viernes, 22 de febrero de 2019

PARA SITUAR AMÉRICA LATINA



Escribe: Alberto Gálvez Olaechea

Alberto Gálvez Olaechea


América Latina sigue siendo territorio de cambios dramáticos de todo calibre. Desde el inicio republicano el siglo XIX se exploraron rutas y se desplegaron iniciativas, en gran medida activadas por las oscilaciones del mercado mundial. En momentos estelares surgieron proyectos que sacudieron al continente pero tarde o temprano fueron cercados y/o reabsorbidos. Pese a todo, el nuestro sigue siendo un espacio de aventuras y esperanzas.
A lo largo del siglo XX en América Latina se desarrollaron al menos cuatro revoluciones: la mexicana (1910), la boliviana (1952), la cubana (1959) y la sandinista (1979). Su común denominador fueron los cambios motorizados por la acción política de los sectores sociales históricamente excluidos. A su manera, produjeron repercusiones en los países aledaños, aunque solo fuera como reacción. De este modo a lo largo del siglo XX y de lo que va del presente, la corriente política llamada “izquierda” cumplió un rol esencial en la configuración del continente, como postura crítica, como expresión social o como proyecto estatal.
Sin embargo, la ola de gobiernos progresistas iniciada a fines del siglo pasado en varios países es un acontecimiento completamente inédito pues, no obstante sus diferencias, cambiaron el rostro de una región manejada por las derechas desde los albores republicanos, mostrado un nuevo talante que, pese a sus diferencias, mostraba similitudes en sus preocupaciones por lo social, la afirmación soberana y la recuperación del sentido de lo público, a contracorriente del privatismo neoliberal. Al entronizarse en países como Brasil, Argentina y Venezuela (un país petrolero), el progresismo de izquierdas tiñó al continente, compulsando a la potencia hegemónica y abriendo espacios de autonomía.
Sin embargo todo indica que el periodo está llegando a su fin. La victoria de Macri, el proceso destituyente de Dilma Rouseauff y la crisis venezolana dan cuenta de esto. Situar los acontecimientos en perspectiva histórica puede ayudar a comprender las limitaciones de hoy y a explorar posibilidades para el porvenir.
I
La Revolución mexicana de 1910 introdujo al continente en la geografía de las revoluciones del siglo XX. Combate democrático a la tiranía de Porfirio Díaz, devino en levantamiento agrarista. Con avances y retrocesos políticos y diversidad de actores sociales, fue una sucesión de alzamientos resultado de conflictos arrastrados desde el siglo XIX. El campesinado y los sectores rurales del sur y el norte fueron protagonistas en los ejércitos de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Dirá Octavio Paz: La Revolución es una súbita inmersión de México en su propio ser. De su fondo y entraña extrae, casi a ciegas, los fundamentos del nuevo Estado.
A pesar de las ondas sísmicas y su significación, J. C. Mariátegui enunciará sus límites: Y ningún crítico circunspecto se arriesgaría hoy a suscribir la hipótesis de que los caudillos y planes de la Revolución Mexicana conduzcan al pueblo azteca al socialismo.
Sus ecos dieron impulso a la corriente nacional popular, del Apra a Sandino, configurando el triángulo Revolución Mexicana, Revolución Rusa y Reforma Universitaria, que produjo en los años veinte un ambiente sensible para imaginar sociedades más justas y soberanas.
II
La primera guerra mundial quebró no solo la Pax europea, sino que destruyó la idea de “progreso” sobre la que se había sostenido la civilización burguesa. Hija de esta guerra, la revolución bolchevique (1917) además de crear un estado que declaraba representar a los trabajadores, aspiraba a un nuevo orden mundial alternativo al capitalismo.
La ruptura en el socialismo internacional no fue solo entre reforma y revolución. La III Internacional significó la extensión de la mirada hacia el mundo colonial, a lo que se llamó la “cuestión de oriente”. Asia y América Latina entraron en este nuevo horizonte. Por eso la década de 1920 surgirían los Partidos Comunistas (México 1918, Brasil 1921, Chile 1922, Cuba 1927 y Perú 1928). Concebida como partido mundial, la III Internacional disciplinaba a sus miembros al libreto de Moscú. Perdida la idea de diversidad y originalidad de cada formación social, a pesar de su entrega y hasta de su heroísmo, los comunistas fracasaron en convertirse en fuerza de masas en casi toda América Latina.
