miércoles, 30 de abril de 2014

P. LUCHO ZAMBRANO

ROSTROS TORIBIANOS


Lucho, con "Canción del Silencio"
Luis Zambrano nació en Ica; estudió en el Seminario Sto Toribio secundaria, filosofía y pedagogía, en donde obtuvo el título de profesor, luego continuó la teología, pero no lo quisieron ordenar por sus ideas progresistas. Trabajo como profesor en Ica y comenzó a estudiar periodismo, consiguió una beca y el año 1977, estando de profesor en el Colegio "José Toribio Polo",viajó a Austria para estudiar postgrado en teología en Innsbrucky, luego el doctorado en la U. de TÜBINGEN en Alemania (1982).
Ese mismo año regresó al Perú, pero como no lo aceptaron en la diócesis de Ica, viajó a Puno en donde Mons. Jesús Calderón era obispo (había sido obispo de Ica cuando Lucho estaba en el seminario y ya lo conocía). Lucho comenzó a colaborar como agente pastoral y dos años después, el 04 de agosto de 1984 fue ordenado sacerdote.
Desde antes de su ordenación realizó una labor social que continuó siendo sacerdote. Fundó dos albergues, en uno de ellos proporciona abrigo a personas desamparadas como alcohólicos y locos, dándoles comida, en el que también existe un taller de carpintería y el otro es para viajeros.
También fundó la vicaria de la Solidaridad (octubre de 1986), institución que velaría por la defensa de los derechos humanos, especialmente de los más vulnerables y de los que tenían menos posibilidades de ser escuchados y respetados.
Al mismo tiempo ha escrito y publicado artículos en revistas peruanas y europeas, tiene editados diez libros, cinco de ellos de poesía. Varios libros han sido reeditados en castellano y traducidos al inglés y alemán. 
En Dinero y Sacramentos afirma que cobrar por las misas y otros sacramentos no es parte del evangelio, y que la iglesia tiene que cambiar el sistema de cobros, buscando un apoyo más solidario y voluntario, como generar un autofinanciamiento.
Durante varios años fue profesor de Eclesiología e Historia de la iglesia en el Seminario Mayor Nuestra Señora de Guadalupe (Chucuito) Actualmente está encargado de la Parroquia Pueblo de Dios, en Juliaca. No cobra ni por misas, ni por la administración de ningún sacramento. Vive de su sueldo como profesor.
Ante esta actitud la gente lo quiere y acude mucho a su parroquia, participa y colabora en las diferentes actividades. Sin embargo, algunos párrocos vecinos no lo miran bien. Lucho dice: "Intuyo que un día la Iglesia caerá en la cuenta de que los cobros por sacramentos no tienen sustento en la Buena Nueva de Cristo. Un día este sistema será suprimido oficialmente por la Iglesia. ¿Por qué no empezar ahora? ¿Por qué esperar hacerlo alguna vez obligada por las circunstancias y presiones externas y no ahora por convicción y con la libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21) que nos enseñó el apóstol Pablo con su ejemplo y su palabra?
Dentro de su prédica menciona que la fe siempre tiene una repercusión social y también política, considerando que un discurso sobre las necesidades de la población es política, así como también el silencio es política.
La profundización del conocimiento y práctica de la Biblia, la participación activa de los laicos, gratuidad de los sacramentos y la autofinanciación, son los pilares de su trabajo pastoral.
El Papa Francisco avala estas actitudes (EG 198): "La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre para nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Por eso quiero una iglesia pobre para los pobres."
Tomado de la Revista CUMBRES (Asociación de Ex Alumnos del Seminario Santo Toribio)



En la presentación de su libro "En el nudo del tiempo", con  Teresa Carbonel.
RESURRECCIÓN

Era un papel
botado en la pista
arrugado
triste
muerto de hambre y de pena
abandonado a su suerte
entre harapos.


Era un papel
sin rumbo
golpeado por el viento
herido por la lluvia
cansado de vivir
ya sin líneas
y sin nombre
agonizante.


