9 de la noche. Cantina del japonés. En la radiola la guaracha Marina.
(Estoy
enamorado de Marina una muchacha bella alabastrina como ella no hace caso de
mis cuitas y yo me vuelvo loco por su amor)
Humo. Luz
naranja y guaracha. Cubiletes y cebada para todos. ¡Ay Juanita, Juanita,
Juanita! Estoy enamorado de Juanita. Una muchacha bella alabastrina. ¿Qué será
alabastrina?
(El día que
la encuentre sola, sola entonces le diré que la quiero)
Es su
fiesta. Su cumpleaños. Y esta noche sin falta le caigo. De todas maneras. Sin
pierde. Es su fiesta.
(y por un
beso que pondré en su boca sabrá que yo la quiero de verdad)
Bailaré con
ella. Solo. Solo. Y no podrá decir que no. ¿Quieres ser mi gila? Bueno. Beso.
Sí. Su guaracha preferida. Carambola lo contó. En ropa de baño guarachaba en
Agua Dulce. «Carambola, si supieras lo de recuerdos que me trae esa guaracha».
Pero a mí, la guaracha me pone triste. Pero triste de triste. Triste de no sé
qué. Parece que las maracas revolvieran en el fondo de mi pecho una culebra
ardiente. Y luego una como espada de fuego se me clavara en la garganta. Y
apenas si puedo decir tu nombre. Juanita. Juanita. Juanita. Y lo digo como si
tomara un poco de miel quemante.
Juanita.
Juanita. Pero la guaracha me pone triste. Sufrido.
—¿Qué pasa,
Colorete, te has comido la singüeso?
—Déjalo,
que está templado.
—Ves lo que
te pasa por cirio.
— Colorete,
chupa y di que es menta.)
Juanita.
Juanita. Cuando te veo sufro. Cuando no, también. No sé qué hacer. Esta noche
te saco a bailar. Guaracha, no. Bolero. Bolero. Me apretaré a tu cuerpo. Te
oleré de cerca. Y si puedo, te beso. Palabra.
(Marina,
Marina, tu boca yo quiero besar)
Quiero ser
como Carambola. O como Natkinkón. Ellos ríen y se alegran con guarachas. En los
tonos son de triana. En cambio yo me pongo corto. Tímido. Y me la paso
chupando. Las muchachas arregladas y bonitas que van a los tonos dan miedo.
Meten miedo. Imposible hablarles: tembladera y tartamudeo. Y si miran como
diciéndome: ¿Por qué no me sacas a bailar? Tiemblo y me escondo. Mi campo es la
calle. La collera… Ahí soy atrevido. En la calle soy el capazote Colorete. Pero
en los tonos me achico. Soy un cobarde.
(Marina,
Marina, Marina, contigo me quiero casar)
— Pucha, si estás en la luna.
— ¿Qué te pasa, Colorete?
— No le hagan caso. Antes de los tonos siempre se pone así.
Esta noche
no podrá decir que no. Estará alegre. Es su cumpleaños. Y estoy bien firme. Mi
peluca está recortada. No hay caso, Manos Voladoras: un artista. Mis zapatos de
gamuza. Estreno pilcha azul y corbata de seda italiana bien bacán. La cara está
que arde. Claro, si no había nada que afeitar. Pero este señor tuvo que
afeitarse para estar presentado. Le llevo un regalo. Un prendedor de plata.
Caro. Caro. El doctor ese es buena gente. Me dio mosca. Le dije: para mañana
necesito azules. No es para mí, aclaré: es cumpleaños de mi gila. La próxima
semana tendré que ir a su casa. ¡Qué se le va a hacer!
(Mira cómo
sufro tú debes amarme no debes martirizarme que esto lo castiga Dios)
Juanita,
Juanita, por qué me desprecias. No me hagas sufrir, que Dios lo castiga. No soy
feo, que digamos. Al contrario. Quién no quisiera tener mi pinta. Las gilas se
me echan. Si vieras los ojos que ponen cuando me miran de frente. Pero yo me
burlo de ellas. Mirándolas, me muerdo los labios. Cierro los puños. Suspiro.
(Mira cómo
sufro tú debes amarme No debes martirizarme No, no, no…)
No. No
podré olvidar el día que por primera vez te vi. Tú eras nuevita en el barrio.
Reciencito te habías cambiado a la Quinta. De arriba abajo y de abajo arriba te
la pasabas la tarde. Quince años tenías. Un día alguien me trajo un recado. Un
paquete pequeño. Al abrirlo encontré un colorete y un papel escrito: « Te amo.
J».
