miércoles, 25 de agosto de 2021

FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA (del libro "Apuntes de un Caminante")

 

LOS FRUTOS DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN ICA

Por: Juan Ladislao Ramírez Chacaltana

La forma como estaban constituidas las regiones en la época prehispánica, En esa dualidad de arriba hacia abajo (hanan – Hurin) la ciudad de Ica se establece transversalmente como la capital de la educación en el sur chico.

 Ya que reúne a importantes pueblos ubicados en la parte de arriba (hanan), así tenemos a las provincias ayacuchanas: Lucanas, Huancasancos y Parinacochas de la región Ayacucho; Chalhuanca, Abancay, Andahuaylas y demás provincias de la Región Apurimac; Huaytará y todos sus distritos de la Región Huancavelica. Los de abajo (Hurin) van desde Cañete hasta Nasca. Desde los valles interandinos bajaron gente importante para las artes plásticas, cabe mencionar en esta introducción a los niños ayacuchanos, que llegaron por Ica a estudiar en Instituciones públicas, aquí se convirtieron en grandes pintores, ellos son: Dante Guevara Bendezú y Percy Gavilán Chávez, ambos del Distrito Ocaña, en cuyos trazos están los colores de los Nascas y Paracas, culturas pre – incas que se remontaron hasta sus cabeceras, llegando estos hombres a enaltecer sus orígenes, universalizando el paisaje, los elementos sagrados y dando vida a los habitantes de estas candentes tierras.

Lo que se estableció desde Lima, la forma como  dividieron al Perú por departamentos al inicio de La República no le ha quitado el protagonismo a nuestra ciudad, muy a pesar que se encuentra cerca de la capital Lima. Sin embargo se siguen tomando decisiones en los escritorios, dejando de lado lo que la Reforma Educativa señalaba:

ü  Igualdad en las oportunidades de vida para todos los peruanos

ü  Escolaridad básica efectiva y diversificada.

 Aún no toman en cuenta como nuestros ancestros dividieron al Perú, hace falta una verdadera regionalización, esperamos que se tome en cuenta después de leer la presente columna. Digo esto porque antes que entrara en funcionamiento la “Universidad Nacional San Luis Gonzaga”, nuestra Región ya hospedaba a niños y jóvenes talentosos, como es el caso de José María Arguedas, nuestro tayta llegó a estudiar primero y segundo año de secundaria en el Colegio San Luis Gonzaga.

Desde que empezó su funcionamiento la Universidad Nacional, en la década del 60, estuvo relacionada a grandes misiones que llegaban a Ica para conocer su pasado precolombino; pero es en la década del 70 donde se vislumbra su gran aporte al país y la Región, sin duda la Reforma Educativa sirvió de mucho en la gran rivalidad existente entre las Instituciones “José Toribio Polo” y “San Luis Gonzaga”. Competían en todas las asignaturas (hoy áreas) hechos que han venido a convertirse en parte de la Historia y la Literatura, desde el verso de sus docentes hasta la prosa de sus estudiantes, en el género dramático se alcanzó una elevada notoriedad con el Elenco Teatral Campiña Iqueña. La facultad de Educación tenía a la Institución “Abraham Valdelomar” como centro de aplicación, lugar donde los futuros docentes hacían su prácticas pre- profesionales. Muchos coinciden en que fue la primera reforma educativa que tuvo a la población organizada mediante los núcleos educativos comunales, se salieron de las aulas para analizar el problema educativo desde lo político, económico y social. El perfil del egresado era: “Surgimiento de un nuevo hombre plenamente participante en una sociedad libre, justa, solidaria y desarrollada por el trabajo creador y comunitario de todos sus miembros e imbuido en valores nacionalistas”.                                             

Ya en el 2011, Ana Ethel del Rosario Jara Velásquez egresada de la Institución Educativa Antonia Moreno de Cáceres, asumía la Presidencia del Consejo de Ministros. Abogada por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2015, José Luis Tordoya Cabezas egresado de la Institución Educativa José Toribio Polo, asumía el cargo de Consejero Regional. Químico Farmacéutico por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga. En el 2017, Javier Cornejo Ventura egresado también del José Toribio Polo, asumía las funciones de Alcalde Provincial de Ica. Ingeniero Civil por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica.

Producto de las migraciones hacia Ica, el ayacuchano Miguel Jhonny Huamaní Chávez estudia en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional San Luis Gonzaga, hoy es el Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, cargo que viene ejerciendo desde el presente año. Otro lucanino, es el actual Presidente Regional Javier Gallegos Barrientos, estudió su secundaria en el Colegio Nacional "Victor Manuel Maurtua" en el Distrito de Parcona, Distrito que realizara la primera revolución campesina en el Perú (1924), egresado de nuestra primera casa de estudios, de la Facultad de Ingeniería Civil. El Ministro de Trabajo y Promoción del Empleo es abogado por la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, me refiero a Iber Maraví Olarte, más conocido por su trabajo creador en la música. Él también es ayacuchano, siendo hijo de una leyenda en Ica, el huancavelicano Antenor Maraví Izarra, ex Director de las Instituciones Educativas San Luis Gonzaga y José Toribio Polo.

Las personalidades políticas que hoy cuentan con 55 a 60 años de vida, estudiaron la secundaria en una Institución pública en la década del 70, son producto de la Reforma Educativa, participan plenamente en la sociedad, teniendo como objetivo una sociedad libre, justa y solidaria. El producto de la Reforma Magisterial la tendremos en algún tiempo y de seguro otros estarán escribiendo de sus profesores. Lo que les puedo decir como conclusión es que los docentes que enseñaban en el  José Toribio Polo los encontré como catedráticos en la Universidad, los buenos profesores que llegaron a Ica establecieron sus hogares en la ciudad. Actualmente Ica sigue creciendo con la llegada de muchos jóvenes talentosos y rápidamente se ubican en los arenales que rodean nuestro valle.

agosto, 2021

miércoles, 18 de agosto de 2021

El terrorismo no es una ideología ni un programa político en el Perú.

