domingo, 29 de agosto de 2021

USHANAM JAMPI

 



La plaza de Chupán hervía de gente. El pueblo entero, ávido de curiosidad, se había congregado en ella desde las primeras horas de la mañana, en espera del gran acto de justicia a la que se había convocado la víspera, solemnemente.

     Se habían suspendido todos los quehaceres particulares y todos los servicios públicos. Allí estaban el jornalero, poncho al hombro, sonriendo con sonrisa idiota, ante la frase intencionada de los corros; el pastor greñudo de de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en torno de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barcotea un rosario interminable de conjuros, y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y capa cónica tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito que apenas le llega al vértice de los codos.
     Y por entre esa multitud, los perros, unos perros de color ámbar sucio, hoscos, de cabeza angulosas y largas como cajas de violín, costillas transparentes, pelos hirsutos, miradas de lobo, cola de zorro y patas largas, nervudas y nudosas yendo y viniendo incesantemente, olfateando a las gentes con descaro, interrogándoles con miradas de ferocidad contenida, lanzando ladridos impacientes, de bestias que reclamaran su pitanza.
     Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de sus miembros. Conce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Un delito que había alarmado a todos profundamente, no tanto por el hecho en sí cuanto por la circunstancia de ser la tercera vez que un mismo individuo cometía igual crimen. Algo inaudito en la comunidad. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa e inflexible de los yayas, merecedora de un castigo pronto y ejemplar.
     Al pleno sol, frente a la casa comunal y en torno de una mesa rústica y maciza, con una macicez de mueble incaico, el gran concejo de los yayas, constituido en tribunal, presidía el acto, solemne, impasible, impenetrable, sin más señales de vida que el movimiento acompasado y leve de las bocas chacchadoras, que parecían tascar un freno  invisible.
     De pronto los yayas dejaron de chacchar, arrojaron de un escupitajo la papilla verdusca de la masticación, limpiáronse en un pase de manos de las bocas espumosas y el viejo Marcos Huacachino, que presidía el consejo, exclamó:
   -Ya hemos cachado bastante. La coca nos aconsejará en el momento de la justicia. Ahora bebamos para hacerlo mejor.
     Y todos servidos por un decurión, fueron vaciando a grandes tragos un enorme vaso de chacta.     
     -Que traigan  a Conce Maille –ordenó Huacachino una vez que todos terminaron de beber.
     Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el  Tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las lujurias y amenazas de la muchedumbre. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que la del abatimiento. Era tal la regularidad de sus facciones de indio puro, la gallardía de su cuerpo, la altivez de su mirada, su porte señorial que, a pesar de sus ojos sanguinolentos, fluía de su persona una gran simpatía la simpatía que despiertan los hombres que poseen la hermosura y la fuerza.
     -¡Suéltenlo! –exclamó la misma voz que había ordenado traerlo.
     Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó.
     -José Ponciano te acusa de que el miércoles pasado le robaste su vaca y que y que has ido a vendérsela a los de Obas. ¿Tú qué dices?
     -¡Verdad! Pero Ponciano me robó el año pasado un toro. Estamos pagados.
     -¿Por qué entonces no te quejaste?
     -Porque yo no necesito de que nadie me haga justicia. Yo mismo sé hacérmela.
     -Los yayas no consentimos que aquí nadie se haga justicia. El que se la hace pierde su derecho.
     Ponciano al verse aludido, intervino:
     -Maille está mintiendo, taita. El toro que dice que yo le robé se lo compré a Natividad Huaylas. Que lo diga; está presente.
     -Verdad,  taita –contestó un indio, adelantándose hasta la mesa del consejo.
     -¡Perro! –gritó  Maille, encarándose ferozmente a Huaylas-. Tan ladrón tú como Ponciano. Todo lo que tú vendes es robado. Aquí todos se roban.
      Ante la imputación, los yayas, que al parecer dormitaban, hicieron un movimiento de impaciencia al mismo tiempo que muchos individuos del pueblo levantaban sus garrotes en son de protesta y los blandían gruñendo rabiosamente. Pero el jefe del tribunal, más inalterable que nunca, después de imponer silencio con gesto imperioso dijo:
     -Conce Maille, has dicho una brutalidad que ha ofendido a todos. Podríamos castigarte entregándote a la justicia del pueblo, pero sería abusar de nuestro poder.
     Y dirigiéndose al agraviado José Ponciano, que desde uno de los extremos de la mesa, miraba torvamente a Maille, añadió:
