jueves, 7 de diciembre de 2023

EL VUELO DE LOS CÓNDORES

I Aquel día demoré en la calle y no sabía qué decir al volver a casa. A las cuatro salí de la escuela, deteniéndome en el muelle, donde un grupo de curiosos rodeaba a unas cuantas personas. Metido entre ellos supe que había desembarcado un circo. –Ése es el barrista –decían unos. señalando a un hombre de mediana estatura, cara angulosa y grave, que discutía con los empleados de la aduana. –Aquél es el domador. Y señalaban a un sujeto hosco, de cónica patilla, con gorrita, polainas, foete y cierto desenfado en el andar. Le acompañaba una bella mujer con flotante velo lila en el sombrero; llevaba un perrillo atado a una cadena y una maleta. –Éste es el payaso, dijo alguien. El buen hombre volvió la cara vivamente. –¡Qué serio! –Así son en la calle. Era éste un joven alto, de movibles ojos, respingada nariz y ágiles manos. Pasaron luego algunos artistas más; y cogida de la mano de un hombre viejo y muy grave, una niña blanca, muy blanca, sonriente, de rubios cabellos, lindos y morenos ojos. Pasaron todos. Seguí entre la multitud aquel desfile y los acompañé hasta que tomaron el cochecito, partiendo entre la curiosidad bullanguera de las gentes. Yo estaba dichoso por haberlos visto. Al día siguiente contaría en la escuela quiénes eran, cómo eran y qué decían. Pero encaminándome a casa, me di cuenta de que ya estaba oscureciendo. Era muy tarde. Ya habrían comido. ¿Qué decir? Sacóme de mis cavilaciones una mano posándose en mi hombro. –¡Cómo! ¿Dónde has estado? Era mi hermano Anfiloquio. Yo no sabía qué responder. –Nada –apunté con despreocupación forzada– que salimos tarde del colegio... –No puede ser, porque Alfredito llegó a su casa a las cuatro y cuarto... Me perdí. Alfredito era hijo de don Enrique, el vecino; le habían preguntado por mí y había respondido que salimos juntos de la escuela. No había más. Llegamos a casa. Todos estaban serios. Mis hermanos no se atrevía a decir palabra. Felizmente, mi padre no estaba y cuando fui a dar el beso a mamá, ésta sin darle la importancia de otros días, me dijo fríamente: –Cómo, jovencito, ¿éstas son horas de venir?... Yo no respondí nada. Mi madre agregó: –¡Está bien!... Metíme en mi cuarto y me senté en la cama con la cabeza inclinada. Nunca había llegado tarde a mi casa. Oí un manso ruido: levanté los ojos. Era mi hermanita. Se acercó a mí tímidamente. –Oye –me dijo tirándome del brazo y sin mirarme de frente –anda a comer... Su gesto me alentó un poco. Era mi buena confidenta, mi abnegada compañerita, la que se ocupaba de mí con tanto interés como de ella misma.
 –¿Ya comieron todos?, le interrogué. 
–Hace mucho tiempo. ¡Si ya vamos a acostarnos! Ya van a bajar el farol... 
–Oye, le dije, ¿y qué han dicho? –Nada; mamá no ha querido comer... Yo no quise ir a la mesa. Mi hermana salió y volvió al punto trayéndome a escondidas un pan, un plátano y unas galletas que le habían regalado en la tarde. 
–Anda, come, no seas zonzo. No te van a hacer nada... Pero eso sí, no lo vuelvas a hacer. –No, no quiero. 
–Pero oye, ¿dónde fuiste?... Me acordé del circo. Entusiasmado pensé en aquel admirable circo que había llegado, olvidé a medias mi preocupación, empecé a contarle las maravillas que había visto. ¡Eso era un circo!
 –Cuántos volatineros hay –le decía–, un barrista con unos brazos muy fuertes; un domador muy feo, debe de ser muy valiente porque estaba muy serio. ¡Y el oso! ¡En su jaula de barrotes, husmeando entre las rendijas! ¡Y el payaso!... ¡pero qué serio es el payaso! Y unos hombres, un montón de volatineros, el caballo blanco, el mono, con su saquito rojo, atado a una cadena. ¡Ah!, ¡es un circo espléndido! –¿Y cuándo dan función? 
–El sábado.... E iba a continuar, cuando apareció la criada: 
–Niñita. ¡A acostarse! Salió mi hermana. Oí en la otra habitación la voz de mi madre que la llamaba y volví a quedarme solo, pensando en el circo, en lo que había visto y en el castigo que me esperaba. Todos se habían acostado ya. Apareció mi madre, sentóse a mi lado y me dijo que había hecho muy mal. Me riñó blandamente, y entonces tuve claro concepto de mi falta. Me acordé de que mi madre no había comido por mí; me dijo que no se lo diría a papá, porque no se molestase conmigo. Que yo la hacía sufrir, que yo no la quería... ¡Cuán dulces eran las palabras de mi pobrecita madre! ¡Qué mirada tan pesarosa con sus benditas manos cruzadas en el regazo! Dos lágrimas cayeron juntas de sus ojos, y yo, que hasta ese instante me había contenido, no pude más y sollozando le besé las manos. Ella me dio un beso en la frente. ¡Ah, cuán feliz era, qué buena