jueves, 25 de mayo de 2017

La niña de los ojos más poderosos del mundo *

La niña de los ojos más poderosos del mundo *



José Vásquez Peña  


Ya lo había dicho Marcial Ramos.
-          La niña Romelia de sólo mirar revienta las cosas.
Esa tarde lo volvió a repetir,  y además agregó:
-         Las plantas que soportan su mirada, se van secando lentamente  hasta volverse amarillas y morir.
Por increíbles, al principio, la gente de Huamanguilla no admitía los sucesos. Hasta el párroco de la Capilla de San Antonio, Anastasio Martínez, santiguándose, con bruscos ademanes, acunó la duda, esa vez que MaitoTubillas le preguntó:
-         Señor cura, ¿por qué será? La niña Romelia, está mañana ha mirao  mis piernas y mis pies, diciendo, qué bonitos zapatos de charol, qué bonito pantalón de chasqui, y ahora me siento chivato maniatao. No puedo caminar.
-         Ave maría purísima- contestó el sacerdote.
Y dale con la mano, desesperada, haciendo la cruz sobre el viento fresco que venía de la quebrada, apenas perceptible. Allá lejos, pasando la Achirana.
-         Son ocurrencias tuyas –continuó- llévate mi bendición y anda con Dios.
Y se alejó por el camino a Orongo, donde tenía que asistir a Bonifacio Anicama que estaba atragantado, otra vez, con un hueso de mango seco y pedía con desesperados gestos los santos oleos, pues de tanto ocurrirle lo mismo, aburrido, decidió dejarse el hueso en la garganta y morir de una vez.
MaitoTubillas pensó que la bendición iba a surtir efecto. Pero no fue así, siguió caminando como si llevara un quintal de algodón sobre los hombros, con las piernas abiertas, rengo, rengo, arrastrando sus zapatos de charol relumbrando sobre el terroso camino, igual que luciérnagas a pleno sol.
Y así camino durante varios días, hasta que un miércoles encontró con el gringo Navea, que al verle caminar de ese modo raro, desde su camioncito Ford, sin bajarse, porque si no después tenía que darle manizuela, le recomendó:
-         Cholo, te han ojeado. Anda donde Juan Cuco para que te  rece.
Queriendo y no queriendo, Maito, llegó a la casa del curandero y adivino del caserío. Excelente rezador, también dicen que era.
Y salió sano, de la casa rojovivo, como atleta preparado para competir en carrera de resistencia. Juan Cuco, entre bostezos y lágrimas, le había dicho:
-         La niña Romelia, cuando mira con atención y concentra  su mirada en alguna parte del cuerpo, o en cierta cosa, lo trastorna todo. Otros, han venido con fuerte dolor de cabeza y hasta cuy he tenido que pasarles para que se les quite el ojo.
Fue entonces que Maito recordó una conversación casual de su padre con su madrina:
-         Cuentan que cuando Romelia Flores, allá en Ica, abrió los ojos por primera vez, después de nueve meses de oscuridad, estallaron los focos de la sala de partos, y los pedacitos se fueron volando por toda la ciudad. La gente los veía circular sin explicarse que había sucedido. Los pedacitos de las bombas de luz llegaron desde el antiguo Hospital hasta el confín sur, a tres cuadras de la Iglesia del Luren, y se alojaron en una zona baldía, entre puquiales. Recuerdo que la partera Huapaya, que le ha jalao las patas a muchos iqueños para que lleguen a este mundo, me refirió que ese día tuvo que terminar de atender el parto, encendiendo cahirulos, para decirle finalmente a Doña Natalia, que aún sentía espinas en el vientre: ha sido una robusta niña, blanca, con ojos traviesos que no le paran de bailar. Ella misma, la Huapaya, me lo dijo.
De esto ya hace algunos años.
