¡Miera!
Tomado de Monólogo desde las tinieblas.
En el camino que lleva al sembrado de camotes el
negro don Andrés supo que en los últimos días el caporal Basaldúa se había
puesto a hablar feas cosas de él. Mientras compraba plantas en el sembrado y
llenaba de camotes los serones de su burro, le dijeron lo mismo. Entonces no
aguantó más: trepó al burro de un salto y enderezó por un atajo hacia la casa
del caporal. Pero ahí le dijeron que se había ido a vigilar unos riegos en la
Punta de la Isla y que volvería una semana después. Sin decir nada pero aguantándose,
don Andrés regresó rápidamente a su casa, se bajó casi arrojándose del burro,
lo dejó plantado con los serones cargados, se metió corriendo en la primera
habitación y llamó a su hija mayor:
— ¡Patora! —los labios se le habían hinchado y
parecían pelotas.
Saliendo de la habitación contigua, Pastora se
presentó alarmada.
—Patora, tú que sabe equirbí, hame una cadta pa
mandásela hata la Punta e la Ila a ese caporá Basadúa, que nueta acá y sia ido
pallá depué quiabló mal de mí. Yo te vua decí qué vas a poné en er papé.
—Ya, tata, vua traé papé y lápice —dijo la hija. Se
metió en los interiores de la casa y poco después regresó.
—Ponle ahí, Patora —dijo don Andrés—, que su boca
esuna miera, que su diente esota miera, su palaibra un montón de miera… Miera esa
mula que monta. Miera su epuela. Miera su rebenque. Miera el sombrero con
quianda. Miera esa cotumbe e miera diandá mirando tabajo ajeno… Léemela,
Patora, a ve qué fartra.
Cuando la hija acabó de leer, don Andrés tenía un
gesto de duda como si ya no confiara del todo en sus propias palabras.
—Oye, Patora —dijo finalmente—, quítale un poco e
miera a ese papé.
Antonio Gálvez Ronceros