El silencio no es una palabra escrita sobre una pared, es una canción solitaria con el viento que no se detiene en el medio de un infierno. Silencio señores grandes, que despiertan las historias. León Gieco.
sábado, 1 de noviembre de 2014
HABITACIÓN
Los cuatro puntos cardinales de mi cuarto
apuntan a la tristeza.
Las losetas guardan huellas lejanas.
La cortina se come al sol diariamente
y mi ventana es un telescopio.
No hay cunas,ni fotos,ni juguetes
que recuerdan alguna inocencia.
Las letras me vigilan desde sus casas de papel
Mi ropa duerme en la cómoda
hay voces sin cuerpo.
La foto de papá se perdió.
En mi cuarto hay una almohada que conoce
todos mis gestos,
una colcha que me roza
y unas sandalias debajo de la cama
esperándome para huir.
César Panduro Astorga ( Ica - 1980)
No te enamores
Mujer que lee.... |
No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe…
No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca.
No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma.
No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música.
No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y vertigue un inmenso horror por las injusticias. Una a la que le gusten los juegos de fútbol y de pelota y no le guste para nada ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo.
No te enamores de una mujer intensa, lúdica y lúcida e irreverente.
No quieras enamorarte de una mujer así.
Porque cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, JAMAS se regresa
Martha Rivera (República Dominicana)
jueves, 30 de octubre de 2014
TESTIMONIO de Víctor Gutiérrez Ramírez, encargado de sepultar los restos de detenidos y desaparecidos (CHILE)
Casi al atardecer del 19 de octubre de 1973, el grupo de soldados baja con displicencia los 26 cadáveres de un camión. Cerca de ahí, detrás de los cerros, está la carretera que une Calama con San Pedro de Atacama. Víctor Gutiérrez Ramírez, 19 años, cabo del Ejército y hombre de confianza del teniente Contreras, bebe un sorbo de pisco puro que le fue entregado para darse valor. Tras esto, se echa un cuerpo a la espalda y camina lento, casi zigzagueando. Los fluidos que expele el fallecido le hacen apurar el paso. La fosa que ya está dispuesta es de un metro 80 de profundidad y de una dimensión comparable a un jacuzzi. Apila el cuerpo, que minutos antes fuera acribillado por fusiles Sig, y respira.
Repite la acción un par de veces. Minutos más tarde sube al camión militar para perderse en el desierto. Han pasado casi 40 años de este hecho. Hoy, Víctor Gutiérrez, 58 años, quien mantiene la profesión de docente de francés, casado y cuatro hijos, decidió revelar ese período de su vida.
Estamos en una playa en el sector sur de Antofagasta. Con la mirada puesta en el mar reconoce no estar arrepentido, pues para arrepentirse está el segundo antes de cometer el hecho. “El daño ya está”, afirma. Si bien entregó su testimonio a la Comisión de Derechos Humanos a finales de la década de 1980 e incluso acompañó a los abogados al lugar de la fosa, Gutiérrez nunca contó esto con su nombre y apellido. “No se puede justificar lo injustificable. No puedo esperar comprensión por las condiciones en que quedaron”, dice.
Un ejército de locos
Gutiérrez Ramírez se enroló al ejército en 1972. Hizo su servicio militar en el Regimiento de Calama y se especializó en morteros. A pesar de las aparentes lealtades de los generales de entonces, hacia el gobierno de Salvador Allende; Gutiérrez recuerda que dentro de la milicia se podía evidenciar el futuro. Había un concientización a los soldados de que en algún momento, ellos salvarían al país. Recuerda que la paranoia era resumible en los cigarrillos Monza. Al invertir la palabra quedaba como “Z Now”, o sea (traducción al inglés) “Plan Z ahora”.
El denominado Plan Z era un supuesto autogolpe de Allende. “Eso nos decían en el ejército”.
“Lo primero que me dijeron es que estábamos en guerra. Todos los días, durante la mañana, había una arenga patriótica donde se nos decía que éramos los salvadores de Chile, los guardianes del país; fue comparable al nazismo hitleriano. Nuestro uniforme nos daba superioridad. Los milicos estábamos de moda. En adelante, todos nos sentimos como Rambo. Fui Rambo.”
El protagonista de esta historia se hizo de confianza del teniente Contreras. Durante la mañana del 19 octubre de 1973, Contreras buscó cuatro personas de su confianza. En Calama ya habían aterrizado los helicópteros de la célebre “Caravana del muerte”, con Sergio Arellano Stark a la cabeza. los Excesos El general Arellano viaja a la mina de Chuquicamata.