Y en otra ocasión, Maito, oyó decir que la niña Romelia había sido castigada en el colegio, por traviesa. Una Mañana fue llevada a la Dirección y arrodillada en garbanzo seco. Como si nada de lo que ocurría a su alrededor le concerniese, ella miraba, muy seria, el cuarto y los enseres que allí habían. Detrás de la aparente seriedad se ocultaba, retozona, una sonrisa. Vaciló un instante y depositó su mirada en un hermoso florero de porcelana china, de varios colores,  con rosas y otros adornos; estaba sobre el escritorio. La Directora, Margarita Santana, diligente, revisaba papeles. La niña Romelia siguió  mirando y el florero  ¡Bandangán!  que vuela en mil pedazos, inundando lo que allí había amontonado, desde el acta de fundación del colegio hasta la partida de nacimiento del último niño matriculado. Romelia ven rápido. Ayúdame a secar, le dijo la Directora, amable, asustada, desesperada. Pero ya los papeles eran un amasijo completo. Y Romelia que ya iba conociendo que sus ojos lo podían todo, se dijo: ¡Uf, la reventé! Y con el alboroto y los gritos. Llamando a todos los profesores para que ayuden, terminó el castigo.
De ahí para acá, los hechos se sucedieron.
Y  la fama de la niña Romelia iba creciendo. En Huamanguilla. Todos los pequeños y la gente mayor que supusieron serían afectados; así como las cosas que pudieron ser objeto de la curiosidad de Romelia, lucían un enorme listón rojo. Para que no me ojeen, decían.
Naturalmente, había gente que no creía en el poder de la niña Romelia, Como Raymundo de la Sota, hacendado, ricachón, incrédulo, que cierta mañana despertó a todo Huamanguilla con sus gritos:
-Mi chancha ha parido trece chanchitos, hermosos. Vengan a mi hacienda a verlos. Invitaré pisco para celebrar.
Y la noticia se esparció.
Durante varios días los campesinos desfilaron a conocer los chanchitos.
Le recomendaron a Don Raymundo:
-          Póngale un listón rojo a cada uno, Don Ray.
-          ¡Bah! Esas son creencias de cholos.
En uno de los días de visita, Romelia fue llevada por Amador Flores, su padre, a la feria porcina. Así terminó Don Raymundo llamando a su exposición, que promocionó incluso en el Diario  La  Opinión de Ica.
Llegó Romelia en el momento que los cerditos eran amamantados y la chancha había desaparecido bajo los hambrientos vástagos.
Con la candidez propia de los niños, se ilusionó con el tierno cuadro y dijo:
-          ¡Papá, mira que lindos son los chanchitos coloraos!
Marcial Ramos que los había acompañado, intervino con solemnidad de investigador:
-         Digo -dijo- que mientras la niña Romelia mira, salen de sus ojos finísimos rayos de candela que se meten en el cuerpo de los chanchitos
Don Amador, que era a quien se dirigía, le dijo
-          Tú, y tus raras explicaciones. Vamos.
Y se fueron.
No sólo de la hacienda, sino también de Huamanguilla porque Don Raymundo andaba buscando, horas después, quién había “ojeado” a sus chanchitos que fueron enterrando el hocico, uno por uno, en el lodazal del chiquero, y allí quedaron para siempre, pese a los esfuerzos del rezador que fue llamado de urgencia.
La huída finalizó en un naciente barrio de Ica, a tres cuadras de la Iglesia del Señor de Luren.
La tarde siguiente con la nostalgia a flor de piel, Don Amador Flores, le repetía a la niña Romelia la usual advertencia:
-         No quiero problemas, hija. No prestes atención ni a la gente ni a las cosas, sino tendré que ponerte anteojos negros, muy negros, para que no salgan rayos de candela de tus ojos.
La niña Romelia obedecería sólo hasta cuando su curiosidad y su rebeldía así lo permitieran.
Pero al principio fue así.
Se dedicó a escrutar la nada.
Sus miradas iban dirigidas al espacio, sobre todo al viento de la tarde que le traía recuerdos del verdor de los paltos de Huamanguilla. Concentró sin saberlo su energía síquica por mucho tiempo.
Una mañana, acostumbrada como estaba al poco ruido del gentío del barrio, donde ya se habían levantado muchas casas modestas, se extrañó por el bullicio de tropel y salió, escuchando:
-         Ha nacido un muro. Ayer no estaba allí. Ahora, como una muralla divide nuestro barrio pobre de la lujosa urbanización Luren.
-         Debemos derribarlo.
Seguía gritando la gente.
La niña Romelia salió a reunirse con ellos.
Sus ojos se posaron fijamente en el muro.  













·          La niña de los ojos más poderosos del mundo, es un cuento publicado en el Libro La soledad del Viejo Huarango

·          José Vásquez Peña.  La Soledad del Viejo Huarango.  Duna Encantada  Ediciones.  Lima, 1988.

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