MI HERMANA
El sol empezaba asomarse por los cerros, los gallos cantaban, el agua
recorría su rutina y la mañana amenazaba, abrazaba y extendía su mano por
todo el campo de eucaliptos, retamas, sunchus y miles de flores aromáticas que
cubrían las laderas de los guardianes del pueblo. Mayo Hurin tenía pocas casas,
era una hilera, una sola calle que llegaba hasta la Paccha, lugar donde la
gente humilde recibía el agua del nevado Carhuarazu.
Concepción, una niña de la Provincia de Lucanas, con 12 años sobre su espaldita,
era conocida como “Conce”. Ella alistaba sus dulces y cuadernos en su mochila
junto a su caputo (habas tostadas) para su lonchera, también vendía dulces, ya
que el desayuno que le servían era muy poco y tenía que repartirse entre 10
hermanos. Esta triste situación económica, esta necesidad la llevó a soñar,
conocer otros lugares, la niña había escuchado hablar de Ica, ciudad ubicada en
la costa peruana, era su sueño estar en Ica, tendría mejores oportunidades y
una buena calidad de vida para su futuro.
En el trayecto a la escuela el frio rozaba su cabello y su rostro se
enrojecía, todo el tiempo no dejaba de pensar en Ica, en lo genial que sería
estar ahí caminando bajo la sombra, porque si era “La ciudad del sol eterno”,
habrá mucho calor. Se deleitaba pensando en sus lugares: Huacachina, El cañón
de los perdidos, Orovilca, La plaza de armas, seguro también el desierto, ahí
todo el fuego abrazará mí inocencia. Cuando llegaba a pensar en la comida,
aparecían abundantes imágenes en su cabecita llegando a suspirar…
- ¡ay cielos! Tan solo de pensar en comida, se me derrite la lengua y mi
barriguita grita de hambre, decía.
Pobre niña, juguetona y tierna, teniendo que ayudar en la chacra de sus
padres para hacer parir a la tierra, obtener papa y poder sobrevivir. A su edad
jugaba con la yunta, cuando los toros descansaban trataba de abrazarlos y con
sus pequeñas manos les palmeaba la nariz.
A los 13 años, Concepción García Taquiri, emprendió su viaje a Ica, con la
intención de tener un futuro mejor, estaba ansiosa y triste a la vez, ya que
dejaría atrás a sus padres y hermanos(as), su amado pueblo de abundante flora y fauna.
Era una mañana de diciembre, la
lluvia logró mojar sus mejillas y limpiarle sus lágrimas, se despidió de mamá
cerca al riachuelo, a la salida de Chipao, lugar de los adioses. Los camiones
ya no podían avanzar hasta el pueblo, aquí los ríos son profundos y muy
caudalosos, escuchó decir a sus abuelos la última noche.
- Hijita de mi corazón, le dijo en quechua su madre.
- Mamay, me voy, sé que algún día volveré por ti, respondió
Conce.
En Ica, su vida cambió radicalmente, ya que trabajaba de día y estudiaba de
noche, lavaba ropa para unos señores de Santo Domingo, no pudo estar mucho
tiempo donde sus familiares, ellos necesitan más que yo, pensaba como adulta,
los domingos buscaba el río y casi siempre lo encontraba seco y lleno de
basura.
Cavilaba,
- Tengo que salir adelante, sí o sí, lo tengo que hacer por encima de los
ofrecimientos de los varones, que al verme desprotegida tratan de asustarme con
sus pretensiones. Me vine de mi pueblo y tengo que salir adelante. Además, allá
no había secundaria, aunque mis patrones se aprovechen de mi trabajo, aunque me
paguen poco debo continuar dando lucha a la vida, la consigna es trabajar para
vivir. Nunca me rendiré, siempre soñé con una casa, traer a mamá conmigo…
A los 15 años su corazón palpitó enamorado, rápidamente voló la ilusión al
recordar la promesa hecha a sus padres, tenía bien claro su objetivo, encontrando
apoyo en un primo pudo adquirir una pequeña carreta, comenzó a vender
emoliente, le pedía a papá por carta, que le envíen eucalipto blanco. Así avanzó
la muchacha de las trenzas negras, terminando de estudiar la secundaria.
Con el pasar de los años logró conseguir un terreno en San Martin de Porras
y logró darle vivienda, vestido y comida a sus hermanos, ahora cocina en un
restaurant de su propiedad, ya está por terminar la Universidad, dice que tiene
su enamorado pero yo no lo conozco, ojalá comparta el sueño de ella, si es
iqueño debe prepararse para conocer Mayo Hurin, mejor sería un paisano nuestro,
la quiero tanto. Hoy me mira mientras escribo, no sabe que estoy contando su
vida, soy su hermana número 10 me dice cada vez que me encuentra leyendo.
Logró cumplir su sueño mi inocente hermana, una inocente niña, que según
dice ha encontrado nuevos retos en esta acogedora ciudad, que crece y crece, borrando
los arenales para ser más ancha, matando lo verde y secándose de agua.
López Gómez
Abigail Isabella
1 “B”
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