lunes, 20 de febrero de 2017

EL CANTO ETERNO DEL CURACA



I

Astillando los tenues pliegues
de la piel desmesurada del tiempo
El Curaca de la eternidad
desde la torre de sus años derruidos
le canta a su tierra
                             Ica
Todo en ti huele a origen
a misterio e inasible destino
danzando
sobre la cresta de la fabulación
danzando
                           Prisionero
entre las invisibles paredes
de los predios portentosos
del tiempo sin tiempo
                            Ica
Tu olor a eternidad se descubre
en la vaina del huarango
donde yo
                         Aranvilca
                                    su nieto
alojé mi inmortalidad
festejando
la siembra de la semilla del hombre
fermentando
la rebeldía de nuestra raza yunga
indeleble
                        impresa
en el lienzo ancestral de tu imagen

II
                           Ica
Se percibe tu fragancia eternal
en los senos de tus dunas voluptuosas
en los infinitos granos de arena
que encierran el vigor
el tezón
                         y la insurgencia de tu gente
¡Oh! Legendaria tierra libertaria!
El signo de lo perpetuo se avista
ardiendo
                   ardiendo
sobre las montañas verdes
traídas en carabelas tiranas
por los centauros del fin del mundo
                   montañas verdes
que durante las alegres tardes del estío
y la vendimia
con sus muchos ojos violáceos
aprendieron a violar la historia oficial

convirtiendo
los amargos racimos de opresión
en polen germinador de libertad
firmando así la sentencia del invasor

III



Tierra de gigantes
  Encarnación violenta de tus hombres
que se nutrieron de fábulas
y cazaron leyendas en el tiempo
Eres quizá el origen de los orígenes
me lo contó el viento áfono de la mañana
que recorre los diversos itinerarios del horizonte
Por él
sé por ejemplo
que tus manos de sutil orfebre
    tejiendo tu voz perenne
con hilachas de vida temporal
    buscando la imagen gráfica de la luz
detuviste la esencialidad de lo eterno
en prodigiosos mantos multicolores


Me contó
Que capturaste los fantásticos colores del arco iris
en la entraña geometría de la arcilla milenaria
que dirá tu historia en todos los tiempos

Que atesoraste celosamente
nuestro pasado fabuloso
en el inmemorial aviso de tus huacas y tus peñas

Que paralizaste el arisco tiempo
mecido por el viento
en complicados tatuajes impregnados
en el vientre de la piedra y la madera tallada

IV



Tierra encantada

Sorprendiste/sorprendes
con tus portentos
Al barbudo tiempo que pretende inútilmente
alcanzar tu dimensión intemporal
Al ancho espacio del universo
que pugna por atraparse en tus linderos
para participar de tus glorias

                     Tierra mía

Has visto/ves
Al hombre temporal finito en años
oteando desde la mirilla del tiempo
tratando de explicarse alelado
cómo nacieron tus maravillas
cómo surgió de pronto de la aridez del desierto
productos de genios
                        un canal que lleva agua
corriendo limpiamente  hacía la hermosura


V



Ica milenaria
Avizoras al hombre actual
Contemplando absorto
a la sirena de oro a medianoche
navegando sobre la blonda cabellera
de aquella que antes fue mujer
y ahora es laguna

Avistas al hombre actual
Admirando atónito
a la niña de ojos Jacarandá
que aparece con la levedad de sus pies
surcando las aguas de la desaparecida Saraja


VI


Ica eterna
     Acechas al pasmado cazador furtivo
que dispara su cálido aliento
para matar a los encantados patos de Orovilca
esfumada laguna
viéndolo recoger solo espejismos
                 entre dunas y palmeras

Tierra excelsa

Seguirás viendo al contemporáneo
transitar maravillado
por las bifurcadas sendas de la misteriosa Cachiche
desentrañando por sus caminos terrosos
entre sortilegios y pócimas hechizantes
el secreto del tiempo el amor y la muerte


VII

En un futuro de milenios inacabables
Verás al hombre paseando
por los caminos de los dioses
que dejaron sus señas entre el colibrí
y la araña y otras figuras de las enigmáticas pampas
de Nasca que parecieran existir y no existir

Contemplarás desde tu arcano
Territorio de vestigios
Al hombre/al poeta
                Jineteando
las entrañas dulces
                de aquella invisible hada creadora
cuya existencia negada por los necios
¡Necios!
¡Repítanme que ella no existe!

Yo si creo en ella y le rindo pleitesía
porque la conozco íntegra
La he visto emerger de la intensidad de la noche
y de la secuencia interminable del día
hecho luz/sol

Hada misteriosa surgida sonriente
desde su atalaya de papel
para colorear la amplitud de tu paisaje
¡tierra asombrosa!
Para hurgar la penumbra del tiempo
y hacer  que vivas por siempre
¡tierra de encantamiento
                         y libertad.

                                José Vásquez Peña

(Ica - Perú  1946)



Abogado, Profesor de Filosofía, Docente de la Universidad “Alas Peruanas”; laureado narrador, poeta y crítico literario de prominente presencia en la literatura iqueña de los últimos tiempos. Ganador de varios premios, entre ellos los que destacan: Semifinalista en la XI Bienal de Cuento “Premio Copé 2000”, con el cuento El hombre que se entretenía capturando el tiempo; Primer premio (Poesía) en el concurso “Centenario César Vallejo” 1992, organizado por la Municipalidad de Ica, con el poema El canto eterno del Curaca; Tercer Premio en el Concurso Nacional de Poesía Infantil y Juvenil, organizado por la APLIJ, el año 1991 con el libro de poemas: El increíble viaje al país de Duna Encantada; Tercer premio (narrativa) 1990 en los juegos florales INC-CONCYTEC, Trujillo, con el cuento Danza de los párpados en la oscuridad; Primer Premio (narativa) en los I Juegos Florales Municipales 1987, con el libro de cuentos Viaje hacia la Realidad; Primer Premio (narrativa) en el Concurso Nacional de la Vendimia 1986, con el cuento El parral de las ánimas; Triunfador de los Juegos Florales Universitarios de la Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” (narrativa) durante los años; 1984 (Segundo Premio) y 1985 (Primer premio), con los cuentos: El muerto del mango Rosado y Cuando llora la tierra respectivamente.
                          Su labor en el plano de promoción cultural ha sido fructífera. Mencionase entre sus logros los siguientes: Co-Director de la Revista Cultural Fragua; fundador del Taller de Creación Literaria Voz y Tiempo y Co-Director de la Revista del mismo nombre. Actualmente dirige la Revista Cultural Duna Encantada; paralelamente ha intervenido como Jurado en sendos concursos literarios a nivel regional y  nacional.
                          En otra faceta de la difícil tarea de promover cultura, ha participado como Presidente o miembro de Comisión, en la organización de varios eventos literarios trascendentes realizados en Ica, tales como: Encuentros Regionales de Escritores (ARPE Y ANEA) con frecuencia anual; dos Encuentros (IV y XVIII) Nacionales de Literatura Infantil y Juvenil (APLIJ) en los años: 1985 y 1999; el VII Encuentro de Educación por el Arte (SOPERARTE, 1991); y el II Encuentro Internacional y VII nacional de la CADELPO, en 1995, en razón de ello fue designado representante de la Casa del Poeta del Perú para la Región Libertadores Wari. Ha publicado: La soledad del Viejo Huarango(1988); antología de la poesía Infantil Peruana del Siglo XX (1999) (Co-Autor); Valdelomar para niños y jóvenes(2000)(Co-Autor); y el Increíble Viaje al País de Duna Encantada (2002).

