sábado, 12 de abril de 2014

Un cuento del libro "La última sombra del agua"

Edición agotada

CRISTINA
Me quedé huevón cuando vi a Cristina en el peaje. Para que no me reconociera me puse una gorra, me acerqué y le pregunté cuánto cobraba. Ella ni se dio cuenta que la estaba pulseando. Carajo, dije, qué pena, pero igual me la iba a levantar. Entramos al cuchitril de paja. Un colchón viejo tirado en el suelo presagiaba que el polvo no iba a ser agradable. Me sorprendió la tibieza de su voz. Comenzó a desnudarse, qué blanquita era su piel. Ella no se daba cuenta de que ni siquiera me sacaba la gorra. Cuando me la quité, se asustó, recogió sus ropas, las llevó a su pecho, y me dijo:
—¡Don Rolando, qué vergüenza!
Comenzó a llorar, a suplicarme que no dijera nada a nadie. Me dio pena, no me la tiré. Le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que lo hacía por su madre, que el tratamiento del cáncer era carísimo... Mientras hablaba, su voz se entrecortaba, y yo le decía: tranquilita, Cristinita, no voy a decir nada, mamita. Y me la traje. Le di 50 soles, pa’ que tuviera algo, al menos pa’ justificar su noche. Pero no cambió, siguió yendo al peaje. No voy a mentir, terminé por tirármela. La primera vez me dio pena, pero ella sabía del asunto, la condenada era una fiera en la cama...
Muchas veces la saqué del peaje para que nadie la tocara, le rogué que dejara esa vida. Su madre ya no era pretexto para que ella siguiera en esa vida... su madre murió, aguijoneada por ese cáncer que primero la dejó calva, luego ciega y después coja. ¿Te acuerdas de esa Cristinita que pasaba junto a su madre rumbo al colegio? De esa niña que corría tras las mariposas del jardín de la señora Donatila solo quedan esos ojos negros inocentes, lascivos, que me matan. Puta mare’, tengo que confesarte que me he templado... ¡Que la olvide! Estás loco, si a veces la escucho decir:
—Roro, voy a cambiar, pero no dejas a tu mujer; además la conozco desde niña. Ella ha sido una de las pocas personas que se acercó a visitar a mi madre en vida. Roro, además tú eres celoso... me vas recriminar siempre.
—Pero, Tinita, te ofrezco convivir o viajar juntos en mi camión, pero ya no quiero que te toquen otros hombres, mi amorcito, si te doy todo Tinita, no seas mala, desde que estoy contigo ya no toco a mi mujer, porque mi mujer eres tú...
En una fiesta a la que fuimos terminé sacándole la mierda a un imbécil. La quiso sacar a bailar a la fuerza. Era claro que había usado sus servicios en el peaje. Pero ella no quería bailar con él. Me acerqué y sin preguntar le metí un puñete que acabó por llevarlo al suelo. No paré de patearlo hasta que los otros vinieron a separarme.
Nos fuimos. Por primera vez la insulté. Le dije:
—¡Eres una puta, Cristina! ¡Una puta! Por qué no entiendes que te quiero...
Pero ella no quiere a nadie. Ni a ella misma. Me miró como si estuviera mirando a un fantasma. No pude contenerme, terminé lloroso, abrazándola, suplicándole que me perdonara, que había sido un imbécil por tratarla así... Sí, sí, lo admito, me está volviendo loco, pero si pudieras verla cuando es frágil, cuando en la cama vuelve a ser la niña persiguiendo mariposas, la amarías como yo la amo, además, ya soy viejo, mis hijos ya son mayores, logrados, con mi mujer hace años que no tengo nada... ¿Que cómo se volvió puta? Yo qué sé. Quizá el barrio, la pobreza. Su madre se rompía el lomo lavando ropa de gente de San Isidro y la dejaba solita, no sé, no me preguntes más...

César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

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