jueves, 4 de junio de 2020

EL CABALLERO CARMELO


ABRAHAM VALDELOMAR

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.
Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:
–¡Roberto, Roberto!
Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.
–¿Y la higuerilla? –dijo.
Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:
–¡Bajo la higuerilla estás!…
El árbol había crecido y se mecía armoniosamente con la brisa marina. Tocólo mi hermano, limpió cariñosamente las hojas que le rebozaban la cara, y luego volvimos al comedor. Sobre la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba él, uno a uno, los objetos que traía y los iba entregando a cada uno de nosotros. ¡Qué cosas tan ricas! ¡Por donde había viajado! Quesos frescos y blancos envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, maní y almendras; frijoles colados, en sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo de su propio dulce, que indicaba la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves, esponjosos, amarillos y dulces; santitos de piedra de Guamanga tallados en la feria serrana; cajas de manjar blanco, tejas rellenas y una traba de gallo con los colores blanco y rojo. Todos recibíamos el obsequio, y él iba diciendo, al entregárnoslo:
–Para mamá… para Rosa… para Jesús… para Héctor…
–¿Y para papá? –le interrogamos cuando terminó.
–Nada…
–¿Cómo? ¿Nada para papá?
Sonrió el amado, llamó al sirviente y le dijo
–¡El Carmelo!
A poco volvió éste con una jaula y sacó de ella un gallo, que, ya libre, estiró sus cansados miembros, agitó las alas y cantó estentóreamente:
–¡Cocorocóooo!…
–¡Para papá! – dijo mi hermano.
Así entró en nuestra casa el amigo íntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura aún en nuestro hogar como una sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.

II

Amanecía, en Pisco, alegremente. A la agonía de las sombras nocturnas, en el frescor del alba, en el radiante despertar del día, sentíamos los pasos de mi madre en el comedor, preparando el café para papá. Marchábase éste a la oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oíase el canto del gallo que era contestado a intervalo por todos los de la vecindad; sentíase el ruido del mar, el frescor de la mañana, la alegría sana de la vida. Después mi madre venía a nosotros, nos hacía rezar, arrodillados en la cama, con nuestras blancas camisas de dormir; vestíanos luego, y, al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba éste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y hacía muchos años, al decir de mi madre, que llegaba todos los días, a la misma hora, con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrás de dos capachos de cuero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francés, pan de mantecado, rosquillas…
Mi madre escogía el que habíamos de tomar y mi hermana Jesús lo recibía en el cesto. Marchábase el viejo, y nosotros, dejando la provisión sobre la mesa del comedor, cubierta de hule brillante, íbamos a dar de comer a los animales. Cogíamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranábamos en un cesto y entrábamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picoteábanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullíanse los conejos. Después de su frugal comida, hacían grupo alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los pollitos; tímidamente se acercaban los conejos blancos, con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña presumida; los patitos, recién sacados, amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincón, entrabado, el “Carmelo”, y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por desdeñarnos, mientras los patos, balanceándose como dueñas gordas, hacían, por lo bajo, comentarios, sobre la actitud poco gentil del petulante.
Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse del corral “el Pelado”, un pollo sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diecisiete años, flacos y golosos. Pero “el Pelado”, a más de eso, era pendenciero y escandaloso, y aquel día, mientras la paz era en el corral, y lo otros comían el modesto grano, él, en pos de mejores viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y rotos varias piezas de nuestra limitada vajilla.
En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y cuando mi padre supo sus fechorías, dijo, pausadamente:
–Nos lo comeremos el domingo…
Defendiólo mi primer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un gallo que haría crías espléndidas. Agregó que desde que había llegado el “Carmelo” todos miraban mal al “Pelado”, que antes era la esperanza del corral y el único que mantenía la aristocracia de la afición y de la sangre fina.
–¿Cómo no matan –decía en defensa del gallo– a los patos que no hacen más que ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro día aplasto a un pollo, ni al puerco que todo lo enloda y sólo sabe comer y gritar, ni a las palomas, que traen mala suerte?…
Se adujeron razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simpático, inquieto, cuyos cuernos apenas apuntaban; además, no estaba comprobado que había matado al pollo. El puerco mofletudo había sido criado en casa desde pequeño. Y las palomas con sus alas de abanico, eran la nota blanca, subíanse a la cornisa conversar en voz baja, hacían sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban el maíz del buche para darlo a sus polluelos.
El pobre “Pelado” estaba condenado. Mis hermanos le pidieron que se le perdonase, pero las roturas eran valiosas y el infeliz sólo tenía un abogado, mi hermano y su señor, de poca influencia. Viendo ya pérdida su defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir la sandía, inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el plato, como un sacrificio, y un sollozo se ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse mi madre, acercóse al muchacho, lo besó en la frente y le dijo:
– No llores; no nos lo comeremos…

III

Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y torna por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una plazuela pequeña donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la húmeda orilla.
Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino, teniendo a diestra el mar y a izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda, pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada vigilan de trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los toñuces siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno la “hierba del alacrán”, verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la vejez, bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres.
Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí, las palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a los hogares, tan plácida y fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios, o que su maldición hubiera caducado; que bastante castigo recibió la que sostuvo en sus ramas al traidor, y todas sus flores dan frutos que al madurar revientan.
En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levántanse las casuchas de frágil caña y estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan; limpio y brillante, reposando en la arena blanda sus caderas amplias, duerme, a la puerta, el bote pescador, con sus velas plegadas, sus remos tendidos como tranquilos brazos que descansan, entre los cuales yacen con su muda y simbólica majestad, el timón grácil, la calabaza que “achica” el agua mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la pequeña nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano corcho.
En las horas del medio día, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave, teje la red el pescador abuelo; sus toscos dedos añudan el lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo de los que la víspera trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas y el perro husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballenas, trepan los chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la ramada, el más fuerte pule un remo; la moza, fresca y ágil, saca agua del pozuelo y las gaviotas alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños.
Junto al bote duerme el hombre de mar, el fuerte mancebo, embriagado por la brisa caliente y por la tibia emanación de la arena, su dulce sueño de justo, con el pantalón corto, las musculosas pantorrillas cruzadas, y en cuyos duros pies de redondos dedos, piérdense, como escamas, las diminutas uñas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte pecho desnudo que se levanta rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso que Dios ha puesto sobre el mundo.
Por las calles no transitan al medio día las personas y nada turba la paz de aquella aldea, cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palmeras. Iglesia ni cura habían, en mi tiempo. Las gentes de San Andrés, los domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados de corvinas frescas y luego en la capilla, cumplían con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos, como en la Edad Feliz del Inca, atravesaban en caravana inmensa la costa para llegar al templo y oráculo del buen Pachacámac, con la ofrenda en la alforja, la pregunta en la memoria y la fe en el sencillo espíritu.
Jamás riña alguna manchó sus claros anales; morales y austeros, labios de marido besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires, era, entre ellos, tan normal y apacible como el agua de sus pozos. De fuertes padres, nacían, sin comadronas, rozagantes muchachos, en cuyos miembros la piel hacía gruesas arrugas; aires marinos henchían sus pulmones, y crecían sobre la arena caldeada, bajo el sol ubérrimo, hasta que aprendían a lanzarse al mar y a manejar los botes de piquete que, zozobrando en las olas, les enseñaban a domeñar la marina furia.
Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura de Pisco unía a las parejas que formaban un nuevo nido, compraban un asno y se lanzaban a la felicidad, mientras las tortugas centenarias del hogar paterno, veían desenvolverse, impasibles, las horas; filosóficas, cansadas y pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver nunca; y al crepúsculo de cada día, lloraban, lloraban, pero hundido el sol, metían la cabeza bajo la concha poliédrica y dejaban pasar la vida llenas de experiencia, sin fe, lamentándose siempre del perenne mal, pero inactivas, inmóviles, infecundas, y solas...

IV

Esbelto, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altísimo, caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola hacía un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas defendían, cubiertas de escamas, parecían las de un armado caballero medieval.
Una tarde, mi padre, después del almuerzo, nos dio la noticia. Había aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrés, el 28 de Julio. No había podido evitarlo. Le habían dicho que el “Carmelo”, cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestóse mi padre. Cambiáronse frases y apuestas; y acepto. Dentro de un mes toparía al Carmelo, con el Ajiseco, de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El “Carmelo” iría a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo más fuerte y más joven. Hacía ya tres años que estaba en casa, había él envejecido mientras crecíamos nosotros, ¿por qué aquella crueldad de hacerlo pelear?...
Llegó el día terrible. Todos en casa estábamos tristes. Un hombre había venido seis días seguidos a preparar al “Carmelo”. A nosotros ya no nos permitían ni verlo. El día 28 de julio, por la tarde, vino el preparador, y de una caja llena de algodones, sacó una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma trágica, sacaron al gallo, que el hombre cargó en sus brazos como a un niño. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompañaron.
–¡Qué crueldad! – dijo mi madre.
Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de salir:
–Oye, anda junto con él… Cuídalo… ¡pobrecito!…
Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar, y yo salí precipitadamente y hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.

V

Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitaban sobre las casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a la que solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales prendían alegres quitasueños de cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invadía, parlanchín y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucían camisetas nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombrero de junco, alpargatas y pañuelos añudados al cuello.
Nos encaminamos a “la cancha”. Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez y a la derecha el dueño del paladín Ajiseco. Sonó una campanilla, acomodáronse las gentes y empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo. Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los adversarios, dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó. Colérico respondió el otro echándose al medio del circo; miráronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la muchedumbre, y a los pocos segundos de jadeante lucha cayó uno de ellos. Su cabecita afilada y roja besó el suelo, y la voz del juez:
– ¡Ha enterrado el pico, señores!
Batió las alas el vencedor. Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro: el “Caballero Carmelo”. Un rumor de expectación vibró en el circo:
– ¡El Ajiseco y el Carmelo!
–¡Cien soles de apuesta!…
Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.
En medio de la expectación general, salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro Carmelo, al lado del otro, era un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a morir. No faltó aficionado que anunció el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las apuestas favorecía al adversario. Una vez frente al enemigo, el Carmelo empezó a picotear, agitó las alas y cantó estentóreamente. El otro, que en verdad parecía ser un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas: miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéronse los ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; entablóse la lucha; las gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo paladín.
Batíase él con todo los aires de un experto luchador, acostumbrando a las artes azarosas de la guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo pecho; jamás picaba a su adversario –que tal cosa es cobardía–, mientras que éste, bravucón y necio, todo quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de sangre corría por la pierna del Carmelo. Estaba herido, mas parecía no darse cuenta de su dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del Ajiseco, y las gentes felicitaban ya al poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordóse de sus tiempos y acometió con tal furia, que desbarató al otro de un solo impulso. Levantóse éste y la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante…
–¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! –gritaron sus partidarios, creyendo ganada la prueba.
Pero el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cánones, dijo:
–¡Todavía no ha enterrado el pico, señores!
En efecto, incorporóse el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acercó a él, sin hacerle daño. Nació entonces, en medio del dolor de la caída, todo el coraje de los gallos de Caucato. Incorporado el Carmelo, como un soldado herido, acometió de frente y definitivo sobre su rival, con una estocada que lo dejó muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo, que se desangraba, se dejó caer, después que el Ajiseco había enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levantó en la cancha. Felicitaron a mi padre por el triunfo, y, como esa era la jugada más interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito entusiasta:
–¡Viva el Carmelo!
Yo y mis hermanos lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por la orilla del mar el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador, que desfallecía.

VI

Dos días estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidado. Mi hermana Jesús y yo, le dábamos maíz, se lo poníamos en el pico; pero el pobrecito no podía comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo día, después del colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decaído que nos hizo llorar. Le dábamos agua con nuestras manos, le acariciábamos, le poníamos en el pico rojo granos de granada. De pronto el gallo se incorporó. Caía la tarde, y por la ventana del cuarto donde estaba entró la luz sangrienta del crepúsculo. Acercóse a la ventana, miró la luz, agitó débilmente las alas y estuvo largo rato en la contemplación del cielo. Luego abrió nerviosamente las alas de oro, enseñoreóse y cantó. Retrocedió unos pasos, inclinó el tornasolado cuello sobre el pecho, tembló, desplomóse, estiró sus débiles patitas escamosas, y mirándonos, mirándonos amoroso, expiró apaciblemente.
Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos más. Sombría fue la comida aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra, y bajo la luz amarillenta del lamparín, todos nos mirábamos en silencio. Al día siguiente, en el alba, en la agonía de las sombras nocturnas, no se oyó su canto alegre.
Así pasó por el mundo aquel héroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niñez: el Caballero Carmelo, flor y nata de paladines, y último vástago de aquellos gallos de sangre y de raza, cuyo prestigio unánime fue el orgullo, por muchos años, de todo el verde y fecundo valle de Caucato.
"EL CONDE DE LEMOS" 
Abraham Valdelomar (Ica). 
Cuento escrito en Roma

jueves, 23 de abril de 2020

PAPI ¿Qué es una gota?