                          Es miembro del Consejo Nacional de Cultura y Presidente de la Asociación Peruana de Educación por el Arte – Filial Ica.






viernes, 3 de febrero de 2017

Danza de los Párpados en la oscuridad

Danza de los Párpados en la oscuridad


José Vásquez Peña

L
as mariposas rojas del sueño revoloteando sobre sus ideas, en aspas, eses, círculos. Sueño. Nebuloso panorama. Su mano aplastando el séptimo bostezo del amanecer. La perplejidad trepándose a su rostro. Hiedra blanca. Sueño. Toda ella asombro, asombro, luego que se desperezó y  me vio fatigado, con los ojos abiertos, muy abiertos. Su sueño se metió en mi sueño y las mariposas fueron entonces blancas nubes de algodón y espuma en el blanquecino cielo de mi ¿pensamiento? dormido. Más allá del asombro brotaron las palabras y dijo, ajá,  qué milagro tus ojos acostumbrados a mirar el mundo a media mañana ahora compiten con los ojos de los pájaros. Solamente falta que chauches como chaucato. Mujer, respondí, anoche he sentido que un minúsculo monstruo sigilosamente se introdujo en mis huesos y después perdióse en ese laberinto óseo. Cada vez que yo hacía amagos para conciliar el sueño, el endemoniado tronaba mis huesos, mis articulaciones, despertándome. Así me mantuvo en vigilia todo el tiempo. Entonces pensé, lo que me sucede no puede ser verdad. Esto definitivamente es una terrible pesadilla, tengo que buscar la manera de salir de ella, José Vega Veguita, en mejores épocas,  me había recomendado,  muérdete fuerte la punta de la lengua, es el mejor secreto para lanzar la pesadilla lejos del umbral de la conciencia. Hazlo y verás que pronto volando sobre el níveo lomo de Pegaso, regresarás desde la realidad onírica. Así lo hice, pero nada. No encontraba la puerta para salir del maldito sueño. Ese ni otros recursos dieron resultado y sólo cuando agoté mis esfuerzos, entendí lo incomprensible. Era realidad laberíntica y no transparente sueño. Lo que cuento empezó ¡vaya a saber cuándo! Desde ese perpetuo momento no he podido fugar de esa cárcel con barrotes de luz. ¿Habrá escape posible? Desesperación. Angustia. Tiempo que discurre. Nuevamente desesperación, hasta que ayer realicé un experimento seductor, decidí apretarme el cuello, fuerte, fuerte, para comprobar si por asfixia podía dormir y sobre todo para arrojar al diminuto engendro por la vértebra atlas, ahí lo sentí,  lo quise  expulsar antes que su voracidad corroyese mi cerebro. Evocación. Oigaoiga. Evocación. Despacio, colóquenlo en la cama. Visión borrosa, un mandil blanco con un estetoscopio, reluciente, mi nariz se refleja en el disquito en que termina la finísima manguera como trenza fina de mujer. Algo frío se posa en mi pecho desnudo, presiona, golpe de dedos, presiona, avanza sobre mi corazón, presiona. Una voz ¡ejem! Está bien. Otra vez el golpe de dedos. Lo siento ahora sobre mis pulmones, presiona, se retira. ¡Liberato!  ¡Liberatooo! Escucho, en este momento, voces lejanas, casi inaudibles.  Mi cuerpo sigue manteniéndose rígido, no obedece al mandato de mi cerebro. Oigo como si alguien con reiteración me llamara, despierta, despierta. ¡Despierta! Pero yo no estoy dormido. Hace mucho tiempo que no sé lo que es dormir. La gente no quiere comprender que permanezco ya por años insomne. Y cada amanecer, cuando salgo de casa, me preguntan ¿dormiste bien, Liberato Luces? Como siempre no he cerrado los ojos, respondo. Retrucan: Tu cara lo dice, has dormido bien… no lo niegues. Entonces para no contradecir, asiento. En verdad lo que ha sucedido es lo siguiente, en sus primeros tiempos, la obligada vigilia era extenuante, después mi organismo se adecuó a ese ritmo de vida y la falta de sueño, a partir de ese instante, ya no me afectó. Para que ello suceda corrió mucho tiempo. Corrieron y crecieron los rumores, también. Imagínense como sería de trágica la cosa que cuando los habitantes de la ciudad, una mañana,  supieron que yo había cumplido veinticuatro semanas sin dormir, empezaron a buscar culpables de mi desgracia. Circularon comentarios diversos: seguro que sus padres y antepasados tienen la culpa, a quien se le ocurre ponerse el apellido Luces,  habrá sido por pura ostentación, ahora, ya lo fregaron al pobre Liberato Luces. Luces, luces. Tal vez lo han embrujado, decían otros. Quizá se está preparando para la gran maratón del insomne, aducían los demás. Esos son decires de la gente. En suma, fueron pensamientos que a mí no me convencieron. Por eso sigo buscando explicación y tratando de vérmelas con Morfeo, obsesiva idea que me persigue, sin materializarse, desde la noche en que ese maldito fenómeno se metió en mis huesos y recorre todo mi cuerpo, despertándome abruptamente,  cada vez que estoy para dormirme.
 Luego de tiempo, cuando comprobé, con indescriptible desesperación, que mis ojos no se cerraban más,  me dio por pensar en cuanto hay de cierto en aquello de la adivinación. Esa madrugada de la definitiva constatación, antes que nada, evoque las premonitorias palabras de la hechicera Saturnina Cahua, que me anunció, llegará el momento en que mirarás el sol día y noche. Y esos tus ojos de azabache no podrán cerrarse por el resto de tu existencia. Consolidó su vaticinio con esta sentencia, no lo dudes, estoy viendo tu porvenir con los ojos del alma. Fue aquella vez en que, aturdido y preocupado, por no haber dormido diez días con sus noches, decidí viajar al misterioso caserío de  Cachiche a resolver mi problema. Y el viaje resultó otro sueño. Si, esa vez soñé olores. ¿Qué raro verdad? Primero un olor a palmeras, a dátiles.
 A la derecha, el camino, los coposos hurangos, las majestuosas dunas como telón de fondo del sugestivo paisaje, elementos que con extraño sortilegio me subyugaron, distrajeron mi mirada, mientras yo, percibiendo olor a tierra mojada mezclada con sudor, fui encontrando la casucha de la hechicera, ubicada casi en la falda de una vaporosa duna. Era tan real ese sueño que casi he llegado a la certeza de que estuve soñando despierto, mientras caminaba por esas mágicas tierras. Mirarás el sol día y noche, retumbaban en mis oídos esas palabras, ya de regreso, aproximándome a Ica-ciudad, casi cerca del Coliseo Cerrado. Allí fue que nació mi otra obsesión: ¿Cómo haré para morir?  ¿Moriré también con los ojos abiertos?  Pertinaces interrogantes que en esa ocasión, en primer lugar,  se me clavaron en las venas; luego, discurrieron por mi torrente sanguíneo y alimentaron la duda en mis neuronas cerebrales. Duda que hasta ahora no  despejo. Creo que sabré la verdad el día que sin cerrar mis ojos, dé el paso hacia lo desconocido. ¿Cuándo ocurrirá eso? Lo ignoro. Por lo pronto estoy desconcertado. Tanto, que no sé dónde me encuentro, ni qué me hacen. Si permanezco despierto hace mucho tiempo, cómo es que escucho, lejanamente, que hay un grupo de gente empeñada en hacerme despertar. Hasta suplican ¡Diosito lindo que despierte Liberato! Siento unos tubos delgados, largos, que entran por mi boca, pasan por mi esófago y depositan líquido en mi estómago. Me estoy ahogando. Advierto, ahora, que otros tubos ingresan por mi nariz y llevan aire a mis pulmones. ¿Por qué será? Claro, lo que sucede es que hasta el aire ha encarecido en este país de mierda y como medida de reajuste económico lo están suministrando  por gotas, gotas, gotas. Mi cuerpo se arquea, es una náusea gigante, quiere levitar, dejar la cama, pero logro domeñarlo como a potro salvaje, lentamente, hasta que vuelve a seguir el ritmo de mi respiración. La adivina me dijo… ¡Eso ya lo recordé, estoy volviéndome loco! Me relajo, trato de concentrar mi pensamiento.
 Encuéntrome en ese trance cuando aparece ante mí, tamaña boca, seguida de millones de niños, boca angustiada de niños pobres, pretendiendo engullir alimentos, los mismos que esquivos e irónicos se pierden en el espacio, elevándose más y más. Contrasta con esa enorme boca hambrienta, una boca pequeña, que haciendo un mohín de alegría, alegría de pocos niños, expresa satisfacción,  luego de comer ingentes cantidades de alimentos. ¿Sueño? ¿Realidad? El olor de una crema de apio llega a mí de improviso. Eso huele a dieta. Pero que me puede importar la comida si yo sigo insomne, preocupado, sin apetito. ¿Qué haré? ¡Mis ojos no se cerrarán más! No podré morir tranquilo. Dicen que cuando uno muere con los ojos abiertos es señal que se llevará a la otra vida a varios familiares  o allegados. No,  con esa difundida superstición, mi gente no me dejará morir. Y si acaso muriera, mujer, me apresuro a devolverte la eternidad que me prestaste con tu cariño.

-       _  Silencio… Ya despierta, pensé que no superaría el estado de coma – el médico con su impecable mandil blanco.Prosiguió
-              _  Aún  no  podrá tomar la instructiva al fallido suicida… Señor Juez… Sigue muy grave.
Los suaves colores de la sala de cuidados intensivos, se refugiaron en los tenues ojos de Liberato  Luces.  

                       
(José Vásquez Peña, Ica  1946 )




Un hermoso cuento iqueño (José Vásquez Peña)

La torre de los pájaros azules

El autor del cuento ( José Vásquez Peña)



A
quella tarde los pájaros azules revoloteaban en la parte superior de la vieja torre. Mirábamos sus finas acrobacias, oíamos sus dulces trinos, mientras por el lado oeste del lugar iba destejiéndose el día en hilachas rojiplomizas, encendiendo misteriosamente las dunas.

Soy Próspero Buenavista Ventura… Vengan… Voy a hablarles de este lugar,  de estos hechos;  pero desde el otro lado del tiempo. Después  que aconteció aquel suceso de los pájaros azules, pasó un largo lapso de frustración que me impedía reintegrarme otra vez a la vida común. Hasta que decidí hacerlo, pasara lo que pasara. Tanteé posibilidades diversas, hasta que encontré la forma más feliz y  eficaz para reinventarme. Hace mucho tiempo ya que llevo una nueva vida. Ahora, guiado cariñosamente por  mi lazarillo, Falkor, un pastor alemán, recorro varias veces al día, como en este momento,  la larga avenida Arenales, que ahora luce asfaltada  y con amplias veredas, según me cuentan,  y conforme lo compruebo diariamente con mi inseparable bastón, que escrupulosamente examina de manera previa mi camino. Antes, cuando la luz iluminaba mi existencia,  era diferente este sitio. Hasta  donde me permiten recordar mis vivencias, mi memoria y la memoria de mis buenos viejos esta no era una avenida, era un inmenso terral, atravesado por la línea férrea, flanqueado por algunas casas y con árboles sembrados o nacidos asimétricamente al centro. El tiempo, ese fuego que nos consume me ha convertido en otro ser, hace mucho que he renunciado a los territorios físicos; habito, ahora, en los predios del recuerdo y la imaginación. Habito con/en el recuerdo. Camino, caminando sueño el tiempo. Camino,  hablo y escucho las  voces del pasado, que ahora se las traslado a  ustedes,  para que ellas habiten  en sus mentes, por  siempre. Como   podrán  intuir   estoy   refiriéndome   a   otros   tiempos -remotos tiempos- en los cuales se tejieron leyendas  y extrañas historias, no sólo como ésta que es el centro de mi relato, sino otras, igual de oscuras, supuestamente acaecidas en esta zona de Duna Encantada, comprendida entre los ya desaparecidos burdeles de la antigua calle Chota, que yo llegué a conocer por fisgoneo, en mi infancia,  zarandeado por la voz y el ritmo de Bienvenido Granda,  y  las blancas paredes del cementerio de Saraja;  lugar surcado por la amplia  Avenida, ahora llamada  Arenales, que siempre ha estado revestida de misterio; tal vez  por la cercanía con el osario de la ciudad, una cuadra antes del cual estaba el huarango de los muertos;  o quizá  porque conserva  aún ese halo extraño de apariciones y fantasmas que datan desde la  Colonia, etapa que nos trajo tantos miedos y supersticiones. O, posiblemente, porque en la segunda cuadra de la avenida Arenales se hallaba la  misteriosa torre de los pájaros azules. Soy un viajero impenitente por estas veredas, en ellas -repito- me cruzo con el pasado, como ahora. Hola Próspero -escucho- Agudizo el oído. Luego de un breve recordar, identificando la voz, contesto, entusiasta: ¡Hola, Ramón! Es Ramón Rojas Díaz, antiguo vecino del lugar; moreno, de menuda complexión, envidiable vitalidad y persistente pasión por los libros. Lo conocí (lo vi)  cuarentón; ahora,  me cuentan que su  raleada y ensortijada cabellera,  muestra ya  el paso de los años; tanto que su cabeza termina, en la parte posterior, en una monacal calvicie.  Él  es uno de mis buenos viejos,  un cofre de recuerdos, el dato viviente.  De él aprendí parte de la historia de este lugar, cuando en cierta ocasión  me contó, seca la boca, enervado el rostro: en las soledosas noches escucho aún con claridad el tren saliendo de su estación central de la calle Lambayeque; oigo, cómo saluda con el vozarrón grave de su pitido; siento, con escalofríos, el  penetrante chirriar de sus rieles. De pronto, percibo también, cómo la voz del tren es apagada por el desesperado grito de Prudencio Chacaliaza, empleado ferroviario, brequero más exactamente, que por bajarse a recoger su gorra, cayó entre los rieles,  cuando el tren estaba en plena marcha,  y  terminó siendo triturado por los últimos  vagones. Yo soy un convencido de que el tren hacía, en ese entonces, su extraño recorrido llevándose el presente; a su regreso de Pisco, traía el futuro que rápidamente se esfumaba entre blancas nubes. Pero también -creo que antes de desaparecer del paisaje- el tren ha instalado el pasado en el imaginario popular; tanto así que  Chacaliaza se ha convertido en una de las ánimas  más veneradas por los iqueños. Su gruta, que durante años fue una modesta peaña de piedras, ubicada a la orilla de la acequia la mochica, en el mismo lugar del accidente; ahora, es una construcción de material noble, trasladada al costado de la cancha de básquet. Todos los días, la gruta luce iluminada por interminables velitas misioneras que alguna vez fueron prendidas para nunca apagarse, en el mundo de la fe del pueblo; es  el agradecimiento por los milagros que según afirma la gente de antaño, e incluso la de hoy, realizó/realiza Chacaliaza. Esas huellas instaladas en nuestras mentes  no sólo son mística, también son físicas, por ejemplo, hasta ahora, en la panamericana sur pasando Subtanjalla  hay un caserío que se llama el Cambio, en alusión a que allí se cruzaban los trenes y había doble vía para que uno cuadrara y el otro pasara.  