viernes, 3 de febrero de 2017

Danza de los Párpados en la oscuridad

Danza de los Párpados en la oscuridad


José Vásquez Peña

L
as mariposas rojas del sueño revoloteando sobre sus ideas, en aspas, eses, círculos. Sueño. Nebuloso panorama. Su mano aplastando el séptimo bostezo del amanecer. La perplejidad trepándose a su rostro. Hiedra blanca. Sueño. Toda ella asombro, asombro, luego que se desperezó y  me vio fatigado, con los ojos abiertos, muy abiertos. Su sueño se metió en mi sueño y las mariposas fueron entonces blancas nubes de algodón y espuma en el blanquecino cielo de mi ¿pensamiento? dormido. Más allá del asombro brotaron las palabras y dijo, ajá,  qué milagro tus ojos acostumbrados a mirar el mundo a media mañana ahora compiten con los ojos de los pájaros. Solamente falta que chauches como chaucato. Mujer, respondí, anoche he sentido que un minúsculo monstruo sigilosamente se introdujo en mis huesos y después perdióse en ese laberinto óseo. Cada vez que yo hacía amagos para conciliar el sueño, el endemoniado tronaba mis huesos, mis articulaciones, despertándome. Así me mantuvo en vigilia todo el tiempo. Entonces pensé, lo que me sucede no puede ser verdad. Esto definitivamente es una terrible pesadilla, tengo que buscar la manera de salir de ella, José Vega Veguita, en mejores épocas,  me había recomendado,  muérdete fuerte la punta de la lengua, es el mejor secreto para lanzar la pesadilla lejos del umbral de la conciencia. Hazlo y verás que pronto volando sobre el níveo lomo de Pegaso, regresarás desde la realidad onírica. Así lo hice, pero nada. No encontraba la puerta para salir del maldito sueño. Ese ni otros recursos dieron resultado y sólo cuando agoté mis esfuerzos, entendí lo incomprensible. Era realidad laberíntica y no transparente sueño. Lo que cuento empezó ¡vaya a saber cuándo! Desde ese perpetuo momento no he podido fugar de esa cárcel con barrotes de luz. ¿Habrá escape posible? Desesperación. Angustia. Tiempo que discurre. Nuevamente desesperación, hasta que ayer realicé un experimento seductor, decidí apretarme el cuello, fuerte, fuerte, para comprobar si por asfixia podía dormir y sobre todo para arrojar al diminuto engendro por la vértebra atlas, ahí lo sentí,  lo quise  expulsar antes que su voracidad corroyese mi cerebro. Evocación. Oigaoiga. Evocación. Despacio, colóquenlo en la cama. Visión borrosa, un mandil blanco con un estetoscopio, reluciente, mi nariz se refleja en el disquito en que termina la finísima manguera como trenza fina de mujer. Algo frío se posa en mi pecho desnudo, presiona, golpe de dedos, presiona, avanza sobre mi corazón, presiona. Una voz ¡ejem! Está bien. Otra vez el golpe de dedos. Lo siento ahora sobre mis pulmones, presiona, se retira. ¡Liberato!  ¡Liberatooo! Escucho, en este momento, voces lejanas, casi inaudibles.  Mi cuerpo sigue manteniéndose rígido, no obedece al mandato de mi cerebro. Oigo como si alguien con reiteración me llamara, despierta, despierta. ¡Despierta! Pero yo no estoy dormido. Hace mucho tiempo que no sé lo que es dormir. La gente no quiere comprender que permanezco ya por años insomne. Y cada amanecer, cuando salgo de casa, me preguntan ¿dormiste bien, Liberato Luces? Como siempre no he cerrado los ojos, respondo. Retrucan: Tu cara lo dice, has dormido bien… no lo niegues. Entonces para no contradecir, asiento. En verdad lo que ha sucedido es lo siguiente, en sus primeros tiempos, la obligada vigilia era extenuante, después mi organismo se adecuó a ese ritmo de vida y la falta de sueño, a partir de ese instante, ya no me afectó. Para que ello suceda corrió mucho tiempo. Corrieron y crecieron los rumores, también. Imagínense como sería de trágica la cosa que cuando los habitantes de la ciudad, una mañana,  supieron que yo había cumplido veinticuatro semanas sin dormir, empezaron a buscar culpables de mi desgracia. Circularon comentarios diversos: seguro que sus padres y antepasados tienen la culpa, a quien se le ocurre ponerse el apellido Luces,  habrá sido por pura ostentación, ahora, ya lo fregaron al pobre Liberato Luces. Luces, luces. Tal vez lo han embrujado, decían otros. Quizá se está preparando para la gran maratón del insomne, aducían los demás. Esos son decires de la gente. En suma, fueron pensamientos que a mí no me convencieron. Por eso sigo buscando explicación y tratando de vérmelas con Morfeo, obsesiva idea que me persigue, sin materializarse, desde la noche en que ese maldito fenómeno se metió en mis huesos y recorre todo mi cuerpo, despertándome abruptamente,  cada vez que estoy para dormirme.
