jueves, 24 de noviembre de 2016

ÓSCAR GILBONIO, en Canción del Silencio.

Hoy llegó un mensaje, pienso que es un comentario atinado, recuerdo la construcción de la novela, lo vuelvo a leer y regresan al oído las canciones de la época, los espacios por donde camina Cirilo, la cárcel (...). Aquí la gran capacidad de síntesis y conocimiento de los problemas de la sociedad actual, ¡muchas gracias! Óscar Gilbonio.



Estimado Juan.


En primer lugar agradezco que me hicieras llegar un ejemplar de “Canción del silencio” y así conocer de tu escritura.
Estoy de acuerdo con las palabras de Jorge Luis Roncal que condensan el espíritu de la novela: “visceralmente comprometido con las vicisitudes de los despojados”. Un lector avisado puede descifrar lo que brilla entre líneas respecto a los ochenta. El niño que sería hijo de la poetisa Edith, transitando un fresco de ese periodo, pintado con signos y hechos significativos, identificables.
Emula la ternura que Arguedas profesa al campesinado. El Oscar del Tambor de Hojalata, es un niño de la guerra que no crece. El tuyo es uno hecho adulto por el conflicto. Es un personaje que desearíamos multiplicar porque representa una forma de esperanza, la madurez de una nación.


jueves, 10 de noviembre de 2016

HUACACHINA

ESTADÍSTICA

ica
En Suiza, 60,000 personas mueren cada año
por consumir tabaco.

En Alemania, 35,000 personas mueren cada año
por ataque al corazón.

En África, millones de seres humanos
mueren de hambre.

En el Perú, miles de seres humanos
mueren en las pistas.

Y aquí en Huacachina, soy el único ser humano
que se muere de amor por ti.





                                                         

