miércoles, 20 de agosto de 2014

CACHABLANCAS Y PISADIABLOS

Cuento inédito 

Darío Vásquez Saldaña ,en compañía de Tunchi Loco (Ica)
CACHABLANCAS Y PISADIABLOS


—Doctora, se va usted a lidiar con los impetuosos “cachablancas” de San Pablo y, por supuesto, también con esos fieros “pisadiablos” de San Miguel —le decía el Fiscal Superior de Cajamarca, doctor Alfieri González Izquierdo, a la doctora Palmerinda Vallumbrosio Mansilla, mientras le hacía entrega de sus credenciales como Fiscal Provincial de San Pablo de Chalaques, así como de la encargatura, en adición a sus funciones, de la Fiscalía Provincial de San Miguel de Pallaques.
—Veremos, doctor, qué tan bravos son —contestó la nueva Fiscal Provincial, con una sonrisa maliciosa—. Me gusta enfrentar los desafíos.
Antes de viajar a tomar posesión de su cargo, la doctora Vallumbrosio quiso enterarse de la ubicación, características y costumbres de los pueblos adonde se aprestaba a viajar. Lo que obtuvo fueron datos fragmentarios e incompletos, causándole más bien mucha gracia que a los de la provincia de San Pablo los motejaran de “Cachablancas”, y a los de San Miguel, de “Pisadiablos”.
—Mejor por qué no desistes de ese viaje —le dijo su prima, Ruperta Bailón, que no sabía ahorrarse lisuras—. ¿No ves que en San Pablo sólo cachan a las blancas?
—¡Jajajajajaja! —se rio Palmerinda—. Entonces me iré a San Miguel, dicen que está cerca. Si ahí pisan hasta a las diablas, por qué habrían de menospreciar a una negrita como yo.
Pero la historia de estos dos pueblos, salpicada de leyendas y anécdotas, habría de despejar las dudas de la fiscal: El pueblo de San Pablo se ha asentado sobre la antigua comunidad de los “Chalaques”, un ayllu de grandes productores agrícolas, y el pueblo de San Miguel sobre la comunidad de los “Pallaques”, un ayllu de recolectores y comerciantes.
Cuentan que los sampablinos de antes eran abusivos con los sanmiguelinos, iban en grupo y hacían destrozos en la comunidad: los mataban, incendiaban sus casas, robaban su ganado y a sus más lindas mujeres, causando pánico en la población. Pero, cansados los pisadiablos de tanto abuso, se prepararon convenientemente; esperaron la llegada de los prepotentes “cachablancas”, los tomaron por sorpresa y los mataron a casi todos, provocando desde esa oportunidad una rivalidad que, a Dios gracias, hoy  pasó  al olvido.
Cuentan, de igual manera, que en la ruta de tránsito de San Miguel hacia la costa, había una próspera hacienda: “Capellanía”, cuyo dueño era rudo y cruel; dentro de los castigos que solía infligir a su peonada, dicen que ensillaba al sirviente, lo montaba con espuelas, colocándole una tuza en el ano. En cierta ocasión un notable personaje de San Miguel pasó por su predio, lo apresó y lo hizo batir barro una semana, sólo por no saludarlo.    
Los sampablinos se quedaron con el mote de “Cachablancas”, debido a que a sus pobladores, para defenderse de los bandoleros que asolaban la zona, durante las primeras décadas del siglo XX, nunca les faltaba un revólver Smit Weson o una Colt, pero todos debían tener obligatoriamente la cacha blanca o nacarada, por lo cual se hicieron famosos: “Ay revólver de cacha blanca, no salgas de tu vaina si no vas a disparar y no vuelvas a ella sin honor”, era su dicho de batalla. Y sus vecinos, los sanmiguelinos, son conocidos como los “Pisadiablos”, debido a que su santo patrón es el arcángel San Miguel, a quien lo representan pisando al diablo.


A tan solo un mes de haber asumido sus funciones el comentario era ya casi unánime, la fiscal de San Pablo se había ganado el aprecio y el respeto de la población; ¿el secreto?: la rectitud y la firmeza de sus actos; ninguna dádiva o proposición deshonesta habrían de torcer sus decisiones. Asistía a su despacho con puntualidad británica y vestía impecablemente con terno azul o negro. Muy pronto se adaptó a la comida del lugar; complacida comía su cuy con papa, “aunque el sabor no se iguala con mi guiso de gato”, comentaba para sí; y cuando le servían su chochoca con caraucho, pedía que le pusieran un poquito más de pellejo tostadito de chancho, seguramente recordando la sabrosura de su inigualable carapulca chinchana. Los intelectuales y artistas de San Pablo la acogieron con gran cariño, llegando a cultivar una gran amistad con el profesor Elio Burgos, pintor de renombre nacional, quien le hizo un retrato de gran calidad pictórica.