Quienes vienen con Arellano permanecen en el regimiento y abren el juicio, “que nunca fue un juicio pues a los prisioneros se les leyeron los cargos, que en la mayoría de las veces eran inventados, y sin derecho a defensa, se les condena a la muerte”. Los prisioneros son llevados en un camión para ser fusilados en algún punto del desierto. Gutiérrez, quien no participa en la matanza, dice que eran alrededor de las 17 horas.
Gutiérrez reconstruye las ejecuciones según relatos que conoció después:
“Algunos prisioneros fueron acribillados en ráfaga de 20 tiros por fusil; en consecuencia sus cuerpos quedaron prácticamente destrozados. A uno de los prisioneros le dispararon en el bajo vientre y su cuerpo se vino hacia adelante; sin embargo a puras ráfagas lo levantaron hacia atrás. Todos los cuerpos soltaron los esfínteres. Fue deplorable lo que hicieron con ellos”.
Los excesos continúan antes de ser enterrados en la fosa. Esto vio Gutiérrez:
“Algunos soldados estaban nerviosos. Cuando fueron acomodados los cuerpos, alguien vio que uno de estos pareció moverse. Debimos tranquilizarlo antes que le disparara”.
El acto más infame lo comete un cabo de apellido Concha:
“Con su corvo le cortó el dedo anular a algunos cadáveres para extraerle el anillo de matrimonio. Mientras cortaba, el cabo decía: este oro servirá para la reconstrucción nacional”, dice Gutiérrez.
-¿Se ha encontrado hoy con alguno de sus compañeros?-
-He visto a dos, pero nadie saluda ni siquiera mira. Uno de estos maneja un taxi en Antofagasta. Otros continuaron en el ejército.
-¿Hay un pacto de silencio?-
-En ese momento nuestros superiores nos recalcaron que no debíamos contarle ni a la familia de lo que sucedió ese día; a nadie. A la vez, había un temor tácito pues quienes hablaban podían correr la misma suerte de los prisioneros. Deshumanización La vorágine de aquellos días, genera una deshumanización entre los soldados, que Gutiérrez, intenta explicar. “Proyectábamos temor entre la gente. Había detenciones arbitrarias sólo porque tal persona te miró mal o antes, hablo mal de ti. Se detenía sin previa explicación”.
Gutiérrez recuerda que, entre otras acciones, resguardó prisioneros.
“Ellos se ubicaban por horas en cuclillas y con las manos en la nuca; así quedaban indefensos. Había otro método en que uno les echaba la espalda hacia adelante y caían como dominó”.
-¿Qué lleva a algunos soldados a cometer ensañamientos?
-Hay estados mentales que derivan en situaciones de abuso como el continuar golpeando al no existir respuesta. La respuesta pasiva ante los golpes genera más castigo. En general, la tortura fue un triste acto de cobardía; de abuso de poder. Hay un ejemplo: el marido que golpea a su esposa. Al no haber respuesta; la violencia intrafamiliar continúa. Cuando las fuerzas en disputa son similares la situación cambia. En este caso el ejército de Chile no tuvo respuesta del otro lado, la supuesta subversión. Al final el abuso de poder corrompió y sucedió lo que todos saben.
-¿A su juicio, que responsabilidad tuvo Pinochet?
-Hay una frase del general: En Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa. Eso lo resume todo. Pinochet siempre estuvo al tanto de lo que sucedía en Chile y en su ejército. Al final, los ingleses hicieron el trabajo de la justicia chilena. A la vez, Arellano Stark y Contreras (“Mamo”) han recibido un castigo mínimo por las atrocidades que se cometieron.
A Gutiérrez le pregunto cómo ha sido convivir 40 años con esto. El hombre guarda silencio. Dice que dos veces se ha quebrado contando; ambas con sus hijas. Ahora se mantiene firme. Confiesa que casi todo se puede resumir en algo es que no puede ver películas de guerra, pues le afloran las imágenes.
“No pretendo justificarme, sin embargo la carga sicológica siempre está presente”, afirma este hombre que no exagera ni teme.
Por: Rodrigo Ramos(El Ciudadano)
martes, 28 de octubre de 2014
Un cuento de Pedro Abraham Valdelomar Pinto (1888-1919)
Pedro Abraham Valdelomar Pinto |
Un cuento, un perro y un asalto
(Cuento publicado en 1917, con el título: " El perro que robó una idea")
Yo tengo miedo negro de las cosas;
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!
César A. Rodriguez
A Servando Gutiérrez: bienvenida.
Si yo os digo: anoche me han asaltado, me preguntaréis todos: ¿quién? A ninguno se le ocurrirá esta pregunta: ¿qué cosa? Porque no se concibe que a un hombre que va a media noche por la calle de Guadalupe, taciturno, con anteojos, rumiando una idea nueva y con un cigarrillo agonizante en los carnosos labios desencantados, le asalte una cosa, una idea, un recuerdo, un mal pensamiento. ¿Ha de asaltarte, necesariamente un bandido? No. Yo no temo a los bandidos salteadores de las calles de Lima porque no llevo nunca más dinero que ellos.