Cayó sobre él
un verso
y echó a volar.

Luis Zambrano (Ica - 1949)

lunes, 21 de abril de 2014

Los ojos de Rodrigo



"no paraba de hablar de lo bonita y delicada que era, de sus ojos marrones, sus labios grandes, y sobre todo de que tuviéramos cuidado en notar la belleza de su cabello"

A Oswaldo Reynoso

Rodrigo siempre tuvo la muerte en sus ojos. Recuerdo cuando el profesor de Biología preguntó qué clase de animal era un murciélago, y él, muy suelto de huesos y lengua, respondió: es una rata haciendo ala delta. Esa respuesta inesperada hizo que el maestro lo regañara de manera tan furibunda que pensamos que iba a golpearlo. Él no se inmutó, lo miró a los ojos con desafío y solo atinó a decir «lo siento».
En los recreos nunca dejaba su mochila sobre la carpeta. Como si los secretos no se supieran, cuidaba de que no viéramos ni sus cuadernos ni sus escritos. No fue un alumno aplicado, aunque tampoco flojo, casi todas las materias las aprobaba con bajísimas calificaciones, pero en literatura siempre sacó las mejores Yo veía su rostro enardecerse cuando el profesor nos leía poemas de amor o hablaba de la vida de los poetas. Para nosotros el curso era aburridísimo porque leíamos muchos libros.
Rodrigo siempre salía más temprano de lo debido. Antes iba al baño a lavarse la cara, peinarse y limpiarse los zapatos. Su pantalón plomo estaba siempre impecable, igual que la camisa blanca que cuidaba de mantener limpia y libre de arrugas. Nosotros solo nos preguntábamos adónde iba. Presuroso, tímido, sus pasos lo llevaban casi volando por la vereda. Miraba de vez en cuando hacia atrás para percatarse de que nadie lo siguiera.
Una vez vino muy contento a clase. Esa algarabía, con el pasar de los días, se intensificó. Nos daba curiosidad el motivo de su alegría.
 Hasta que nos dijo el porqué de esa felicidad: muchachos, tengo novia. Es la más bonita de su colegio, una princesa. Nosotros nos reímos. Pero mírenla, díganme si no es una reina, aquí tengo su foto. En efecto, la chica que estaba en la foto era muy hermosa. Me declaré hace dos semanas y me aceptó. Quiero que la conozcan.
 Durante un mes estuvo con la misma cantaleta, que vamos, que quiero que la conozcan. Lo que deseaba en realidad era alzar su ego y despertar envidia. La trasformación que sufrió por causa del amor fue increíble. Ahora que estás enamorado por fin te bañas, le decíamos, y él reía. Una vez se descuidó y dejó su mochila sobre la carpeta. Ni cortos ni perezosos, la abrimos para saber qué secretos guardaba con tanto misterio. Al sacar las cosas, varias cartas cayeron al suelo. Curiosos, las levantamos y nos pusimos a leerlas en voz alta. Las palabras que estaban sobre el papel eran hermosas. Poemas, epigramas, dibujos, corazones cruzados por una flecha, sin duda nuestro amigo era un poeta. Pero el encanto de la lectura se rompió al verlo entrar al salón y ya no tener tiempo de devolver ni la mochila ni las cartas a su sitio. Gritó,mentó la madre, quiso agarrarse a golpes con nosotros, le pedimos que se calmara, pero no entendía razones, ya las cosas iban a pasar a mayores, pero gracias a Dios entró el profesor de matemáticas y todo volvió a la calma.
Nos sentamos. Yo me moría de vergüenza, pero tampoco iba a permitir que nos tratara de esa manera. Le envié un mensaje en un papel a su carpeta; en él, le pedía disculpas y también le aclaraba que no era forma de tratar a sus compañeros.
Ya los números estaban a punto de provocar en nosotros un derrame cerebral, y como un milagro que todo colegial pide, el auxiliar tocó la puerta, pidió permiso para ingresar y comunicó que íbamos a salir antes de lo acostumbrado, que recogiéramos nuestras cosas y, eso sí, nos dirigiéramos directo a nuestras casas.
Ya fuera del salón, me acerqué a Rodrigo a esperar la respuesta de la nota que mandé. Ay, el amor; pensé que otra vez se pondría irascible y neurótico, pero no fue así. Los disculpo, pero ahora sí me acompañan a conocerla.Y como todo agravio tiene una expiación, tuvimos que obedecerle.