Nos queda decir que Palmerinda Vallumbrosio Mansilla, es una dulce y escultural mujer de la provincia de Chincha, toda hecha de chancaca y canela; de ese tipo de morenas que cuando uno las tiene en el pecho, ni cien curanderos famosos el susto nos quita. Alta, hermosa, de unos ojos preciosos color de miel, tuvo que impresionar y hacer palpitar los corazones de los renombrados “Cachablancas”. Es posible que su investidura como Fiscal Provincial le haya cubierto de una aureola de respeto casi impenetrable, así que los enamoradizos tartamudeaban antes de animarse a lanzarle un piropo. Pero, Palmerinda no sólo se enfrentaba a los infractores de la ley sino también a los aguijones de la abstinencia; tenía necesidad de cariño, afecto, pasión; la ducha fría no habría de apagar indefinidamente el fuego ardiente de su corazón. Cuando intentó relacionarse con el geólogo y poeta Moshenga VIII, sintió el impacto de una cautelosa indiferencia. No quiso exponerse a más. Al cuarto mes decidió cambiar su residencia a San Miguel de Pallaques, para ver si por ahí algún intrépido pisadiablo osaba amortiguarle la quemazón. Sus primeras noches se despertaba creyendo que alguien le cantaba: Negrita ven, préndeme la vela, negrita ven… Mas, durante los dos meses de permanencia en San Miguel consiguió buenos amigos y nada más. Fue en procura de la amistad del escritor Antonio Goicochea, pero a este ratón de un solo hueco, entretenido en sus libros y sus poesías, no le quedaba tiempo para la galantería; se acercó con el mismo propósito al profesor Tirso Linares, pero éste, romántico cantor, sólo la entretenía algún fin de semana, con una bonita serenata, excusándose en los achaques de la jubilación para no atreverse, a pesar de las sutiles insinuaciones, a un lance con semejante monumento de fuego. Alguien le recomendó que visite al escritor Walter Lingán (quien, como buen pisadiablo, no le corre a ninguna presa), pero cuando fue a su casa, ahí terminaron todas sus esperanzas; los familiares del escritor le dijeron que estaba en Alemania, apachurrando a su Viuda Negra.
La hermosa fiscal se regresó a San Pablo de Chalaques.
—Elio —le dijo a su mejor amigo, al encontrarlo en su taller—, no quiero almorzar sola, he venido a pedirte que me acompañes.
Cuando llegaron al restaurante “La Negra”, en el barrio “La Ermita”, Palmerinda se detuvo frente al panel.
—¿Me trajiste acá por mi color?, o la especialidad es la comida negra —dijo la fiscal, con una sonrisa burlona en sus labios.
—Mi querida doctora, puede estar segura de que no hubo segunda intención, solo que aquí la sazón es la mejor.
—Deja ya de llamarme doctora, desde este momento a cada uno por su nombre y punto, ¿estamos?
—Estamos.
Ambos pidieron su cuy chactado y su chochoca rebosante de caraucho. Palmerinda pidió seis cervezas que las sirvieran de dos en dos.
—Estamos de cumpleaños mi querida amiga —dijo Elio.
—No hay ningún santo, simplemente me ausentaré por una semana; nos convocaron a Cajamarca a todos los fiscales provinciales; pero hoy día quiero perderme… —dijo Palmerinda, mirando a su amigo, con unos gestos que decían mil cosas muy bonitas.
Al agotarse las seis cervezas, Palmerinda mostraba ya los signos iniciales de la embriaguez.
—Elio —dijo Palmerinda, tomándole cariñosamente de una mano—, ¿tienes todavía esos macerados, que se parecen a los vinos de Sunampe, que me invitabas mientras me hacías el retrato?
Elio contestó afirmativamente, pero le advirtió que esos licores eran muy fuertes, no aptos para mujeres.
—No te preocupes, buenmozo —dijo Palmerinda. Era evidente que los efectos del licor le habían distorsionado la visión—, ¿acaso no te anticipé que hoy día quería perderme? ¡Llévame a tu taller!
Era cierto, Elio tenía bien guardados una sarta de botellas de añejos macerados de chirimoya, naranja, lima, chuchuhuasha, uña de gato y guanarpo, preparados con ese aguardiente incomparable de Anispampa; una sola habría bastado para dormir a una vaca. Había llegado el momento de destapar sus dos añejos de guanarpo: la botella marcada con una H, grande, indicaba que contenía el macerado de guanarpo hembra y la marcada con una M, el macerado de guanarpo macho.
A las diez de la noche Palmerinda ya no pudo soportar la picazón: “¡Llévame a tu cama, Elio…, llévame a tu cama, papito lindo”, le rogaba. Tuvo que obedecerla, le acostó en la mullida cama donde pinta a sus modelos y salió para asegurar la puerta. A su regreso se puso a guardar las botellas inconclusas, mas su sorpresa fue mayúscula, él había estado tomando la botella marcada con la H. Palmerinda alcanzó a desvestirse totalmente, pero se quedó profundamente dormida; “esta morena se va a resfriar”, dijo Elio, le dio una sonora palmada en el poto y la cubrió… ¡mal pensados, qué creyeron ustedes!, claro que la cubrió con una abrigadora frazada.


La reunión de fiscales terminó en un almuerzo campestre. Al final, cuando los camaradas de Palmerinda le lanzaban bromas, con el lujurioso apodo de los sampablinos, se acercó el Presidente de la Corte.
—Doctora Vallumbrosio —dijo el doctor Alfieri González—, la felicito; pensé que esos cachablancas y pisadiablos le harían la vida imposible.

—Doctor González —dijo la doctora Palmerinda—, yo también tuve algún temor en un primer momento, pero no, todo ese renombre es puro cuento. Pensé que los famosos pisadiablos eran unos temerarios y valentones; nada que ver, doctor, no pisan ni a las hormigas, pero eso sí, pisan muy bien el barro. De los mentados cachablancas, creí que eran unos voluptuosos sin freno, pero igual, doctor, pura alharaca; es posible que les guste fornicar tan solo con sus cholas blanquiñosas, pero con las negras, ni bola, ni aunque se les ofrezcan gratis… Pediré mi cambio de inmediato, doctor.
Darío Vásquez Saldaña (Piscoyacu - San Martín - 1946)
De izquierda a derecha: Darío Vásquez, Oswaldo Reynoso....

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