Danza de los
Párpados en la oscuridad
José Vásquez Peña
L
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as mariposas rojas del sueño revoloteando sobre sus
ideas, en aspas, eses, círculos. Sueño. Nebuloso panorama. Su mano aplastando
el séptimo bostezo del amanecer. La perplejidad trepándose a su rostro. Hiedra
blanca. Sueño. Toda ella asombro, asombro, luego que se desperezó y me vio fatigado, con los ojos abiertos, muy
abiertos. Su sueño se metió en mi sueño y las mariposas fueron entonces blancas
nubes de algodón y espuma en el blanquecino cielo de mi ¿pensamiento? dormido.
Más allá del asombro brotaron las palabras y dijo, ajá, qué milagro tus ojos acostumbrados a mirar el
mundo a media mañana ahora compiten con los ojos de los pájaros. Solamente
falta que chauches como chaucato. Mujer, respondí, anoche he sentido que un
minúsculo monstruo sigilosamente se introdujo en mis huesos y después perdióse
en ese laberinto óseo. Cada vez que yo hacía amagos para conciliar el sueño, el
endemoniado tronaba mis huesos, mis articulaciones, despertándome. Así me
mantuvo en vigilia todo el tiempo. Entonces pensé, lo que me sucede no puede
ser verdad. Esto definitivamente es una terrible pesadilla, tengo que buscar la
manera de salir de ella, José Vega Veguita, en mejores épocas, me había recomendado, muérdete fuerte la punta de la lengua, es el
mejor secreto para lanzar la pesadilla lejos del umbral de la conciencia. Hazlo
y verás que pronto volando sobre el níveo lomo de Pegaso, regresarás desde la
realidad onírica. Así lo hice, pero nada. No encontraba la puerta para salir
del maldito sueño. Ese ni otros recursos dieron resultado y sólo cuando agoté
mis esfuerzos, entendí lo incomprensible. Era realidad laberíntica y no
transparente sueño. Lo que cuento empezó ¡vaya a saber cuándo! Desde ese
perpetuo momento no he podido fugar de esa cárcel con barrotes de luz. ¿Habrá
escape posible? Desesperación. Angustia. Tiempo que discurre. Nuevamente
desesperación, hasta que ayer realicé un experimento seductor, decidí apretarme
el cuello, fuerte, fuerte, para comprobar si por asfixia podía dormir y sobre
todo para arrojar al diminuto engendro por la vértebra atlas, ahí lo
sentí, lo quise expulsar antes que su voracidad corroyese mi
cerebro. Evocación. Oigaoiga. Evocación. Despacio, colóquenlo en la cama.
Visión borrosa, un mandil blanco con un estetoscopio, reluciente, mi nariz se
refleja en el disquito en que termina la finísima manguera como trenza fina de
mujer. Algo frío se posa en mi pecho desnudo, presiona, golpe de dedos,
presiona, avanza sobre mi corazón, presiona. Una voz ¡ejem! Está bien. Otra vez
el golpe de dedos. Lo siento ahora sobre mis pulmones, presiona, se retira.
¡Liberato! ¡Liberatooo! Escucho, en este
momento, voces lejanas, casi inaudibles.
Mi cuerpo sigue manteniéndose rígido, no obedece al mandato de mi
cerebro. Oigo como si alguien con reiteración me llamara, despierta, despierta.
¡Despierta! Pero yo no estoy dormido. Hace mucho tiempo que no sé lo que es
dormir. La gente no quiere comprender que permanezco ya por años insomne. Y
cada amanecer, cuando salgo de casa, me preguntan ¿dormiste bien, Liberato
Luces? Como siempre no he cerrado los ojos, respondo. Retrucan: Tu cara lo
dice, has dormido bien… no lo niegues. Entonces para no contradecir, asiento.
En verdad lo que ha sucedido es lo siguiente, en sus primeros tiempos, la
obligada vigilia era extenuante, después mi organismo se adecuó a ese ritmo de
vida y la falta de sueño, a partir de ese instante, ya no me afectó. Para que
ello suceda corrió mucho tiempo. Corrieron y crecieron los rumores, también.
Imagínense como sería de trágica la cosa que cuando los habitantes de la
ciudad, una mañana, supieron que yo
había cumplido veinticuatro semanas sin dormir, empezaron a buscar culpables de
mi desgracia. Circularon comentarios diversos: seguro que sus padres y
antepasados tienen la culpa, a quien se le ocurre ponerse el apellido Luces, habrá sido por pura ostentación, ahora, ya lo
fregaron al pobre Liberato Luces. Luces, luces. Tal vez lo han embrujado,
decían otros. Quizá se está preparando para la gran maratón del insomne,
aducían los demás. Esos son decires de la gente. En suma, fueron pensamientos
que a mí no me convencieron. Por eso sigo buscando explicación y tratando de
vérmelas con Morfeo, obsesiva idea que me persigue, sin materializarse, desde
la noche en que ese maldito fenómeno se metió en mis huesos y recorre todo mi
cuerpo, despertándome abruptamente, cada
vez que estoy para dormirme.
