Ya era bien conocido en la ciudad, cruzaba la calle jugando
con su cajón, era un lustrabotas muy alegre a pesar de vivir solo, sin la
presencia de papá, era feliz con sus
compañeritos de la plaza San Martín de
Porres, un inmenso arenal en la periferia de la ciudad. Aún no entendía por qué mamá salía mucho de casa, principalmente en las
noches, con la cabeza pintada y siempre con el colorete en los labios, tampoco
comprendía por qué la abuela murió a temprana edad de cáncer, lo que si tenía
claro era su apodo, él mismo les pidió a su mancha que lo llamaran Robin, no
por el ayudante de Batman sino por otro, el personaje de las letras.
Tenía nueve años y le gustaba leer cuentos infantiles,
encontrarlos era el problema. Su profesor a veces le prestaba algunos
ejemplares, la Biblioteca Municipal no contaba con ese material, por leer
mucho no lustraba con frecuencia, sus
amigos le decían:
-
Lees
puras huevadas, fantasías no más oe.
En la escuela, su maestro pensaba que ya estaba salvado (si
le gusta leer, será un buen chico). Una mañana, después de leer, su cabeza se
vio envuelta por pensamientos justicieros, le parecía injusta la vida, la
sociedad, no tener lo suficiente para poder comer y vivir dignamente. Era tan
diferente la ficción con la realidad que vivía en carne propia. Los periódicos
enaltecían a menores infractores, en el fondo era querer tener fama. Empezó a cavilar en una víctima, debe ser una
de esas personas que llevan en la cara la amargura, a las abuelas tiernas no
hay que tocarlas, que sigan dando amor y dulzura pensaba.
Un día apareció por la Plaza Julián, llevaba en su mochila su apellido, en
su tez trigueña su dolor, en su mirada la tristeza, en sus zapatos la calle,
caminaba sin rumbo en ese pequeño espacio de árboles secos. Volteaba siempre a
mirar los cerros de arena, o cuando alguien le decía “fumón”. Toda la mancha de Robin lo advirtió, debido
a que el grupo contaba entre sus filas a descendientes de mulatos, entre ellos
el temible Harold, Juliancha en cambio, mostraba su hablar tierno, como lo
hacen la gente que viene de las alturas. No estudiaba en ninguna Institución
Educativa de los alrededores, porque la pobreza le arrebató al ser más querido,
su madre murió cuando allanaron su casa y encontraron un celular ajeno. A
diferencia de Robin el muchacho no tenía madre y ambos tenían a sus padres
presos..
Las emisoras a diario realizaban diagnósticos de la sociedad
actual, culpando a la violencia política de los ochenta, por la cantidad de
adolescentes infractores. Muchas veces se le encontró escuchando la radio en la
peluquería, estaba sentado sobre su lustrador, nadie pude hablarle de los caminos que se
pueden recorrer, que no todo está perdido, que se puede tener éxito en la vida
usando la imaginación e inteligencia. Hoy nadie sabe su nombre, sólo su alias, debo
contar esta historia sin nombrarlo, él vino a encontrase con su padre en
prisión, a pesar de que la Fiscal sabía que era un buen muchacho, que se podía
hacer algo para apartarlo de los malos amigos, a mí me dijo que era reincidente
y por eso lo mandó a la penitenciaria, a
un lugar llamado Maranguita.
La mañana del 27 de julio despertaba alegre, señora, sin
bostezos, la calle adornada con listones multicolores se dejaba acariciar por
la neblina, el mercado prendía su bulla por dentro y por fuera, ningún pito de
los vigilantes o de la policía, se abrían los pequeños puestos dejando una
vereda estrecha como un túnel sombreado por plásticos, el olor a pescado se impregnaba
en las voces y en los oídos. Robin no había planificado nada, actuaría cuando
su intuición le indique que hacer, elegir una presa fácil que tenga dinero suficiente,
luego invitar a sus amigos lustrabotas al comedor popular. La esperó cerca al
río, en el recién inaugurado puente de la calle Puno, la Profesora Amparo no
tardó en llegar, fue el robo más rápido de la mañana, el colectivo venía de
Parcona, en pleno descenso del móvil, sus manos ingresaron al auto, sus dedos
pescaron una bolsa cocida hasta los huesos, dentro de ella una cartera con
doscientos soles, tarjetas de crédito vencidas y un calendario del Señor de
Luren.
Corrió por el callejón de Pedreros, al ver su accionar fue
seguido por otros cacos mayores, quienes le habían guardado su cajón de lustrar
calzado, con ciertas amenazas y lisuras lo atarantan, tuvo que dejarles cien
soles, la otra mitad estaba en sus manos, pensaba en el dinero, era mucho,
nunca sus manos pudieron tener esa cantidad, el problema fue cambiarlo en
sencillo, salir de ámbito de acción, buscar a sus amigos en la plaza para
compartir lo robado. Ya no regresó por el puente durante dos semanas, estuvo
robando carteras en la Avenida San Martín, en ese lugar tuvo su primer
accidente de trabajo, fue reconocido por un agraviado cuando le lustró las
botas de vaquero, se trataba de un reconocido hacendado de la ciudad, el
señorón avisó a la policía, se lo llevaron y decomisaron su herramienta
(lustrador).
Una tarde, se juntaron el niño sin padre y el adolescente sin
madre, los dos se fueron a robar mangos a la chacra de Jalisco, el viejo era un
enorme flaco, con cabello cano, usaba siempre vestimenta de cazador y un rifle
con cartucho 40, salir al campo le fue bien, descubre la tranquilidad del
tiempo, otros sonidos que no sean pitos y cláxones, lugares perfectos para leer,
la santidad de lo verde lo hace feliz, risueño, juguetón y comunicativo. Logró
contarle a Julián muchos relatos , la mayoría de oriente medio, sin olvidar por
supuesto los cuentos de Arguedas, uno de nombre Orovilca le encantó a su amigo,
sobre todo cuando habla del chaucato y del zorzal. Aquella tarde no planearon
nada, la naturaleza le tendía su mano olvidando los atracos de rutina, los
laburos, el escape a la carrera y la droga, las descripciones de ciertas lecturas
eran parecidas a la realidad, el campo
era un lugar de sanación.
Pasaron nueve años, se
acercaba la navidad y Robin volvió a robar solitario, la propaganda comercial
lo obligó a pensar en dinero, ahora quería llevar a sus amigos a comer pollo al
cilindro, comprar unos polos y zapatillas para alguien que necesite. Planificaba
sus trabajos, coordinaba con Harold para el reglaje, incluso se drogaba para
robar, su detención lo convertiría en recontra reincidente y puesto en una
cárcel para adultos. Quisiera relatar qué hacía con lo robado, algunos
deducirán, Robin tenía una tía prostituta, siempre iba a verlo cuando caía,
también usaba pelo pintado y colorete intenso, ella escuchó esta conversación,
fue lo último que supe de él:
- - Dígame
jovencito, ¿es usted reincidente?
- - Sí
señora
- -¿Dónde
está el dinero de la cartera de piel de mono que le pertenecía a Doña
Magdalena?
- -Ya
no existe
- - ¡Y
el dinero que contenía! Hablo la agraviada de turno.
- - Me
he comprado estas zapatillas y la ropa que llevo puesta…
- - Pero
eso no cubre el monto de lo robado, dijo la fiscal.
- - Lo
compartí con mis amigos del parque, me queda la cantidad que está en la mesa.
Doña Magdalena, al ver que su dinero no iba ser recuperado y
sabiendo de la calidad de la ropa puesta por el jovenzuelo, se acerco y comenzó
a desnudarlo. La fiscal miraba atónita, impotente, sin consideración por el
muchacho, quedó desnudo, la droga lo tenía flaco y los olores podridos mareado.
Cuando me lo contó Doña Guadalupe, recordé al muchacho triste del salón de
segundo “B”, más pena tuve cuando mi compañero volvió a ver su primera
herramienta de trabajo, la que le decomisaron años atrás, la conservaban como
trofeo de guerra.
Esta mañana fría, debo confesar que siempre lo amé, que a
pesar del tiempo aún permanece la frase de amor que copió pensando en mí, ojalá todavía permanezca al lado de las gradas, que suben hacía la dirección pasando por
el mástil, salgo un momento al baño para volver a leerla “Tú eres mi
pensamiento favorito, hasta el aire sabe que te necesito”, espero me perdone
por no estar a su lado, los libros que me daba me ubicaron en un mejor destino.
Julio- 2016