martes, 20 de agosto de 2019

UN CERDO DE POCA MONTA o CUANDO LOS CHANCHOS CREEN QUE VUELAN III DESMONTANDO UN CUENTO




Escribe: Julio César Carmona




Digo por decir cualquier
cosa. Escuchen: Todo el mundo
puede ir a lo profundo
del amor, si sabe ser
un buen hijo de mujer
y no alimaña rabiosa.
Que se cree la gran cosa
sin saber que en el vivir
y el amar hay que elegir
antes que espina, ser rosa.
J. C.
Por la época en que estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: los gloriosos años ’70 del siglo pasado, conseguí un ejemplar de la revista LETRAS, Órgano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas (Nºs 74-75), que conservo como una joya, porque ahí —entre otros igualmente importantes— hay un texto de Abraham Valdelomar, titulado «Neuronas». Especie de «pastillas» conceptuales «a base de lógica» (como las define el mismo autor). Pongo como muestra la siguiente: «Hay escritores que tienen el alma como una carreta de mudanza. Siempre hay algo atado, algo que se va a caer, algo que se rompe, y un negro soez encima de todo.»
Y cito esta «neurona» pues creo que con ella se puede esbozar un esquema de crítica literaria. Considerando, en primer lugar, los valores o méritos de la obra y autor leídos, y que viene a constituir ese «algo atado» que releva Valdelomar, es decir lo que da merecimiento al texto criticado (de otra manera no sería digno de la menor atención). En segundo lugar, detectar los aspectos inseguros, débiles, y que constituyen ese «algo que se va a caer» (siempre que lo haya), para, en tercer lugar, señalar el aspecto negativo, ese «algo que se rompe» (también, siempre que lo haya) y, finalmente, incidir en la escatología verbal o mal uso del idioma (en tanto denuncie su presencia) propia del «negro soez». Y siendo, todos, aspectos puestos de relieve en la neurona del Conde de Lemos, quiero aquí proponerlos como pautas para enfocar ciertos textos. Y en la medida que fue ese esquema que —hace varios años— usé para analizar el cuento «Montacerdos» de Cronwell Jara , en esta ocasión reitero ese modelo para ilustrar la propuesta. 
Tomando, pues, la “neurona” de Valdelomar como una metáfora del cuento aludido podemos decir, primero, que en él hay algo atado, es decir, algo que va seguro y es lo que hace que sea un cuento impactante, debido a la fuerza narrativa que caracteriza al autor.
Pero, en segundo término, no podemos sumarnos a la opinión generalizada que lo considera como el más importante si no el mejor de los relatos de su autor. Y no creemos que esto sea así porque en dicho cuento sentimos que hay algo que se va a caer, es decir, detectamos ciertas contradicciones, exageraciones o irrealidades que nos hacen sentirlo en la cuerda floja. Pongamos ejemplos.
Los personajes principales: Yococo, Griselda —la madre— y Maruja —hermana del primero, hija de la segunda y «narradora»—, los tres, comen ratas, cucarachas y todo ello en un escenario de basura, fango y excrementos en grandes cantidades; sin embargo, la madre ama entrañablemente a Yococo, su hijo, y es lo que se infiere del relato, pues en determinado momento se dice que viéndolo «más chupado por fiebres y más hinchado por llagas, cabeza bajo y muriéndose de pie: “Que no muera mi niño, Dioooos, salvalóooo” (clama). Y luego lloraba a gritos aullando», es decir: el amor maternal patéticamente descrito; sin embargo, en otra circunstancia se presenta de la siguiente manera, contradiciendo a la anterior: «sin soltar la ruma de palos y cartones que llevaba ella al hombro, pujando y pujando, le dio un leñazo a Yococo: “Calla, guanacu’e mierda, loco, calla”. Y lo hizo llorar, haciéndole agarrar desesperadamente su fea cabeza llagada», y de esa misma madre —de un amor tan sui generis— se dice en otra ocasión que «con su saliva le limpiaba las legañas, acariciándolo» (pero) «Luego, conteniendo el asco y la respiración se acercaba a esa charola de pus y pelos»; es decir, «conteniendo el asco» por las llagas del hijo, ella con quien —dice la narradora— «Íbamos (…) por los basurales confundiéndonos pronto en un bosque de revoltijos pestilentes, en un mar de ratas envenenadas y gatos agusanándose por todo lugar», y ahí no se