lunes, 18 de octubre de 2021

EL RUISEÑOR Y LA ROSA Oscar Wilde

—Ella me prometió que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —murmuró el Estudiante—; pero en todo el jardín no queda ni una sola rosa roja. El Ruiseñor le estaba escuchando desde su nido en la encina, y lo miraba a través de las hojas; al oír esto último, se sintió asombrado. —¡Ni una sola rosa roja en todo el jardín! —repitió el Estudiante con sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Ay, es que la felicidad depende hasta de cosas tan pequeñas! Ya he estudiado todo lo que los sabios han escrito, conozco los secretos de la filosofía y sin embargo, soy desdichado por no tener una rosa roja. —Por fin tenemos aquí a un enamorado auténtico —se dijo el ruiseñor—. He estado cantándole noche tras noche, aunque no lo conozco; y noche tras noche le he contado su historia a las estrellas; y por fin lo veo ahora. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios son tan rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha hecho palidecer su rostro hasta dejarlo del color del marfil, y la tristeza ya le puso su marca en la frente. —El Príncipe da el baile mañana por la noche —seguía quejándose el Estudiante—, y allí estará mi amada. Si le llevo una rosa roja bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja la estrecharé entre mis brazos, y ella apoyará su cabeza sobre mi hombro, y apoyará su mano en la mía. Pero como no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella pasará bailando delante mío, sin siquiera mirarme y se me romperá el corazón. —Este sí que es un auténtico enamorado verdadero —seguía pensando el Ruiseñor—. Yo canto y él sufre; lo que para mí es alegría, para él es dolor. No cabe duda que el amor es una cosa admirable, más preciosa que las esmeraldas y más rara que los ópalos blancos. Ni con perlas ni con ungüentos se lo puede comprar, porque no se vende en los mercados. No se puede adquirir en el comercio ni pesar en las balanzas del oro. —Los músicos estarán sentados en su estrado —decía el Estudiante—, y harán surgir la música de sus instrumentos, y mi amada bailará al son del arpa y el violín. Ella bailará tan levemente, que sus pies casi no tocarán el suelo, y los cortesanos, con sus trajes fastuosos, formarán corro en torno suyo para admirarla. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja para darle. Y se arrojó sobre la hierba, y ocultando su rostro entre las manos, se puso a llorar amargamente. —¿Por qué está llorando? —preguntó una lagartija verde que pasaba frente a él con la cola al aire. —¿Sí, por qué? —murmuraba una margarita a su vecina, con voz dulce y tenue. —Está llorando por una rosa roja —explicó el Ruiseñor. —¿Por una rosa roja? —exclamaron las otras en coro. ¡Qué ridiculez! La lagartija, que era un poco cínica, se puso a reír a carcajadas. Sólo el Ruiseñor comprendía el secreto de la pena del Estudiante y, posado silenciosamente en la encina, meditaba sobre el misterio del amor. Por último, desplegó sus alas oscuras y se elevó en el aire. Cruzó como una sombra a través de la avenida, y como una sombra se deslizó por el jardín. En medio del prado había un magnífico rosal, y el Ruiseñor voló hasta posársele en una de sus ramas. —Necesito una rosa roja —le dijo. Dámela y yo te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su ramaje. —Mis rosas son blancas —le contestó—, como la espuma del mar y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve donde mi hermana que crece al lado del viejo reloj de sol, y puede ser que ella te proporcione la flor que necesitas. El Ruiseñor voló hacia el gran rosal que crecía junto al viejo reloj de sol. —Dame una rosa roja —le dijo—, y te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su follaje. —Mis rosas son amarillas —contestó—, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar, y más amarillas que el Narciso que florece en el prado. Pero anda a ver a mi hermano, que crece al pie de la ventana del Estudiante, y quizás él pueda darte la flor que necesitas. El Ruiseñor voló entonces hasta el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante. —Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su follaje. —Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré rosas rojas. —Una rosa roja es todo lo que necesito —exclamó el Ruiseñor—; ¡sólo una rosa roja! ¿No hay manera alguna de que la pueda obtener? —Hay una manera —contestó el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela. —Dímela —repuso el Ruiseñor—. Yo no me asustaré. —Si quieres una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que construirla con tu música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu corazón. Debes cantar con tu pecho apoyado sobre una de mis espinas. Debes cantar toda la noche, hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida fluirá en mis venas y se hará mía... —La propia muerte es un precio muy alto por una rosa roja —murmuró el Ruiseñor—, y la vida es dulce para todos. Es agradable detenerse en el bosque verde y ver al sol viajando en su carroza de oro y a la luna en su carroza de perlas. Es muy dulce el aroma del espino, y también son dulces las campanillas azules que crecen en el valle y los brezos que florecen en el collado. Sin embargo, el Amor es mejor que la vida, y, por último, ¿qué es el corazón de un ruiseñor comparado con el corazón de un hombre enamorado? Y, desplegando sus alas oscuras, el ruiseñor se elevó en el aire, cruzó por el jardín como una sombra, y como una sombra se deslizó a través de la avenida. El Estudiante seguía echado en la hierba, como lo había dejado; y las lágrimas no se secaban en sus anchos ojos. —¡Alégrate! —le gritó el Ruiseñor—. ¡Siéntete dichoso, porque tendrás tu rosa roja! Yo la construiré con mi música, a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi corazón. Lo único que pido en cambio, es que seas un verdadero amante, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, por muy sabia que ésta sea, y es más poderoso que la Fuerza, por muy fuerte que ella sea. Las alas del Amor son llamas de mil tonalidades, y su cuerpo es del color del fuego. Sus labios son dulces como la miel, y su aliento es como la mirra silvestre. El Estudiante levantó la vista de la hierba y escuchó, pero no comprendió lo que decía el Ruiseñor, porque él sólo podía entender lo que estaba escrito en los libros. En cambio, la encina comprendió y se puso a balancear muy tristemente, porque sentía un hondo cariño por el pequeño Ruiseñor que había construido el nido en sus ramajes. —Cántame, por favor, una última canción —le susurró la encina—, porque voy a sentirme muy sola cuando te hayas ido. Y el Ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que cae de una jarra de plata. Cuando terminó la canción del Ruiseñor, se levantó el Estudiante y sacó del bolsillo un cuadernito y un lápiz. —He de admitir que ese pájaro tiene estilo —se dijo a sí mismo caminando por la alameda—, eso no puede negarse; pero ¿acaso siente lo que canta? Temo que no, debe ser como tantos artistas, puro estilo y nada de sinceridad. Jamás se sacrificaría por alguien, piensa solamente en música y ya se sabe que el arte es egoísta. Sin embargo, debo reconocer que su voz da notas muy bellas. ¡Lástima que no signifiquen nada, o que no signifiquen nada importante para nadie! Luego entró en su alcoba, y, echándose sobre su cama, comenzó de nuevo a pensar en su amor. Después de unos momentos se quedó dormido. Cuando la luna alumbró en los cielos, el Ruiseñor voló hacia el rosal, y apoyó su pecho sobre la mayor de las espinas. Toda la noche estuvo cantando con el pecho contra la espina, y la luna fría y cristalina se inclinó para escuchar. Toda la noche estuvo cantando así apoyado, y la espina se hundía más y más en su carne y la sangre de su vida se derramaba en el rosal. Cantó primero al nacimiento del Amor en el corazón de los adolescentes. Entonces, en la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo como canción tras canción. Al principio era pálida, como la niebla que flota sobre el río; pálida como los pies de la mañana y plateada como las alas de la aurora. La rosa que floreció en la rama más alta del rosal era como el reflejo de una rosa en un cáliz de plata, era como el reflejo de una rosa en espejo de agua. El rosal le gritó al Ruiseñor para que apretara más su pecho contra la espina. —¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o el día llegará antes de haber terminado de fabricar la rosa! Y el Ruiseñor se apretó más contra la espina, y más y más creció su canto porque ahora cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un joven y de una virgen. Y un delicado rubor comenzó a cubrir las hojas de la rosa, como el rubor que cubre las mejillas del novio cuando besa los labios de su prometida. Pero la espina no llegaba todavía al corazón del corazón, y el corazón de la rosa permanecía blanco, porque sólo la sangre de un ruiseñor puede enrojecer el corazón de una rosa. Y el rosal le gritó al Ruiseñor para que se apretara más aún contra la espina. —¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o llegará el día antes de haber terminado de fabricar la rosa! Y el Ruiseñor se apretó más aún contra la espina, y la espina al fin le alcanzó el corazón. Un terrible dolor lo traspasó. Más y más amargo era el dolor, y más y más impetuosa se hacía su canción, porque ahora cantaba el Amor sublimado por la muerte, el Amor que no puede aprisionar la tumba. Y la rosa del rosal se puso camersí como la rosa del cielo del Oriente. Su corona de pétalos era púrpura como es purpúreo el corazón de un rubí. La voz del Ruiseñor ya desmayaba, sus alitas comenzaron a agitarse, y una nube le cayó sobre sus ojos. Su canto desmayaba más y más, y sentía que algo le obstruía la garganta. Entonces tuvo una última explosión de música. Al oírla la luna blanca se olvidó del alba y se demoró en el horizonte. Al oírla la rosa roja tembló de éxtasis y abrió sus pétalos al frescor de la mañana. El eco llevó la canción a la caverna de las montañas, y despertó a los pastores dormidos. Luego navegó entre los juncos del río que llevaron el mensaje hasta el mar. —¡Mira, mira —gritó el rosal—, la rosa ya está terminada! Pero el Ruiseñor no contestó, porque estaba muerto con la espina clavada en su corazón. Ya era eso del mediodía cuando despertó el Estudiante; abrió la ventana y miró hacia afuera. —¡Caramba, qué maravillosa visión! —exclamó—. ¡Una rosa roja! En mi vida he visto una rosa semejante. Es tan hermosa que estoy seguro que tiene un nombre muy largo en latín. Se inclinó por el balcón y la cortó. En seguida se caló el sombrero, y con la rosa en la mano, corrió a la casa del profesor. La hija del profesor estaba sentada cerca de la puerta, devanando una madeja de seda azul, con su perrito a los pies. —Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —exclamó el Estudiante—. Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. Esta noche la prenderás sobre tu corazón y como bailaremos juntos podré decirte cuánto te amo. Pero la jovencita frunció el ceño. —Me temo que no va a hacer juego con mi vestido nuevo —repuso—, Y, además el sobrino del Chambelán me envió unas joyas de verdad, y todo el mundo sabe que las joyas son más caras que las flores. —Eres una ingrata incorregible —dijo agriamente el Estudiante, y tiró con ira la rosa al arroyo donde un carro la aplastó al pasar. —¿Ingrata? —dijo la muchacha—. Yo te digo que eres un grosero. ¿Qué eres tú, después de todo? Sólo un estudiante, y ni siquiera creo que lleves hebillas de plata en los zapatos, como lo hace el sobrino del Chambelán. Y muy altanera se metió en su casa. —¡Qué cosa más estúpida es el Amor! —se dijo el Estudiante mientras caminaba—. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no demuestra nada y le habla a uno siempre de cosas que no suceden nunca, y hace creer verdades que no son ciertas. En realidad no es nada práctico, y como en estos tiempos ser práctico es serlo todo, volveré a la Filosofía y al estudio de la Metafísica. Y al llegar a su casa, abrió un libro lleno de polvo, y se puso a leer. FIN