Escribe: Miguel Ángel Malpica

A riesgo de sonar polémico, tenemos que decirlo: jamás vamos a eliminar el terruqueo si seguimos señalando que el PCP – SL y el MRTA son organizaciones terroristas. Dicho de otro modo: no se va a poder deslindar del terrorismo correctamente, y por lo tanto del mote de terrorista para toda persona de izquierda, si no señalamos que el terrorismo no es una ideología ni un programa político y por lo tanto no pueden ser los conceptos con los que debemos acercarnos al estudio de estos dos partidos políticos que devinieron en organizaciones subversivas. 
Algunos creen que luchar contra el terruqueo es salir al frente y decir “yo no soy terrorista, pero Sendero y el MRTA sí”. Muchos han saludado que Bellido, Castillo y Perú Libre salgan a “repudiar” el terrorismo de los 80 y 90. Pero eso, en vez de aclarar la situación, le da más herramientas a la derecha para seguir terruqueando, porque tanto la izquierda parlamentaria como la derecha tienen en común algo: afirmar que el PCP – SL y el MRTA son terroristas. Ahí vemos a Patria Roja deslindando del terrorismo gonzalista, como vemos a la derecha repudiar el terrorismo senderista. O a Cerrón y Mendoza, en el mismo tono, repitiendo igual que Fujimori o López Aliaga: los 80 y 90 fueron épocas de terrorismo. Podrán tener muchas diferencias Nuevo Perú, Perú Libre y el Frente Amplio, e incluso Patria Roja, con la derecha, y muy bien que las tengan y que bueno que sea así, pero no cabe duda que los políticos de esa izquierda no hacen más que reforzar el terruqueo y seguir echando sobre el Conflicto Armado Interno lo que más exige la derecha: sombras históricas que impiden abordar de manera objetiva los hechos que, con dolor y violencia, convulsionaron al país por casi 21 años en un contexto de lucha social y política, no terrorista.
Como escribe la investigadora francesa Anouk Guiné en su artículo sobre Augusta La Torre y el Movimiento Femenino Popular, que por más que nos genere horror el asesinato de Moyano, o por más que nos indigne hasta rabiar la matanza de Lucanamarca a manos del PCP - SL o la masacre de Las Gardenias del MRTA, tenemos que estudiar de manera racional e ilustrada los hechos que iniciaron en 1980 en un pueblo pequeño de Ayacucho. Ya tempranamente el periodista Gustavo Gorriti señalaba que lo fundamental en el PCP – SL no era el terrorismo sino acciones políticas como guerrilla, propaganda o sabotaje. Se tiene que describir con las palabras y los conceptos correctos los episodios violentos vividos, afirmó Gorriti alguna vez: no caer en la trampa semántica del “terrorismo”. También de parte de los militares existe, aunque débil, esa posición: el General Sinesio Jarama, uno de los jefes militares en la época más violenta del conflicto, hacia una diferencia entre terrorismo y subversión armada, señalando que lo primero es una acción delincuencial común y lo segundo un fenómeno social y político, para finalmente señalar que el PCP – SL y el MRTA eran subversión armada. Como vemos, hasta un general tiene mayor claridad sobre lo que sucedió en los 80 y 90, que nuestros actuales políticos de derecha e izquierda. 
Pero nada de esto piensan nuestros políticos ni académicos. Sobre los primeros ya hemos hablado. Es con los segundos con quienes tenemos que arreglar cuentas porque ellos han lucrado y siguen lucrando con las muertes del Conflicto Armado Interno: por más de 20 años han escrito sobre la guerra, haciendo “hablar” al enemigo senderista y emerretista, al padre militar y genocida, invitándonos a reflexionar sobre la humanidad de los subversivos, de los generales ministros, convocándonos a conocer sus motivaciones, etc. Becados en Europa y los Estados Unidos, columnistas en el New York Times o en El País: nos han dicho cómo ha sido el conflicto desde sus novelas, artículos, ensayos o textos de no ficción pero ahora callan sepulcralmente. Qué curioso que hoy, que se necesita más su voz académica, permanezcan en silencio, pues cuando se terruqueó a Bellido no alzaron la voz para exigir un tratamiento objetivo, en este caso a Edith Lagos, de las personalidades que participaron en la guerra, o cuando ahora Béjar señaló que las acciones terroristas tienen antecedentes en instituciones estatales no han salido a explicar, estos académicos nuestros, correctamente qué es el terrorismo y porqué existió antes de las acciones del PCP-SL o del MRTA. Que pena que hoy, cuando esos libros que escribieron necesitan leerse mucho, se evidencie que por más que nos hablen del conflicto desde una supuesta eticidad más justa y dialogante, nos han hablado desde una tramposa posición lucrativa, pues hasta ahora no han logrado captar realmente lo que pasó en el Perú en los 80 y 90 pero viven de la memoria del país. Simplemente, como los políticos de izquierda y derecha, se resumen en llamar organización terrorista al PCP – SL y al MRTA. Y eso, como se acaba de ver, no sirve para nada. Muy por el contrario, genera este mar de confusión donde hasta el supuestamente rojo de Cerrón tiene que salir a repudiar a los rojos senderistas, repitiendo lo que la derecha quiere. ¿Acaso han deslindado públicamente del PCP – SL sin caer en el juego de la derecha? Han dicho lo que militares y fujimoristas desean. Es decir: todos, en estos años de postconflicto, tenemos que salir a decir que fue terrorismo lo que pasó hace 41 años. 
Hoy que algunos celebran el bicentenario, estamos viviendo uno de los conflictos más cruentos de nuestra historia, conflicto cuyas dimensiones no se han medido aún pero que vemos día a día: es el conflicto que se libra en el campo de la memoria histórica, en el saber qué pasó en esos años que nos pintan de un rojo como la sangre. Son 21 años, que comienzan en el 2000, en los que escritores, sacerdotes, intelectuales, académicos, políticos y una gama inmensa de personas públicas, han hablado de cómo fue y que resultó del Conflicto Armado Interno. No hay mucha discrepancia en ello, en el proceso del conflicto ni en los resultados: “fue terrorismo”. De acuerdo a lo que han dicho y escrito, han ganado dinero, laureles académicos, pero sobre todo han sostenido visiones políticas sobre el conflicto que han permitido que en estos días se apliquen normas judiciales, terror mediático e incomprensión sobre esos años. Todo nos da como resultado este mundo en el que es terrorista hasta el hijo del padre que nada tiene que ver con el tío que fue amigo de un senderista. 
Existen tres visiones sobre el conflicto: la del Estado fujimorista, que continua aplicando leyes contrasubversivas en tiempos de supuesta paz, la de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, biblia de la izquierda parlamentaria y el progresismo peruano pero que silenció la voz de los llamados enemigos, y finalmente, la visión de los derrotados. No me detendré hoy a explicar esas tres visiones, tal vez lo haga en una próxima oportunidad. Concluiré diciendo que la única forma en la que algún día nos acerquemos correctamente, y de manera objetiva al Conflicto Armado Interno y lo que realmente significa el terrorismo en nuestro país, será cuando se considere como válidas todas las voces que participaron en dicho conflicto y se deje de lado el término terrorismo y terrorista. Esto, obviamente, no debe tener el objetivo de validar ninguna de las tres visiones, que están mediadas por apreciaciones dogmáticas, muchas de las cuáles no quieren reconocer las responsabilidades políticas en el conflicto ni tampoco algún atisbo de crítica a sus dirigentes que purgan condena y prisión, ya sea en la Base Naval o en Barbadillo. La necesidad de establecer un balance multilateral y objetivo de la guerra que vivimos, por lo tanto, debería ser una obligación impostergable de la izquierda que propugna un cambio de régimen social, económico y político para construir una sociedad postcapitalista. 
Nuestra primera tarea para realizar este balance sería dejar de llamar organizaciones terroristas y por lo tanto terroristas a quienes, errados o no, tomaron una decisión en 1980. Con esta primera tarea, y con el balance como meta, podremos acabar con el terruqueo de manera definitiva, sin ponernos a la cola de la derecha y sus intereses.

