domingo, 11 de agosto de 2024

Cuento presentado al "Premio Nacional de Narrativa y Ensayo José María Arguedas" por la estudiante: Xiomara Avalos Ruiz

 

El  sueño de Serapio Flores



En el distrito de Santa Cruz de Flores, existía un niño solitario llamado Silverio, él era bondadoso, tierno, juguetón y amoroso. Estuvo solo desde los 3 años, su madre murió a temprana edad y su padre viajero empedernido lo dejaba al cuidado de su madrastra.

Entonces, desde muy pequeño tuvo que enfrentar los peligros de la vida y sobrevivir, tenía que arreglárselas para comer porque nadie lo apoyaba, su estómago le temblaba cada vez que intentaba reírse, andaba siempre sucio, sus prendas eran viejas. La vida, mientras la compartía con la comunidad era bonita; pero, en su gran mayoría de los habitantes, solo existían desastres, problemas, destrucción entre unos y otros, la envidia se había apoderado del pueblo que anteriormente tenía el nombre de “Huayta”. En aquél lugar no existía la felicidad ni el amor, la sociedad tenía como clase social dominante a los señores hacendados venidos de Lima, ellos instauraron su reino de oscuridad. Cuando veían una pequeña luz de alegría la gente la destruía, tal vez por el temor a los mandones. Una vida muy injusta para los pongos, sirvientes o vasallos, los pequeños habitantes de las casas de campo, de las residencias de verano. Aquella gente bondadosa y tranquila era la más castigada.

Una noche de luna, Silverio salió a caminar sin rumbo, buscaba algo entre basuras, escombros y acequias. Los canales de regadío abundaban como hoy, el agua fluía desde el nevado Pariacaca hasta el mar, él llegó por el campo, tenía mucho hambre, encontró los platanales quebrados, andaba cerca a la hacienda del señor Romero, en la inmensa puerta principal de Huarango -  mucho se habló de aquel portón que fue hecho por los negros de Calango - . Comenzó a revisar  algunos tachos, se percató que habia una pequeña caja y dentro de ella se expandía un ruido. Se asomó para ver que era, poco a poco fue abriendo la caja. En su interior había un pequeño cachorrito indefenso, temblando por el frio de junio, así que el muchacho intento darle calor para protegerlo, fue abrigado doblemente por el animalito, porque el perrito era un calato de Sechura, en su cuerpo está la temperatura del desierto, decía mi abuelo.

Luego lo llevó a la quebrada donde bajo un árbol de Molle reposaron un rato. Desde pequeño Silverio conoció ese árbol era muy cálido, fresco, dulce, de sus frutos la gente preparaba chicha en el mes de mayo, existía una competencia con la bebida traída desde Sarapampa llamada Jora. Daba mucha paz cuando estaba en ese lugar, como siempre el niño Silverio miraba las estrellas, se preguntaba por su eterna soledad o porqué no lo querían.

A veces sentía rencor por la gente ya que no se ponían en el lugar de él, ellos se habían olvidado de sus raíces,  ni siquiera pensaban del maravilloso mundo andino, que era el lugar de su procedencia.  Al día siguiente Silverio bajó al pueblo en busca de comida o algún trabajo, pero unas personas lo trataron mal, le decían que era un vagabundo, un maldito niño asqueroso incapaz de pronunciar bien el castellano. Empezó a huir, Para su mala suerte, al ver que el perrito lloraba, varias personas empezaron a golpearlo, al tratar de defenderse como pudo protegió al animalito.

Después de golpearlo sin piedad, al no tener corazón con Silverio, se fueron. El niño intento pararse e irse de ahí. Con el perrito entre sus brazos se fueron caminando y llegaron al río Mala, en su ribera encontraron un hermoso lugar mágico de aguas cristalinas, su sonrisa se retrató  en lo diáfano de la cocha. En ese lugar encantado fue feliz, nadie lo golpeaba. En su trayecto el caudal del río daba de beber a muchas comunidades, los animales terrestres y el cóndor lo visitaban frecuentemente en las alturas, Pero cerca a la playa, los habitantes de llano, no lo sabían valorar.

A  Silverio le gustaba ir a ese lugar para oír el agua fluir, ese sonido le recordaba a un amigo de su padre, era un violinista de apellido Zea, venido de Puquio, con él una tarde escucharon el canto de  los pájaros y el viento, el espacio era fresco, era un lugar muy acogedor. En un momento se acordó que el perrito no tenía nombre, pensó un largo rato, finalmente decidió ponerle Serapio, en honor al músico Zea, también porque en aquél lugar nacen los mejores músicos de la zona.

Se recostó entre el pasto verde y pajas de junco. La tarde era majestuosa, lo que ocasionaba que sus ojos se cansaran. Se quedó dormido junto a Serapio abrazado. Cuando se despertó después de unas horas, sintió algo recorrer su cuerpo y vio que eran las plantas de los árboles, pero no podía crear lo que veía. Ya que, al recorrer su cuerpo las heridas hechas por los zancudos y mosquitos se iban curando como por bendición divina.

Asustado por lo ocurrido se levantó desesperado vio a Serapio sentado en un lugar hablándole a una silueta. Silverio llamo a Serapio, el perro se acercó a él, Silverio con miedo solo observaba a la silueta destellante de la tarde, el can empezó a hablar, le dijo que no se preocupara que era alguien de confianza. El ya adolescente Silverio se quedó sorprendido por lo que había ocurrido, se frotó los ojos pensando que era un sueño, pero todo era realidad. El perro intento explicarle que el solo podía hablar de vez en cuando, la persona que brillaba cerca a La Ensenada era la madre naturaleza, ella cuida de todos los animales y seres vivos, sobretodo de aquellos justos e inocentes.

De pronto esa silueta con perfil de mujer empezó a vestirse de verde, su cabecita se llenó de flores, su túnica parecía un arco iris. Volvió a hablar el perrito.

-          Ella me dijo que ya me había visto antes, debido al maltrato que recibías, me encomendó que te trajera hasta este lugar. Era mi decisión si quedarme a vivir en un mundo lleno de alegría y felicidad o regresar contigo a la horrible realidad.

Silverio observó con más claridad el lugar, era un hogar pacífico que da origen al océano, donde  los ríos grandes, pequeños y medianos llegan, dando por terminado las desigualdades, donde los pescadores de Santa Cruz de Huayta eran bienvenidos, pudiendo viajar sin dificultades mar adentro. Él no era el único humano en ese lugar, era un montón de personas de todos los colores, de todas las sangres, entre ellas sonreían y se abrazaban en un crepúsculo eterno. El mar pinto de azul los cerros, hacía el sur se divisaba otro universo, llamado Cerro Azul, de esta forma se instauró, Cerro Alegre, Cerro Libre, Cerro de Oro…

El muchacho viendo el hermoso lugar, pensó en la vida que soñó desde siempre, al estar junto a su mejor amigo, decidió quedarse. Desde entonces Silverio vive una vida plena con Serapio, nadie lo molesta ni lo discrimina. Todas las tardes disfrutan el canto de las olas.

 

Seudónimo: La Huarco

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