Temo a otros salteadores, a los que nos roban el precioso tesoro de las ideas. No conozco sino una diferenciación entre el Bien y el Mal; lo Perfecto y lo Imperfecto. Todo lo que hay en un cuerpo, en un organismo, en una idea o en un sentimiento, de bello, es el Bien; todo lo que hay de imperfecto es el Mal. por eso los más artistas son los más buenos. Los malos odian la Belleza.
El mal es poliforme. ¡Con cuántos trajes, con cuántos rostros, con cuántas cosas se disfraza! Es menester conocer el mal, saber cuáles y cuántas son sus trapacerías y los medios de que dispone, para evitarlo y vencerlo. Siempre el mal se ensaña en lo que más amamos, en lo más íntimo, en lo más bueno. Nuestro ángel tutelar nos ofrece siempre nuevas ideas, como una abuelita cariñosa nos ofrecía de niños un juguete o una fruta madura. Y allí está el mal para quitárnosla.
Yo iba anoche por la calle de Guadalupe. Desde lejos vi la tétrica torrecilla que domina la cárcel; un farol cabeceaba como zamba vieja que rezara el rosario; un policía adormilado saludaba a invisibles personajes, recostado sobre un poste. De pronto vino a mi imaginación un cuento, la idea de un fantástico cuento cuyo protagonista era un encarcelado. Recreábame ya con la idea de llegar a mi casa y ponerlo en las carillas blancas, febrilmente, con esa vehemencia con la cual cogemos un amor nuevo y soñaba, encantado, con poner la última palabra del cuento; releerlo, con esa íntima complacencia con que, después del beso, contemplamos el rostro de la mujer que nos lo ha recibido. Mas he aquí que, pasando ya por la puerta de la cárcel, y cuando trataba yo de fijar la esencia del cuadro y aprisionar los valores sugerentes, fundamentales, de mi sensación, siento que unas como patitas finas van tras de mí. Vuelvo la cara y veo un perrillo. No un perrillo negro de ojos encendidos como es menester que sean los perrillos en los cuentos fantásticos, sino un vil perro manchado de color, ni sucio ni limpio, ni trágico ni vulgar, un perro así, ordinario, adocenado, burgués, un perro sin trascendencia metafísica y sin sugerencias espirituales. En suma, lo que puede ser un perro que pasa por la calle de Guadalupe a las dos de la mañana…
Por ser tan anodino este can me interesó. No estaba famélico porque no husmeaba ni adulaba; no estaba triste porque no se dolía; no buscaba lecho porque su cola era altiva como un airón. Era un perro subjetivo, un simple especulador de la noche, que iba apaciblemente a su casa. Un perro que, sin duda, pensaba y a quien yo con mis pasos había interrumpido en sus meditaciones, era un perro despreocupado como yo de la vida de relación.
Resolví seguirle. El perrillo pareció darse cuenta de mi propósito y apuró el paso. Volvía de vez en cuando su cabecita pequeña como un puño y que, por la forma, me parecía un corazón humano, aunque por la color blanquizca y manchada dijérase un pepino. Y seguía caminando: tac tac tac tac tac tac… Llegamos sujeto y perro a la plazoleta donde rodeados de jardines hay dos observatorios trascendentales y que yo motejo:”la plazuela del misterio” porque en uno de ellos se observa con telescopio el estrellado cielo y en el otro, con microscopio, el mundo celular. El perrillo llegó hasta el jardín sin rejas y empezó a embromarme. Indudablemente, decía yo, sugestionado por la hora, este perrillo tiene una cita y se obstina en que yo no me entere. Quería desorientarme. Ora se alejaba como insinuándome igual procedimiento. Ora hacíase el dormido como invitándome al sueño. Valíase de todos los métodos de que dispone un perro a las dos y media de la mañana para deshacerse de un transeúnte importuno, que no son los mismos medios de que se vale un transeúnte para deshacerse de un perro que, a la misma hora, le importuna. Los del perro son más asiáticos, más finos, más cortesanos y protocolares métodos.
En este punto mi narración flaquea y he de valerme de otros métodos expresivos porque la historia se complica. Recurriré a un método más breve:
2 y 30 de la mañana
El perro se oculta en un macizo decorativo del pequeño parque y ladra en la sombra. Por la esquina del Observatorio cae algo como una piedra. En el cielo la Cruz del Sur, radiante, se acerca a las copas de los árboles de la Alameda Grau.