César Panduro


Cuando Santiago preguntó a su padre qué cosa era una gota, lo primero que él hizo fue recordar cuando estaba en el vientre de su madre nadando en aguas divinas durante nueve meses, comiendo gotas de sus carnes para aferrarse a la vida; luego vio la acequia por donde su infancia corrió junto al agua color chocolate, las cañas y los barcos de papel que veía pasar en ella; entonces comprendió que esa pregunta no era fácil de responder, porque al final casi todo tenía forma de gota: la tierra, una nave especial donde viajaban animales, hombres, insectos, hormigas y elefantes, tenía la forma de una gota azul cayendo en el mar del universo; los planetas eran las gotas giratorias del gran río estelar; quería contarle que la luna parecía una gota de sol volando todas las noches; y el sol, un agujero por donde caían a cuentagotas los cabellos de Dios; que la cara de su abuela era una gota de ternura que todas las mañanas le preparaba el desayuno; y que las abejas eran gotas de miel volando sobre las margaritas del jardín.
La respuesta no era fácil para su padre; esos cinco segundos infinitos lo hicieron pensar en su infancia junto al río, en su madre capturando nubes para acomodarlas en la taza de manzanilla que él tomaba muy temprano cuando la luz del sol comenzaba a desmadejarse en segundos que se hacían minutos, y minutos que se hacían días, en los que el padre de Santiago entendió que todo estaba hecho de gotas o de átomos, de cosas pequeñas, invisibles, pero imprescindibles, de seres diminutos como las lombrices. No quiso decirle a su hijo que el mar era azul porque era la espalda del cielo, que la luz del día eran miles de partículas divinas que se tejían en medio del aire… Pero su hijo quería simplemente saber qué cosa era una gota y no toda esa fila de metáforas que solo vivían en la cabeza despistada de su padre.
A sus tres años quería saber si las gotas de agua eran del mismo material de esas pequeñas lagunas que aparecían durmiendo sobre las flores y las hojas al amanecer o esa agua que batía la tierra para que los cerditos se regocijaran en el barro o la lluvia que aprendió a juntar como regalos del viento, porque si el agua corría hacia el cielo o hacia el mar es por el viento, ese río invisible que peina a los árboles y hace caminar el agua. Cómo decirle a un cuerpecito de 62 centímetros de cariño que esa pregunta podía responderse de muchas formas, pero que ninguna le iba a satisfacer. No era un poeta que podía encontrar mil maneras a las cosas, era su padre, el ser humano que con su agua le dio existencia, un hombre simple que amaba sus dientecitos de pulpa de pacae, que se volvía un caballo de madera para que él cabalgara sus sueños, que se volvía un avión para llevarlo a donde él quisiera ir, incluso fuera de la cama donde cada noche se caía para no interrumpir sus sueños; sí, su padre era un silencio, unos cabellos azabaches, una nariz con 178 centímetros de altura y 92 kilos de puro amor para él, un animal raro que no podía decirle qué cosa era una gota de agua, simplemente una gota de agua.

Cómo puede un hombre complicarse ante la pregunta de un niño que ni siquiera articula bien las palabras, que tambalea sus pies de higo; qué responderle, usar el lenguaje frío de la ciencia, decirle que una gota de agua es simplemente el cuerpo más pequeño del H2O, es decir dos partículas de hidrógeno y una de oxígeno; que por condensación se queda aislada de las demás; que el H2O conoce todas las formas de la materia, que puede ser  gélida, que puede arder como un gran amor hasta evaporarse, desaparecer con el tiempo y, como todo gran amor, acabarse; querer intentar al menos ser una vez poeta; juntar hermosos versos para hacer un gran poema que hablara de la naturaleza como lo hizo el poeta Lucrecio; que pudiera explicarle con belleza y facilidad qué cosa era una gota de agua, contarle con ternura e inocencia que el mundo es una piedra azul que nada todo el tiempo en el pecho del sol, que todo el amor que siente por él es como esa gota que se suspende del caño, que no importa romperse si cae, con tal de caer en el corazón de su hijo que era el poro más fino de su piel trigueña, agriada por la vida y la tristeza; decirle que todos los mangos, los granos de uva, son gotas de azúcar; que los limones, toronjas, son gotas de mar que crecen en los árboles. Él tenía que saber que la semilla era agua que creció hasta convertirse en casa de madera para pájaros y alimento para el hombre. Santiago tenía que aprender que una manguera es una vía láctea en la que viven miles de mundos posibles, que las gotas de lluvia son alfileres que se vuelven maíces y que los ríos están hechos de eslabones del gran collar que forma la palabra agua, o que simplemente la sangre, su sangre, son miles de gotas color manzana que se reúnen en forma de flores para darle vida.  

Sin embargo, el padre de Santiago no encontraba las letras que formaran las palabras exactas, las que le esclarecieran a su hijo la duda acerca de qué cosa era una gota, quedar como un sabio ante él, que tuviera siempre la confianza de preguntarle desde las cosas más simples hasta la más terribles como por qué te fuiste, papá; pero no podía responder aun esa pregunta tan fácil que otro niño sin necesidad de pensar mucho hubiera podido absolver. Miró al cielo, una nube en forma de algodón cruzaba por el cielo, una nube que era una isla de sueño en medio del río del viento. Por qué no podía responder con su voz una pregunta que quizás el corazón hubiera respondido sin problemas. Quiso explicarle que las gotas que a veces se deslizaban por sus mejillas cuando iba a dejarlo al colegio o donde su mamá eran otra forma del agua, quizá sangre blanca, quizás un poco de mar que salía por los ojos o simplemente el agua más pura que hay. Quería decirle que toda su casa era una gota.

Vio en el rostro de su hijo una de las formas del agua, vio que sus ojitos tenían dos gotas negras que brillaban como los tumbos de las olas en luna llena, acarició su cabeza, estampó un beso en toda su frente, pequeñas gotas de saliva se quedaron en su piel y simplemente respondió: «no sé», mientras acomodaba la burbuja en la que vivían los dos.

César Panduro




lunes, 6 de abril de 2020

EL CORONAVIRUS ( coplas )


