El sueño de Serapio Flores
En el distrito de Santa Cruz de
Flores, existía un niño solitario llamado Silverio, él era bondadoso, tierno,
juguetón y amoroso. Estuvo solo desde los 3 años, su madre murió a temprana
edad y su padre viajero empedernido lo dejaba al cuidado de su madrastra.
Entonces, desde muy pequeño tuvo que
enfrentar los peligros de la vida y sobrevivir, tenía que arreglárselas para comer
porque nadie lo apoyaba, su estómago le temblaba cada vez que intentaba reírse,
andaba siempre sucio, sus prendas eran viejas. La vida, mientras la compartía
con la comunidad era bonita; pero, en su gran mayoría de los habitantes, solo
existían desastres, problemas, destrucción entre unos y otros, la envidia se
había apoderado del pueblo que anteriormente tenía el nombre de “Huayta”. En
aquél lugar no existía la felicidad ni el amor, la sociedad tenía como clase
social dominante a los señores hacendados venidos de Lima, ellos instauraron su
reino de oscuridad. Cuando veían una pequeña luz de alegría la gente la
destruía, tal vez por el temor a los mandones. Una vida muy injusta para los
pongos, sirvientes o vasallos, los pequeños habitantes de las casas de campo,
de las residencias de verano. Aquella gente bondadosa y tranquila era la más
castigada.
Una noche de luna, Silverio salió a
caminar sin rumbo, buscaba algo entre basuras, escombros y acequias. Los
canales de regadío abundaban como hoy, el agua fluía desde el nevado Pariacaca
hasta el mar, él llegó por el campo, tenía mucho hambre, encontró los
platanales quebrados, andaba cerca a la hacienda del señor Romero, en la
inmensa puerta principal de Huarango -
mucho se habló de aquel portón que fue hecho por los negros de Calango -
. Comenzó a revisar algunos tachos, se
percató que habia una pequeña caja y dentro de ella se expandía un ruido. Se
asomó para ver que era, poco a poco fue abriendo la caja. En su interior había
un pequeño cachorrito indefenso, temblando por el frio de junio, así que el
muchacho intento darle calor para protegerlo, fue abrigado doblemente por el
animalito, porque el perrito era un calato de Sechura, en su cuerpo está la
temperatura del desierto, decía mi abuelo.
Luego lo llevó a la quebrada donde
bajo un árbol de Molle reposaron un rato. Desde pequeño Silverio conoció ese
árbol era muy cálido, fresco, dulce, de sus frutos la gente preparaba chicha en
el mes de mayo, existía una competencia con la bebida traída desde Sarapampa
llamada Jora. Daba mucha paz cuando estaba en ese lugar, como siempre el niño
Silverio miraba las estrellas, se preguntaba por su eterna soledad o porqué no
lo querían.
A veces sentía rencor por la gente ya
que no se ponían en el lugar de él, ellos se habían olvidado de sus raíces, ni siquiera pensaban del maravilloso mundo
andino, que era el lugar de su procedencia. Al día siguiente Silverio bajó al pueblo en
busca de comida o algún trabajo, pero unas personas lo trataron mal, le decían
que era un vagabundo, un maldito niño asqueroso incapaz de pronunciar bien el
castellano. Empezó a huir, Para su mala suerte, al ver que el perrito lloraba,
varias personas empezaron a golpearlo, al tratar de defenderse como pudo
protegió al animalito.
Después de golpearlo sin piedad, al
no tener corazón con Silverio, se fueron. El niño intento pararse e irse de ahí.
Con el perrito entre sus brazos se fueron caminando y llegaron al río Mala, en
su ribera encontraron un hermoso lugar mágico de aguas cristalinas, su sonrisa
se retrató en lo diáfano de la cocha. En
ese lugar encantado fue feliz, nadie lo golpeaba. En su trayecto el caudal del
río daba de beber a muchas comunidades, los animales terrestres y el cóndor lo
visitaban frecuentemente en las alturas, Pero cerca a la playa, los habitantes
de llano, no lo sabían valorar.
A
Silverio le gustaba ir a ese lugar para oír el agua fluir, ese sonido le
recordaba a un amigo de su padre, era un violinista de apellido Zea, venido de
Puquio, con él una tarde escucharon el canto de los pájaros y el viento, el espacio era
fresco, era un lugar muy acogedor. En un momento se acordó que el perrito no tenía
nombre, pensó un largo rato, finalmente decidió ponerle Serapio, en honor al
músico Zea, también porque en aquél lugar nacen los mejores músicos de la zona.
Se recostó entre el pasto verde y pajas
de junco. La tarde era majestuosa, lo que ocasionaba que sus ojos se cansaran.
Se quedó dormido junto a Serapio abrazado. Cuando se despertó después de unas
horas, sintió algo recorrer su cuerpo y vio que eran las plantas de los árboles,
pero no podía crear lo que veía. Ya que, al recorrer su cuerpo las heridas
hechas por los zancudos y mosquitos se iban curando como por bendición divina.
Asustado por lo ocurrido se levantó
desesperado vio a Serapio sentado en un lugar hablándole a una silueta.
Silverio llamo a Serapio, el perro se acercó a él, Silverio con miedo solo
observaba a la silueta destellante de la tarde, el can empezó a hablar, le dijo
que no se preocupara que era alguien de confianza. El ya adolescente Silverio
se quedó sorprendido por lo que había ocurrido, se frotó los ojos pensando que
era un sueño, pero todo era realidad. El perro intento explicarle que el solo podía
hablar de vez en cuando, la persona que brillaba cerca a La Ensenada era la
madre naturaleza, ella cuida de todos los animales y seres vivos, sobretodo de
aquellos justos e inocentes.
De pronto esa silueta con perfil de
mujer empezó a vestirse de verde, su cabecita se llenó de flores, su túnica parecía
un arco iris. Volvió a hablar el perrito.
-
Ella me dijo que ya me había visto antes, debido al maltrato
que recibías, me encomendó que te trajera hasta este lugar. Era mi decisión si
quedarme a vivir en un mundo lleno de alegría y felicidad o regresar contigo a
la horrible realidad.
Silverio observó con más claridad el
lugar, era un hogar pacífico que da origen al océano, donde los ríos grandes, pequeños y medianos llegan,
dando por terminado las desigualdades, donde los pescadores de Santa Cruz de Huayta
eran bienvenidos, pudiendo viajar sin dificultades mar adentro. Él no era el
único humano en ese lugar, era un montón de personas de todos los colores, de
todas las sangres, entre ellas sonreían y se abrazaban en un crepúsculo eterno.
El mar pinto de azul los cerros, hacía el sur se divisaba otro universo,
llamado Cerro Azul, de esta forma se instauró, Cerro Alegre, Cerro Libre, Cerro
de Oro…
El muchacho viendo el hermoso lugar,
pensó en la vida que soñó desde siempre, al estar junto a su mejor amigo, decidió
quedarse. Desde entonces Silverio vive una vida plena con Serapio, nadie lo
molesta ni lo discrimina. Todas las tardes disfrutan el canto de las olas.
Seudónimo: La Huarco