III
La crisis de 1929 produjo una onda sísmica que sacudió todo el capitalismo, precipitando tensiones acontecimientos políticos de diverso signo, que fueron del triunfo del nacional socialismo en Alemania a las insurrecciones del tercer mundo. La caída brutal los precios de las materias primas y el colapso del comercio internacional alteró todos los anteriores equilibrios.
En América Latina, la década de 1930 se produjeron las insurgencias populares encabezadas por comunistas como las de Farabundo Martí en el Salvador y Luis Carlos Prestes en Brasil. En otros países los liderazgos correrán por cuenta de las corrientes nacional-populares, como el APRA, que encabezaría la insurrección de Trujillo de 1932.
En América Latina, entre los años treinta y cuarenta, lo crucial fue el surgimiento y consolidación de los nacionalismos populistas como movimientos de masas. El Apra en el Perú, el peronismo en Argentina (1946–1955), Getulio Vargas en el Brasil (1930–1945 y 1951 -1954), Rómulo Betancourt en Venezuela (1945–1948 y 1959 -1964), Rojas Pinilla en Colombia (1953–1957), desencadenaron procesos que, sea desde los movimientos sociales, sea desde el Estado, abrieron espacio a las clases subalternas movilizadas, primero por la crisis y luego por la coyuntura favorable que produjo la segunda guerra mundial, que tuvo a los imperios enfrentados entre sí.
(Chile es un caso excepcional. El fin de la táctica “clase contra clase” y la aprobación en el VII Congreso de la III Internacional (1935) de la política de Frentes Populares contra el fascismo, exitosa en Francia y España, permitió el triunfo del Frente Popular de Aguirre Cerda en 1938).
El populismo, que fue un intento de afirmación de soberanía y respuesta a las demandas populares sin cuestionamiento del capitalismo, significó un reconocimiento de derechos y redistribución, sin cambio radical de estructuras, lo que, a la vez permitía el empoderamiento popular, frenaba su desarrollo. El populismo hizo parte de la constitución de las identidades de los sectores subalternos y les abrió canales en las disputas por el poder, fue el modo de constitución de ciudadanía en América Latina la primera mitad del siglo XX y la manera de incorporación económica y política de la población, confrontando estructuras oligárquicas excluyentes.
IV
La revolución Boliviana de 1952 hija de la guerra del Chaco con Paraguay, fue un proceso del que surgieron medidas como el control obrero y derecho a veto en las minas, milicias armadas de campesinos y trabajadores, la destrucción del ejército (y la creación de uno nuevo), la reforma agraria, etc.
La Revolución es el hecho decisivo en la historia contemporánea de Bolivia, que hizo que surgiera una economía con gran peso estatal y una burguesía con tibios afanes por industrializar, pues su línea central fue la intermediación financiera y el comercio importador. Permitió una mayor articulación de la geografía nacional: el desarrollo del oriente boliviano es su producto. La reforma agraria (1953) eliminó el latifundio e inició la integración del campesino a la vida nacional, alterando las relaciones de poder en el campo. En lo político el voto universal cambió las reglas abriendo una mayor participación y una nueva composición social en la representación. Dio una legislación del trabajo y avanzadas leyes sociales. En lo cultural, clave fue el surgimiento una fuerte corriente indigenista aimara y quechua, que propugnó el respeto a la diversidad. Cambios que no llegaron a su plenitud, quedando truncos por sus limitaciones y la corrupción, pero el empoderamiento del campesinado y los trabajadores nunca pudo ser revertido del todo.
Dado el escaso desarrollo y su mediterraneidad, su repercusión internacional fue limitada. Sin embargo los primeros años, intelectuales progresistas del mundo visitaron el país interesados por la experiencia, especialmente la reforma agraria. Entre quienes asistieron a este país en ebullición, curioso y expectante, estuvo el joven Ernesto “Che” Guevara.
V
El otro acontecimiento que presenció el joven “Che”, que marcó la historia del continente y la suya, fue el golpe contra el presidente de Guatemala Jacobo Arbens, promovido por los EEUU en 1954.
