lunes, 18 de abril de 2022

PAN GU Y LA CREACIÓN DEL MUNDO (Mito Chino)

PAN GU Y LA CREACIÓN DEL MUNDO (Mito Chino)
En el principio, el universo estaba contenido en un huevo, dentro del cual, las fuerzas vitales del yin (obscura, femenina y fría) y del yang (clara, masculina y caliente) se relacionan una con otra. Dentro del huevo, Pan Gu, formado a partir de estas fuerzas, estuvo durmiendo durante 18000 años. Al despertar, se estiró y lo rompió. Los elementos más pesados del interior del huevo se fueron hacia abajo para formar la tierra y los más ligeros flotaron para formar el cielo. Entre la tierra y el cielo, estaba Pan Gu, durante otros 18000 años, entonces la tierra y el cielo se separaban un poco más. Pan Gu crecía la misma proporción por lo que siempre se llenaba el espacio intermedio. Finalmente, la tierra y el cielo llegaron a sus posiciones definitivas. Agotado, Pan Gu, se echó a descansar. Y estaba tan agotado que murió. Su cuerpo y sus miembros se convirtieron en montañas. Sus ojos, se transformaron en el sol y la luna. Su carne, la tierra, sus cabellos, los árboles, las plantas, sus lágrimas, ríos y mares. Su aliento, fue el viento, su voz el trueno y el relámpago. Y por último... las pulgas de Pan Gu... ¡se convirtieron en la humanidad!

domingo, 10 de abril de 2022

LA ESCALOFRIANTE HISTORIA DE LA MUERTE DE EDGAR ALLAN POE

LA ESCALOFRIANTE HISTORIA DE LA MUERTE DE EDGAR ALLAN POE

 

En octubre de 1849, Edgar Allan Poe ya era un autor conocido y reconocido, se decía que tenía problemas de alcoholismo y estaba a punto de casarse con una mujer llamada Elmira Royster Shelton. El autor del gato negro se encontraba de regreso de un viaje de Richmond a Filadelfia, pero, según los reportes, después de llegar a Baltimore desapareció misteriosamente. Sin embargo fue encontrado el 3 de octubre, en un estado delirante, sucio, débil y hablando palabras sin sentido común, fuera de la taberna Gunner´s Hall. Hallado por un hombre llamado Joseph Walker, quien le preguntó si conocía a alguien cercano con quien pudiera contactar y él mencionó a un editor llamado Joseph Snodgrass. Walker le escribió a Snodgrass una carta pidiendo su ayuda, en la que explicaba que Poe se encontraba en muy mal estado Después de eso, el autor del cuervo fue llevado al Washington College Hospital, y la historia se pone muy extraña a partir de ese momento. El escritor supuestamente fue encerrado en una habitación sin ventanas y solo recibió la visita del doctor John Moran. Poe finalmente murió el 7 de octubre y, según la historia, sus últimas palabras fueron “Señor, ayuda a mi pobre alma”. Las historias y rumores comenzaron a circular desde el primer momento que se supo de su muerte. No hay muchos registros sobre su hospitalización, pero los que existen dicen que murió de frenitis o una congestión en el cerebro, que se usaba para describir las sobredosis de drogas, pero se comenzó a sospechar que algo más había pasado debido a que los tratamientos médicos de la época no eran los mejores, y unas cuantas personas involucradas podrían haber tenido motivos para querer matarlo.

