jueves, 6 de octubre de 2022

Un cuento de Abigail López

 

MI HERMANA



El sol empezaba asomarse por los cerros, los gallos cantaban, el agua recorría su rutina y la mañana amenazaba, abrazaba y extendía su mano por todo el campo de eucaliptos, retamas, sunchus y miles de flores aromáticas que cubrían las laderas de los guardianes del pueblo. Mayo Hurin tenía pocas casas, era una hilera, una sola calle que llegaba hasta la Paccha, lugar donde la gente humilde recibía el agua del nevado Carhuarazu.

Concepción, una niña de la Provincia de Lucanas, con 12 años sobre su espaldita, era conocida como “Conce”. Ella alistaba sus dulces y cuadernos en su mochila junto a su caputo (habas tostadas) para su lonchera, también vendía dulces, ya que el desayuno que le servían era muy poco y tenía que repartirse entre 10 hermanos. Esta triste situación económica, esta necesidad la llevó a soñar, conocer otros lugares, la niña había escuchado hablar de Ica, ciudad ubicada en la costa peruana, era su sueño estar en Ica, tendría mejores oportunidades y una buena calidad de vida para su futuro.

En el trayecto a la escuela el frio rozaba su cabello y su rostro se enrojecía, todo el tiempo no dejaba de pensar en Ica, en lo genial que sería estar ahí caminando bajo la sombra, porque si era “La ciudad del sol eterno”, habrá mucho calor. Se deleitaba pensando en sus lugares: Huacachina, El cañón de los perdidos, Orovilca, La plaza de armas, seguro también el desierto, ahí todo el fuego abrazará mí inocencia. Cuando llegaba a pensar en la comida, aparecían abundantes imágenes en su cabecita llegando a suspirar…

- ¡ay cielos! Tan solo de pensar en comida, se me derrite la lengua y mi barriguita grita de hambre, decía.

Pobre niña, juguetona y tierna, teniendo que ayudar en la chacra de sus padres para hacer parir a la tierra, obtener papa y poder sobrevivir. A su edad jugaba con la yunta, cuando los toros descansaban trataba de abrazarlos y con sus pequeñas manos les palmeaba la nariz.

A los 13 años, Concepción García Taquiri, emprendió su viaje a Ica, con la intención de tener un futuro mejor, estaba ansiosa y triste a la vez, ya que dejaría atrás a sus padres y hermanos(as),  su amado pueblo de abundante flora y fauna.

 Era una mañana de diciembre, la lluvia logró mojar sus mejillas y limpiarle sus lágrimas, se despidió de mamá cerca al riachuelo, a la salida de Chipao, lugar de los adioses. Los camiones ya no podían avanzar hasta el pueblo, aquí los ríos son profundos y muy caudalosos, escuchó decir a sus abuelos la última noche.

-       Hijita de mi corazón, le dijo en quechua su madre.

-       Mamay, me voy, sé que algún día volveré por ti, respondió Conce.

En Ica, su vida cambió radicalmente, ya que trabajaba de día y estudiaba de noche, lavaba ropa para unos señores de Santo Domingo, no pudo estar mucho tiempo donde sus familiares, ellos necesitan más que yo, pensaba como adulta, los domingos buscaba el río y casi siempre lo encontraba seco y lleno de basura.

Cavilaba,

- Tengo que salir adelante, sí o sí, lo tengo que hacer por encima de los ofrecimientos de los varones, que al verme desprotegida tratan de asustarme con sus pretensiones. Me vine de mi pueblo y tengo que salir adelante. Además, allá no había secundaria, aunque mis patrones se aprovechen de mi trabajo, aunque me paguen poco debo continuar dando lucha a la vida, la consigna es trabajar para vivir. Nunca me rendiré, siempre soñé con una casa, traer a mamá conmigo…

A los 15 años su corazón palpitó enamorado, rápidamente voló la ilusión al recordar la promesa hecha a sus padres, tenía bien claro su objetivo, encontrando apoyo en un primo pudo adquirir una pequeña carreta, comenzó a vender emoliente, le pedía a papá por carta, que le envíen eucalipto blanco. Así avanzó la muchacha de las trenzas negras, terminando de estudiar la secundaria.

Con el pasar de los años logró conseguir un terreno en San Martin de Porras y logró darle vivienda, vestido y comida a sus hermanos, ahora cocina en un restaurant de su propiedad, ya está por terminar la Universidad, dice que tiene su enamorado pero yo no lo conozco, ojalá comparta el sueño de ella, si es iqueño debe prepararse para conocer Mayo Hurin, mejor sería un paisano nuestro, la quiero tanto. Hoy me mira mientras escribo, no sabe que estoy contando su vida, soy su hermana número 10 me dice cada vez que me encuentra leyendo.

Logró cumplir su sueño mi inocente hermana, una inocente niña, que según dice ha encontrado nuevos retos en esta acogedora ciudad, que crece y crece, borrando los arenales para ser más ancha, matando lo verde y secándose de agua.

 

 

 López Gómez Abigail Isabella  

1 “B”

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