martes, 14 de septiembre de 2021

EL CADÁVER DE UN FRACASO

Escribe: Dante Castro



El estado peruano, desde la dictadura de Fujimori, se prestigió por haber acabado con el terrorismo. Decía haberlo derrotado política y militarmente. Nunca dijo que acabó con las causas estructurales que hicieron posible el terrorismo, pero cada cierto tiempo espantaban al público con sorpresivas noticias de reestructuración del aparato orgánico o de sobrevivencia de remanentes del terrorismo. Son más de 25 años de aprovechamiento del tema para conseguir fines políticos a través del miedo. El pánico vende, el miedo moviliza, el temor desmoviliza, la estupidez paraliza y la imbecilidad se multiplica de acuerdo a los titulares de la prensa amarilla y las patinadas de la TV basura. Tiene que suceder algo en el VRAEM en épocas electorales, sino no hay porcentajes de votos para la derecha y en especial para el fujimorismo. Las campañas psicosociales son fáciles de manejar, los muñecos se crean en las oficinas de DIRCOTE y pasan un file o "fail" a cada estúpido/a que dice trabajar en la "unidad de investigación" de cada medio de prensa. Ahora le temen a un cadáver.

¿Dónde está el fracaso? El estado no confía en su capacidad de crear consensos contra el terrorismo, no confía en sus mecanismos de control del subconsciente colectivo y le teme aún a Sendero Luminoso. Si hay alguien asustado aquí es el vencedor, no el vencido.
Dice la doctrina penal que la pena sirve para redimir al reo y reincorporarlo a la sociedad. Note usted, estimado-a lector-a, que la prisión militar de la Base Naval del Callao no redime a nadie, no reeduca, no trabaja para reincorporar a la sociedad al culpable de terrorismo. No se trata de un castigo al sentenciado, sino de una venganza, de un desquite con humillación incluida. La peligrosidad del reo hizo que convivamos con un régimen penitenciario fuera de la ley. ¿Tanta era su peligrosidad? De haber ido a una prisión común, ¿podía convocar multitudes?
Igualmente pasa ahora con un cadáver al que no saben qué hacerle. Un cuerpo inerte está jaqueando a un régimen que se dice "estado de derecho". No saben si quemarlo, si esparcir sus cenizas en el mar, si no mancillar el mar de Grau con sus cenizas, si sepultarlo en secreto sin mostrarlo a sus deudos, si desaparecerlo para que su tumba no se convierta en lugar de veneración. Es tan patético el espectáculo que merecería un cuento al estilo Gabo.
Los tres poderes del estado son los tres chiflados dándose tropezones y sin saber en qué dirección correr. Un parlamento hostil dominado por el fujimorismo en varios matices, acusa al ejecutivo por estar repleto de senderistas-terroristas encubiertos. ¡Movadef está en palacio!, dicen. La prensa color KK sube las tintas de sus titulares y editoriales para demostrar el senderismo en el gobierno y pedir vacancia. Pero el cadáver, ay, siguió muriendo. No basta con que el presidente Pedro Castillo deslinde con el terrorismo ni que varios ministros exijan la pulverización o atomización del cuerpo.
La doble moral de la derecha, incluidas las FFAA y PNP, necesita del cadáver y a la vez quieren desaparecerlo. Lo necesitan en la medida que el pánico antiterrorista es un elemento de gobernabilidad. Reclaman desaparecerlo porque el cadáver puede reclutar simpatías y su tumba será un templo. Dudan en desaparecerlo, porque se convertirá en mito. Al final, la opinión de las FFAA que no derrotaron a SL prevalecerá y lo han de incinerar para que sus cenizas vayan a destino desconocido.
Lógico es que las víctimas del terrorismo de SL reclamen el máximo rigor, a menos que crean que les agradecerán por haber matado a sus padres, hijos o familiares cercanos. Nadie puede mofarse del dolor ajeno: no tienen derecho. Igualmente nadie puede mofarse del dolor de las víctimas del terrorismo de estado, ese que perpetraron las FFAA genocidas contra pobladores civiles desarmados.
Por otra parte, los marxistas no podemos rasgarnos las vestiduras por un cadáver. El cuerpo inerte es una porción de materia del universo, nada más. En sí mismo, no merece deificación ni veneración. La "sagrada sepultura" es un concepto cristiano, por lo tanto metafísico. Los que emprenden el camino de la lucha armada están absolutamente convencidos de la insignificancia de sus restos después de haber sido ejecutados o asesinados. Del paradero de la muerte, no hay boleto de regreso, tal como no existe la "resurrección de la carne". En tal sentido, reclamar el cadáver solo tendría efectos en cuanto a la satisfacción de un derecho reconocido en la legislación y para fines criminalísticos de investigación de causas del deceso. La pervivencia del mito está muy por encima del destino del cuerpo.
Pero mientras el cadáver sigue muriendo, al decir de César Vallejo, me preocupa el otro cadáver: el de una democracia que hace medio siglo dejó de respirar porque su legitimidad solo convence a los ilusos, tontos e ingenuos. Esta democracia que no puede aceptar que un maestro de escuela rural haya ganado las elecciones, que un quechua hablante masque coca en el Parlamento, que no concibe el progreso con justicia social. Ese es el verdadero cadáver insepulto, putrefacto, que cada 5 años sacan de su catafalco para tratar de revivirlo y que en cada una de esas ocasiones, apesta más. Estamos a tiempo de deshacernos de ese cadáver pestilente y suplantarlo por una democracia participativa que integre al pueblo a través del poder popular. Medítenlo mientras los carroñeros disfrutan de su vocación funeraria y su aliento de cementerio.

domingo, 29 de agosto de 2021

USHANAM JAMPI

 



La plaza de Chupán hervía de gente. El pueblo entero, ávido de curiosidad, se había congregado en ella desde las primeras horas de la mañana, en espera del gran acto de justicia a la que se había convocado la víspera, solemnemente.