2 y 35 de la mañana
El perro no sale. Hay un silencio tan grande que siento el ruido lejano de las estrellas que giran. Ensayo un método para que el perro surja. Si yo logro dar con su nombre (como el perro sabe que lo ignoro) se desconcertará al sentirse llamar. Tal me ocurriría si en este momento el perro me dijera entre la sombra. ¡Abrahaaaaaam!
2 y 43 de la mañana
El método de llamar al perro por su nombre es de gran eficacia. Pero ¿cómo se llamará este perro? Un perro flaco… no; flaco tampoco, metido en carnes, de color manchado, ni harto ni hambriento… “¡Capitán!” ¿Se llamará “Capitán”? Nosotros teníamos en Pisco un perro que se llamaba “Capitán”. No. En estos tiempos de pangermanismo nadie le da a su perro el grado de “capitán”. ¿Se llamará “Mariscal”? Lo más natural es que un perro se llame “Pipón”. Pero este es perro, por su catadura, de casa de vecindad. Un perro de casa de vecindad no puede llamarse “Pipón”. Si le dijera “Capulí”… ¿”Capulí”? ¿Y si se llamara “Napoleón”? También pudiera llamarse “Tonguito” o “Leonel”. “Leonel” es un bonito nombre. Parece un seudónimo de joven decente que escribiera mal… Si fuera un perro de señorita inglesa podría ensayar la palabra “Thim” o “Baby”, pero el subfijo “my” es indispensable y este perro no puede tener subfijo…
¡El perro no sale! ¿Se ha marchado? ¡Boby! ¡Thim! ¡Napoleón! ¡Capitán! ¡Tonguito! ¡Mariscal!
3 y 7 de la mañana
¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
3 y 12 de la mañana
La cruz del sur inclinada sobre los árboles de la alameda Grau, semeja una cruz en la portada de un cementerio abandonado.
3 y 15 de la mañana
—¿Qué hace usted aquí?
—Lo que me da la gana!
—Es que es prohibido…
—¿Es prohibido estar en una plazuela?
—Sí. Porque viene la patrulla…
—¡Qué tengo que ver yo con la patrulla! ¡Boby! ¡Napoleón! ¡Capitán!
—¿Quiénes son ésos?
—Un perro. Mi perro…
—Esos son varios perros.
—No, señor. Es un solo perro…
—Un solo perro y llamas a tres?…
—¿Qué es eso de llamas? ¿Usted sabe con quién habla?
—Sí. Con un ciudadano vago.
—¡Cachaco!
—Bueno. Vamos a la comisaría!
—¡Oh! ¡Vaya usted al demonio!
—Blanquito insolente!
—¿Blanquito yo? ¡Jajajá!…
—Da gracias que ya el mayor se fue a acostar!
—Me río en el mayor!…
4 menos un cuarto de la mañana
¡Mula! ¡Mula! ¡Putupum! ¡Pum! ¡Putupum! ¡Qué fastidio! La carreta de los muertos…
5 y 5 de la mañana
¿Dónde demonios he metido la llave?…
Y así fue como perdí el argumento de uno de mis cuentos
más bellos. Anoche el Mal se había disfrazado de perro y el perro me robó mis ideas. Sin embargo cuando yo os dije anoche me han asaltado, todos me interrogásteis “¿quién?”. A nadie se le ocurrió preguntarme “¿qué cosa?”.
miércoles, 22 de octubre de 2014
Poemas de Tereluz Carbonel Ramírez
Tras una Lectura
Algo cae sobre mí, que me despista
de las luces de la ciudad
alejándome del ruido transitar
de unos pasos caídos.
En la noche.. mientras leo,
Algo me dice al oído
que olvide los días que llegaste,
Algo me hace pensar que jamás
viniste a buscarme.
Puedo ver la soledad en las viejas calles
las cargas de la gente,
el llanto de las aves.
Entender como amé,
tus pies sobre la tierra,
y el viento sobre tu cabeza,
de las luces de la ciudad
alejándome del ruido transitar
de unos pasos caídos.
En la noche.. mientras leo,
Algo me dice al oído
que olvide los días que llegaste,
Algo me hace pensar que jamás
viniste a buscarme.
Puedo ver la soledad en las viejas calles
las cargas de la gente,
el llanto de las aves.
Entender como amé,
tus pies sobre la tierra,
y el viento sobre tu cabeza,
(Ay, Emily presiento tu angustia, y me acechan tus palabras)
Pesa dar al tiempo
La espera de un momento.
Francamente,
algo me impulsa
al deseo de llamarte
Pero miento,
si mi voz te anuncia,
es el eco de una hora pasada.
Ven, acércate
dejaré sobre la mesa,
el retrato de unos besos,
una flor algo marchita,
una copa con vino seco,
un tintero,
unas hojas,
y mi corazón en blanco.