Pucha, si
casi me muero de alegría. Pero como siempre tuve miedo. Tan solo te miraba de
lejos. Cómo no me declaré. Ya hubieras sido mi gila. Soy un cobarde. Cuando
llegó el verano, con Juanita, con sus amigas y con la collera me fui a Agua
Dulce. Juanita, risueña y escandalosa, cantaba en el tranvía. Triste y callado,
sufría de tan solo mirarla. En la playa, no sé por qué, quise verla desnuda.
Cuando entró a su carpa, me eché en la arena y, despacito, levanté la lona.
¡Para todo tengo mala suerte! Se había venido con la ropa de baño puesta debajo
del vestido.
En la
playa, Juanita —dorada, color canela—, corrió y saltó sobre la espuma. Al
fondo, el mar verde. Y aquí, sobre la arena caliente, sufría. Recuerdo que
luego me puse de pie y entré a su carpa. Cogí su ropa. Tenía un olor suave,
húmedo. No sé qué recuerdo de infancia me tomó por entero. Cerré los ojos y
como un licor caliente sentí en mi cuerpo. Salí a la carrera, me metí en el
mar. Al regresar, ya por la tarde, al barrio, no podía resistir sus ojos
negros, negros, negros.
(—¿Jugamos
la cebada? —¿Juegas, Colorete? —No, yo pago todo. Tengo plata.)
Juanita,
ahora, estás muy cambiada. Pero yo sé que solo es cáscara. Estoy seguro de que
basta una palabra mía para que seas la chicoquita de quince años. Ahora,
siempre me arrochas. Los muchachos dicen que te has vuelto planera. Pero planera
con otros. Con los que no son del barrio. Esta noche te abrazo. Te regalo el
prendedor. Y te digo despacito: ¿Quieres ser mi gila?
(—¿Nos
vamos?
—A lo mejor
ya no alcanzamos pato.)
Baile.
Baile. Baile. Vestidos de colores. Sudor y música. La habitación demasiado
estrecha para tanta gente. Los viejos están chupa que chupa. La cocina se llena
de comadres acomedidas, de vecinas intrusas, de gallinas en escabeche y de
caldo de pollo. Humo de cigarro fino y brillantina. Perfume picante de axilas
femeninas. Se baila alegre la guaracha. Triste, el bolero. Carambola está
pegado a la mano de Alicia. El Príncipe los mira de reojo y se va a la cantina.
El Rosquita, gracioso, como siempre, baila solo. Y Natkinkón dirige la orquesta
del disco. Cara de Ángel busca a Gilda. No pudo venir, está un poco
indispuesta, le dicen, y queda triste. Colorete espera a Juanita. Juanita sale
del dormitorio del brazo de su tío.
Japiverdituyú…
Colorete se
esconde. Terminan los aplausos y las vivas a la dueña del santo. Luego, solos,
Juanita y su tío bailan un vals de Strauss. Colorete, sufre. Termina el vals y
Colorete busca a Juanita.
—Feliz
cumpleaños, Juanita.
— Gracias,
Colorete.
—Te regalo.
— Gracias,
después lo veré. Guárdamelo, ¿ya?
—¿Bai…
bailamos?
—Disculpa,
pero estoy cansada.
—Pero si
recién, es que yo, yo…
—Luego nos vemos, Colorete. Que te diviertas.
Juanita,
sobre un taco, dio una vuelta en redondo y coqueta y ágil se dirigió a Javier
Montero, estudiante de Derecho.
— Javier, ¿me enseñas ese nuevo
paso de merengue?
A
partir de tu lectura del cuento de
Oswaldo Reynoso, responde:
1. Si fueras Colorete,
¿Con cuál de los siguientes versos te identificarías? ¿De qué manera el verso seleccionado se relaciona con el cuento?
Explica tu respuesta:
a. “Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!”. ("Los heraldos negros", CésarVallejo, 1918)
b.
“Todo
mi afecto puse en una ingrata, / Y ella inconstante me llegó a olvidar”.
("Todo mi afecto puse en una ingrata" – Yaraví I, Mariano Melgar, )
c.
“Si
eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas? / Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?”
("Al amor" en Antología Poética, Manuel González Prada, 1940)
d.
“Así,
verte de lejos, y no decirte nada / ni con una sonrisa, ni con una mirada”
("Así, verte de lejos", José Ángel Buesa).
2. La última oración del
cuento es lo que Juanita le dice a Javier Montero: “Javier, ¿me enseñas ese
nuevo paso de merengue?”. Imagina que eres testigo de tal escena. ¿Qué sentiste
al leerlo? ¿Qué le dirías a Colorete?
3.
¿Crees que esta historia se hizo más
intensa y emocionante por haber sido narrada en primera persona? Si tuvieras que contar una historia similar a
este cuento, ¿lo harías en primera persona o en otra voz? Explica.