     Se habían suspendido todos los quehaceres particulares y todos los servicios públicos. Allí estaban el jornalero, poncho al hombro, sonriendo con sonrisa idiota, ante la frase intencionada de los corros; el pastor greñudo de de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en torno de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barcotea un rosario interminable de conjuros, y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y capa cónica tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito que apenas le llega al vértice de los codos.
     Y por entre esa multitud, los perros, unos perros de color ámbar sucio, hoscos, de cabeza angulosas y largas como cajas de violín, costillas transparentes, pelos hirsutos, miradas de lobo, cola de zorro y patas largas, nervudas y nudosas yendo y viniendo incesantemente, olfateando a las gentes con descaro, interrogándoles con miradas de ferocidad contenida, lanzando ladridos impacientes, de bestias que reclamaran su pitanza.
     Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de sus miembros. Conce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Un delito que había alarmado a todos profundamente, no tanto por el hecho en sí cuanto por la circunstancia de ser la tercera vez que un mismo individuo cometía igual crimen. Algo inaudito en la comunidad. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa e inflexible de los yayas, merecedora de un castigo pronto y ejemplar.
     Al pleno sol, frente a la casa comunal y en torno de una mesa rústica y maciza, con una macicez de mueble incaico, el gran concejo de los yayas, constituido en tribunal, presidía el acto, solemne, impasible, impenetrable, sin más señales de vida que el movimiento acompasado y leve de las bocas chacchadoras, que parecían tascar un freno  invisible.
     De pronto los yayas dejaron de chacchar, arrojaron de un escupitajo la papilla verdusca de la masticación, limpiáronse en un pase de manos de las bocas espumosas y el viejo Marcos Huacachino, que presidía el consejo, exclamó:
   -Ya hemos cachado bastante. La coca nos aconsejará en el momento de la justicia. Ahora bebamos para hacerlo mejor.
     Y todos servidos por un decurión, fueron vaciando a grandes tragos un enorme vaso de chacta.     
     -Que traigan  a Conce Maille –ordenó Huacachino una vez que todos terminaron de beber.
     Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el  Tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las lujurias y amenazas de la muchedumbre. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que la del abatimiento. Era tal la regularidad de sus facciones de indio puro, la gallardía de su cuerpo, la altivez de su mirada, su porte señorial que, a pesar de sus ojos sanguinolentos, fluía de su persona una gran simpatía la simpatía que despiertan los hombres que poseen la hermosura y la fuerza.
     -¡Suéltenlo! –exclamó la misma voz que había ordenado traerlo.
     Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó.
     -José Ponciano te acusa de que el miércoles pasado le robaste su vaca y que y que has ido a vendérsela a los de Obas. ¿Tú qué dices?
     -¡Verdad! Pero Ponciano me robó el año pasado un toro. Estamos pagados.
     -¿Por qué entonces no te quejaste?
     -Porque yo no necesito de que nadie me haga justicia. Yo mismo sé hacérmela.
     -Los yayas no consentimos que aquí nadie se haga justicia. El que se la hace pierde su derecho.
     Ponciano al verse aludido, intervino:
     -Maille está mintiendo, taita. El toro que dice que yo le robé se lo compré a Natividad Huaylas. Que lo diga; está presente.
     -Verdad,  taita –contestó un indio, adelantándose hasta la mesa del consejo.
     -¡Perro! –gritó  Maille, encarándose ferozmente a Huaylas-. Tan ladrón tú como Ponciano. Todo lo que tú vendes es robado. Aquí todos se roban.
      Ante la imputación, los yayas, que al parecer dormitaban, hicieron un movimiento de impaciencia al mismo tiempo que muchos individuos del pueblo levantaban sus garrotes en son de protesta y los blandían gruñendo rabiosamente. Pero el jefe del tribunal, más inalterable que nunca, después de imponer silencio con gesto imperioso dijo:
     -Conce Maille, has dicho una brutalidad que ha ofendido a todos. Podríamos castigarte entregándote a la justicia del pueblo, pero sería abusar de nuestro poder.
     Y dirigiéndose al agraviado José Ponciano, que desde uno de los extremos de la mesa, miraba torvamente a Maille, añadió:
     -¿En cuánto estimas tu vaca, Ponciano?
     -Treinta soles, taita. Estaba para parir, taita.
     En vista de estas respuestas el presidente se dirigió al público en esta forma:
     -¿Quién conoce la vaca de Ponciano? ¿Cuánto podrá costar la vaca de Ponciano?
     Muchas voces contestaron a un tiempo que la conocían y que podría costar realmente los treinta soles que le había fijado su dueño.
     -¿Has oído, Maille? –dijo el presidente al aludido.
     -He oído, pero no tengo dinero para pagar.
     -¡Tienes ganado, tienes tierras, tienes casa. Se te embargará uno de tus ganados, y como tú no puedes seguir aquí porque es la tercera vez que compareces ante nosotros por ladrón, saldrás de Chupán inmediatamente y para siempre. La primera vez te aconsejamos lo que debías hacer para que enmendaras y volvieras a ser hombre de bien. No has querido. Te burlas de yaachisum.  La segunda vez tratamos de ponerle bien con Felipe Tacuche, a quien le robaste diez carneros. Tampoco hiciste caso del alli-achusun, pues no has querido reconciliarte con tu agraviado y vives amenazándole constantemente… Hoy le ha tocado a Ponciano ser el perjudicado y mañana quién sabe a quién le tocará. Eres un peligro para todos. Ha llegado el momento de botarte y aplicarte el jirarishum. Vas a irte para no volver más. Si vuelves, ya sabes lo que te espera: te cogemos y te aplicamos ushanam-jampi. ¿Has oído bien Conce Maille?
     Maille se encogió de hombros, miró al tribunal con indiferencia, echó mano al huallqui que, por milagro había conservado en la persecución y sacado un poco de coca se puso a chacchar lentamente.
     El presidente de los yayas, que tampoco se inmutó por esta especie de desafío del acusado, dirigiéndose a sus colegas, volvió a decir:
     -Compañeros, este hombre que está delante de nosotros es Conce Maille, acusado por tercera vez de robo en nuestra comunidad. El robo es notorio; no lo ha desmentido, no ha probado su inocencia. ¿Qué debemos hacer con él?
     -Botarlo de aquí, aplicarle jirarishum,  - contestaron a una voz los yayas, volviendo a quedar mudos e impasibles.
     -¿Has oído Maille? Hemos procurado hacerte un hombre de bien; pero no lo has querido. Caiga sobre ti el jirarishum.
     Después levantándose y dirigiéndose al pueblo, añadió con voz solemne y más alta que la empleada hasta entonces.
     -Este hombre que ven aquí es Conce Maille, a quien vamos a botar de la comunidad por ladrón. Si alguna vez se atreve a volver a nuestras tierras cualquiera de los presentes podrá matarlo. No lo olviden. Decuriones, cojan a ese hombre y sígannos
     Y los yayas, seguidos del acusado y de la muchedumbre, abandonaron la plaza, atravesaron el pueblo y comenzaron a descender por una escarpada senda, en medio de un imponente silencio. Hasta los perros, momentos antes inquietos, bulliciosos, marchaban en silencio, gachas las orejas y las colas, como percatados de la solemnidad del acto.
     Después de un cuarto de hora de marcha por  senderos abruptos, el jefe de los yayas levantó su vara de alcalde y la extraña procesión se detuvo al borde del riachuelo que separa las tierras de Chupán de las de Obas.
     -¡Suelten a ese hombre! –exclamó el yaya de la vara.
     -Y dirigiéndose al reo:
     -Conce Maille: desde este momento tus pies no pueden seguir pisando nuestras tierras porque nuestros jircas se enojarían, y su enojo causaría la pérdida de las cosechas y se secarían las quebradas y vendría la peste. Pasa el río y aléjate para siempre de aquí.
     Maille volvió la cara hacia la multitud que con gesto de asco e indignación, más afligido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar, exclamó:
       -¡Ysmayta-micuy!
       - Y de cuatro saltos salvó las aguas del Chillán y desapareció entre los matorrales de la banda opuesta, mientras los perros ladraban furiosamente, sin atreverse a penetrar en las cristalinas y bulliciosas aguas del riachuelo.
     Si para cualquier hombre la expulsión es una afrenta, para un indio, y un indio como Conce Maille, la expulsión de la comunidad significa todas las afrentas posibles, el resumen de todos los dolores frente a la pérdida de todos los bienes; la choza, la tierra, el ganado, el jirca y la familia. Sobre todo, la choza.
     El jirarishum es la muerte civil del condenado, una muerta de la que jamás se vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros, punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo las férulas del misti; lo que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza.
Y Conce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Sobre todo, habían dos fuerzas que le atraían constantemente a la tierra perdida: su madre y su choza. ¿Qué iba a ser de su madre sin él? Este pensamiento le irritaba y le hacía concebir los más inauditos proyectos. Y exaltado por los recuerdos nostálgico y cargado su corazón de odio, como una nube, de electricidad, harto en pocos días de la vida de azar y merodeos que se le obligaba a llevar, volvió a repasar, en las postrimerías de una noche, el mismo riachuelo que un mes antes cruzara a pleno sol, bajo el sol, bajo el silencio de una poblada hostil y los ladridos de una jauría famélica y feroz.