era mi madre, que sin castigarme me había perdonado! Me dio después muchos consejos, me hizo rezar "el bendito", me ofreció la mejilla, que besé, y me dejó acostado. Sentí ruido al poco rato. Era mi hermanita. Se había escapado de su cama descalza; echó algo sobre la mía, y me dijo volviéndose a la carrera y de puntitas como había entrado: –Oye, los dos centavos para ti, y el trompo también te lo regalo... II Soñé con el circo. Claramente aparecieron en mi sueño todos los personajes. Vi desfilar a todos los animales. El payaso, el oso, el mono, el caballo, y, en medio de ellos, la niña rubia, delgada, de ojos negros, que me miraba sonriente. ¡Qué buena debía de ser aquella criatura tan callada y delgaducha! Todos los artistas se agrupaban, bailaba el oso, pirueteaba el payaso, giraba en la barra el hombre fuerte, en su caballo blanco daba vueltas al circo una bella mujer, y todo se iba borrando en mi sueño, quedando sólo la imagen de la desconocida niña con su triste y dulce mirada lánguida. Llegó el sábado. Durante el almuerzo, en mi casa, mis hermanos hablaron del circo. Exaltaban la agilidad del barrista, el mono era un prodigio, jamás había llegado un payaso más gracioso que "Confitito"; ¡qué oso tan inteligente! y luego... todos los jóvenes de Pisco iban a ir aquella noche al circo... Papá sonreía aparentando seriedad. Al concluir el almuerzo sacó pausadamente un sobre. 
–¡Entradas! –cuchichearon mis hermanos. 
–¡Sí, entradas! ¡Espera!... –¡Entradas! –insistía el otro. El sobre fue a poder de mi madre. Levantóse papá y con él la solemnidad de la mesa; y todos saltando de nuestros asientos, rodeamos a mi madre. –¿Qué es? ¿Qué es?... –¡Estarse quietos o... no hay nada! Volvimos a nuestros puestos. Abrióse el sobre y ¡oh, papelillos morados! Eran las entradas para el circo; venía dentro un programa. ¡Qué programa! ¡Con letras enormes y con los artistas pintados! Mi hermano mayor leyó. ¡Qué admirable maravilla! El afamado barrista Kendall, el hombre de goma; el célebre domador Míster Glandys; la bellísima amazona Miss Blutner con su caballo blanco, el caballo matemático; el graciosísimo payaso "Confitito", rey de los payasos del Pacífico, y su mono; y el extraordinario y emocionante espectáculo "El vuelo de los cóndores", ejecutado por la pequeñísima artista Miss Orquídea. Me dio una corazonada. La niña no podía ser otra... Miss Orquídea. ¿Y esa niña frágil y delicada iba a realizar aquel prodigio? Celebraron alborozados mis hermanos el circo, y yo, pensando, me fui al jardín, después a la escuela, y aquella tarde no atravesé palabra con ninguno de mis camaradas. III A las cuatro salí del colegio, y me encaminé a casa. Dejaba los libros cuando sentí ruido y las carreras atropelladas de mis hermanos. –¡El convite! ¡El convite!... –¡Abraham, Abraham!, gritaba mi hermanita. ¡Los volatineros! Salimos todos a la puerta. Por el fondo de la calle venía un grupo enorme de gente que unos cuantos músicos precedían. Avanzaron. Vimos pasar la banda de músicos con sus bronces ensortijados y sonoros, el bombo iba delante dando atronadores compases, después, en un caballo blanco, la artista Miss Blutner, con su ceñido talle, sus rosadas piernas, sus brazos desnudos y redondos. Precioso atavío llevaba el caballo, que un hombre con casaca roja y un penacho en la cabeza, lleno de cordones, portaba de la brida; después iba Mister Kendall, en traje de oficio, mostrando sus musculosos brazos en otro caballo. Montaba el tercero Miss Orquídea, la bellísima criatura, que sonreía tristemente; en seguida el mono, muy engalanado, caballero en un asno pequeño, y luego "Confitito", rodeado de muchedumbre de chiquillos que palmoteaban a su lado llevando el compás de la música. En la esquina se detuvieron y "Confitito" entonó al son de la música esta copla: Los jóvenes de este tiempo usan flor en el ojal y dentro de los bolsillos no se les encuentra un real... Una algazara estruendosa coreó las últimas palabras del payaso. Agitó éste su cónico sombrero, dejando al descubierto su pelada cabeza. Rompió el bombo la marcha y todos se perdieron por el fin de la plazoleta hacia los rieles del ferrocarril para encaminarse al pueblo. Una nube de polvo los seguía y nosotros entramos a casa nuevamente, en tanto que la caravana multicolor y sonora se esfumaba detrás de los toñuces, en el salitroso camino. IV Mis hermanos apenas comieron. No veíamos la hora de llegar al circo. Vestímonos todos, y listos, nos despedimos de mamá. Mi padre llevaba su "Carlos Alberto". Salimos, atravesamos la plazuela, subimos la calle del tren, que tenía al final una baranda de hierro, y