Cuando ingresé a trabajar al diario “La República”, allá por el año 1981, me enviaron a colaborar en la página cultural, cuyo jefe era Alfonso la Torre (ALAT), reconocido intelectual. El primer trabajo que me mandó hacer fue un testimonio de “¿cómo escribía Martín Adán?”. Me dio varios contactos, pero el principal era el librero Juan Mejía Baca, cuya librería, famosa desde los 60, pues editaba a los mejores escritores de la época, quedaba por una de las cuadras de Azángaro, a dos cuadras del Parque Universitario. A los tres días regresé y le traje un artículo que titulé: “El ceremonial de Martín Adán”, publicado el 27/11/1981. Allí, en sus partes centrales decía: “La mayor parte de los escritores necesitan de ciertas formalidades o ceremonias para poder escribir…¿Pero cómo puede escribir alguien que no existe, que es solamente una visión, la soledad o la luz rara de la muerte? Me refiero a Martín Adán, el autor de una de las obras poéticas más intensas y desgarradoras de nuestra época. ¿Un hombre que no existe, cómo escribe? Dicen, y no es un elogio necrológico, que allá por los 60, cuando el refugio en el alcohol era la sustancial nota destructiva, y para él (insigne memorioso) la más aterradora lucidez, escribía en servilletitas de papel crepé que existían (no como ahora) en los bares. Y allí, un viejo enorme, enfundado en mugriento gabán de lana espiga, ensombrerado, con espeso y silvestre bigote amarillento, ojos saltones, enrojecidos, turbios, ya sin color, en un destartalado cuarto de hotel, solitario siempre, escribiendo soneto tras soneto. Y por las tardes, entrando y saliendo de la editorial, cual un fantasma aparecido, como todo un prestidigitador, sacando de todos sus bolsillos, uno, dos poemas, perdón, una, dos servilletitas de papel. Mientras el editor, descifrando esos bosques, esos caminos milenarios. Y allí mismo, sobre la marcha, sobre los propios originales, en esas ya sucias servilletitas de papel, corrigiendo. Y después, nada. No quería saber nada de los poemas hasta que no estuviesen editados. Le aterraba ver las pruebas de galera, las pruebas de página. ¡El libro! Era lo que ansiaba. Años después, 66-67, cuando el enfrentamiento con la realidad se hizo más racional, menos destructivo, Martín Adán adoptó otro sistema:escribir en las envolturas de los cigarrillos, de cualquier marca, color o tamaño. Y ya por el 69-70, cuando la autoreclusión fue un gesto voluntario, personal, es cuando accede a escribir en libretitas, o sea, de manera más ordenada. Sin proponérselo, una crónica que testimonio tres días de Martín Adán el año 68, dice: “…sacó dos o tres libretitas atadas con ligas del bolsillo interno de su gabán y empezó a leer sus poemas recientes”. Si bien es cierto que el poeta, como demuestran los poemas (inéditos) publicados en este diario (por Mirko Lauer:JC), está todavía batallando con la poesía, ¿cuál será el ceremonial actual de su escritura?”.
MARTIN ADAN (II): Nunca conocí, ni hablé palabras con este notable y complicado (humana y poéticamente) ser humano dedicado íntegramente a realización de su gran obra poética. Reconozco su poesía, pero me intriga y me gusta más su compleja realización humana. Lo vi algunas veces en el bar “Palermo”, pero nunca me atreví a acercarme. Los amigos que se acercaron (Gregorio Martínez, Juan Ojeda y Cesáreo “Chacho” Martínez, que pasaron con él tres días y dos noches íntegras) han dejado, el primero y el último, testimonio periodístico de ese acercamiento. Yo tengo una pequeña versión, por otro canal, acerca de la personalidad de Martín Adán. Y es por lo que me contó Segisfredo Luza, el psiquiatra, cuando fue al Hospital “Larco Herrera”, después que lo condenaron. Me cuenta que llegó a ese nosocomio y allí estaba Martín Adán. Entonces él también tuvo el deseo de hablar y conocerlo mejor, pues ya había leído sus obras y conocía lo que se decía de él, en cuanto a su alcoholismo y soledad. Pero sucede que Martín Adán apenas si le respondía y muchas veces se alejaba de él. Me dice que con quienes siempre lo encontraba hablando y según el tiempo y los gestos que se hacían eran con los locos. Pasaban horas conversando, incluso lo veía sonreír y sentirse cómodo. Esto, de alguna manera corrobora lo que yo le decía a Luza: “Martín Adán, para mí, es un hombre totalmente bloqueado para hablar con los seres comunes y corrientes, y siento que él se entiende mejor con los misterios y las oscuridades de la vida”. Era lo que siempre sentí y siento cuando recuerdo a Martín Adán en su vida y poesía. Y ese tipo de misterios nunca se revelan, son inalcanzables para cualquier ser humano, por más profesional que sea de la vida del hombre.
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