Por: Roland FORGUES
"Él no estaba en ese instante, nunca lo estuvo, tal vez tampoco yo..." Leydy Loayza |
En octubre del 2019, la víspera de mi salida a Trujillo para ir a inaugurar la Feria Internacional del Libro de dicha ciudad, Eloy Jáuregui me obsequió en Lima un ejemplar de Cuerpo de agua, la novela que recién acababa de publicar su compañera Leydy Loayza con el sello de Estruendomudo (Lima, 2019). Le prometí leerla no bien tuviera un momento de tranquilidad. Y así lo he hecho en estos primeros días de enero escapando de la tiranía de las prioridades existenciales que el tiempo cronométrico nos impone en nuestros diarios quehaceres. La lectura no me ha defraudado y comparto aquí con los enamorados de la literatura algunas de las reflexiones que me ha inspirado.
1-Rol de los epígrafes
El libro se abre con dos epígrafes de Ernest Hemingway y de José María Arguedas.
El primero se refiere a la experiencia humana de la vida en general: “Quien ha empezado a vivir seriamente por dentro, empezó a vivir sencillamente por fuera”.
Y el segundo, sacado del poema “Que Guayasamín”, se centra en lo particular: “¿Desde qué tiempos se hicieron tus ojos que descubren / los mundos que no se ven,/ tus manos que el cielo incendian? / Escucha, ardiente hermano. / El tiempo del dolor, de los días que hieren./ de la noche que hace llorar, /del hombre que come hombres…”
Estos dos epígrafes nos proponen una orientación de lectura vuelta hacia la introspección al mismo tiempo que remiten a dos visiones de la literatura y a dos lugares de la acción: Perú, país de José María Arguedas y Cuba, donde Hemingway pasó numerosas temporadas y donde su presencia llena todavía el ambiente de los bares y calles de La Habana.
Si las palabras de Hemingway establecen un vínculo directo entre lo interior y lo exterior, las de Arguedas lo hacen de manera más sutil y encubierta mediante la recomposición de la realidad exterior vista a través de la realidad interior: la del pintor ecuatoriano Guayasamín a quien está dedicado el poema y del realismo social de sus cuadros y murales, visto por Arguedas.
Dos modos de proceder que no se contradicen sino que, al reunir lo general y lo particular, se completan para darnos una visión global y más completa de la realidad de los personajes y de la lógica de las acciones
2-Lìneas narrativas
Lógicamente este modo de proceder anuncia la estructuración del relato en torno a dos líneas narrativas.
La primera es una línea que podríamos calificar de realista en la cual se exponen los problemas económicos, sociales, políticos, jurídicos y humanos propios de la realidad peruana, ubicada en el contexto del capitalismo internacional, de la relación entre la costa y la sierra: Ica, Lima, Huancavelica, Pararuna. Esta línea permite la denuncia de los estragos del capitalismo en el Perú, con la acumulación de riqueza de los empresarios, la miseria de los trabajadores y despojo de los comuneros, las coimas, la corrupción del poder político, y sobre todo judicial, especialmente en los funestos tiempos del fujimorismo y del senderismo.
La segunda línea expone problemas de naturaleza más privada e íntima, vinculados a actividades en relación con la constitución de las utopías individuales: el sexo, el amor, el arte y la creación en el marco de utopías colectivas que las favorecen o las dificultan.
La primera está en relación con una realidad política, económica y social: el acaparamiento del agua de una laguna por parte de la compañía minera canadiense los Hostin. Estamos en una línea arguediana de escritura.
Involucra la lucha de la comunidad de Pararuna en la zona de Santa Clara, Huancavelica, y del río Yanamantra para defender la intangibilidad de la laguna contra la Minera, a través de su presidente Rosendo que cae asesinado.
El relato se abre con el descubrimiento del cadáver del dirigente comunero y se organiza en torno a la búsqueda de las pruebas que involucran La Minera en el asesinato, con la actuación de la viuda Leoncia, de la hija adolescente del difunto, Killari, y de una periodista de investigación, Alma, conductora de televisión y docente quien desempeña el papel de narradora.