jueves, 1 de julio de 2021

EL MERCADER DE LA FLOR AZUL Novela de Jay J. Bastian

Fragmento del primer capitulo: UNA AVENTURA NOCTURNA
—Soy el hijo de aquel hombre que tienes cautivo, mi señor. Los dos somos comerciantes, esta dama de aquí es nuestra escolta privada y… tuvimos la mala idea de entrar por este bosque, ya que nos urge ir a Santa Lorena —responde Sebastián mintiendo con descaro. —Solo los idiotas más grandes vendrían por aquí o aquellos que tienen algo que ocultar —señala el arquero—. No me quieras engañar niño, llevas algo de valor en esas carretas y parece que no quieres que nadie lo sepa, sino, no tomarías el riesgo de venir por el bosque maldito de Castos. —Mi señor arquero es muy perspicaz. Es cierto que llevamos algo muy valioso, pero le aseguro que no quiere saber de esto — dice Sebastián procurando ser precavido con cada palabra que emite. — ¡No me quieras tomar por tonto niño! —exclama el bandido para luego golpear con su arco el estómago de Sebastián. El aprendiz cae al suelo vomitando saliva del dolor. — ¡No se mueva mi señora! —le grita inmediatamente Sebastián a De Mariana. Ella retrocede. Sabe que las vidas de sus otros dos camaradas se pueden extinguir sino piensa con cuidado en lo que hará. —Mi señor… escúcheme… —dice Sebastián mientras a duras penas se vuelve a poner de pie—. Si no le gusta lo que le propongo, entonces podremos matarnos unos a otros, si es lo que quiere, pero... por favor solo escúcheme. El bandido ríe con discreción, luego voltea hacia sus camaradas y comienza a reír sin reparo. Acto seguido, es acompañado por el resto de bandidos que comienzan a burlarse. —Adelante niño habla —dice el líder bandido. Sebastián se limpia la baba de la boca y vuelve a ver a De Mariana, lanzándole una mirada que implora confié en él —Mi señor, no miento, lo que llevamos ahí, no le dará ningún beneficio, ya que es… Vid… “Vid Azul” Las dos últimas palabras en la oración de Sebastián conmocionan al bandido, el cual cambia de actitud, radicalmente. — ¡Qué locura es esa! – clama el arquero de la capucha roja. —Mi señor, me presentaré… yo soy Sebastián De Alonzo, hijo de Miguel De Alonzo, a quien tiene usted a su merced. Nosotros somos dueños de la Casa de Comercio de Alonzo. Mi padre y yo encontramos la manera de cultivar la “Flor Azul” para producir La Bebida de Reyes, La Vid Azul. Conseguimos tal hazaña aquí… en estas tierras —confiesa Sebastián sorprendiendo tanto al bandido como a De Mariana—. Como sabrá, es un alto crimen. Imagine que usted se hace con ello, no podrá sacarle valor alguno, más allá de beberlo, pues no podrá comerciar con él. Nosotros somos los únicos que podemos lidiar con el riesgo y los recursos para contrabandearlo. El bandido escucha cada palabra de Sebastián con interés y avaricia. —Continua… —dice el líder de los bandidos con una sonrisa maliciosa. —Le propongo esto mi señor…. Deje ir a mi padre, denos unos caballos para que con ellos llevaremos la Vid Azul a su destino, dejándolo a salvo de ella, a cambio, justo ahora le entregaré dos barriles de vid completamente llenos, para que usted y sus hombres disfruten, y una bolsa de cien reales, con la promesa de traerle trescientos reales más, al amanecer. Yo me quedaré en prenda, así mi padre volverá por mí con el dinero, teniendo usted mi vida como garantía. Mientras Sebastián decía esto, la expresión en el bandido iba cambiando entre la duda y la sorpresa. Ahora es la expresión de un hombre tentado por el dinero. —Por último mi señor, si usted acepta este trato, no será el único que tendremos, ya que como le dije, conseguimos producir la Vid Azul con éxito y planeamos, sacarle el mayor provecho posible. Para ello, necesitamos una ruta segura hasta Sagrada Lorena… y… este bosque olvidado por la ley, es una excelente opción. Claro será así, si usted y sus hombres permiten y protegen nuestro paso por este camino. Piénselo bien, lo que tendríamos entre manos sería uno de los negocios más lucrativos del “Virreinato”. Sebastián termina de dar su discurso y un silencio le sigue. Por su parte el bandido le mira, extendiéndole una macabra sonrisa. —Y si mejor… ¡Los mato aquí! ¡Nos bebemos todo el licor! ¡Violamos a las zorras! y ¡Nos quedamos con los cien reales! —Si hace eso mi señor… Solo tendría un gran dolor de cabeza mañana, el recuerdo de unas mujeres y unas pocas monedas en su bolsillo. Que quiere que le diga… el mejor negocio de su vida acaba de aparecer ante usted y solo quiere conformarse con migajas. Para mí, eso sería muy idiota de su parte. Cuando Sebastián dejó de hablar, el bandido ya había dejado de reír. Lo que nota con frustración De Alonzo, lamentándose que no funcionara la persuasión de su joven aprendiz. —Ya escuché suficiente —dice el líder bandido, cansado de la palabrería de Sebastián. — ¡Quinientos reales por semana! –Exclama el joven aprendiz de contrabandista—. ¡Eso es lo ganará! ¡Si acepta el trato! Los bandidos sorprendidos hablan entre ellos, emocionados por tal cantidad de dinero, siendo su líder el mayor entusiasmado. 
 —Niño, crees que sólo dejaré ir a tu padre como si nada… que garantías tengo de que esto no será un engaño. Al volver el viejo que lo haga con una cuadrilla de soldados —habla el bandido dispuesto a negociar. 
—No se preocupe, nosotros no podemos recurrir a la ley, como usted sabe, no podríamos explicar la procedencia de nuestra Vid Azul, además, me quedaré como su rehén. Pongo mi vida en este trato, esperanzado en esta futura sociedad. Sebastián está en su límite; el cuerpo le tiembla siéndole difícil mantener la postura; el sudor de su frente le llega hasta los ojos, los que ya están rojos y lagrimeando; y ya solo le quedan fuerzas para decir unas palabras más 
 —Entonces ¿socios? El bandido le mira, se toma un momento y finalmente decide. — ¡Suelten al viejo! —les ordena el arquero a sus hombres, luego le extiende la mano a Sebastián. El joven suelta un suspiro de alivio y le estrecha la mano al hombre de la capucha roja. 
—Socios… —dice Sebastián mostrando resiliencia. 
 — ¡Socios pues! —le manifiesta el hombre muy complacido
—. Ahora te vienes conmigo y no te olvides de los dos barriles de Vid Azul, que hay que celebrar.
 — ¡Estás de broma!
 —interviene Flor De Mariana muy indignada. Pero antes de que la guerrera perdiera el control, Sebastián actúa. ¡Flor por favor piense en los vivos! 
—clama el aprendiz, esperando llegar al corazón de la mujer. De Mariana recapacita e inmediatamente recuerda la peligrosa situación en la que están sus dos compañeros.
 — ¡Malditos sean todos ustedes! —brama la guerrera. Sebastián se aleja del bandido y raudo se acerca a la mujer. 
 —Las vidas de Fernanda y Antonio están a salvo por el momento —dice Sebastián con voz baja—. Por favor… lleve a Antonio a la ciudad, él no aguantará hasta el amanecer sin un doctor, Fernanda y yo estaremos bien, se lo prometo, tengo un plan. 
 —Mataron… a Fermín —insiste la guerrera conteniéndose. 
—Y pagarán por eso, pero por favor mi señora, ahora no hay tiempo para eso, las vidas de Antonio y Fernanda están en peligro- «Ya habrá otra oportunidad para cobrar venganza» Le dice De Mariana. — ¿Algún problema? 
—le pregunta el líder de los bandidos a Sebastián. 
 —No mi señor, mi escolta solo está preocupada por mi seguridad, me ha cuidado desde que era un bebé y le molesta que me quede, pero ya han entrado en razón
 —miente Sebastián, así como mintió sobre ser el hijo de su maestro con mucha facilidad. 
—Sí que es una zorra muy dura, mató a muchos de mis hombres, pero bueno es el riesgo del oficio de bandido —dice con una actitud de victoria—. Que se vaya de una puta vez que hay que celebrar. De Mariana, de momento ha aceptado la situación, pero se mantiene alerta. Los bandidos sueltan a De Alonzo, que comienza a correr desesperadamente hacia Sebastián.