Luego de tiempo, cuando comprobé, con
indescriptible desesperación, que mis ojos no se cerraban más, me dio por pensar en cuanto hay de cierto en
aquello de la adivinación. Esa madrugada de la definitiva constatación, antes
que nada, evoque las premonitorias palabras de la hechicera Saturnina Cahua,
que me anunció, llegará el momento en que mirarás el sol día y noche. Y esos
tus ojos de azabache no podrán cerrarse por el resto de tu existencia.
Consolidó su vaticinio con esta sentencia, no lo dudes, estoy viendo tu porvenir
con los ojos del alma. Fue aquella vez en que, aturdido y preocupado, por no
haber dormido diez días con sus noches, decidí viajar al misterioso caserío
de Cachiche a resolver mi problema. Y el
viaje resultó otro sueño. Si, esa vez soñé olores. ¿Qué raro verdad? Primero un
olor a palmeras, a dátiles.
A la derecha, el camino, los coposos hurangos, las
majestuosas dunas como telón de fondo del sugestivo paisaje, elementos que con
extraño sortilegio me subyugaron, distrajeron mi mirada, mientras yo, percibiendo
olor a tierra mojada mezclada con sudor, fui encontrando la casucha de la
hechicera, ubicada casi en la falda de una vaporosa duna. Era tan real ese
sueño que casi he llegado a la certeza de que estuve soñando despierto,
mientras caminaba por esas mágicas tierras. Mirarás el sol día y noche,
retumbaban en mis oídos esas palabras, ya de regreso, aproximándome a
Ica-ciudad, casi cerca del Coliseo Cerrado. Allí fue que nació mi otra
obsesión: ¿Cómo haré para morir? ¿Moriré
también con los ojos abiertos? Pertinaces
interrogantes que en esa ocasión, en primer lugar, se me clavaron en las venas; luego,
discurrieron por mi torrente sanguíneo y alimentaron la duda en mis neuronas
cerebrales. Duda que hasta ahora no
despejo. Creo que sabré la verdad el día que sin cerrar mis ojos, dé el
paso hacia lo desconocido. ¿Cuándo ocurrirá eso? Lo ignoro. Por lo pronto estoy
desconcertado. Tanto, que no sé dónde me encuentro, ni qué me hacen. Si
permanezco despierto hace mucho tiempo, cómo es que escucho, lejanamente, que
hay un grupo de gente empeñada en hacerme despertar. Hasta suplican ¡Diosito
lindo que despierte Liberato! Siento unos tubos delgados, largos, que entran
por mi boca, pasan por mi esófago y depositan líquido en mi estómago. Me estoy
ahogando. Advierto, ahora, que otros tubos ingresan por mi nariz y llevan aire
a mis pulmones. ¿Por qué será? Claro, lo que sucede es que hasta el aire ha
encarecido en este país de mierda y como medida de reajuste económico lo están
suministrando por gotas, gotas, gotas.
Mi cuerpo se arquea, es una náusea gigante, quiere levitar, dejar la cama, pero
logro domeñarlo como a potro salvaje, lentamente, hasta que vuelve a seguir el
ritmo de mi respiración. La adivina me dijo… ¡Eso ya lo recordé, estoy
volviéndome loco! Me relajo, trato de concentrar mi pensamiento.
Encuéntrome en
ese trance cuando aparece ante mí, tamaña boca, seguida de millones de niños,
boca angustiada de niños pobres, pretendiendo engullir alimentos, los mismos
que esquivos e irónicos se pierden en el espacio, elevándose más y más.
Contrasta con esa enorme boca hambrienta, una boca pequeña, que haciendo un
mohín de alegría, alegría de pocos niños, expresa satisfacción, luego de comer ingentes cantidades de
alimentos. ¿Sueño? ¿Realidad? El olor de una crema de apio llega a mí de
improviso. Eso huele a dieta. Pero que me puede importar la comida si yo sigo
insomne, preocupado, sin apetito. ¿Qué haré? ¡Mis ojos no se cerrarán más! No
podré morir tranquilo. Dicen que cuando uno muere con los ojos abiertos es
señal que se llevará a la otra vida a varios familiares o allegados. No, con esa difundida superstición, mi gente no me
dejará morir. Y si acaso muriera, mujer, me apresuro a devolverte la eternidad
que me prestaste con tu cariño.
- _ Silencio…
Ya despierta, pensé que no superaría el estado de coma – el médico con su
impecable mandil blanco.Prosiguió
- _ Aún no
podrá tomar la instructiva al fallido suicida… Señor Juez… Sigue muy
grave.
Los suaves colores de la sala de cuidados
intensivos, se refugiaron en los tenues ojos de Liberato Luces.
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