Estas tres mujeres con el apoyo de distintos comparsas, pertenecientes al medio de la comunidad y del periodismo de investigación, se enfrentan a los personajes centrales de la Minera: el abogado y gerente Arrestegui, un hombre ya mayor de 48 años, del que se dice significativamente que es el Montesinos de la empresa, a quien se sospecha de ser el comanditario del asesinato y Moreno el fiscal corrupto del que se vale la compañía para adulterar las circunstancias y causas de la muerte del dirigente de la comunidad; y también a algunos compañeros comuneros que se han dejado corromper por la empresa.
La segunda línea es la de un amor entre Alma, periodista en La Prensa de Lima y Mauricio, escritor, docente, y periodista quien viaja frecuentemente a La Habana por motivos que no se aclaran del todo en la narración. Leydy Loayza deja voluntariamente en lo vago el rol de Mauricio en Cuba, llamado por un amigo Bernabé Foronda, un personaje extraño y aparentemente poco recomendable, para aplacar con sus artículos periodísticos la cólera de los Castro de la cual tampoco se precisan las razones. Esto permite que se mantenga implícitamente presente un soterrado cuestionamiento de la situación en Cuba
El trasfondo de esta línea narrativa es de algún modo la problemática de la creación, del poder de la palabra y del rol de los intelectuales, escritores y periodistas, enfrentados al poder en un ambiente de permanente sospecha, de espionaje y de peligro de muerte.
Este relato constituye una suerte de introspección de la personalidad humana que se da a través de dos temas centrales: el sexo y el erotismo:
“Debo reconocer que Mauricio en esas lides y en especial en aquel año, era mucho más delo que uno se imaginaba, sabía exactamente dónde tocar, dónde y en qué punto el cuerpo se estremece, sus dedos investigadores, naturalmente periodísticos, habían descubierto el goce pleno entre la punta de mis seños y el botón como él le llamaba al centro del clítoris, que exaltaba todo placer hasta hacerme decir basta, yo no estaba lejos de sus expectativas, sabía también cuál era el punto de los hombres, el movimiento de mi lengua nunca fue puesto en discusión, al contrario, y no sé si por simple instinto o mi afición por las películas porno, me había entrenado en la materia. No era tan normal que una mujer se haya explorado sexualmente y se permita disfrutar deliberadamente del sexo.”(p.48)
En esta línea de escritura cercana a Hemingway el tema de la liberación de la mujer que constituye el telón de fondo del relato oscila entre tradición y modernidad, sometimiento y liberación.
3-Nexo narrativo y desenlaces
El nexo narrativo entre ambas líneas es Alma, la narradora protagonista quien desempeña un rol protagónico indirecto en la primera con su papel de periodista de investigación en búsqueda de la verdad sobre el asesinato del dirigente comunero. Y un rol protagónico directo en la segunda con su relación con Mauricio, hombre ya mayor de más de 50 años, con quien entabla una relación erótica, que en varios momentos de su presentación aparece como una relación simbólicamente incestuosa de padre a hija,
Si bien el título “cuerpo de agua”, anuncia su fusión, y a pesar del nexo narrativo constituido por Alma, ambas líneas, de las cuales ella es narradora protagonista, se desarrollan de manera autónoma.
Detrás de los desenlaces sorprendentes se esconde, en última estancia, la clave del significado último de las líneas narrativas desarrolladas por la escritora iqueña.
En la primera el desenlace lo constituye la relación sexual entre Killari, la hija del dirigente asesinado, y Arrestegui el asesino del padre quien será a su vez asesinado en pleno orgasmo por la joven adolescente de quince años.
Si la relación sexual entre Killari y Arrestegui que clausura esta línea narrativa, nos viene inicialmente presentada como medio material de dar con la verdad, dicha motivación desaparece al final substituida por el puro deseo de venganza contrarrestado por la presencia del goce ;
“Estaba fuera de sí, con una ira incontrolable que sólo se aplacaba sintiéndose excitada y movida por el deseo de ser penetrada” (p.155)
Y desde este punto de vista vale la pena notar que la venganza no interviene en la primera relación sexual de la cual Killari es la iniciadora, sino días después en el momento de una nueva relación, totalmente injustificada en el marco de las primeras razones aludidas puesto que Alma y su compañera periodista ya tienen definitivamente solucionadas las circunstancias del asesinato del padre y la identidad de los actores y de los comanditarios. Lo cual confirma que la relación sexual y el asesinato pertenecen al registro de lo edípico y son puramente simbólicos.
