Escribe: Miguel Ángel Malpica
A riesgo de sonar polémico, tenemos que decirlo: jamás vamos a eliminar el
terruqueo si seguimos señalando que el PCP – SL y el MRTA son organizaciones
terroristas. Dicho de otro modo: no se va a poder deslindar del terrorismo
correctamente, y por lo tanto del mote de terrorista para toda persona de
izquierda, si no señalamos que el terrorismo no es una ideología ni un programa
político y por lo tanto no pueden ser los conceptos con los que debemos
acercarnos al estudio de estos dos partidos políticos que devinieron en
organizaciones subversivas.
Algunos creen que luchar contra el terruqueo es
salir al frente y decir “yo no soy terrorista, pero Sendero y el MRTA sí”.
Muchos han saludado que Bellido, Castillo y Perú Libre salgan a “repudiar” el
terrorismo de los 80 y 90. Pero eso, en vez de aclarar la situación, le da más
herramientas a la derecha para seguir terruqueando, porque tanto la izquierda
parlamentaria como la derecha tienen en común algo: afirmar que el PCP – SL y el
MRTA son terroristas. Ahí vemos a Patria Roja deslindando del terrorismo
gonzalista, como vemos a la derecha repudiar el terrorismo senderista. O a
Cerrón y Mendoza, en el mismo tono, repitiendo igual que Fujimori o López
Aliaga: los 80 y 90 fueron épocas de terrorismo. Podrán tener muchas diferencias
Nuevo Perú, Perú Libre y el Frente Amplio, e incluso Patria Roja, con la
derecha, y muy bien que las tengan y que bueno que sea así, pero no cabe duda
que los políticos de esa izquierda no hacen más que reforzar el terruqueo y
seguir echando sobre el Conflicto Armado Interno lo que más exige la derecha:
sombras históricas que impiden abordar de manera objetiva los hechos que, con
dolor y violencia, convulsionaron al país por casi 21 años en un contexto de
lucha social y política, no terrorista.
Como escribe la investigadora francesa
Anouk Guiné en su artículo sobre Augusta La Torre y el Movimiento Femenino
Popular, que por más que nos genere horror el asesinato de Moyano, o por más que
nos indigne hasta rabiar la matanza de Lucanamarca a manos del PCP - SL o la
masacre de Las Gardenias del MRTA, tenemos que estudiar de manera racional e
ilustrada los hechos que iniciaron en 1980 en un pueblo pequeño de Ayacucho. Ya
tempranamente el periodista Gustavo Gorriti señalaba que lo fundamental en el
PCP – SL no era el terrorismo sino acciones políticas como guerrilla, propaganda
o sabotaje. Se tiene que describir con las palabras y los conceptos correctos
los episodios violentos vividos, afirmó Gorriti alguna vez: no caer en la trampa
semántica del “terrorismo”. También de parte de los militares existe, aunque
débil, esa posición: el General Sinesio Jarama, uno de los jefes militares en la
época más violenta del conflicto, hacia una diferencia entre terrorismo y
subversión armada, señalando que lo primero es una acción delincuencial común y
lo segundo un fenómeno social y político, para finalmente señalar que el PCP –
SL y el MRTA eran subversión armada. Como vemos, hasta un general tiene mayor
claridad sobre lo que sucedió en los 80 y 90, que nuestros actuales políticos de
derecha e izquierda.
Pero nada de esto piensan nuestros políticos ni académicos. Sobre los primeros ya hemos hablado. Es con los segundos con quienes tenemos que
arreglar cuentas porque ellos han lucrado y siguen lucrando con las muertes del
Conflicto Armado Interno: por más de 20 años han escrito sobre la guerra,
haciendo “hablar” al enemigo senderista y emerretista, al padre militar y
genocida, invitándonos a reflexionar sobre la humanidad de los subversivos, de
los generales ministros, convocándonos a conocer sus motivaciones, etc. Becados
en Europa y los Estados Unidos, columnistas en el New York Times o en El País:
nos han dicho cómo ha sido el conflicto desde sus novelas, artículos, ensayos o
textos de no ficción pero ahora callan sepulcralmente. Qué curioso que hoy, que
se necesita más su voz académica, permanezcan en silencio, pues cuando se
terruqueó a Bellido no alzaron la voz para exigir un tratamiento objetivo, en
este caso a Edith Lagos, de las personalidades que participaron en la guerra, o
cuando ahora Béjar señaló que las acciones terroristas tienen antecedentes en
instituciones estatales no han salido a explicar, estos académicos nuestros,
correctamente qué es el terrorismo y porqué existió antes de las acciones del
PCP-SL o del MRTA. Que pena que hoy, cuando esos libros que escribieron
necesitan leerse mucho, se evidencie que por más que nos hablen del conflicto
desde una supuesta eticidad más justa y dialogante, nos han hablado desde una
tramposa posición lucrativa, pues hasta ahora no han logrado captar realmente lo
que pasó en el Perú en los 80 y 90 pero viven de la memoria del país.
Simplemente, como los políticos de izquierda y derecha, se resumen en llamar
organización terrorista al PCP – SL y al MRTA. Y eso, como se acaba de ver, no
sirve para nada. Muy por el contrario, genera este mar de confusión donde hasta
el supuestamente rojo de Cerrón tiene que salir a repudiar a los rojos
senderistas, repitiendo lo que la derecha quiere. ¿Acaso han deslindado
públicamente del PCP – SL sin caer en el juego de la derecha? Han dicho lo que
militares y fujimoristas desean. Es decir: todos, en estos años de
postconflicto, tenemos que salir a decir que fue terrorismo lo que pasó hace 41
años.
Hoy que algunos celebran el bicentenario, estamos viviendo uno de los
conflictos más cruentos de nuestra historia, conflicto cuyas dimensiones no se
han medido aún pero que vemos día a día: es el conflicto que se libra en el
campo de la memoria histórica, en el saber qué pasó en esos años que nos pintan
de un rojo como la sangre. Son 21 años, que comienzan en el 2000, en los que
escritores, sacerdotes, intelectuales, académicos, políticos y una gama inmensa
de personas públicas, han hablado de cómo fue y que resultó del Conflicto Armado
Interno. No hay mucha discrepancia en ello, en el proceso del conflicto ni en
los resultados: “fue terrorismo”. De acuerdo a lo que han dicho y escrito, han
ganado dinero, laureles académicos, pero sobre todo han sostenido visiones
políticas sobre el conflicto que han permitido que en estos días se apliquen
normas judiciales, terror mediático e incomprensión sobre esos años. Todo nos da
como resultado este mundo en el que es terrorista hasta el hijo del padre que
nada tiene que ver con el tío que fue amigo de un senderista.
Existen tres
visiones sobre el conflicto: la del Estado fujimorista, que continua aplicando
leyes contrasubversivas en tiempos de supuesta paz, la de la Comisión de la
Verdad y Reconciliación, biblia de la izquierda parlamentaria y el progresismo
peruano pero que silenció la voz de los llamados enemigos, y finalmente, la
visión de los derrotados. No me detendré hoy a explicar esas tres visiones, tal
vez lo haga en una próxima oportunidad. Concluiré diciendo que la única forma en
la que algún día nos acerquemos correctamente, y de manera objetiva al Conflicto
Armado Interno y lo que realmente significa el terrorismo en nuestro país, será
cuando se considere como válidas todas las voces que participaron en dicho
conflicto y se deje de lado el término terrorismo y terrorista. Esto,
obviamente, no debe tener el objetivo de validar ninguna de las tres visiones,
que están mediadas por apreciaciones dogmáticas, muchas de las cuáles no quieren
reconocer las responsabilidades políticas en el conflicto ni tampoco algún
atisbo de crítica a sus dirigentes que purgan condena y prisión, ya sea en la
Base Naval o en Barbadillo. La necesidad de establecer un balance multilateral y
objetivo de la guerra que vivimos, por lo tanto, debería ser una obligación
impostergable de la izquierda que propugna un cambio de régimen social,
económico y político para construir una sociedad postcapitalista.
Nuestra
primera tarea para realizar este balance sería dejar de llamar organizaciones
terroristas y por lo tanto terroristas a quienes, errados o no, tomaron una
decisión en 1980. Con esta primera tarea, y con el balance como meta, podremos
acabar con el terruqueo de manera definitiva, sin ponernos a la cola de la
derecha y sus intereses.