     A pesar de su valentía, comprobada cien veces, Maille, al pisar la tierra prohibida, sintió como una mano que le apretara el corazón, y tuvo miedo. ¿Miedo de qué? ¿De la muerte? Pero ¿qué podría importarle la muerte a él, acostumbrado a jugarse la vida por nada? ¿Y no tenía para eso su carabina y sus cien tiros? Lo suficiente para batirse con Chupán entero escapar y cuando se le antojara.
     Y el indio, con el arma preparada, avanzó cauteloso, auscultando todos los ruidos, oteando los matorrales, por la misma senda de los despeñaderos  y de los cactus tentaculares y amenazadores como pulpos, especie de vía crucis, por donde solamente se atrevería a bajar, pero nunca a subir, los chupanes, por estar reservada para los grandes momentos de su feroz justicia. Aquello era como la roca Tarpeya del pueblo.
     Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía:
     -Entra guagua-yau, entra. Hace muchas noches que tu madre no duerme esperándote. ¿Te habrán visto?
     Maille, por toda respuesta, se encogió de hombros y entró.
     Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando  le falta poder para recuperarlo, pensaba: “Maille, volverá cualquier noche de estas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Natalia, no habrá nada que lo detenga”.
     Y los yayas pensaban bien. La choza sería la trampa en que habría de caer alguna vez el condenado. Y resolvieron vigilarla día y noche, por turno, con disimulo y tenacidad verdaderamente indios.
     Por eso aquella noche, apenas Conce Maille penetró a su casa, un espía corrió a comunicar la noticia al jefe de los yayas.
     -Conce Maille ha entrado a su casa, taita. Natalia le ha abierto la puerta –exclamó palpitante, emocionado, estremecido aún por el temor, con la cara de un perro que viera a un león de repente.
     -¿Estás seguro, Santos?
     -Sí, taita, Nastasia lo abrazó. ¿A quién podría abrazar la vieja Natalia, taita? Es Cunce…
     -¿Está armado?
     -Con carabina, taita. Sí vamos a sacarlo, iremos todos armados Cunce es malo y tira bien.
     Y la noticia se esparció por el pueblo eléctricamente… “¡Ha llegado Cunce Maille! ¡Ha llegado Cunce Maille!” era la frase que repetían todos estremeciéndose. Inmediatamente se formaron grupos. Los hombres sacaron a relucir sus grandes garrotes –los garrotes de los momentos trágicos-; las mujeres, en cuclillas, comenzaron a formar ruedas frente a la puerta de sus casas, y los perros, inquietos, sacudidos por el instinto, a llamarse y a dialogar a la distancia.
     -¿Oyes Cunce? –murmuró  la vieja Natasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquel, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo-. Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. ¿No oyes? Te habrán visto.. ¡Para qué habrás venido guagua-yau!
     Conce hizo un gesto desdeñoso y se limitó a decir:
     -Ya te he visto, mi vieja, y me he dado el gusto de saborear una chaccha en mi casa. Voime ya. Volveré otro día.
     Y el indio, levantándose y fingiendo una brusquedad que no sentía, esquivó el abrazo de su madre y, sin volverse, abrió la puerta, asomó la cabeza a ras del suelo y atisbó. Ni ruidos, ni bultos sospechosos; sólo una leve y rosada claridad comenzaba a teñir la cumbre de los cerros.
     Pero Maille era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de ese silencio. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo; dio en seguida un paso atrás, para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvo la puerta y echó a correr como una exhalación. Sonó una descarga y una lluvia de plomo acribilló la puerta de la choza, al mismo tiempo que innumerables grupos de indios armados de todas armas, aparecían por todas partes gritando: ¡Muera Conce Maille! ¡Ushanam-jampi! ¡Ushanam-jampi!
     Maille apenas logró correr unos cien pasos, pues otra descarga, que recibió de frente, le obligó a retroceder y escalar de cuatro saltos felinos el aislado campanario de la iglesia, desde donde, resuelto y feroz, empezó a disparar certeramente sobre los primeros que intentaron alcanzarle.
     Entonces comenzó algo jamás visto por esos hombres rudos y acostumbrados a todos los horrores y ferocidades; algo que, iniciado con un reto, llevaba trazas de acabar en una heroicidad monstruosa, épica, digna de la grandeza de un canto.
      A cada diez tiros de los sitiadores, tiros inútiles, de rifles anticuados, de escopetas inválidas, hechos por manos temblorosas, el sitiado respondía con uno invariablemente certero, que arrancaba un lamento y cien alaridos. A las dos horas había puesto fuera de combate a una docena de asaltantes, entre ellos a un yaya, lo que había enfurecido al pueblo entero.
     -¡Tomen, perros! –gritaba Maille a cada indio que derribaba-. Antes que me cojan mataré cincuenta. Cunce Maille vale cincuenta perros chupanes. ¿Dónde está Marcos Huacachino? ¿Quiere un poquito de cal para su boca con esta shipina?  
     Y shipina era el cañón de arma, que amenazadora y mortífera, apuntaba en todo sentido.
     Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. El comisionado debería comenzar por ofrecerle todo, hasta la vida que, una vez abajo y entre ellos, ya se verá cómo eludir la palabra empeñada. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille, y de palabra capaz de convencer al más desconfiado.
     Alguien señaló a José Facundo. –“Verdad –exclamaron  los demás-. Facundo engaña al zorro cuando quiere y hace bailar al jirca más furioso”.
     Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa misión, recostó su escopeta en la tapia en que estaba parapetado, sentase, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zig-zags, en dirección al campanario gritando:
     -¡Amigo Cunce!, ¡amigo Cunce! Facundo quiere hablarte.
     Conce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó:
     -¿Qué quieres, Facundo?
     -Pedirte que te bajes y te vayas.
     -¿Quién te manda?
     -¡Yayas!
     -Yayas son unos supaypa-huachasgan, que cuando huelen sangre quieren beberla. ¿No querrán beber la mía?
     -No, yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más.
     -Han querido matarme.
     -Ellos no; ushanam-jampi, nuestra ley. Ushanam-jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestra gran jirca-yayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos.
     Conce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba.
     -No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro jirca que me dejarán partir sin molestarme.
     Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del ushanam.jampi no había juramento posible.
     Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó:
     -He venido a ofrecerte lo que pidas. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiera a mi hermano.
     Y, abriendo los brazos, añadió:
     -Cunce, ¿no habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupán que me he abrazado con un valiente como tú.
     Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó en los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se les había tendido, y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantándolo en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo, que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor.
     -¡Perro!, más perro que los yayas –exclamó Maille, trémulo de ira-, te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua.
     Facundo cerró los ojos y se limitó a gritar rabiosamente:
     -¡Ya está!, ¡ya está! ¡ya está! ¡Ushanam-jampi!
     -¡Calla, traidor!-, volvió a rugir Maille, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a facundo por la garganta se la apretó tan rudamente que le hizo saltar la lengua, una lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda.
     Maille sonrió satánicamente, desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua de su víctima y  se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que, aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñaladas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba, que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñaladas se le hundieron en el cuerpo.
     -¡No le hagan así taitas, que el corazón me duele! –gritó la vieja Nastasia, mientras salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada  por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquella vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento.
     -¡A arrastrarlo! –gritó una voz.
     -¡A arrastrarlo! –respondieron cien más.
     -¡A la quebrada con él!
      -¡A la quebrada!
     Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero, por el pueblo, para que,, según los yayas, todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus.
     Cuando los arrastradotes llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillán, sólo quedaba de Conce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus, las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros.
     Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Conce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas.

ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

viernes, 27 de agosto de 2021

LA CALLE TACNA Y LA LITERATURA EN ICA

En una de las visitas a la casa de Luis Zambrano, me contó que las palabras del poema resurrección aparecieron al ver un papel botado en la pista, él había cruzado la acequia “La Mochica”, siempre buscaba leer el poeta y justo al ingresar a la calle Tacna le llamó la atención un papel en blanco, este encuentro encendió la luz. Pasar por aquel lugar, era una ruta obligada cuando se dirigía al centro de la ciudad. Aquí el poema.

Era un papel

botado en la pista

arrugado

triste

muerto de hambre y de pena

abandonado a su suerte

entre harapos.

 

Era un papel

sin rumbo

golpeado por el viento

herido por la lluvia

cansado de vivir

ya sin líneas

y sin nombre

agonizante.


Cayó sobre él

un verso

y echó a volar.

En la foto que se adjunta, la casa que está junto al puente, al lado de la acequia, le perteneció o vivía ahí el poeta Rolando Tello Pérez. Ahora luce abandonada, sin título de propiedad a la vista, lo bueno es que la casa abriga al sol cada día. Algunas veces lo vi sentado mirando como el agua discurría con rumbo sur, tenía un parecido a Gabo, estoy seguro que después de meditar esa tarde, escribiría lo versos de su poema “Como un árbol cansado”, claro la acequia pequeña es un río. Leamos algunos versos.

“Aquí nos sentaríamos

¡Ahí! Sobre esa piedra detenida en la orilla

como un témpano invalido.

                               Entonces yo abriría mi juventud

                               a estas cosas y empujaría al río por mis venas,

                               su canto;

                               y nuestros sueños juntos, linyeras del infinito

                               se irían, aún más lejos, que estos perdidos pájaros”.


A cien metros del lugar están los recuerdos de César Panduro, sus alegrías y tristezas al jugar con su hermano Erick, el amor a su madre Florencia Astorga natural de Los Molinos y todo su mundo.

“Se reía de los puentes

que hacía con las cañas en las orillas de la acequia

reía de su hermano que no aprendió a abrir los dientes

que dormía a su lado y lo calmaba de sus pesadillas….”



miércoles, 25 de agosto de 2021

FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA (del libro "Apuntes de un Caminante")

 

LOS FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA

Por: Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

La forma como estaban constituidas las regiones en la época prehispánica, En esa dualidad de arriba hacia abajo (hanan – Hurin) la ciudad de Ica se establece transversalmente como la capital de la educación en el sur chico.

 Ya que reúne a importantes pueblos ubicados en la parte de arriba (hanan), así tenemos a las provincias ayacuchanas: Lucanas, Huancasancos y Parinacochas de la región Ayacucho; Chalhuanca, Abancay, Andahuaylas y demás provincias de la Región Apurimac; Huaytará y todos sus distritos de la Región Huancavelica. Los de abajo (Hurin) van desde Cañete hasta Nasca. Desde los valles interandinos bajaron gente importante para las artes plásticas, cabe mencionar en esta introducción a los niños ayacuchanos, que llegaron por Ica a estudiar en Instituciones públicas, aquí se convirtieron en grandes pintores, ellos son: Dante Guevara Bendezú y Percy Gavilán Chávez, ambos del Distrito Ocaña, en cuyos trazos están los colores de los Nascas y Paracas, culturas pre – incas que se remontaron hasta sus cabeceras, llegando estos hombres a enaltecer sus orígenes, universalizando el paisaje, los elementos sagrados y dando vida a los habitantes de estas candentes tierras.

Lo que se estableció desde Lima, la forma como  dividieron al Perú por departamentos al inicio de La República no le ha quitado el protagonismo a nuestra ciudad, muy a pesar que se encuentra cerca de la capital Lima. Sin embargo se siguen tomando decisiones en los escritorios, dejando de lado lo que la Reforma Educativa señalaba:

ü  Igualdad en las oportunidades de vida para todos los peruanos

ü  Escolaridad básica efectiva y diversificada.

