lunes, 20 de octubre de 2014

Interesante estudio literario de Arturo Bolívar, sobre la obra de Darío Vásquez Saldaña

LOS RELATOS AMAZÓNICOS DE DARÍO VÁSQUEZ SALDAÑA




    Los procesos crecientes de urbanización, confluencia social y mestizaje, así como los avances comunicacionales del mundo de hoy, han producido, en las últimas décadas, una gran eclosión literaria regional en nuestro país.  Fenómeno nuevo en tanto, por primera vez, se manifiesta un ascendente protagonismo popular, de sectores medios y medios bajos (muchos docentes de escuela) como creadores y difusores. Si bien, con el neoliberalismo, la mercantilización ha copado todo el espacio cultural oficial y canónico, y ha normado una sociedad agreste e individualista, es en esta base social emergente, el  tradicionalmente marginado y provinciano, en el que se han preservado auspiciosas las expresiones literarias, las inquietudes culturales.
  Por provenir de esa raíz de tradición oral, y mestiza y popular, esta literatura ha preservado el  naturalismo, el vínculo vital con la realidad  -deformados por el costumbrismo o por indigenismo pasadista- pero, macerado por los nuevos procesos sociales de cambio, se ha elevado hacia puntos de vista panorámicos y críticos. Esa textura realista pero no ingenua, le ha distinguido también del formalismo de la llamada “modernidad literaria” iniciada en la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica, que  a veces ha sido letal en su influencia. 
   Nacido en el ambiente campesino de Piscoyacu, San Martín, en 1946, y profesor de escuela, Darío Vásquez Saldaña es un representante digno y audaz de esta reveladora y emergente literatura.  En sus tres libros publicados hasta ahora, Confesiones de un caballo (2004), Nuevos relatos amazónicos (2007) y El Tunchi enamorado (2010), Vásquez Saldaña recorre, con el humor  y  la picaresca popular muy amazónica, las vivencias y afanes cotidianos de los habitantes de su zona de origen, en la Selva Alta peruana. Como un aplicado discípulo que ha aprendido el arte de los cuenteros de su pueblo, o de los grandes conversadores como el personaje don Diofanto Fonseca, Darío Vásquez plasma en la escritura -y con la aguzada mirada que decíamos de los autores de esta tendencia- lo que sus antecesores hacían, o aún hacen, oralmente.
   Acontecimientos recurrentes de los pueblos son relatados por Darío Vásquez con la sazón popular y particularidad de nuestros pueblos selváticos, en los que están implicados los misteriosos y maravillosos mitos y leyendas tradicionales, el habla de la región que, bajo la predominancia del  castellano, se nutre de abundantes y mágicas expresiones y palabras de origen quechua o de las lenguas nativas de la zona. Pero además se reflejan  las actividades laborales, las costumbres, la idiosincrasia,  los valores de las gentes.
   En temas como el adulterio, por ejemplo,  la jocosidad se deriva  de las habilidades o astucias de los amantes  para no ser descubiertos, y en sus chascos. Así, en Shego, de libro Nuevos relatos amazónicos, el amante, oculto en un árbol, imita a un gallito madrugador para dar seguro aviso a la infiel, o, como en El Tunchi enamorado, del libro del mismo título, el personaje se da maña para imitar el lóbrego grito del Tunchi (un fantasma en la creencia popular) para alertar de su presencia a la amada. O están atravesados de convicciones o creencias, así un cornudo tolerante será compensado de fortuna futura, o simplemente superará a la larga ese mal trance. La percepción del adulterio o de la infidelidad transcurre como la de un pecado corriente, menor, del que ni mujer ni hombres están libres.
   En el tratamiento de los temas siempre está, como aspecto que refleja la crudeza y la picardía popular, las directas referencias carnales con sus elementos procaces pero divertidos que se dan en los sonidos corporales, en las situaciones inesperadas, en el doble sentido,  en los malentendidos  Nos revelan además, de manera zumbona, ciertos comportamientos y psicología de las gentes  como su inocultable erotismo y sensualidad, la conducta desenfadada y, de manera subyacente, un machismo internalizado en su cultura popular y tradicional.  Las festejadas aventuras sexuales puede llegar a su clímax, a veces lindantes con el humor negro,  cuando se abordan ciertas costumbres de zoofilia (con animales domésticos) de los personajes de la comunidad, principalmente jóvenes. Así ocurre en los cuentos Caldo de micarahua (del libro Confesiones de un caballo) y en Los yegueros (de Nuevos relatos amazónicos).