La espera de un momento.
Francamente,
algo me impulsa
al deseo de llamarte
Pero miento,
si mi voz te anuncia,
es el eco de una hora pasada.
Ven, acércate
dejaré sobre la mesa,
el retrato de unos besos,
una flor algo marchita,
una copa con vino seco,
un tintero,
unas hojas,
y mi corazón en blanco.
Más Allá.
Más allá, donde el amor es
risueño
y la verdad no es pasajera,
se alza un beso.
Más allá, donde la pasión brota
y emerge el deseo,
pernocta el misterio quemándome las horas.
Más allá, donde el perdón promete,
y el silencio habita en medio de la espera.
revive un verso.
Más allá, donde te invoca el recuerdo
colgándose de la luna
diseño el bosquejo
de mi habitual soledad.
Más allá, donde el incierto no alcanza
y se abraza al miedo la locura de mis días,
se ensambla un olvido.
Más allá del equilibrio, y los golpes sin dolor,
más allá de la esperanza, de la lealtad,
de la razón.
Más allá de las piedras en el camino,
de los bosques, de los prados de azahares,
del cantar de los ángeles y las auroras boreales.
Más allá de los cetros derruidos
y las culturas conquistadas,
de los reinos gobernados
y las espadas caídas.
Más allá del mismo sol,
están las hebras de un corazón
hilándose con el fulgor de tus ojos;
bordando mi destino,
escribiendo una canción.
y la verdad no es pasajera,
se alza un beso.
Más allá, donde la pasión brota
y emerge el deseo,
pernocta el misterio quemándome las horas.
Más allá, donde el perdón promete,
y el silencio habita en medio de la espera.
revive un verso.
Más allá, donde te invoca el recuerdo
colgándose de la luna
diseño el bosquejo
de mi habitual soledad.
Más allá, donde el incierto no alcanza
y se abraza al miedo la locura de mis días,
se ensambla un olvido.
Más allá del equilibrio, y los golpes sin dolor,
más allá de la esperanza, de la lealtad,
de la razón.
Más allá de las piedras en el camino,
de los bosques, de los prados de azahares,
del cantar de los ángeles y las auroras boreales.
Más allá de los cetros derruidos
y las culturas conquistadas,
de los reinos gobernados
y las espadas caídas.
Más allá del mismo sol,
están las hebras de un corazón
hilándose con el fulgor de tus ojos;
bordando mi destino,
escribiendo una canción.
Luna
Quisiera, Luna, encontrarme en la plenitud
de tus noches.
Huir de mi, para aislarme en tu ser.
ser consciente y ampliarte en las pupilas,
Rebobinar tu imagen
y volver a nacer.
Quisiera, luna, ser tu espejo
Tus alas de hada,
tu vocecita calmada.
Poesía de un viernes,
de un cuarto menguante
donde el fresco de tu marea,
recorren mi cintura
remojan
mis pies.
Quisiera, luna, ser la estrella que te
adorna
el ciprés que te mece, la luz que te
alcanza
Quisiera ser, la constelación que te abraza
el gravitar de tus gestos, hasta el cielo
me alza
tu peñasco dulce, a las olas desplaza
y entre periodos intensos eclipsas mi piel.
Y entre periodos intensos, me calmas.
Quisiera, luna, ser tu cielo, y nacer.
martes, 21 de octubre de 2014
NUESTRA PRIMERA BANDERA, NO ES UNA BANDERA
Don José de San Martín dio un decreto el 20 de octubre de 1820, donde se especificaba nuestra primera bandera peruana. Según el decreto de esta fecha: “Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales; con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se eleven sobre un mar tranquilo. El escudo puede ser pintado, o bordado, pero conservando cada objeto sus colores: a saber, la corona de laurel ha de ser verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color oro; azul la parte superior que representa el firmamento; amarillo el sol con sus rayos; las montañas de un color pardo oscuro y el mar entre azul y verde.”
Abraham Valdelomar escribió una tradición sobre el origen de la primera bandera, que cuenta que estuvo inspirada en el sueño de José de San Martín, que había observado a las aves parihuanas de color blanquirojo. Esta historia es una ficción de Valdelomar.
Para comenzar, nuestra primera bandera fue en realidad un estandarte, o emblema vertical que reemplazaba al estandarte del rey que era paseado en Lima en fechas especiales.
La bandera tiene forma de aspa, símbolo de la cruz de San Andrés. La dinastía real española utilizó este símbolo.
San Martín quería una monarquía europea para el Perú, por eso se conservó el símbolo real en el primer estandarte.
Este primer estandarte fue realizado por José Arellano y el escudo de la bandera lo hizo Manuel Ramírez.