1
Fatal virus que nos toca
al mundo y los peruanos,
por eso lávate las manos
y ponte bien el Tapaboca.
2
Dicen que el virus es oriental,
que ha venido desde China...
De allí, donde gente "cochina",
come cualquier animal.
3
Se acabaron los abrazos,
los besos y el dar la mano;
es mejor estar bien sano
y no los pulmones pedazos.
4
Por todos lados impera
este Coronavirus del carajo.
Que no ataque a los de abajo
es lo que el pueblo espera.
5
De Tumbes a Tacna querida,
del mar a la Amazonía;
muchos perderán la vida
sino se cuidan noche y día.
6
Dónde están los milagreros,
esos que dicen curar los males.
Hacen falta en los hospitales
y no en los templos diezmeros.
7
Cuidemos todos la salud,
principalmente de los ancianos.
Está su vida en nuestras manos:
hagámolo por gratitud.
8
Estamos de este virus presos,
en cuerpo, alma y corazones
que ya no bastan las canciones,
las alabanzas ni los rezos.
9
A cuidar nuestras defensas
comiendo de lo más sano,
porque este virus tan tirano
causa fiebres muy intensas.
10
Ya no salgas a la calle,
salvo por lo necesario...
No sea que el virus te halle
y tu vida sea un calvario.
11
Pues déjate de suspiros
y sé de la vida consciente,
que sino el Coronavirus
te hará su pretendiente...
12
Es muy dura esta Pandemia,
está asolando en todos lados.
Nos halla muy mal parados:
la gran mayoría con anemia.
13
Estamos todos en Cuarentena
para ausentar este mal.
Pues el distanciamiento social
es beneficio y no condena.
14
Declaran toque de queda
sin distingo y sin edad,
pero faltan a la autoridad
y en casa nadie se queda.
15
Separados hombres y mujeres
no cambia en nada la situación.
Pues sin autocontrol y educación,
igual te contagias y te mueres.
16
Hace falta más conciencia
y tomar este virus en serio,
sino veamos la experiencia
de otros países en sahumerio.
17
Que dirá la Omnipotencia
ante este Coronavirus cruel,
que ahora hasta el mas fiel
se esperanza en la Ciencia.
18
Ojalá pronto los peruanos
con fortaleza y con unión,
con paciencia y reflexión,
la libremos... lo más sanos.
19
Hay tan pobres como yo,
ciudadanos en abandono.
Mas a muchos, ¡sí o no!,
no nos a llegado el Bono.
20
Qué bueno que en la tierra,
aún hayan países socialistas
que en vez de hacer guerra,
médicos tienen especialistas.
21
Ya se le acaba el jolgorio
a esa potencia mundial
que a creado este mal
en militares laboratorios.
Copyright© Krzyszto Dyosz Daddho dixit®
Natural de Santiago de Chuco – Perú.

miércoles, 1 de abril de 2020

En este poema César Vallejo vaticina el dolor del mundo actual


César Vallejo

Los nueve monstruos

I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal

y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

César Vallejo

viernes, 20 de marzo de 2020

BIOTERRORISMO Y CORONAVIRUS

Escribe: Dante Castro



Hoy nos preguntamos por el coronavirus y hemos olvidado algunos capítulos de la historia contemporánea vinculados a las armas bioquímicas. La guerra bacteriológica y viral nos hace recordar al Antrax y el montaje hollywoodense previo a la invasión de Iraq, incluida la tragicomedia de las Torres Gemelas. Acusaron al gobierno de Saddam Hussein de fabricar armas biológicas e incluso los funcionarios de la ONU se dieron cita en Iraq para "investigar" si había plantas industriales de armamentos bioquímicos. Una farsa tan bien montada como las predicciones de Nostradamus en Discovery Channel. Recuerdo haber publicado en Caretas un breve artículo acerca de la fabricación de Antrax en EEUU por la Alianza Aria “para provocar una guerra con Medio Oriente”, según revelaron dos bioterroristas detenidos. Pero la memoria es frágil y el público ingenuo es manipulado por las grandes cadenas de noticias.

LA “GRIPE ESPAÑOLA” QUE NACIÓ EN UN CUARTEL DE BOSTON

Nadie se ha acordado, hasta ahora, en este medio, de aquella Gripe Española que causó más de 50 millones de muertos a comienzos del S. XX.  ¿Por qué se le llamó Gripe Española? Solo porque España fue un país neutral en la I Guerra Mundial que  publicó sin censuras el problema, hizo que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Este país fue de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 fallecidas.
La mitomanía se dio la mano con el cinismo para explicar el virus. Se dice que el 13 de mayo de 1917, la Virgen María apareció ante tres pastorcitos cerca al pueblo de Fátima, en Portugal. Las famosas “revelaciones” de la Virgen de Fátima a los 3 niños ha dado mucho a la especulación e incluso hubo quienes quisieron encontrar el origen de la “gripe española” en este suceso increíble. Para la mentira lo mismo daba Portugal que España y hasta se llega hoy a decir que no fue la Virgen sino “un personaje extraterrestre” quien esparció el virus. Pero al margen de la ficción religiosa, busquemos racionalmente la causa.

La Primera Guerra Mundial fue el escenario donde se practicaron por primera vez, en la era contemporánea,  armas químicas contaminantes. Desde sus inicios en 1914 hubo gases y gases, casi todos ineficaces. El más efectivo de la Primera Guerra Mundial fue el gas mostaza,  introducido por los alemanes en julio de 1917.
Estados Unidos entró en esta guerra en abril de 1917, pretextando su ingreso en el hundimiento del barco Lusitania por un submarino alemán, naufragio donde murieron más de un centenar y medio de ciudadanos norteamericanos.

Qué casualidad. Se detectaron los primeros casos de la Gripe Española en la base militar de Fort Riley (EEUU) el 4 de marzo de 1918. Era la primera ola de influenza en campamentos militares norteamericanos. En septiembre de 1918, la segunda ola de influenza pandémica surgió en Camp Devens, un campo de entrenamiento del Ejército de los EEUU  en las afueras de Boston y en una instalación naval en esa ciudad. Esta ola devastadora llegó a su punto máximo en los EEUU entre septiembre y noviembre. Más de 100 000 personas murieron en los EEUU solamente en octubre. La tercera ola fue menos mortal en EEUU,  porque cambió de escenario.

La influenza norteamericana se trasladó al viejo continente donde cobró mayor cantidad de víctimas por millones. El hacinamiento, la promiscuidad y falta de higiene en las trincheras más el traslado masivo de tropas, ayudó mucho a su expansión. 

Culmina la Guerra Mundial el 11 de noviembre de 1918, día del Armisticio: nueve millones de soldados y cinco millones de civiles habían muerto, abatidos no solamente en batallas sino por las epidemias y la hambruna. Pero la epidemia que siguió cobrando víctimas masivamente era la “gripe española” que nació en un cuartel de Boston. No desaparece hasta 1920. Y nadie nos explica cómo desapareció.


CORONAVIRUS: ARMA YANQUI CONTRA EL GIGANTE ASIÁTICO


Para nadie es un secreto que el gobierno de Trump es el principal beneficiado de esta estratagema. China es un competidor eficaz y peligroso para la alicaída economía norteamericana. La única forma en que pudiera frenar a su próspero competidor era mediante la guerra, pero una Tercera Guerra Mundial entre poderosas potencias tendría un alto costo. Los monopolios y oligopolios capitalistas que operan a la sombra de Trump también están interesados en la reducción demográfica, por una extraña nostalgia malthusiana, pero pasándole la podadora de cabezas sobre la mancha amarilla: los chinos. Y pensaron en el bioterrorismo como modo más eficaz de evitarse una guerra y la condena mundial.