El personaje de Killari, la “niña mujer” es ciertamente el que menos verosimilitud tiene en el marco de lo real por el contraste entre su juventud y la madurez de sus juicios y actitudes, como si tan sólo importara su función emblemática.
Así se explica que la escritora ponga ella misma énfasis en ese desfase, precisando a modo de advertencia en distintas oportunidades que, a pesar de ser niña, Killari se conduce como adulta, y mostrando al final que, a pesar de no haber recibido ninguna educación sexual, la muchacha se porta como una verdadera experta en materia erótica de tocamientos, felación y coito:
“Su apariencia denotaba la de una adolescente madura, sus ojos proyectaban el orden de las cosas, su modo de caminar era el de una mujer, sus pechos levantados calzando el vestido y el aleteo de sus piernas aún inocentes, su frescura de colegiala incitaron aún más las perturbadoras ideas del Dr. Arrestegui…” (p.153-154)
El desenlace de la segunda línea establece en un ambiente nebuloso cierta confusión entre el espía norteamericano Rizvan, El Palenque, y el hallazgo del cadáver de un desconocido que puede ser Mauricio de quien no se aclaran las circunstancias de la desaparición dejando que el lector opte por lo que más lo convenza: suicidio, rapto, desaparición y asesinato por los servicios de inteligencia cubanos
Ello lleva, al fin y al cabo, a que Alma se desentienda de Mauricio y asuma una vida propia, totalmente libre e independiente;
“De súbito me había quedado muda, ante sus conjeturas tenía una sola respuesta, pero no era capaz de decirla porque definitivamente provocaría que se marchase, en el fondo tampoco quería que se quedara, yo había construido un personaje abominable, capaz de masacrarme por mi indiferencia, por mi crueldad, lejos de amarle quería acabar con su presencia, sacarlo de la escena, adoraba que supiera tanto y que procurara siempre enseñarme cosas como Alberti, Lezama, Alejo Carpentier, la crónica. Lo que odiaba era que quisiera imponerme el estilo, el estilo de vida que yo no quería, que hablara del pasado y del futuro más que del presente, que olvidara que una mujer podía estarse sola o que siempre pensara que necesitaría de él” (p.159
Esa libertad se amalgama con el soterrado cuestionamiento de la realidad cubana:
“Apenas abrazaba las olas tranquilas del mar caribeño, bebía mojitos acostada en una hamaca sobre blancas arenas donde casi todo lo malo se olvida, bromeaba con los mozos y latinos que visitaban la isla, conocía su verdad tras la fachada revolucionaria que pintaba la historia, palpaba la tristeza de la gente de no darse la posibilidad de un viaje por el dinero escaso y los míseros salarios en La Habana, mis dedos no podían moverse a la misma velocidad, sentía en la cara un escozor incómodo, los brazos adormecidos, la mente en las últimas palabras de Mauricio en el Habana Libre, aquel apagón y la imposibilidad siempre hastiante de no poder retroceder el tiempo. ¿Se habría matado? ¿Me acusarían de haberlo matado? ¿Cómo regresar a Perú y contar esa historia? ¿Acaso jamás podría regresar?, él no estaba en ese instante, nunca lo estuvo, tal vez tampoco yo.”(p.165)
Al distender los vínculos entre ambos protagonistas, este final abre en última instancia un interrogante sobre la verdad humana y sentimental de las relaciones entre Alma y Mauricio.
4-La trinidad femenina: Leoncia, Alma, Killari
Lo haya querido o no Leydy Loayza, en el trío de personajes femeninos: Leoncia, Alma y Killari que representan de alguna manera las tres instancias del tiempo y de la historia: pasado, presente y futuro , se da en realidad, a imagen y semejanza de la sagrada trinidad cristiana del Tres en Uno, una visión global de la mujer que oscila entre tradición y modernidad, sometimiento al orden patriarcal y reivindicación feminista. El fenómeno afecta el campo de la realidad política, económica y social con Leoncia; el campo de la realidad cultural y psicológica con Alma; y el campo simbólico de la doble realidad exterior e interior, concreta y psicológica, con Killari.