En el camino nos tuvo locos, no paraba de hablar de lo bonita y delicada que era, de sus ojos marrones, sus labios grandes, y sobre todo de que tuviéramos cuidado en notar la belleza de su cabello. Era la primera vez que yo iba a un colegio a mirar chicas. Me asombré de la cantidad de muchachos apostados en las esquinas adyacentes al colegio, reunidos como jaurías, a la espera de que alguna chica los mirara con ternura o que ocurriera el momento omnipotente de la mirada del amor.
Las muchachas coqueteaban, sonreían, murmuraban mientras pasaban delante de nosotros. Pasaban y pasaban, pero de la amada de Rodrigo ni su sombra. Los postes se encendieron, y con ellos, la preocupación de volver a casa. La calle se fue quedando sola, a oscuras, como un río que ya no resuena su temblor en la piedra. Del rostro alegre de Rodrigo con que venía en el camino no quedó un vestigio. Aguilar le dijo que ya era hora de regresar. Para justificar el bochorno que sentía, nos dijo que quizá le había pasado algo a la chica y que lo disculpáramos por hacernos perder el tiempo. Era evidente que no se sentía bien, pero no pudimos evitar burlarnos de él. Emprendimos el regreso. Volteamos por la esquina del complejo deportivo; la noche se hacía más noche que nunca; para cortar camino, tomamos la calle que desembocaba al parque Grau. Entre los ficus entrevimos una pareja de adolescentes que se besaban como si fuera a acabarse el mundo. Al mirarlos, sentimos cierta envidia (a veces nos cuesta aceptar la felicidad ajena); quisimos pasar cerca de ellos, cuando de pronto Rodrigo empezó a balbucir insultos, hasta que no pudo controlarse y gritó: puta conchetumadre. Los adolescentes se separaron asustados. La confusión se apoderó de todo. Por las descripciones que había hecho de la chica, intuimos que era ella. Rodrigo quiso golpear al muchacho. Tuvimos que intervenir, para que no se pelearan. Él no se calmaba.Gritaba, lloraba, le pedía explicaciones, pero la chica le increpaba que él no era nadie, que ella no era su enamorada ni él dueño de su vida. Yo le grité; nunca había insultado a una mujer, pero me dolió que tratara así a mi amigo. Ella se fue con el otro muchacho. Rodrigo se sentó en el filo de la vereda. Es muy triste cuando un hombre llora por una mujer, es el niño más niño de los niños. Lo llevamos a su casa. En el camino no hablamos. Antes de llegar a su cuadra, tiró la mochila a la pista. Su madre, muy preocupada, lo vio venir a través de la ventana con nosotros y al fin pudo tranquilizarse. Ese día llegué a las nueve de la noche. La incertidumbre de mi madre al no saber por qué tardaba hizo que fuera a la policía a poner una denuncia por mi desaparición. Yo tenía mucho miedo de llegar a casa, porque conocía las reacciones de mi madre. Estaba muy asustado, pero al verme me abrazó. Le expliqué el motivo de mi tardanza y me mandó a mi cuarto, sin derecho a ver televisión. No pude dormir esa noche, la cara de Rodrigo no se iba de mi cabeza, sus lágrimas y su pena eran mías. Cuando no podemos cerrar los ojos, ese silencio que grita en nuestro cuarto es el más horrible que se pueda escuchar. Al despertar, sentí un leve mareo, por lo que volví a echarme a la cama, pero ya mamá subía a levantarme para ir a trabajar con tío Fidel. Toda esa mañana pensé en mi amigo, en cómo le hablaría al verlo, si volvería a su mutismo, a su aislamiento en los recreos. La espera siempre mata al reloj; esas horas fueron largas. Mi tío me dejó en casa,almorcé; luego me puse el uniforme, arreglé los cuadernos en la mochila y me fui al colegio. Llegué al salón; el chisme ya lo sabían todos. Miré molesto a Ríos porque sabía que era un bocón. Todos se burlaban. La rabia que sentía al escucharlos hizo aparecer otra vez el mareo en mi cabeza. Rodrigo no aparecía por ningún lado. Yo lo comprendí, justificaba su ausencia... Aguilar se acercó a mi carpeta y dijo: Rodrigo no viene, de repente no viene más. Por primera vez entendí al ñaja ñaja, como le decían los otros. Las primeras dos horas de clase el profesor de Historia nos aburrió solemnemente contándonos los hechos de una guerra en la que, como siempre, el Perú perdió. Su clase acabó, salimos al recreo, y yo me aislé, no quise hablar con los otros, porque sabía que me iban a preguntar por el incidente del parque. Compré un paquete de galletas, quise deglutirlas, pero ese día mis dientes solo masticaron miedo. Regresamos al aula, esta vez le tocaba el