En 1945 había sido electo presidente de Guatemala Juan José Arévalo, a quien los Estados Unidos, en los albores de la “guerra fría”, acusó de procomunista. En 1951 Jacobo Arbenz (ex ministro de Arévalo) lo relevó en el cargo y dió una tibia ley de Reforma Agraria. En este período de efervescencia social surgieron el Partido Guatemalteco del Trabajo y la Confederación General de Trabajadores de Guatemala, lo que era totalmente inaceptable para los gringos.
La aplicación de Reforma Agraria a terrenos apropiados por la United Fruit convirtió el conflicto larvado en guerra abierta. El Departamento de Estado convocó a la agresión a sus cómplices de Nicaragua y Honduras. El 18 de junio de 1954 Carlos Castillo Armas, financiado por la CIA, invadió Guatemala desde Honduras y Arbenz fue violentamente derrocado. El Che debió partir a México con la lección aprendida: para los EEUU democracia y la soberanía son meramente instrumentales, apelan a ellas conforme sus intereses. En México conoció a Fidel Castro y se embarcó en el Granma.
VI
En Cuba, lo que comenzó en 1953 como una rebelión anti-dictatorial, culminó con el ingreso de los rebeldes a la Habana en enero de 1959. Luego, la dinámica de la polarización interna y la confrontación al intervencionismo de los EEUU, iría radicalizando un proceso de democratización que devino en revolución socialista. Corrían tiempos de “guerra fría”, cuando enfrentar a uno de los poderes empujaba hacia el otro polo.
La Revolución aplicó medidas de gran implicancia social y política: reforma agraria, nacionalización de empresas estadounidenses y campañas de alfabetización, etc. Las agresiones agigantaron el liderazgo de Fidel y radicalizaron a las masas. Cuba se la jugó como solo lo hizo antes la naciente revolución de octubre. Fidel Castro en la ONU y el Che en la OEA fueron imagen y verbo inflamado, desafiante, de una revolución joven y hecha por jóvenes. El intento de invasión de Bahía Cochinos fue aplastado, pero persistió el afán desestabilizador y el sabotaje. El ciclo guerrillero que propiciaron en el continente, fue parte de una grandilocuente vocación heroica, que entraría en crisis con la muerte del Che en Bolivia en 1967.
El poderoso del norte nunca perdonó la insolencia. Cuba devino en nación acorralada y acosada. Mal ejemplo de dignidad y soberanía que debía ser castigado. Se le impuso el bloqueo económico y el aislamiento político, por el que paga aún hoy altísimo precio. Solo México y Canadá resistieron la presión de romper relaciones diplomáticas. La Alianza para el Progreso fue una de las respuestas para frenar revoluciones, la otra fue el encuadramiento de las FFAA de los países, adiestrándolas en la Escuela de las Américas instalada en el Canal de Panamá.
Cuba fue la línea demarcatoria en muchos sentidos. Políticos e intelectuales debían condenarla para obtener la credencial “democrática”. Cuestionada desde la democracia liberal, nadie, sin embargo, puede negar las formidables conquistas sociales en campos como la salud, la educación o la seguridad. No obstante las críticas que puedan hacerse, el saldo es positivo y un balance cabal de la revolución solo será posible cuando se tenga suficiente perspectiva histórica.
VII
Entre tanto, en Brasil el general Castelo Branco dio un golpe de estado al populista Joao Goulart en 1964. El general Juan Carlos Onganía hizo lo propio en Argentina contra Arturo Illia en 1966. Se inició así un ciclo de dictaduras militares que asolaría el continente los siguientes tres lustros. Con ellos se ejecutó la doctrina de “seguridad nacional” de la Escuela de las Américas: desarrollismo económico y políticas de contención social con represión y autoritarismo.
Esta orientación se desplegó en otros países. En Bolivia en agosto de 1971 el general Hugo Banzer Suarez (apoyado por el MNR) derrocó al general Juan José Torres y empezó un régimen militar y represivo que acabó en 1978. En Uruguay en junio de 1973 el entonces presidente Juan María Bordaberry disolvió las Cámaras de Senadores y Representantes y dio su auto-golpe en alianza con los militares.
VIII
Juan Velasco, Salvador Allende, Omar Torrijos, Héctor Cámpora y Juan José Torres inauguraron gobiernos que iban contra la corriente. Pero mientras los dos últimos fueron episodios de transición más o menos efímeros, los tres primeros marcaron la historia de sus países y del continente.