 —Hijo, gracias a la Diosa estás bien, no te preocupes volveré por ti, solo espera, ¡tu padre! no te va a abandonar —dice el viejo contrabandista, haciendo una actuación increíble. De Alonzo ha escuchado todas las mentiras dichas por su aprendiz. Ahora solo le sigue en el teatro que se ha montado, haciéndose pasar por un preocupado padre, abrazando a Sebastián y besándole en la frente con lágrimas en los ojos. Luego de haber pactado la colaboración, los bandidos traen seis caballos de entre los árboles mientras Sebastián baja con dificultad y mucho esfuerzo, dos de los barriles de la carreta. Abre uno de ellos delante del líder bandido y con una jarra de madera, sirve un trago al malhechor. Este lo prueba y al notar el exquisito sabor del preciado licor, suelta un aullido hacia el cielo, sonríe y maldice entusiasmado por la fiesta que se darán esa noche. Con los caballos listos y el camino despejado, De Alonzo se monta en el asiento del conductor listo para partir. De Mariana está al lado de Antonio, quien agoniza en la carreta principal. Ella le toma una mano mientras ora por su vida.
 —Partan de una vez, estaré esperando por ustedes —dice Sebastián en voz alta, el cual está ahora atado de manos. 
— ¡Solo aguanta hijo! ¡Volveré! —clama el maestro, esforzándose en su actuación.
 —Fernanda, sé fuerte, regresaré, lo juro 
—le dice Flor De Mariana a su joven compañera. De Alonzo da la orden a las bestias y parten apresuradamente dejando atrás al aprendiz y la joven mercenaria. — ¿Estás seguro de esto? —le pregunta Fernanda a Sebastián.
 —Claro, que es un veinte por ciento de mi ganancia en pérdidas, cuando el ochenta está a salvo. Después de todo fue una apuesta desde el principio —responde Sebastián con frialdad. La respuesta del aprendiz deja extrañada a la guerrera, quien no comprende el significado de esas palabras y muchos menos, entiende la actitud del joven. Sebastián y Fernanda son llevados prisioneros hasta un descampado en medio del bosque, muy cerca del camino donde fueron atacados. 
— ¡Increíble verdad! —clama el líder Bandido, orgulloso de su escondite. 
—Sí que lo es —coincide Sebastián, admirando el bien asentado campamento en medio de aquel claro, rodeado por árboles y rocas.
 — ¿Cómo dieron con este lugar? —pregunta Sebastián impresionado por el asentamiento de bandidos. — Es una larga historia, pero básicamente tuvimos suerte de hallar el lugar hace unos meses.
 — ¿Cómo consiguen suministros para mantenerse aquí? 
—De otras bandas de bandidos o viajeros del camino real. Los asaltamos allí y traemos con nosotros el botín. Lo podemos hacer gracias al laberinto de caminos improvisados que conectan el bosque con otras rutas oficiales. 
—La Diosa les sonrió al toparse con este lugar, están benditos —halaga Sebastián a su captor. — ¿Eres un creyente o algo? —pregunta el bandido con la ceja levantada. —Por supuesto, soy devoto de Santa Helena, después de todo nací en Ciudad bendita de Sagrada Lorena —miente el aprendiz. 
—Podremos ser pillos, pero también somos devotos de la Santa y la Diosa
. —Como no serlo, con la guerra en el noreste asechando. 
—Coincido mi joven amigo, solo la Diosa ofrece protección del mal que amenaza nuestro mundo—dice el líder bandido, sonando muy solemne, lo que extraña a los dos jóvenes prisioneros. El campamento está lleno de malhechores. Y no perderían más el tiempo, porque inmediatamente se dispusieron a beber el contenido del primer barril. Los trúhanes se sirven tarros llenos del valioso líquido, el que beben como si fuera agua. A un lado del bullicio que generan los bandidos en su festejo, se encuentran Sebastián y Fernanda, observando todo sin poder moverse del lugar debido a las ataduras en sus manos y pies. 
—Muy bien mi joven amigo, no me había presentado antes, pero como seremos socios, así que hay que hacerlo oficial. Déjame decirte quien soy, mi nombre no es de tu jodida incumbencia, solo dime Archer. ¿Quedó claro? —dice el líder de los bandidos sosteniendo una gran jarra de Vid Azul, bebiendo como si no existiera un mañana.
 — ¿Archer? ¡Está de broma! —se burla Fernanda. — ¿Algún problema preciosa? —amenaza el hombre a la joven mercenaria. 
 —Disculpe pero… ¿Ese no es una palabra de aquel idioma extraño que hablan de los extranjeros de la “Gran Isla del Viejo Mundo”? —interrumpe Sebastián para qué el bandido fije su atención en él y no en Fernanda. —Pues sí —responde el bandido alegre, como si hubiera sido alabado por Sebastián—. Te contaré el origen de mi apodo. Una vez, cuando era un novato, mi banda y yo atrapamos a un hombrecillo extraño de cabellos rojos. El muy idiota era una especie de explorador que se atrevió a venir al bosque. Pareciera que nadie le contó de los peligros de Castos. En fin, como fuere, nosotros no le entendíamos muy bien que decía. A veces se le salía ese extraño idioma suyo, otras hablaba el nuestro como si fuera un niño de cuatro años. Eso nos causaba gracia, así que lo mantuvimos con vida. Hasta que un día se me ocurrió un juego. Lo atamos a un árbol, le dibujamos un círculo en su frente y nos pusimos borrachos perdidos. Queríamos saber quién de nosotros tenía la mejor puntería y el mejor se convertiría el líder de la banda. Como ves, fui yo el vencedor. Todo gracias a mi habilidad con el arco. Pero aquí viene lo interesante, antes de morir el extranjero me suplicó usando una palabra extraña para mí en ese entonces. Él decía «Mister Archer, mister Archer, no me mate» Una y otra vez lo repetía mientras le clavaba una fecha tras otra en su cuerpo y no moría, solo fue hasta después de que le claváramos quince flechas que murió el desgraciado. Esa fue la experiencia más excitante de que había vivido hasta ese momento. Y para nunca olvidarlo me quedé con esa palabra como mi apodo. — ¿Y sabe lo que lo significa? —pregunta Sebastián intentado ganar tiempo. —Creo que solo significa arquero o algo así, no estoy seguro. 
—En efecto, eso significa, mi señor Archer. Sin duda un nombre que alaba su increíble habilidad con el arco —dice Sebastián, agradando al bandido. 
 —Como te atreves a ser su lame botas, sabes que Fermín murió por proteger tu preciado licor y a ti te importa una mierda —le recrimina Fernanda a Sebastián. 
 —Oye preciosa, si no cierras esa boquita te romperé todos los dientes. Luego colocaré mi miembro en tu boca y me harás el trabajito ¡Qué te parece eso! —se expresa vulgarmente el arquero mientras devora con la mirada a mercenaria. 
—Será mejor que se calle, señorita —dice Sebastián calmadamente, furioso en sus adentros por la intromisión de la joven.
—. Mi señor Archer, no le haga caso, por favor disfrute de la bebida, mañana llegará el resto del dinero, no hay porqué complicar las cosas. El bandido lo piensa, se toma un trago y escupe al suelo.  
—Muy bien, te haré caso porque pareces sensato. 
—Gracias, usted también es un hombre razonable. 
—Ya me voy. Ustedes quédense tranquilitos sin hacer ruido 
—Así lo haremos, mi señor Archer, verá que mañana tendrá sus reales a la mano. La noche sigue y los dos jóvenes se han quedado en silencio. Fernanda está enojada con Sebastián, pero él, no le da la más mínima importancia. Por otro lado los bandidos ya van comenzando con el segundo barril. Ebrios, comienzan a ver el bello rostro de Fernanda y sus bajos instintos comienzan a aflorar. —Preciosa por qué no te quitas esa armadura y nos bailas un rato —grita un bandido, seguido por las arengas de los demás. — ¡Váyanse al demonio! —les grita Fernanda. —Creo que es hora de divertirse un rato, ¿no lo creen bastardos?, ¡solo no la maten! ¡Recuerden! ¡La tenemos que entregar viva para mañana! —dice Archer ya bajo los efectos del alcohol. 
— ¡Malditos bastardos! ¡Los mataré si me tocan! —vocifera la mercenaria mientras los bandidos se acercan a ella. 
 — ¿No te importa verdad, mi joven amigo? —le pregunta el Archer a Sebastián. 
—Para nada —responde Sebastián sin remordimientos—. El trato solo era por mi vida y la de mi padre. Lo que le pase a esta mujer no me importa. Los bandidos ríen con demencia y Fernanda contempla horrorizada, la inexpresividad de Sebastián. 
