado la tapa de una marmita en plena ebullición”. Desde el Virreinato ha habido luchas entre las comunidades por linderos; nunca se resolvió ese problema. Todavía no se tiene una idea clara de lo que ha pasado. Es muy complicado. Lo otro: no por ser campesino se es bueno. No es que justifique. Pero la impresión de que el pobre es bueno y el rico es malo no es cierta. Unos se aliaron a los militares y otros a Sendero. La guerra de la Independencia ha sido una guerra entre campesinos. Esa ha sido la historia del Perú. Casi todos los que te entrevistan te preguntan cuál es tu impresión sobre Abimael Guzmán, al que conociste desde tu juventud en Arequipa. Lo de Reynoso es pura coincidencia, ¿no? Sí, él es hijo de Berenice Reynoso, de Sicuani. Yo ya vivía en Lima, era profesor en La Cantuta e iba de vacaciones a Arequipa. Allí había un grupo que sacaba una magnífica revista que se llamaba Hombre y mundo. Yo me juntaba con ellos. Él escribía ahí. Abimael era muy amigo de mi hermano. Después lo encontré enla universidad de Huamanga.
 ¿Cómo lo recuerdas?
 Como un joven muy inteligente. Despertaba la atención de la gente por su forma de hablar, por sus análisis. Era un gran lector. Yo hablaba con él de Proust, de Joyce y de música clásica. Una vez en un reportaje dije que era humanista y Faverón me armó un escándalo. Una cosa es ser humanista y otra humanitario. ¿Qué mierda has hecho?, me decían, porque estaban acostumbrados a que el cuento tuviera cierta estructura, y eso es lo que hacen ahora en los talleres. Estabas escribiendo una novela Huamanga, Huamanga. ¡No la armo, no la armo! Llegaste a China un año después de la muerte de Mao TseTung. En Los eunucos inmortales tienes una visión diferente de la que se nos ha vendido sobre Tiananmeng, como si los jóvenes chinos hubieran querido el liberalismo, el libre mercado. No, ellos querían un verdadero socialismo porque el Partido Comunista se había convertido en uno de viejos corruptos. Los dirigentes se hicieron ricos. Al inicio de la revolución china MaoTseTung planteó llegar directamente al socialismo, y Liu Shaoqi sostiene que hay la necesidad de una etapa capitalista previa. Hubo una lucha fuerte y gana Mao. Después cuando Deng Xiaoping toma las riendas introduce una serie de reformas capitalistas, pero mantiene el partido. ¿Qué lectura tienes de la revolución cultural? Buena y mala. ¿Qué es lo bueno? Logró solucionar el problema del hambre, de la educación y de la vivienda. La Revolución Cultural enfatiza en el autosostenimiento de las aldeas y comunas campesinas en las que cada chino tiene su chancho, su taller de costura en el que se hacen su ropa, así que no les falta lo básico.
 ¿Y encontraste la felicidad en China como creías? 
Es difícil encontrar la felicidad. ¿Qué has encontrado en tu vida a los casi ochenta y cuatro años? Cierta paz y una gran alegría porque sé que lo que escribo tiene actualidad y la gente sigue leyéndome.
 ¿Propuestas como la de la unión civil ayudan a desterrar los prejuicios?
 El debate se ha centrado en eso, pero de lo que se trata es de luchar contra la homofobia. Cuando me invitan a dar charlas lo primero que hago es sacar dos billetes: uno de 20 con el rostro de Porras Barrenechea y otro de 50 con el rostro de Abraham Valdelomar. Estos dos señores son los más ilustres homosexuales del Perú. Entonces yo les digo: “ A todos los homofóbicos yo les aconsejo que cuando reciban estos billetes los rompan”. Somos tan hipócritas. En el país falta recorrer un largo camino. Es una vergüenza frente a otros países de Latinoamérica. Cuando un joven de 16 o 17 años descubre que es homosexual , y recibe el asedio de sus padres y de la gente del colegio, se siente absolutamente desamparado y triste. Por ese motivo hay gran cantidad de jóvenes que se han suicidado. En el Perú les ponen rejas sociales y los aíslan. El marxismo clásico tiene que hacerse una autocrítica en ese punto. Yo diría que no es el marxismo sino su aplicación en algunos lugares. En Cuba ya lo han reconocido. Antes los mandaban presos. Pero sucede que la hija de Raúl Castro es lesbiana y ella está a cargo del movimiento de liberación. Yo he estado allí hace tres meses, y de casualidad entré a la discoteca del hotel donde estaba alojado y era de ambiente. En China metían a los homosexuales en barcos y los fondeaban. ¿En tu caso personal? A mí siempre me han respetado. Yo me he hecho respetar.

miércoles, 25 de agosto de 2021

FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA (del libro "Apuntes de un Caminante")

 

LOS FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA

Por: Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

La forma como estaban constituidas las regiones en la época prehispánica, En esa dualidad de arriba hacia abajo (hanan – Hurin) la ciudad de Ica se establece transversalmente como la capital de la educación en el sur chico.

