martes, 19 de septiembre de 2017

ANDRÉS PIÑEIRO. MARTÍN ADÁN, UNA INMORTALIDAD DESCONOCIDA



El escritor checo Milan Kundera, en un sugerente libro, La inmortalidad, indaga por la memoria de los hombres. En términos generales, esta radica en la memoria que conservan los hombres de otros hombres. Se trataría de una “gran inmortalidad” cuando conservamos la memoria de hombres que no conocimos directamente, por ejemplo, Platón, Dante, Goethe. Y se trataría de una “pequeña inmortalidad”, cuando guardamos recuerdos de personas que conocimos directamente, por ejemplo, amigos, familiares, maestros.
La pregunta que se formula Kundera, seguidamente –al margen de que se trate de una “gran o pequeña inmortalidad”- es qué es lo que conservan los hombres en la memoria de seres que ya no están con nosotros. Considera que en los últimos tiempos estamos conservando lo “inesencial”, lo superficial de las personas y no lo “esencial” o gravitante de ellas. Así, conservamos en nuestra memoria no la obra de Goethe sino su rechazo a Bettina; no la obra de Vallejo sino su exilio europeo. Ahora bien, la pregunta que deseamos formularnos, a raíz de la lectura de Kindera, es la memoria que conservamos del poeta peruano Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides (1908-1985).
Los primeros acercamientos a Martín Adán pasan por una memoria superficial. Lo primero que se evoca al mencionar su nombre es su bohemia, su homosexualidad, su recurrente internamiento en un manicomio local, sus frases lapidarias que amenizan las tertulias literarias en una Lima pacata, si pertenecía a una familia aristocrática o si escribía sus versos en las servilletas de los bares que frecuentaba.
Sin embargo, pocos saben –más allá de un grupo reducido de estudiosos- que su novela La casa de cartón (1928) fue escrita por un joven en edad escolar y que apareció con el prólogo de Luis Alberto Sánchez y el colofón de José Carlos Mariátegui, dos de los intelectuales más influyentes de principios del siglo XX. Pocos saben que su bohemia nos permitió conocer una de las obras poéticas más importantes escritas en lengua española: La rosa de la espinelaTravesía de extramares. Sonetos a ChopinLa mano desasida. Canto a Machu PicchuEscrito a ciegas. Carta a Celia PascheroMi DaríoDiario de poeta. Pocos saben que gracias a su fugaz encuentro con el poeta beat Allen Ginsberg, cuando este visitaba Lima a principios de la década de 1960, pudo ver la luz ese profético poema de Ginsberg dedicado a Martín Adán, “Un viejo poeta en Perú”, aparecido en Sandwiches de realidad:
Beso tu gruesa mejilla (una vez más mañana
Bajo el estupefaciente reloj de Desaguaderos)
Antes de dirigirme hacia mi muerte en un accidente aéreo
En Norte América (hace mucho tiempo)
Y tú te diriges a tu ataque cardíaco sobre una calle
Indiferente de Sudamérica

Y que nuestro poeta, tal como se lo pidiera Ginsberg, escribiera sus “versos más sucios”, como vemos deslizarse por el Escrito a Ciegas. Carta a Celia Paschero:
Y no alcancé al furor de lo divino,
Ni a la simpatía de lo humano.
Lo soy y no lo siento ni así me siento.
Soy en el Día el Solitario
Y el absoluto en la Zoología si pienso,
O carnívoro feroz, si agarro.
¿Soy la Creatura o el Creador?
¿Soy la Materia o el Milagro?
¡Qué mía y qué ajena tu pregunta!...
¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso?
¡Pero no, el Otro no es!
¡Sólo yo en mi terror o en mi orgasmo!

Doblemente significativo en Martín Adán que, hasta ese momento ha escrito sonetos barrocos, herméticos, y utilizado palabras con una marcada carga etimológica. Incluso podemos ver acá un cambio de actitud con respecto a una fuente presente en toda su poética, la tradición cristiana. A partir de Escrito a ciegas y La mano desasida –coincidente con su encuentro con el poeta de Aullidos- dejará su conformidad con el dogma cristiano para optar por una actitud de confrontación frente a dicho dogma.
Pocos saben que durante su primer internamiento en el hospital psiquiátrico Larco Herrera a finales de la década de 1930 Martín Adán escribió su tesis doctoral De lo barroco en el Perú, sustentada con éxito en la Universidad de San Marcos en 1938 y publicada treinta años después por la misma universidad con prólogo de Luis Alberto Sánchez, su maestro en el Colegio Alemán y en San Marcos. Destaca más por sus frases brillantes sobre autores peruanos de los siglos XVIII, XIX y XX –Miramontes, Melgar, Segura, Palma, Chocano, Eguren, entre otros-, que por una metodología rigurosa, como lo anuncia el propio Adán en su presentación ante el Jurado.