lunes, 18 de octubre de 2021

EL RUISEÑOR Y LA ROSA Oscar Wilde

—Ella me prometió que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —murmuró el Estudiante—; pero en todo el jardín no queda ni una sola rosa roja. El Ruiseñor le estaba escuchando desde su nido en la encina, y lo miraba a través de las hojas; al oír esto último, se sintió asombrado. —¡Ni una sola rosa roja en todo el jardín! —repitió el Estudiante con sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Ay, es que la felicidad depende hasta de cosas tan pequeñas! Ya he estudiado todo lo que los sabios han escrito, conozco los secretos de la filosofía y sin embargo, soy desdichado por no tener una rosa roja. —Por fin tenemos aquí a un enamorado auténtico —se dijo el ruiseñor—. He estado cantándole noche tras noche, aunque no lo conozco; y noche tras noche le he contado su historia a las estrellas; y por fin lo veo ahora. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios son tan rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha hecho palidecer su rostro hasta dejarlo del color del marfil, y la tristeza ya le puso su marca en la frente. —El Príncipe da el baile mañana por la noche —seguía quejándose el Estudiante—, y allí estará mi amada. Si le llevo una rosa roja bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja la estrecharé entre mis brazos, y ella apoyará su cabeza sobre mi hombro, y apoyará su mano en la mía. Pero como no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella pasará bailando delante mío, sin siquiera mirarme y se me romperá el corazón. —Este sí que es un auténtico enamorado verdadero —seguía pensando el Ruiseñor—. Yo canto y él sufre; lo que para mí es alegría, para él es dolor. No cabe duda que el amor es una cosa admirable, más preciosa que las esmeraldas y más rara que los ópalos blancos. Ni con perlas ni con ungüentos se lo puede comprar, porque no se vende en los mercados. No se puede adquirir en el comercio ni pesar en las balanzas del oro. —Los músicos estarán sentados en su estrado —decía el Estudiante—, y harán surgir la música de sus instrumentos, y mi amada bailará al son del arpa y el violín. Ella bailará tan levemente, que sus pies casi no tocarán el suelo, y los cortesanos, con sus trajes fastuosos, formarán corro en torno suyo para admirarla. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja para darle. Y se arrojó sobre la hierba, y ocultando su rostro entre las manos, se puso a llorar amargamente. —¿Por qué está llorando? —preguntó una lagartija verde que pasaba frente a él con la cola al aire. —¿Sí, por qué? —murmuraba una margarita a su vecina, con voz dulce y tenue. —Está llorando por una rosa roja —explicó el Ruiseñor. —¿Por una rosa roja? —exclamaron las otras en coro. ¡Qué ridiculez! La lagartija, que era un poco cínica, se puso a reír a carcajadas. Sólo el Ruiseñor comprendía el secreto de la pena del Estudiante y, posado silenciosamente en la encina, meditaba sobre el misterio del amor. Por último, desplegó sus alas oscuras y se elevó en el aire. Cruzó como una sombra a través de la avenida, y como una sombra se deslizó por el jardín. En medio del prado había un magnífico rosal, y el Ruiseñor voló hasta posársele en una de sus ramas. —Necesito una rosa roja —le dijo. Dámela y yo te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su ramaje. —Mis rosas son blancas —le contestó—, como la espuma del mar y más blancas que la nieve de la montaña. Pero ve donde mi hermana que crece al lado del viejo reloj de sol, y puede ser que ella te proporcione la flor que necesitas. El Ruiseñor voló hacia el gran rosal que crecía junto al viejo reloj de sol. —Dame una rosa roja —le dijo—, y te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su follaje. —Mis rosas son amarillas —contestó—, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar, y más amarillas que el Narciso que florece en el prado. Pero anda a ver a mi hermano, que crece al pie de la ventana del Estudiante, y quizás él pueda darte la flor que necesitas. El Ruiseñor voló entonces hasta el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante. —Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce. Pero el rosal negó sacudiendo su follaje. —Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré rosas rojas. —Una rosa roja es todo lo que necesito —exclamó el Ruiseñor—; ¡sólo una rosa roja! ¿No hay manera alguna de que la pueda obtener? —Hay una manera —contestó el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela. —Dímela —repuso el Ruiseñor—. Yo no me asustaré. —Si quieres una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que construirla con tu música, a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu corazón. Debes cantar con tu pecho apoyado sobre una de mis espinas. Debes cantar toda la noche, hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida fluirá en mis venas y se hará mía... —La propia muerte es un precio muy alto por una rosa roja —murmuró el Ruiseñor—, y la vida es dulce para todos. Es agradable detenerse en el bosque verde y ver al sol viajando en su carroza de oro y a la luna en su carroza de perlas. Es muy dulce el aroma del espino, y también son dulces las campanillas azules que crecen en el valle y los brezos que florecen en el collado. Sin embargo, el Amor es mejor que la vida, y, por último, ¿qué es el corazón de un ruiseñor comparado con el corazón de un hombre enamorado? Y, desplegando sus alas oscuras, el ruiseñor se elevó en el aire, cruzó por el jardín como una sombra, y como una sombra se deslizó a través de la avenida. El Estudiante seguía echado en la hierba, como lo había dejado; y las lágrimas no se secaban en sus anchos ojos. —¡Alégrate! —le gritó el Ruiseñor—. ¡Siéntete dichoso, porque tendrás tu rosa roja! Yo la construiré con mi música, a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi corazón. Lo único que pido en cambio, es que seas un verdadero amante, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, por muy sabia que ésta sea, y es más poderoso que la Fuerza, por muy fuerte que ella sea. Las alas del Amor son llamas de mil tonalidades, y su cuerpo es del color del fuego. Sus labios son dulces como la miel, y su aliento es como la mirra silvestre. El Estudiante levantó la vista de la hierba y escuchó, pero no comprendió lo que decía el Ruiseñor, porque él sólo podía entender lo que estaba escrito en los libros. En cambio, la encina comprendió y se puso a balancear muy tristemente, porque sentía un hondo cariño por el pequeño Ruiseñor que había construido el nido en sus ramajes. —Cántame, por favor, una última canción —le susurró la encina—, porque voy a sentirme muy sola cuando te hayas ido. Y el Ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que cae de una jarra de plata. Cuando terminó la canción del Ruiseñor, se levantó el Estudiante y sacó del bolsillo un cuadernito y un lápiz. —He de admitir que ese pájaro tiene estilo —se dijo a sí mismo caminando por la alameda—, eso no puede negarse; pero ¿acaso siente lo que canta? Temo que no, debe ser como tantos artistas, puro estilo y nada de sinceridad. Jamás se sacrificaría por alguien, piensa solamente en música y ya se sabe que el arte es egoísta. Sin embargo, debo reconocer que su voz da notas muy bellas. ¡Lástima que no signifiquen nada, o que no signifiquen nada importante para nadie! Luego entró en su alcoba, y, echándose sobre su cama, comenzó de nuevo a pensar en su amor. Después de unos momentos se quedó dormido. Cuando la luna alumbró en los cielos, el Ruiseñor voló hacia el rosal, y apoyó su pecho sobre la mayor de las espinas. Toda la noche estuvo cantando con el pecho contra la espina, y la luna fría y cristalina se inclinó para escuchar. Toda la noche estuvo cantando así apoyado, y la espina se hundía más y más en su carne y la sangre de su vida se derramaba en el rosal. Cantó primero al nacimiento del Amor en el corazón de los adolescentes. Entonces, en la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo como canción tras canción. Al principio era pálida, como la niebla que flota sobre el río; pálida como los pies de la mañana y plateada como las alas de la aurora. La rosa que floreció en la rama más alta del rosal era como el reflejo de una rosa en un cáliz de plata, era como el reflejo de una rosa en espejo de agua. El rosal le gritó al Ruiseñor para que apretara más su pecho contra la espina. —¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o el día llegará antes de haber terminado de fabricar la rosa! Y el Ruiseñor se apretó más contra la espina, y más y más creció su canto porque ahora cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un joven y de una virgen. Y un delicado rubor comenzó a cubrir las hojas de la rosa, como el rubor que cubre las mejillas del novio cuando besa los labios de su prometida. Pero la espina no llegaba todavía al corazón del corazón, y el corazón de la rosa permanecía blanco, porque sólo la sangre de un ruiseñor puede enrojecer el corazón de una rosa. Y el rosal le gritó al Ruiseñor para que se apretara más aún contra la espina. —¡Aprétate más, pequeño Ruiseñor —gritó el rosal—, o llegará el día antes de haber terminado de fabricar la rosa! Y el Ruiseñor se apretó más aún contra la espina, y la espina al fin le alcanzó el corazón. Un terrible dolor lo traspasó. Más y más amargo era el dolor, y más y más impetuosa se hacía su canción, porque ahora cantaba el Amor sublimado por la muerte, el Amor que no puede aprisionar la tumba. Y la rosa del rosal se puso camersí como la rosa del cielo del Oriente. Su corona de pétalos era púrpura como es purpúreo el corazón de un rubí. La voz del Ruiseñor ya desmayaba, sus alitas comenzaron a agitarse, y una nube le cayó sobre sus ojos. Su canto desmayaba más y más, y sentía que algo le obstruía la garganta. Entonces tuvo una última explosión de música. Al oírla la luna blanca se olvidó del alba y se demoró en el horizonte. Al oírla la rosa roja tembló de éxtasis y abrió sus pétalos al frescor de la mañana. El eco llevó la canción a la caverna de las montañas, y despertó a los pastores dormidos. Luego navegó entre los juncos del río que llevaron el mensaje hasta el mar. —¡Mira, mira —gritó el rosal—, la rosa ya está terminada! Pero el Ruiseñor no contestó, porque estaba muerto con la espina clavada en su corazón. Ya era eso del mediodía cuando despertó el Estudiante; abrió la ventana y miró hacia afuera. —¡Caramba, qué maravillosa visión! —exclamó—. ¡Una rosa roja! En mi vida he visto una rosa semejante. Es tan hermosa que estoy seguro que tiene un nombre muy largo en latín. Se inclinó por el balcón y la cortó. En seguida se caló el sombrero, y con la rosa en la mano, corrió a la casa del profesor. La hija del profesor estaba sentada cerca de la puerta, devanando una madeja de seda azul, con su perrito a los pies. —Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja —exclamó el Estudiante—. Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. Esta noche la prenderás sobre tu corazón y como bailaremos juntos podré decirte cuánto te amo. Pero la jovencita frunció el ceño. —Me temo que no va a hacer juego con mi vestido nuevo —repuso—, Y, además el sobrino del Chambelán me envió unas joyas de verdad, y todo el mundo sabe que las joyas son más caras que las flores. —Eres una ingrata incorregible —dijo agriamente el Estudiante, y tiró con ira la rosa al arroyo donde un carro la aplastó al pasar. —¿Ingrata? —dijo la muchacha—. Yo te digo que eres un grosero. ¿Qué eres tú, después de todo? Sólo un estudiante, y ni siquiera creo que lleves hebillas de plata en los zapatos, como lo hace el sobrino del Chambelán. Y muy altanera se metió en su casa. —¡Qué cosa más estúpida es el Amor! —se dijo el Estudiante mientras caminaba—. No es ni la mitad de útil que la Lógica, porque no demuestra nada y le habla a uno siempre de cosas que no suceden nunca, y hace creer verdades que no son ciertas. En realidad no es nada práctico, y como en estos tiempos ser práctico es serlo todo, volveré a la Filosofía y al estudio de la Metafísica. Y al llegar a su casa, abrió un libro lleno de polvo, y se puso a leer. FIN