El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, publicó en Twitter un video de Robert Redfield, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU., dirigiéndose a un comité del Congreso de EEUU el 11 de marzo. En el video, Redfield dijo que algunas muertes por influenza en EEUU se identificaron más tarde como casos de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus. Qué casualidad: cientos de atletas del ejército de EE.UU. estuvieron en Wuhan para los Juegos Mundiales Militares en octubre de 2019. Los primeros casos reportados del virus fueron en Wuhan, y desde entonces la ciudad ha tenido más infecciones y muertes que en cualquier parte del mundo.


Hoy como ayer han puesto a toda la humanidad en peligro. Para ellos es un costo social previsible, manejable, hasta que las mafias de medicamentos puedan cosechar millones de dólares con la fórmula salvadora. Como en sus guerras de invasión y saqueo, los pobres ponen los cadáveres. Y aquí estamos: aterrorizados, metidos en nuestras casas, viendo cómo un sistema que se consideraba científicamente y tecnológicamente infalible, digno del siglo XXI, somete a las naciones  a un terror medieval. Ellos son los terroristas, no lo duden.

miércoles, 18 de marzo de 2020

César "Hildebrandt en sus trece"

HUMANIDAD VIRAL
CÉSAR HILDEBRANDT



Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 483. 

El coronavirus funciona como un desenmascarador: allí están los que compran por toneladas para encerrarse en sus casas y aguardar la muerte del vecino. ¿Solidaridad? ¡Pamplinas! En Lima o Madrid las mascarillas se acaparan, el miedo cunde, los anaqueles se vacían: el viejo mono se trepará al árbol más alto mientras el tigre de la muerte mira con codicia.

Los que matan en mancha, los que dicen que el calentamiento global es un invento liberal, los que permiten que los palestinos sean cazados como moscas y encerrados en jaulas, ahora aparecen preocupados por el destino de las humanidad. ¡Farsantes!

La señora Merkel, súbdita de los Estados Unidos, miembro del club de los que cortan el jamón, anuncia que el 70% de la población mundial puede infectarse. ¿infectarse de qué? ¿No Hablamos acaso de una especie hace rato infectada por el consumismo, la irresponsabilidad social, la quiebra de la ética, el corporativismo con antifaz y porra, el asesinato como método, el encubrimiento como filosofía, el abuso como norma, la desigualdad como mandato y diosito como alucinógeno?

La Tierra está harta del ser humano. Supura la Tierra de antropocentrismo. El hombre es el coronavirus del planeta. Vive el hombre como un parásito y, como todos los virus, aspira tanáticamente a dar muerte a su huésped. Por eso seguimos perforando en busca de petróleo malogrando sucesivos paraísos y masacrando toros en plazas inmundas. La naturaleza ya no nos reconoce como suyos, Somos sus enemigos. Quienes nos creen sus humanos son los incendios forestales, las lluvias ácidas, las mareas rojas, los huracanes fuera de temporada. El deshielo de la Antártida nos ama. El fracking nos guiña el ojo. Los plásticos del océano corean nuestro nombre. Un país donde se come todo lo que camine, vuele o arrastre hizo que el virus de estos momentos pasase del reino animal al de los seres humanos. Según cifras oficiales, en las que no creo, han muerto 3,158 chinos por esta causa. Menuda ofrenda a la parca. Mao mató de hambre y purgas a unos quince millones y pocos dijeron algo. Las guerras del opio que Occidente perpetró en China mataron a cientos de miles y nadie protestó demasiado. Así somos de virales.

Hay menos de 5,000 muertos por la pandemia, según la OMS. Pero solo en Sudan han muerto 385,000 en una guerra civil interminable. ¿Y los 131,000 de Afganistán, contados el año 2000, el año cero de la peste imperialista desatada por Bush hijo, el de las habilidades diferentes? ¿Y los 380,000 muertos en Siria? Esos no contagian ¿verdad? Por eso no suelen nombrarse. Por eso no se leen. Por eso no se temen.

¿O hablamos de Yemen, donde el 80% de la población “necesita ayuda humanitaria para sobrevivir”, según la ONU y donde, según Acnur “puede producirse la peor hambruna de los últimos cien años”? ¿No le gusta, amable lector, que hable de Yemen? ¿Qué le parece Somalia que vive un conflicto interno que dura ya 30 años? ¿Y qué opina de Irak donde la intervención estadounidense produjo, del 2003 al 2006 más de 600,00 muertes?

Al 14 de marzo 2020

Que distantes se ven esos cadáveres. Qué lejos suenan esos fusiles, esas bombas inteligentes, esos cohetes disparados desde submarinos. Que extranjeros son esos gemidos y que remotos son los niños que mueren en alguna orilla hostil. Mucho más cercanos nos parecen los miedos actuales de los italianos –tatarabuelos de los D’onofrio- esos que hace poco se negaron a aceptar a los refugiados de piel oscura y los echaron a la mar de una aduanera patada.

Aterricemos en nuestro proto-país, conato de nación, borrador de proyecto. Aquí sale el señor Vizcarra a decir que estamos listos para enfrentar el desafío. No es cierto. Es mentira. Es analgésico decir eso. Es ridículo repetirlo.
Si nos ocurre lo de Italia, tendremos un problema colosal. Y nadie puede negar que puede ocurrirnos lo de Italia.
¿Tendríamos que escandalizarnos si eso sucede?

Seríamos cínicos se lo hiciéramos. ¿Cuántos años hemos perdido mientras nuestros servicios de salud colapsaban, los médicos eran los apestados del salario, los baños de las postas se atoraban, los aparatos clamaban de repuestos? ¿Cuántos años de presupuestos canallas, carencia de propósitos de mediano plazo y déficit en superestructura sanitaria? Cuántos años de compras ladronas, de no-compras, de negocios sucios en el sector salud? ¿Cuántas veces nuestros ministros sectoriales dijeron que las cosas iban a cambiar sabiendo que no tenían dinero para ningún cambio importante?
¿Escandalizarnos? Si el Covid-19 se ensaña con nosotros, pagaremos todas las culpas de cuarto mundialistas que hemos contraído.