turno a Química. Ya empezábamos a sacar los cuadernos, cuando tocaron la puerta. Una señora vestida de luto y el auxiliar hicieron su ingreso al salón. El auxiliar llamó a un lado al profesor, le dijo al oído el motivo de la presencia de la señora, vimos que el rostro del profesor se turbó, volteó, les hizo una seña con la mano a la señora y al auxiliar, y nos dijo: jóvenes, la noticia que les voy a dar es muy triste, espero que sepan comportarse al recibirla y que sobre todo mantengan la serenidad y la calma. Mientras hablaba el profesor, la angustia crecía y crecía, sus ojos se pusieron llorosos y no tuvo otra alternativa que comunicar la infausta noticia: su compañero Rodrigo Montoya ha fallecido la noche de ayer. ¡Qué!, gritamos al unísono. Fue algo fulminante para todos. El auxiliar gritó que nos calláramos, que guardáramos la compostura, pero no podíamos, el mudo, como le decían los otros, se había matado. Mi amigo, el poeta, se había ido para siempre. Yo estaba segurísimo del motivo de su muerte, lo tenía claro. Esa noche, al regresar, mientras caminábamos, había planeado todo. Iría a la cocina, buscaría el veneno para ratas, compraría una Coca-cola, la mezclaría con el veneno, escribiría una carta o un poema, se despediría de su madre, maldeciría a la chica. El veneno haría efecto poco a poco, le iría secando las lágrimas, se nublaría su mirada, la muerte entraría a su cuerpo por los oídos, por la boca, por los pies; en la mañana, su madre iría a despertarlo, abriría la puerta de su habitación, y no sigo porque duele. El auxiliar nos dijo que la dirección del colegio había autorizado que fuéramos al velorio. Llegamos a las cuatro de la tarde; la gente estaba fuera de la casa sentada en las bancas, tomando el pisco que la familia había creído conveniente repartir. Nos recibió su madre, cuya desolación nos conmovió tanto que algunos lloraron al verla; nos hizo pasar a la sala para que saludáramos el cadáver de su hijo. Nos fuimos turnando para ver el cuerpo de Rodrigo; yo fui el último. Su rostro estaba triste. Su pelo mojado le daba el aire de serio que siempre tuvo y que solo perdió cuando se enamoró. Su terno azul lo hacía más flaco, sus ojos estaban hundidos,con huellas de haber llorado hasta secarse, sus manos cruzadas sostenían el rosario y el libro de su primera comunión. Absortos y asustados, unos a otros nos mirábamos. Nos dieron de tomar café y pan. El auxiliar se había puesto a libar pisco con los parientes del difunto; aprovechando esa situación, uno de mis compañeros se agenció una botella de pisco para todos. Era la primera vez que probaba ese licor. Al pasar de mi boca a mi estómago, el aguardiente me quemó hasta las palabras, pero poco a poco fui viendo todo más claro. Entendí que nosotros habíamos ayudado a que se suicidara. La vergüenza no lo iba a dejar tranquilo y, para evitarla, se mató. Pero no hubiera sido así, te hubiéramos entendido, tú solo tenías 15 años, ¿por qué tomaste esa decisión? Te negaste a conocer otra boca, otra piel. Tú que eras tan serio, que aprendiste a reír por amor, no te dijeron que por amor también se llora. Dejaste a tu madre una herida que no cierra, arrojaste al recuerdo tus poemas. Esa noche pensé en tu tristeza, Rodrigo; el mareo que sentí fue a causa de tu pena. Mientras yo trataba de dormir, tú querías morir.
El auxiliar nos reunió a todos en un rincón de la sala, ya era hora de volver, él se quedaría en representación del colegio y por cariño al pisco. Antes de retirarnos del velorio, acordamos ir vestidos de negro al colegio; además, la misa de cuerpo presente se haría en la capilla de la escuela. La banda del colegio acompañó el sepelio por las calles de Ica. Las clases se suspendieron para quinto año.Luego de terminar la liturgia, el féretro fue paseado por el patio, hasta que llegó frente al salón, donde todos nos pusimos en la puerta para darle la despedida a Rodrigo. No pudimos aguantar las lágrimas y creo que hasta los profesores lloraron aquella vez. Yo cargué la corona de flores que mi salón compró. La banda de músicos esa tarde tocó de otra manera. A pedido de la madre, le tocaron la canción que de niño siempre bailaba. Las notas de Caballo viejo sonaron tristes aquella vez.