martes, 14 de septiembre de 2021

EL CADÁVER DE UN FRACASO

Escribe: Dante Castro



El estado peruano, desde la dictadura de Fujimori, se prestigió por haber acabado con el terrorismo. Decía haberlo derrotado política y militarmente. Nunca dijo que acabó con las causas estructurales que hicieron posible el terrorismo, pero cada cierto tiempo espantaban al público con sorpresivas noticias de reestructuración del aparato orgánico o de sobrevivencia de remanentes del terrorismo. Son más de 25 años de aprovechamiento del tema para conseguir fines políticos a través del miedo. El pánico vende, el miedo moviliza, el temor desmoviliza, la estupidez paraliza y la imbecilidad se multiplica de acuerdo a los titulares de la prensa amarilla y las patinadas de la TV basura. Tiene que suceder algo en el VRAEM en épocas electorales, sino no hay porcentajes de votos para la derecha y en especial para el fujimorismo. Las campañas psicosociales son fáciles de manejar, los muñecos se crean en las oficinas de DIRCOTE y pasan un file o "fail" a cada estúpido/a que dice trabajar en la "unidad de investigación" de cada medio de prensa. Ahora le temen a un cadáver.

¿Dónde está el fracaso? El estado no confía en su capacidad de crear consensos contra el terrorismo, no confía en sus mecanismos de control del subconsciente colectivo y le teme aún a Sendero Luminoso. Si hay alguien asustado aquí es el vencedor, no el vencido.
Dice la doctrina penal que la pena sirve para redimir al reo y reincorporarlo a la sociedad. Note usted, estimado-a lector-a, que la prisión militar de la Base Naval del Callao no redime a nadie, no reeduca, no trabaja para reincorporar a la sociedad al culpable de terrorismo. No se trata de un castigo al sentenciado, sino de una venganza, de un desquite con humillación incluida. La peligrosidad del reo hizo que convivamos con un régimen penitenciario fuera de la ley. ¿Tanta era su peligrosidad? De haber ido a una prisión común, ¿podía convocar multitudes?
Igualmente pasa ahora con un cadáver al que no saben qué hacerle. Un cuerpo inerte está jaqueando a un régimen que se dice "estado de derecho". No saben si quemarlo, si esparcir sus cenizas en el mar, si no mancillar el mar de Grau con sus cenizas, si sepultarlo en secreto sin mostrarlo a sus deudos, si desaparecerlo para que su tumba no se convierta en lugar de veneración. Es tan patético el espectáculo que merecería un cuento al estilo Gabo.
Los tres poderes del estado son los tres chiflados dándose tropezones y sin saber en qué dirección correr. Un parlamento hostil dominado por el fujimorismo en varios matices, acusa al ejecutivo por estar repleto de senderistas-terroristas encubiertos. ¡Movadef está en palacio!, dicen. La prensa color KK sube las tintas de sus titulares y editoriales para demostrar el senderismo en el gobierno y pedir vacancia. Pero el cadáver, ay, siguió muriendo. No basta con que el presidente Pedro Castillo deslinde con el terrorismo ni que varios ministros exijan la pulverización o atomización del cuerpo.
La doble moral de la derecha, incluidas las FFAA y PNP, necesita del cadáver y a la vez quieren desaparecerlo. Lo necesitan en la medida que el pánico antiterrorista es un elemento de gobernabilidad. Reclaman desaparecerlo porque el cadáver puede reclutar simpatías y su tumba será un templo. Dudan en desaparecerlo, porque se convertirá en mito. Al final, la opinión de las FFAA que no derrotaron a SL prevalecerá y lo han de incinerar para que sus cenizas vayan a destino desconocido.
Lógico es que las víctimas del terrorismo de SL reclamen el máximo rigor, a menos que crean que les agradecerán por haber matado a sus padres, hijos o familiares cercanos. Nadie puede mofarse del dolor ajeno: no tienen derecho. Igualmente nadie puede mofarse del dolor de las víctimas del terrorismo de estado, ese que perpetraron las FFAA genocidas contra pobladores civiles desarmados.
Por otra parte, los marxistas no podemos rasgarnos las vestiduras por un cadáver. El cuerpo inerte es una porción de materia del universo, nada más. En sí mismo, no merece deificación ni veneración. La "sagrada sepultura" es un concepto cristiano, por lo tanto metafísico. Los que emprenden el camino de la lucha armada están absolutamente convencidos de la insignificancia de sus restos después de haber sido ejecutados o asesinados. Del paradero de la muerte, no hay boleto de regreso, tal como no existe la "resurrección de la carne". En tal sentido, reclamar el cadáver solo tendría efectos en cuanto a la satisfacción de un derecho reconocido en la legislación y para fines criminalísticos de investigación de causas del deceso. La pervivencia del mito está muy por encima del destino del cuerpo.
Pero mientras el cadáver sigue muriendo, al decir de César Vallejo, me preocupa el otro cadáver: el de una democracia que hace medio siglo dejó de respirar porque su legitimidad solo convence a los ilusos, tontos e ingenuos. Esta democracia que no puede aceptar que un maestro de escuela rural haya ganado las elecciones, que un quechua hablante masque coca en el Parlamento, que no concibe el progreso con justicia social. Ese es el verdadero cadáver insepulto, putrefacto, que cada 5 años sacan de su catafalco para tratar de revivirlo y que en cada una de esas ocasiones, apesta más. Estamos a tiempo de deshacernos de ese cadáver pestilente y suplantarlo por una democracia participativa que integre al pueblo a través del poder popular. Medítenlo mientras los carroñeros disfrutan de su vocación funeraria y su aliento de cementerio.