     -¿En cuánto estimas tu vaca, Ponciano?
     -Treinta soles, taita. Estaba para parir, taita.
     En vista de estas respuestas el presidente se dirigió al público en esta forma:
     -¿Quién conoce la vaca de Ponciano? ¿Cuánto podrá costar la vaca de Ponciano?
     Muchas voces contestaron a un tiempo que la conocían y que podría costar realmente los treinta soles que le había fijado su dueño.
     -¿Has oído, Maille? –dijo el presidente al aludido.
     -He oído, pero no tengo dinero para pagar.
     -¡Tienes ganado, tienes tierras, tienes casa. Se te embargará uno de tus ganados, y como tú no puedes seguir aquí porque es la tercera vez que compareces ante nosotros por ladrón, saldrás de Chupán inmediatamente y para siempre. La primera vez te aconsejamos lo que debías hacer para que enmendaras y volvieras a ser hombre de bien. No has querido. Te burlas de yaachisum.  La segunda vez tratamos de ponerle bien con Felipe Tacuche, a quien le robaste diez carneros. Tampoco hiciste caso del alli-achusun, pues no has querido reconciliarte con tu agraviado y vives amenazándole constantemente… Hoy le ha tocado a Ponciano ser el perjudicado y mañana quién sabe a quién le tocará. Eres un peligro para todos. Ha llegado el momento de botarte y aplicarte el jirarishum. Vas a irte para no volver más. Si vuelves, ya sabes lo que te espera: te cogemos y te aplicamos ushanam-jampi. ¿Has oído bien Conce Maille?
     Maille se encogió de hombros, miró al tribunal con indiferencia, echó mano al huallqui que, por milagro había conservado en la persecución y sacado un poco de coca se puso a chacchar lentamente.
     El presidente de los yayas, que tampoco se inmutó por esta especie de desafío del acusado, dirigiéndose a sus colegas, volvió a decir:
     -Compañeros, este hombre que está delante de nosotros es Conce Maille, acusado por tercera vez de robo en nuestra comunidad. El robo es notorio; no lo ha desmentido, no ha probado su inocencia. ¿Qué debemos hacer con él?
     -Botarlo de aquí, aplicarle jirarishum,  - contestaron a una voz los yayas, volviendo a quedar mudos e impasibles.
     -¿Has oído Maille? Hemos procurado hacerte un hombre de bien; pero no lo has querido. Caiga sobre ti el jirarishum.
     Después levantándose y dirigiéndose al pueblo, añadió con voz solemne y más alta que la empleada hasta entonces.
     -Este hombre que ven aquí es Conce Maille, a quien vamos a botar de la comunidad por ladrón. Si alguna vez se atreve a volver a nuestras tierras cualquiera de los presentes podrá matarlo. No lo olviden. Decuriones, cojan a ese hombre y sígannos
     Y los yayas, seguidos del acusado y de la muchedumbre, abandonaron la plaza, atravesaron el pueblo y comenzaron a descender por una escarpada senda, en medio de un imponente silencio. Hasta los perros, momentos antes inquietos, bulliciosos, marchaban en silencio, gachas las orejas y las colas, como percatados de la solemnidad del acto.
     Después de un cuarto de hora de marcha por  senderos abruptos, el jefe de los yayas levantó su vara de alcalde y la extraña procesión se detuvo al borde del riachuelo que separa las tierras de Chupán de las de Obas.
     -¡Suelten a ese hombre! –exclamó el yaya de la vara.
     -Y dirigiéndose al reo:
     -Conce Maille: desde este momento tus pies no pueden seguir pisando nuestras tierras porque nuestros jircas se enojarían, y su enojo causaría la pérdida de las cosechas y se secarían las quebradas y vendría la peste. Pasa el río y aléjate para siempre de aquí.
     Maille volvió la cara hacia la multitud que con gesto de asco e indignación, más afligido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar, exclamó:
       -¡Ysmayta-micuy!
       - Y de cuatro saltos salvó las aguas del Chillán y desapareció entre los matorrales de la banda opuesta, mientras los perros ladraban furiosamente, sin atreverse a penetrar en las cristalinas y bulliciosas aguas del riachuelo.
     Si para cualquier hombre la expulsión es una afrenta, para un indio, y un indio como Conce Maille, la expulsión de la comunidad significa todas las afrentas posibles, el resumen de todos los dolores frente a la pérdida de todos los bienes; la choza, la tierra, el ganado, el jirca y la familia. Sobre todo, la choza.
     El jirarishum es la muerte civil del condenado, una muerta de la que jamás se vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros, punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo las férulas del misti; lo que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza.