PAREDES DE PALABRAS


                                                                                                             A José Vásquez Peña

Por entonces, yo, vivía cerca de un estadio de fútbol; los domingos iba con los amigos a alentar el equipo de barrio. No me agradaba ver que de 22 personas dependiera el estado de ánimo de mucha gente, iba porque me gustaba ver a la gente de mi barrio feliz; las banderolas, cánticos, la alegría que todos ellos no tienen de lunes a sábado me hacían sentir bien. Había terminado un libro de poemas: la lectura de los pocos libros que tenía en casa me llevaron a escribir las palabras que no encontraba en ellos. Empecé con un poema dedicado a la chica de la esquina, que luego rompí al verla con otro muchacho. A los cuadernos les arrancaba las carátulas y ponía mi nombre y el título del poemario, me hacía ilusiones de que mi foto aparecería en el manual que el ministerio de educación nos regalaba al iniciar el año escolar. Nunca leí mis poemas a nadie; en clases mientras el profesor de literatura nos aburría contándonos la vida de los escritores escribía en mi cuaderno verde todo lo se me venía a la mente.
Cuando terminé de escribir el libro, vi en el periódico un aviso de una imprenta. La tarde en la que fui a esa imprenta fue una de las más tristes de mi vida; el dinero que me pedían para la edición era tanto que nunca lo hubiera reunido aunque trabajase toda mi vida.
Fui a la plaza a escuchar la bulla de los carros y los pájaros en los ficus gritando de hambre, defecando en el aire; esa tarde los muros de la ciudad sin flores me parecieron tan horribles que quise pintarrajearlos con toda la ira que un pobre puede albergar.
El domingo llegó con sus cerbatanas, la llamada a las puertas de las casas para salir e ir al estadio; la tristeza que tenía contrastaba con la algarabía de la gente. Mientras caminaba por el arenal junto a los demás, pensaba si mi poesía valía el dinero que la imprenta pedía. Tendría que buscar la forma de publicar mis versos, yo quería aparecer en la foto de los libros que leía en las clases de mi colegio.
Cuando llegamos al estadio observé que sus paredes tenían propaganda política que nadie leía, pero que estaban ahí esperando la otra campaña para ser borradas. Entonces se me ocurrió una idea : pintar las paredes de poesía.
Tendría que pintar las paredes de noche. Lo primero era conseguir pintura. Un amigo me regaló la pintura sobrante de las refacciones que había hecho en su casa. Empecé lunes 1, hasta ahora recuerdo el miedo que sentía por si se aparecería el vigilante o algún hampón. Las manos me sudaban, pero logré terminar rápidamente el primer poema, la pared silenciosa guardaba en su cuerpo las letras de mi cabeza:
Las nubes son las cartas
que envía la luna al sol
un cometa es un beso
volado del sol a la luna.
A la primera pinta la gente ni siquiera miraba de reojo la pared, pero a medida que iban apareciendo cambiando la fachada del estadio, pensaron que se trataba de una iniciativa de la municipalidad, o que algún colegio de la zona en una campaña a favor de la lectura había pintado las paredes.
La gente se paraba en el camino para leer, incluso los ómnibus que iban a la ciudad detenían lentamente su marcha ante la insistencia de los pasajeros que querían leer los poemas. Cada domingo, el comentario de la gente era de quién había escrito los poemas, algunos reían cuando se acordaban de ellos.
Ese año para sorpresa mía, el equipo de mi barrio salió campeón en la liga del distrito. Tuvimos que ir a otros estadios a alentar a los muchachos, y otros equipos tuvieron que venir al nuestro. Mientras hacían cola para entrar, leían los poemas, algunos reían, otros mas osados decían que eran cojudeces que se le habían ocurrido al alcalde.
El equipo seguía avanzando y la fama de los escritos iba a la par con él. Así fue avanzando mi libro, poco a poco se hizo parte del paisaje mental de la gente y del estadio; creo que las paredes estaban más a gusto con mis poemas que con las pintas que hacían los políticos cada vez que habían elecciones.
Tuve miedo de escribir los versos que le dediqué a mi madre porque estaba seguro de que ella al escuchar que hablaban sobre su hijo iba a delatarme, pero lo hice y puse:
Una vez una mujer
Me pidió un poema
y yo le di un espejo.
El equipo pasó a la etapa regional venciendo a todo rival con el que jugaba. Se enfrentaron a cuadros de Ayacucho y Huancavelica. Las gentes de esos lugares al llegar para hacer barra, sufrían la misma sensación de los demás visitantes al mirar los poemas. Que bueno que el alcalde haga esto, pero cómo se llamará el poeta que los ha escrito, será tradición popular.
El equipo pasó la etapa nacional. El alcalde del distrito, e incluso el de Ica venían al estadio. En toda la ciudad se hablaba del equipo de mi barrio y sus jugadores. Una ilusión se había posesionado del distrito.. Todo el mundo felicitaba al alcalde por darle a las paredes del estadio un marco cultural, por educar al pueblo. Al terminar los relatos de los partidos, los periodistas no solo se referían al triunfo de nuestro equipo, sino que decían: desde el estadio de los Molinos el único estadio cultural del Perú, transmitió para ustedes radio Saraja.
Llegamos a ganar la copa Perú. Ese año la gente de mi barrio se volvió loca cuando escuchamos por radio que el Atlético Pallares Verdes, había superado en calidad de visitante al César Vallejo de Trujillo, y que debido a este triunfo el departamento de Ica tenía otra vez fútbol profesional. Salimos a las calles a festejar el triunfo. Yo era poeta, no sabía alegrarme de esos triunfos, pero me sentía feliz por las caras felices de mis amigos, por la señora Josefa que vendió muchas cervezas esa noche, porque en un barrio pobre se pudiese celebrar con esa intensidad, olvidar que a veces se tenía que sacrificar un día de paga para comprar la entrada al estadio los domingos. Eso me alegraba, no me importaba que después vinieran jugadores de Lima a quitarles el puesto a José el defensa, que luego de jugar tenía que ir a amasar el pan en la panadería del presidente del club, o que a la estrella del equipo. Gabo que hacía goles hasta con las orejas, los jugadores que botaban del Alianza, o la U, lo dejaran sin trabajo. En ese instante no me importaba nada, solo la alegría que se celebra de verdad: la alegría de todos.
Cuando los chicos regresaron les hicimos una gran recepción, por supuesto que en el barrio, no en Ica, por que ahí hasta el presidente regional los saludó como héroes. Nosotros le dimos la bienvenida como siempre lo habíamos hecho: haciendo colecta, incluso don Julián el dueño de la orquesta de cumbia mas querida de la provincia nos regaló 4 horas de música; todos bailamos hasta el amanecer.
Pero el equipo ya estaba en la profesional, y tenía que ajustarse a las reglas de la federación peruana de fútbol. Tenían que cambiar de escenario porque el estadio de los Molinos era muy pequeño, así es que no les quedaba más que ir a jugar al estadio de Ica. La población del distrito en una sola voz dijo no. La gente que para nada se une, esta vez lo hizo para hacerse respetar. Fueron todos a la municipalidad a reclamar. El alcalde que era un demagogo político vio una excelente ocasión para asegurar su reelección. Improvisando un mitin prometió construir un nuevo estadio, y que el antiguo sería destruido para dar paso a uno moderno. Todos gritaron de alegría, menos yo. Pensé en mis poemas, en mi libro abierto, entonces salí corriendo de la plaza, quise abrazar al alcalde, rogarle que no derribara las paredes, inventar cualquier cosa con tal de salvar mi libro, pero yo solo era un poeta.
El proyecto se aprobó, el nuevo estadio con todos los adelantos tecnológicos iba a estar construido en solo tres meses. Nadie se acordaba de los poemas en las paredes, ya nadie se preguntaba quién los había escrito, ese misterio desapareció, como Gabo el goleador, José el defensa, entonces..., entonces no quería que mis poemas fueran derribados por esas máquinas. En un arrebato de justicia, una noche con una vara de fierro en las manos, destrocé todas las máquinas, eran tan duras que acabé con muchas ampollas en la mano. El odio me cegó, no pude ver a los vigilantes que vinieron a prenderme, me capturaron y me llevaron a la comisaría, los policías me agarraron a golpes. Como no respondía a sus preguntas por más que los golpes me dolían, optaron por declararme loco. Esa noche la pasé en la carceleta junto a un ladrón y una prostituta; la ventana daba al cielo, y en las estrellas podía leer los poemas de ese poeta loco que llaman Dios.
Como nadie abogó por mí, me mandaron aquí, a este hospicio; a veces tengo que hacerme el loco de verdad, nadie viene a visitarme. Como ya no tengo cuadernos, y las paredes del estadio fueron derrumbadas, el viento es una buena pizarra. No sé nada de mis poemas, solo sé que los leyeron muchos, que la pared de ladrillos fue el mejor papel que pude encontrar para ellos.