llegamos al cochecito, que agitaba su campana. Subimos al carro, sonó el pitear de partida; una trepidación; soltóse el breque, chasqueó el látigo, y las mulas halaron. Llegamos por fin al pueblo y poco después al circo. Estaba éste en una estrecha calle. Un grupo de gentes se estacionaban en la puerta que iluminaban dos grandes aparatos de bencina de cinco luces. A la entrada, en la acera, había mesitas, con pequeños toldos, donde en floreados vasos con las armas de la patria estaba la espumosa y blanca chicha de maní, la amarilla de garbanzos y la dulce de "bonito", las butifarras, que eran panes en cuya boca abierta el ají y la lechuga ocultaban la carne; los platos con cebollas picadas en vinagre, la fuente de "escabeche" con sus yacentes pescados, la "causa", sobre cuya blanda masa reposaban graciosamente el rojo de los camarones, el morado de las aceitunas, los pedazos de queso, los repollos verdes y el "pisco" oloroso, alabado por las vendedoras... Entramos por un estrecho callejoncito de adobes, pasamos un espacio pequeño donde charlaban gentes, y al fondo, en un inmenso corralón, levantábase la carpa. Una gran carpa, de la que salían gritos, llamadas, piteos, risas. Nos instalamos. Sonó una campanada. –¡Segunda! –gritaron todos, aplaudiendo. El circo estaba rebosante. La escalonada muchedumbre formaba un gran círculo, y delante de los bajos escalones, separada por un zócalo de lona, la platea, y entre ésta y los palcos que ocupábamos nosotros, un pasadizo. Ante los palcos estaba la pista, la arena donde iban a realizarse las maravillas de aquella noche. Sonó largamente otro campanillazo.. –¡Tercera! ¡Bravo! ¡Bravo! La música comenzó con el programa: Obertura por la banda. Presentación de la compañía. Salieron los artistas en doble fila. Llegaron al centro de la pista y saludaron a todas partes con una actitud uniforme, graciosa y peculiar; en el centro, Miss Orquídea con su admirable cuerpecito, vestido de punto, con zapatillas rojas, sonreía. Salió el barrista, gallardo, musculoso, con sus negros, espesos y retorcidos bigotes. ¡Qué bien peinado! Saludó. Ya estaba lista la barra. Sacó un pañuelo de un bolsillo secreto en el pecho, colgóse, giró retorcido vertiginosamente, paróse en la barra, pendió de corvas, de vientre; hizo rehiletes y, por fin, dio un gran salto mortal y cayó en la alfombra, en el centro del circo. Gran aclamación. Agradeció. Después todos los números del programa. Pasó Miss Blutner corriendo en su caballo; contó éste con la pata desde uno hasta diez; a una pregunta que le hizo su ama de si dos y dos eran cinco, contestó negativamente con la cabeza, en convencido ademán. Salió Míster Glandys con su oso; bailó éste acompasado y socarrón, pirueteó el mono, se golpeó varias veces el payaso y, por fin, el público exclamó al terminar el segundo entreacto: –¡El vuelo de los cóndores! V Un estremecimiento recorrió todos mis nervios. Dos hombres de casaca roja pusieron en el circo, uno frente a otro, unos estrados altos, altísimos, que llegaban hasta tocar la carpa. Dos trapecios colgados del centro mismo de ésta oscilaban. Sonó la tercera campanada y apareció entre los artistas Miss Orquídea, con su apacible sonrisa; llegó al centro, saludó graciosamente, colgóse de una cuerda y la ascendieron al estrado. Paróse en él delicadamente, como una golondrina en un alero breve. La prueba consistía en que la niña tomase el trapecio, que pendiendo del centro le acercaban con unas cuerdas a la mano, y, colgada de él, atravesara el espacio, donde otro trapecio la esperaba, debiendo en la gran altura cambiar de trapecio y detenerse nuevamente en el estrado opuesto. Se dieron las voces, se soltó el trapecio opuesto, y en el suyo la niña se lanzó mientras el bombo –detenida la música– producía un ruido siniestro y monótono. ¡Qué miedo, qué dolorosa ansiedad! ¡Cuánto habría dado yo porque aquella niña rubia y triste no volase! Serenamente realizó la peligrosa hazaña. El público silencioso y casi inmóvil la contemplaba, y cuando la niña se instaló nuevamente en el estrado y saludó segura de su triunfo, el público la aclamó con vehemencia. La aclamó mucho. La niña bajó, el público seguía aplaudiendo. Ella, para agradecer hizo unas pruebas difíciles en la alfombra, se curvó, su cuerpecito se retorcía como un aro, y enroscada, giraba, giraba como un extraño monstruo, el cabello despeinado, el color encendido. El público aplaudía más, más. El hombre que la traía en el muelle de la mano habló algunas palabras con los otros. La prueba iba a repetirse. Nuevas aclamaciones. La pobre niña obedeció al hombre adusto casi