Y Conce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Sobre todo, habían dos fuerzas que le atraían constantemente a la tierra perdida: su madre y su choza. ¿Qué iba a ser de su madre sin él? Este pensamiento le irritaba y le hacía concebir los más inauditos proyectos. Y exaltado por los recuerdos nostálgico y cargado su corazón de odio, como una nube, de electricidad, harto en pocos días de la vida de azar y merodeos que se le obligaba a llevar, volvió a repasar, en las postrimerías de una noche, el mismo riachuelo que un mes antes cruzara a pleno sol, bajo el sol, bajo el silencio de una poblada hostil y los ladridos de una jauría famélica y feroz.
     A pesar de su valentía, comprobada cien veces, Maille, al pisar la tierra prohibida, sintió como una mano que le apretara el corazón, y tuvo miedo. ¿Miedo de qué? ¿De la muerte? Pero ¿qué podría importarle la muerte a él, acostumbrado a jugarse la vida por nada? ¿Y no tenía para eso su carabina y sus cien tiros? Lo suficiente para batirse con Chupán entero escapar y cuando se le antojara.
     Y el indio, con el arma preparada, avanzó cauteloso, auscultando todos los ruidos, oteando los matorrales, por la misma senda de los despeñaderos  y de los cactus tentaculares y amenazadores como pulpos, especie de vía crucis, por donde solamente se atrevería a bajar, pero nunca a subir, los chupanes, por estar reservada para los grandes momentos de su feroz justicia. Aquello era como la roca Tarpeya del pueblo.
     Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía:
     -Entra guagua-yau, entra. Hace muchas noches que tu madre no duerme esperándote. ¿Te habrán visto?
     Maille, por toda respuesta, se encogió de hombros y entró.
     Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando  le falta poder para recuperarlo, pensaba: “Maille, volverá cualquier noche de estas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Natalia, no habrá nada que lo detenga”.
     Y los yayas pensaban bien. La choza sería la trampa en que habría de caer alguna vez el condenado. Y resolvieron vigilarla día y noche, por turno, con disimulo y tenacidad verdaderamente indios.
     Por eso aquella noche, apenas Conce Maille penetró a su casa, un espía corrió a comunicar la noticia al jefe de los yayas.
     -Conce Maille ha entrado a su casa, taita. Natalia le ha abierto la puerta –exclamó palpitante, emocionado, estremecido aún por el temor, con la cara de un perro que viera a un león de repente.
     -¿Estás seguro, Santos?
     -Sí, taita, Nastasia lo abrazó. ¿A quién podría abrazar la vieja Natalia, taita? Es Cunce…
     -¿Está armado?
     -Con carabina, taita. Sí vamos a sacarlo, iremos todos armados Cunce es malo y tira bien.
     Y la noticia se esparció por el pueblo eléctricamente… “¡Ha llegado Cunce Maille! ¡Ha llegado Cunce Maille!” era la frase que repetían todos estremeciéndose. Inmediatamente se formaron grupos. Los hombres sacaron a relucir sus grandes garrotes –los garrotes de los momentos trágicos-; las mujeres, en cuclillas, comenzaron a formar ruedas frente a la puerta de sus casas, y los perros, inquietos, sacudidos por el instinto, a llamarse y a dialogar a la distancia.
     -¿Oyes Cunce? –murmuró  la vieja Natasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquel, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo-. Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. ¿No oyes? Te habrán visto.. ¡Para qué habrás venido guagua-yau!
     Conce hizo un gesto desdeñoso y se limitó a decir:
     -Ya te he visto, mi vieja, y me he dado el gusto de saborear una chaccha en mi casa. Voime ya. Volveré otro día.
     Y el indio, levantándose y fingiendo una brusquedad que no sentía, esquivó el abrazo de su madre y, sin volverse, abrió la puerta, asomó la cabeza a ras del suelo y atisbó. Ni ruidos, ni bultos sospechosos; sólo una leve y rosada claridad comenzaba a teñir la cumbre de los cerros.
     Pero Maille era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de ese silencio. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo; dio en seguida un paso atrás, para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvo la puerta y echó a correr como una exhalación. Sonó una descarga y una lluvia de plomo acribilló la puerta de la choza, al mismo tiempo que innumerables grupos de indios armados de todas armas, aparecían por todas partes gritando: ¡Muera Conce Maille! ¡Ushanam-jampi! ¡Ushanam-jampi!
     Maille apenas logró correr unos cien pasos, pues otra descarga, que recibió de frente, le obligó a retroceder y escalar de cuatro saltos felinos el aislado campanario de la iglesia, desde donde, resuelto y feroz, empezó a disparar certeramente sobre los primeros que intentaron alcanzarle.
     Entonces comenzó algo jamás visto por esos hombres rudos y acostumbrados a todos los horrores y ferocidades; algo que, iniciado con un reto, llevaba trazas de acabar en una heroicidad monstruosa, épica, digna de la grandeza de un canto.