 — ¡Quítenle la armadura! ¡Que nos baile primero! —exclama el líder, muy emocionado y excitado. De pronto, Archer nota como una lágrima de sangre sale de su ojo izquierdo. Este se sorprende y antes de decir siquiera una palabra empieza a vomitar sangre. Desplomándose en el suelo, donde un intenso dolor en el estómago le quema y retuerce desde adentro. Al mismo tiempo, esto comienza a pasarles a los otros bandidos. Los cuales también expulsan sangre por la boca, y se lamentan de dolor. En cuestión de segundos, todos los bandidos han caído, sin poder hacer nada. Algunos tratan de ponerse de pie, pero es inútil. Fernanda observa la escena estupefacta. 
—Puedes liberarte, si es así, creo que es hora de que tomes una de sus espadas y comiences a rematarlos. El veneno va a tardar en quitarles la vida —dice Sebastián, orgulloso de su plan.
 — ¿Veneno? ¿Cuándo? ¿Cómo es posible? —le pregunta Fernanda a Sebastián, tratando de asimilar lo que está pasando.
 — ¿Sabes o no liberarte de las cuerdas? —dice Sebastián sin querer dar explicaciones 
—Si… Si sé, solo… espera —responde Fernanda poniendo manos a la obra. La mercenaria había sido bien entrenada por Flor de Mariana, en todo tipo de artes, siendo el escape, algo indispensable para cualquier mercenario que pudiera ser capturado. Hábilmente Fernanda usa el filo de su armadura para cortar la cuerda de sus manos. Luego se libera fácilmente del resto de ataduras y se levanta. Ayuda a Sebastián a liberarse y Consigue una espada, quitándosela a un moribundo bandido. Uno por uno, los bandidos son ejecutados por Fernanda, quien le corta el cuello, muriendo desangrados. Sebastián, no hace nada, solo ve como la mercenaria desfoga su ira contra los bandidos por la muerte de Fermín y el traumático momento que pasó. El aprendiz ve a Archer a unos pasos de él y se acerca a paso lento. —Hijo…. de… —trata de hablar el bandido, entre lágrimas y sangre. —No es nada personal, pero no podía dejar que mi negocio se viera afectado. Lo siento, pero tienen que morir, aunque hubiera preferido que sea algo menos violento. Matar de esta forma no me agrada demasiado... Bueno por si te lo preguntas, es verdad… El licor estaba envenenado. Sebastián sonríe engreído y se aleja de Archer, para que Fernanda le corte el cuello y termine de morir de una vez. —Abeja tenía razón, hay venenos increíbles por descubrir a lo largo de este continente —dice Sebastián en voz alta, siendo escuchado por Fernanda. Ambos contemplando el estado lamentable del cadáver de Archer, donde la piel del bandido se encuentra llena de un sarpullido rojizo a los costados y blanco en el centro. A la mañana siguiente, muy cerca del mediodía, el aprendiz y Fernanda están de vuelta en aquel camino, justo donde habían sido asaltados, sentados en el suelo junto al cadáver de Fermín, La mercenaria lleva una mirada perdida y un rostro manchado de sangre. Sebastián en cambio, lee su libro como si nada hubiera pasado. A lo lejos, una carreta avanza furiosamente hacia los jóvenes. Pero estos no se alteran. Sebastián reconoce la carreta, la cual se detiene a unos metros de ellos. De Alonzo y De Mariana bajan de la carreta ansiosos por reencontrase con los jóvenes, pero no están solos, detrás de ellos, cinco hombres pertenecientes a la Casa de Comercio De Alonzo, los siguen.
 — ¿Estás bien hijo mío? —pregunta De Alonzo, burlándose. —Estamos bien, ¡viejo idiota! —responde Sebastián con poca paciencia. — ¡Fernanda! —exclama De Mariana con preocupación, al ver el estado de su compañera. —Está un poco ausente, parece que lo de anoche, la dejó… en shock —explica Sebastián. La veterana guerrera abraza con fuerza a su joven camarada, quien devuelve el abrazo, acurrucándose entre los brazos de Flor. 
— ¿Qué pasó aquí? ¿Dónde están los bandidos? —pregunta De Alonzo, viendo que no hay nadie más cerca de ellos. 
 —Muertos, ya no te tienes qué preocuparte, ya me encargué —se jacta Sebastián ante su maestro. — ¿Cómo es posible? —interviene De Mariana confundida. 
 —Me debo disculpar con usted mi señora, pero yo le robé la “Flor de Liliana” que tenía en su casco. Verá soy aficionado a las flores y esa flor suya, me cautivó. Pues además de su belleza, es un potente y raro veneno —dice Sebastián, para luego inclinar la cabeza, en señal de disculpa. —No me digas que usaste la flor para matarlos a todos, imposible —cuestiona De Alonzo a su aprendiz. —Al ser atacados por segunda vez, me escondí entre los barriles. Allí esperaba que mi señora De Mariana terminara con los bandidos, pero todo cambió cuando escuché que tenían a mi viejo maestro de rehén. Fue así que tuve que conjurar un plan, no el más brillante que haya tenido. Definitivamente, no lo fue. Pues dependía de varios factores muy volátiles. Pese a ello, no puede idear otro escenario. Así que pensé en llegar a un falso acuerdo con los bandidos, apelando a que su líder, no tuviera muchas luces. Cosa que si jugó a nuestro favor. Ya que el codicioso además de aceptar el dinero que le ofrecí, también aceptó los dos barriles de Vid Azul con entusiasmo. En uno de ellos introduje la venenosa Liliana. Al parecer la flor por sí sola es inofensiva pero cuando entra en contacto con alcohol, esta se disuelve lentamente hasta mezclarse, convirtiendo todo el líquido en un extraordinario veneno. —Se ve que pasas mucho tiempo con el loco de Abeja —dice De Alonzo, pretendiendo no estar asombrado. —Eso es difícil de creer Pajarito, cómo sabías que todo pasaría de acuerdo a tu plan. —No lo sabía, pero era una carta que estaba dispuesto a jugar. Después de todo, mi vida estaba en juego. —No te volveré a subestimar Pajarito. — ¿Dónde? ¿Dónde está Antonio? —pregunta Fernanda despegándose de los brazos de su compañera. —Murió, llegamos muy tarde con el curandero —responde De Mariana con dureza. — ¡No puede ser! —grita Fernanda bañada en sangre y lágrimas. —Lo siento mi niña — dice De Mariana, mostrándose fuerte ante la muerte de otro compañero. —Vaya…es una suerte, parece que nos ahorramos el tener que matarlos nosotros. De Mariana, está confundida por lo que ha escuchado, pues esas funestas palabras provinieron de Sebastián que sonríe. De la nada un ágil De Alonzo, corta la mejilla de la mercenaria con una daga, haciéndole una herida poco profunda, e inmediatamente lanza otra daga, contra Fernanda, la cual se clava en una pierna. Las guerreras, intentan moverse para defenderse. Sin embargo, sienten el cuerpo pesado. — ¿Qué…? —emite De Mariana mientras se desploma. Lo mismo ocurre con Fernanda. Ambas mercenarias están inmóviles en el suelo. Sus músculos no se mueven. Sus cuerpos no responden. 
 —Lo siento chicas, pero no queremos que se sepa nada de nuestro negocio —dice De Alonzo muy despacio y sonriendo.
—. No se preocupen, el veneno que use no es el de Liliana, es una variación suya, que curiosamente se llama Mariana, no es irónico, ¿no lo crees hermosura? Bueno, para su suerte morirán sin dolor, o eso creo. Llevaremos sus cuerpos a su ciudad natal y les darán Santa Sepultura —No me causa placer el que mueran, quiero que entiendan eso —confiesa Sebastián, para luego alejarse de las mercenarias. De Mariana está muriendo en silencio junto a su compañera, además de recordar los buenos momentos junto a sus camaradas. Es la voz de su hijo muerto y los recuerdos de cuando eran felices juntos los que la acompañan en sus últimos momentos a la valiente guerrera.
 —Es una pena, era una hermosa mujer —menciona De Alonzo mientras sus hombres suben los cadáveres a la carreta. —Cállate —dice Sebastián evitando ver los cuerpos de las mercenarias.
 —Matas a un montón de bandidos y… ¿Lloras por dos mujeres? —le reclama el maestro a su aprendiz. —Nada de eso —responde Sebastián molesto—. Terminemos con esto, hay dinero que ganar. Ya perdimos dos barriles, creo que debemos de poner un campamento cerca. La guarida de los bandidos puede servir, es un buen lugar. Así tendremos el control de esta ruta. —Así me gusta más, esconde esa culpa muy dentro de ti y saca la sangre fría —dice De Alonzo, orgulloso de su aprendiz—. Por eso me agradas, eres como yo. Siempre pensando en el dinero. —El dinero es solo un medio para conseguir mis metas. Una moneda más, me acerca a ello. —Lo que tú digas, mi estimado aprendiz. —No te burles de mí. No siempre seré tu aprendiz. Recuerda que si esto sale bien, me consideraras tu socio. —Claro, es lo justo. —Más importante, ¿Qué dijeron los Villanueva? —oh… Te va encantar. 