inconscientemente. Subió. Se dieron las voces. El público enmudeció, el silencio se hizo en el circo y yo hacía votos, con los ojos fijos en ella, porque saliese bien de la prueba. Sonó una palmada y Miss Orquídea se lanzó... ¿Qué le pasó a la pobre niña? Nadie lo sabía. Cogió mal el trapecio, se soltó a destiempo, titubeó un poco, dio un grito profundo, horrible, pavoroso y cayó como una avecilla herida en el vuelo, sobre la red del circo, que la salvó de la muerte. Rebotó en ella varias veces. El golpe fue sordo. La recogieron, escupió y vi mancharse de sangre su pañuelo, perdida en brazos de esos hombres y en medio del clamor de la multitud. Papá nos hizo salir, cruzamos las calles, tomamos el cochecito y yo, mudo y triste, oyendo los comentarios, no sé qué cosas pensaba contra esa gente. Por primera vez comprendí entonces que había hombres muy malos... VI Pasaron algunos días. Yo recordaba siempre con tristeza a la pobre niña; la veía entrar al circo, vestida de punto, sonriente, pálida; la veía después caída, escupiendo sangre en el pañuelo, ¿dónde estaría? El circo seguía funcionando. Mi padre no quiso que fuéramos más. Pero ya no daban el Vuelo de los Cóndores. Los artistas habían querido explotar la piedad del público haciendo palpable la ausencia de Miss Orquídea. El sábado siguiente, cuando había vuelto de la escuela, y jugaba en el jardín con mi hermana, oímos música. –¡El convite! ¡Los volatineros!... Salimos en carrera loca. ¿Vendría Miss Orquídea?... ¡Con qué ansias vi acercarse el desfile! Pasó el bombo sordo con sus golpes definitivos, los músicos con sus bronces ensortijados, los platillos estridentes, los acróbatas, y, después, el caballo de Miss Orquídea, solo, con un listón negro en la cabeza... Luego el resto de la farándula, el mono impasible haciendo sus eternas muecas sin sentido... ¿Dónde estaba Miss Orquídea?... No quise ver más; entré en mi cuarto y por primera vez, sin saber por qué, lloré a escondidas la ausencia de la pobrecita artista. VII Algunos días más tarde, al ir, después del almuerzo, a la escuela, por la orilla del mar, al pie de las casitas que llegan hasta la ribera y cuyas escalas mojan las olas a ratos, salpicando las terrazas de madera, sentéme a descansar, contemplando el mar tranquilo y el muelle, que a la izquierda quedaba. Volví la cara al oír unas palabras en la terraza que tenía a mi espalda y vi algo que me inmovilizó. Vi una niña muy pálida, muy delgada, sentada, mirando desde allí el mar. No me equivocaba: era Miss Orquídea, en un gran sillón de brazos, envuelta en una manta verde, inmóvil. Me quedé mirándola largo rato. La niña levantó hacia mí los ojos y me miró dulcemente. ¡Cuán enferma debía de estar! Seguí a la escuela y por la tarde volví a pasar por la casa. Allí estaba la enfermita, sola. La miré cariñosamente desde la orilla; esta vez la enferma sonrió, sonrió. ¡Ah quién pudiera ir a su lado a consolarla! Volví al otro día, y al otro, y así durante ocho días. Éramos como amigos. Yo me acercaba a la baranda de la terraza, pero no hablábamos. Siempre nos sonreíamos mudos y yo estaba mucho tiempo a su lado. Al noveno día me acerqué a la casa. Miss Orquídea no estaba. Entonces tuve una sospecha: había oído decir que el circo se iba pronto. Aquel día salía vapor. Eran las once, crucé la calle y atravesé el jirón de la Aduana. En el muelle vi a algunos de los artistas con maletas y líos, pero la niña no estaba. Me encaminé a la punta del muelle y esperé en el embarcadero. Pronto llegaron los artistas en medio de gran cantidad de pueblo y de granujas que rodeaban al mono y al payaso. Y entre Miss Blutner y Kendall, cogida de los brazos, caminando despacio, tosiendo, tosiendo, la bella criatura. Metíme entre las gentes para verla bajar al bote desde el embarcadero. La niña buscó algo con los ojos, me vio, sonrió muy dulcemente conmigo y me dijo al pasar junto a mí: –Adiós... –Adiós... Mis ojos la vieron bajar en brazos de Kendall al botecillo inestable; la vieron alejarse de los mohosos barrotes del muelle; y ella me miraba triste con los ojos húmedos; sacó su pañuelo y lo agitó mirándome; yo la saludaba con la mano, y así se fue esfumando, hasta que sólo se distinguía el pañuelo como una ala rota, como una paloma agonizante, y por fin, no se vio más que el bote pequeño que se perdía tras el vapor... Volví a mi casa, y a las cinco, cuando salí de la escuela, sentado en la terraza de la casa vacía, en el mismo sitio que ocupara la dulce amiga, vi perderse a lo lejos en la extensión marina el vapor, que manchaba con su cabellera de humo el cielo sangriento del crepúsculo. ABRAHAM VALDELOMAR