      A cada diez tiros de los sitiadores, tiros inútiles, de rifles anticuados, de escopetas inválidas, hechos por manos temblorosas, el sitiado respondía con uno invariablemente certero, que arrancaba un lamento y cien alaridos. A las dos horas había puesto fuera de combate a una docena de asaltantes, entre ellos a un yaya, lo que había enfurecido al pueblo entero.
     -¡Tomen, perros! –gritaba Maille a cada indio que derribaba-. Antes que me cojan mataré cincuenta. Cunce Maille vale cincuenta perros chupanes. ¿Dónde está Marcos Huacachino? ¿Quiere un poquito de cal para su boca con esta shipina?  
     Y shipina era el cañón de arma, que amenazadora y mortífera, apuntaba en todo sentido.
     Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. El comisionado debería comenzar por ofrecerle todo, hasta la vida que, una vez abajo y entre ellos, ya se verá cómo eludir la palabra empeñada. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille, y de palabra capaz de convencer al más desconfiado.
     Alguien señaló a José Facundo. –“Verdad –exclamaron  los demás-. Facundo engaña al zorro cuando quiere y hace bailar al jirca más furioso”.
     Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa misión, recostó su escopeta en la tapia en que estaba parapetado, sentase, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zig-zags, en dirección al campanario gritando:
     -¡Amigo Cunce!, ¡amigo Cunce! Facundo quiere hablarte.
     Conce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó:
     -¿Qué quieres, Facundo?
     -Pedirte que te bajes y te vayas.
     -¿Quién te manda?
     -¡Yayas!
     -Yayas son unos supaypa-huachasgan, que cuando huelen sangre quieren beberla. ¿No querrán beber la mía?
     -No, yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más.
     -Han querido matarme.
     -Ellos no; ushanam-jampi, nuestra ley. Ushanam-jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestra gran jirca-yayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos.
     Conce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba.
     -No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro jirca que me dejarán partir sin molestarme.
     Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del ushanam.jampi no había juramento posible.
     Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó:
     -He venido a ofrecerte lo que pidas. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiera a mi hermano.
     Y, abriendo los brazos, añadió:
     -Cunce, ¿no habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupán que me he abrazado con un valiente como tú.
     Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó en los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se les había tendido, y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantándolo en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo, que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor.
     -¡Perro!, más perro que los yayas –exclamó Maille, trémulo de ira-, te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua.
     Facundo cerró los ojos y se limitó a gritar rabiosamente:
     -¡Ya está!, ¡ya está! ¡ya está! ¡Ushanam-jampi!
     -¡Calla, traidor!-, volvió a rugir Maille, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a facundo por la garganta se la apretó tan rudamente que le hizo saltar la lengua, una lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda.
     Maille sonrió satánicamente, desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua de su víctima y  se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que, aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñaladas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba, que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñaladas se le hundieron en el cuerpo.
     -¡No le hagan así taitas, que el corazón me duele! –gritó la vieja Nastasia, mientras salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada  por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquella vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento.
     -¡A arrastrarlo! –gritó una voz.
     -¡A arrastrarlo! –respondieron cien más.
     -¡A la quebrada con él!
      -¡A la quebrada!
     Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero, por el pueblo, para que,, según los yayas, todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus.
     Cuando los arrastradotes llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillán, sólo quedaba de Conce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus, las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros.
     Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Conce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas.

ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

viernes, 27 de agosto de 2021

LA CALLE TACNA Y LA LITERATURA EN ICA

En una de las visitas a la casa de Luis Zambrano, me contó que las palabras del poema resurrección aparecieron al ver un papel botado en la pista, él había cruzado la acequia “La Mochica”, siempre buscaba leer el poeta y justo al ingresar a la calle Tacna le llamó la atención un papel en blanco, este encuentro encendió la luz. Pasar por aquel lugar, era una ruta obligada cuando se dirigía al centro de la ciudad. Aquí el poema.

Era un papel

botado en la pista

arrugado

triste

muerto de hambre y de pena

abandonado a su suerte

entre harapos.

 

Era un papel

sin rumbo

golpeado por el viento

herido por la lluvia

cansado de vivir

ya sin líneas

y sin nombre

agonizante.


Cayó sobre él

un verso

y echó a volar.

En la foto que se adjunta, la casa que está junto al puente, al lado de la acequia, le perteneció o vivía ahí el poeta Rolando Tello Pérez. Ahora luce abandonada, sin título de propiedad a la vista, lo bueno es que la casa abriga al sol cada día. Algunas veces lo vi sentado mirando como el agua discurría con rumbo sur, tenía un parecido a Gabo, estoy seguro que después de meditar esa tarde, escribiría lo versos de su poema “Como un árbol cansado”, claro la acequia pequeña es un río. Leamos algunos versos.

“Aquí nos sentaríamos

¡Ahí! Sobre esa piedra detenida en la orilla

como un témpano invalido.

                               Entonces yo abriría mi juventud

                               a estas cosas y empujaría al río por mis venas,

                               su canto;

                               y nuestros sueños juntos, linyeras del infinito

                               se irían, aún más lejos, que estos perdidos pájaros”.


A cien metros del lugar están los recuerdos de César Panduro, sus alegrías y tristezas al jugar con su hermano Erick, el amor a su madre Florencia Astorga natural de Los Molinos y todo su mundo.

“Se reía de los puentes

que hacía con las cañas en las orillas de la acequia

reía de su hermano que no aprendió a abrir los dientes

que dormía a su lado y lo calmaba de sus pesadillas….”



miércoles, 25 de agosto de 2021

FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA (del libro "Apuntes de un Caminante")

 

LOS FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA

Por: Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

La forma como estaban constituidas las regiones en la época prehispánica, En esa dualidad de arriba hacia abajo (hanan – Hurin) la ciudad de Ica se establece transversalmente como la capital de la educación en el sur chico.

 Ya que reúne a importantes pueblos ubicados en la parte de arriba (hanan), así tenemos a las provincias ayacuchanas: Lucanas, Huancasancos y Parinacochas de la región Ayacucho; Chalhuanca, Abancay, Andahuaylas y demás provincias de la Región Apurimac; Huaytará y todos sus distritos de la Región Huancavelica. Los de abajo (Hurin) van desde Cañete hasta Nasca. Desde los valles interandinos bajaron gente importante para las artes plásticas, cabe mencionar en esta introducción a los niños ayacuchanos, que llegaron por Ica a estudiar en Instituciones públicas, aquí se convirtieron en grandes pintores, ellos son: Dante Guevara Bendezú y Percy Gavilán Chávez, ambos del Distrito Ocaña, en cuyos trazos están los colores de los Nascas y Paracas, culturas pre – incas que se remontaron hasta sus cabeceras, llegando estos hombres a enaltecer sus orígenes, universalizando el paisaje, los elementos sagrados y dando vida a los habitantes de estas candentes tierras.