 Aún no toman en cuenta como nuestros ancestros dividieron al Perú, hace falta una verdadera regionalización, esperamos que se tome en cuenta después de leer la presente columna. Digo esto porque antes que entrara en funcionamiento la “Universidad Nacional San Luis Gonzaga”, nuestra Región ya hospedaba a niños y jóvenes talentosos, como es el caso de José María Arguedas, nuestro tayta llegó a estudiar primero y segundo año de secundaria en el Colegio San Luis Gonzaga.

Desde que empezó su funcionamiento la Universidad Nacional, en la década del 60, estuvo relacionada a grandes misiones que llegaban a Ica para conocer su pasado precolombino; pero es en la década del 70 donde se vislumbra su gran aporte al país y la Región, sin duda la Reforma Educativa sirvió de mucho en la gran rivalidad existente entre las Instituciones “José Toribio Polo” y “San Luis Gonzaga”. Competían en todas las asignaturas (hoy áreas) hechos que han venido a convertirse en parte de la Historia y la Literatura, desde el verso de sus docentes hasta la prosa de sus estudiantes, en el género dramático se alcanzó una elevada notoriedad con el Elenco Teatral Campiña Iqueña. La facultad de Educación tenía a la Institución “Abraham Valdelomar” como centro de aplicación, lugar donde los futuros docentes hacían su prácticas pre- profesionales. Muchos coinciden en que fue la primera reforma educativa que tuvo a la población organizada mediante los núcleos educativos comunales, se salieron de las aulas para analizar el problema educativo desde lo político, económico y social. El perfil del egresado era: “Surgimiento de un nuevo hombre plenamente participante en una sociedad libre, justa, solidaria y desarrollada por el trabajo creador y comunitario de todos sus miembros e imbuido en valores nacionalistas”.                                             

Ya en el 2011, Ana Ethel del Rosario Jara Velásquez egresada de la Institución Educativa Antonia Moreno de Cáceres, asumía la Presidencia del Consejo de Ministros. Abogada por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2015, José Luis Tordoya Cabezas egresado de la Institución Educativa José Toribio Polo, asumía el cargo de Consejero Regional. Químico Farmacéutico por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2017, Javier Cornejo Ventura egresado también del José Toribio Polo, asumía las funciones de Alcalde Provincial de Ica. Ingeniero Civil por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica.

Producto de las migraciones hacia Ica, el ayacuchano Miguel Jhonny Huamaní Chávez estudia en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga, hoy es el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, cargo que viene ejerciendo desde el presente año. Otro lucanino, es el actual Presidente Regional Javier Gallegos Barrientos, estudió su secundaria en el Colegio Nacional "Victor Manuel Maurtua" en el Distrito de Parcona, Distrito que realizara la primera revolución campesina en el Perú (1924), egresado de nuestra primera casa de estudios, de la Facultad de Ingeniería Civil. El Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo es abogado por la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, me refiero a Iber Maraví Olarte, más conocido por su trabajo creador en la música. Él también es ayacuchano, siendo hijo de una leyenda en Ica, el huancavelicano Antenor Maraví Izarra, ex Director de las Instituciones Educativas San Luis Gonzaga y José Toribio Polo.

Las personalidades políticas que hoy cuentan con 55 a 60 años de vida, estudiaron la secundaria en una Institución pública en la década del 70, son producto de la Reforma Educativa, participan plenamente en la sociedad, teniendo como objetivo una sociedad libre, justa y solidaria. El producto de la Reforma Magisterial la tendremos en algún tiempo y de seguro otros estarán escribiendo de sus profesores. Lo que les puedo decir como conclusión es que los docentes que enseñaban en el  José Toribio Polo los encontré como catedráticos en la Universidad, los buenos profesores que llegaron a Ica establecieron sus hogares en la ciudad. Actualmente Ica sigue creciendo con la llegada de muchos jóvenes talentosos y rápidamente se ubican en los arenales que rodean nuestro valle.

agosto, 2021

miércoles, 18 de agosto de 2021

El terrorismo no es una ideología ni un programa político en el Perú.

Escribe: Miguel Ángel Malpica

A riesgo de sonar polémico, tenemos que decirlo: jamás vamos a eliminar el terruqueo si seguimos señalando que el PCP – SL y el MRTA son organizaciones terroristas. Dicho de otro modo: no se va a poder deslindar del terrorismo correctamente, y por lo tanto del mote de terrorista para toda persona de izquierda, si no señalamos que el terrorismo no es una ideología ni un programa político y por lo tanto no pueden ser los conceptos con los que debemos acercarnos al estudio de estos dos partidos políticos que devinieron en organizaciones subversivas. 
Algunos creen que luchar contra el terruqueo es salir al frente y decir “yo no soy terrorista, pero Sendero y el MRTA sí”. Muchos han saludado que Bellido, Castillo y Perú Libre salgan a “repudiar” el terrorismo de los 80 y 90. Pero eso, en vez de aclarar la situación, le da más herramientas a la derecha para seguir terruqueando, porque tanto la izquierda parlamentaria como la derecha tienen en común algo: afirmar que el PCP – SL y el MRTA son terroristas. Ahí vemos a Patria Roja deslindando del terrorismo gonzalista, como vemos a la derecha repudiar el terrorismo senderista. O a Cerrón y Mendoza, en el mismo tono, repitiendo igual que Fujimori o López Aliaga: los 80 y 90 fueron épocas de terrorismo. Podrán tener muchas diferencias Nuevo Perú, Perú Libre y el Frente Amplio, e incluso Patria Roja, con la derecha, y muy bien que las tengan y que bueno que sea así, pero no cabe duda que los políticos de esa izquierda no hacen más que reforzar el terruqueo y seguir echando sobre el Conflicto Armado Interno lo que más exige la derecha: sombras históricas que impiden abordar de manera objetiva los hechos que, con dolor y violencia, convulsionaron al país por casi 21 años en un contexto de lucha social y política, no terrorista.
Como escribe la investigadora francesa Anouk Guiné en su artículo sobre Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular, que por más que nos genere horror el asesinato de Moyano, o por más que nos indigne hasta rabiar la matanza de Lucanamarca a manos del PCP - SL o la masacre de Las Gardenias del MRTA, tenemos que estudiar de manera racional e ilustrada los hechos que iniciaron en 1980 en un pueblo pequeño de Ayacucho. Ya tempranamente el periodista Gustavo Gorriti señalaba que lo fundamental en el PCP – SL no era el terrorismo sino acciones políticas como guerrilla, propaganda o sabotaje. Se tiene que describir con las palabras y los conceptos correctos los episodios violentos vividos, afirmó Gorriti alguna vez: no caer en la trampa semántica del “terrorismo”. También de parte de los militares existe, aunque débil, esa posición: el General Sinesio Jarama, uno de los jefes militares en la época más violenta del conflicto, hacia una diferencia entre terrorismo y subversión armada, señalando que lo primero es una acción delincuencial común y lo segundo un fenómeno social y político, para finalmente señalar que el PCP – SL y el MRTA eran subversión armada. Como vemos, hasta un general tiene mayor claridad sobre lo que sucedió en los 80 y 90, que nuestros actuales políticos de derecha e izquierda. 
Pero nada de esto piensan nuestros políticos ni académicos. Sobre los primeros ya hemos hablado. Es con los segundos con quienes tenemos que arreglar cuentas porque ellos han lucrado y siguen lucrando con las muertes del Conflicto Armado Interno: por más de 20 años han escrito sobre la guerra, haciendo “hablar” al enemigo senderista y emerretista, al padre militar y genocida, invitándonos a reflexionar sobre la humanidad de los subversivos, de los generales ministros, convocándonos a conocer sus motivaciones, etc. Becados en Europa y los Estados Unidos, columnistas en el New York Times o en El País: nos han dicho cómo ha sido el conflicto desde sus novelas, artículos, ensayos o textos de no ficción pero ahora callan sepulcralmente. Qué curioso que hoy, que se necesita más su voz académica, permanezcan en silencio, pues cuando se terruqueó a Bellido no alzaron la voz para exigir un tratamiento objetivo, en este caso a Edith Lagos, de las personalidades que participaron en la guerra, o cuando ahora Béjar señaló que las acciones terroristas tienen antecedentes en instituciones estatales no han salido a explicar, estos académicos nuestros, correctamente qué es el terrorismo y porqué existió antes de las acciones del PCP-SL o del MRTA. Que pena que hoy, cuando esos libros que escribieron necesitan leerse mucho, se evidencie que por más que nos hablen del conflicto desde una supuesta eticidad más justa y dialogante, nos han hablado desde una tramposa posición lucrativa, pues hasta ahora no han logrado captar realmente lo que pasó en el Perú en los 80 y 90 pero viven de la memoria del país. Simplemente, como los políticos de izquierda y derecha, se resumen en llamar organización terrorista al PCP – SL y al MRTA. Y eso, como se acaba de ver, no sirve para nada. Muy por el contrario, genera este mar de confusión donde hasta el supuestamente rojo de Cerrón tiene que salir a repudiar a los rojos senderistas, repitiendo lo que la derecha quiere. ¿Acaso han deslindado públicamente del PCP – SL sin caer en el juego de la derecha? Han dicho lo que militares y fujimoristas desean. Es decir: todos, en estos años de postconflicto, tenemos que salir a decir que fue terrorismo lo que pasó hace 41 años. 
Hoy que algunos celebran el bicentenario, estamos viviendo uno de los conflictos más cruentos de nuestra historia, conflicto cuyas dimensiones no se han medido aún pero que vemos día a día: es el conflicto que se libra en el campo de la memoria histórica, en el saber qué pasó en esos años que nos pintan de un rojo como la sangre. Son 21 años, que comienzan en el 2000, en los que escritores, sacerdotes, intelectuales, académicos, políticos y una gama inmensa de personas públicas, han hablado de cómo fue y que resultó del Conflicto Armado Interno. No hay mucha discrepancia en ello, en el proceso del conflicto ni en los resultados: “fue terrorismo”. De acuerdo a lo que han dicho y escrito, han ganado dinero, laureles académicos, pero sobre todo han sostenido visiones políticas sobre el conflicto que han permitido que en estos días se apliquen normas judiciales, terror mediático e incomprensión sobre esos años. Todo nos da como resultado este mundo en el que es terrorista hasta el hijo del padre que nada tiene que ver con el tío que fue amigo de un senderista. 
Existen tres visiones sobre el conflicto: la del Estado fujimorista, que continua aplicando leyes contrasubversivas en tiempos de supuesta paz, la de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, biblia de la izquierda parlamentaria y el progresismo peruano pero que silenció la voz de los llamados enemigos, y finalmente, la visión de los derrotados. No me detendré hoy a explicar esas tres visiones, tal vez lo haga en una próxima oportunidad. Concluiré diciendo que la única forma en la que algún día nos acerquemos correctamente, y de manera objetiva al Conflicto Armado Interno y lo que realmente significa el terrorismo en nuestro país, será cuando se considere como válidas todas las voces que participaron en dicho conflicto y se deje de lado el término terrorismo y terrorista. Esto, obviamente, no debe tener el objetivo de validar ninguna de las tres visiones, que están mediadas por apreciaciones dogmáticas, muchas de las cuáles no quieren reconocer las responsabilidades políticas en el conflicto ni tampoco algún atisbo de crítica a sus dirigentes que purgan condena y prisión, ya sea en la Base Naval o en Barbadillo. La necesidad de establecer un balance multilateral y objetivo de la guerra que vivimos, por lo tanto, debería ser una obligación impostergable de la izquierda que propugna un cambio de régimen social, económico y político para construir una sociedad postcapitalista. 
Nuestra primera tarea para realizar este balance sería dejar de llamar organizaciones terroristas y por lo tanto terroristas a quienes, errados o no, tomaron una decisión en 1980. Con esta primera tarea, y con el balance como meta, podremos acabar con el terruqueo de manera definitiva, sin ponernos a la cola de la derecha y sus intereses.