En este  permanente peregrinaje por estas veredas, ocasionalmente me sumo en largos silencios, cuando mi estado de ánimo es deprimido; esporádicamente, converso con mi lazarillo, alegrándome con sus ocurrencias. Otras veces, como ahora  mismo, converso con el pasado a través de las voces que me saludan. Siento, ahora, que me toman por los hombros. Me  detienen cariñosamente,  cerca al  huarango  de los muertos, según me explica mi interlocutor. Es el chino Martín Wong Vicuña, otrora destacado arquero del Octavio Espinoza, que vive en el colindante barrio del Tamarindo. Me cuenta con su lengua enredada: yo he vivido tiempos en que se respetaba, hasta el miedo irracional, a los difuntos. A cuántos familiares y amigos he acompañado por esta ruta que lleva al más allá; antes hacíamos una pascana  en el huarango de los muertos, que hasta ahora, como puedes sentirlo por esta sombra que nos cobija, existe a la entrada de la moderna urbanización Santa María que está construida sobre una leyenda, la antigua laguna de Saraja. Cuenta por ahí que de tiempo en tiempo aparecen perdidos,  en sus amplias calles, la niña de los ojos jacarandá y los patitos encantados buscando su laguna. ¿Cómo puede ser eso? ¿No lo  sé? El chino enfatiza su asombro con una ligera elevación de su  tono de voz, para seguir relatando: En este huarango, descansábamos para tomar fuerza y cargar el cajón en su último tramo, pero sobre todo para elevar nuestras oraciones por su alma  y  discursear. Allí demorábamos, a veces horas, para decir las bondades del difunto. Ustedes saben, no hay muerto malo, el asunto era exagerar para que el muertito se vaya alegre, contento. Y su imagen, en este mundo quede revalorada. Hay más: no lo hacíamos por hipocresía como ahora, era por complacer al fallecido. Luego apresurábamos el paso para que la noche no nos ganara antes de llegar al cementerio. El pasado salía de su mente con tal convicción que me hacía vivir en una realidad recontada, diferente.  En el cementerio, evitábamos acercarnos al panteón de los suicidas, que estaba al lado izquierdo de la mirada del ángel (el del obelisco que está a la entrada). Allí estaban enterrados los chinos (los asiáticos netos)  y otros que en épocas anteriores optaban por el suicidio ante cualquier fracaso; a ellos los excomulgaba la iglesia y los enterraban en un pabellón separado. Estaba prohibido visitarlos pero nosotros trepando paredes cuántas veces fuimos a contemplar las lápidas tristes  -con su habitual elocuencia continúa-   Si se hacía de noche, luego de dejar el cadáver en su nicho, a  nuestro  regreso, veníamos en  grupos mínimo de cinco, silbando para darnos valor escamoteándole  el cuerpo al miedo, sacándole la vuelta a las ánimas rezongonas.  No parábamos hasta la iluminada esquina de la Calle Pacasmayo, que ya contaba  con luz en las noches  por encontrarse a dos cuadras de la Planta Eléctrica, que a la sazón era la novedad del adelanto científico.  En esta esquina -me recontó- hasta hace poco se levantaba el Palomar, sobre el cual se tejieron tantas cosas extrañas, como aquella que sostiene que allí se cometió un crimen pasional, escuchándose en noches de luna llena gritos desgarradores. Lo real es que esa edificación nunca se terminó. En eso radicaba su lado insólito. Lo cierto es que sus propietarios: la familia Díaz, poderosos empresarios madereros de la primera mitad del siglo veinte, decidieron construir allí el edificio más grande jamás construido en Duna Encantada; sin embargo por haberse regresado, de improviso a la Selva, nunca lo concluyeron. Este edificio que terminó destartalado, en uno de sus extremos, el que daba a la calle Pacasmayo, tenía una torre de tres pisos. Primero la gente la llamó el palomar porque gran cantidad de palomas habitaban en su interior. Sin embargo posteriormente, por consenso horizontal, la  llamamos la torre de los pájaros azules porque en cierta época las aves se introducían al  torreón y salían pintadas de azul. La gente tejió una serie de versiones fantasmagóricas, hasta que cierta vez, con otros jóvenes, subimos a la torre y salimos azules. En el  último piso encontramos el depósito de pinturas que no llegaron a utilizar en la inconclusa construcción. Las bolsas de pintura azul, con el correr del tiempo se habían roto. ¿Para que te recuento esta historia?  ¡Esto lo sabes tú mejor que yo, Próspero, pues fuiste parte de esta anécdota!  La memoria me falla a veces. La edad… la edad.  Fue entonces que el recuerdo me invadió, volví a ver que los pájaros azules revoloteaban en la parte superior  de la vieja torre, se introducían en picada al interior y salían más azules aún. Me vi muy joven, imberbe,  asombrado al presenciar tal fenómeno. Me acuerdo que aquel día  acuciados por   el temor, por  la curiosidad, por la valentía, qué sé yo, resolvimos desentrañar ese misterio. Conjuntamente con un grupo de amigos, dentro del cual estaban Martín, empezamos a subir la torre, por sus viejas escaleras. Al  llegar al tercer piso una bandada de palomas aleteó fuertemente para volar y terminamos todos de color azul. Fue en ese momento que desesperadamente me refregué los ojos, les había caído pintura. Me acerqué a la ventana, casi a ciegas, tropecé con una madera y caí al vació. Y allá abajo, al rebotar en el piso, empecé a ver el mundo primero azul… azul…  azul la torre envuelta en nubes plomizas y los pájaros azules más quietos que nunca, en lo alto;  luego morado… morado;  finalmente negro… negro. Desde ese instante vivo ocupado con mi infierno personal.