Lo que se estableció desde Lima, la forma como  dividieron al Perú por departamentos al inicio de La República no le ha quitado el protagonismo a nuestra ciudad, muy a pesar que se encuentra cerca de la capital Lima. Sin embargo se siguen tomando decisiones en los escritorios, dejando de lado lo que la Reforma Educativa señalaba:

ü  Igualdad en las oportunidades de vida para todos los peruanos

ü  Escolaridad básica efectiva y diversificada.

 Aún no toman en cuenta como nuestros ancestros dividieron al Perú, hace falta una verdadera regionalización, esperamos que se tome en cuenta después de leer la presente columna. Digo esto porque antes que entrara en funcionamiento la “Universidad Nacional San Luis Gonzaga”, nuestra Región ya hospedaba a niños y jóvenes talentosos, como es el caso de José María Arguedas, nuestro tayta llegó a estudiar primero y segundo año de secundaria en el Colegio San Luis Gonzaga.

Desde que empezó su funcionamiento la Universidad Nacional, en la década del 60, estuvo relacionada a grandes misiones que llegaban a Ica para conocer su pasado precolombino; pero es en la década del 70 donde se vislumbra su gran aporte al país y la Región, sin duda la Reforma Educativa sirvió de mucho en la gran rivalidad existente entre las Instituciones “José Toribio Polo” y “San Luis Gonzaga”. Competían en todas las asignaturas (hoy áreas) hechos que han venido a convertirse en parte de la Historia y la Literatura, desde el verso de sus docentes hasta la prosa de sus estudiantes, en el género dramático se alcanzó una elevada notoriedad con el Elenco Teatral Campiña Iqueña. La facultad de Educación tenía a la Institución “Abraham Valdelomar” como centro de aplicación, lugar donde los futuros docentes hacían su prácticas pre- profesionales. Muchos coinciden en que fue la primera reforma educativa que tuvo a la población organizada mediante los núcleos educativos comunales, se salieron de las aulas para analizar el problema educativo desde lo político, económico y social. El perfil del egresado era: “Surgimiento de un nuevo hombre plenamente participante en una sociedad libre, justa, solidaria y desarrollada por el trabajo creador y comunitario de todos sus miembros e imbuido en valores nacionalistas”.                                             

Ya en el 2011, Ana Ethel del Rosario Jara Velásquez egresada de la Institución Educativa Antonia Moreno de Cáceres, asumía la Presidencia del Consejo de Ministros. Abogada por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2015, José Luis Tordoya Cabezas egresado de la Institución Educativa José Toribio Polo, asumía el cargo de Consejero Regional. Químico Farmacéutico por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2017, Javier Cornejo Ventura egresado también del José Toribio Polo, asumía las funciones de Alcalde Provincial de Ica. Ingeniero Civil por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica.

Producto de las migraciones hacia Ica, el ayacuchano Miguel Jhonny Huamaní Chávez estudia en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga, hoy es el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, cargo que viene ejerciendo desde el presente año. Otro lucanino, es el actual Presidente Regional Javier Gallegos Barrientos, estudió su secundaria en el Colegio Nacional "Victor Manuel Maurtua" en el Distrito de Parcona, Distrito que realizara la primera revolución campesina en el Perú (1924), egresado de nuestra primera casa de estudios, de la Facultad de Ingeniería Civil. El Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo es abogado por la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, me refiero a Iber Maraví Olarte, más conocido por su trabajo creador en la música. Él también es ayacuchano, siendo hijo de una leyenda en Ica, el huancavelicano Antenor Maraví Izarra, ex Director de las Instituciones Educativas San Luis Gonzaga y José Toribio Polo.

Las personalidades políticas que hoy cuentan con 55 a 60 años de vida, estudiaron la secundaria en una Institución pública en la década del 70, son producto de la Reforma Educativa, participan plenamente en la sociedad, teniendo como objetivo una sociedad libre, justa y solidaria. El producto de la Reforma Magisterial la tendremos en algún tiempo y de seguro otros estarán escribiendo de sus profesores. Lo que les puedo decir como conclusión es que los docentes que enseñaban en el  José Toribio Polo los encontré como catedráticos en la Universidad, los buenos profesores que llegaron a Ica establecieron sus hogares en la ciudad. Actualmente Ica sigue creciendo con la llegada de muchos jóvenes talentosos y rápidamente se ubican en los arenales que rodean nuestro valle.

agosto, 2021

miércoles, 18 de agosto de 2021

El terrorismo no es una ideología ni un programa político en el Perú.

