jueves, 19 de octubre de 2017

DESDE LA ARENA, LOS POETAS DE ICA



Escribe: Jesús Cabel

Acaba de aparecer con inusual éxito y expectativa la antología de la poesía iqueña: POETAS EN LA ARENA (2017) del talentoso poeta y narrador César Panduro Astorga, bajo los auspicios de la Biblioteca Abraham Valdelomar, que desde años atrás viene promocionando a nuevos autores así como editando valiosas obras para la literatura del país. En alguna oportunidad hemos afirmado que la antología es el símbolo de la arbitrariedad, en mayor o menor grado siempre tendrá las mismas consecuencias: levantará pasiones y resentimientos aún cuando los criterios que la normen deban apartarse de lo cuantitativo para presentar el ajuste perfecto de lo cualitativo. En este sentido, la antología deberá ser por excelencia restrictiva y ese es su riesgo mayor: sortear más que con habilidad, con pleno conocimiento y dominio, la gama diversa y heterogénea de autores y libros. En este ejercicio, vale repetirlo, sólo es aceptable lo selecto, primera condición y prueba de honestidad, una frase tan rara en nuestra pequeña vida literaria.
Visto así, la antología es un género difícil, sobre todo si se trata de dejar satisfechos a todos, cosa por demás imposible. Si bien cada lector puede elaborar un cuadro antológico de preferencias,, no se piense necesariamente que dicho sujeto actúa con el aparato crítico suficientemente solvente para delinear la calidad, del gusto doméstico de elección. Aquí es donde comienzan las diferencias entre la antología preparada por un especialista o un “apasionado de la poesía”, como muy bien declara Panduro, o por un aficionado que más de las veces su juicio resulta una abstracción por las subjetividades que expone y comenta. Estoy por convencerme que en el ámbito literario del país, abundan las recopilaciones practicadas por aficionados de mal gusto de pésimo rigor selectivo. El gran público (que aquí no existe, porque los lectores de poesía cada vez son más escasos y la elite menos pudorosa y más corrompida) no tendrá entre manos a los auténticos valores representativos de la poesía.
Poetas en la arena, por la naturaleza de su presentación, obedece a un proceso de trabajo, a una forma de análisis, a un estado de constante vigilia, donde el paisaje iqueño juega un rol fundamental. Están incluidos treinta un (31) poetas, desde Luis Navarro Neyra (l881-1914) hasta Brayan Rojas Osores (1990). No todos nacieron en Ica, pero gran parte de ellos han hecho de esta ciudad su tierra natal, y como el que escribe estas líneas se han apoderado también no solo de la belleza de los atardeceres, que el poeta Alejandro Romualdo los encontraba insuperables y Sérvulo Gutiérrez los plasmó como un rayo de luz en sus lienzos eternos. Así podemos encontrar los poemas de: Julio R. Senisse, Bernabé Uribe, Gustavo Pineda y Alberto Ormeño, hallazgos valiosos que permiten acercarse a una poética casi secreta, acaso olvidada por el tiempo y la crítica. El primero de ellos escribe, absorto y trémulo: “Sobre la pampa inmensa/ se ve vibrar el aire/ en ondas verticales que reflejan/ el ardor de la arena” (p.37-38).
Un clásico de la literatura peruana es, sin duda, Abraham Valdelomar, el fundador de la narrativa criolla pero también el agudo y sensitivo poeta, quien lamentablemente en vida no llegó a publicar un libro orgánico de poesía, pero escribió poemas sueltos que aparecieron en una antología limeña y en revistas de la época. Su presencia en la selección de Panduro, revela la necesidad de conocer a los coetáneos de éste, de valorar a quienes se mantuvieron o fueron ocultos ante el gran resplandor del insigne narrador iqueño, pero también de afirmar al “poeta de la infancia”, cuya “sensibilidad se debe al recuerdo de sus primeros pasos en su humilde casa de la calle Arequipa y también a ese paisaje marino de innegable trascendencia en la literatura peruana” (p. 29). El insuperable poema “Tristitia” es tal vez el mejor y mayor ejemplo. (p.35).
Los que vinieron después, han mantenido un perfil más sosegado, algo interiorizado de los contrastes reales, no conforman explícitamente una generación, tampoco constituyen una agrupación representativa. Son voces en el desierto que buscan ardorosamente de dejar huellas personales. Aman a la poesía hasta las últimas consecuencias. A veces son confundidos con poetas dominicales, pero en el fondo son alucinados de la palabra, amantes prejuiciosos de lo que viene desde la capital del país, viven en la palabra sin horarios y escriben, escriben en la búsqueda a veces de irrelevantes lectores. Ninguno, a decir verdad ha tenido las agallas y la sabiduría de Valdelomar, que impuso no solo una escritura sino una conducta para mirar el país desde dentro y sin tapujos decir quiénes eran o cómo somos.
Esta notable antología de Panduro tiene el privilegio de abrir una polémica y reflexión en alta voz. Según afirmaba en su presentación, tuvo que revisar más de quinientos libros para su selección, lo cual no es ninguna majadería ni pose de lector. Apuesta por voces juveniles como Brayan Rojas y afirma a otras, como Navale Quiroz (1980) y José de la Roca (1986). En verdad, una antología para disfrutar y conocer a fondo a los poetas que siendo de Ica o viven en ella, aún tienen mucho que decirnos.


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