El diseño ha sido atribuido a un marino británico y pintor Charles Charcorthey Wood Taylor que vino en la armada libertadora.
Nuestro estandarte se convirtió en bandera a fines de 1821, pero tuvo una vida breve, pues fue cambiada por José Bernardo Tagle en 1822.
Por: Juan José Pacheco Ibarra
lunes, 20 de octubre de 2014
Interesante estudio literario de Arturo Bolívar, sobre la obra de Darío Vásquez Saldaña
Los
procesos crecientes de urbanización, confluencia social y mestizaje, así como los
avances comunicacionales del mundo de hoy, han producido, en las últimas décadas,
una gran eclosión literaria regional en nuestro país. Fenómeno nuevo en tanto, por primera vez, se
manifiesta un ascendente protagonismo popular, de sectores medios y medios
bajos (muchos docentes de escuela) como creadores y difusores. Si bien, con el
neoliberalismo, la mercantilización ha copado todo el espacio cultural oficial
y canónico, y ha normado una sociedad agreste e individualista, es en esta base
social emergente, el tradicionalmente
marginado y provinciano, en el que se han preservado auspiciosas las expresiones
literarias, las inquietudes culturales.
Por provenir de esa raíz de tradición oral, y mestiza y popular, esta
literatura ha preservado el naturalismo,
el vínculo vital con la realidad -deformados
por el costumbrismo o por indigenismo pasadista- pero, macerado por los nuevos
procesos sociales de cambio, se ha elevado hacia puntos de vista panorámicos y
críticos. Esa textura realista pero no ingenua, le ha distinguido también del
formalismo de la llamada “modernidad literaria” iniciada en la segunda mitad
del siglo XX en Latinoamérica, que a
veces ha sido letal en su influencia.
Nacido en el ambiente campesino de Piscoyacu, San Martín, en 1946, y profesor
de escuela, Darío Vásquez Saldaña es un representante digno y audaz de esta reveladora
y emergente literatura. En sus tres
libros publicados hasta ahora, Confesiones
de un caballo (2004), Nuevos relatos
amazónicos (2007) y El Tunchi
enamorado (2010), Vásquez Saldaña recorre, con el humor y la
picaresca popular muy amazónica, las vivencias y afanes cotidianos de los habitantes
de su zona de origen, en la Selva Alta peruana. Como un aplicado discípulo que
ha aprendido el arte de los cuenteros de su pueblo, o de los grandes
conversadores como el personaje don Diofanto Fonseca, Darío Vásquez plasma en
la escritura -y con la aguzada mirada que decíamos de los autores de esta
tendencia- lo que sus antecesores hacían, o aún hacen, oralmente.
Acontecimientos recurrentes de los pueblos son relatados por Darío
Vásquez con la sazón popular y particularidad de nuestros pueblos selváticos,
en los que están implicados los misteriosos y maravillosos mitos y leyendas
tradicionales, el habla de la región que, bajo la predominancia del castellano, se nutre de abundantes y mágicas
expresiones y palabras de origen quechua o de las lenguas nativas de la zona. Pero
además se reflejan las actividades
laborales, las costumbres, la idiosincrasia, los valores de las gentes.
En temas como el adulterio, por ejemplo,
la jocosidad se deriva de las habilidades
o astucias de los amantes para no ser
descubiertos, y en sus chascos. Así, en Shego,
de libro Nuevos relatos amazónicos, el amante, oculto en un árbol, imita a un
gallito madrugador para dar seguro aviso a la infiel, o, como en El Tunchi enamorado, del libro del mismo
título, el personaje se da maña para
imitar el lóbrego grito del Tunchi (un fantasma en la creencia popular) para alertar de su presencia a la
amada. O están atravesados de convicciones o creencias, así un cornudo tolerante
será compensado de fortuna futura, o simplemente superará a la larga ese mal
trance. La percepción del adulterio o de la infidelidad transcurre como la de
un pecado corriente, menor, del que ni mujer ni hombres están libres.
En el tratamiento de los temas siempre está, como aspecto que refleja la
crudeza y la picardía popular, las directas referencias carnales con sus
elementos procaces pero divertidos que se dan en los sonidos corporales, en las
situaciones inesperadas, en el doble sentido, en los malentendidos Nos revelan además, de manera zumbona,
ciertos comportamientos y psicología de las gentes como su inocultable erotismo y sensualidad, la
conducta desenfadada y, de manera subyacente, un machismo internalizado en su
cultura popular y tradicional. Las
festejadas aventuras sexuales puede llegar a su clímax, a veces lindantes con
el humor negro, cuando se abordan
ciertas costumbres de zoofilia (con animales domésticos) de los personajes de
la comunidad, principalmente jóvenes. Así ocurre en los cuentos Caldo de micarahua (del libro
Confesiones de un caballo) y en Los
yegueros (de Nuevos relatos amazónicos).
