Escribe: Dante Castro
El estado peruano, desde la dictadura de Fujimori, se prestigió por haber acabado con el terrorismo. Decía haberlo derrotado política y militarmente. Nunca dijo que acabó con las causas estructurales que hicieron posible el terrorismo, pero cada cierto tiempo espantaban al público con sorpresivas noticias de reestructuración del aparato orgánico o de sobrevivencia de remanentes del terrorismo. Son más de 25 años de aprovechamiento del tema para conseguir fines políticos a través del miedo. El pánico vende, el miedo moviliza, el temor desmoviliza, la estupidez paraliza y la imbecilidad se multiplica de acuerdo a los titulares de la prensa amarilla y las patinadas de la TV basura. Tiene que suceder algo en el VRAEM en épocas electorales, sino no hay porcentajes de votos para la derecha y en especial para el fujimorismo. Las campañas psicosociales son fáciles de manejar, los muñecos se crean en las oficinas de DIRCOTE y pasan un file o "fail" a cada estúpido/a que dice trabajar en la "unidad de investigación" de cada medio de prensa. Ahora le temen a un cadáver.
¿Dónde está el fracaso? El estado no confía en su capacidad de crear consensos contra el terrorismo, no confía en sus mecanismos de control del subconsciente colectivo y le teme aún a Sendero Luminoso. Si hay alguien asustado aquí es el vencedor, no el vencido.
Dice la doctrina penal que la pena sirve para redimir al reo y reincorporarlo a la sociedad. Note usted, estimado-a lector-a, que la prisión militar de la Base Naval del Callao no redime a nadie, no reeduca, no trabaja para reincorporar a la sociedad al culpable de terrorismo. No se trata de un castigo al sentenciado, sino de una venganza, de un desquite con humillación incluida. La peligrosidad del reo hizo que convivamos con un régimen penitenciario fuera de la ley. ¿Tanta era su peligrosidad? De haber ido a una prisión común, ¿podía convocar multitudes?
Igualmente pasa ahora con un cadáver al que no saben qué hacerle. Un cuerpo inerte está jaqueando a un régimen que se dice "estado de derecho". No saben si quemarlo, si esparcir sus cenizas en el mar, si no mancillar el mar de Grau con sus cenizas, si sepultarlo en secreto sin mostrarlo a sus deudos, si desaparecerlo para que su tumba no se convierta en lugar de veneración. Es tan patético el espectáculo que merecería un cuento al estilo Gabo.
Los tres poderes del estado son los tres chiflados dándose tropezones y sin saber en qué dirección correr. Un parlamento hostil dominado por el fujimorismo en varios matices, acusa al ejecutivo por estar repleto de senderistas-terroristas encubiertos. ¡Movadef está en palacio!, dicen. La prensa color KK sube las tintas de sus titulares y editoriales para demostrar el senderismo en el gobierno y pedir vacancia. Pero el cadáver, ay, siguió muriendo. No basta con que el presidente Pedro Castillo deslinde con el terrorismo ni que varios ministros exijan la pulverización o atomización del cuerpo.
La doble moral de la derecha, incluidas las FFAA y PNP, necesita del cadáver y a la vez quieren desaparecerlo. Lo necesitan en la medida que el pánico antiterrorista es un elemento de gobernabilidad. Reclaman desaparecerlo porque el cadáver puede reclutar simpatías y su tumba será un templo. Dudan en desaparecerlo, porque se convertirá en mito. Al final, la opinión de las FFAA que no derrotaron a SL prevalecerá y lo han de incinerar para que sus cenizas vayan a destino desconocido.
Lógico es que las víctimas del terrorismo de SL reclamen el máximo rigor, a menos que crean que les agradecerán por haber matado a sus padres, hijos o familiares cercanos. Nadie puede mofarse del dolor ajeno: no tienen derecho. Igualmente nadie puede mofarse del dolor de las víctimas del terrorismo de estado, ese que perpetraron las FFAA genocidas contra pobladores civiles desarmados.
Por otra parte, los marxistas no podemos rasgarnos las vestiduras por un cadáver. El cuerpo inerte es una porción de materia del universo, nada más. En sí mismo, no merece deificación ni veneración. La "sagrada sepultura" es un concepto cristiano, por lo tanto metafísico. Los que emprenden el camino de la lucha armada están absolutamente convencidos de la insignificancia de sus restos después de haber sido ejecutados o asesinados. Del paradero de la muerte, no hay boleto de regreso, tal como no existe la "resurrección de la carne". En tal sentido, reclamar el cadáver solo tendría efectos en cuanto a la satisfacción de un derecho reconocido en la legislación y para fines criminalísticos de investigación de causas del deceso. La pervivencia del mito está muy por encima del destino del cuerpo.
Pero mientras el cadáver sigue muriendo, al decir de César Vallejo, me preocupa el otro cadáver: el de una democracia que hace medio siglo dejó de respirar porque su legitimidad solo convence a los ilusos, tontos e ingenuos. Esta democracia que no puede aceptar que un maestro de escuela rural haya ganado las elecciones, que un quechua hablante masque coca en el Parlamento, que no concibe el progreso con justicia social. Ese es el verdadero cadáver insepulto, putrefacto, que cada 5 años sacan de su catafalco para tratar de revivirlo y que en cada una de esas ocasiones, apesta más. Estamos a tiempo de deshacernos de ese cadáver pestilente y suplantarlo por una democracia participativa que integre al pueblo a través del poder popular. Medítenlo mientras los carroñeros disfrutan de su vocación funeraria y su aliento de cementerio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario