Los
procesos crecientes de urbanización, confluencia social y mestizaje, así como los
avances comunicacionales del mundo de hoy, han producido, en las últimas décadas,
una gran eclosión literaria regional en nuestro país. Fenómeno nuevo en tanto, por primera vez, se
manifiesta un ascendente protagonismo popular, de sectores medios y medios
bajos (muchos docentes de escuela) como creadores y difusores. Si bien, con el
neoliberalismo, la mercantilización ha copado todo el espacio cultural oficial
y canónico, y ha normado una sociedad agreste e individualista, es en esta base
social emergente, el tradicionalmente
marginado y provinciano, en el que se han preservado auspiciosas las expresiones
literarias, las inquietudes culturales.
Por provenir de esa raíz de tradición oral, y mestiza y popular, esta
literatura ha preservado el naturalismo,
el vínculo vital con la realidad -deformados
por el costumbrismo o por indigenismo pasadista- pero, macerado por los nuevos
procesos sociales de cambio, se ha elevado hacia puntos de vista panorámicos y
críticos. Esa textura realista pero no ingenua, le ha distinguido también del
formalismo de la llamada “modernidad literaria” iniciada en la segunda mitad
del siglo XX en Latinoamérica, que a
veces ha sido letal en su influencia.
Nacido en el ambiente campesino de Piscoyacu, San Martín, en 1946, y profesor
de escuela, Darío Vásquez Saldaña es un representante digno y audaz de esta reveladora
y emergente literatura. En sus tres
libros publicados hasta ahora, Confesiones
de un caballo (2004), Nuevos relatos
amazónicos (2007) y El Tunchi
enamorado (2010), Vásquez Saldaña recorre, con el humor y la
picaresca popular muy amazónica, las vivencias y afanes cotidianos de los habitantes
de su zona de origen, en la Selva Alta peruana. Como un aplicado discípulo que
ha aprendido el arte de los cuenteros de su pueblo, o de los grandes
conversadores como el personaje don Diofanto Fonseca, Darío Vásquez plasma en
la escritura -y con la aguzada mirada que decíamos de los autores de esta
tendencia- lo que sus antecesores hacían, o aún hacen, oralmente.
Acontecimientos recurrentes de los pueblos son relatados por Darío
Vásquez con la sazón popular y particularidad de nuestros pueblos selváticos,
en los que están implicados los misteriosos y maravillosos mitos y leyendas
tradicionales, el habla de la región que, bajo la predominancia del castellano, se nutre de abundantes y mágicas
expresiones y palabras de origen quechua o de las lenguas nativas de la zona. Pero
además se reflejan las actividades
laborales, las costumbres, la idiosincrasia, los valores de las gentes.
En temas como el adulterio, por ejemplo,
la jocosidad se deriva de las habilidades
o astucias de los amantes para no ser
descubiertos, y en sus chascos. Así, en Shego,
de libro Nuevos relatos amazónicos, el amante, oculto en un árbol, imita a un
gallito madrugador para dar seguro aviso a la infiel, o, como en El Tunchi enamorado, del libro del mismo
título, el personaje se da maña para
imitar el lóbrego grito del Tunchi (un fantasma en la creencia popular) para alertar de su presencia a la
amada. O están atravesados de convicciones o creencias, así un cornudo tolerante
será compensado de fortuna futura, o simplemente superará a la larga ese mal
trance. La percepción del adulterio o de la infidelidad transcurre como la de
un pecado corriente, menor, del que ni mujer ni hombres están libres.
En el tratamiento de los temas siempre está, como aspecto que refleja la
crudeza y la picardía popular, las directas referencias carnales con sus
elementos procaces pero divertidos que se dan en los sonidos corporales, en las
situaciones inesperadas, en el doble sentido, en los malentendidos Nos revelan además, de manera zumbona,
ciertos comportamientos y psicología de las gentes como su inocultable erotismo y sensualidad, la
conducta desenfadada y, de manera subyacente, un machismo internalizado en su
cultura popular y tradicional. Las
festejadas aventuras sexuales puede llegar a su clímax, a veces lindantes con
el humor negro, cuando se abordan
ciertas costumbres de zoofilia (con animales domésticos) de los personajes de
la comunidad, principalmente jóvenes. Así ocurre en los cuentos Caldo de micarahua (del libro
Confesiones de un caballo) y en Los
yegueros (de Nuevos relatos amazónicos).
