La niña de los ojos más poderosos del mundo *
José Vásquez Peña |
Ya lo había dicho
Marcial Ramos.
-
La niña Romelia de
sólo mirar revienta las cosas.
Esa tarde lo volvió
a repetir, y además agregó:
-
Las plantas que
soportan su mirada, se van secando lentamente
hasta volverse amarillas y morir.
Por increíbles, al
principio, la gente de Huamanguilla no admitía los sucesos. Hasta el párroco de
la Capilla de San Antonio, Anastasio Martínez, santiguándose, con bruscos
ademanes, acunó la duda, esa vez que MaitoTubillas le preguntó:
-
Señor cura, ¿por
qué será? La niña Romelia, está mañana ha mirao
mis piernas y mis pies, diciendo, qué
bonitos zapatos de charol, qué bonito pantalón de chasqui, y ahora me
siento chivato maniatao. No puedo caminar.
-
Ave maría purísima-
contestó el sacerdote.
Y dale con la mano,
desesperada, haciendo la cruz sobre el viento fresco que venía de la quebrada,
apenas perceptible. Allá lejos, pasando la Achirana.
-
Son ocurrencias
tuyas –continuó- llévate mi bendición y anda con Dios.
Y se alejó por el
camino a Orongo, donde tenía que asistir a Bonifacio Anicama que estaba
atragantado, otra vez, con un hueso de mango seco y pedía con desesperados
gestos los santos oleos, pues de tanto ocurrirle lo mismo, aburrido, decidió dejarse
el hueso en la garganta y morir de una vez.
MaitoTubillas pensó
que la bendición iba a surtir efecto. Pero no fue así, siguió caminando como si
llevara un quintal de algodón sobre los hombros, con las piernas abiertas,
rengo, rengo, arrastrando sus zapatos de charol relumbrando sobre el terroso
camino, igual que luciérnagas a pleno sol.
Y así camino
durante varios días, hasta que un miércoles encontró con el gringo Navea, que
al verle caminar de ese modo raro, desde su camioncito Ford, sin bajarse, porque
si no después tenía que darle manizuela, le recomendó:
-
Cholo, te han
ojeado. Anda donde Juan Cuco para que te
rece.
Queriendo y no
queriendo, Maito, llegó a la casa del curandero y adivino del caserío.
Excelente rezador, también dicen que era.
Y salió sano, de la
casa rojovivo, como atleta preparado para competir en carrera de resistencia.
Juan Cuco, entre bostezos y lágrimas, le había dicho:
-
La niña Romelia,
cuando mira con atención y concentra su
mirada en alguna parte del cuerpo, o en cierta cosa, lo trastorna todo. Otros,
han venido con fuerte dolor de cabeza y hasta cuy he tenido que pasarles para
que se les quite el ojo.
Fue entonces que
Maito recordó una conversación casual de su padre con su madrina:
-
Cuentan que cuando
Romelia Flores, allá en Ica, abrió los ojos por primera vez, después de nueve
meses de oscuridad, estallaron los focos de la sala de partos, y los pedacitos
se fueron volando por toda la ciudad. La gente los veía circular sin explicarse
que había sucedido. Los pedacitos de las bombas de luz llegaron desde el
antiguo Hospital hasta el confín sur, a tres cuadras de la Iglesia del Luren, y
se alojaron en una zona baldía, entre puquiales. Recuerdo que la partera
Huapaya, que le ha jalao las patas a muchos iqueños para que lleguen a este mundo,
me refirió que ese día tuvo que terminar de atender el parto, encendiendo
cahirulos, para decirle finalmente a Doña Natalia, que aún sentía espinas en el
vientre: ha sido una robusta niña, blanca, con ojos traviesos que no le paran
de bailar. Ella misma, la Huapaya, me lo dijo.
De esto ya hace
algunos años.
Y en otra ocasión,
Maito, oyó decir que la niña Romelia había sido castigada en el colegio, por
traviesa. Una Mañana fue llevada a la Dirección y arrodillada en garbanzo seco.
Como si nada de lo que ocurría a su alrededor le concerniese, ella miraba, muy
seria, el cuarto y los enseres que allí habían. Detrás de la aparente seriedad
se ocultaba, retozona, una sonrisa. Vaciló un instante y depositó su mirada en
un hermoso florero de porcelana china, de varios colores, con rosas y otros adornos; estaba sobre el
escritorio. La Directora, Margarita Santana, diligente, revisaba papeles. La
niña Romelia siguió mirando y el florero ¡Bandangán!
que vuela en mil pedazos, inundando lo que allí había amontonado, desde
el acta de fundación del colegio hasta la partida de nacimiento del último niño
matriculado. Romelia ven rápido. Ayúdame
a secar, le dijo la Directora, amable, asustada, desesperada. Pero ya los
papeles eran un amasijo completo. Y Romelia que ya iba conociendo que sus ojos
lo podían todo, se dijo: ¡Uf, la reventé!
Y con el alboroto y los gritos. Llamando a todos los profesores para que
ayuden, terminó el castigo.
De ahí para acá,
los hechos se sucedieron.
Y la fama de la niña Romelia iba creciendo. En
Huamanguilla. Todos los pequeños y la gente mayor que supusieron serían
afectados; así como las cosas que pudieron ser objeto de la curiosidad de
Romelia, lucían un enorme listón rojo. Para
que no me ojeen, decían.
Naturalmente, había
gente que no creía en el poder de la niña Romelia, Como Raymundo de la Sota,
hacendado, ricachón, incrédulo, que cierta mañana despertó a todo Huamanguilla
con sus gritos:
-Mi chancha ha parido
trece chanchitos, hermosos. Vengan a mi hacienda a verlos. Invitaré pisco para
celebrar.
Y la noticia se
esparció.
Durante varios días
los campesinos desfilaron a conocer los chanchitos.
Le recomendaron a
Don Raymundo:
-
Póngale un listón
rojo a cada uno, Don Ray.
-
¡Bah! Esas son
creencias de cholos.
En uno de los días
de visita, Romelia fue llevada por Amador Flores, su padre, a la feria porcina.
Así terminó Don Raymundo llamando a su exposición, que promocionó incluso en el
Diario La
Opinión de Ica.
Llegó Romelia en el
momento que los cerditos eran amamantados y la chancha había desaparecido bajo
los hambrientos vástagos.
Con la candidez
propia de los niños, se ilusionó con el tierno cuadro y dijo:
-
¡Papá, mira que
lindos son los chanchitos coloraos!
Marcial Ramos que
los había acompañado, intervino con solemnidad de investigador:
-
Digo -dijo- que
mientras la niña Romelia mira, salen de sus ojos finísimos rayos de candela que
se meten en el cuerpo de los chanchitos
Don Amador, que era
a quien se dirigía, le dijo
-
Tú, y tus raras
explicaciones. Vamos.
Y se fueron.
No sólo de la
hacienda, sino también de Huamanguilla porque Don Raymundo andaba buscando,
horas después, quién había “ojeado” a sus chanchitos que fueron enterrando el
hocico, uno por uno, en el lodazal del chiquero, y allí quedaron para siempre,
pese a los esfuerzos del rezador que fue llamado de urgencia.
La huída finalizó
en un naciente barrio de Ica, a tres cuadras de la Iglesia del Señor de Luren.
La tarde siguiente
con la nostalgia a flor de piel, Don Amador Flores, le repetía a la niña
Romelia la usual advertencia:
-
No quiero
problemas, hija. No prestes atención ni a la gente ni a las cosas, sino tendré
que ponerte anteojos negros, muy negros, para que no salgan rayos de candela de
tus ojos.
La niña Romelia
obedecería sólo hasta cuando su curiosidad y su rebeldía así lo permitieran.
Pero al principio
fue así.
Se dedicó a
escrutar la nada.
Sus miradas iban
dirigidas al espacio, sobre todo al viento de la tarde que le traía recuerdos
del verdor de los paltos de Huamanguilla. Concentró sin
saberlo su energía síquica por mucho tiempo.
Una mañana,
acostumbrada como estaba al poco ruido del gentío del barrio, donde ya se
habían levantado muchas casas modestas, se extrañó por el bullicio de tropel y
salió, escuchando:
-
Ha nacido un muro.
Ayer no estaba allí. Ahora, como una muralla divide nuestro barrio pobre de la
lujosa urbanización Luren.
-
Debemos derribarlo.
Seguía gritando la
gente.
La niña Romelia
salió a reunirse con ellos.
Sus ojos se posaron
fijamente en el muro.
·
La niña de los ojos
más poderosos del mundo, es un cuento publicado en el Libro La soledad del Viejo Huarango
·
José Vásquez
Peña. La Soledad del Viejo Huarango. Duna Encantada
Ediciones. Lima, 1988.
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