dice que expresara ningún asco ni que contuviera la respiración, hecho que tampoco ocurrirá cuando la misma narradora recordará con cierta fruición que «comíamos ratas, meses atrás, comíamos harto hasta chupar y sorber rico los tuétanos y masticar los güesitos, embriagándonos de dicha. Pero ahí en casa de doña Juana no podíamos cocinar eso. Y un día nos escapamos en la madrugada y nos fuimos a las madrigueras y cazamos tres. Mamá y Yococo se comieron una que sangraba por la nariz y los ojos, casi cruda, casi vivita…» (¡y sigue la exagerada truculencia!). ¡Y esa misma madre tiene que contener el asco y la respiración para limpiar las llagas del hijo! Claro, se puede argumentar que esa es una exageración para «agrandar» la llaga del hijo, para hacérnosla ver en magnitud superlativa. Con todo, nosotros consideramos que esa seguirá siendo una contradicción insalvable, porque en realidad no hace más patética la llaga, y sí más exacerbada la repulsión que la lectura de esas escenas truculentas genera en el lector. De donde deducimos que, si aquella fue la intención, pues otro debió ser el mecanismo.
Entre otras contradicciones, destaquemos una exageración más que degenera en irrealidad. Y es la referida a la escena en que a Yococo le ponen «ají rocoto molido en un platito y (…) feliz por lo que le proponían, riendo, riendo se comió en seis cucharadas todo el ají. Luego, nunca sintió molestia ni ardor alguno en la boca»; lo cual es, de todo punto de vista, irreal (y conste que no se trata de un texto de ciencia ficción). Y eso se hace más flagrante cuando al cerdo de Yococo —dice la narradora— «para que no moleste, vi también, cómo los hombrecitos le metían un rocoto pelado en el trasero (…) Y cómo él huía, para risa de todos, arrastrando el infeliz trasero en el suelo». (Huelgan comentarios).
Y la coprolalia, la truculencia y el regodeo en los detritus, la basura y lo asqueroso fuera permisible o justificable si, a su vez, fuera expresión de la incoherencia de la narradora, a quien el lector pudiera atribuir una cierta enajenación mental que la hace ver la realidad de una manera distorsionada; pero esta es una incoherencia que es desmentida por la total coherencia del relato en sí, que está escrito en partes, además, con un lenguaje digno de un narrador culto, presentándose de esta manera un desfase entre el nivel cultural y la edad misma de la narradora y el tipo de lenguaje que usa y la madurez de muchas de sus observaciones, todo lo cual le es excesivamente impropio. Y es este, pues, un desfase que grafica la penúltima observación de la «neurona» de Valdelomar: que eso es algo que se rompe. 
Mientras que lo del negro soez encima de todo vendría a ser ese refocilamiento o regodeo en la abyección y lo repugnante. Y es el aspecto más censurable porque pretende ser presentado como reflejo de una vida de gente del pueblo, pues es un tratamiento de la vivencia del pueblo expresado así —en la contracarátula de la edición de Lluvia— como «un acercamiento descarnado e intimista de los estratos marginales de Lima.» Y, definitivamente, lo consideramos un reflejo inválido (poéticamente hablando) aunque se nos diga que la realidad puede ser más descarnada que esa ficción, pues denigra —en la totalidad narrativa— a ese pueblo, que no idealizamos, que sí respetamos y para el que también se debe exigir respeto.
Esa exacerbación de lo infrahumano: comer excremento, ratas, cucarachas, de la manera más truculenta, desde un punto de vista estrictamente literario, no emociona sino desilusiona. Y en ese sentido suscribo la apostilla indirecta que sobre este cuento hiciera Miguel Gutiérrez al comentar otro cuento que —según él— «Revelaba un mundo violento y bello, pero» (agrega Gutiérrez) «lejos de deformaciones como cierto encomiado relato de supuesto tema barrial y que es la cristalización de una suerte de esteticismo sobre las deyecciones de los humillados y ofendidos.» Esa propensión hacia el peor naturalismo decimonónico del relato analizado, nos hace pensar que así como el escritor en literatura tiene absoluta libertad para decirlo todo, asimismo el lector de literatura no está obligado a «tragarse todo» sin protestar. 