Me despedí de Martín, cuando Falkor, mi lazarillo, avisaba nuestra llegada con sonoros ladridos y para mayor eficacia con sus patas delanteras tocaba la puerta de mi casa, en el pasaje Díaz.  


domingo, 15 de enero de 2017

ENÓLOGO, cuento de Darío Vásquez Saldaña


                                                                             A José Hernández Calderón

Todos los profesores de la Universidad asistieron a la reunión. La convocatoria tuvo el objeto de dar la bienvenida al nuevo catedrático, José Hernández Calderón. A la salida, el doctor Alejandro Pezzia Assereto lo abordó:
—¿Es usted de Tate, profesor Hernández?
El recién incorporado docente contestó afirmativamente.
—¿Pariente de don José Pasión Hernández Ascencio?
—Soy su nieto.
—Es un placer para mí, saber que un descendiente de mi gran amigo José Pasión Hernández, sea ahora mi colega. ¿Me acepta un pisco sour, profesor?
El doctor Alejandro Pezzia Assereto, conferencista nacional e internacional, enseñaba Historia y Antropología en la Universidad. Era un autodidacta, nada más ni nada menos, como nuestra grande María Rostworowski.
No fue un pisco solamente, debieron ser innumerables. Detrás de cada chascarrillo, la palabra se remojaba jubilosamente con tan agradable ambrosía. Los vapores del licor, al parecer, tuvieron el efecto de estimular la memoria de don Alejandro, que se puso a relatar a su colega, una sarta de anécdotas que había compartido con don José Pasión.
—Tuve la suerte y el honor de ser uno de los amigos de tu abuelo —dijo el arqueólogo— y, sin ningún ánimo pretencioso, puedo afirmar que llegó a considerarme su mejor amigo. A pesar de ser mucho mayor que yo, su confianza y su sincera amistad, me hacían sentir su yunta, como dicen los jovencitos de ahora. 
“Esa amplia casona —si existe todavía— me trae muchos recuerdos. Las paredes altas de enormes adobes, parecían dar pábulo a la leyenda muy difundida en la comunidad, de que fueron construidas por esos hombres extraordinarios, a quienes la gente los menciona como gentiles. Las puertas eran de madera, de corazón de huarango, y las llaves tan grandes que parecían sopletes, como los que usan en los talleres de ahora para pintar vehículos. 
“Las ventanas, construidas junto al techo, mantenían en perfecta iluminación y ventilación la espaciosa vivienda. 
“Si no iba a visitarlo, tu abuelo me hacía llegar la invitación, para probar sus nuevos productos. ¡Qué deliciosos piscos y vinos se tomaba en la bodega grande, que quedaba junto a la casona! Estas visitas terminaban, generalmente, en unas infernales borracheras. Muchas veces tuve que regresar a mi casa después de dos o tres días. Los vinos de don José Pasión debieron ser comparables o tal vez superiores, a los que bebía el dios Baco, aquel borracho empedernido de la mitología, o a los que se ofrecían a los dioses griegos del Olimpo.
“Era comentario general de que, a pesar del rechazo de los lugareños, el ejército invasor de Chile llegó a establecer un improvisado cuartel en esa vieja mansión”. 
—Sí es cierto —dijo el profesor Hernández—. Y esos miserables no dejaron ni una gota de licor.
—No quiero dejar de contarte —dijo el arqueólogo— que hace tiempo, con el propósito de pasar unas cortas vacaciones, viajé a Estados Unidos de Norteamérica, para visitar a un hermano mío que radicaba en el Estado de Florida. En dicha ocasión me presentó a un europeo de vasta cultura y, sobre todo, muy versado en licores. Era un verdadero placer escucharlo hablar en torno a los licores famosos de países del viejo mundo, especialmente los vinos que se producían en Italia, Francia, Portugal, Islas Canarias y los pueblos griegos. 
“El enólogo francés trabajaba en el país del norte, para un consorcio exportador de licores de gran calidad y fama. Tales licores iban a parar a diferentes países del mundo, para satisfacer los más finos gustos y apetencias. Su especialidad lo llevó a conocer numerosos países fuera del territorio yanqui. Hablaba a la perfección varios idiomas y era muy aficionado a contar chistes de todos los colores.
“En una de las tantas reuniones que tuve con el europeo, le comenté acerca de la bondad del pisco acholado iqueño y, sobre todo, de nuestro vino, cuyo inigualable y portentoso aroma provine de la uva moscatel. Él me contestó que mi hermano le dio muy buenas referencias acerca de nuestros vinos, y, habiendo tomado algunas botellas con él, podía afirmar que su calidad calificaba para venderse en todo el mundo. Si en algún momento le permitiese la oportunidad, tenía el firme propósito de catar esos vinos en las mismas bodegas iqueñas.
“Muy pronto había de llegar la buena amistad y la confianza mutua con el gringo. En cierta ocasión quiso confirmar si era yo peruano, a lo que le contesté que sí, pero que mis abuelos fueron italianos.
“Yo soy parisino. Mi nombre es François Mérimée —dijo el enólogo.
“Cuando le comuniqué que pronto regresaría al Perú, el francés me propuso su deseo de conocer el país. Especialmente Ica, de cuya producción vitivinícola, tenía acertada información. Me pidió mi dirección, solicitud a la que accedí gustoso, para que se sintiera comprometido a cumplir con su deseo. 
“Dentro de tres meses, a más tardar, estaré en Ica —dijo el parisino. 
“Pero yo nunca pensé que un hombre dedicado a los viajes de negocios, por varios países del mundo, con agenda comprometida con cinco o seis meses de anticipación, habría de disponer de su tiempo para venir a visitar nuestra tierra. 
“Pasaron varios meses. “Qué va a venir al Perú este colorado”, decía yo. Pero un día menos pensado, tocaron la puerta de mi casa, y ¿sabe quién fue, profesor?, mi amigo François Mérimée. ¡Adelante! —le dije entusiasmado—, está usted en su casa”. 
Don Alejandro, mostrando una sonrisa contagiosa, que parecía querer soltarla en risa abierta, se quedó callado por el tiempo que le duró tomarse dos copas más.
—¿Y qué pasó después, don Alejandro? —preguntó el profesor Hernández.
—Tengo una anécdota de tu abuelo, que la guardo por mucho tiempo aquí en esta masa gris —dijo el arqueólogo, tocándose la frente con el índice derecho—. Espero que no te vaya a incomodar.
—De ninguna manera. Continúe usted.
—Tan pronto le acondicioné su alojamiento —dijo don Alejandro—, decidí llevarlo a la estancia de tu antepasado, porque consideraba que era el lugar más adecuado para que, un señor de señores, catador de los mejores vinos del mundo, pudiese apreciar los afamados vinos de Ica. ¿Visitamos la campiña? —le pregunté al francés.
—A eso he venido —contestó el enólogo.
Se dirigieron a la plaza de armas de Ica. Ahí se encontraban los automóviles de servicio público. Había que verlos en esa época: los vehículos, los choferes y la atención eran impecables. Un teléfono empotrado en un añejo y grueso tronco de ficus, sonaba continuamente requiriendo los servicios de taxi.
—Llévame a Tate, al pueblo de los colunchos —dijo don Alejandro al chofer—. A la bodega de mi amigo José Pasión Hernández.
—A sus órdenes, patrón —contestó el taxista.
Después de veinte minutos llegaron a la bodega del campesino tateño. Don José Pasión se encontraba parado al final de su casona. La tremenda mansión era bien segura. En su interior, enormes troncos de huarango artísticamente labrados, sostenían las grandes vigas del techo. Habría que imaginarse, ¿cuántos años tendría la casona? Contaba don José Pasión que ahí vivieron sus padres, sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, venidos de Pongo Grande.
Cuando bajaron del taxi, don José Pasión, reconoció de inmediato a su amigo, el arqueólogo, don Alejandro Pezzia. Su rostro cargado de años y de arrugas se sonrojó de alegría. Aquel hombre añoso y fuerte como un huarango, con sus callosas manos de curtido chacarero, apretaron alborozados de emoción, las manos de los recién llegados.
—Es una alegría tenerlos en casa —dijo don José Pasión —. Pasen, pasen adelante. Tomen asiento —les invitó, señalándoles unos antiguos sillones, hechos de madera de sauce.