domingo, 29 de agosto de 2021

USHANAM JAMPI

 



La plaza de Chupán hervía de gente. El pueblo entero, ávido de curiosidad, se había congregado en ella desde las primeras horas de la mañana, en espera del gran acto de justicia a la que se había convocado la víspera, solemnemente.

     Se habían suspendido todos los quehaceres particulares y todos los servicios públicos. Allí estaban el jornalero, poncho al hombro, sonriendo con sonrisa idiota, ante la frase intencionada de los corros; el pastor greñudo de de pantorrillas bronceadas y musculosas, serpenteadas de venas, como lianas en torno de un tronco; el viejo silencioso y taimado, mascador de coca sempiterno; la mozuela tímida y pulcra de pies limpios y bruñidos como acero pavonado, y uñas desconchadas y roídas y faldas negras y esponjosas como repollo; la vieja regañona, haciendo perinolear al aire el huso mientras barcotea un rosario interminable de conjuros, y el chiquillo, con su clásico sombrero de falda gacha y capa cónica tiritando al abrigo de un ilusorio ponchito que apenas le llega al vértice de los codos.
     Y por entre esa multitud, los perros, unos perros de color ámbar sucio, hoscos, de cabeza angulosas y largas como cajas de violín, costillas transparentes, pelos hirsutos, miradas de lobo, cola de zorro y patas largas, nervudas y nudosas yendo y viniendo incesantemente, olfateando a las gentes con descaro, interrogándoles con miradas de ferocidad contenida, lanzando ladridos impacientes, de bestias que reclamaran su pitanza.
     Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de sus miembros. Conce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Un delito que había alarmado a todos profundamente, no tanto por el hecho en sí cuanto por la circunstancia de ser la tercera vez que un mismo individuo cometía igual crimen. Algo inaudito en la comunidad. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa e inflexible de los yayas, merecedora de un castigo pronto y ejemplar.
     Al pleno sol, frente a la casa comunal y en torno de una mesa rústica y maciza, con una macicez de mueble incaico, el gran concejo de los yayas, constituido en tribunal, presidía el acto, solemne, impasible, impenetrable, sin más señales de vida que el movimiento acompasado y leve de las bocas chacchadoras, que parecían tascar un freno  invisible.
     De pronto los yayas dejaron de chacchar, arrojaron de un escupitajo la papilla verdusca de la masticación, limpiáronse en un pase de manos de las bocas espumosas y el viejo Marcos Huacachino, que presidía el consejo, exclamó:
   -Ya hemos cachado bastante. La coca nos aconsejará en el momento de la justicia. Ahora bebamos para hacerlo mejor.
     Y todos servidos por un decurión, fueron vaciando a grandes tragos un enorme vaso de chacta.     
     -Que traigan  a Conce Maille –ordenó Huacachino una vez que todos terminaron de beber.
     Y, repentinamente, maniatado y conducido por cuatro mozos corpulentos, apareció ante el  Tribunal un indio de edad incalculable, alto, fornido, ceñudo y que parecía desdeñar las lujurias y amenazas de la muchedumbre. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que la del abatimiento. Era tal la regularidad de sus facciones de indio puro, la gallardía de su cuerpo, la altivez de su mirada, su porte señorial que, a pesar de sus ojos sanguinolentos, fluía de su persona una gran simpatía la simpatía que despiertan los hombres que poseen la hermosura y la fuerza.
     -¡Suéltenlo! –exclamó la misma voz que había ordenado traerlo.
     Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó.
     -José Ponciano te acusa de que el miércoles pasado le robaste su vaca y que y que has ido a vendérsela a los de Obas. ¿Tú qué dices?
     -¡Verdad! Pero Ponciano me robó el año pasado un toro. Estamos pagados.
     -¿Por qué entonces no te quejaste?
     -Porque yo no necesito de que nadie me haga justicia. Yo mismo sé hacérmela.
     -Los yayas no consentimos que aquí nadie se haga justicia. El que se la hace pierde su derecho.
     Ponciano al verse aludido, intervino:
     -Maille está mintiendo, taita. El toro que dice que yo le robé se lo compré a Natividad Huaylas. Que lo diga; está presente.
     -Verdad,  taita –contestó un indio, adelantándose hasta la mesa del consejo.
     -¡Perro! –gritó  Maille, encarándose ferozmente a Huaylas-. Tan ladrón tú como Ponciano. Todo lo que tú vendes es robado. Aquí todos se roban.
      Ante la imputación, los yayas, que al parecer dormitaban, hicieron un movimiento de impaciencia al mismo tiempo que muchos individuos del pueblo levantaban sus garrotes en son de protesta y los blandían gruñendo rabiosamente. Pero el jefe del tribunal, más inalterable que nunca, después de imponer silencio con gesto imperioso dijo:
     -Conce Maille, has dicho una brutalidad que ha ofendido a todos. Podríamos castigarte entregándote a la justicia del pueblo, pero sería abusar de nuestro poder.
     Y dirigiéndose al agraviado José Ponciano, que desde uno de los extremos de la mesa, miraba torvamente a Maille, añadió:
     -¿En cuánto estimas tu vaca, Ponciano?
     -Treinta soles, taita. Estaba para parir, taita.
     En vista de estas respuestas el presidente se dirigió al público en esta forma:
     -¿Quién conoce la vaca de Ponciano? ¿Cuánto podrá costar la vaca de Ponciano?
     Muchas voces contestaron a un tiempo que la conocían y que podría costar realmente los treinta soles que le había fijado su dueño.
     -¿Has oído, Maille? –dijo el presidente al aludido.
     -He oído, pero no tengo dinero para pagar.
     -¡Tienes ganado, tienes tierras, tienes casa. Se te embargará uno de tus ganados, y como tú no puedes seguir aquí porque es la tercera vez que compareces ante nosotros por ladrón, saldrás de Chupán inmediatamente y para siempre. La primera vez te aconsejamos lo que debías hacer para que enmendaras y volvieras a ser hombre de bien. No has querido. Te burlas de yaachisum.  La segunda vez tratamos de ponerle bien con Felipe Tacuche, a quien le robaste diez carneros. Tampoco hiciste caso del alli-achusun, pues no has querido reconciliarte con tu agraviado y vives amenazándole constantemente… Hoy le ha tocado a Ponciano ser el perjudicado y mañana quién sabe a quién le tocará. Eres un peligro para todos. Ha llegado el momento de botarte y aplicarte el jirarishum. Vas a irte para no volver más. Si vuelves, ya sabes lo que te espera: te cogemos y te aplicamos ushanam-jampi. ¿Has oído bien Conce Maille?
     Maille se encogió de hombros, miró al tribunal con indiferencia, echó mano al huallqui que, por milagro había conservado en la persecución y sacado un poco de coca se puso a chacchar lentamente.
     El presidente de los yayas, que tampoco se inmutó por esta especie de desafío del acusado, dirigiéndose a sus colegas, volvió a decir:
     -Compañeros, este hombre que está delante de nosotros es Conce Maille, acusado por tercera vez de robo en nuestra comunidad. El robo es notorio; no lo ha desmentido, no ha probado su inocencia. ¿Qué debemos hacer con él?
     -Botarlo de aquí, aplicarle jirarishum,  - contestaron a una voz los yayas, volviendo a quedar mudos e impasibles.
     -¿Has oído Maille? Hemos procurado hacerte un hombre de bien; pero no lo has querido. Caiga sobre ti el jirarishum.
     Después levantándose y dirigiéndose al pueblo, añadió con voz solemne y más alta que la empleada hasta entonces.