La humanidad está asustada. Un virus la ha puesto a pensar que la vida es frágil y quizá valiosa. Trump cancela los vuelos que salen de Europa. En algún laboratorio gigantesco algunos deben estar calculando a cuánto deberán vender la vacuna contra el Covid-19 y quienes podrán pagarla. Eso somos.

martes, 21 de enero de 2020

Qué le vamos a hacer LECTURA DE CUERPO DE AGUA DE LEYDY LOAYZA


                                                                                                                                    Por: Roland FORGUES
"Él no estaba en ese instante, nunca lo estuvo, tal vez tampoco yo..." Leydy Loayza

En octubre del 2019, la víspera de mi salida a Trujillo para ir a inaugurar la Feria Internacional del Libro de dicha ciudad, Eloy Jáuregui me obsequió en Lima un ejemplar de Cuerpo de agua, la novela que recién acababa de publicar su compañera Leydy Loayza con el sello de Estruendomudo (Lima, 2019). Le prometí leerla no bien tuviera un momento de tranquilidad. Y así lo he hecho en estos primeros días de enero escapando de la tiranía de las prioridades existenciales que el tiempo cronométrico nos impone en nuestros diarios quehaceres. La lectura no me ha defraudado y comparto aquí con los enamorados de la literatura algunas de las reflexiones que me ha inspirado.
1-Rol de los epígrafes
El libro se abre con dos epígrafes de Ernest Hemingway y de José María Arguedas.
El primero se refiere a la experiencia humana de la vida en general: “Quien ha empezado a vivir seriamente por dentro, empezó a vivir sencillamente por fuera”.
Y el segundo, sacado del poema “Que Guayasamín”, se centra en lo particular: “¿Desde qué tiempos se hicieron tus ojos que descubren / los mundos que no se ven,/ tus manos que el cielo incendian? / Escucha, ardiente hermano. / El tiempo del dolor, de los días que hieren./ de la noche que hace llorar, /del hombre que come hombres…”
Estos dos epígrafes nos proponen una orientación de lectura vuelta hacia la introspección al mismo tiempo que remiten a dos visiones de la literatura y a dos lugares de la acción: Perú, país de José María Arguedas y Cuba, donde Hemingway pasó numerosas temporadas y donde su presencia llena todavía el ambiente de los bares y calles de La Habana.
Si las palabras de Hemingway establecen un vínculo directo entre lo interior y lo exterior, las de Arguedas lo hacen de manera más sutil y encubierta mediante la recomposición de la realidad exterior vista a través de la realidad interior: la del pintor ecuatoriano Guayasamín a quien está dedicado el poema y del realismo social de sus cuadros y murales, visto por Arguedas.
Dos modos de proceder que no se contradicen sino que, al reunir lo general y lo particular, se completan para darnos una visión global y más completa de la realidad de los personajes y de la lógica de las acciones

2-Lìneas narrativas
Lógicamente este modo de proceder anuncia la estructuración del relato en torno a dos líneas narrativas.
La primera es una línea que podríamos calificar de realista en la cual se exponen los problemas económicos, sociales, políticos, jurídicos y humanos propios de la realidad peruana, ubicada en el contexto del capitalismo internacional, de la relación entre la costa y la sierra: Ica, Lima, Huancavelica, Pararuna. Esta línea permite la denuncia de los estragos del capitalismo en el Perú, con la acumulación de riqueza de los empresarios, la miseria de los trabajadores y despojo de los comuneros, las coimas, la corrupción del poder político, y sobre todo judicial, especialmente en los funestos tiempos del fujimorismo y del senderismo.
La segunda línea expone problemas de naturaleza más privada e íntima, vinculados a actividades en relación con la constitución de las utopías individuales: el sexo, el amor, el arte y la creación en el marco de utopías colectivas que las favorecen o las dificultan.
La primera está en relación con una realidad política, económica y social: el acaparamiento del agua de una laguna por parte de la compañía minera canadiense los Hostin. Estamos en una línea arguediana de escritura.
Involucra la lucha de la comunidad de Pararuna en la zona de Santa Clara, Huancavelica, y del río Yanamantra para defender la intangibilidad de la laguna contra la Minera, a través de su presidente Rosendo que cae asesinado.
El relato se abre con el descubrimiento del cadáver del dirigente comunero y se organiza en torno a la búsqueda de las pruebas que involucran La Minera en el asesinato, con la actuación de la viuda Leoncia, de la hija adolescente del difunto, Killari, y de una periodista de investigación, Alma, conductora de televisión y docente quien desempeña el papel de narradora.
Estas tres mujeres con el apoyo de distintos comparsas, pertenecientes al medio de la comunidad y del periodismo de investigación, se enfrentan a los personajes centrales de la Minera: el abogado y gerente Arrestegui, un hombre ya mayor de 48 años, del que se dice significativamente que es el Montesinos de la empresa, a quien se sospecha de ser el comanditario del asesinato y Moreno el fiscal corrupto del que se vale la compañía para adulterar las circunstancias y causas de la muerte del dirigente de la comunidad; y también a algunos compañeros comuneros que se han dejado corromper por la empresa.
La segunda línea es la de un amor entre Alma, periodista en La Prensa de Lima y Mauricio, escritor, docente, y periodista quien viaja frecuentemente a La Habana por motivos que no se aclaran del todo en la narración. Leydy Loayza deja voluntariamente en lo vago el rol de Mauricio en Cuba, llamado por un amigo Bernabé Foronda, un personaje extraño y aparentemente poco recomendable, para aplacar con sus artículos periodísticos la cólera de los Castro de la cual tampoco se precisan las razones. Esto permite que se mantenga implícitamente presente un soterrado cuestionamiento de la situación en Cuba
El trasfondo de esta línea narrativa es de algún modo la problemática de la creación, del poder de la palabra y del rol de los intelectuales, escritores y periodistas, enfrentados al poder en un ambiente de permanente sospecha, de espionaje y de peligro de muerte.
Este relato constituye una suerte de introspección de la personalidad humana que se da a través de dos temas centrales: el sexo y el erotismo:
“Debo reconocer que Mauricio en esas lides y en especial en aquel año, era mucho más delo que uno se imaginaba, sabía exactamente dónde tocar, dónde y en qué punto el cuerpo se estremece, sus dedos investigadores, naturalmente periodísticos, habían descubierto el goce pleno entre la punta de mis seños y el botón como él le llamaba al centro del clítoris, que exaltaba todo placer hasta hacerme decir basta, yo no estaba lejos de sus expectativas, sabía también cuál era el punto de los hombres, el movimiento de mi lengua nunca fue puesto en discusión, al contrario, y no sé si por simple instinto o mi afición por las películas porno, me había entrenado en la materia. No era tan normal que una mujer se haya explorado sexualmente y se permita disfrutar deliberadamente del sexo.”(p.48)
En esta línea de escritura cercana a Hemingway el tema de la liberación de la mujer que constituye el telón de fondo del relato oscila entre tradición y modernidad, sometimiento y liberación.