 Luego de tiempo, cuando comprobé, con indescriptible desesperación, que mis ojos no se cerraban más,  me dio por pensar en cuanto hay de cierto en aquello de la adivinación. Esa madrugada de la definitiva constatación, antes que nada, evoque las premonitorias palabras de la hechicera Saturnina Cahua, que me anunció, llegará el momento en que mirarás el sol día y noche. Y esos tus ojos de azabache no podrán cerrarse por el resto de tu existencia. Consolidó su vaticinio con esta sentencia, no lo dudes, estoy viendo tu porvenir con los ojos del alma. Fue aquella vez en que, aturdido y preocupado, por no haber dormido diez días con sus noches, decidí viajar al misterioso caserío de  Cachiche a resolver mi problema. Y el viaje resultó otro sueño. Si, esa vez soñé olores. ¿Qué raro verdad? Primero un olor a palmeras, a dátiles.
 A la derecha, el camino, los coposos hurangos, las majestuosas dunas como telón de fondo del sugestivo paisaje, elementos que con extraño sortilegio me subyugaron, distrajeron mi mirada, mientras yo, percibiendo olor a tierra mojada mezclada con sudor, fui encontrando la casucha de la hechicera, ubicada casi en la falda de una vaporosa duna. Era tan real ese sueño que casi he llegado a la certeza de que estuve soñando despierto, mientras caminaba por esas mágicas tierras. Mirarás el sol día y noche, retumbaban en mis oídos esas palabras, ya de regreso, aproximándome a Ica-ciudad, casi cerca del Coliseo Cerrado. Allí fue que nació mi otra obsesión: ¿Cómo haré para morir?  ¿Moriré también con los ojos abiertos?  Pertinaces interrogantes que en esa ocasión, en primer lugar,  se me clavaron en las venas; luego, discurrieron por mi torrente sanguíneo y alimentaron la duda en mis neuronas cerebrales. Duda que hasta ahora no  despejo. Creo que sabré la verdad el día que sin cerrar mis ojos, dé el paso hacia lo desconocido. ¿Cuándo ocurrirá eso? Lo ignoro. Por lo pronto estoy desconcertado. Tanto, que no sé dónde me encuentro, ni qué me hacen. Si permanezco despierto hace mucho tiempo, cómo es que escucho, lejanamente, que hay un grupo de gente empeñada en hacerme despertar. Hasta suplican ¡Diosito lindo que despierte Liberato! Siento unos tubos delgados, largos, que entran por mi boca, pasan por mi esófago y depositan líquido en mi estómago. Me estoy ahogando. Advierto, ahora, que otros tubos ingresan por mi nariz y llevan aire a mis pulmones. ¿Por qué será? Claro, lo que sucede es que hasta el aire ha encarecido en este país de mierda y como medida de reajuste económico lo están suministrando  por gotas, gotas, gotas. Mi cuerpo se arquea, es una náusea gigante, quiere levitar, dejar la cama, pero logro domeñarlo como a potro salvaje, lentamente, hasta que vuelve a seguir el ritmo de mi respiración. La adivina me dijo… ¡Eso ya lo recordé, estoy volviéndome loco! Me relajo, trato de concentrar mi pensamiento.
 Encuéntrome en ese trance cuando aparece ante mí, tamaña boca, seguida de millones de niños, boca angustiada de niños pobres, pretendiendo engullir alimentos, los mismos que esquivos e irónicos se pierden en el espacio, elevándose más y más. Contrasta con esa enorme boca hambrienta, una boca pequeña, que haciendo un mohín de alegría, alegría de pocos niños, expresa satisfacción,  luego de comer ingentes cantidades de alimentos. ¿Sueño? ¿Realidad? El olor de una crema de apio llega a mí de improviso. Eso huele a dieta. Pero que me puede importar la comida si yo sigo insomne, preocupado, sin apetito. ¿Qué haré? ¡Mis ojos no se cerrarán más! No podré morir tranquilo. Dicen que cuando uno muere con los ojos abiertos es señal que se llevará a la otra vida a varios familiares  o allegados. No,  con esa difundida superstición, mi gente no me dejará morir. Y si acaso muriera, mujer, me apresuro a devolverte la eternidad que me prestaste con tu cariño.

-       _  Silencio… Ya despierta, pensé que no superaría el estado de coma – el médico con su impecable mandil blanco.Prosiguió
-              _  Aún  no  podrá tomar la instructiva al fallido suicida… Señor Juez… Sigue muy grave.
Los suaves colores de la sala de cuidados intensivos, se refugiaron en los tenues ojos de Liberato  Luces.  

                       
(José Vásquez Peña, Ica  1946 )




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