 Ya que reúne a importantes pueblos ubicados en la parte de arriba (hanan), así tenemos a las provincias ayacuchanas: Lucanas, Huancasancos y Parinacochas de la región Ayacucho; Chalhuanca, Abancay, Andahuaylas y demás provincias de la Región Apurimac; Huaytará y todos sus distritos de la Región Huancavelica. Los de abajo (Hurin) van desde Cañete hasta Nasca. Desde los valles interandinos bajaron gente importante para las artes plásticas, cabe mencionar en esta introducción a los niños ayacuchanos, que llegaron por Ica a estudiar en Instituciones públicas, aquí se convirtieron en grandes pintores, ellos son: Dante Guevara Bendezú y Percy Gavilán Chávez, ambos del Distrito Ocaña, en cuyos trazos están los colores de los Nascas y Paracas, culturas pre – incas que se remontaron hasta sus cabeceras, llegando estos hombres a enaltecer sus orígenes, universalizando el paisaje, los elementos sagrados y dando vida a los habitantes de estas candentes tierras.

Lo que se estableció desde Lima, la forma como  dividieron al Perú por departamentos al inicio de La República no le ha quitado el protagonismo a nuestra ciudad, muy a pesar que se encuentra cerca de la capital Lima. Sin embargo se siguen tomando decisiones en los escritorios, dejando de lado lo que la Reforma Educativa señalaba:

ü  Igualdad en las oportunidades de vida para todos los peruanos

ü  Escolaridad básica efectiva y diversificada.

 Aún no toman en cuenta como nuestros ancestros dividieron al Perú, hace falta una verdadera regionalización, esperamos que se tome en cuenta después de leer la presente columna. Digo esto porque antes que entrara en funcionamiento la “Universidad Nacional San Luis Gonzaga”, nuestra Región ya hospedaba a niños y jóvenes talentosos, como es el caso de José María Arguedas, nuestro tayta llegó a estudiar primero y segundo año de secundaria en el Colegio San Luis Gonzaga.

Desde que empezó su funcionamiento la Universidad Nacional, en la década del 60, estuvo relacionada a grandes misiones que llegaban a Ica para conocer su pasado precolombino; pero es en la década del 70 donde se vislumbra su gran aporte al país y la Región, sin duda la Reforma Educativa sirvió de mucho en la gran rivalidad existente entre las Instituciones “José Toribio Polo” y “San Luis Gonzaga”. Competían en todas las asignaturas (hoy áreas) hechos que han venido a convertirse en parte de la Historia y la Literatura, desde el verso de sus docentes hasta la prosa de sus estudiantes, en el género dramático se alcanzó una elevada notoriedad con el Elenco Teatral Campiña Iqueña. La facultad de Educación tenía a la Institución “Abraham Valdelomar” como centro de aplicación, lugar donde los futuros docentes hacían su prácticas pre- profesionales. Muchos coinciden en que fue la primera reforma educativa que tuvo a la población organizada mediante los núcleos educativos comunales, se salieron de las aulas para analizar el problema educativo desde lo político, económico y social. El perfil del egresado era: “Surgimiento de un nuevo hombre plenamente participante en una sociedad libre, justa, solidaria y desarrollada por el trabajo creador y comunitario de todos sus miembros e imbuido en valores nacionalistas”.                                             

Ya en el 2011, Ana Ethel del Rosario Jara Velásquez egresada de la Institución Educativa Antonia Moreno de Cáceres, asumía la Presidencia del Consejo de Ministros. Abogada por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2015, José Luis Tordoya Cabezas egresado de la Institución Educativa José Toribio Polo, asumía el cargo de Consejero Regional. Químico Farmacéutico por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2017, Javier Cornejo Ventura egresado también del José Toribio Polo, asumía las funciones de Alcalde Provincial de Ica. Ingeniero Civil por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica.