                                             César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

lunes, 31 de octubre de 2016

Escritores de la generación 2000 ( Ica -Perú)

HELMUT JERÍ PABÓN

Sobre el libro “Monólogo de un animal silvestre”



Silvestre: Que crece o se cría en el campo o en la selva.

Este nuevo libro de Helmut Jerí Pabón, nos da a entender que los momentos de este libro nos contacta con el campo, con la vegetación, de los animales rudos, también domésticos, salvajes, es una sensación volver a recordar a Cisneros con sus animales que eran una especie de fobia para el poeta de la generación del 60, así mismo otro poeta que nos mostraba el deseo de escribir acerca de los animales y los miraba y los examinaba concienzudamente es el poeta José Watanabe, nuestras suficientes de que estos animales son parte de nuestra existencia, y sus costumbres están arraigadas a cada ser humano. “Un hombre mira un lobo / y acaba con él / un lobo mira al hombre / clama piedad, muere en silencio.” – acaso también la influencia de los motivos del lobo de Rubén Darío.

Pero también hay una sensación de que este libro en cuatro partes, habla de la urbe, de la sociedad actual, también la remembranza del lugar de origen del autor, Coracora, lugar andino que siempre ha mostrado arte en todas sus formas, lo contrastes que hace Helmut Jerí de los animales, de la ciudad, del campo, y es que estos tiempos la ciudad, ya no es un solución a muestras consecuencias de ciudadano, esta ciudad lo devora lo come todo, pero más aun no se compadece del ser humano, de los que estamos laborando en la ciudad hasta un carretillero, sabemos que los momentos de la ciudad son pesados, es por ello la propuesta de Helmut es darnos a entender que hay una esperanza en el campo, en lo verde y todavía aprender costumbres de animales que han hecho de su naturaleza la mejor arma para sobrevivir.