César Panduro Astorga (Ica - 1980)

jueves, 17 de abril de 2014

Otro Grande que nos deja en abril

Gabriel García Márquez
Entrevista a Gabo (Silvia Lemus) "Tratos y Retratos" 1993
 Hoy jueves 17 de abril, ha muerto a la edad de 87 años el periodista colombiano y uno de los más grandes escritores de la literatura universal. 

Isabel Allende (Escritora Chilena)
Acabo de enterarme con profundo pesar que Gabriel García Márquez ha muerto. El único consuelo es que su obra es inmortal. Muy pocas obras literarias sobreviven al implacable paso del tiempo, muy pocos autores son recordados, pero García Márquez esta en el panteón de los clásicos, junto a los grandes de la literatura universal. Es el más importante de los escritores latinoamericanos de todos los tiempos, el gran exponente del realismo mágico, el pilar del Boom de nuestra literatura, la voz que le contó al mundo quienes somos y nos mostró a los latinoamericanos nuestra propia imagen en el espejo de sus páginas. Todos somos de Macondo. El inmenso talento de García Márquez puso la vara muy alta para todos los escritores que vinieron antes y después, su influencia ha sido como la marea, va y viene en oleadas. Yo le debo el impulso y la libertad para lanzarme a la escritura, porque en sus libros encontré a mi propia familia, mi país, los personajes que me son familiares, el color, el ritmo y la abundancia de mi continente. Mi maestro ha muerto y para no llorarlo, seguiré leyéndolo una y otra vez.

Leoncio Bueno (Poeta Peruano)
Acaba de fallecer el "Miguel de Cervantes" de América Latina: Gabriél García Márquez. El mundo está de duelo. Es muy difícil que vuelva a nacer si es que nace, un escritor tan claro, tan grande de aventura. Recemos porque algún día que no esté muy lejano, tengamos en América Latina, otro genial novelista y mucho mas genial hombre amoroso y fraterno, lleno de locura como nuestro Gabo. Hasta la vista.