Finalmente, podemos llegar a la siguiente conclusión: que la pertinencia del esquema crítico propuesto basado en la «neurona» de Valdelomar, se justifica solo si se trata de ese tipo de cuento en el que es evidente la presencia de los cuatro aspectos aludidos, es decir que «hay algo atado», «algo que se va a caer», «algo que se rompe» y «un negro soez encima de todo». Por cierto, no todo cuento se presenta así, del mismo modo que no todo negro es soez.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Alqu Mayo (cuento de Jordan Suarez Huarcaya)




Muy temprano Aurelio Cusi despertaba con el primer lucero que aparecía en el cielo, daba la voz a toda la familia e iniciaba el día siempre en la compañía de Alqu Mayo, su perro. Con él iba a ordeñar las vacas, para esperar el suero y alimentarse bien en los años buenos, ya que cuando había sequía el pobre disputaba los granos de trigo con las palomas y envejecía mucho caminando hacía lugares que tengan agua o verde, de esta forma poder sobrevivir en los andes peruanos. Un día, su dueño no despertó y el animal intrigado por la interrupción de la vida cotidiana, lo fue a buscar dentro de la casa, casi nunca lo hacía, desde muy pequeño lo adiestraron a cuidar las vacas y carneros, por lo tanto, debía dormir en el corral e ir a donde ellos vayan, algunos días se divertía; pero los otros días la pasaba preocupado ya que el semblante de don Aurelio y la de su hijo Jacinto le decían que estaban en apuros.
Al entrar en la habitación, miró hacia arriba y no vio estrellas, el lugar era pequeño de estatura, la pequeña puerta, el pequeño banco de piedra, una cama hecha de palos, tendida con sabanas de cuero, era lo único grande que existía en ese lugar oscuro, lleno de muerte, le pasó la lengua por su rostro y se estremeció por lo helado de su cara, era su dueño, no pudo hacer nada, tal vez la luz y la vida se apagan casi siempre de noche, sin que nos demos cuenta, se nos van nuestros seres queridos. El perro entendió allá arriba, que existen momentos de dolor y todos nos vestimos de negro en un largo momento de tristeza.
Jacinto llegó como a las diez de la mañana. A una distancia considerable pudo ver la estancia de papá, se preocupó porque los animales aún estaban en el corral, pudo percibir un silencio como si los cerros hubiesen callado para siempre, apuró el paso, dejando parte del equipaje al lado del camino debido a que pesaba mucho, silbó a Alqu Mayo.
-       Fui, fuiju, juiiiii
El perro abandonando el pequeño recinto, sale a la parte exterior y lanza aullidos estremecedores, corre hacia el río, en dirección de Jacinto. Dejaba momentáneamente a la muerte para ir donde estaba el sonido, la palabra, la voz, el llanto. Jacinto ya imaginaba el desenlace de su padre, había partido hacía Samaca en busca de medicinas. Los pueblos son muy dispersos, la gente se agrupa para afrontar la muerte en Distritos, son muy pocos los que tienen la suerte de contar con un Puesto de Salud, pensar en hospitales es un sueño. El año pasado las lluvias torrenciales y el helado viento, dejaron muy débil a un hombre de 70 años de edad, sin contar con la furia del sol que quemó las hojas de los alfalfares, de verde que era el pueblo se volvió amarillo, la naturaleza nos castiga pensó Jacinto después de ver a su padre tendido en el piso cubierto con frazadas, el tigre dibujado en el abrigo rugía muy amargo. Ahí en el patio, lugar donde tendieron boca arriba a Don Aurelio, estaba su perro y fiel compañero Mayito, como el difunto lo llamaba cariñosamente, el alqu, escondía sus orejas y cuando escuchaba algún ruido, las paraba y las movía de norte a sur.