domingo, 15 de octubre de 2023

La primera batalla por la Independencia del Perù (Nasca 15 de octubre de 1820)

 Octubre en la Historia Iqueña.

El P. Alberto Rossel Castro, es el estudioso que mejores fuentes utilizó para clarificar los hechos históricos de Ica.


1.- La batalla de Nasca. En estos días Palpa también ha celebrado la "primera batalla" entre las tropas realistas y patrioticas, dicho acontecimiento no es mencionado en sus escritos. Para esclarecer si la primera batalla entre patriotas y realistas ocurrió en Changuillo o Nasca, cita como fuente bibliográfica (Boletín N° 2 del Ejército Libertador - Cuartel General de Pisco, octubre 22 de 1820. Mariano. Mariano Felipe Paz Soldán - Historia del Perú Independiente, Primer Período (1819-1822), Lima 1848. pág73.) Ahí señala: "La acción de armas por la causa de la independencia del Perú, realizada en la entonces Villa de Nasca, el 15 de octubre de 1820, por las fuerzas del General José de San Martín, al desembarcar en Paracas, algunos historiadores contemporáneos, tergiversando los hechos, señalan esta batalla en la zona de Changuillo, cuando en esa época no era un pueblo sino el nombre de unas chácaras que pertenecieron a la jurisdicción de la hacienda San Javier". El Coronel Rojas estaba persiguiendo a Quimper, llegando a Changuillo en la madrugada del 15 de octubre, indaga que se encuentra a tres leguas de la retaguardia del enemigo. Por la mañana prosigue su camino a Nasca, ingresando por la zona de Kunkumayo, único camino para entrar al pueblo, el mismo Coronel dispuso que los valientes capitanes Lavalle, Bermúdez y el Teniente Suárez de cazadores de la escolta, entraran por las calles del pueblo con la caballeria a galope, mientras avanzaba la infantería, dice el Boletín consultado: "Los enemigos abandonaron la plaza con la velocidad del miedo y fueron perseguidos y acuchillados hasta una legua del pueblo. El camino por donde emprendieron su fuga quedó sembrado de cadáveres". Los soldados realistas fueron perseguidos a cinco kilómetros de Nasca, por el camino de herradura de Pangaraví que conducia hasta "El Cantón" o "Portachuelo", en este lugar hubo una batalla campal, los realistas tuvieron entre muertos y heridos 50 hombres, 6 oficiales prisioneros y 80 soldados de línea. Quimper salió de esta acción armada en fuga hacía Acarí. Los restos de los soldados y oficiales de la libertad que murieron en el combate de Nasca, fueron sepultados en el cementerio de San Clemente (hoy clausurado), tal como consta en las partidas de defunción asentadas en los libros parroquiales de Nasca.
El General Álvarez de Arenales, con fecha 20 de octubre confirma a San Martín antes de marchar a la sierra, la primera victoria obtenida en la batalla de Nasca, con saldo de varios muertos y heridos entre soldados chilenos y argentinos.
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martes, 26 de septiembre de 2023

                                                         LA ENTREVISTA

Teníamos que presentar una evidencia de nuestra entrevista, lo cual demuestra lo adelantado que estaba la educación iqueña. "Ustedes tienen que aprender haciendo" nos dijo el Maestro Ricardo.

- Si no dialogan con un entrevistado, no pondrán en práctica sus cuestionamientos o preguntas.

Entonces como nos gustaba el curso decidimos hacer una gran entrevista, la mejor de la historia del colegio. La puntería estaba en el Comandante de la policia, su local estaba en la Calle Loreto, muy cerca a un bar llamado "El Manguito", a su costado una inmensa pampa que servía como ring de box de estudiantes, se prolongaba hasta la Calle Tacna, frente al SUCHI existía una entrada que conectaba con Loreto y la Unidad Vecinal. 

Un día antes preparamos los equipos, no contábamos con micrófonos inalámbricos, el celular no existía, era el año 1979. Johnny Mendoza Torres, tenía una grabadora de asa, algo deteriorada sin cassetera, había que colocar la cinta en el engranaje y esperar que ruede y grabe. El tema, estaba relacionado a los múltiples casos delictivos perpetrados por adolescentes, ya que escuchabamos en la radio local y nacional sobre las pandillas juveniles, él vivía en La Esperanza y yo en Los Patos, construimos las interrogantes toda la tarde, teniendo en cuenta los perfiles de nuestros amigos de barrio.