   Con el mismo tono son abordados muchos otros temas pueblerinos, como las escenas divertidas y sorprendentes a raíz del hurto que se produce entre vecinos; la sorna y el sarcasmo provocadas por el sentido escatológico que se da a nombres de raíces quechuas o de lengua nativa que llevan  pueblos o personas (así en el relato Pucacaca vs Cacatachi , o en Ismael Isminio, del libro Confesiones para un caballo); o los relatos que revelan la fuerza inapelable de lo ancestral, como en  Por diez soles, de Nuevos relatos amazónicos, en el que sólo el brujo es capaz, apelando a una pócima, asequible y barata, de curar a un enfermo desahuciado por la medicina moderna.
   Otro tema es la entrañable comunión que tiene el hombre de campo  con sus animales, hasta humanizarlos, como en el cuento Confesiones de un caballo del libro del mismo título, o como el fabuloso y enternecedor relato, narrado en tono autobiográfico, El Cholo, de Nuevos relatos amazónicos,  inspirado en la capacidad increíble de fidelidad y sentimiento de amor demostrado por el caballo hacia su amo. “En la fidelidad de un amigo o hasta en la de un pariente, siempre cabe alguna duda; en la del animal, nunca”, reflexiona el protagonista en una parte, y recordando un aserto dice, “el animal no sabe mentir”. Relato en donde el autor revela una veta de subjetividad, de nostalgia, de exploración de la sensibilidad humana y, acaso, de la inextricable e inquietante sensibilidad animal.
   Pero sus historias adquieren una dimensión todavía mayor cuando se ven imbricados, con más proclividad, de un elemento profundo de su región de origen: los mitos, o las leyendas y  creencias, de la tradición nativa o comunal. El bufeo o los yacurunas son los personajes mitológicos recurrentes, comparecen  como beldades irresistibles, sin son hembras, a la voluptuosidad del hombre de la selva, como en La pusanga (Nuevos relatos amazónicos), o si son machos, como elegantes conquistadores y aventureros, como en Al duelo por una  morocha (de El Tunchi enamorado). En la creencia tradicional estos son seres de una dimensión trascendente, la aventura sexual con éstas, con las “bufeos” o las “ninfas amazónicas”, tienen una connotación supra humana y de ensoñación. Son una comunidad de seres que viven en sus palacios en las profundidades del río y que, dadas las circunstancias, seducen y raptan para perder a sus víctimas en las profundidades del agua. En el cuento La Reina del Yacuruna, una adolescente que cae al río es raptada por éstos, uno la pretende para casarla con su heredero.  Cuando la muchacha emerge del río en hombros de un yacuruna transfigurado en un “neptúneo anciano, pucacho y calvo”, ella misma anuncia a su familia que no sufran más, que no la olviden pero que convivirá con ellos para siempre. Sólo el brujo de la comunidad es el que puede tener algún conocimiento, o un vínculo de comunicación, con esta misteriosa comunidad yacuruna.  
   Toda esta mitología nos revela la cosmovisión del hombre selvático, su relación con la naturaleza, la que por serle pródiga y vital, le merece profundo amor, pero por serle insondable a la vez, le intriga y le teme; tiene una profunda comunión con ella y le es indeciblemente atractiva, pero a la vez está llena de misterios  y sorpresas, por lo que no se puede actuar con temeridad ante ella  ni dañarla. El fantástico relato El arpón (Nuevos relatos amazónicos) abona también en esa dirección, no se puede dañar la naturaleza, en su defecto la tienes que restañar, que reparar.  En este cuento, los yacurunas, transfigurados en figuras humanas –policías-, conminan a un nativo –que había herido a un bufeo con un arpón-  llevándolo con engaños a que cure a un policía herido, quien resulta ser el bufeo que éste había dañado.
   En ese mismo sentido de la visión de una naturaleza misteriosa pero viva, capaz de responder y defenderse, se cuenta por ejemplo el de un ser llamado Chullachaqui, un duende, en la memoria popular, cuya misión es la de liberar o sanar a animales silvestres heridos o en peligro. Así, en el relato Por ambicioso (de El Tunchi enamorado), el protagonista, un apremiado profesor que va de caza para compensar su magro sueldo, no se detiene y va tras una y otra presa, pero descubre, extrañado, que las piezas cazadas y dejadas cerca, una a una han ido desapareciendo de manera inexplicable, por lo que regresa espantado al pueblo, sabe que no le han sido arrebatadas por mano humana, es el Chullachaqui.