"Amaneció muerta el jueves santo. La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años. La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios."  Muchas Gracias Gabo La verdadera historia de la enemistad entre Vargas Llosa y García Márquez

sábado, 12 de abril de 2014

Un cuento del libro "La última sombra del agua"

Edición agotada

CRISTINA
Me quedé huevón cuando vi a Cristina en el peaje. Para que no me reconociera me puse una gorra, me acerqué y le pregunté cuánto cobraba. Ella ni se dio cuenta que la estaba pulseando. Carajo, dije, qué pena, pero igual me la iba a levantar. Entramos al cuchitril de paja. Un colchón viejo tirado en el suelo presagiaba que el polvo no iba a ser agradable. Me sorprendió la tibieza de su voz. Comenzó a desnudarse, qué blanquita era su piel. Ella no se daba cuenta de que ni siquiera me sacaba la gorra. Cuando me la quité, se asustó, recogió sus ropas, las llevó a su pecho, y me dijo:
—¡Don Rolando, qué vergüenza!
Comenzó a llorar, a suplicarme que no dijera nada a nadie. Me dio pena, no me la tiré. Le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que lo hacía por su madre, que el tratamiento del cáncer era carísimo... Mientras hablaba, su voz se entrecortaba, y yo le decía: tranquilita, Cristinita, no voy a decir nada, mamita. Y me la traje. Le di 50 soles, pa’ que tuviera algo, al menos pa’ justificar su noche. Pero no cambió, siguió yendo al peaje. No voy a mentir, terminé por tirármela. La primera vez me dio pena, pero ella sabía del asunto, la condenada era una fiera en la cama...
Muchas veces la saqué del peaje para que nadie la tocara, le rogué que dejara esa vida. Su madre ya no era pretexto para que ella siguiera en esa vida... su madre murió, aguijoneada por ese cáncer que primero la dejó calva, luego ciega y después coja. ¿Te acuerdas de esa Cristinita que pasaba junto a su madre rumbo al colegio? De esa niña que corría tras las mariposas del jardín de la señora Donatila solo quedan esos ojos negros inocentes, lascivos, que me matan. Puta mare’, tengo que confesarte que me he templado... ¡Que la olvide! Estás loco, si a veces la escucho decir:
—Roro, voy a cambiar, pero no dejas a tu mujer; además la conozco desde niña. Ella ha sido una de las pocas personas que se acercó a visitar a mi madre en vida. Roro, además tú eres celoso... me vas recriminar siempre.
—Pero, Tinita, te ofrezco convivir o viajar juntos en mi camión, pero ya no quiero que te toquen otros hombres, mi amorcito, si te doy todo Tinita, no seas mala, desde que estoy contigo ya no toco a mi mujer, porque mi mujer eres tú...
En una fiesta a la que fuimos terminé sacándole la mierda a un imbécil. La quiso sacar a bailar a la fuerza. Era claro que había usado sus servicios en el peaje. Pero ella no quería bailar con él. Me acerqué y sin preguntar le metí un puñete que acabó por llevarlo al suelo. No paré de patearlo hasta que los otros vinieron a separarme.
Nos fuimos. Por primera vez la insulté. Le dije:
—¡Eres una puta, Cristina! ¡Una puta! Por qué no entiendes que te quiero...
Pero ella no quiere a nadie. Ni a ella misma. Me miró como si estuviera mirando a un fantasma. No pude contenerme, terminé lloroso, abrazándola, suplicándole que me perdonara, que había sido un imbécil por tratarla así... Sí, sí, lo admito, me está volviendo loco, pero si pudieras verla cuando es frágil, cuando en la cama vuelve a ser la niña persiguiendo mariposas, la amarías como yo la amo, además, ya soy viejo, mis hijos ya son mayores, logrados, con mi mujer hace años que no tengo nada... ¿Que cómo se volvió puta? Yo qué sé. Quizá el barrio, la pobreza. Su madre se rompía el lomo lavando ropa de gente de San Isidro y la dejaba solita, no sé, no me preguntes más...