Con el mismo tono son abordados muchos otros temas pueblerinos, como las
escenas divertidas y sorprendentes a raíz del hurto que se produce entre
vecinos; la sorna y el sarcasmo provocadas por el sentido escatológico que se
da a nombres de raíces quechuas o de lengua nativa que llevan pueblos o personas (así en el relato Pucacaca vs Cacatachi , o en Ismael Isminio, del libro Confesiones
para un caballo); o los relatos que
revelan la fuerza inapelable de lo ancestral, como en Por diez
soles, de Nuevos relatos amazónicos, en el que sólo el brujo es capaz,
apelando a una pócima, asequible y barata, de curar a un enfermo desahuciado
por la medicina moderna.
Otro tema es la entrañable comunión que tiene el hombre de campo con sus animales, hasta humanizarlos, como en
el cuento Confesiones de un caballo
del libro del mismo título, o como el fabuloso y enternecedor relato, narrado
en tono autobiográfico, El Cholo, de Nuevos
relatos amazónicos, inspirado en la
capacidad increíble de fidelidad y sentimiento de amor demostrado por el
caballo hacia su amo. “En la fidelidad de un amigo o hasta en la de un
pariente, siempre cabe alguna duda; en la del animal, nunca”, reflexiona el
protagonista en una parte, y recordando un aserto dice, “el animal no sabe
mentir”. Relato en donde el autor revela una veta de subjetividad, de
nostalgia, de exploración de la sensibilidad humana y, acaso, de la inextricable
e inquietante sensibilidad animal.
Pero sus historias adquieren una dimensión todavía mayor cuando se ven
imbricados, con más proclividad, de un elemento profundo de su región de
origen: los mitos, o las leyendas y creencias, de la tradición nativa o comunal. El
bufeo o los yacurunas son los personajes mitológicos recurrentes, comparecen como beldades irresistibles, sin son hembras, a
la voluptuosidad del hombre de la selva, como en La pusanga (Nuevos
relatos amazónicos), o si son machos, como elegantes conquistadores y
aventureros, como en Al duelo por una morocha (de El Tunchi enamorado). En la
creencia tradicional estos son seres de una dimensión trascendente, la aventura
sexual con éstas, con las “bufeos” o las “ninfas amazónicas”, tienen una
connotación supra humana y de ensoñación. Son una comunidad de seres que viven
en sus palacios en las profundidades del río y que, dadas las circunstancias,
seducen y raptan para perder a sus víctimas en las profundidades del agua. En
el cuento La Reina del Yacuruna, una
adolescente que cae al río es raptada por éstos, uno la pretende para casarla
con su heredero. Cuando la muchacha emerge
del río en hombros de un yacuruna transfigurado en un “neptúneo anciano,
pucacho y calvo”, ella misma anuncia a su familia que no sufran más, que no la
olviden pero que convivirá con ellos para siempre. Sólo el brujo de la
comunidad es el que puede tener algún conocimiento, o un vínculo de
comunicación, con esta misteriosa comunidad yacuruna.
Toda esta mitología nos revela la cosmovisión del hombre selvático, su
relación con la naturaleza, la que por serle pródiga y vital, le merece
profundo amor, pero por serle insondable a la vez, le intriga y le teme; tiene
una profunda comunión con ella y le es indeciblemente atractiva, pero a la vez está
llena de misterios y sorpresas, por lo
que no se puede actuar con temeridad ante ella ni dañarla. El fantástico relato El arpón (Nuevos relatos amazónicos) abona
también en esa dirección, no se puede dañar la naturaleza, en su defecto la
tienes que restañar, que reparar. En
este cuento, los yacurunas, transfigurados en figuras humanas –policías-,
conminan a un nativo –que había herido a un bufeo con un arpón- llevándolo con engaños a que cure a un
policía herido, quien resulta ser el bufeo que éste había dañado.
En ese mismo sentido de la visión de una naturaleza misteriosa pero
viva, capaz de responder y defenderse, se cuenta por ejemplo el de un ser llamado
Chullachaqui, un duende, en la memoria popular, cuya misión es la de liberar o
sanar a animales silvestres heridos o en peligro. Así, en el relato Por ambicioso (de El Tunchi enamorado),
el protagonista, un apremiado profesor que va de caza para compensar su magro
sueldo, no se detiene y va tras una y otra presa, pero descubre, extrañado, que
las piezas cazadas y dejadas cerca, una a una han ido desapareciendo de manera
inexplicable, por lo que regresa espantado al pueblo, sabe que no le han sido
arrebatadas por mano humana, es el Chullachaqui.