(escribir a : elmercaderdelaflorazul@gmail.com)

sábado, 27 de marzo de 2021

PETER PAN

Cada vez que hay luna llena yo cierro las ventanas de casa, porque el padre de Mendoza es el hombre lobo y no quiero que se meta en mi cuarto. En verdad no debería asustarme porque el papá de Salazar es Batman y a esas horas debería estar vigilando las calles, pero mejor cierro la ventana porque Merino dice que su padre es Joker, y Joker se la tiene jurada al papá de Salazar. Todos los papás de mis amigos son superhéroes o villanos famosos, menos mi padre que insiste en que él solo vende seguros y que no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez me dijo que su papá era Tarzán y me enseñó su cuchillo, todo manchado con sangre de leopardo. A mí me gustaría que mi padre fuese alguien, pero no hay ningún héroe que use corbata y chaqueta de cuadritos. Si yo fuera hijo de Conan, Skywalker o Spiderman, entonces nadie volvería a pegarme en el recreo. Por eso me puse a pensar quien podría ser mi padre. Un día se quedó frito leyendo el periódico y lo vi todo flaco y largo sobre el sofá, con sus bigotes de mosquetero y sus manos pálidas, blancas como el mármol de la mesa. Entonces corrí a la cocina y saqué el hacha de cortar la carne. Por la ventana entraban la luz de la luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre ya grita más fuerte y parece un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán Garfio. FERNANDO IWASAKI PERUANO 2004.

ES QUE SOMOS MUY POBRES

Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan reciente cortada. Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño. Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca…Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta. A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen La Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder en algún lugar donde no les llegara la corriente. Y por otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quien sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. Mi hermano ya yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y solo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a La Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos. No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral, porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen. Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua nueva y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidiendo que la ayudaran. Bramó como solo Dios sabe cómo. Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río, si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Solo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba. Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos. La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con mucho trabajo había conseguido a La Serpentina desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas las más grandes. Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que le enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces cuando uno menos se lo esperaba, allí entraban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima. Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas. Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere que vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, solo por llevarse también aquella vaca tan bonita. La única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere. Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vuelta a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: “Que Dios las ampare a las dos”. Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de acote, crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención. - Sí - dice- , le llenará los ojos a cualquiera donde quiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal. Esa era la mortificación de mi papá. Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí, a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella. Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición. JUAN RULFO (Mexicano) 1953