César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

martes, 1 de abril de 2014

Un cuento de César Panduro.


Tía no quiero que me coman


San José de Los Molinos (Distrito de la Provincia Ica)
Mi padrastro me enseñó a temerle. La vida me enseñó a amarla hasta el punto de querer ser su hijo y tener los labios como higos por reventar sobre el rostro azul, no negro, porque mi tía y sus 14 hijos no fueron negros, fueron azules como el cielo que tiene sus nubes blancas como ellos tenían sus dientes que a cada instante se mostraban para celebrar la jodadera fecunda y sin culpa. Yo me moría de miedo cada vez que venía a casa, me escondía debajo de la cama, es más no comía, pensando que ella y los 4 negros (mis primos) con los que andaba me tragarían, porque eso me dijo mi padrastro, que los negros comían niños. Mordía mis uñas por el miedo, estrujaba la estampita de la virgen del tránsito para que se fueran rápido…un día sin aviso, como siempre, vino a la casa y me encontró. Yo abrí la puerta sin saber que era ella. Cerré la puerta ni bien supe que era ella. Mi madre me regañó por dejarla afuera cargando una canasta llena de frutas que siempre nos traía. Me obligó a pedirle disculpas, me puse delante de ella, mudo. Yo quería llorar, no por las reprensiones de mi madre, sino por el terror que sentía porque pensaba que en cualquier momento me daría un mordiscón. De manera tierna mi tía me puso sobre sus piernas redondas y gruesas, no pude más, lloré, me tiré al piso, mi madre no entendía por qué hacía eso, me quiso dar un jalón, pero mi tía le dijo que me dejara…me preguntó por qué le tenía miedo, miré a sus ojos dulces, le respondí, porque iba a comerme, lejos de fruncir el ceño o lanzar una mirada castigadora a mi madre, rió estruendosamente, le dio tanta risa que mi madre tuvo que traer agua para que tomara porque se había puesto roja. Me llevó otra vez sobre su falda de tela vieja, sus dedos entre las chancletas eran de barro. La chacra los había endurecido. cuarteado. Me dio un beso. Me preguntó quién me enseñó que ella comía. No dudé en decirle que mi padrastro. Vi su cara de cólera. Miró a mi madre. “ese serrano, no basta con pegarle al chico, sino que le enseña cojudeces”. Volvió a reír. Le pidió a mi madre llevarme a los molinos. Le rogué a mi madre con la mirada que no me dejara ir. Ahora sí me iba a comer. Mi padrastro siempre peleaba con mi madre por mí. Para congraciarse me dijo que la ayudara a llevar sus bolsas hasta su casa. Allá dormirás. Sin restañar fui hacia mi cuarto, saqué un short y un polo. Quise despedirme de mi hermano, pedirle disculpas por las veces que le pegué. Todo el camino lloré. Mi tía me hacía caricias. Al llegar, 4 negros, recibieron a su primo con alegría. Ahorita me comen. Con más fuerza empuñaba la estampita de la virgen del tránsito. No decía ni tus ni mus. Me abracé a mi tía. Uno de sus hijos me hizo llorar. ¡No jodan al chico! gritó y se puso a cocinar. Mi silencio la conmovió. Quizá ya en ese entonces mi cara era triste. Mientras pelaba el conejo que especialmente mató para mí, hablaba sobre mamá, que como era posible que ese hombre le pegara, que me enseñara a odiar a su sangre. No le decía nada, la vi romper con sus manos ramas secas para meterlas al fogón. Mi tío se sorprendió de verme en la cocina. ¿Se va a quedar? Claro. El miedo me subió por los pies. Mi tío era un negro corpulento, de manos gruesas y de olor penetrante. Fidel, sabes que nuestro sobrino piensa que lo vamos a comer. Mi tía rió. Mi tío no. Eso me asustó mucho más. Si mi tía había matado y pelado con facilidad al conejo, mi tío lo haría ahora conmigo…bueno hay que comerlo para