La poesía de Ica, está mejorando silenciosamente como este monólogo de Helmut Jerí, dicho esto, hay poesía para rato.

LOBO

Un hombre mira la luna
y ve una esfera iluminada
un lobo mira la luna
y ve a Dios.

Un hombre siente la lluvia
y piensa en sus zapatos
un lobo siente la lluvia
y piensa en el amor.

Un hombre oye el viento
y lamenta el clima
un lobo oye el viento
y entiende al cielo.

Un hombre se acerca al mar
y se llena de miedo
un lobo se acerca al mar
y lo abraza entrañablemente.

Un hombre roza una piel
y la vida continua
un lobo roza otro cuerpo
y el universo se detiene.

Un hombre mira un lobo
y acaba con él
un lobo mira al hombre
clama piedad, muere en silencio.

Un hombre se queda solo.


     
LA LLUVIA SE EQUIVOCÓ


Me decía la lluvia antes de ser mar:
los buenos amores
no se miden por la razón, sino por la locura;
anda, ve tras ella, búscala
es fácil ser un héroe en un pueblo
pero difícil incluso sobrevivir
en una ciudad como esa
y yo, abatido por el efluvio del miedo,
mirando al cielo le dije: ¡no!

La lluvia insistió, musitando
casi convertida en mar:
anda, ve por ella, tómala,
sólo los cobardes, dejan escapar la felicidad
no esperes encontrar el amor cerca
los buenos amores
yacen siempre lejos, te invitan al sacrificio,
pero yo, reducido a un indefenso ser,
mirando el horizonte le dije: ¡no!

Finalmente la lluvia, con el último aliento
enfurecida me gritó:
¡anda, te está esperando!
y fue engullida por el mar
y yo, alentado por esa voz última,
me armé de valor, fui por ella,
la busqué durante catorce años
hasta que la encontré en un viejo parque de Surco
caminaba de la mano de un hombre y cargaba un niño.

Entonces, abrumado por la brisa de una derrota súbita
bajé hasta la orilla de una playa barranquina
y le dije al mar: la lluvia se equivocó.

Helmut Jerí (Coracora - 1982); Navale Quiroz (Apurimac - 1980)
En el XV Encuentro de Escritores "Manuel Jesús Baquerizo" (Pucallpa - Ucayali). Manifesté algunas características de la ya consagrada generación 2000. Al final del siglo se inicia una etapa muy significativa para la poesía peruana. La integran: César Panduro (Ica - 1980); Navale Quiroz (Apurimac - 1980); Helmut Jerí (Coracora - 1982) y Victor Salazar (Lima - 1981).
Escritores que desde sus orígenes y centros de trabajo, vienen integrando a través de la palabra la gran "República Chanka" ( Ica, Apurimac, Ayacucho y Huancavelica).En la actualidad Victor viene realizando una importante labor cultural en Huancavelica. Todos ellos suman más de 15 libros publicados - tres del género narrativo - sin contar los trabajos inéditos de la especie narrativa cuento, que aún no publica César Panduro.
Después de ellos la poesía se multiplica, cobra vida en Ica, viaja por el mundo y arrastra a otra generación no menos importante (2010). William Siguas (Cañete- 1990), Santos Morales (Urancancha, Ayacucho, 1990)...

jueves, 1 de septiembre de 2016

Palpa recibe a WiIliam Siguas (Presentación del libro: Como errante que no quiere nada)

Programa
Presentación del libro "COMO ERRANTE QUE NO QUIERE NADA" de William Siguas

Día: Jueves 8 de septiembre
 Lugar: salón de actos de la Municipalidad Provincial de Palpa
Hora: 7:00 p.m.
Maestro de ceremonia: Fernando Mantilla Bendezú