Producto de las migraciones hacia Ica, el ayacuchano Miguel Jhonny Huamaní Chávez estudia en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga, hoy es el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, cargo que viene ejerciendo desde el presente año. Otro lucanino, es el actual Presidente Regional Javier Gallegos Barrientos, estudió su secundaria en el Colegio Nacional "Victor Manuel Maurtua" en el Distrito de Parcona, Distrito que realizara la primera revolución campesina en el Perú (1924), egresado de nuestra primera casa de estudios, de la Facultad de Ingeniería Civil. El Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo es abogado por la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, me refiero a Iber Maraví Olarte, más conocido por su trabajo creador en la música. Él también es ayacuchano, siendo hijo de una leyenda en Ica, el huancavelicano Antenor Maraví Izarra, ex Director de las Instituciones Educativas San Luis Gonzaga y José Toribio Polo.

Las personalidades políticas que hoy cuentan con 55 a 60 años de vida, estudiaron la secundaria en una Institución pública en la década del 70, son producto de la Reforma Educativa, participan plenamente en la sociedad, teniendo como objetivo una sociedad libre, justa y solidaria. El producto de la Reforma Magisterial la tendremos en algún tiempo y de seguro otros estarán escribiendo de sus profesores. Lo que les puedo decir como conclusión es que los docentes que enseñaban en el  José Toribio Polo los encontré como catedráticos en la Universidad, los buenos profesores que llegaron a Ica establecieron sus hogares en la ciudad. Actualmente Ica sigue creciendo con la llegada de muchos jóvenes talentosos y rápidamente se ubican en los arenales que rodean nuestro valle.