lunes, 1 de marzo de 2021

LA OTRA CARA DE HUAMÁN




No vale la pena esperanzarse de lo que viene fácil; porque como vino, se puede ir. Me ha sucedido con las vasijas y la antara, tomadas de quien tal vez, un día, fue un bravo guerrero.
Hace seis noches, cuando volvía de haber ayudado a limpiar el canal de regadío comunal, por el atajo a Copara, chispearon lucecitas en el cerro, como señalando mi destino. Sin dudarlo, me acerqué a localizarlas. Cuando tuve los destellos bajo mis pies, excavé con pico y pala, seguro de que algo encontraría. La luna reveló los adobes, que contorneaban un entierro. Esperé que los gases se disiparan, mientras saboreaba los beneficios del hallazgo. Siempre hay quienes buscan antigüedades y ofrecen buen precio por ellas. Seguí cavando hondo, hasta palpar bultos. Se trataba de restos.
Un par de cabezas de rivales degollados, cosidas las bocas con espinas y las frentes traspasadas por una cuerda, homenajeaban al guerrero; una porra y una guaraca, conformaban sus pertrechos. Nada de eso toqué, para que tuviera aquel con qué hacerse respetar en el otro mundo. Solo retiré los dos ceramios, pidiendo su perdón y su permiso. De uno pendía la antara de carrizo adornada con un penacho y moldeaba el rostro de un combatiente, tatuado en cada pómulo, con una cabeza de halcón. El otro, en forma de pez con dentadura terrible, provocaba sobresalto a la primera mirada. Cuando los vendiera, compraría instrumentos para iniciar con ellos mi propio quehacer. Como dicen mis padres, ya tengo la edad en que uno debe hacerse de familia y buscar su propio camino.
Había planeado trabajar como peón en alguno de los frutales de la comarca, ahorrar algo de dinero y, de ese modo, comenzar mi independencia, cuando los destellos pusieron en mis manos el pequeño tesoro nasca.
Será que ofrecí las piezas a las personas menos indicadas, o que Ruperto Anaya, huaquero empedernido, me delató para que no le hiciera competencia. Hoy me encuentro en la comisaría, acusado de traficar con los patrimonios culturales de la nación, bajo la presión de firmar un acta y pagar un rescate.
De no hacerlo, el comisario me asegura que iré directo a la cárcel.
No he firmado el acta, porque solo indica la incautación de una vasija —la del guerrero tatuado—, y nada más. ¿Y dónde fue a parar la otra, de temible aspecto? ¿Y el instrumento de cañas, que taladra melodías en el viento? En efecto, si tengo que suscribir la verdad, es que fueron tres objetos. El monto del rescate «para soltar al indio traficante» —según remarca el comisario— asciende a cinco mil soles. Se lo acabo de contar a mi padre, que me ha visitado y se ha puesto triste; pues no tenemos dinero, apenas unos pocos animales.
—¿Cómo te atreves a estar rebuscando y vendiendo cosas de antepasados, hijo? —me ha regañado.
No he tenido excusa con qué apelar. El mal está hecho, lo sé. A mi favor, pesa el haber cerrado la tumba; aunque del castigo, todo indica que no escaparé, sobre todo por el pez dentado, el mismo que el comisario ha ocultado o vendido, quién sabe. Se trata de Boto —la orca—, advirtió pálido mi padre, y aseguró que tiene poder: es «el devorador de hombres».
Si algo me espera como un animal hambriento, es el presidio. Hasta he pensado escapar a la primera oportunidad, pero ellos no han aflojado la guardia durante el par de días en el calabozo, un hueco al fondo de un pasadizo, desde donde puedo escuchar lo que se habla arrimándome a las rejas, y así estar al corriente de lo que ocurre en la recepción misma. La gente viene a presentar sus denuncias: que le robaron tal cosa, que en una riña perdieron los dientes, que el ganado del vecino estropeó el cultivo. El comisario no hace sino tratarlos con desprecio. Destaca en eso. A la plata, no la desprecia para nada. En cada ocasión, está viendo cómo sacarle algo a cada demandante.
En una esquina del calabozo, haciendo mis necesidades, reviso las inscripciones de los detenidos en las paredes: «Aquí estuvo Juan Domínguez, Retaco, y paró su goma», «El corazón de Jesús llora por mí», «Caí al hoyo por una puta», «La envidia nos corroe», «Dame otra oportunidad, Señor», «El comisario es un chuchasumadre, se quiso montar a mi mujer», «No retes al destino». Son las expresiones más notorias.
La única persona que viene sin ánimo de denuncia, es la chica que vende tamales para el desayuno. Me gusta la forma como sus ojos bailan, cuando los guardias la dejan por un momento para atender otros asuntos. Observa dónde se encuentra cada uno, el despacho del comisario, las ventanas, la armería, el dormitorio, y hasta mi calabozo. Cuando se va, ellos la miran y celebran: «¡Buen culo tiene la chola!». Incluso han apostado a quién se la tirará primero. Ella se muestra coqueta. Si les sigue dando confianza, pronto la van a confundir y acosar; para eso son buenos, aunque no es una muchacha lugareña.
El comisario ha ordenado verme. Fumaba sentado detrás de su escritorio, con aires de importante. La antigua pieza de alfarería —sobre la mesa— pareció querer decir algo, y, en cada pómulo del guerrero, vi refulgir los ojos de los halcones.
—Para que veas que soy buena gente contigo —inició el comisario—, te la pongo fácil: pórtate con mil quinientos, firmas, y te suelto.
—Pero falta la orca…
—¡Firma callado, Huamán, que el resto no te importa! —vociferó. Luego, escrutándome, humeando como chimenea, soltó su burla—: ¡Míralo, hasta parece tu retrato!
Venancio Huamán es mi nombre y mis raíces se afincan en estos parajes; en cambio él, dizque limeño es.
—Déjeme pensarlo —le propuse para ganar tiempo, con la esperanza de que mi padre lograse juntar el dinero.
—¡Conchetumadre, piensa rápido; porque mañana mismo te remito a la carceleta, y de ahí para la cana hay solo un paso! —amenazó, colérico—. ¡Regresen esta mierda al calabozo!
Desde entonces, todos permanecemos en silencio. La tensión domina cada espacio del edificio. La prisión me llama con su resonancia de rejas y candados. Ellos han recibido una alerta por radio y, a la sazón, el comisario ordena limpiar las armas y montar la vigilancia. Es más difícil que pueda escapar. Tampoco puedo dormir, de pura ansiedad. Salir de la cárcel siempre es más difícil que entrar en ella. Boto devora al hombre, por bocados. Cuando te das cuenta, eres otro; los sueños, los proyectos, han sido arrancados a puras dentelladas.
Veo un guardia vigilando por la ventana. El comisario ronca. Un búho cruza el cielo lanzando un alarido prolongado. Oigo un objeto pegar en el tejado, como si fuera una piedra lanzada desde muy lejos con una guaraca. El guardia, que hace de centinela, exclama un ‹‹¡carajo!››. Desde el dormitorio, alguien despierta y demanda: ‹‹¿Qué pasa?››.
Me aferro a los barrotes.
No puedo continuar detallando los sucesos, porque un estruendo tira abajo el tejado. Me arrojo al piso, cubriéndome del granizo de fragmentos de maderos y tejas. Los tiros sueltos y las ráfagas anticipan el rugido: «¡Ríndanse! ¡Entreguen las armas!». Los guardias todavía responden el fuego. Una mujer grita: «¡Ríndanse o lanzamos otra carga!». Los efectivos se desconciertan, un silencio de duda los atrapa, no hay tejado que les proteja de nada. El castigo de Boto ha llegado.
—¡Levántese! —me ordena una voz de mujer joven.
Reconozco en ella la mirada que me place. En lugar del canasto con tamales, porta una metralleta.
Salgo por las descalabradas rejas, avanzo por las ahuecadas paredes del pasadizo, choco con los escaparates caídos y el escritorio del comisario, aplastado. Sobre el piso, entre los residuos de una gaveta, diviso la antara y la tomo. Afuera, el comisario y su tropa, sobre el pavimento, en ropa interior y con los grilletes puestos, apenas levantan la mirada. Un grupo de jóvenes traslada la armería completa hacia una camioneta estacionada. Busco el Boto, entre los escombros, y no lo hallo. El huaco de los halcones se ha quebrado en dos piezas. Lo recojo. La muchacha, que parece comandar el grupo, con un movimiento del brazo, me incita a ir con ellos. Dudo.
—¡El miserable abusivo, párese! —ordena ella, apoyada por otros.
Entre los rendidos, se percibe un aire de confusión, un rumoreo parco, sin que alguno decida levantarse.
—¿Es necesario que le llame, capitán Aguirre? —señala.
No puedo decir que me alegra, pero siento un fresquito en el pecho, una emoción escondida y lejana. Ahora pues, señor comisario. ¿Por qué el rostro deformado? ¿Por qué apenas oímos la solicitud de perdón que balbucea su boca? Es conducido al interior de la comisaría.
Desde la camioneta, jóvenes menores que yo, insisten:
—¡Venga, incorpórese a la lucha!
—¡Vamos, compañero!
¿Compañero? Apenas soy un muchacho buscando un camino. Alguien rescatado de una mazmorra, quien solo cuenta con una antara y un ceramio roto, al que ustedes remiran con asombro.
—¿Por qué no dejas eso y vienes con nosotros ahora mismo? —me propone un chiquillo, de baja estatura, ofreciéndome en alto uno de los fusiles capturados.
—Cada cosa tiene un valor distinto —reconozco.
Cuando se dispone a responderme, oímos una descarga que nos silencia a todos.
La joven todavía se da un tiempo para reprender a los donjuanes aplanados. Es una mujer distinta. No tengo memoria de haber visto ni oído algo semejante.
¿Boto me ha de absolver o devorar, según el camino que tome?
El discurso ha terminado.
—¡Venga con nosotros, compañero! —insiste ella, con un pie en el vehículo.
Comienzo a soplar las cañas de la antara. El instrumento vibra conmigo. Una melodía, como venida del mar embravecido, nos envuelve. Subo trenzando a la camioneta, resoplando, con el ceramio fracturado a mi costado.