Pocos saben que lo “esencial” de su obra –y acaso de su vida- fue escrita en servilletas o envolturas de cigarrillos en las que el poeta volcó su locura más lúcida, su bohemia más intensa y su homosexualidad más lacerante: Martín Adán, una inmortalidad desconocida.    

lunes, 18 de septiembre de 2017

El pájaro de las alas doradas




Yo recuerdo aquel día que vi a ese pájaro volar con sus alas, en el amplio cielo azul, pero ese pájaro tenía algo que lo distinguía de los demás, para mi eran sus hermosas alas doradas.
Eran tan brillantes que hasta las piedras más preciosas sentirían envidia de aquel ser. Mi abuela me contaba historias del pájaro de alas doradas, pero yo creía que era solo un mito.
Aquel día en que lo vi me estaba yendo a estudiar, era un día de excursión en mi colegio, nos íbamos a un bosque. La profesora de Ciencia,Tecnología y Ambiente dijo que el viaje de estudios era para conocer de mejor forma la naturaleza, pero en realidad no me importaba nada, solo pensaba en divertirme e ir a jugar en el arroyo.
Cuando llegamos, el bosque que estaba en mi imaginación, ni se parecía un poco al bosque que íbamos a entrar, la profesora mando a que consiguiéramos dos insectos en grupos de tres. Yo fui con Alessandro y Antonio. Debo confesar que soy un tanto inquieto y me aburre de igual forma todo, excepto jugar. Justo estábamos en una pendiente cuando Alessandro me dijo que dejara de jugar pues me podía caer o algo peor. Pues dicho y hecho, resbale con una piedra y caí, rodé hasta la pendiente más profunda, por lo cual terminé desmayándome.
Escuche la voz de Alessandro y Antonio llamándome fuertemente, casi como si quisieran llorar. Cuando me desperté estaba adolorido, tenía moretones y heridas por todo mi cuerpo, los rayos del sol iluminaron mi rostro, pensé en ese entonces que ya estábamos por despedir la tarde, muchas cosas se agolparon en mi mente; pero fue el nombre de mi madre el que llegue a recordar cuando rodaba, no pude gritarlo por el miedo, mientras rodaba algo frío quería apoderarse de mi humanidad.
Me levante con mi cuerpo adolorido y caminé en busca de una salida. Mientras me desplazaba con dificultad algún reflejo tocó mis ojos, parecía como un espejo, pero cuando mire al cielo azul, me impresioné, vi un hermoso pájaro que tenía alas doradas, todavía recuerdo una de las múltiples charlas con mi abuela:
-       El príncipe Chaucato según Arguedas es: “pardo jaspeado, de pico fino y largo”
-       En qué cuento lo describe abuela…
-       El cuento se llama Orovilca y comienza así: “El chaucato ve a la víbora y la denuncia; su lírica voz se descompone. Cuando descubre a la serpiente venenosa lanza un silbido, más de alarma que de espanto”.
Al evocar la conversación, me acordé del pájaro del cual tanto me hablaba en sus historias, en la hora del crepúsculo, justo cuando decía se me escapa la vida hijita. Pero era bellísimo, tal vez los sonidos de sus alas doradas tengan que ver con su libertad, era tal cual lo describió José María. Un ave con una seriedad peligrosa, gallardo, un pico fino que emitía cánticos alegres y tristes, al  compás de sus trinos, como una coordinación del tiempo la tierra suspiraba, al escucharlo parecía que me guiaba con su canto a encontrar la salida. Estoy seguro que era el agua subterránea y de alguna forma fue así, ya que al tocarme estaba empapado, no pude sacarme el polo rojo de mi colegio, mis manos no daban más. Luego desapareció aquel pájaro sin dejar rastro alguno.
Mis compañeros me vieron y fueron rápidamente a ayudarme, me abrazaron y lloraron de felicidad. Enseguida me llevaron al hospital más cercano por las heridas que tenía, ya en el nosocomio, no podía dejar de pensar en aquel pájaro de las alas doradas, aquél soldado del valle iqueño, que lucha contra la serpiente, reptil que representa a lo más maligno del sol.

                                                   Adriana Felipa Sarmiento


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