agosto, 2021

lunes, 1 de marzo de 2021

LA OTRA CARA DE HUAMÁN




No vale la pena esperanzarse de lo que viene fácil; porque como vino, se puede ir. Me ha sucedido con las vasijas y la antara, tomadas de quien tal vez, un día, fue un bravo guerrero.
Hace seis noches, cuando volvía de haber ayudado a limpiar el canal de regadío comunal, por el atajo a Copara, chispearon lucecitas en el cerro, como señalando mi destino. Sin dudarlo, me acerqué a localizarlas. Cuando tuve los destellos bajo mis pies, excavé con pico y pala, seguro de que algo encontraría. La luna reveló los adobes, que contorneaban un entierro. Esperé que los gases se disiparan, mientras saboreaba los beneficios del hallazgo. Siempre hay quienes buscan antigüedades y ofrecen buen precio por ellas. Seguí cavando hondo, hasta palpar bultos. Se trataba de restos.
Un par de cabezas de rivales degollados, cosidas las bocas con espinas y las frentes traspasadas por una cuerda, homenajeaban al guerrero; una porra y una guaraca, conformaban sus pertrechos. Nada de eso toqué, para que tuviera aquel con qué hacerse respetar en el otro mundo. Solo retiré los dos ceramios, pidiendo su perdón y su permiso. De uno pendía la antara de carrizo adornada con un penacho y moldeaba el rostro de un combatiente, tatuado en cada pómulo, con una cabeza de halcón. El otro, en forma de pez con dentadura terrible, provocaba sobresalto a la primera mirada. Cuando los vendiera, compraría instrumentos para iniciar con ellos mi propio quehacer. Como dicen mis padres, ya tengo la edad en que uno debe hacerse de familia y buscar su propio camino.
Había planeado trabajar como peón en alguno de los frutales de la comarca, ahorrar algo de dinero y, de ese modo, comenzar mi independencia, cuando los destellos pusieron en mis manos el pequeño tesoro nasca.
Será que ofrecí las piezas a las personas menos indicadas, o que Ruperto Anaya, huaquero empedernido, me delató para que no le hiciera competencia. Hoy me encuentro en la comisaría, acusado de traficar con los patrimonios culturales de la nación, bajo la presión de firmar un acta y pagar un rescate.
De no hacerlo, el comisario me asegura que iré directo a la cárcel.
No he firmado el acta, porque solo indica la incautación de una vasija —la del guerrero tatuado—, y nada más. ¿Y dónde fue a parar la otra, de temible aspecto? ¿Y el instrumento de cañas, que taladra melodías en el viento? En efecto, si tengo que suscribir la verdad, es que fueron tres objetos. El monto del rescate «para soltar al indio traficante» —según remarca el comisario— asciende a cinco mil soles. Se lo acabo de contar a mi padre, que me ha visitado y se ha puesto triste; pues no tenemos dinero, apenas unos pocos animales.
—¿Cómo te atreves a estar rebuscando y vendiendo cosas de antepasados, hijo? —me ha regañado.
No he tenido excusa con qué apelar. El mal está hecho, lo sé. A mi favor, pesa el haber cerrado la tumba; aunque del castigo, todo indica que no escaparé, sobre todo por el pez dentado, el mismo que el comisario ha ocultado o vendido, quién sabe. Se trata de Boto —la orca—, advirtió pálido mi padre, y aseguró que tiene poder: es «el devorador de hombres».
Si algo me espera como un animal hambriento, es el presidio. Hasta he pensado escapar a la primera oportunidad, pero ellos no han aflojado la guardia durante el par de días en el calabozo, un hueco al fondo de un pasadizo, desde donde puedo escuchar lo que se habla arrimándome a las rejas, y así estar al corriente de lo que ocurre en la recepción misma. La gente viene a presentar sus denuncias: que le robaron tal cosa, que en una riña perdieron los dientes, que el ganado del vecino estropeó el cultivo. El comisario no hace sino tratarlos con desprecio. Destaca en eso. A la plata, no la desprecia para nada. En cada ocasión, está viendo cómo sacarle algo a cada demandante.
En una esquina del calabozo, haciendo mis necesidades, reviso las inscripciones de los detenidos en las paredes: «Aquí estuvo Juan Domínguez, Retaco, y paró su goma», «El corazón de Jesús llora por mí», «Caí al hoyo por una puta», «La envidia nos corroe», «Dame otra oportunidad, Señor», «El comisario es un chuchasumadre, se quiso montar a mi mujer», «No retes al destino». Son las expresiones más notorias.
La única persona que viene sin ánimo de denuncia, es la chica que vende tamales para el desayuno. Me gusta la forma como sus ojos bailan, cuando los guardias la dejan por un momento para atender otros asuntos. Observa dónde se encuentra cada uno, el despacho del comisario, las ventanas, la armería, el dormitorio, y hasta mi calabozo. Cuando se va, ellos la miran y celebran: «¡Buen culo tiene la chola!». Incluso han apostado a quién se la tirará primero. Ella se muestra coqueta. Si les sigue dando confianza, pronto la van a confundir y acosar; para eso son buenos, aunque no es una muchacha lugareña.