Velasco significó un corte decisivo en la historia de la república peruana; quebró la hegemonía oligárquica, su reforma agraria empezó el proceso de ruptura de la servidumbre rural, y sus otras reformas fueron un intento de soberanía y autonomía del Perú. Para Panamá, Torrijos representó el gran momento de afirmación nacional de este pequeño país desgajado de Colombia a inicios del siglo XX por los EEUU (para apropiarse del Canal), el cual pudo recuperar gracias al tratado con Carter en 1977. En Chile, Salvador Allende llevó hasta sus últimas consecuencias el proyecto de una vía pacífica al socialismo, el cual fue contestado por la derecha alentada por los EEUU, desencadenándose un intenso proceso político que concluyó con el golpe de estado de Augusto Pinochet el año 1973.
IX
Mientras el cono sur del continente americano entraba en la noche oscura de las dictaduras, en América Central el movimiento revolucionario ganaba impulso. El Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó en 1979 al dictador Anastacio Somoza, aprovechando el momento de incertidumbre de los EEUU tras su derrota en Vietnam en 1975. El gobierno revolucionario impulsó medidas como la alfabetización, la reforma agraria, etc. La victoria sandinista incentivó a otras insurgencias centroamericanas, especialmente en El Salvador y Guatemala, donde años después se producirían procesos de negociación para la paz.
Sin embargo “la contra”, movimiento armado que actuaba desde Honduras y era financiado por los EEUU, gobernado desde 1980 por Ronald Reagan, prolongó el conflicto. Una larga guerra de desgaste al “sandinismo” que lo forzó a convocar a unas elecciones que perdería en 1990.
La derrota electoral del sandinismo coincidió con otro hecho crucial para las izquierdas: el fin de los “socialismos reales”. Se alteraba el equilibrio mundial y la correlación de fuerzas de modo estratégico, se rompían paradigmas y el sentido común progresista hasta entonces hegemónico era desplazado por el nuevo consenso neoliberal.
X
El trauma de la derrota de Vietnam había impuesto al imperio norteamericano la urgencia de redefiniciones. Aquí es cuando aparece Jimmy Carter (1977) y su discurso sobre derechos humanos y democracia, que reorienta la política de los EEUU en América Latina. Empieza el fin de las dictaduras, debilitadas sin el patronazgo yanqui.
Pero la década del ochenta fue también escenario de la crisis de la deuda externa, cuando los organismos internacionales imponían políticas de ajuste para asegurar que países en bancarrota siguieran pagando a los bancos a costa del sufrimiento de sus pueblos. Así se construyó la década perdida.
Las democracias volvieron en el continente y con ella las viejas elites políticas expulsadas por los militares recuperaron el poder e impusieron el proyecto neoliberal emanado del consenso de Washington. Pero ¿cómo combinar un modelo político de derechos con un modelo económico social de exclusiones? Es difícil construir un sistema democrático cuando al mismo tiempo se margina y empobrece a amplios sectores de población.
No perdamos nunca de vista, y esto es clave, que fue el fracaso del neoliberalismo en América Latina, el que abrió el camino a una izquierda a la que, tras el derrumbe del muro de Berlín, se consideraba definitivamente inviable.
XI
La izquierda latinoamericana que ganó protagonismo desde inicios del nuevo siglo asumió formas específicas en cada país: a partir de la peculiaridad de las herencias neoliberales, del lugar más o menos protagónico de los movimientos sociales y de la trayectoria histórica de sus izquierdas. La diversidad de izquierdas y discursos políticos y los subsecuentes regímenes, resultaron de amplias convergencias político-sociales que articularon movilización popular con la asunción de vías electorales.
De regreso del radicalismo insurreccional de los 60s y 70s, nuevas estrategias empezaron a formularse con éxito. Estas izquierdas asumieron la dimensión nacional como punto de partida para la inserción negociada en lo global. En nombre del interés nacional reivindicaron los recursos naturales. Revalorizaron al Estado como ordenador de la diversidad social y factor clave de la articulación externa. También regulador de aquello que el mercado ni resuelve ni es competente.
En 1998 irrumpió Hugo Chávez. Ganó ampliamente las elecciones y asumió el gobierno en febrero de 1999. Lo hizo a su estilo pugnaz y confrontacional. El chavismo como huracán tropical sacudió Venezuela y el continente. La experiencia nacionalista bolivariana fue producto de la revuelta popular contra el viejo régimen corrupto, y Chávez fue su expresión política. El antecedente crucial fue el “Caracaso” de 1992 de resistencia al plan de ajuste neoliberal implementado por el régimen corrupto de Carlos Andrés Pérez.