la cena. Mi tío, me contó después que le quiñó el ojo a mi tía, para que respondiera nada. Movió la cabeza. Mis primos llegaron. Yo no comí. Mi tío, dijo a todos que habría una cena especial. Quise suplicarles que no me comieran. Se rió al ver mi cara de susto. Quise huir. Saltar la quincha y ahogarme en la achirana. Eso era mejor que morir despedazado. Yo tenía 8 años. Lo mejor que hice fue quedarme viendo el pacae grande. Ahí supe la forma del árbol cuyos frutos mi tía nos llevaba a casa para que lo comiéramos como si fueran algodones dulces. Era realmente grande. El cielo era azul. El agua era azul. Yo era morado. Me quisieron llevar a la chacra. Les dije que no. Mi tía se quedó viéndome. Estuve viendo todo el rato el pacae. La noche llegó. En ese entonces los Molinos no tenía luz eléctrica. La mesa larga de mi tía donde entraban sus 14 negros, por razones que solo la genética puede explicar, no tuvo ninguna hija, ninguno murió en los primeros años de vida, ninguno llegó a ser médico ni ingeniero, como me pedía mi tía que fuera, porque yo tenía la suerte de ir al colegio. No pude ver sus caras. Los lamparines no eran muchos. Veía sus risas. Mi tía se preocupó. No quise comer otra vez…Mi tío, les dijo a todos que esta noche me comerían. Todos se callaron. Estalló la risa, pepo se atragantó. Fefo, el menor me miró asombrado. ¡A su primo les han dicho que en esta casa se comen a los niños!...Pedro, le increpó mi tía…Carajo mujer, estoy bromeando. Mi tío, que no era cariñoso ni con sus hijos, me agarró la cabeza. ¡Acá nadie come a nadie! Luego soltó una carcajada. Cenaron hablando sobre cosas del campo. Yo veía el fuego de los lamparines temblar haciendo eco de mis piernas. La noche sería larga, oscura, con muchas aves pasando por encima del techo de barro y carrizo. Si no me habían comido en la cena, seguía pensando, lo harían en el desayuno. Mi tía vino a hacerme dormir. Me habló de mi abuela, la “chola” que tuvo al igual que ella 14 partos ininterrumpidos, algunos murieron, algunos salieron blancos, la mayoría como tú hijito, trigueños, con todo el sol acumulándose en la piel…mi tía se fue, sus pasos se derrumbaron, la noche pasó como un pájaro, ni el cuco que según mi padrastro, era negro, vino a mi cama. Soñé que era negro, un hijo más de mi tía. Desperté, abriendo mi corazón al día, mi tía curtía el desayuno con su sudor, la acompañé donde una amiga, orgullosamente me llevaba de la mano, probablemente sabía que necesitaba cariño y me lo dio a raudales. Me quedé tres días en su casa. Me acostumbré rápidamente a su cariño. Con pesar volví a la rutina de ver mi madre pelear con mi padrastro. Con ansias cada vez que la puerta daba ruidos, salía a ver si era mi tía. Mis primos en cada santo que íbamos a los molinos hacían que yo dijera “que iban a comerme”. Todos reían recordando al niño de 8 años que aprendió con ellos que el alma tenía el color de mi tía. Fui a todos los santos donde lloraba porque sus 16 negros le cantaban “happy verde” al unísono, fui al entierro de mi tío al que mi tía recordó siempre con la canción de Lucha Reyes que le dedicó cuando llevaba comida a mi abuelo en la hacienda de los Malatesta, vi inundar su corazón de pena y desbordarse como el río que esa vez se llevó todos sus animales, incluido el majo, “perro de miera, parece tu marido, ah perdón, yo soy tu marido” decía mi tío, vi entristecer su cabello, como el mío, ahora que su recuerdo sale a saludarme, como lo hacía con gozo, matando sus mejores animales que en mi estómago la lloran.



César Panduro, dirige la Biblioteca Abraham Valdelomar de Huacachina.



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