     -Este hombre que ven aquí es Conce Maille, a quien vamos a botar de la comunidad por ladrón. Si alguna vez se atreve a volver a nuestras tierras cualquiera de los presentes podrá matarlo. No lo olviden. Decuriones, cojan a ese hombre y sígannos
     Y los yayas, seguidos del acusado y de la muchedumbre, abandonaron la plaza, atravesaron el pueblo y comenzaron a descender por una escarpada senda, en medio de un imponente silencio. Hasta los perros, momentos antes inquietos, bulliciosos, marchaban en silencio, gachas las orejas y las colas, como percatados de la solemnidad del acto.
     Después de un cuarto de hora de marcha por  senderos abruptos, el jefe de los yayas levantó su vara de alcalde y la extraña procesión se detuvo al borde del riachuelo que separa las tierras de Chupán de las de Obas.
     -¡Suelten a ese hombre! –exclamó el yaya de la vara.
     -Y dirigiéndose al reo:
     -Conce Maille: desde este momento tus pies no pueden seguir pisando nuestras tierras porque nuestros jircas se enojarían, y su enojo causaría la pérdida de las cosechas y se secarían las quebradas y vendría la peste. Pasa el río y aléjate para siempre de aquí.
     Maille volvió la cara hacia la multitud que con gesto de asco e indignación, más afligido que real, acababa de acompañar las palabras sentenciosas del yaya, y después de lanzar al suelo un escupitajo enormemente despreciativo, con ese desprecio que sólo el rostro de un indio es capaz de expresar, exclamó:
       -¡Ysmayta-micuy!
       - Y de cuatro saltos salvó las aguas del Chillán y desapareció entre los matorrales de la banda opuesta, mientras los perros ladraban furiosamente, sin atreverse a penetrar en las cristalinas y bulliciosas aguas del riachuelo.
     Si para cualquier hombre la expulsión es una afrenta, para un indio, y un indio como Conce Maille, la expulsión de la comunidad significa todas las afrentas posibles, el resumen de todos los dolores frente a la pérdida de todos los bienes; la choza, la tierra, el ganado, el jirca y la familia. Sobre todo, la choza.
     El jirarishum es la muerte civil del condenado, una muerta de la que jamás se vuelve a la rehabilitación; que condena al indio al ostracismo perpetuo y parece marcarle con un signo que le cierra para siempre las puertas de la comunidad. Se le deja solamente la vida para que vague con ella a cuestas por quebradas, cerros, punas y bosques, o para que baje a vivir en las ciudades bajo las férulas del misti; lo que para un indio altivo y amante de las alturas es un suplicio y una vergüenza.
Y Conce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Sobre todo, habían dos fuerzas que le atraían constantemente a la tierra perdida: su madre y su choza. ¿Qué iba a ser de su madre sin él? Este pensamiento le irritaba y le hacía concebir los más inauditos proyectos. Y exaltado por los recuerdos nostálgico y cargado su corazón de odio, como una nube, de electricidad, harto en pocos días de la vida de azar y merodeos que se le obligaba a llevar, volvió a repasar, en las postrimerías de una noche, el mismo riachuelo que un mes antes cruzara a pleno sol, bajo el sol, bajo el silencio de una poblada hostil y los ladridos de una jauría famélica y feroz.
     A pesar de su valentía, comprobada cien veces, Maille, al pisar la tierra prohibida, sintió como una mano que le apretara el corazón, y tuvo miedo. ¿Miedo de qué? ¿De la muerte? Pero ¿qué podría importarle la muerte a él, acostumbrado a jugarse la vida por nada? ¿Y no tenía para eso su carabina y sus cien tiros? Lo suficiente para batirse con Chupán entero escapar y cuando se le antojara.
     Y el indio, con el arma preparada, avanzó cauteloso, auscultando todos los ruidos, oteando los matorrales, por la misma senda de los despeñaderos  y de los cactus tentaculares y amenazadores como pulpos, especie de vía crucis, por donde solamente se atrevería a bajar, pero nunca a subir, los chupanes, por estar reservada para los grandes momentos de su feroz justicia. Aquello era como la roca Tarpeya del pueblo.
     Maille salvó todas las dificultades de la ascensión y, una vez en el pueblo, se detuvo frente a una casucha y lanzó un grito breve y gutural, lúgubre, como el gruñido de un cerdo dentro de un cántaro. La puerta se abrió y dos brazos se enroscaron al cuello del proscrito, al mismo tiempo que una voz decía:
     -Entra guagua-yau, entra. Hace muchas noches que tu madre no duerme esperándote. ¿Te habrán visto?
     Maille, por toda respuesta, se encogió de hombros y entró.
     Pero el gran consejo de los yayas, sabedor por experiencia propia de lo que el indio su hogar, del gran dolor que siente cuando se ve obligado a vivir fuera de él, de la rabia con que se adhiere a todo lo suyo, hasta el punto de morirse de tristeza cuando  le falta poder para recuperarlo, pensaba: “Maille, volverá cualquier noche de estas; Maille es audaz, no nos teme, nos desprecia, y cuando él sienta el deseo de chacchar bajo su techo y al lado de la vieja Natalia, no habrá nada que lo detenga”.
     Y los yayas pensaban bien. La choza sería la trampa en que habría de caer alguna vez el condenado. Y resolvieron vigilarla día y noche, por turno, con disimulo y tenacidad verdaderamente indios.
     Por eso aquella noche, apenas Conce Maille penetró a su casa, un espía corrió a comunicar la noticia al jefe de los yayas.
     -Conce Maille ha entrado a su casa, taita. Natalia le ha abierto la puerta –exclamó palpitante, emocionado, estremecido aún por el temor, con la cara de un perro que viera a un león de repente.
     -¿Estás seguro, Santos?
     -Sí, taita, Nastasia lo abrazó. ¿A quién podría abrazar la vieja Natalia, taita? Es Cunce…
     -¿Está armado?
     -Con carabina, taita. Sí vamos a sacarlo, iremos todos armados Cunce es malo y tira bien.
     Y la noticia se esparció por el pueblo eléctricamente… “¡Ha llegado Cunce Maille! ¡Ha llegado Cunce Maille!” era la frase que repetían todos estremeciéndose. Inmediatamente se formaron grupos. Los hombres sacaron a relucir sus grandes garrotes –los garrotes de los momentos trágicos-; las mujeres, en cuclillas, comenzaron a formar ruedas frente a la puerta de sus casas, y los perros, inquietos, sacudidos por el instinto, a llamarse y a dialogar a la distancia.
     -¿Oyes Cunce? –murmuró  la vieja Natasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquel, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo-. Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. ¿No oyes? Te habrán visto.. ¡Para qué habrás venido guagua-yau!
     Conce hizo un gesto desdeñoso y se limitó a decir:
     -Ya te he visto, mi vieja, y me he dado el gusto de saborear una chaccha en mi casa. Voime ya. Volveré otro día.
     Y el indio, levantándose y fingiendo una brusquedad que no sentía, esquivó el abrazo de su madre y, sin volverse, abrió la puerta, asomó la cabeza a ras del suelo y atisbó. Ni ruidos, ni bultos sospechosos; sólo una leve y rosada claridad comenzaba a teñir la cumbre de los cerros.
     Pero Maille era demasiado receloso y astuto, como buen indio, para fiarse de ese silencio. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo; dio en seguida un paso atrás, para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvo la puerta y echó a correr como una exhalación. Sonó una descarga y una lluvia de plomo acribilló la puerta de la choza, al mismo tiempo que innumerables grupos de indios armados de todas armas, aparecían por todas partes gritando: ¡Muera Conce Maille! ¡Ushanam-jampi! ¡Ushanam-jampi!