Escribe: Miguel Ángel Malpica

A riesgo de sonar polémico, tenemos que decirlo: jamás vamos a eliminar el terruqueo si seguimos señalando que el PCP – SL y el MRTA son organizaciones terroristas. Dicho de otro modo: no se va a poder deslindar del terrorismo correctamente, y por lo tanto del mote de terrorista para toda persona de izquierda, si no señalamos que el terrorismo no es una ideología ni un programa político y por lo tanto no pueden ser los conceptos con los que debemos acercarnos al estudio de estos dos partidos políticos que devinieron en organizaciones subversivas. 
Algunos creen que luchar contra el terruqueo es salir al frente y decir “yo no soy terrorista, pero Sendero y el MRTA sí”. Muchos han saludado que Bellido, Castillo y Perú Libre salgan a “repudiar” el terrorismo de los 80 y 90. Pero eso, en vez de aclarar la situación, le da más herramientas a la derecha para seguir terruqueando, porque tanto la izquierda parlamentaria como la derecha tienen en común algo: afirmar que el PCP – SL y el MRTA son terroristas. Ahí vemos a Patria Roja deslindando del terrorismo gonzalista, como vemos a la derecha repudiar el terrorismo senderista. O a Cerrón y Mendoza, en el mismo tono, repitiendo igual que Fujimori o López Aliaga: los 80 y 90 fueron épocas de terrorismo. Podrán tener muchas diferencias Nuevo Perú, Perú Libre y el Frente Amplio, e incluso Patria Roja, con la derecha, y muy bien que las tengan y que bueno que sea así, pero no cabe duda que los políticos de esa izquierda no hacen más que reforzar el terruqueo y seguir echando sobre el Conflicto Armado Interno lo que más exige la derecha: sombras históricas que impiden abordar de manera objetiva los hechos que, con dolor y violencia, convulsionaron al país por casi 21 años en un contexto de lucha social y política, no terrorista.
Como escribe la investigadora francesa Anouk Guiné en su artículo sobre Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular, que por más que nos genere horror el asesinato de Moyano, o por más que nos indigne hasta rabiar la matanza de Lucanamarca a manos del PCP - SL o la masacre de Las Gardenias del MRTA, tenemos que estudiar de manera racional e ilustrada los hechos que iniciaron en 1980 en un pueblo pequeño de Ayacucho. Ya tempranamente el periodista Gustavo Gorriti señalaba que lo fundamental en el PCP – SL no era el terrorismo sino acciones políticas como guerrilla, propaganda o sabotaje. Se tiene que describir con las palabras y los conceptos correctos los episodios violentos vividos, afirmó Gorriti alguna vez: no caer en la trampa semántica del “terrorismo”. También de parte de los militares existe, aunque débil, esa posición: el General Sinesio Jarama, uno de los jefes militares en la época más violenta del conflicto, hacia una diferencia entre terrorismo y subversión armada, señalando que lo primero es una acción delincuencial común y lo segundo un fenómeno social y político, para finalmente señalar que el PCP – SL y el MRTA eran subversión armada. Como vemos, hasta un general tiene mayor claridad sobre lo que sucedió en los 80 y 90, que nuestros actuales políticos de derecha e izquierda. 
Pero nada de esto piensan nuestros políticos ni académicos. Sobre los primeros ya hemos hablado. Es con los segundos con quienes tenemos que arreglar cuentas porque ellos han lucrado y siguen lucrando con las muertes del Conflicto Armado Interno: por más de 20 años han escrito sobre la guerra, haciendo “hablar” al enemigo senderista y emerretista, al padre militar y genocida, invitándonos a reflexionar sobre la humanidad de los subversivos, de los generales ministros, convocándonos a conocer sus motivaciones, etc. Becados en Europa y los Estados Unidos, columnistas en el New York Times o en El País: nos han dicho cómo ha sido el conflicto desde sus novelas, artículos, ensayos o textos de no ficción pero ahora callan sepulcralmente. Qué curioso que hoy, que se necesita más su voz académica, permanezcan en silencio, pues cuando se terruqueó a Bellido no alzaron la voz para exigir un tratamiento objetivo, en este caso a Edith Lagos, de las personalidades que participaron en la guerra, o cuando ahora Béjar señaló que las acciones terroristas tienen antecedentes en instituciones estatales no han salido a explicar, estos académicos nuestros, correctamente qué es el terrorismo y porqué existió antes de las acciones del PCP-SL o del MRTA. Que pena que hoy, cuando esos libros que escribieron necesitan leerse mucho, se evidencie que por más que nos hablen del conflicto desde una supuesta eticidad más justa y dialogante, nos han hablado desde una tramposa posición lucrativa, pues hasta ahora no han logrado captar realmente lo que pasó en el Perú en los 80 y 90 pero viven de la memoria del país. Simplemente, como los políticos de izquierda y derecha, se resumen en llamar organización terrorista al PCP – SL y al MRTA. Y eso, como se acaba de ver, no sirve para nada. Muy por el contrario, genera este mar de confusión donde hasta el supuestamente rojo de Cerrón tiene que salir a repudiar a los rojos senderistas, repitiendo lo que la derecha quiere. ¿Acaso han deslindado públicamente del PCP – SL sin caer en el juego de la derecha? Han dicho lo que militares y fujimoristas desean. Es decir: todos, en estos años de postconflicto, tenemos que salir a decir que fue terrorismo lo que pasó hace 41 años. 
Hoy que algunos celebran el bicentenario, estamos viviendo uno de los conflictos más cruentos de nuestra historia, conflicto cuyas dimensiones no se han medido aún pero que vemos día a día: es el conflicto que se libra en el campo de la memoria histórica, en el saber qué pasó en esos años que nos pintan de un rojo como la sangre. Son 21 años, que comienzan en el 2000, en los que escritores, sacerdotes, intelectuales, académicos, políticos y una gama inmensa de personas públicas, han hablado de cómo fue y que resultó del Conflicto Armado Interno. No hay mucha discrepancia en ello, en el proceso del conflicto ni en los resultados: “fue terrorismo”. De acuerdo a lo que han dicho y escrito, han ganado dinero, laureles académicos, pero sobre todo han sostenido visiones políticas sobre el conflicto que han permitido que en estos días se apliquen normas judiciales, terror mediático e incomprensión sobre esos años. Todo nos da como resultado este mundo en el que es terrorista hasta el hijo del padre que nada tiene que ver con el tío que fue amigo de un senderista. 
Existen tres visiones sobre el conflicto: la del Estado fujimorista, que continua aplicando leyes contrasubversivas en tiempos de supuesta paz, la de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, biblia de la izquierda parlamentaria y el progresismo peruano pero que silenció la voz de los llamados enemigos, y finalmente, la visión de los derrotados. No me detendré hoy a explicar esas tres visiones, tal vez lo haga en una próxima oportunidad. Concluiré diciendo que la única forma en la que algún día nos acerquemos correctamente, y de manera objetiva al Conflicto Armado Interno y lo que realmente significa el terrorismo en nuestro país, será cuando se considere como válidas todas las voces que participaron en dicho conflicto y se deje de lado el término terrorismo y terrorista. Esto, obviamente, no debe tener el objetivo de validar ninguna de las tres visiones, que están mediadas por apreciaciones dogmáticas, muchas de las cuáles no quieren reconocer las responsabilidades políticas en el conflicto ni tampoco algún atisbo de crítica a sus dirigentes que purgan condena y prisión, ya sea en la Base Naval o en Barbadillo. La necesidad de establecer un balance multilateral y objetivo de la guerra que vivimos, por lo tanto, debería ser una obligación impostergable de la izquierda que propugna un cambio de régimen social, económico y político para construir una sociedad postcapitalista. 
Nuestra primera tarea para realizar este balance sería dejar de llamar organizaciones terroristas y por lo tanto terroristas a quienes, errados o no, tomaron una decisión en 1980. Con esta primera tarea, y con el balance como meta, podremos acabar con el terruqueo de manera definitiva, sin ponernos a la cola de la derecha y sus intereses.

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