jueves, 1 de julio de 2021

EL MERCADER DE LA FLOR AZUL Novela de Jay J. Bastian

Fragmento del primer capitulo: UNA AVENTURA NOCTURNA
—Soy el hijo de aquel hombre que tienes cautivo, mi señor. Los dos somos comerciantes, esta dama de aquí es nuestra escolta privada y… tuvimos la mala idea de entrar por este bosque, ya que nos urge ir a Santa Lorena —responde Sebastián mintiendo con descaro. —Solo los idiotas más grandes vendrían por aquí o aquellos que tienen algo que ocultar —señala el arquero—. No me quieras engañar niño, llevas algo de valor en esas carretas y parece que no quieres que nadie lo sepa, sino, no tomarías el riesgo de venir por el bosque maldito de Castos. —Mi señor arquero es muy perspicaz. Es cierto que llevamos algo muy valioso, pero le aseguro que no quiere saber de esto — dice Sebastián procurando ser precavido con cada palabra que emite. — ¡No me quieras tomar por tonto niño! —exclama el bandido para luego golpear con su arco el estómago de Sebastián. El aprendiz cae al suelo vomitando saliva del dolor. — ¡No se mueva mi señora! —le grita inmediatamente Sebastián a De Mariana. Ella retrocede. Sabe que las vidas de sus otros dos camaradas se pueden extinguir sino piensa con cuidado en lo que hará. —Mi señor… escúcheme… —dice Sebastián mientras a duras penas se vuelve a poner de pie—. Si no le gusta lo que le propongo, entonces podremos matarnos unos a otros, si es lo que quiere, pero... por favor solo escúcheme. El bandido ríe con discreción, luego voltea hacia sus camaradas y comienza a reír sin reparo. Acto seguido, es acompañado por el resto de bandidos que comienzan a burlarse. —Adelante niño habla —dice el líder bandido. Sebastián se limpia la baba de la boca y vuelve a ver a De Mariana, lanzándole una mirada que implora confié en él —Mi señor, no miento, lo que llevamos ahí, no le dará ningún beneficio, ya que es… Vid… “Vid Azul” Las dos últimas palabras en la oración de Sebastián conmocionan al bandido, el cual cambia de actitud, radicalmente. — ¡Qué locura es esa! – clama el arquero de la capucha roja. —Mi señor, me presentaré… yo soy Sebastián De Alonzo, hijo de Miguel De Alonzo, a quien tiene usted a su merced. Nosotros somos dueños de la Casa de Comercio de Alonzo. Mi padre y yo encontramos la manera de cultivar la “Flor Azul” para producir La Bebida de Reyes, La Vid Azul. Conseguimos tal hazaña aquí… en estas tierras —confiesa Sebastián sorprendiendo tanto al bandido como a De Mariana—. Como sabrá, es un alto crimen. Imagine que usted se hace con ello, no podrá sacarle valor alguno, más allá de beberlo, pues no podrá comerciar con él. Nosotros somos los únicos que podemos lidiar con el riesgo y los recursos para contrabandearlo. El bandido escucha cada palabra de Sebastián con interés y avaricia. —Continua… —dice el líder de los bandidos con una sonrisa maliciosa. —Le propongo esto mi señor…. Deje ir a mi padre, denos unos caballos para que con ellos llevaremos la Vid Azul a su destino, dejándolo a salvo de ella, a cambio, justo ahora le entregaré dos barriles de vid completamente llenos, para que usted y sus hombres disfruten, y una bolsa de cien reales, con la promesa de traerle trescientos reales más, al amanecer. Yo me quedaré en prenda, así mi padre volverá por mí con el dinero, teniendo usted mi vida como garantía. Mientras Sebastián decía esto, la expresión en el bandido iba cambiando entre la duda y la sorpresa. Ahora es la expresión de un hombre tentado por el dinero. —Por último mi señor, si usted acepta este trato, no será el único que tendremos, ya que como le dije, conseguimos producir la Vid Azul con éxito y planeamos, sacarle el mayor provecho posible. Para ello, necesitamos una ruta segura hasta Sagrada Lorena… y… este bosque olvidado por la ley, es una excelente opción. Claro será así, si usted y sus hombres permiten y protegen nuestro paso por este camino. Piénselo bien, lo que tendríamos entre manos sería uno de los negocios más lucrativos del “Virreinato”. Sebastián termina de dar su discurso y un silencio le sigue. Por su parte el bandido le mira, extendiéndole una macabra sonrisa. —Y si mejor… ¡Los mato aquí! ¡Nos bebemos todo el licor! ¡Violamos a las zorras! y ¡Nos quedamos con los cien reales! —Si hace eso mi señor… Solo tendría un gran dolor de cabeza mañana, el recuerdo de unas mujeres y unas pocas monedas en su bolsillo. Que quiere que le diga… el mejor negocio de su vida acaba de aparecer ante usted y solo quiere conformarse con migajas. Para mí, eso sería muy idiota de su parte. Cuando Sebastián dejó de hablar, el bandido ya había dejado de reír. Lo que nota con frustración De Alonzo, lamentándose que no funcionara la persuasión de su joven aprendiz. —Ya escuché suficiente —dice el líder bandido, cansado de la palabrería de Sebastián. — ¡Quinientos reales por semana! –Exclama el joven aprendiz de contrabandista—. ¡Eso es lo ganará! ¡Si acepta el trato! Los bandidos sorprendidos hablan entre ellos, emocionados por tal cantidad de dinero, siendo su líder el mayor entusiasmado. 
 —Niño, crees que sólo dejaré ir a tu padre como si nada… que garantías tengo de que esto no será un engaño. Al volver el viejo que lo haga con una cuadrilla de soldados —habla el bandido dispuesto a negociar. 
—No se preocupe, nosotros no podemos recurrir a la ley, como usted sabe, no podríamos explicar la procedencia de nuestra Vid Azul, además, me quedaré como su rehén. Pongo mi vida en este trato, esperanzado en esta futura sociedad. Sebastián está en su límite; el cuerpo le tiembla siéndole difícil mantener la postura; el sudor de su frente le llega hasta los ojos, los que ya están rojos y lagrimeando; y ya solo le quedan fuerzas para decir unas palabras más 
 —Entonces ¿socios? El bandido le mira, se toma un momento y finalmente decide. — ¡Suelten al viejo! —les ordena el arquero a sus hombres, luego le extiende la mano a Sebastián. El joven suelta un suspiro de alivio y le estrecha la mano al hombre de la capucha roja. 
—Socios… —dice Sebastián mostrando resiliencia. 
 — ¡Socios pues! —le manifiesta el hombre muy complacido
—. Ahora te vienes conmigo y no te olvides de los dos barriles de Vid Azul, que hay que celebrar.
 — ¡Estás de broma!
 —interviene Flor De Mariana muy indignada. Pero antes de que la guerrera perdiera el control, Sebastián actúa. ¡Flor por favor piense en los vivos! 
—clama el aprendiz, esperando llegar al corazón de la mujer. De Mariana recapacita e inmediatamente recuerda la peligrosa situación en la que están sus dos compañeros.
 — ¡Malditos sean todos ustedes! —brama la guerrera. Sebastián se aleja del bandido y raudo se acerca a la mujer. 
 —Las vidas de Fernanda y Antonio están a salvo por el momento —dice Sebastián con voz baja—. Por favor… lleve a Antonio a la ciudad, él no aguantará hasta el amanecer sin un doctor, Fernanda y yo estaremos bien, se lo prometo, tengo un plan. 
 —Mataron… a Fermín —insiste la guerrera conteniéndose. 
—Y pagarán por eso, pero por favor mi señora, ahora no hay tiempo para eso, las vidas de Antonio y Fernanda están en peligro- «Ya habrá otra oportunidad para cobrar venganza» Le dice De Mariana. — ¿Algún problema? 
—le pregunta el líder de los bandidos a Sebastián. 
 —No mi señor, mi escolta solo está preocupada por mi seguridad, me ha cuidado desde que era un bebé y le molesta que me quede, pero ya han entrado en razón
 —miente Sebastián, así como mintió sobre ser el hijo de su maestro con mucha facilidad. 
—Sí que es una zorra muy dura, mató a muchos de mis hombres, pero bueno es el riesgo del oficio de bandido —dice con una actitud de victoria—. Que se vaya de una puta vez que hay que celebrar. De Mariana, de momento ha aceptado la situación, pero se mantiene alerta. Los bandidos sueltan a De Alonzo, que comienza a correr desesperadamente hacia Sebastián.
 —Hijo, gracias a la Diosa estás bien, no te preocupes volveré por ti, solo espera, ¡tu padre! no te va a abandonar —dice el viejo contrabandista, haciendo una actuación increíble. De Alonzo ha escuchado todas las mentiras dichas por su aprendiz. Ahora solo le sigue en el teatro que se ha montado, haciéndose pasar por un preocupado padre, abrazando a Sebastián y besándole en la frente con lágrimas en los ojos. Luego de haber pactado la colaboración, los bandidos traen seis caballos de entre los árboles mientras Sebastián baja con dificultad y mucho esfuerzo, dos de los barriles de la carreta. Abre uno de ellos delante del líder bandido y con una jarra de madera, sirve un trago al malhechor. Este lo prueba y al notar el exquisito sabor del preciado licor, suelta un aullido hacia el cielo, sonríe y maldice entusiasmado por la fiesta que se darán esa noche. Con los caballos listos y el camino despejado, De Alonzo se monta en el asiento del conductor listo para partir. De Mariana está al lado de Antonio, quien agoniza en la carreta principal. Ella le toma una mano mientras ora por su vida.
 —Partan de una vez, estaré esperando por ustedes —dice Sebastián en voz alta, el cual está ahora atado de manos. 
— ¡Solo aguanta hijo! ¡Volveré! —clama el maestro, esforzándose en su actuación.
 —Fernanda, sé fuerte, regresaré, lo juro 
—le dice Flor De Mariana a su joven compañera. De Alonzo da la orden a las bestias y parten apresuradamente dejando atrás al aprendiz y la joven mercenaria. — ¿Estás seguro de esto? —le pregunta Fernanda a Sebastián.
 —Claro, que es un veinte por ciento de mi ganancia en pérdidas, cuando el ochenta está a salvo. Después de todo fue una apuesta desde el principio —responde Sebastián con frialdad. La respuesta del aprendiz deja extrañada a la guerrera, quien no comprende el significado de esas palabras y muchos menos, entiende la actitud del joven. Sebastián y Fernanda son llevados prisioneros hasta un descampado en medio del bosque, muy cerca del camino donde fueron atacados. 
— ¡Increíble verdad! —clama el líder Bandido, orgulloso de su escondite. 
—Sí que lo es —coincide Sebastián, admirando el bien asentado campamento en medio de aquel claro, rodeado por árboles y rocas.
 — ¿Cómo dieron con este lugar? —pregunta Sebastián impresionado por el asentamiento de bandidos. — Es una larga historia, pero básicamente tuvimos suerte de hallar el lugar hace unos meses.
 — ¿Cómo consiguen suministros para mantenerse aquí? 
—De otras bandas de bandidos o viajeros del camino real. Los asaltamos allí y traemos con nosotros el botín. Lo podemos hacer gracias al laberinto de caminos improvisados que conectan el bosque con otras rutas oficiales. 
—La Diosa les sonrió al toparse con este lugar, están benditos —halaga Sebastián a su captor. — ¿Eres un creyente o algo? —pregunta el bandido con la ceja levantada. —Por supuesto, soy devoto de Santa Helena, después de todo nací en Ciudad bendita de Sagrada Lorena —miente el aprendiz. 
—Podremos ser pillos, pero también somos devotos de la Santa y la Diosa
. —Como no serlo, con la guerra en el noreste asechando. 
—Coincido mi joven amigo, solo la Diosa ofrece protección del mal que amenaza nuestro mundo—dice el líder bandido, sonando muy solemne, lo que extraña a los dos jóvenes prisioneros. El campamento está lleno de malhechores. Y no perderían más el tiempo, porque inmediatamente se dispusieron a beber el contenido del primer barril. Los trúhanes se sirven tarros llenos del valioso líquido, el que beben como si fuera agua. A un lado del bullicio que generan los bandidos en su festejo, se encuentran Sebastián y Fernanda, observando todo sin poder moverse del lugar debido a las ataduras en sus manos y pies. 
—Muy bien mi joven amigo, no me había presentado antes, pero como seremos socios, así que hay que hacerlo oficial. Déjame decirte quien soy, mi nombre no es de tu jodida incumbencia, solo dime Archer. ¿Quedó claro? —dice el líder de los bandidos sosteniendo una gran jarra de Vid Azul, bebiendo como si no existiera un mañana.
 — ¿Archer? ¡Está de broma! —se burla Fernanda. — ¿Algún problema preciosa? —amenaza el hombre a la joven mercenaria. 