—El enólogo François Mérimée es francés —dijo don Alejandro, presentándole al extranjero, a su amigo José Pasión—. Distinguido profesional en catar licores. Ha viajado por todo el mundo, durante muchos años, como catador internacional del néctar de los dioses.
Don José Pasión no entendió lo que significaba la palabra enólogo. Sin embargo, hizo una elocuente mueca como si dijera “qué cojudez significará enólogo”.
Don Alejandro Pezzia, al darse cuenta de la preocupación que mostraba el rostro de su amigo, se acercó a él. Cuando le explicó el significado de la palabra enólogo, don José Pasión exhibió de inmediato una amplia sonrisa de satisfacción.
—¿Qué les sirvo? ¡Pisco o vino! —dijo el campesino.
El enólogo francés propuso comenzar con el vino.
Don José Pasión pidió permiso; cogió su añosa venencia y se encaminó a la Oficina, el lugar donde se encontraba una enorme ruma de botijas llenas de vino. No había forma de precisar la cantidad exacta de envases que existía en ella. La Oficina exhalaba una fragancia que invitaba a beber y a seguir bebiendo.
Cada una de las vasijas estaba marcada con las iniciales JPHA. La inscripción de números, con carbón de huarango, en el pecho de cada una de ellas, indicaba con precisión la fecha, el mes y el año de su elaboración.
Don José Pasión introdujo la venencia en una de las vasijas y sacó el vino en la caña hueca y regresó a la sala, dibujando en el rostro su sonrisa característica. Cuando el fragancioso vino Hernández lo vació en una jarra de porcelana blanca, hubo silencio. La expectativa por degustarlo era grande.
Al fin, el bodeguero, llenó su copa y brindó con sus amigos visitantes, luego entregó jarra y vaso a don Alejandro Pezzia.
—Sírvase, amigo; como en los viejos tiempos —le dijo—, está usted en su casa.
El arqueólogo iqueño se sirvió a lo panteonero.
—Está muy agradable —dijo, sonriendo, don Alejandro, y pasó la jarra al enólogo Mérimée.
Antes de beber, el enólogo observó detenidamente el contenido del vaso. 
—Tiene un color excelente —dijo—, aroma agradable y apetitoso.
Volvió a contemplar el vaso. Bebió apenas. Lo saboreó y, seguro de que tenía en sus manos un gran vino, sentenció:
—¡Es un Bocatto di Cardinale! ¡Exquisito! Su vino, a pesar de ser nuevo, tiene consistencia, presencia y gusta al paladar. Lo felicito .Su edad es —y cerró los ojos, como si estaría haciendo un cálculo mental—: tres años, cuatro meses y cinco días.
Don José Pasión se quedó de una pieza. Él sabía que el vino que sirvió tenía tres años, pero ¿tantos meses y cuantos días, con exactitud?, ni Apolo. Sin embargo quiso constatar; fue hasta la botija de la cual había sacado el vino y, cotejando con el fechado del recipiente, comenzó a sacar su cuenta con los dedos: efectivamente, la edad correspondía con gran precisión a lo señalado por el enólogo francés.
“¡Carajo!” —dijo para sí don José Pasión, con una sensación de admiración y temor—. “Este gringo sí que es un brujo, y como tal parece mejor que Petreo, el polaco que vive acá en Pueblo Nuevo, quien llegó al Perú huyendo de Europa, en plena Segunda Guerra Mundial”.
“¡Carajo!” —volvió a soltar el taco mentalmente—. “Ahora le saco el vino que hemos elaborado este año, a ver qué dice este gringo gramputa. ¡A la segunda va la vencida!” 
El campesino regresó a la sala, con los ojos que le brillaban con gestos de triunfador. El licor era nuevecito. 
—¡Salud don Alejandro! —dijo, entregándole la jarra y el vaso.
Don Alejandro Pezzia se sirvió como la primera vez. François Mérimée brindó enseguida.
—¡Salud por Ica y por el Perú! —dijo, emocionado, alzando su copa. Luego saboreó lentamente, pasándose la lengua por los labios—. Este vino tiene la edad de dos meses y nueve días. Es una delicia. El aroma corresponde a la uva llamada moscatel, pero le falta edad para que tenga cuerpo y consistencia. Si tuviera otro vino, señor José Pasión, le vamos a retribuir por su fina atención.
—No se preocupe usted —dijo el curtido chacarero.
Pero don José Pasión estaba muy preocupado. ¿En qué consistía el secreto de adivinación del tan mentado enólogo? Al momento de probar el vino, ¿las fechas le brotaban en la lengua o en el cerebro? No alcanzaba a comprender cómo es que aquel gringo sabía tanto sobre los vinos, y sobre todo de su exacta edad. Volvió a la Oficina y se puso a cotejar el fechado de la botija, del que antes extrajo el vino. Sacó la cuenta hasta por tres veces; efectivamente, no había duda, el enólogo había atinado por segunda vez.
Desconcertado por los aciertos de François Mérimée, a don José Pasión, supersticioso como todo campesino, se le llenó la sesera de muchas dudas. Su menor hija, quien se había asomado por la Oficina para llenar otra jarra, para servir a los familiares y vecinos que llegaron, atraídos por la novedad de la visita del europeo, le hizo pensar en una jugada maestra, para probar la sabiduría del francés.
—Hijita —le dijo—, por favor, haz la pila y échalo en la jarra.
—Para qué papá —dijo la buenamoza.
—No preguntes, hijita. ¡Haz nomás! —replicó don José Pasión.
En efecto, la niña era ya una quinceañera que, con sus brotes y protuberancias de cabo a rabo, atolondraba la mollera de los muchachos del vecindario.
—No tengo ganas de hacer pichi, papá —dijo la linda campesina.
El papá insistió que cumpliera con su pedido. Y como la palabra del padre era de obligatorio cumplimiento, tenía que acatarse sin dudas ni murmuraciones. La niña no tuvo otra alternativa, se puso a orinar. Tan pronto el chacarero tuvo la jarra en sus manos, con el líquido calientito, lo mezcló con el vino de una de las botijas más añejas.
“¡Carajo!” —pensó don José Pasión—. “Aquí te quiero ver si eres adivino, gringo de mierda” y, sin brindar el primer vaso, como lo venía haciendo, depositó la jarra en la mesita de madera, muy cerca de François Mérimée.
El reputado catador tomó la jarra y procedió a una especie de acto ceremonial: vació lentamente el licor en su vaso; alzó la copa, haciéndola girar con sus dedos, por dos o tres veces, para contemplar el color y el comportamiento del elixir de los dioses. Luego lo pasó por varias veces, muy cerca de la nariz, para percibir con detenimiento el aroma del vino y, mientras expelía por la nariz tres prolongados ¡Hummm! ¡Hummm! ¡Hummm!, iba torciendo los labios con unos gestos libidinosos, como cuando al caballo le orina en sus belfos una linda potranca.
—Quel corps! Quel visage! —dijo el enólogo, en semblante de éxtasis; como si en lugar del vaso, tuviese levantado en sus manos a una hermosa mujer, con toda su desnudez a la vista. 
—¡Ah! —continuó, al advertir que los demás lo miraban fijamente—. ¡Qué cuerpo! ¡Qué rostro! Sin duda, inigualable —Luego vació su copa de un solo trago.
—¿Qué le parece este vino, señor Mérimée? —preguntó José Pasión, mientras el francés llenaba otro vaso.
—Es lo máximo —dijo el francés—. Tengo mucha experiencia en este oficio. Está en su punto, y para gozar.
Hasta que por fin, le agarré redondito a este aprendiz de brujo.
—A este vino le llamamos “Perfecto Amor” —dijo don José Pasión.
—¡Qué arome! No existe otro mejor —dijo, olfateando su vaso, como si estuviera oliendo a la mismísima tentación—. En cuanto a su edad… a ver, a ver —prosiguió el francés, como quien trata de acertar una cantidad—, este vino tiene quince años y dos días, y ya copula muy bien. 
Hacía dos días nomás, se había celebrado a lo grande, el quinceañero de la princesa de la casa. 
¿Y ya copula muy bien? 
Don José Pasión no debió comprender a cabalidad la expresión. Ante su preocupante silencio, don Alejandro Pezzia acudió de nuevo en su ayuda, y acercó la boca al oído de su amigo.
—Dice François Mérimée que la delicia que acaba de tomar, tiene quince años y dos días, y ya fornica como las diosas.
—¿Y eso?
—Ah, eso quiere decir que ya cacha muy bien.
¡Caraajoo! —explotó don José Pasión, jalándose los pelos.