     Maille apenas logró correr unos cien pasos, pues otra descarga, que recibió de frente, le obligó a retroceder y escalar de cuatro saltos felinos el aislado campanario de la iglesia, desde donde, resuelto y feroz, empezó a disparar certeramente sobre los primeros que intentaron alcanzarle.
     Entonces comenzó algo jamás visto por esos hombres rudos y acostumbrados a todos los horrores y ferocidades; algo que, iniciado con un reto, llevaba trazas de acabar en una heroicidad monstruosa, épica, digna de la grandeza de un canto.
      A cada diez tiros de los sitiadores, tiros inútiles, de rifles anticuados, de escopetas inválidas, hechos por manos temblorosas, el sitiado respondía con uno invariablemente certero, que arrancaba un lamento y cien alaridos. A las dos horas había puesto fuera de combate a una docena de asaltantes, entre ellos a un yaya, lo que había enfurecido al pueblo entero.
     -¡Tomen, perros! –gritaba Maille a cada indio que derribaba-. Antes que me cojan mataré cincuenta. Cunce Maille vale cincuenta perros chupanes. ¿Dónde está Marcos Huacachino? ¿Quiere un poquito de cal para su boca con esta shipina?  
     Y shipina era el cañón de arma, que amenazadora y mortífera, apuntaba en todo sentido.
     Ante tanto horror, que parecía no tener término, los yayas, después de larga deliberación, resolvieron tratar con el rebelde. El comisionado debería comenzar por ofrecerle todo, hasta la vida que, una vez abajo y entre ellos, ya se verá cómo eludir la palabra empeñada. Para esto era necesario un hombre animoso y astuto como Maille, y de palabra capaz de convencer al más desconfiado.
     Alguien señaló a José Facundo. –“Verdad –exclamaron  los demás-. Facundo engaña al zorro cuando quiere y hace bailar al jirca más furioso”.
     Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la honrosa misión, recostó su escopeta en la tapia en que estaba parapetado, sentase, sacó un puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una vertiginosa carrera, llena de saltos y zig-zags, en dirección al campanario gritando:
     -¡Amigo Cunce!, ¡amigo Cunce! Facundo quiere hablarte.
     Conce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio sentarse en el primer escalón de la gradería le preguntó:
     -¿Qué quieres, Facundo?
     -Pedirte que te bajes y te vayas.
     -¿Quién te manda?
     -¡Yayas!
     -Yayas son unos supaypa-huachasgan, que cuando huelen sangre quieren beberla. ¿No querrán beber la mía?
     -No, yayas me encargan decirte que si quieres te abrazarán y beberán contigo un trago de chacta en el mismo jarro y te dejarán salir con la condición de que no vuelvas más.
     -Han querido matarme.
     -Ellos no; ushanam-jampi, nuestra ley. Ushanam-jampi igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti. Están asombrados de tu valentía. Han preguntado a nuestra gran jirca-yayag y él ha dicho que no te toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo mismo. Están pesarosos.
     Conce Maille vaciló, pero comprendiendo que la situación en que se encontraba no podía continuar indefinidamente, que, al fin llegaría el instante en que habría de agotársele la munición y vendría el hambre, acabó por decir, al mismo tiempo que bajaba.
     -No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia, juren por nuestro jirca que me dejarán partir sin molestarme.
     Lo que pedía Maille era una enormidad, una enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder del ushanam.jampi no había juramento posible.
     Facundo vaciló también, pero su vacilación fue cosa de un instante. Y, después de reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la cola, replicó:
     -He venido a ofrecerte lo que pidas. Eres como mi hermano y yo le ofrezco lo que quiera a mi hermano.
     Y, abriendo los brazos, añadió:
     -Cunce, ¿no habrá para tu hermano Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de decirle mañana a todo Chupán que me he abrazado con un valiente como tú.
     Maille desarrugó el ceño, sonrió ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se precipitó en los brazos de Facundo. El choque fue terrible. En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió instantáneamente el lazo que se les había tendido, y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte a su adversario, levantándolo en peso e intentó escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el primer escalón, Facundo, que no había perdido la serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo, escupiéndose injurias y amenazas. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor.
     -¡Perro!, más perro que los yayas –exclamó Maille, trémulo de ira-, te voy a retacear allá arriba, después de comerte la lengua.
     Facundo cerró los ojos y se limitó a gritar rabiosamente:
     -¡Ya está!, ¡ya está! ¡ya está! ¡Ushanam-jampi!
     -¡Calla, traidor!-, volvió a rugir Maille, dándole un puñetazo feroz en la boca, y cogiendo a facundo por la garganta se la apretó tan rudamente que le hizo saltar la lengua, una lengua lívida, viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran conmoción se deslizaba por su cuerpo como una onda.
     Maille sonrió satánicamente, desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua de su víctima y  se levantó con intención de volver al campanario. Pero los sitiadores, que, aprovechando el tiempo que había durado la lucha, lo habían estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo, aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñaladas y puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta su casa. Pero la turba, que lo seguía de cerca, penetró tras él en el momento en que el infeliz caía en los brazos de su madre. Diez puñaladas se le hundieron en el cuerpo.
     -¡No le hagan así taitas, que el corazón me duele! –gritó la vieja Nastasia, mientras salpicado el rostro de sangre, caía de bruces, arrastrada  por el desmadejado cuerpo de su hijo y por el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados de punzar, una mano arrancaba el corazón y otra los ojos, ésta cortaba la lengua y aquella vaciaba el vientre de la víctima. Y todo esto acompañado de gritos, risotadas, insultos e imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los perros, que, a través de las piernas de los asesinos, daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco sangriento.
     -¡A arrastrarlo! –gritó una voz.
     -¡A arrastrarlo! –respondieron cien más.
     -¡A la quebrada con él!
      -¡A la quebrada!
     Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y comenzó el arrastre. Primero, por el pueblo, para que,, según los yayas, todos vieran cómo se cumplía el ushanan-jampi, después por la senda de los cactus.
     Cuando los arrastradotes llegaron al fondo de la quebrada, a las orillas del Chillán, sólo quedaba de Conce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo demás quedóse entre los cactus, las puntas de las rocas y las quijadas insaciables de los perros.
     Seis meses después, todavía podía verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos, amarillentos, grasosos, a manera de guirnaldas: eran los intestinos de Conce Maille, puestos allí por mandato de la justicia implacable de los yayas.