 Mesa de honor: Juan Carlos García Rivas, Juan Ladislao Ramírez 
Chacaltana, Isidro Chacas Cáceres, William Siguas  y Alcalde Justo Mantilla Bendezú

Programa
Bienvenida: Fernando Mantilla Bendezú
Invitación a la mesa de honor: Fernando Mantilla Bendezú
Declamación: Raúl Barballelata Muñoz 
Presentación de la biografía del autor y del libro: Prof. Juan Ladislao Ramírez Chacaltana.
Intervención sobre el autor: Isidro Chácas Cáceres
Declamación: Juan de Dios Corrales Tenorio
Número musical: Nilo Carpio (2 canciones)
Presentación de libro: Prof. Juan Carlos García Rivas
Lectura de poemas: William Siguas

Palabras de agradecimiento y brindis de honor: Alcalde Justo Mantilla Bendezú.


Petroglifos de Chichictara





LA VIRGEN DE CHICHICTARA

La Virgen de Chichictara no mide más de cuatro cuartas,
tiene el rostro rosado como el atardecer en Venecia
y su mirada se pierde (se pierde, como siempre).
Su capilla es alumbrada con Petromax.
No se le puede mirar si vas tambaleándote
y diciendo que tu esposa es tu casa.
Mejor es huir cuando la Virgen ve la oscuridad:
se va y vuelca su perdón a sus hijos.
La he vuelto a ver después de 13 años,
se me cae la cara de vergüenza
y el cigarrillo de la boca.
Entonces, madre mía, te miro a medias
y me voy como errante que no quiere nada.
Te regalo un collar de Ucayali,
de pescados y hierbas.
Cómo me has dejado más de una década,
sin permiso, entre canto y canto
y ruidos espantosos, cómo.
Alquilé una casa y me escapé para verte.
Ahora sí me has regalado un permiso,
dichoso, acompañado, sin mucho discurso.

Nota: cuidaré a mis hijos en cuadros,
construiré mi casa con adobes,
mi esposa será mi esposa, no mi casa,
y la amaré como dos gatos
arrinconados en la sala.

viernes, 19 de agosto de 2016

ASI LO CONOCÍ: JUAN GONZALO ROSE

Escribe: Juan Cristóbal


En 1980 publiqué un pequeño texto con el nombre de “Horas de lucha”, tomado del memorable libro del maestro Manuel González Prada. El tema de mi libro fue idea persistida por los obreros con los cuales trabajaba en mi militancia política, especialmente con los de la empresa Motors Perú, que era una ensambladora que quedaba en Puente Piedra. Básicamente los temas eran las diversas experiencias por las cuales habíamos pasado: volanteos clandestinos, la cuestión del Partido, paros y huelgas diversas, muertes de trabajadores y otros. Un domingo, a la altura de la cuadra dos de la avenida Colonial, en un segundo piso, estábamos en una reunión, desde la mañana, con una serie de obreros de diversos sindicatos participando en una charla que diversos compañeros dábamos a los trabajadores. Al terminar la asamblea, sería como las 15:00 PM, con un grupo de ellos, nos dirigimos al bar Quilca, ubicado en el jirón Camaná, en el centro de Lima. Al llegar pedimos algo de comer y algunas cervezas. Cuando mire alrededor, en una esquina, solitariamente se encontraba el poeta Juan Gonzalo Rose tomando una cerveza chica. Juan Gonzalo ya había sido separado del Instituto Nacional de Cultura (INC) por Francisco Abril, un pintor aprista de “media caña”, y trabajaba en esos días en la revista “Caretas”, que lo había albergado, donde tenía una columna llamada “La columna de Juan Gonzalo”, si mal no recuerdo. Yo no era amigo de Juan Gonzalo, pero si habíamos conversado un par de veces. Entonces me acerqué y le dije, “Juan Gonzalo, quiero entregarte este pequeño libro que acabo de publicar”. Lo cogió, lo miró, miró la dedicatoria y me dijo, “¿te tomas un vaso de cerveza?”, le acepté y me retiré. Al irme me dijo, “de repente te saco una nota en Caretas”. Le agradecí y me fui. No pensé que cumpliera su ofrecimiento porque, en realidad, el libro no era bueno, tenía una nota demasiado panfletaria. Pero cual no sería mi sorpresa cuando a la semana siguiente apareció en la revista, en la columna de Juan Gonzalo, una pequeña crítica al libro titulada “Las horas de Juan Cristóbal”. En ese breve artículo Juan Gonzalo resaltaba algunas virtudes y dos poemas que le llamaron la atención, pero también había una crítica (fraternal) a los demás textos del libro. Viniendo de quien venía (uno de mis poetas favoritos) mi alegría fue inmensa. No supe, literalmente, cómo agradecerle.