 —Disculpe pero… ¿Ese no es una palabra de aquel idioma extraño que hablan de los extranjeros de la “Gran Isla del Viejo Mundo”? —interrumpe Sebastián para qué el bandido fije su atención en él y no en Fernanda. —Pues sí —responde el bandido alegre, como si hubiera sido alabado por Sebastián—. Te contaré el origen de mi apodo. Una vez, cuando era un novato, mi banda y yo atrapamos a un hombrecillo extraño de cabellos rojos. El muy idiota era una especie de explorador que se atrevió a venir al bosque. Pareciera que nadie le contó de los peligros de Castos. En fin, como fuere, nosotros no le entendíamos muy bien que decía. A veces se le salía ese extraño idioma suyo, otras hablaba el nuestro como si fuera un niño de cuatro años. Eso nos causaba gracia, así que lo mantuvimos con vida. Hasta que un día se me ocurrió un juego. Lo atamos a un árbol, le dibujamos un círculo en su frente y nos pusimos borrachos perdidos. Queríamos saber quién de nosotros tenía la mejor puntería y el mejor se convertiría el líder de la banda. Como ves, fui yo el vencedor. Todo gracias a mi habilidad con el arco. Pero aquí viene lo interesante, antes de morir el extranjero me suplicó usando una palabra extraña para mí en ese entonces. Él decía «Mister Archer, mister Archer, no me mate» Una y otra vez lo repetía mientras le clavaba una fecha tras otra en su cuerpo y no moría, solo fue hasta después de que le claváramos quince flechas que murió el desgraciado. Esa fue la experiencia más excitante de que había vivido hasta ese momento. Y para nunca olvidarlo me quedé con esa palabra como mi apodo. — ¿Y sabe lo que lo significa? —pregunta Sebastián intentado ganar tiempo. —Creo que solo significa arquero o algo así, no estoy seguro. 
—En efecto, eso significa, mi señor Archer. Sin duda un nombre que alaba su increíble habilidad con el arco —dice Sebastián, agradando al bandido. 
 —Como te atreves a ser su lame botas, sabes que Fermín murió por proteger tu preciado licor y a ti te importa una mierda —le recrimina Fernanda a Sebastián. 
 —Oye preciosa, si no cierras esa boquita te romperé todos los dientes. Luego colocaré mi miembro en tu boca y me harás el trabajito ¡Qué te parece eso! —se expresa vulgarmente el arquero mientras devora con la mirada a mercenaria. 
—Será mejor que se calle, señorita —dice Sebastián calmadamente, furioso en sus adentros por la intromisión de la joven.
—. Mi señor Archer, no le haga caso, por favor disfrute de la bebida, mañana llegará el resto del dinero, no hay porqué complicar las cosas. El bandido lo piensa, se toma un trago y escupe al suelo.  
—Muy bien, te haré caso porque pareces sensato. 
—Gracias, usted también es un hombre razonable. 
—Ya me voy. Ustedes quédense tranquilitos sin hacer ruido 
—Así lo haremos, mi señor Archer, verá que mañana tendrá sus reales a la mano. La noche sigue y los dos jóvenes se han quedado en silencio. Fernanda está enojada con Sebastián, pero él, no le da la más mínima importancia. Por otro lado los bandidos ya van comenzando con el segundo barril. Ebrios, comienzan a ver el bello rostro de Fernanda y sus bajos instintos comienzan a aflorar. —Preciosa por qué no te quitas esa armadura y nos bailas un rato —grita un bandido, seguido por las arengas de los demás. — ¡Váyanse al demonio! —les grita Fernanda. —Creo que es hora de divertirse un rato, ¿no lo creen bastardos?, ¡solo no la maten! ¡Recuerden! ¡La tenemos que entregar viva para mañana! —dice Archer ya bajo los efectos del alcohol. 
— ¡Malditos bastardos! ¡Los mataré si me tocan! —vocifera la mercenaria mientras los bandidos se acercan a ella. 
 — ¿No te importa verdad, mi joven amigo? —le pregunta el Archer a Sebastián. 
—Para nada —responde Sebastián sin remordimientos—. El trato solo era por mi vida y la de mi padre. Lo que le pase a esta mujer no me importa. Los bandidos ríen con demencia y Fernanda contempla horrorizada, la inexpresividad de Sebastián. 
 — ¡Quítenle la armadura! ¡Que nos baile primero! —exclama el líder, muy emocionado y excitado. De pronto, Archer nota como una lágrima de sangre sale de su ojo izquierdo. Este se sorprende y antes de decir siquiera una palabra empieza a vomitar sangre. Desplomándose en el suelo, donde un intenso dolor en el estómago le quema y retuerce desde adentro. Al mismo tiempo, esto comienza a pasarles a los otros bandidos. Los cuales también expulsan sangre por la boca, y se lamentan de dolor. En cuestión de segundos, todos los bandidos han caído, sin poder hacer nada. Algunos tratan de ponerse de pie, pero es inútil. Fernanda observa la escena estupefacta. 
—Puedes liberarte, si es así, creo que es hora de que tomes una de sus espadas y comiences a rematarlos. El veneno va a tardar en quitarles la vida —dice Sebastián, orgulloso de su plan.
 — ¿Veneno? ¿Cuándo? ¿Cómo es posible? —le pregunta Fernanda a Sebastián, tratando de asimilar lo que está pasando.
 — ¿Sabes o no liberarte de las cuerdas? —dice Sebastián sin querer dar explicaciones 
—Si… Si sé, solo… espera —responde Fernanda poniendo manos a la obra. La mercenaria había sido bien entrenada por Flor de Mariana, en todo tipo de artes, siendo el escape, algo indispensable para cualquier mercenario que pudiera ser capturado. Hábilmente Fernanda usa el filo de su armadura para cortar la cuerda de sus manos. Luego se libera fácilmente del resto de ataduras y se levanta. Ayuda a Sebastián a liberarse y Consigue una espada, quitándosela a un moribundo bandido. Uno por uno, los bandidos son ejecutados por Fernanda, quien le corta el cuello, muriendo desangrados. Sebastián, no hace nada, solo ve como la mercenaria desfoga su ira contra los bandidos por la muerte de Fermín y el traumático momento que pasó. El aprendiz ve a Archer a unos pasos de él y se acerca a paso lento. —Hijo…. de… —trata de hablar el bandido, entre lágrimas y sangre. —No es nada personal, pero no podía dejar que mi negocio se viera afectado. Lo siento, pero tienen que morir, aunque hubiera preferido que sea algo menos violento. Matar de esta forma no me agrada demasiado... Bueno por si te lo preguntas, es verdad… El licor estaba envenenado. Sebastián sonríe engreído y se aleja de Archer, para que Fernanda le corte el cuello y termine de morir de una vez. —Abeja tenía razón, hay venenos increíbles por descubrir a lo largo de este continente —dice Sebastián en voz alta, siendo escuchado por Fernanda. Ambos contemplando el estado lamentable del cadáver de Archer, donde la piel del bandido se encuentra llena de un sarpullido rojizo a los costados y blanco en el centro. A la mañana siguiente, muy cerca del mediodía, el aprendiz y Fernanda están de vuelta en aquel camino, justo donde habían sido asaltados, sentados en el suelo junto al cadáver de Fermín, La mercenaria lleva una mirada perdida y un rostro manchado de sangre. Sebastián en cambio, lee su libro como si nada hubiera pasado. A lo lejos, una carreta avanza furiosamente hacia los jóvenes. Pero estos no se alteran. Sebastián reconoce la carreta, la cual se detiene a unos metros de ellos. De Alonzo y De Mariana bajan de la carreta ansiosos por reencontrase con los jóvenes, pero no están solos, detrás de ellos, cinco hombres pertenecientes a la Casa de Comercio De Alonzo, los siguen.
 — ¿Estás bien hijo mío? —pregunta De Alonzo, burlándose. —Estamos bien, ¡viejo idiota! —responde Sebastián con poca paciencia. — ¡Fernanda! —exclama De Mariana con preocupación, al ver el estado de su compañera. —Está un poco ausente, parece que lo de anoche, la dejó… en shock —explica Sebastián. La veterana guerrera abraza con fuerza a su joven camarada, quien devuelve el abrazo, acurrucándose entre los brazos de Flor. 
— ¿Qué pasó aquí? ¿Dónde están los bandidos? —pregunta De Alonzo, viendo que no hay nadie más cerca de ellos. 
 —Muertos, ya no te tienes qué preocuparte, ya me encargué —se jacta Sebastián ante su maestro. — ¿Cómo es posible? —interviene De Mariana confundida. 
 —Me debo disculpar con usted mi señora, pero yo le robé la “Flor de Liliana” que tenía en su casco. Verá soy aficionado a las flores y esa flor suya, me cautivó. Pues además de su belleza, es un potente y raro veneno —dice Sebastián, para luego inclinar la cabeza, en señal de disculpa. —No me digas que usaste la flor para matarlos a todos, imposible —cuestiona De Alonzo a su aprendiz. —Al ser atacados por segunda vez, me escondí entre los barriles. Allí esperaba que mi señora De Mariana terminara con los bandidos, pero todo cambió cuando escuché que tenían a mi viejo maestro de rehén. Fue así que tuve que conjurar un plan, no el más brillante que haya tenido. Definitivamente, no lo fue. Pues dependía de varios factores muy volátiles. Pese a ello, no puede idear otro escenario. Así que pensé en llegar a un falso acuerdo con los bandidos, apelando a que su líder, no tuviera muchas luces. Cosa que si jugó a nuestro favor. Ya que el codicioso además de aceptar el dinero que le ofrecí, también aceptó los dos barriles de Vid Azul con entusiasmo. En uno de ellos introduje la venenosa Liliana. Al parecer la flor por sí sola es inofensiva pero cuando entra en contacto con alcohol, esta se disuelve lentamente hasta mezclarse, convirtiendo todo el líquido en un extraordinario veneno. —Se ve que pasas mucho tiempo con el loco de Abeja —dice De Alonzo, pretendiendo no estar asombrado. —Eso es difícil de creer Pajarito, cómo sabías que todo pasaría de acuerdo a tu plan. —No lo sabía, pero era una carta que estaba dispuesto a jugar. Después de todo, mi vida estaba en juego. —No te volveré a subestimar Pajarito. — ¿Dónde? ¿Dónde está Antonio? —pregunta Fernanda despegándose de los brazos de su compañera. —Murió, llegamos muy tarde con el curandero —responde De Mariana con dureza. — ¡No puede ser! —grita Fernanda bañada en sangre y lágrimas. —Lo siento mi niña — dice De Mariana, mostrándose fuerte ante la muerte de otro compañero. —Vaya…es una suerte, parece que nos ahorramos el tener que matarlos nosotros. De Mariana, está confundida por lo que ha escuchado, pues esas funestas palabras provinieron de Sebastián que sonríe. De la nada un ágil De Alonzo, corta la mejilla de la mercenaria con una daga, haciéndole una herida poco profunda, e inmediatamente lanza otra daga, contra Fernanda, la cual se clava en una pierna. Las guerreras, intentan moverse para defenderse. Sin embargo, sienten el cuerpo pesado. — ¿Qué…? —emite De Mariana mientras se desploma. Lo mismo ocurre con Fernanda. Ambas mercenarias están inmóviles en el suelo. Sus músculos no se mueven. Sus cuerpos no responden. 
 —Lo siento chicas, pero no queremos que se sepa nada de nuestro negocio —dice De Alonzo muy despacio y sonriendo.
—. No se preocupen, el veneno que use no es el de Liliana, es una variación suya, que curiosamente se llama Mariana, no es irónico, ¿no lo crees hermosura? Bueno, para su suerte morirán sin dolor, o eso creo. Llevaremos sus cuerpos a su ciudad natal y les darán Santa Sepultura —No me causa placer el que mueran, quiero que entiendan eso —confiesa Sebastián, para luego alejarse de las mercenarias. De Mariana está muriendo en silencio junto a su compañera, además de recordar los buenos momentos junto a sus camaradas. Es la voz de su hijo muerto y los recuerdos de cuando eran felices juntos los que la acompañan en sus últimos momentos a la valiente guerrera.
 —Es una pena, era una hermosa mujer —menciona De Alonzo mientras sus hombres suben los cadáveres a la carreta. —Cállate —dice Sebastián evitando ver los cuerpos de las mercenarias.
 —Matas a un montón de bandidos y… ¿Lloras por dos mujeres? —le reclama el maestro a su aprendiz. —Nada de eso —responde Sebastián molesto—. Terminemos con esto, hay dinero que ganar. Ya perdimos dos barriles, creo que debemos de poner un campamento cerca. La guarida de los bandidos puede servir, es un buen lugar. Así tendremos el control de esta ruta. —Así me gusta más, esconde esa culpa muy dentro de ti y saca la sangre fría —dice De Alonzo, orgulloso de su aprendiz—. Por eso me agradas, eres como yo. Siempre pensando en el dinero. —El dinero es solo un medio para conseguir mis metas. Una moneda más, me acerca a ello. —Lo que tú digas, mi estimado aprendiz. —No te burles de mí. No siempre seré tu aprendiz. Recuerda que si esto sale bien, me consideraras tu socio. —Claro, es lo justo. —Más importante, ¿Qué dijeron los Villanueva? —oh… Te va encantar. 

(escribir a : elmercaderdelaflorazul@gmail.com)

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