ENRIQUE LÓPEZ ALBÚJAR

viernes, 27 de agosto de 2021

LA CALLE TACNA Y LA LITERATURA EN ICA

En una de las visitas a la casa de Luis Zambrano, me contó que las palabras del poema resurrección aparecieron al ver un papel botado en la pista, él había cruzado la acequia “La Mochica”, siempre buscaba leer el poeta y justo al ingresar a la calle Tacna le llamó la atención un papel en blanco, este encuentro encendió la luz. Pasar por aquel lugar, era una ruta obligada cuando se dirigía al centro de la ciudad. Aquí el poema.

Era un papel

botado en la pista

arrugado

triste

muerto de hambre y de pena

abandonado a su suerte

entre harapos.

 

Era un papel

sin rumbo

golpeado por el viento

herido por la lluvia

cansado de vivir

ya sin líneas

y sin nombre

agonizante.


Cayó sobre él

un verso

y echó a volar.

En la foto que se adjunta, la casa que está junto al puente, al lado de la acequia, le perteneció o vivía ahí el poeta Rolando Tello Pérez. Ahora luce abandonada, sin título de propiedad a la vista, lo bueno es que la casa abriga al sol cada día. Algunas veces lo vi sentado mirando como el agua discurría con rumbo sur, tenía un parecido a Gabo, estoy seguro que después de meditar esa tarde, escribiría lo versos de su poema “Como un árbol cansado”, claro la acequia pequeña es un río. Leamos algunos versos.

“Aquí nos sentaríamos

¡Ahí! Sobre esa piedra detenida en la orilla

como un témpano invalido.