ASI LO CONOCÍ: El ceremonial de Martín Adán (I) y (II)

Escribe: Juan Cristóbal (Poeta Peruano)



Cuando ingresé a trabajar al diario “La República”, allá por el año 1981, me enviaron a colaborar en la página cultural, cuyo jefe era Alfonso la Torre (ALAT), reconocido intelectual. El primer trabajo que me mandó hacer fue un testimonio de “¿cómo escribía Martín Adán?”. Me dio varios contactos, pero el principal era el librero Juan Mejía Baca, cuya librería, famosa desde los 60, pues editaba a los mejores escritores de la época, quedaba por una de las cuadras de Azángaro, a dos cuadras del Parque Universitario. A los tres días regresé y le traje un artículo que titulé: “El ceremonial de Martín Adán”, publicado el 27/11/1981. Allí, en sus partes centrales decía: “La mayor parte de los escritores necesitan de ciertas formalidades o ceremonias para poder escribir…¿Pero cómo puede escribir alguien que no existe, que es solamente una visión, la soledad o la luz rara de la muerte? Me refiero a Martín Adán, el autor de una de las obras poéticas más intensas y desgarradoras de nuestra época. ¿Un hombre que no existe, cómo escribe? Dicen, y no es un elogio necrológico, que allá por los 60, cuando el refugio en el alcohol era la sustancial nota destructiva, y para él (insigne memorioso) la más aterradora lucidez, escribía en servilletitas de papel crepé que existían (no como ahora) en los bares. Y allí, un viejo enorme, enfundado en mugriento gabán de lana espiga, ensombrerado, con espeso y silvestre bigote amarillento, ojos saltones, enrojecidos, turbios, ya sin color, en un destartalado cuarto de hotel, solitario siempre, escribiendo soneto tras soneto. Y por las tardes, entrando y saliendo de la editorial, cual un fantasma aparecido, como todo un prestidigitador, sacando de todos sus bolsillos, uno, dos poemas, perdón, una, dos servilletitas de papel. Mientras el editor, descifrando esos bosques, esos caminos milenarios. Y allí mismo, sobre la marcha, sobre los propios originales, en esas ya sucias servilletitas de papel, corrigiendo. Y después, nada. No quería saber nada de los poemas hasta que no estuviesen editados. Le aterraba ver las pruebas de galera, las pruebas de página. ¡El libro! Era lo que ansiaba. Años después, 66-67, cuando el enfrentamiento con la realidad se hizo más racional, menos destructivo, Martín Adán adoptó otro sistema:escribir en las envolturas de los cigarrillos, de cualquier marca, color o tamaño. Y ya por el 69-70, cuando la autoreclusión fue un gesto voluntario, personal, es cuando accede a escribir en libretitas, o sea, de manera más ordenada. Sin proponérselo, una crónica que testimonio tres días de Martín Adán el año 68, dice: “…sacó dos o tres libretitas atadas con ligas del bolsillo interno de su gabán y empezó a leer sus poemas recientes”. Si bien es cierto que el poeta, como demuestran los poemas (inéditos) publicados en este diario (por Mirko Lauer:JC), está todavía batallando con la poesía, ¿cuál será el ceremonial actual de su escritura?”. 