Con el mismo tono son abordados muchos otros temas pueblerinos, como las
escenas divertidas y sorprendentes a raíz del hurto que se produce entre
vecinos; la sorna y el sarcasmo provocadas por el sentido escatológico que se
da a nombres de raíces quechuas o de lengua nativa que llevan pueblos o personas (así en el relato Pucacaca vs Cacatachi , o en Ismael Isminio, del libro Confesiones
para un caballo); o los relatos que
revelan la fuerza inapelable de lo ancestral, como en Por diez
soles, de Nuevos relatos amazónicos, en el que sólo el brujo es capaz,
apelando a una pócima, asequible y barata, de curar a un enfermo desahuciado
por la medicina moderna.
Otro tema es la entrañable comunión que tiene el hombre de campo con sus animales, hasta humanizarlos, como en
el cuento Confesiones de un caballo
del libro del mismo título, o como el fabuloso y enternecedor relato, narrado
en tono autobiográfico, El Cholo, de Nuevos
relatos amazónicos, inspirado en la
capacidad increíble de fidelidad y sentimiento de amor demostrado por el
caballo hacia su amo. “En la fidelidad de un amigo o hasta en la de un
pariente, siempre cabe alguna duda; en la del animal, nunca”, reflexiona el
protagonista en una parte, y recordando un aserto dice, “el animal no sabe
mentir”. Relato en donde el autor revela una veta de subjetividad, de
nostalgia, de exploración de la sensibilidad humana y, acaso, de la inextricable
e inquietante sensibilidad animal.
Pero sus historias adquieren una dimensión todavía mayor cuando se ven
imbricados, con más proclividad, de un elemento profundo de su región de
origen: los mitos, o las leyendas y creencias, de la tradición nativa o comunal. El
bufeo o los yacurunas son los personajes mitológicos recurrentes, comparecen como beldades irresistibles, sin son hembras, a
la voluptuosidad del hombre de la selva, como en La pusanga (Nuevos
relatos amazónicos), o si son machos, como elegantes conquistadores y
aventureros, como en Al duelo por una morocha (de El Tunchi enamorado). En la
creencia tradicional estos son seres de una dimensión trascendente, la aventura
sexual con éstas, con las “bufeos” o las “ninfas amazónicas”, tienen una
connotación supra humana y de ensoñación. Son una comunidad de seres que viven
en sus palacios en las profundidades del río y que, dadas las circunstancias,
seducen y raptan para perder a sus víctimas en las profundidades del agua. En
el cuento La Reina del Yacuruna, una
adolescente que cae al río es raptada por éstos, uno la pretende para casarla
con su heredero. Cuando la muchacha emerge
del río en hombros de un yacuruna transfigurado en un “neptúneo anciano,
pucacho y calvo”, ella misma anuncia a su familia que no sufran más, que no la
olviden pero que convivirá con ellos para siempre. Sólo el brujo de la
comunidad es el que puede tener algún conocimiento, o un vínculo de
comunicación, con esta misteriosa comunidad yacuruna.
Toda esta mitología nos revela la cosmovisión del hombre selvático, su
relación con la naturaleza, la que por serle pródiga y vital, le merece
profundo amor, pero por serle insondable a la vez, le intriga y le teme; tiene
una profunda comunión con ella y le es indeciblemente atractiva, pero a la vez está
llena de misterios y sorpresas, por lo
que no se puede actuar con temeridad ante ella ni dañarla. El fantástico relato El arpón (Nuevos relatos amazónicos) abona
también en esa dirección, no se puede dañar la naturaleza, en su defecto la
tienes que restañar, que reparar. En
este cuento, los yacurunas, transfigurados en figuras humanas –policías-,
conminan a un nativo –que había herido a un bufeo con un arpón- llevándolo con engaños a que cure a un
policía herido, quien resulta ser el bufeo que éste había dañado.
En ese mismo sentido de la visión de una naturaleza misteriosa pero
viva, capaz de responder y defenderse, se cuenta por ejemplo el de un ser llamado
Chullachaqui, un duende, en la memoria popular, cuya misión es la de liberar o
sanar a animales silvestres heridos o en peligro. Así, en el relato Por ambicioso (de El Tunchi enamorado),
el protagonista, un apremiado profesor que va de caza para compensar su magro
sueldo, no se detiene y va tras una y otra presa, pero descubre, extrañado, que
las piezas cazadas y dejadas cerca, una a una han ido desapareciendo de manera
inexplicable, por lo que regresa espantado al pueblo, sabe que no le han sido
arrebatadas por mano humana, es el Chullachaqui.