Al día siguiente nos reunimos en la Iglesia San Juan de Dios, probamos la grabadora y pudimos escuchar nuestras voces, era una tarde gris, mes de agosto, caminamos una cuadra al oeste y doblamos a la izquierda. En algún momento de la cuadra pensé ¿Y si no nos recibe? había cierto temor en ambos estudiantes de 14 años.

Nadie nos recibio en la puerta de la Comandancia, eramos muy osados, nos miramos y entramos, al notar a mi compañero de carpeta, pude ver un escritorio grande, marrón, también a un hombre engalonado, sus galones brillaban con la luz de la Planta Eléctrica, que al pasar por la esquina tapó nuestros oidos. Nos presentamos muy amablemente, nos escuchó y accedió a nuestras preguntas. Para darnos confianza nos trató de igual a igual, con mucho respeto contestaba...sobre los bandoleros, la misión de su institución, el trabajo infantil, prostitución, además la trayectoria del oficial, al final nos dijo.

- Yo he sido como ustedes

Nos dimos la mano, salimos muy contentos de su despacho, era tanta la alegría, que ya queríamos prender el aparato para escuchar la entrevista.

-Espera, espera dijo el gordo con su voz ronca.

Volvimos a la Iglesia San Juan de Dios, nos sentamos en su banca de cemento para hacerla funcionar, advertimos que no emitía sonido alguno, pensamos en las pilas, pero si daba vuelta el engranaje blanco, hecho de plástico. Volteamos la cinta varias veces y nada, la máquina no grabó la entrevista, nuestra inversión en pilas fue en vano. Lamentamos no poder llevarle la evidencia al Maestro Vila. En clase nuestra entrevista  jugaba con el fragmento leído de la novela "Los hijos del orden", desde ya nos interesamos en leer a Luis Urteaga Cabrera, hubiese sido una gran motivación nuestro trabajo.

Después de 45 años escribo mi anécdota a pedido de las diferentes promociones del José Toribio Polo. Escuché en plena Reforma Educativa la frase " Un maestro es bueno cuando sus estudiantes lo superan". El Maestro Vila fue campeón nacional en declamación, vi desenvolverse en este arte a Carlos Cárdenas Carhuapuma, integrante de "Campiña Iqueña", vi dirigir y montar obras teatrales a Johnny Mendoza Torres, sin contar las exitosas películas nacionales en la que participó.

Es momento que las promociones venideras lleven los nombres de : Eduardo Ley, Davila, Edmundo Zambrano, Ricardo Vila, Jorge Escajadillo, Vega...etc. ¿Por qué no de los campeones nacionales? ¿Por qué no de sus ex- estudiantes?

Ojalá alguna promoción lleve el nombre de Johnny Oscar Mendoza Torres.


martes, 5 de septiembre de 2023

 AUTORIDAD FEMENINA EN GUARCO (HOY CAÑETE)

Antes de la llegada de los Incas, Cañete fue liderado por una dama.
Cuando los ejércitos inca se presentaron capitaneados por el entonces muy joven Tupac Yupanqui, el señorío Guarco resistió el asedio durante varias temporadas, siendo por lo general las luchas efectuadas durante el invierno costeño, para que las tropas serranas no tuvieran que soportar el calor de los meses de verano. Finalmente Guarco sería conquistado gracias a una estratagema inventada por la Coya, esposa del Inca. (María Rostworowski)

Acosta, Fray José y Cobo, P. Bernabé. Narran la resistencia de los guarcos y su derrota posterior. En aquel entonces era señora del valle una curaca que no quiso consentir que extraños se adueñaran de sus tierras. La Coya o reina solicitó al Inca que la dejase someter a la rebelde por medio de un ardid, a lo que el soberano accedió. Ella envió una embajada a la jefa de Guarco y le hizo saber el deseo del Inca de dejarla en su señorío, convenciéndola de celebrar una gran y solemne ceremonia en honor al mar para confirmar la paz. La curaca creyendo en la propuesta de la Coya ordenó los preparativos para la fiesta, el día señalado todo el pueblo se embarcó en balsas acompañado de flautas y tambores. Cuando los guarcos se hallaban en pleno océano, lejos de la costa de Cerro Azul, los ejércitos cusqueños entraron sigilosamente y se adueñaron del valle.