Mujer del pueblo que no ha tenido la oportunidad de aprender a leer ni escribir, engañada por los representantes de la Minera y por las autoridades judiciales, Leoncia es el ejemplo mismo de la inteligencia y de la sabiduría populares que no han podido expresarse a causa de la pobreza.
Encarnación del pasado, la viuda Leoncia, al final, irá transformando le venganza individual en lucha colectiva en el seno de la comunidad, al retomar la bandera de su esposo asesinado en defensa de la laguna.
Alma, en cambio, es el emblema de la mujer del pueblo que, aunque pobre, ha tenido acceso a la educación y va sacando provecho de lo que ha aprendido para emanciparse de los tabúes morales, sociales y culturales, sin renegar de sus orígenes.
Pero a pesar de sus ansias y esfuerzos por ser una mujer totalmente liberada, ser dueña de su cuerpo especialmente en el campo sexual, Alma es una mujer que en varios aspectos permanece condicionada por una educación de tipo patriarcal. Lo revelan una serie de actitudes en su relación con Mauricio, como aquella del primer encuentro erótico, por ejemplo, en que, tras haberle hecho una felación a Mauricio se pregunta si está haciendo “lo correcto “. La duda frente a la legitimidad de la ruptura con la norma está, en el fondo, permanentemente presente en ella.
La opción escogida por Leydy Loayza de novelar la relación entre una mujer joven con un hombre mucho mayor se ajusta indudablemente a la norma social del orden patriarcal. Si bien no hubiera cambiado nada a su trasfondo edípico, la opción inversa de novelar la relación de un joven varón de 26 años, como tiene Alma, enamorándose de una mujer mucho mayor de 58 años como tiene Mauricio, y que ambos enamorados vivan una relación erótica y amorosa perfectamente armónica y feliz , dicha opción, digo, hubiera sido ciertamente más iconoclasta y contundente en el marco del cuestionamiento del orden patriarcal.
Sea lo que fuere, a pesar de la libertad con la cual Alma habla abiertamente del sexo y lo practica sin falsa pudibundez, detrás de la opción elegida se disimula un condicionamiento social y cultural probablemente de naturaleza inconsciente que de algún modo limita la ruptura con el tabú del sexo en el marco de la liberación de la mujer y de la igualdad entre varón y hembra.
Leydy Loayza lo reconoce ella misma implícitamente en este interesante comentario:
“Allí estaba otra vez Ana Karenina, Madame Bovary y Alma, al fin y al cabo, eran las mismas voces de mujeres que amaban locamente, que buscaban vivir intensamente recorriendo el hilo de su pasión, pero a diferencia de la protagonista de Tolstoï o de Flaubert, yo no podía mandar al diablo todo solo por sentirme amada, porque quizás estaba en ese estadio medio, tardando en darme cuenta que no necesitaba sentirme amada, porque finalmente el amor podía venir de mí misma.” (p.97)
La principiante, o por lo menos inexperimentada, Alma, encandilada por Mauricio tanto en el campo de la creación que motiva su encuentro con él, como en el campo del amor, se ve confrontada no a un personaje escritor y amante, sino a una mecánica escritural y erótica de naturaleza patriarcal. Ella misma lo deja implícitamente sentado en varias de sus anotaciones como las siguientes, por ejemplo: “…para él una mujer no deja, él es quien deja siempre” (p.17) . Mauricio es “un hombre brillante, pero enteramente solo, refugiado en su literatura, en su música, en su computador, en sus amigos, tremenda lista de amigos y amigas…” (p.52), y en la reiteración constante del calificativo “mujeriego” que se le aplica.
Se trata de una mecánica robotizada que busca fundamentalmente la performance tanto en el campo de la creación como en el del sexo. “Siempre sabía cómo manipularme”, dice elocuentemente Alma y el propio Mauricio confiesa que es •un “sexómano o sexópata, adicto al sexo” y se ha acostado con 347 mujeres, impresionante número en comparación con los “15 o 16” hombres con los cuales se ha acostado Alma.