En
esta línea, uno de los mejores relatos es
El Piñón (Nuevos relatos amazónicos), por la riqueza –y el hilarante sarcasmo-
con que captura los ritos y creencias populares, esta vez del sustrato mestizo,
de la influencia religiosa hispánica, como son la cantidad recreada e inventada
de santos patrones de los pueblos, hasta para cada inquietud y necesidad popular.
El San Piñón a que alude el cuento se origina de una figurilla de madera
hallada por casualidad debajo de una planta de piñón, que la fe popular
convirtió en un santo milagroso a pedido. Si en los relatos mitológicos o de
las creencias de influencia nativa el autor denota el asombro, la profundidad que
éstas evocan, en lo referente a las creencias religiosas de la herencia
española, el autor deja entrever una inocultable ironía e irreverencia. “Quiere
decir que de habérsele encontrado en un papayo, en un plátano… hoy tendríamos
una Santa Papaya , un San Plátano…”, le
dice el protagonista –un osado muchacho- a su creyente y católica tía, que
estalla en ira.
De los tres libros publicados por Darío Vásquez es en Nuevos relatos
amazónicos donde esta diversidad temática está mejor repartida y quizás este
libro resume mejor su valioso aporte literario.
Una
última temática que autores de esta tendencia narrativa tampoco han evadido –y
donde ponen a prueba su sino crítico y progresista- es cuando abordan el tema
doloroso de la violencia armada sufrida
en las décadas de los 80 en sus regiones. Si esa corriente de la literatura andina
que se había ocupado de la “guerra interna”, la heredera de la llamada
“literatura moderna latinoamericana”, había devenido –con la sutileza de su
estilo- algo ambigua en la visión política de lo acontecido, o mesiánica en el
peor de los casos, la literatura que representa Darío Vásquez Saldaña entona
mejor con la realidad padecida por el pueblo y con sus aspiraciones de cambio y
de progreso. En Revivir (Nuevos
relatos amazónicos), el protagonista, un profesor de origen campesino, que ha
devenido alcalde del pueblo, se niega renunciar a su cargo ante las amenazas
del grupo subversivo a quienes les
responde “he sido elegido por mi pueblo, aquí tengo mis alumnos, mi familia, mi
propiedad…”. En la carta que escribe a un amigo, luego de haber salvado
milagrosamente la vida, dice el personaje “Todas las víctimas del terror de esa zona
eran gente humilde del pueblo cuyo único delito fue negarse a colaborar y ser
partícipes de su ideología. A tal grado había llegado la sevicia que, con el
aberrante mote de justicia popular, hasta los sacavuelterillos de tres al
cuarto, antes de recibir el tiro de gracia, tenían que sufrir la castración…”.
Los personajes que relatan en primera persona estos hechos, a través de
una carta como el protagonista de Revivir,
o por medio del recuerdo, como en Poderoso
Pawá, (de El Tunchi emamorado), no
son de las élites provincianas, sino, al contrario, profesores de la zona muy
ligados a la comunidad donde han ido a trabajar y con un grado de conciencia
social. En Revivir el protagonista
dice “Ninguna idea que pretenda la elevación del hombre puede sustentarse en la
perversidad. Su nefasta ideología y sus abominables métodos me repugnan”. Por eso con igual o más fuerza denuncian la letal
intervención de las fuerzas armadas del Estado tras los hechos subversivos. En Poderoso Pawá, el protagonista, otro
profesor lugareño dice, “Lo que siguió a la instalación del campamento militar
cercano a la localidad de Tambopata, fue aún peor… Las orillas del río y de la
carretera se convirtieron en una macabra exhibición rutinaria de cadáveres
abandonados”.
Si bien en los textos últimos mencionados,
por la complejidad del tema, el relato puede haber discurrido por momentos un
poco expositivo, nunca deviene pobre o maniqueo, pues está protegido raigalmente
por la realidad vivida; puede sí denotar una literatura testimonial y, en ese
sentido, evidencia su riqueza y su verdad; como ocurre, por lo demás, en todos
los relatos de este auténtico representante de la narrativa peruana actual.
Por: Arturo Bolívar B.
Lima, Octubre de 2014
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