3-Nexo narrativo y desenlaces
El nexo narrativo entre ambas líneas es Alma, la narradora protagonista quien desempeña un rol protagónico indirecto en la primera con su papel de periodista de investigación en búsqueda de la verdad sobre el asesinato del dirigente comunero. Y un rol protagónico directo en la segunda con su relación con Mauricio, hombre ya mayor de más de 50 años, con quien entabla una relación erótica, que en varios momentos de su presentación aparece como una relación simbólicamente incestuosa de padre a hija,
Si bien el título “cuerpo de agua”, anuncia su fusión, y a pesar del nexo narrativo constituido por Alma, ambas líneas, de las cuales ella es narradora protagonista, se desarrollan de manera autónoma.
Detrás de los desenlaces sorprendentes se esconde, en última estancia, la clave del significado último de las líneas narrativas desarrolladas por la escritora iqueña.
En la primera el desenlace lo constituye la relación sexual entre Killari, la hija del dirigente asesinado, y Arrestegui el asesino del padre quien será a su vez asesinado en pleno orgasmo por la joven adolescente de quince años.
Si la relación sexual entre Killari y Arrestegui que clausura esta línea narrativa, nos viene inicialmente presentada como medio material de dar con la verdad, dicha motivación desaparece al final substituida por el puro deseo de venganza contrarrestado por la presencia del goce ;
“Estaba fuera de sí, con una ira incontrolable que sólo se aplacaba sintiéndose excitada y movida por el deseo de ser penetrada” (p.155)
Y desde este punto de vista vale la pena notar que la venganza no interviene en la primera relación sexual de la cual Killari es la iniciadora, sino días después en el momento de una nueva relación, totalmente injustificada en el marco de las primeras razones aludidas puesto que Alma y su compañera periodista ya tienen definitivamente solucionadas las circunstancias del asesinato del padre y la identidad de los actores y de los comanditarios. Lo cual confirma que la relación sexual y el asesinato pertenecen al registro de lo edípico y son puramente simbólicos.
El personaje de Killari, la “niña mujer” es ciertamente el que menos verosimilitud tiene en el marco de lo real por el contraste entre su juventud y la madurez de sus juicios y actitudes, como si tan sólo importara su función emblemática.
Así se explica que la escritora ponga ella misma énfasis en ese desfase, precisando a modo de advertencia en distintas oportunidades que, a pesar de ser niña, Killari se conduce como adulta, y mostrando al final que, a pesar de no haber recibido ninguna educación sexual, la muchacha se porta como una verdadera experta en materia erótica de tocamientos, felación y coito:
“Su apariencia denotaba la de una adolescente madura, sus ojos proyectaban el orden de las cosas, su modo de caminar era el de una mujer, sus pechos levantados calzando el vestido y el aleteo de sus piernas aún inocentes, su frescura de colegiala incitaron aún más las perturbadoras ideas del Dr. Arrestegui…” (p.153-154)
El desenlace de la segunda línea establece en un ambiente nebuloso cierta confusión entre el espía norteamericano Rizvan, El Palenque, y el hallazgo del cadáver de un desconocido que puede ser Mauricio de quien no se aclaran las circunstancias de la desaparición dejando que el lector opte por lo que más lo convenza: suicidio, rapto, desaparición y asesinato por los servicios de inteligencia cubanos
Ello lleva, al fin y al cabo, a que Alma se desentienda de Mauricio y asuma una vida propia, totalmente libre e independiente;
“De súbito me había quedado muda, ante sus conjeturas tenía una sola respuesta, pero no era capaz de decirla porque definitivamente provocaría que se marchase, en el fondo tampoco quería que se quedara, yo había construido un personaje abominable, capaz de masacrarme por mi indiferencia, por mi crueldad, lejos de amarle quería acabar con su presencia, sacarlo de la escena, adoraba que supiera tanto y que procurara siempre enseñarme cosas como Alberti, Lezama, Alejo Carpentier, la crónica. Lo que odiaba era que quisiera imponerme el estilo, el estilo de vida que yo no quería, que hablara del pasado y del futuro más que del presente, que olvidara que una mujer podía estarse sola o que siempre pensara que necesitaría de él” (p.159
Esa libertad se amalgama con el soterrado cuestionamiento de la realidad cubana:
“Apenas abrazaba las olas tranquilas del mar caribeño, bebía mojitos acostada en una hamaca sobre blancas arenas donde casi todo lo malo se olvida, bromeaba con los mozos y latinos que visitaban la isla, conocía su verdad tras la fachada revolucionaria que pintaba la historia, palpaba la tristeza de la gente de no darse la posibilidad de un viaje por el dinero escaso y los míseros salarios en La Habana, mis dedos no podían moverse a la misma velocidad, sentía en la cara un escozor incómodo, los brazos adormecidos, la mente en las últimas palabras de Mauricio en el Habana Libre, aquel apagón y la imposibilidad siempre hastiante de no poder retroceder el tiempo. ¿Se habría matado? ¿Me acusarían de haberlo matado? ¿Cómo regresar a Perú y contar esa historia? ¿Acaso jamás podría regresar?, él no estaba en ese instante, nunca lo estuvo, tal vez tampoco yo.”(p.165)
Al distender los vínculos entre ambos protagonistas, este final abre en última instancia un interrogante sobre la verdad humana y sentimental de las relaciones entre Alma y Mauricio.