El comisario ha ordenado verme. Fumaba sentado detrás de su escritorio, con aires de importante. La antigua pieza de alfarería —sobre la mesa— pareció querer decir algo, y, en cada pómulo del guerrero, vi refulgir los ojos de los halcones.
—Para que veas que soy buena gente contigo —inició el comisario—, te la pongo fácil: pórtate con mil quinientos, firmas, y te suelto.
—Pero falta la orca…
—¡Firma callado, Huamán, que el resto no te importa! —vociferó. Luego, escrutándome, humeando como chimenea, soltó su burla—: ¡Míralo, hasta parece tu retrato!
Venancio Huamán es mi nombre y mis raíces se afincan en estos parajes; en cambio él, dizque limeño es.
—Déjeme pensarlo —le propuse para ganar tiempo, con la esperanza de que mi padre lograse juntar el dinero.
—¡Conchetumadre, piensa rápido; porque mañana mismo te remito a la carceleta, y de ahí para la cana hay solo un paso! —amenazó, colérico—. ¡Regresen esta mierda al calabozo!
Desde entonces, todos permanecemos en silencio. La tensión domina cada espacio del edificio. La prisión me llama con su resonancia de rejas y candados. Ellos han recibido una alerta por radio y, a la sazón, el comisario ordena limpiar las armas y montar la vigilancia. Es más difícil que pueda escapar. Tampoco puedo dormir, de pura ansiedad. Salir de la cárcel siempre es más difícil que entrar en ella. Boto devora al hombre, por bocados. Cuando te das cuenta, eres otro; los sueños, los proyectos, han sido arrancados a puras dentelladas.
Veo un guardia vigilando por la ventana. El comisario ronca. Un búho cruza el cielo lanzando un alarido prolongado. Oigo un objeto pegar en el tejado, como si fuera una piedra lanzada desde muy lejos con una guaraca. El guardia, que hace de centinela, exclama un ‹‹¡carajo!››. Desde el dormitorio, alguien despierta y demanda: ‹‹¿Qué pasa?››.
Me aferro a los barrotes.
No puedo continuar detallando los sucesos, porque un estruendo tira abajo el tejado. Me arrojo al piso, cubriéndome del granizo de fragmentos de maderos y tejas. Los tiros sueltos y las ráfagas anticipan el rugido: «¡Ríndanse! ¡Entreguen las armas!». Los guardias todavía responden el fuego. Una mujer grita: «¡Ríndanse o lanzamos otra carga!». Los efectivos se desconciertan, un silencio de duda los atrapa, no hay tejado que les proteja de nada. El castigo de Boto ha llegado.
—¡Levántese! —me ordena una voz de mujer joven.
Reconozco en ella la mirada que me place. En lugar del canasto con tamales, porta una metralleta.
Salgo por las descalabradas rejas, avanzo por las ahuecadas paredes del pasadizo, choco con los escaparates caídos y el escritorio del comisario, aplastado. Sobre el piso, entre los residuos de una gaveta, diviso la antara y la tomo. Afuera, el comisario y su tropa, sobre el pavimento, en ropa interior y con los grilletes puestos, apenas levantan la mirada. Un grupo de jóvenes traslada la armería completa hacia una camioneta estacionada. Busco el Boto, entre los escombros, y no lo hallo. El huaco de los halcones se ha quebrado en dos piezas. Lo recojo. La muchacha, que parece comandar el grupo, con un movimiento del brazo, me incita a ir con ellos. Dudo.
—¡El miserable abusivo, párese! —ordena ella, apoyada por otros.
Entre los rendidos, se percibe un aire de confusión, un rumoreo parco, sin que alguno decida levantarse.
—¿Es necesario que le llame, capitán Aguirre? —señala.
No puedo decir que me alegra, pero siento un fresquito en el pecho, una emoción escondida y lejana. Ahora pues, señor comisario. ¿Por qué el rostro deformado? ¿Por qué apenas oímos la solicitud de perdón que balbucea su boca? Es conducido al interior de la comisaría.
Desde la camioneta, jóvenes menores que yo, insisten:
—¡Venga, incorpórese a la lucha!
—¡Vamos, compañero!
¿Compañero? Apenas soy un muchacho buscando un camino. Alguien rescatado de una mazmorra, quien solo cuenta con una antara y un ceramio roto, al que ustedes remiran con asombro.
—¿Por qué no dejas eso y vienes con nosotros ahora mismo? —me propone un chiquillo, de baja estatura, ofreciéndome en alto uno de los fusiles capturados.
—Cada cosa tiene un valor distinto —reconozco.
Cuando se dispone a responderme, oímos una descarga que nos silencia a todos.
La joven todavía se da un tiempo para reprender a los donjuanes aplanados. Es una mujer distinta. No tengo memoria de haber visto ni oído algo semejante.
¿Boto me ha de absolver o devorar, según el camino que tome?
El discurso ha terminado.
—¡Venga con nosotros, compañero! —insiste ella, con un pie en el vehículo.
Comienzo a soplar las cañas de la antara. El instrumento vibra conmigo. Una melodía, como venida del mar embravecido, nos envuelve. Subo trenzando a la camioneta, resoplando, con el ceramio fracturado a mi costado.