La construcción de varias fortalezas estratégicamente ubicadas, incluso una muralla envolvente, fueron escenarios de una gran resistencia, desde entonces en valle bendito continúa siendo codiciado por su río , clima y fértiles tierras...



miércoles, 24 de mayo de 2023

UN PERSONAJE LLAMADO PISCO


El sol baja de la cordillera y la niebla sube desde el inmenso litoral. Nace así un nuevo día. Un espléndido despertar de la naturaleza.
Ya es el mes de mayo y el frío se siente en la piel de los pobladores de las comarcas que cotillean en las tardes sentados en alguna banca de madera del parque principal del pueblo.
Las uvas ya han sido cosechadas, los alambiques y falcas trabajan sin cesar. El mosto de la uva , aromático y embriagador es colocado en los alambiques de cobre, luego se calienta el brebaje bendito. El serpentín produce la magia del cambio físico. El estado gaseoso se transforma en líquido que cae cristalino y sabroso. El personaje llamado Pisco puro de uva ha nacido.
La naturaleza es sabia, luego del calor intenso que prepara las uvas con su mejor dulce y color. cuando llega el invierno ya estará listo el personaje perfecto, el caballero que calentará el espíritu y el cuerpo, el frío solo será un vientecillo fresco, un pretexto para saborear el aromático PISCO de la tierra del Huarango y los dátiles.
Luego de la plática, con el cuerpo y el alma amacerada de valor, se iniciará el baile en la campiña, entre las casas de campo, su gente buena, hospitalaria y el personaje. El brebaje bendito irá de mano en mano hasta que la fiesta se vuelva rocambolesca y los cholos saquen sus mejores pasos al ritmo de una cumbia tropical.
¡SALUD! con el pisco iqueño. Compañero inseparable, amigo fiel sin el cuál la vida no tendría magia ni verso, color ni fantasía.
Gregorio Uribe Guillén

martes, 9 de mayo de 2023

ROMEO Y JULIETA

 

Romeo y Julieta

Argumento

 


 

La historia comienza en una mañana de verano en la ciudad Verona, Italia. En plena calle se desata una trifulca entre los miembros de la familia Montesco y los Capuleto. La pelea es interrumpida por el príncipe Escalus, quien advierte a ambas familias que cualquier acto de violencia futura entre ellas tendrá como castigo la pena de muerte. Seguidamente, el conde Paris, se reúne con el señor Capuleto con el plan de contraer matrimonio con su hija Julieta. El señor Capuleto argumenta que Julieta es muy joven todavía para el matrimonio y le pide al Conde que espere a que la misma cumpla los 15 años. Aprovechando la oferta, le solicita al señor Capuleto que organice un baile formal para celebrar el acontecimiento. En ese interín, la señora Capuleto y la nodriza de Julieta intentan convencer a la joven de que acepte contraer nupcias con Paris.

En diferentes circunstancias, Benvolio habla con su primo Romeo —hijo de los Montesco—, sobre su reciente tristeza. Benvolio cree que la tristeza de su primo se debe al amor no correspondido de una joven llamada Rosalina, quien es sobrina del señor Capuleto. En un momento, Benvolio le informa a su primo Romeo acerca del baile familiar de los Capuleto, quien acepta acudir sin invitación a la ceremonia con la esperanza de encontrarse con Rosalina. No obstante, cuando Romeo está adentro del baile, se encuentra con Julieta y se enamora perdidamente de ella.

Cuando termina el baile, en la secuencia conocida como «la escena del balcón», Romeo se infiltra en el patio de los Capuleto y escucha secretamente a Julieta, quien está en el balcón de su dormitorio. En esta famosa escena Julieta admite su amor por él a pesar de la hostilidad entre su familia y los Montesco. Romeo «toma la palabra», y se retira justo antes de que la nodriza de Julieta llamara a la joven.

Con el transcurso del tiempo, el joven continúa viéndose con la muchacha, hasta llegar al momento en que ambos deciden casarse. Con la asistencia de Fray Lorenzo, quien espera reconciliar a los grupos rivales de Verona a través de la unión de sus hijos, al día siguiente del juramento de amor, los enamorados se casan en secreto.

Sin embargo, ofendido por la intromisión de Romeo en el baile familiar, Teobaldo —primo de Julieta— reta al joven a un duelo. Romeo evade el combate. Impaciente tanto por la insolencia de Teobaldo como por la «cobarde sumisión de Romeo», Mercucio acepta el duelo, aunque resulta mortalmente herido y fallece.

Dolido ante la muerte de su amigo, Romeo decide retomar el enfrentamiento y logra asesinar al primo de Julieta. A consecuencia de lo anterior, el príncipe castiga a Romeo con el exilio de la ciudad, bajo amenaza que si regresa, «sería lo último que haría en su vida». Malinterpretando la tristeza de su hija, el señor Capuleto decide ofrecerla en matrimonio al conde Paris, intentando convencerla de aceptarlo como esposo y convertirse en su «feliz consorte». Al final, la joven acepta bajo la condición de prolongar la boda, aun cuando su madre se niega terminantemente. Mientras tanto, Romeo pasa la noche secretamente en la alcoba de Julieta.

Seguidamente, Julieta visita a Fray Lorenzo para pedirle sugerencias ante la situación que pasaba, ya que no quería casarse con un hombre que no ama. El Fray conviene en ofrecerle una pócima que la induciría a un intenso coma con duración de cuarenta y dos horas. Una vez que la joven acepta llevar a cabo el plan, el fraile le promete enviar un mensaje a Romeo, informándole sobre su plan secreto, por lo que podría volver cuando ella despierte. La noche anterior a la boda, Julieta ingiere la poción y sus familiares, al creerla muerta, depositan su cuerpo en la cripta familiar.