viernes, 13 de enero de 2017

Carta de renuncia al APRA (México 1954)

Manuel Scorza: "Good bye, mister Haya. Carta de renuncia al APRA. 1954"

Diario El Popular, de México
Junio 7 de 1954

Señor Víctor Raúl Haya de la Torre
Jefe del Partido Aprista Peruano
Considere usted la presente carta como mi renuncia irrevocable al Partido Aprista. He aquí las razones:
En el número correspondiente al 24 de mayo de mayo, la revista LIFE (edición española) publica un relato sobre su vida en la Embajada de Colombia, en cuya parte final, usted escribe: “La historia de Occidente irá continuamente en torno de su lucha para ganar y conservar la libertad. Por tanto, justicia significa usualmente pan sin libertad para Oriente y, a veces creo yo, que el comunismo ejerce una atracción mayor en Asia que en los países occidentales. El marxismo, como doctrina política, es inconcebible sin la supresión total de la libertad. Esto no puede prevalecer por mucho tiempo en un país occidental; y en los países orientales tendrá aceptación únicamente mientras el pan valga más que la libertad. Creo que la democracia y el capitalismo brindan la solución más segura a los problemas mundiales, a pesar de que el capitalismo todavía tiene sus fallas.” (Página 44).
Esto significa la liquidación ideológica del aprismo, significa que el aprismo seguirá la política de colaboración entreguista con el imperialismo norteamericano -¿cuál otro nos amenaza más directamente?-, que llevó al Partido a la derrota de 1948. Las incógnitas han quedado, pues, aclaradas: ha caído el telón sobre el aprismo.
EL MARXISMO ANTIIMPERIALISTA / El aprismo surgió a la escena política como partido de inspiración marxista, claro contenido antiimperialista y perfecta conciencia de su papel transitorio en la revolución mundial. “La doctrina del APRA -escribió Haya de la Torre en El antiimperialismo y el APRA-, significa dentro del marxismo una nueva y metódica confrontación con los postulados que Marx formulara para Europa.” “Los apristas -dice en página 119- aceptamos marxistamente la división de la sociedad en clases y la lucha de clases como expresión del proceso de la Historia.”
Lo que el aprismo fue demuéstranlo mejor que nada estas palabras de su fundador: “Nuestra experiencia histórica en América Latina, y especialmente la muy importante y contemporánea de México, demuestran que el inmenso poder del imperialismo yanqui no puede ser afrontado sin la unidad de los pueblos latinoamericanos. Pero como contra esa unidad conspiran, ayudándose mutuamente, nuestras clases gobernantes y el imperialismo, y como éste ayuda a aquéllas y les garantiza el mantenimiento del poder político, el Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra, deviene arma de nuestras clases gobernantes nacionales y arma del imperialismo para explotar a nuestras clases productoras y mantiene dividido a nuestro pueblo. Consecuentemente, la lucha contra nuestras clases gobernantes es indispensable, el poder político debe ser capturado por los productores y la producción debe socializarse.” (En el artículo ¿Qué es el APRA?, publicado por Labour Montly). Esta doctrina, razón de ser histórica del APRA, ha sido totalmente negada por Haya de la Torre; y no como él pretende, en dialéctico sentido hegeliano, sino vergonzosamente traicionada.
“THE BEST BUSSINES” / Es verdad que el aprismo, como doctrina política, ya no existía desde la Segunda Guerra Mundial. Quien lo dude, que lea los libros de Haya de la Torre La defensa continental y Después de la guerra ¿qué? En sus páginas es evidente el descalabro, la ruptura total con la doctrina primigenia. Asombra, por eso, el cinismo con que Haya de la Torre responde al anatema de Diego Rivera (que lo llama ‘lacayo del imperialismo’), afirmando: “mi posición es indeclinable”. (Revista Siempre, número 48, página 33).
Yo pregunto: ¿Puede ser indeclinable la posición de un hombre que ha dicho “Yo propongo las ideas fundamentales del aprismo no como un vago ideal sino -en términos positivos- como the best bussines-el mejor negocio para los Estados Unidos.”? (SIC, en el libro Y después de la guerra ¿qué?, página 204). Más todavía, si más es necesario: El 16 de setiembre de 1946, en un discurso pronunciado en un teatro de Bogotá, Haya de la Torre dijo estas increíbles palabras: “Yo no tengo miedo al imperialismo de Wall Street, porque nos adiestra; sino al imperialismo de Hollywood, porque ese nos corrompe. Lo grave no es poderío de los pueblos grandes, como los Estados Unidos, sino nuestro complejo de inferioridad”.
Comprobar el fraude no fue fácil para quienes teníamos 16 años cuando Haya de la Torre escribía tan claudicantes palabras. Yo, como miles de jóvenes, llegué al aprismo porque creía que era sinónimo de una revolucionaria aspiración de justicia; creí, de buena fe, luchar por un ideal nacional latinoamericano, es decir, antiimperialista.
Es un hecho que la contradicción entre la dirección burguesa del APRA y el pueblo revolucionario del Perú, llevó al aprismo a la derrota. No es verdad lo que Haya de la Torre afirma en LIFE. La revolución del 3 de octubre de 1948 fue resultado del descontento de las bases populares del APRA, y apristas fueron quienes sublevaron a la armada. Notoriamente ahí se inició la división que ahora existe en el APRA.
En el destierro, el aprismo se escindió en dos sectores: el incondicional a Haya de la Torre, y el sector izquierdista, formado en su mayoría por la juventud. Por razones obvias, mientras Haya de la Torre estuvo en la Embajada de Colombia, mantuvimos oficialmente la unidad a la vez que continuábamos la batalla ideológica por los principios esenciales del aprismo.
Es evidente ahora la orientación política que seguirá el APRA: su jefe ha sido absolutamente claro. Haya de la Torre prefiere el compromiso que le abra las puertas de la Presidencia de la República al duro camino de su gloriosa juventud. Yo no puedo formar parte de un partido de termidoriano sin grandeza.
OPORTUNISMO Y DEMAGOGIA / El volteretazo de Haya de la Torre se debe únicamente a su oportunismo. Nada justifica el cambio; nada justifica que el hombre que escribió que “la primera actitud defensiva de nuestros pueblos tiene que ser la nacionalización de la riqueza arrebatada a las garras del imperialismo” (El antiimperialismo y el APRA, página 74), diga ahora que “debemos poner fin a nuestra absurda ambición de industrializarnos aun cuando nada ganemos con ello”, y afirme que “no debe acometerse una campaña de nacionalización, ni de medidas contra el capital extranjero”, y sostenga que “hay que dejar participar a los capitalistas extranjeros en la dirección de la economía nacional”, y clame: “necesitamos con urgencia una división de trabajo entre el norte productor de máquinas, y el centro y sur productores de materias primas.” (Entrevista con Haya de la Torre publicada en la revista NEW LEADER, de Nueva York, transmitida por UP y publicada por El Universal, de México, en mayo último).
TREINTA AÑOS DESPUÉS / ¿Qué ha sucedido entre1924 y 1954? ¿Qué ha sucedido que justifique tan rotunda negación? ¿Desapareció el peligro que nos acechaba en 1924? Por supuesto que no. Según los inobjetables datos de la Secretaría de Comercio de los Estados Unidos, las inversiones de capital norteamericano en América Latina llegaban, en 1897, a 300 millones de dólares; en 1919 ascendían a 2,000 millones; en 1942 alcanzaban 2,800 millones; en 1947 remontaban 4,700 millones; y en 1952 la suma era de 5,700 millones. El criterio de un niño de escuela bastaría para percibir el arrollador avance imperialista: en 22 años (1897-1919) las inversiones aumentaron en 1,700 millones de dólares; luego, en 7 años (1943-1950) superaron esa cifra: 1,900 millones de dólares; y después, en sólo 2 años (1950-1952) aumentaron 1,000 millones de dólares.
¿Cuál es la verdad sobre Indoamérica? Un escritor norteamericano, Samuel Guy Inman, da una respuesta necesariamente pública: “En nuestras vecinas Repúblicas de América Latina, que cuentan con una población total de 160 millones, más de la mitad nunca han dormido en una cama, nunca han poseído un par de zapatos, nunca han ido a la escuela, nunca han recibido atención médica. Un número excesivo sufre de enfermedades contagiosas y trabaja en condiciones feudales. La mayor parte de las industrias pertenece a extranjeros. En los Estados Unidos, el trabajador medio gana, en una hora, lo suficiente para comprar 8 kilos de pan; mientras que en Bolivia, el trabajo de una hora sólo le proporciona 350 gramos.” (Cuadernos Americanos, enero de 1952: La revolución mundial).
Y de esta América, el imperialismo saca fabulosas ganancias. Datos proporcionados por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), demuestran que en el lapso de 1945-1952, la afluencia de capitales a Latinoamérica fue de 2,090 millones de dólares, y que, durante el mismo periodo, las ganancias e intereses de las empresas extranjeras ascendieron a 5,829 millones de dólares. Se comprende que la Anaconda pueda obtener, en Chile, ganancias confesadas de 2,200 dólares por trabajador, cifra sin embargo ridícula ante las ganancias que en 1950 obtuvo, en Venezuela, la Creole Petroleum Corporation: 11,470 dólares por trabajador. (El drama de la América Latina, por T.E. Álvarez, en Cuadernos Americanos).
Creer que el hambre, la miseria, la pobreza de América pueden solucionarse mediante un compromiso, “sacando a los capitalistas de debajo de la mesa para que tomen parte en la dirección de la economía nacional”, como Haya de la Torre dice, es algo peor que una simple mentira: es una interesada estupidez.
¿Cómo ignorar tan angustiosa perspectiva? Ante ella sólo cabe una posición. El rabioso anticomunismo de Haya de la Torre coincide en forma demasiado notoria con las consignas del Departamento de Estado (State Departament) de EEUU. Sostener, como Haya de la Torre, que las grandiosas revoluciones de Asia, sostener que los Estados obreros europeos, sostener que la Unión Soviética, proyectan sombras imperialistas sobre nuestros pueblos, no sólo es mentir: es ponerse al lado del fascismo maccarthysta. Ante el porvenir de nuestros pueblos se abren dos perspectivas: o la revolución antiimperialista o la esclavitud colonial. Vivimos una revolución mundial. ¿Es posible negarlo? Esto es el fin de una época. El capitalismo se va como vino al mundo: sudando sangre y lodo por todos los poros. Pero más allá de los días sombríos de estos años, alumbra el resplandor de un Mundo nuevo. A esa aurora no conduce el camino de la claudicación oportunista.
Si Haya de la Torre no lo cree, ya no hablamos el mismo lenguaje. Eso es todo. No hay razón tampoco para desesperarse. El fracaso de Haya de la Torre es el fracaso de un hombre, no de un pueblo.
Aquí se separan los caminos. Ha llegado, pues, el momento de despedirse: ¡Good bye, mister Haya!

Manuel Scorza

                                                                  

miércoles, 4 de enero de 2017

TEXTOS DE COMBATE ( ENSAYO )

HILDEBRANDO PÉREZ HUARANCCA, EDITH LAGOS Y JOVALDO
TEXTOS DE COMBATE
                                      Oscar Gilbonio
Agrupación Cultural Ave Fénix