                               Entonces yo abriría mi juventud

                               a estas cosas y empujaría al río por mis venas,

                               su canto;

                               y nuestros sueños juntos, linyeras del infinito

                               se irían, aún más lejos, que estos perdidos pájaros”.


A cien metros del lugar están los recuerdos de César Panduro, sus alegrías y tristezas al jugar con su hermano Erick, el amor a su madre Florencia Astorga natural de Los Molinos y todo su mundo.

“Se reía de los puentes

que hacía con las cañas en las orillas de la acequia

reía de su hermano que no aprendió a abrir los dientes

que dormía a su lado y lo calmaba de sus pesadillas….”



miércoles, 25 de agosto de 2021

FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA (del libro "Apuntes de un Caminante")

 

LOS FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA

Por: Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

La forma como estaban constituidas las regiones en la época prehispánica, En esa dualidad de arriba hacia abajo (hanan – Hurin) la ciudad de Ica se establece transversalmente como la capital de la educación en el sur chico.

 Ya que reúne a importantes pueblos ubicados en la parte de arriba (hanan), así tenemos a las provincias ayacuchanas: Lucanas, Huancasancos y Parinacochas de la región Ayacucho; Chalhuanca, Abancay, Andahuaylas y demás provincias de la Región Apurimac; Huaytará y todos sus distritos de la Región Huancavelica. Los de abajo (Hurin) van desde Cañete hasta Nasca. Desde los valles interandinos bajaron gente importante para las artes plásticas, cabe mencionar en esta introducción a los niños ayacuchanos, que llegaron por Ica a estudiar en Instituciones públicas, aquí se convirtieron en grandes pintores, ellos son: Dante Guevara Bendezú y Percy Gavilán Chávez, ambos del Distrito Ocaña, en cuyos trazos están los colores de los Nascas y Paracas, culturas pre – incas que se remontaron hasta sus cabeceras, llegando estos hombres a enaltecer sus orígenes, universalizando el paisaje, los elementos sagrados y dando vida a los habitantes de estas candentes tierras.

Lo que se estableció desde Lima, la forma como  dividieron al Perú por departamentos al inicio de La República no le ha quitado el protagonismo a nuestra ciudad, muy a pesar que se encuentra cerca de la capital Lima. Sin embargo se siguen tomando decisiones en los escritorios, dejando de lado lo que la Reforma Educativa señalaba:

ü  Igualdad en las oportunidades de vida para todos los peruanos

ü  Escolaridad básica efectiva y diversificada.

 Aún no toman en cuenta como nuestros ancestros dividieron al Perú, hace falta una verdadera regionalización, esperamos que se tome en cuenta después de leer la presente columna. Digo esto porque antes que entrara en funcionamiento la “Universidad Nacional San Luis Gonzaga”, nuestra Región ya hospedaba a niños y jóvenes talentosos, como es el caso de José María Arguedas, nuestro tayta llegó a estudiar primero y segundo año de secundaria en el Colegio San Luis Gonzaga.

Desde que empezó su funcionamiento la Universidad Nacional, en la década del 60, estuvo relacionada a grandes misiones que llegaban a Ica para conocer su pasado precolombino; pero es en la década del 70 donde se vislumbra su gran aporte al país y la Región, sin duda la Reforma Educativa sirvió de mucho en la gran rivalidad existente entre las Instituciones “José Toribio Polo” y “San Luis Gonzaga”. Competían en todas las asignaturas (hoy áreas) hechos que han venido a convertirse en parte de la Historia y la Literatura, desde el verso de sus docentes hasta la prosa de sus estudiantes, en el género dramático se alcanzó una elevada notoriedad con el Elenco Teatral Campiña Iqueña. La facultad de Educación tenía a la Institución “Abraham Valdelomar” como centro de aplicación, lugar donde los futuros docentes hacían su prácticas pre- profesionales. Muchos coinciden en que fue la primera reforma educativa que tuvo a la población organizada mediante los núcleos educativos comunales, se salieron de las aulas para analizar el problema educativo desde lo político, económico y social. El perfil del egresado era: “Surgimiento de un nuevo hombre plenamente participante en una sociedad libre, justa, solidaria y desarrollada por el trabajo creador y comunitario de todos sus miembros e imbuido en valores nacionalistas”.                                             

Ya en el 2011, Ana Ethel del Rosario Jara Velásquez egresada de la Institución Educativa Antonia Moreno de Cáceres, asumía la Presidencia del Consejo de Ministros. Abogada por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2015, José Luis Tordoya Cabezas egresado de la Institución Educativa José Toribio Polo, asumía el cargo de Consejero Regional. Químico Farmacéutico por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2017, Javier Cornejo Ventura egresado también del José Toribio Polo, asumía las funciones de Alcalde Provincial de Ica. Ingeniero Civil por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica.

Producto de las migraciones hacia Ica, el ayacuchano Miguel Jhonny Huamaní Chávez estudia en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga, hoy es el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, cargo que viene ejerciendo desde el presente año. Otro lucanino, es el actual Presidente Regional Javier Gallegos Barrientos, estudió su secundaria en el Colegio Nacional "Victor Manuel Maurtua" en el Distrito de Parcona, Distrito que realizara la primera revolución campesina en el Perú (1924), egresado de nuestra primera casa de estudios, de la Facultad de Ingeniería Civil. El Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo es abogado por la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, me refiero a Iber Maraví Olarte, más conocido por su trabajo creador en la música. Él también es ayacuchano, siendo hijo de una leyenda en Ica, el huancavelicano Antenor Maraví Izarra, ex Director de las Instituciones Educativas San Luis Gonzaga y José Toribio Polo.

Las personalidades políticas que hoy cuentan con 55 a 60 años de vida, estudiaron la secundaria en una Institución pública en la década del 70, son producto de la Reforma Educativa, participan plenamente en la sociedad, teniendo como objetivo una sociedad libre, justa y solidaria. El producto de la Reforma Magisterial la tendremos en algún tiempo y de seguro otros estarán escribiendo de sus profesores. Lo que les puedo decir como conclusión es que los docentes que enseñaban en el  José Toribio Polo los encontré como catedráticos en la Universidad, los buenos profesores que llegaron a Ica establecieron sus hogares en la ciudad. Actualmente Ica sigue creciendo con la llegada de muchos jóvenes talentosos y rápidamente se ubican en los arenales que rodean nuestro valle.

agosto, 2021

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