A pesar de la promesa, el mensaje de Fray Lorenzo enviado por Fray Juan, su compañero, nunca llega a Romeo y, en cambio, éste se encuentra con Baltasar (uno de sus sirvientes), quien le informa de la repentina muerte de Julieta. Frustrado ante semejante noticia, Romeo decide comprar un eficaz veneno, antes de acudir a la cripta donde se encuentra Julieta. Al llegar, se encuentra con Paris, quien momentos antes había estado llorando sobre el «cuerpo inerte» de su amada. Creyendo que Romeo es un saqueador de tumbas, el conde lo enfrenta, pero muere asesinado por Romeo, no sin antes decirle que su cadáver debe ser colocado con el cadáver de Julieta. Convencido todavía que su amada está muerta, Romeo procede a beber el veneno para morir al lado de ella. Al despertar del coma inducido, Julieta se encuentra con los cadáveres de Romeo y Paris en la cripta; Fray Lorenzo le pide a Julieta que huya, pero ella se niega, incapaz de hallar una solución a tales circunstancias, determina atravesarse el corazón con la daga de su esposo, muriendo abrazado de su amado. Tiempo después, los Montesco y los Capuleto, acompañados del príncipe, se percatan de la muerte de los jóvenes y del conde. Absorto por la trágica escena, Fray Lorenzo comienza a relatar la historia completa del «amor prohibido» entre Romeo y Julieta. Su revelación consigue terminar con la rivalidad entre ambas familias y el señor Montesco y el señor Capuleto están decididos a construir una estatua de oro de ambos.

 

 

 

sábado, 18 de marzo de 2023

ADEBAJO DEL PACAY (Gregorio Martínez - Nasca 1942 - 2017)




Acaso sí cualquier persona se lo hubiese dicho, Fraicico nunca hubiera prestado oído. Pero se lo dijo, con la mejor intención, su tía Juvencia, que era una persona recta y seria, enemiga de chismes y habladurías.
- Fraicico, mijo, abre el ojo y táte al cuidado con tu mujer cada miércoles a la hora que el sol cambea.
Dos días después, miércoles en la tarde, Fraicico se escapó del trabajo y se fue derecho al pacay de la hoyada donde tenía su yucal. Según la tía Juevencia, bajo el pacay de su propio yucal, sin la menor delicadeza, era donde Fraicica se veía, cada semana, con el mandolinista Serapio Aponte, justo cuando el sol empezaba a ladearse hacia las lomas de Pongo Grande.
Si es cuando el sol cambea el rumbo, pensó Fraicico, mientras tanteaba el firmamento, entonces es exacto a las tres y media. Vio en su sombra que todavía faltaba un buen rato y se dio tiempo para buscar, desde adebajo del pacay, el mejor lugar donde podía esperar oculto.
Trepó cuidadoso, porque sabía desde chico que el pacay era quebradizo, y ya en lo alto se acomodó en una rama gruesa, con bastante follaje. El pacay estaba floreando, pero era una flor seca, del color del tabaco, que solo exhibía un palito erguido y pusuliento, como la cosa del gato. Desde encima del pacay Fraicico divisó su yucal, verde azulado de tan bien que iba creciendo.
- ¡Qué gueno el yucal! – Dijo y se persignó.
Llegaron uno atrasito de otro, Fraicica y luego el madolinista Serapio Aponte. No se dieron tregua ni tiempo para nada porque tenían las ganas contenidas. De inmediato Fraicica se acostó de espaldas y el vestido se le arremangó casi solo, Serapio Aponte se desbraguetó, pero no se sacó el sombrero.
- Quítate el sombrero que no me dejas ver el cielo – le dijo Fraicica
Serapio Aponte se quitó el sombrero y lo puso a un costado. En el instante Fraicica se quedó tensa, dura como un palo, y los ojos se le encendieron.
- Qué? _ dijo Serapio Aponte _ ¿alacrán?, ¿espina?
Fraicica siguió inmóvil , en silencio opresivo, con los ojos encendidos como si fuera a llorar.
- ¿Qué? ¿can? ¿Pina? ¿Can? ¿Pina? – le preguntaba insistente Serapio Aponte.
El cuerpo de Fraicica se aflojó por un segundo.
- ¿Qué ¿can? ¿Pina? – insistía Serapio Aponte
Entonces el cuerpo de Fraicica se puso nuevamente duro, más que antes, y sus ojos se clavaron en la altura, en la rama del pacay donde estaba Fraicico. Serapio Aponte intuyó espantado lo que estaba ocurriendo. Pegó un salto pa´tras como los gatos techeros y se echó a correr por entre el yucal.
- ¡Corre derecho, demontre! ¡por el lomo de la raya, demonio, que me vas a romper el yucal! – gritó Fraicico desde la altura del pacay.

Gregorio Martínez (Nasca 1942- 2017)

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