4-La trinidad femenina: Leoncia, Alma, Killari
Lo haya querido o no Leydy Loayza, en el trío de personajes femeninos: Leoncia, Alma y Killari que representan de alguna manera las tres instancias del tiempo y de la historia: pasado, presente y futuro , se da en realidad, a imagen y semejanza de la sagrada trinidad cristiana del Tres en Uno, una visión global de la mujer que oscila entre tradición y modernidad, sometimiento al orden patriarcal y reivindicación feminista. El fenómeno afecta el campo de la realidad política, económica y social con Leoncia; el campo de la realidad cultural y psicológica con Alma; y el campo simbólico de la doble realidad exterior e interior, concreta y psicológica, con Killari.
Mujer del pueblo que no ha tenido la oportunidad de aprender a leer ni escribir, engañada por los representantes de la Minera y por las autoridades judiciales, Leoncia es el ejemplo mismo de la inteligencia y de la sabiduría populares que no han podido expresarse a causa de la pobreza.
Encarnación del pasado, la viuda Leoncia, al final, irá transformando le venganza individual en lucha colectiva en el seno de la comunidad, al retomar la bandera de su esposo asesinado en defensa de la laguna.
Alma, en cambio, es el emblema de la mujer del pueblo que, aunque pobre, ha tenido acceso a la educación y va sacando provecho de lo que ha aprendido para emanciparse de los tabúes morales, sociales y culturales, sin renegar de sus orígenes.
Pero a pesar de sus ansias y esfuerzos por ser una mujer totalmente liberada, ser dueña de su cuerpo especialmente en el campo sexual, Alma es una mujer que en varios aspectos permanece condicionada por una educación de tipo patriarcal. Lo revelan una serie de actitudes en su relación con Mauricio, como aquella del primer encuentro erótico, por ejemplo, en que, tras haberle hecho una felación a Mauricio se pregunta si está haciendo “lo correcto “. La duda frente a la legitimidad de la ruptura con la norma está, en el fondo, permanentemente presente en ella.
La opción escogida por Leydy Loayza de novelar la relación entre una mujer joven con un hombre mucho mayor se ajusta indudablemente a la norma social del orden patriarcal. Si bien no hubiera cambiado nada a su trasfondo edípico, la opción inversa de novelar la relación de un joven varón de 26 años, como tiene Alma, enamorándose de una mujer mucho mayor de 58 años como tiene Mauricio, y que ambos enamorados vivan una relación erótica y amorosa perfectamente armónica y feliz , dicha opción, digo, hubiera sido ciertamente más iconoclasta y contundente en el marco del cuestionamiento del orden patriarcal.
Sea lo que fuere, a pesar de la libertad con la cual Alma habla abiertamente del sexo y lo practica sin falsa pudibundez, detrás de la opción elegida se disimula un condicionamiento social y cultural probablemente de naturaleza inconsciente que de algún modo limita la ruptura con el tabú del sexo en el marco de la liberación de la mujer y de la igualdad entre varón y hembra.
Leydy Loayza lo reconoce ella misma implícitamente en este interesante comentario:
“Allí estaba otra vez Ana Karenina, Madame Bovary y Alma, al fin y al cabo, eran las mismas voces de mujeres que amaban locamente, que buscaban vivir intensamente recorriendo el hilo de su pasión, pero a diferencia de la protagonista de Tolstoï o de Flaubert, yo no podía mandar al diablo todo solo por sentirme amada, porque quizás estaba en ese estadio medio, tardando en darme cuenta que no necesitaba sentirme amada, porque finalmente el amor podía venir de mí misma.” (p.97)
La principiante, o por lo menos inexperimentada, Alma, encandilada por Mauricio tanto en el campo de la creación que motiva su encuentro con él, como en el campo del amor, se ve confrontada no a un personaje escritor y amante, sino a una mecánica escritural y erótica de naturaleza patriarcal. Ella misma lo deja implícitamente sentado en varias de sus anotaciones como las siguientes, por ejemplo: “…para él una mujer no deja, él es quien deja siempre” (p.17) . Mauricio es “un hombre brillante, pero enteramente solo, refugiado en su literatura, en su música, en su computador, en sus amigos, tremenda lista de amigos y amigas…” (p.52), y en la reiteración constante del calificativo “mujeriego” que se le aplica.
Se trata de una mecánica robotizada que busca fundamentalmente la performance tanto en el campo de la creación como en el del sexo. “Siempre sabía cómo manipularme”, dice elocuentemente Alma y el propio Mauricio confiesa que es •un “sexómano o sexópata, adicto al sexo” y se ha acostado con 347 mujeres, impresionante número en comparación con los “15 o 16” hombres con los cuales se ha acostado Alma.
Todo ocurre como si Mauricio fuera un personaje que va multiplicando las relaciones sexuales con las mujeres para colgarlas en su lista de piezas cobradas. Lo mismo podría decirse de su “tremenda” lista de amigos y amigas, según la califica Alma, que responde probablemente al mismo tipo de motivaciones, conscientes o inconscientes.
En el campo escritural lo confirman con meridiana claridad no sólo las referencias que hace Alma a sus habilidades de creador y periodista: “…Mauricio era extremadamente brillante, totalmente carismático […] Mauricio era uno de esos tipos que tenía barrio y a la vez un conocimiento cultivado de la literatura, la música, las gastronomía y de todo…” (p.42), sino el hecho de que se vea contratado en Casa de las Américas de Cuba para apaciguar la cólera de los Castro precisamente a través de su pluma.
En cuanto a Killari, ella es la representación simbólica de un futuro incierto que tiene que romper con el pasado encarnado por el padre:
“…el creía en absoluto el deseo de la niña, cerró los ojos y comenzó a frotar su miembro erecto contra sus muslos, ella lo introdujo despacio, cuidando que no la penetrara violentamente, contuvo la respiración y el dolor la perseguía desde que se introdujo por primera vez, pero era soportable comparado con el dolor de haber perdido a su padre, su padre, recordando ese momento. Killari sintió el grito del hombre que la penetraba extasiado de placer por desvirgarla […] El dolor había pasado y ahora sentía que finalmente estaba siendo ultrajada, violentada como lo fue su padre ante aquellos sujetos sin rostro, la sangre que corría por sus muslos, el rompimiento de su himen, su rostro compungido parecían no detener la excitación de Arrestegui…”(p.155-156)
Un futuro incierto, digo, y todavía por definir, según revela el goce que siente la “niña mujer” en una relación sexual que debe acabar con el pasado (el asesinato por ella misma del padre simbólico, encarnado por Arrestegui). Una relación sexual que, en el marco de lo real, contraviene a las reglas de la moral tradicional con la manifestación de aquello que se suele llamar el “síndrome de Estocolmo”, en el que la víctima de alguna manera se va acercando a su victimario, como sí en el caso presente el pasado no pudiera ser borrado definitivamente de la historia:
“Ella lo había provocado a sabiendas que era su debilidad, quería tenerlo entre sus manos y sabía que para eso vendrían muchos sacrificios, lo que extrañamente no le parecía: un sacrificio olvidando por un momento que probablemente era el asesino de su padre, sus caricias y esos besos eran algo que hacían estremecerla, las puntas de sus pezones se traslucían en la blusa blanca sin brasier que usaba esa mañana, sus mejillas rosadas y su boca llena de líquidos corporales la hacían tan deseable, sus piernas lozanas y sus nalgas apenas esculpidas” (p-143-144)
Si la problemática edípica encarnada en Killari remite al mismo tiempo a la necesidad de ruptura con el pasado y a la construcción del futuro a partir del presente encarnado por Alma, remite también á la complejidad del ser humano involucrado en una historia que lo sobrepasa.
Una historia que se confunde en la visión global y emblemática de la novela como “cuerpo de agua” con la “región más transparente del aire”, para decirlo con palabras de Carlos Fuentes, en la cual nos ha tocado nacer y vivir. Qué le vamos a hacer…

Conclusión
Si, como bien dice Vargas Llosa, la verdad de una novela no descansa en su adecuación con la realidad, sino en su poder de seducción, de convencimiento, creo que, a pesar de algunas inverosimilitudes e incongruencias narrativas, Cuerpo de agua cumple bastante bien con este requisito.
Con esta primera novela que completa una serie de relatos cortos anteriormente publicados, novela bien estructurada y agradable de leer por la calidad y sencillez a la vez de su lenguaje y estilo, por la fluidez de su ritmo y la soltura de los diálogos, Leydy Loayza viene a integrar con innegable oficio el rico panorama de la narrativa peruana actual, y más aún viene a ocupar un sitio notable en la narrativa escrita por mujeres.
[Couyou, enero del 2020]

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