Todo ocurre como si Mauricio fuera un personaje que va multiplicando las relaciones sexuales con las mujeres para colgarlas en su lista de piezas cobradas. Lo mismo podría decirse de su “tremenda” lista de amigos y amigas, según la califica Alma, que responde probablemente al mismo tipo de motivaciones, conscientes o inconscientes.
En el campo escritural lo confirman con meridiana claridad no sólo las referencias que hace Alma a sus habilidades de creador y periodista: “…Mauricio era extremadamente brillante, totalmente carismático […] Mauricio era uno de esos tipos que tenía barrio y a la vez un conocimiento cultivado de la literatura, la música, las gastronomía y de todo…” (p.42), sino el hecho de que se vea contratado en Casa de las Américas de Cuba para apaciguar la cólera de los Castro precisamente a través de su pluma.
En cuanto a Killari, ella es la representación simbólica de un futuro incierto que tiene que romper con el pasado encarnado por el padre:
“…el creía en absoluto el deseo de la niña, cerró los ojos y comenzó a frotar su miembro erecto contra sus muslos, ella lo introdujo despacio, cuidando que no la penetrara violentamente, contuvo la respiración y el dolor la perseguía desde que se introdujo por primera vez, pero era soportable comparado con el dolor de haber perdido a su padre, su padre, recordando ese momento. Killari sintió el grito del hombre que la penetraba extasiado de placer por desvirgarla […] El dolor había pasado y ahora sentía que finalmente estaba siendo ultrajada, violentada como lo fue su padre ante aquellos sujetos sin rostro, la sangre que corría por sus muslos, el rompimiento de su himen, su rostro compungido parecían no detener la excitación de Arrestegui…”(p.155-156)
Un futuro incierto, digo, y todavía por definir, según revela el goce que siente la “niña mujer” en una relación sexual que debe acabar con el pasado (el asesinato por ella misma del padre simbólico, encarnado por Arrestegui). Una relación sexual que, en el marco de lo real, contraviene a las reglas de la moral tradicional con la manifestación de aquello que se suele llamar el “síndrome de Estocolmo”, en el que la víctima de alguna manera se va acercando a su victimario, como sí en el caso presente el pasado no pudiera ser borrado definitivamente de la historia:
“Ella lo había provocado a sabiendas que era su debilidad, quería tenerlo entre sus manos y sabía que para eso vendrían muchos sacrificios, lo que extrañamente no le parecía: un sacrificio olvidando por un momento que probablemente era el asesino de su padre, sus caricias y esos besos eran algo que hacían estremecerla, las puntas de sus pezones se traslucían en la blusa blanca sin brasier que usaba esa mañana, sus mejillas rosadas y su boca llena de líquidos corporales la hacían tan deseable, sus piernas lozanas y sus nalgas apenas esculpidas” (p-143-144)
Si la problemática edípica encarnada en Killari remite al mismo tiempo a la necesidad de ruptura con el pasado y a la construcción del futuro a partir del presente encarnado por Alma, remite también á la complejidad del ser humano involucrado en una historia que lo sobrepasa.
Una historia que se confunde en la visión global y emblemática de la novela como “cuerpo de agua” con la “región más transparente del aire”, para decirlo con palabras de Carlos Fuentes, en la cual nos ha tocado nacer y vivir. Qué le vamos a hacer…
Conclusión
Si, como bien dice Vargas Llosa, la verdad de una novela no descansa en su adecuación con la realidad, sino en su poder de seducción, de convencimiento, creo que, a pesar de algunas inverosimilitudes e incongruencias narrativas, Cuerpo de agua cumple bastante bien con este requisito.
Con esta primera novela que completa una serie de relatos cortos anteriormente publicados, novela bien estructurada y agradable de leer por la calidad y sencillez a la vez de su lenguaje y estilo, por la fluidez de su ritmo y la soltura de los diálogos, Leydy Loayza viene a integrar con innegable oficio el rico panorama de la narrativa peruana actual, y más aún viene a ocupar un sitio notable en la narrativa escrita por mujeres.
[Couyou, enero del 2020]
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