En la perspectiva maoísta, se persigue que literatura y arte «encajen bien en el mecanismo general de la revolución» y «se conviertan en un arma poderosa para unir y educar al pueblo y para atacar y aniquilar al enemigo» en virtud de la necesidad de «unidad de la política y el arte», así como entre «el contenido y la forma» (Mao, 1942).
Indagando la concordancia entre los postulados y la práctica abordaré los textos de tres protagonistas (dos hombres y una mujer) destacados por sus particulares producciones literarias: Hildebrando Pérez Huarancca, Edith Lagos Sáez y José Valdivia Domínguez (Jovaldo), combatientes todos del «Ejército Guerrillero Popular» del Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso (PCP-SL) contra el Estado peruano, caídos en diversos períodos del conflicto. El primero plasmó cuentos mientras que los otros eran poetas.
La producción cuentística de Pérez Huarancca puede concebirse como diagnóstico previo al estallido del conflicto armado en 1980, la poesía de Edith Lagos expresa el romanticismo revolucionario y el sentimiento de una guerrillera en plena actividad en los primeros años del despliegue subversivo (1980-82) y Jovaldo manifiesta una obra de carácter popular, ceñida a una motivación didáctica y agitadora desde sus primeras rimas hasta su desaparición en la cárcel de El Frontón en 1986, en la continuación de la etapa más atroz de la guerra (1983-84).
Tomaré la definición de «neoindigenismo» propuesta por el filólogo y literato peruano Tomas Escajadillo[1] —en su tesis doctoral La narrativa indigenista: un planteamiento y ocho incisiones (1971)—, para situar la obra de Pérez Huarancca.
Además, en su ensayo sobre literatura peruana (en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1928), el filósofo peruano José Carlos Mariátegui asocia el autor a la evolución socioeconómica del país como el historiador literario húngaro György Lukács analiza las relaciones entre arte, historia, pensamiento y acción política concreta en la literatura alemana. Así, ubicaré cada escrito en su contexto histórico social y, tal como lo planteó Lukács en Realismo en la balanza (1938), se trata aquí de «ver la habilidad del arte en confrontar una realidad objetiva que existe en el mundo». De este modo, y sumado al hecho de conocer el PCP-SL desde dentro, intentaré algunas asociaciones o desencuentros entre el discurso del escritor y la línea política de la organización donde militaron. Finalmente, desde la perspectiva de género[2], incidiré en el abordaje de las mujeres en las composiciones.
En el 2003, los miembros de la Agrupación Cultural Ave Fénix[3] llevamos a cabo un conversatorio en el presidio de Canto Grande (Lima) para debatir aspectos del panorama literario del Perú de entonces[4]. Una de las razones de fuerza, para los que convocaron a este evento, fue que en el lado del movimiento insurgente, el problema era y sigue siendo complejo, pues no había (y aún no está resuelto) un balance sobre arte y literatura en el proceso de la guerra. Es decir, a partir de la recopilación y análisis de la producción artística o testimonios de militantes, combatientes y masas simpatizantes —en prisión o fuera de ella—, tendientes a desarrollar la guerra popular[5] durante el período 1980-92 —sin soslayar el período preparatorio—, es menester despejar ciertas interrogantes: 1) cuál fue la significación y alcance de esta producción artística y su trascendencia en la cultura nacional; 2) en qué grado la organización maoísta practicó lo propugnado por Mao Tsetung en 1942: «La cultura revolucionaria es para las grandes masas populares una poderosa arma de la revolución. Antes de la revolución, prepara ideológicamente el terreno, y durante ella, constituye un sector necesario e importante de su frente general»; 3) qué logros, innovaciones y aportes se produjeron en arte y literatura; y como contraparte, qué problemas, errores o limitaciones se expresaron ; 4) cuál era la perspectiva y la orientación en el siglo XXI para desarrollar el trabajo artístico y cultural, continuando la obra de José Carlos Mariátegui, César Vallejo y José María Arguedas, tres hitos insoslayables en la formación de una conciencia nacional.
Recordemos que Mariátegui en sus 7 ensayos había puntualizado: «Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado». Arguedas expresó lo propio particularmente en la novela. Ambos erigieron su obra arraigados en nuestra cultura ancestral. Es muy expresivo que Arguedas confesara la importancia de la directriz de las ideas para lograrlo: «Yo declaro con todo júbilo que sin Amauta, la revista dirigida por Mariátegui, no sería nada, que sin las doctrinas sociales difundidas después de la Primera Guerra Mundial tampoco habría sido nada»[6].
 Retomando las circunstancias del conversatorio: el 2003 no conocíamos estudios (ensayos, monografías, artículos, etc.) de miembros de la organización —donde la crítica que excediera los linderos de los postulados partidarios era incipiente— ni de terceros —debido al aislamiento carcelario— que sirvieran para dilucidar las interrogantes. Por tanto, debíamos aportar soluciones o intentarlas. Similar espíritu nos motiva hoy, y queriendo contribuir a una mayor comprensión de lo que fue el conflicto armado interno, creemos necesario recopilar y apreciar la obra dispersa de quienes participaron en la insurgencia.
Pérez Huarancca, Lagos y Jovaldo son tal vez los personajes literarios más emblemáticos del proceso de la guerra hasta su primer lustro, sin que se haya dado hasta hoy una opinión valorativa de su obra por parte de la dirección del PCP-SL.
Es usual y conveniente que una organización destaque sus valores con el fin de construir un imaginario y cohesionar a sus miembros: los organismos superiores son los primeros llamados a hacerlo, pero en el caso del PCP-SL resulta sintomático que dicha labor —cuando existe— se haya impulsado por lo general desde miembros de base —o incluso ajenos— y por iniciativa no oficial. Esto se explica en la medida que se impuso como orientación política una única figura a relievar: la de Abimael Guzmán[7].
Tuvo que ser un estudioso norteamericano, Mark Cox, quien demostrara la endeblez de las imputaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) (2003) contra Pérez Huarancca, respecto a la conducción de la masacre de Lucanamarca[8] en La verdad y la memoria: controversias en la imagen de Hildebrando Pérez Huarancca (2012).
Varios poemas de Lagos, en distintas versiones, circulan por internet. Dos, aparecidos el 30-11-82 en El Diario, proporcionados por el profesor y compositor Ranulfo Fuentes, se incluyeron por escritores que se pueden calificar como democráticos[9] en la antología Di tu palabra (Arteidea: 1998).
De la poesía de Jovaldo se conocen tres publicaciones: una recopilación de sus textos impulsada por el grupo de arte y editorial Kusikusum (2005), un homenaje en la revista Culturales 1.° de Mayo (2010) y otra compilación mayor de sus poemas (2011), por camaradas que lo conocieron, encauzada por el Grupo Literario Nueva Crónica[10] en colaboración con su familia.



[1] El propio Escajadillo prefiere que un colega suyo –Antonio Cornejo Polar– sintetice sus planteamientos: «El neoindigenismo se definiría por la convergencia de los siguientes caracteres: a) El empleo de la perspectiva del realismo mágico, que permite revelar las dimensiones míticas del universo indígena sin aislarlas de la realidad, con lo que obtiene imágenes más profundas y certeras de ese universo. b) La intensificación del lirismo como categoría integrada al relato. c) La ampliación, complejización y perfeccionamiento del arsenal técnico de la narrativa mediante un proceso de experimentación que supera los logros alcanzados en este aspecto por el indigenismo ortodoxo. d) El crecimiento del espacio de la representación narrativa en consonancia con las transformaciones reales de la problemática indígena, cada vez menos independiente de lo que sucede a la sociedad nacional como conjunto» (1989).
[2] Las iniciales aproximaciones del presente trabajo las formulamos en el primer coloquio internacional sobre el conflicto armado interno: Clase, género y construcción de la paz en el Perú, que tuvo lugar en Ayacucho el 2014: http://blogs.mediapart.fr/edition/decouvrir-mediapart/article/130814/cronica-del-primer-coloquio-peruano-sobre-el-conflicto-armado-interno
[3] Colectivo de prisioneros conformado por iniciativa propia en el penal de Canto Grande a mediados de los noventa –afrontando un sistema punitivo de aislamiento absoluto, vejaciones y restricciones–, con el objetivo de promover arte y literatura en el presidio y plasmar una versión de los insurgentes en las letras peruanas: http://fenixperu-trilceur.blogspot.com
[4] Asistieron al evento los escritores Gonzalo Portals, Miguel Idelfonso, Rodolfo Ybarra, Óscar Colchado y Arturo Delgado. Véase lo tratado en: http://fenixperu-trilceur.blogspot.com/p/blog-page_19.html
[5] La estrategia militar del PCP-SL.
[6] Según actas del Primer Encuentro de Narradores Peruanos organizado en 1965 por la Casa de la Cultura de Arequipa en esta ciudad, calificado por Arguedas como un «milagro dentro de nuestra cultura, pues, en toda la historia de la creación literaria en el Perú, es la primera vez que nos reunimos autores y críticos modernos». Reproducido en un libro del mismo nombre (Alegría, 1986).
[7] Véase declaraciones de Guzmán en artículo «Nuestra Edith Lagos» de la revista digital Viejo Topo:  http://www.viejotopo.com/index.php?option=com_content&view=article&id=173:art-verdadedith&catid=58&Itemid=503
[8] Santiago de Lucanamarca es un distrito de la provincia de Huancasancos en Ayacucho. Con su prédica inicial el PCP-SL logró conformar allí un comité popular encabezado por Olegario Curitomay. Según el PCP-SL: «un grupo de viejas autoridades derribadas, licenciados, gamonalillos y secuaces, en un proceso de constante relación y coordinación con las Fuerzas Armadas fueron agrupados y organizados clandestinamente en mesnadas». Estos habrían quemado vivo a Curitomay bajo la amenaza de que si la población no entregaba senderistas o se mostraba activamente contraria a la guerrilla, sería arrasada por el Ejército. La Dirección Central del PCP-SL acordó «responder medida por medida» y el 3 de abril de 1983 fueron asesinados 69 pobladores, con equivalente crueldad. Para Abimael Guzmán (Gonzalo) el aspecto positivo y principal de la acción fue constituir un golpe contundente, en tanto el negativo fue el exceso, el extremismo militarista. Según artículos de la revista digital Viejo Topo, para Augusta La Torre (Norah), segunda dirigente en jerarquía, esto constituyó un baldón contra la guerra popular (2015).
[9] Nos referimos a un tipo de escritor identificado con luchas y anhelos de los pueblos, incluso en épocas de mayor represión y autoritarismo como durante el gobierno de Fujimori.
[10] El segundo colectivo de prisioneros que desenvuelve un trabajo literario. En el 2007, publicó Camino de Ayrabamba y otros relatos. Ha suscrito guiarse por la línea oficial del PCP-SL, lo cual se manifiesta en sus creaciones. Véase http://www.viejotopo.com/index.php?option=com_content&view=article&id=284:art-cuentrhin&catid=64&Itemid=508

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