ÓSCAR GILBONIO


EL DIOS DEL REVÓLVER

 



Era la época del bandolerismo iqueño. De Lima venían refuerzos para proteger la escasa dotación de gendarmes acantonados en la Provincia. El tren era resguardado por parejas de guardias a fin de impedir los asaltos que constantemente se sufría. Los camioneros se juntaban para trasladarse en convoy y así hacer frente a cualquier agresión. Era la etapa de la ley del revólver. Del revólver que imponían esos fieros hombres marginados de la sociedad y que contestaban, sin contemplaciones, los agentes del orden. Un policía muerto hoy en Chanchajalla, otro en Guadalupe, dos por la pampa de Los Castillos y al mismo tiempo, represalias y muerte de un asesino y cuatro o cinco campesinos inocentes.
Dícese que José Morón, el bandolero más famoso de toda la comarca, había decretado el exterminio de los custodios del orden, saqueo, y la captura vico de “Llamita” Campos, un soplón de la policía uniformada. Había ofrecido Morón, no solamente cincuenta reses del mejor ganado, cereales, vino y carneros de su majada, sino además mil pesos de plata, al integrante de su banda, o al de cualquier otra, que se lo diera vivo.
¿Quién era Llamita Campos? ¿Qué había hecho para merecer tanto, siendo apenas un detestable soplón como cualquier otro? ¿Qué significaba para Morón, si era solo otra pieza más del ajedrez de sus perseguidores? Cierto que Llamita – un repugnante hombrón, inescrupuloso, cobarde y vil – era conocido por sus bajezas, sensualidades y atropellos; pero, ¿podría Morón tirar la primera piedra de inocencia en esto mismo? Claro que él se envanecía de ser un valiente, de esos que matan de frente, de esos que afrontan el peligro, de esos que roban de día y luchan contra el fuerte y protegen al débil, de esos que no abusan de niños ni mujeres… ¡sobre todo de mujeres!...
Y es que ha oídos del rey del desierto, del amo de caminos, del Dios del revólver, había llegado la noticia que, durante el allanamiento por la policía, de una de sus casas en Ica, un hombre gordo y salvaje, al que apodaban Llamita, había abusado de Narda una de sus mujeres, después de golpearla brutalmente al negarse a sus requerimientos. Esta mando a decírselo y desde entonces el perseguido decretó esa siniestra, terrible, implacable orden.
II
“La Voz de Ica”, diario regional, no cesaba en noticiar de los frecuentes asaltos que eran víctimas, en el trayecto a la ciudad, tanto para Lima como para Nasca, innumerables arrieros, camioneros que se quedaban aislados debido a un desperfecto mecánico, o ricos hacendados de la zona. Sobre todo éstos. Habían hecho causa común frente al peligro, organizando sus resistencias y formando una bolsa de muchos pesos, a fin de colaborar con la policía en los gastos que demandase la represión. Se daba cuenta asimismo, del curioso hecho que durante algunos asaltos, los bandidos no robaran nada, pudiendo hacerlo, y solo se conformaban con comprobar la identidad de la gente que viajaba. Evidentemente estaban tras las huellas de alguien. Olfateaban a alguien…
Y el hallazgo no se hizo esperar mucho. “La Voz de Ica” volvió a noticiar diciendo que un grupo de dos policías uniformados y dos civiles, habían sufrido una emboscada de los bandoleros sureños y tras de una feroz refriega, fueron muertos dos policías y capturado uno. Se trataba del investigador Campos, conocido con el apelativo de Llamita.
Y en efecto en dicha emboscada había caído el hombre tan buscado, ese sobre el que se otorgaba grande gratificación. Vendado y con los brazos atados a la espalda, fue conducido a un solitario paraje, disimulado entre las primeras estribaciones de los contrafuertes andinos. Era una covacha miserable, más de cubil que de casa. Una palmera vencida por las hojas la cubría en buena parte y un montículo, que daba paso a una pampa arenosa, le servía también de camuflaje.
Puesto ahí desvendado pero con ataduras, un bandido le dijo:
- Duerme, mañana temprano te verás con Morón.
III
- Escoge – le dijo Morón, mostrándole sobre la mesa dos revólveres.
- Uno tiene tres balas, el otro ninguna.
Llamita vaciló, ojeó con reticencia las armas cachas blancas, cuyos tambores estaban cubiertos por pañuelos, y lanzándole una mirada de crudelísima ironía, exclamó:
- ¿Y desde cuándo un bandido es caballero?
Morón rugió:
- ¡Desde hoy! ¡escoge si no quieres que te mate como un perro! ¡No me dará lástima tu cobardía!
Campos dudó, tentó, cogió tras brevísimo palpar un arma, y la señaló:
- ¡Esta!
- Tienes suerte… es el revolver cargado, bien sal a la pampa ahora, y si disparas antes de que estemos al frente morirás. Pero si luchando me matas, he dispuesto que te dejen libre.
Y salieron. Era un mediodía esplendente, sobre el yermo, el sol se fundía en un abrazo de lascivia, quemaba la arena. No había “paraca”, pero en cambio se erizaban los pelos y la sangre. Como a diez metros de separación, dos hombres, revolver en mano, se retaban. No habían defensas. La arena tan solo. En el centro dos guardaespaldas, también armados, esperaban dar la señal. De pronto…
- ¡Fuego!
Campos se lanzó hacia Morón. Apuntándole, disparó su primer tiro. Dio este un salto tigresco y escapó al balazo. Lo persiguió Llamita. Morón corría en semicírculo, como una danza macabra, evitando ser blanco fijo. Y sonó el segundo balazo. ¡Nada!. El móvil blanco seguía rodando sobre la arena, adonde se habría tirado, ágil como un puma para evitar el plomo. Y cuando Campos se aprestaba a dispararle el tercero, un hondo dolor sintió en la mano a punto que le hizo arrojar el arma. Morón le había lanzado como artero proyectil su propio revolver. Y al advertir que su contrincante quedaba ahora inerme, se lanzó sobre él trenzándose en singular combate cuerpo a cuerpo.
Era ahora la lucha de dos colosos. Campos pugnaba por aprehender su revólver. Estaba a menos de un metro. El otro el vacío, a treinta centímetros, pero ese no importaba. El brazo de Campos se alargaba hacia su ansiado medio, arañando tan solo la arena caliente. La potente fuerza de Morón se lo impedía. Lograron erguirse. Morón cogió a sus contendor, y con suprema fuerza lo arrojó en la tierra, luego se abalanzó sobre Campos. Rodaron. Y al rodar lo hicieron sobre ambos revólveres. Sonó un disparo. El cuerpo de Campos se empapó de sangre.
Los bandidos allí presentes se miraron vis a vis. Nadie había disparado el tiro. El asombro cundió en todos los ojos, cuando al incorporarse Morón, unas volutas de humo aún enroscaban su Smith Wesson cacha blanca.
- El arma se ha disparado sola – dijo uno.
- ¡Asombroso! – replicó el otro.
- ¡El dios del revolver! – corearon todos.
Cuento de: RAÚL ESTUARDO CORNEJO
(Del libro Sangre en el Yermo, Ica 1971)

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