MARTIN ADAN (II): Nunca conocí, ni hablé palabras con este notable y complicado (humana y poéticamente) ser humano dedicado íntegramente a realización de su gran obra poética. Reconozco su poesía, pero me intriga y me gusta más su compleja realización humana. Lo vi algunas veces en el bar “Palermo”, pero nunca me atreví a acercarme. Los amigos que se acercaron (Gregorio Martínez, Juan Ojeda y Cesáreo “Chacho” Martínez, que pasaron con él tres días y dos noches íntegras) han dejado, el primero y el último, testimonio periodístico de ese acercamiento. Yo tengo una pequeña versión, por otro canal, acerca de la personalidad de Martín Adán. Y es por lo que me contó Segisfredo Luza, el psiquiatra, cuando fue al Hospital “Larco Herrera”, después que lo condenaron. Me cuenta que llegó a ese nosocomio y allí estaba Martín Adán. Entonces él también tuvo el deseo de hablar y conocerlo mejor, pues ya había leído sus obras y conocía lo que se decía de él, en cuanto a su alcoholismo y soledad. Pero sucede que Martín Adán apenas si le respondía y muchas veces se alejaba de él. Me dice que con quienes siempre lo encontraba hablando y según el tiempo y los gestos que se hacían eran con los locos. Pasaban horas conversando, incluso lo veía sonreír y sentirse cómodo. Esto, de alguna manera corrobora lo que yo le decía a Luza: “Martín Adán, para mí, es un hombre totalmente bloqueado para hablar con los seres comunes y corrientes, y siento que él se entiende mejor con los misterios y las oscuridades de la vida”. Era lo que siempre sentí y siento cuando recuerdo a Martín Adán en su vida y poesía. Y ese tipo de misterios nunca se revelan, son inalcanzables para cualquier ser humano, por más profesional que sea de la vida del hombre.




lunes, 15 de agosto de 2016

TRES POEMAS DEL LIBRO: Como errante que no quiere nada


                LECHUZA
Acá en Comatrana cuando canta la lechuza
es el presagio de una muerte.
Hace dos días el ave canta sobre el aire
y tengo miedo, sostengo mi cuerpo,
la mitad del sol cortado,
y siento que muero.
En Comatrana se cura el daño
y es posible que te enamores.
Yo estoy a punto de salvarme,
no me quiero casar
(por ahora),
después vienen los problemas más frecuentes
(eso lo saben todos).
Dubitativa, a veces mi felicidad, con más versos
para mí mismo, se eleva y fuga.
«No me importa saber que no he sido el primero»,
te quiero amablemente.
Y es que te has convertido en un boleto de viaje
tirado e inservible para otro destino.
Después de tantas clases amatorias,
cómo morir en un lugar donde te curan apaciblemente,
solemnemente, ceremoniosamente,
con el mismo animal que te quiere matar.




POESÍA

Escribana, bruja del río,
la del lápiz labial gastado,
hilvana mi futuro,
detenme en la vía correcta y descansa conmigo.
Rasga mi pluma con tus dedos exactos.
Dame la luna de miel
y media luna de amargura.
Ayer y mañana muérdeme con tus dientes de hielo
y borra lo escrito.
Dame el verso punzocortante para saltar de la cama,
beber tinta e incrustarme la pluma en el corazón.
Dame el pliego uniforme para el siglo XXII
Piérdete en la ciudad,
escribana, bola mágica color caqui
que ruedas y ruedas buscando un almanaque,
alguna fecha y parar solemnemente.
Bruja del río, escribana,
la del lápiz labial gastado,
treinta páginas más, por favor.


HUAMANGA

Estoy deshojando nieve en Huamanga
(¿Habrá nieve en Huamanga?).
Las hojas caen como la ciudad inclinada
y desmiente que alguna vez fue herida.
En Quinua se sabe que paz es silencio
y estoy sosegado como frío en el témpano
y planificaré mis ganas de volver
para sostenerme a miles de piedras.
Una avenida con aire y sol claro
nos despierta, la lluvia también,
se resbala la gente en su viejo calzado
y un arcoíris en la plaza mayor
pinta Huamanga y brilla
como un durazno
lustrado.
Huamanga apunta su
secreto, ese es no dejar ir
al forastero.

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