En
esta línea, uno de los mejores relatos es
El Piñón (Nuevos relatos amazónicos), por la riqueza –y el hilarante sarcasmo-
con que captura los ritos y creencias populares, esta vez del sustrato mestizo,
de la influencia religiosa hispánica, como son la cantidad recreada e inventada
de santos patrones de los pueblos, hasta para cada inquietud y necesidad popular.
El San Piñón a que alude el cuento se origina de una figurilla de madera
hallada por casualidad debajo de una planta de piñón, que la fe popular
convirtió en un santo milagroso a pedido. Si en los relatos mitológicos o de
las creencias de influencia nativa el autor denota el asombro, la profundidad que
éstas evocan, en lo referente a las creencias religiosas de la herencia
española, el autor deja entrever una inocultable ironía e irreverencia. “Quiere
decir que de habérsele encontrado en un papayo, en un plátano… hoy tendríamos
una Santa Papaya , un San Plátano…”, le
dice el protagonista –un osado muchacho- a su creyente y católica tía, que
estalla en ira.
De los tres libros publicados por Darío Vásquez es en Nuevos relatos
amazónicos donde esta diversidad temática está mejor repartida y quizás este
libro resume mejor su valioso aporte literario.
Una
última temática que autores de esta tendencia narrativa tampoco han evadido –y
donde ponen a prueba su sino crítico y progresista- es cuando abordan el tema
doloroso de la violencia armada sufrida
en las décadas de los 80 en sus regiones. Si esa corriente de la literatura andina
que se había ocupado de la “guerra interna”, la heredera de la llamada
“literatura moderna latinoamericana”, había devenido –con la sutileza de su
estilo- algo ambigua en la visión política de lo acontecido, o mesiánica en el
peor de los casos, la literatura que representa Darío Vásquez Saldaña entona
mejor con la realidad padecida por el pueblo y con sus aspiraciones de cambio y
de progreso. En Revivir (Nuevos
relatos amazónicos), el protagonista, un profesor de origen campesino, que ha
devenido alcalde del pueblo, se niega renunciar a su cargo ante las amenazas
del grupo subversivo a quienes les
responde “he sido elegido por mi pueblo, aquí tengo mis alumnos, mi familia, mi
propiedad…”. En la carta que escribe a un amigo, luego de haber salvado
milagrosamente la vida, dice el personaje “Todas las víctimas del terror de esa zona
eran gente humilde del pueblo cuyo único delito fue negarse a colaborar y ser
partícipes de su ideología. A tal grado había llegado la sevicia que, con el
aberrante mote de justicia popular, hasta los sacavuelterillos de tres al
cuarto, antes de recibir el tiro de gracia, tenían que sufrir la castración…”.
Los personajes que relatan en primera persona estos hechos, a través de
una carta como el protagonista de Revivir,
o por medio del recuerdo, como en Poderoso
Pawá, (de El Tunchi emamorado), no
son de las élites provincianas, sino, al contrario, profesores de la zona muy
ligados a la comunidad donde han ido a trabajar y con un grado de conciencia
social. En Revivir el protagonista
dice “Ninguna idea que pretenda la elevación del hombre puede sustentarse en la
perversidad. Su nefasta ideología y sus abominables métodos me repugnan”. Por eso con igual o más fuerza denuncian la letal
intervención de las fuerzas armadas del Estado tras los hechos subversivos. En Poderoso Pawá, el protagonista, otro
profesor lugareño dice, “Lo que siguió a la instalación del campamento militar
cercano a la localidad de Tambopata, fue aún peor… Las orillas del río y de la
carretera se convirtieron en una macabra exhibición rutinaria de cadáveres
abandonados”.
Si bien en los textos últimos mencionados,
por la complejidad del tema, el relato puede haber discurrido por momentos un
poco expositivo, nunca deviene pobre o maniqueo, pues está protegido raigalmente
por la realidad vivida; puede sí denotar una literatura testimonial y, en ese
sentido, evidencia su riqueza y su verdad; como ocurre, por lo demás, en todos
los relatos de este auténtico representante de la narrativa peruana actual.
Por: Arturo Bolívar B.
Lima, Octubre de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Entrada destacada
LA LAGUNA ENCANTADA
Ya está establecido que todos los pueblos de la costa peruana son milenarios, aquí se establecieron los primeros peruanos, antes que Los I...
-
El sueño de Serapio Flores En el distrito de Santa Cruz de Flores, existía un niño solitario llamado Silverio, él era bondadoso, tiern...
-
Foto: Ambar Gavilán La palabra Saraja proviene de dos voces quechuas: Sara = maíz y acja=chicha, es decir, lugar donde se prepara...