Pasado una semana, Jacinto con la ilusión de estudiar decide tomar el rumbo de los ríos, aquellos que bajan con dirección al oeste, los que últimamente ya no braman sino gritan, no entendemos por qué ellos también han cambiado el tono de su canto, antes era dulce, tocaban con ternura sus riberas, jugaban con los niños, daban de beber a los animales, tenían su andar tranquilo hasta llegar al mar. Papá ya no estaba en casa y él se encontraba muy solo. En la tarde, mientras divisaba la muerte del sol en el horizonte se puso a cavilar: “Lo único que me dejó fueron estás dos botas, del tiempo de la guerra interna, un oficial llegó por la estancia, según me contó mi viejo, estos terrenos no eran de la comunidad, eran de su tío que se encontraba en Estados Unidos, le pidió que cuidara sus bienes, nunca hemos tenido nada, estos zapatos son los único que me acompañan en el camino”. Ya se había echado a andar un buen trecho por la quebrada, mientras tanto desde el cerro más elevado escucha ladridos, no quería continuar su vida llevando a un perro a la costa, tendría más problemas, sobretodo en su alimentación, su mochila contenía unos trozos de queso y dos bolsas de cancha, en dinero tenía más suerte, él vendió algunas inyecciones que no usó su padre y pudo obtener 30 soles. Nunca le dijo ven o vámonos, tampoco pensó que lo iba a seguir, ya que no se apartaba del lugar que servía como cementerio en el anexo de Llautacha, sin duda extrañaba mucho a su dueño.
Ambos continuaron por el curso del río que servía de camino, las cuencas hidrográficas también tenían compañía, eran las carreteras que como serpientes se enroscaban por todas las laderas de los cerros, sean grandes o pequeños, también servían para llevar personas, y algunos productos en los buenos años a los mercados de la capital Lima. Pasaron dos días bajando y subiendo cerros, en la tercera tarde los andenes desaparecieron, la costa les mostraba una inmensa pampa, campos eriazos, el color verde ausente, un rostro pálido muy parecido a la chicha de maíz se apoderaba de su visión, el perrito que había batallado con don Aurelio (diez años en los andes) ahora empezaría una nueva vida en lugares cálidos, su lengua siempre paraba botando agua, olfateando la ropa de las personas, quizá sonriendo al no tener que trepar largas distancias, caminar era demasiado fácil.
Subieron a un camión, pues los ómnibus no dejaron subir al animalito, casi se queda en Palpa, le querían dar un poco de ciruelas a cambio. El trayecto y las peripecias presentadas en cada kilómetro unieron mucho a Jacinto y Mayito, ya encima del ocasional medio de transporte ambos se quedaron dormidos, fueron despertados por el ayudante del vehículo de carga cuando estaban estacionados en un garaje cerca de un río lleno de basura, el lugar era conocido como Acomayo, la urbe tenía el nombre de Ica. Un señor de tez blanca era el dueño del corralón, ni bien logró ver al chiquillo lo interrogó.
-       ¿De dónde eres makta?
-       Soy de Llautacha señor
Ya no quería responder, tuvo cierta desconfianza, dudó mucho al ver un señor hablando quechua en plena costa, es blanco todavía pensó. Entró en confianza cuando observó a Mayito jugar con los galgos del estacionamiento, una señora les trajo algo de comer para él y su perro, el can ya había compartido con sus pares unos buenos trozos de pollo. Le propusieron que se quedará administrando y cuidando el local, ya que su hijo no podía estar mucho tiempo en casa, pues estudiaba en la Universidad la carrera de Ingeniería Ambiental, aunque la zona era muy peligrosa, también albergaba a gente buena. Por aquí las palabras discriminación, delincuencia y corrupción eran el pan de cada día; pero con mucha suerte pudo empezar a estudiar la primaria en una Institución Educativa cercana, gracias a la comprensión y apoyo de un desconocido.
Una noche de fiesta en la ciudad, los perros no cesaban de ladrar, los delincuentes al no poder ingresar a robar las pertenencias de los transportistas, lanzaron panes con veneno, Mayito de alma noble, nunca imaginó de la existencia de gente mala, los otros perros no comieron el bocado, pues se habían criado toda una vida en la ciudad, el animalito aunque viejito dormía de día y conservaba la atención de los peligros por las noches, cuidaba de sus amos todo el tiempo, daba amor a la persona que le brindaba cariño y atención. Jacinto y el hijo del dueño al volver lo vieron con vida, comenzaron a darle agua con jabón, ya era demasiado tarde, falleció con la boca llena de espumas. A lo lejos se escucharon como nunca el sonido de las campanas, la ciudad fue sorprendida con la muerte del pequeño animal.


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