ÓSCAR GILBONIO


domingo, 1 de noviembre de 2020

EL PRIMER CEMENTERIO DE ICA

 


>En Ica, hasta 1837 se sepultaban cadáveres en los atrios y bóvedas subterráneas de las iglesias. El Hospital San Juan de Dios, Santa María del Socorro y la iglesia matriz, tenían camposanto, donde se abrían fosas para sepultar a la gente menesterosa. Los que se oponían a la creación de panteones eran los propios religiosos y la vanidad de la gente noble, que poseía en los templos sepulcros de familia, con diferentes privilegios y distinciones. El año 1829, el Subprefecto de Ica, Coronel José Manuel Meza, ordenó que los cadáveres sepultáranse sólo en San Juan de Dios, la pequeña área que hoy llega hasta el Hogar del Anciano, rápidamente se llenó de difuntos (para enterrar a un muerto, había que desenterrar a otro). Don Manuel Sáenz, un clérigo que era propietario del fundo "Añamía", propuso la construcción del cementerio actual de Saraja, "a expensas de su propio peculio", dicha iniciativa no fue escuchada. En 1835 el Padre Guatemala se decidió a proveer a Ica de su primer cementerio, buscó un lugar apropiado a las afueras de la ciudad, el camposanto edificado por el Padre Rojas, estuvo más o menos, en el sitio en que posteriormente se erigió la Fábrica "La Unión" (En esos tiempos detrás de la iglesia de Luren comenzaba el descampado). Con el apoyo de las autoridades y el concurso del pueblo, Fray José Ramón Rojas Rodríguez se propuso en levantar un panteón "de suficiente extensión para sepultar los cadáveres de todo el valle". Entonces aprovechó  la presencia en Ica, del Jefe Supremo General Salaverry, consiguiendo la expedición del Decreto de fecha 19 de octubre de 1835, mediante el cual el Padre Guatemala aseguraba fondos y trabajadores para la obra. Aquel documento no se pudo cumplir, debido a la guerra civil, que enfrentaba a Lima con el Alto Perú. Pese a las críticas, el Padre continuó trabajando la limpieza y explanación del terreno, trabajaban con gran entusiasmo, animando Fray Ramón a todos con la voz y el ejemplo. A trechos hacia entonar y cantar:  - ¡Al Trabajo!¡al trabajo! Cristianos venid.  -  "Oh Virgen de Guadalupe,      Tú eres nuestro amor y gloria......""Se inauguró en octubre de 1837, y la ceremonia fue sencilla. El primer cadáver que se sepultó fue el de don Manuel Filiberto, amigo de Fray Ramón, que repetidas veces había dirigido críticas al Padre y su obra". La tradición iqueña dice que cuando se bendijo el cementerio, el Padre Rojas conducía personalmente los cadáveres de San Juan de Dios a Luren. La Sociedad de Beneficencia tomó posesión de la obra del panteón, y en él se sepultaron hasta 1848 tres mil cadáveres. El cementerio viejo de Saraja, fue iniciativa de : José Manuel Aguirre y otros notables iqueños, en 1868, el lugar está situado al Noroeste  de la ciudad, siendo inaugurado en 1871.(La Voz de San Jerónimo de Ica Nº 71)Enrique Perruquet : "Fray Ramón en Luren" (La Voz de San Jerónimo Nº 28.)

domingo, 2 de agosto de 2020

LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS


Julio Ramón Ribeyro

A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas. A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón comienza a berrear:
 -¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora! Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.
 -¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno. Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón. Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria. Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona con avidez. Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida. Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido. Don Santos los esperaba con el café preparado.
 -A ver, ¿qué cosa me han traído? Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo comentario:
 -Pascual tendrá banquete hoy día. Pero la mayoría de las veces estallaba: 
-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre! Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.
 -¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan! Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar. -Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto. Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después de una hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos. 
-¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana. Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad. Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero.
 -Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el hombre-. Para esa fecha creo que podrá estar a punto. Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos. 
-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles. A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.
 -Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se cortó con un vidrio. Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había comenzado.
 -¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo. 
-¡Pero si le duele! -intervino Enrique-. No puede caminar bien. Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los gruñidos de Pascual.
 -Y ¿a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo-. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas! Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.
 -¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está medio cojo. Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia. 
-Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto-. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar! Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso. 
-Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha venido siguiendo. Don Santos cogió la vara. -¡Una boca más en el corralón! Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta. 
-¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida. Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo. 
-¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes! Enrique abrió la puerta de la calle.
 -Si se va él, me voy yo también. El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir: 
-No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena nariz para la basura. Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero. Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió donde su hermano. 
-¡Pascual, Pascual... Pascualito! -cantaba el abuelo. 
-Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde Efraín. Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma. 
-Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-. Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe... Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras en la boca. ¿Y el abuelo? -preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el animal. -El abuelo no dice nada -suspiró Enrique. Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La voz del abuelo llegaba: 
-¡Pascual, Pascual... Pascualito! Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.
 -¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna. A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a quejar. Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre. 
-¿Tú también? -preguntó el abuelo. Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.
 -¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-. Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de Pascual! Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.
 -¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no puedan levantarse y trabajar! A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, habían querido morderlo.
-¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que no trabajen! Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto. 
-¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de ustedes! Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables.
Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo. Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba en su cuarto y se quedaba mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual. La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido: ¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover-. ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!... Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.
 -¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré, yo iré al muladar! El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento. 
-Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos... Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.
-Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín. Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste. Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió. 
-¡Aquí están los cubos! Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, comenzó a gemir: 
-Pedro... Pedro... -¿Qué pasa?
-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo sentí aullar. Enrique salió del cuarto.
 -¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro? Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al viejo.
-¿Dónde está Pedro? Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro. 
-¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta. -¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué? El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al viejo.
 -¡Voltea! -gritó-. ¡Voltea! Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo. 
-¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero. Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que él nunca había escuchado. ¡ A mí, Enrique, a mí!... -¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano 
-¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos de acá! 
-¿Adónde? -preguntó Efraín. 
-¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinazos!
 -¡No me puedo parar! Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula. Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.

Julio Ramón Ribeyro

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