El proyecto bolivariano, el llamado socialismo del siglo XXI, desplegó una política que cuestionó la forma excluyente de reparto de la renta petrolera, permitió el despliegue de una amplia movilización social popular, la politización de las FFAA y tuvo una enorme vocación de incidencia en la política continental, apostando por la soberanía frente al imperio. La apuesta y sus alcances continentales eran enormes, lo eran por lo tanto también los riesgos.
Tempranamente se desató contra Venezuela una guerra de baja intensidad. El 11 de abril del 2002 un intento golpista de la cúpula militar, la derecha política y el empresariado, proclamó presidente de la República a Pedro Carmona, el cual fue reconocido de inmediato por los EEUU. Derrotado por la movilización popular, el golpe fue más bien un detonador que permitió al chavismo pasar a la contraofensiva. Fue el momento de quiebre, aún más importante que la propia victoria electoral de 1999 iniciándose la etapa de auge del chavisno, que se vio favorecida con el alza de los precios del petróleo.
Pero la derecha golpista se reorganizó y, con el auspicio de los EEUU, empezó la larga marcha del desgaste económico y la presión política que, sumados a los propios errores del proceso, condujeron a Venezuela a la crisis económica y política.
En similar perspectiva se sitúan Evo Morales, quien recupera la tradición nacionalista y popular de Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, quien logró sacar a su país de una inestabilidad política arraigada. Sus apuestas son por la transformación en democracia, capitalizando el desgaste de las viejas clases políticas y la dinámica de los movimientos sociales, asumiendo la democracia más como una forma de organización social igualitaria que como mecanismo institucional. Aceptan los riesgos de la globalización, refuerzan el rol Estado en la producción y la redistribución, y reivindican los recursos naturales para financiar las políticas públicas.
De otro lado, el PT brasileño, el socialismo chileno, el Frente Amplio uruguayo y el peronismo argentino, venían de luchas contra dictaduras militares, lo que los distanció del viejo discurso de izquierda, internalizando la democracia como eje central. Su apuesta era configurar alternativas al neoliberalismo hegemónico, en un contexto de globalización. Pragmatismo en lo económico y énfasis en lo social: políticas de crecimiento para asegurar programas sociales. Aprovecharon el ciclo de alza de precios de las materias primas que produjo bonanza fiscal. Una nueva visión de los procesos de regionalización e inserción de América Latina en el mundo globalizado, les hizo impulsar mecanismos de integración regional, la complementación energética y productiva y la coordinación de la política exterior. Asumieron la lucha contra la exclusión social evitando — no siempre con éxito- el choque frontal con la derecha. Aceptaron las reformas neoliberales reconociendo sus limitaciones y propusieron programas contra la pobreza y la exclusión. Si un logro de esta izquierda fue reconocer la complejidad de los escenarios en que debían aplicarse las grandes ideas, el precio de dejar el ideologismo fue abandonar principios esenciales, pasando del pragmatismo al oportunismo.
Por su significación, el PT merece mención aparte. De sus banderas y luchas originarias de un perfil más socialista, queda poco, consumidas entre acuerdos con el gran capital, medidas de ajuste y burocratización. El PT se asoció a corporaciones petroleras, constructoras, capitales agroindustriales y entidades financieras para afianzar el liderazgo de Brasil en América Latina. Su crisis empieza el 2013 con movilizaciones juveniles y las huelgas que mostraban un descontento social que la derecha aprovechó. El PT jugó a la negociación por arriba y una de las consecuencias de esta política fue bajar la intensidad de la movilización social y política por abajo. Salpicado por la corrupción, el PT enfrenta hoy el cerco de una ofensiva mediático-jurídica de la poderosa derecha brasileña y que es auspiciada desde los EEUU, que sabe que para desmontar el entramado progresista construido en América del Sur, Brasil es la pieza clave.
XII
Tras una década a la defensiva las derechas del continente rearticularon sus fuerzas a partir de los bastiones de poder que conservaron casi intactos, particularmente en los grandes medios de comunicación, desde los cuales fueron estableciendo agendas, deformando realidades y preparando el terreno para la contraofensiva.