   En esta línea, uno de los mejores relatos es El Piñón (Nuevos relatos amazónicos), por la riqueza –y el hilarante sarcasmo- con que captura los ritos y creencias populares, esta vez del sustrato mestizo, de la influencia religiosa hispánica, como son la cantidad recreada e inventada de santos patrones de los pueblos, hasta para cada inquietud y necesidad popular. El San Piñón a que alude el cuento se origina de una figurilla de madera hallada por casualidad debajo de una planta de piñón, que la fe popular convirtió en un santo milagroso a pedido. Si en los relatos mitológicos o de las creencias de influencia nativa el autor denota el asombro, la profundidad que éstas evocan, en lo referente a las creencias religiosas de la herencia española, el autor deja entrever una inocultable ironía e irreverencia. “Quiere decir que de habérsele encontrado en un papayo, en un plátano… hoy tendríamos una Santa Papaya ,  un San Plátano…”, le dice el protagonista –un osado muchacho- a su creyente y católica tía, que estalla en ira.
   De los tres libros publicados por Darío Vásquez es en Nuevos relatos amazónicos donde esta diversidad temática está mejor repartida y quizás este libro resume mejor su valioso aporte literario.
   Una última temática que autores de esta tendencia narrativa tampoco han evadido –y donde ponen a prueba su sino crítico y progresista- es cuando abordan el tema doloroso de la violencia  armada sufrida en las décadas de los 80 en sus regiones. Si esa corriente de la literatura andina que se había ocupado de la “guerra interna”, la heredera de la llamada “literatura moderna latinoamericana”, había devenido –con la sutileza de su estilo- algo ambigua en la visión política de lo acontecido, o mesiánica en el peor de los casos, la literatura que representa Darío Vásquez Saldaña entona mejor con la realidad padecida por el pueblo y con sus aspiraciones de cambio y de progreso. En Revivir (Nuevos relatos amazónicos), el protagonista, un profesor de origen campesino, que ha devenido alcalde del pueblo, se niega renunciar a su cargo ante las amenazas del grupo subversivo a quienes  les responde “he sido elegido por mi pueblo, aquí tengo mis alumnos, mi familia, mi propiedad…”. En la carta que escribe a un amigo, luego de haber salvado milagrosamente la vida, dice el personaje  “Todas las víctimas del terror de esa zona eran gente humilde del pueblo cuyo único delito fue negarse a colaborar y ser partícipes de su ideología. A tal grado había llegado la sevicia que, con el aberrante mote de justicia popular, hasta los sacavuelterillos de tres al cuarto, antes de recibir el tiro de gracia, tenían que sufrir la castración…”.
   Los personajes que relatan en primera persona estos hechos, a través de una carta como el protagonista de Revivir, o por medio del recuerdo, como en Poderoso Pawá,  (de El Tunchi emamorado), no son de las élites provincianas, sino, al contrario, profesores de la zona muy ligados a la comunidad donde han ido a trabajar y con un grado de conciencia social. En Revivir el protagonista dice “Ninguna idea que pretenda la elevación del hombre puede sustentarse en la perversidad. Su nefasta ideología y sus abominables métodos me repugnan”.  Por eso con igual o más fuerza denuncian la letal intervención de las fuerzas armadas del Estado tras los hechos subversivos. En Poderoso Pawá, el protagonista, otro profesor lugareño dice, “Lo que siguió a la instalación del campamento militar cercano a la localidad de Tambopata, fue aún peor… Las orillas del río y de la carretera se convirtieron en una macabra exhibición rutinaria de cadáveres abandonados”.
    Si bien en los textos últimos mencionados, por la complejidad del tema, el relato puede haber discurrido por momentos un poco expositivo, nunca deviene pobre o maniqueo, pues está protegido raigalmente por la realidad vivida; puede sí denotar una literatura testimonial y, en ese sentido, evidencia su riqueza y su verdad; como ocurre, por lo demás, en todos los relatos de este auténtico representante de la narrativa  peruana actual.

                                                                 Por: Arturo Bolívar B.

                                                                                                               Lima, Octubre de 2014

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