La crisis del 2008 precipitó los reacomodos de fuerzas. La economía mundial se ralentizó, y aunque el gigante chino mantuvo un tiempo capacidad de arrastre respecto a América Latina difiriendo la caída, la disminución de la demanda mundial de materias primas golpeó nuestras economías, cuyas matrices productivas no han sido modificadas en sus fundamentos. El problema fue entonces cómo redistribuir en economías que no crecían. Venezuela entró en trompo y Brasil empezó a tener problemas serios. La crisis erosiona al gobierno de turno, sea cual fuere su signo ideológico.
De otro lado, los Estados Unidos no podían permitir que el Mercosur se afirmara como proyecto sub-regional autónomo. Sus TLC o TPPs, diseñados en favor de las transnacionales y los estados poderosos, no armonizan con los proyectos de soberanía económica. Por eso promovieron un Acuerdo del Pacífico contrapuesto al Mercosur en el cual alinearon a sus Estados incondicionales, México, Colombia, Chile y (lamentablemente) Perú. Obviamente tampoco les agradaba UNASUR como espacio de soberanía política.
América Latina, convertida en otro territorio de la disputa hegemónica entre EEUU y China, exigía a los primeros socavar los proyectos autónomos, pues su diseño estratégico, al haber perdido la batalla comercial, se concentra en lograr los posicionamientos y alineamientos político-militares geoestratégicos. Para lograrlo alienta a las derechas retrógradas y sin proyecto nacional a recuperar el control de los estados.
Un tema que requeriría de análisis aparte es el de las clases medias. En Venezuela estuvo opuesta casi desde los inicios al chavismo, pero fue radicalizando su rechazo, conforme la situación económica las empobrecía. En Argentina en cambio, el Kitchnerismo dio oxígeno a una clase media en cuidados intensivos, la que, una vez salida del coma al que la llevó el neoliberalismo, se puso de a la cola de la derecha macrista.
Un último y crucial problema es el de la corrupción. Real y contundente, fue resultado no solo y no tanto de las vocaciones de enriquecimiento de los individuos, como de la misma naturaleza de la democracia liberal, anclada en costosas campañas, maquinarias publicitarias y clientelaje, todo lo cual requieren ingentes recursos. Convenientemente publicitada por los medios de comunicación de la derecha, la corrupción produjo el desgaste de gestiones de gobierno prolongadas y que pasaban por dificultades.
XIII
Al reflexionar sobre el ciclo que parece llegar a su fin y lo que nos dejan como grandes lecciones, es bueno tener en cuenta algunos elementos.
El primero es que se trató de exploraciones sobre nuevas vías más no recetarios o modelos a ser aplicados. Es fácil ahora señalar sus limitaciones e incongruencias respecto a eventuales paradigmas ideológicos, pero es indiscutible que permitieron la construcción de sujetos sociales, empoderaron a los de abajo y variaron los sentidos comunes. Podría decirse que adquirió sentido aquello anunciado por Fidel Castro en la II Declaración de la Habana: “Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América”.
Lo segundo es que el cambio se da en medio de una crisis capitalista, con otra situación de los aparatos estatales y regímenes poco sólidos económicamente y con menor control sobre los movimientos sociales. Desmontar lo avanzado por los años de gobiernos progresistas no será fácil ni sin resistencias. Si la derecha gana las elecciones en Brasil ¿Cómos sería ese régimen? Débil, inestable, enfrentando luchas sociales. La fuerza social que dio sustento al progresismo y los sectores populares que buscan el cambio siguen actuando, y continuarán expresándose en los mismos u otros proyectos políticos.
Lo tercero es que no solo se trata de la disputa entre modelos económicos. El capitalismo imperialista es mucho más que una economía. En su etapa actual de crisis hegemónica y de acumulación expoliadora es un sistema que funciona como una guerra contra los pueblos, como un modo de acumulación por exterminio, basta ver como ha dejado el oriente medio para entender de lo que hablamos. Ese futuro no nos es ajeno. México es un espejo en el que deberíamos mirarnos. Los miles de muertos y desaparecidos no son una desviación, sino su núcleo, cuyas partes integrantes, de la justicia al aparato electoral, de la escuela a la academia, le son funcionales. Los hechos de Ayotzinapa y Nochixtlán muestran cómo funciona hoy el sistema.

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