—Soy el hijo de aquel hombre que tienes cautivo, mi señor. Los dos somos comerciantes, esta dama de aquí es nuestra escolta privada y… tuvimos la mala idea de entrar por este bosque, ya que nos urge ir a Santa Lorena —responde Sebastián mintiendo con descaro.
—Solo los idiotas más grandes vendrían por aquí o aquellos que tienen algo que ocultar —señala el arquero—. No me quieras engañar niño, llevas algo de valor en esas carretas y parece que no quieres que nadie lo sepa, sino, no tomarías el riesgo de venir por el bosque maldito de Castos.
—Mi señor arquero es muy perspicaz. Es cierto que llevamos algo muy valioso, pero le aseguro que no quiere saber de esto — dice Sebastián procurando ser precavido con cada palabra que emite.
— ¡No me quieras tomar por tonto niño! —exclama el bandido para luego golpear con su arco el estómago de Sebastián.
El aprendiz cae al suelo vomitando saliva del dolor.
— ¡No se mueva mi señora! —le grita inmediatamente Sebastián a De Mariana. Ella retrocede. Sabe que las vidas de sus otros dos camaradas se pueden extinguir sino piensa con cuidado en lo que hará.
—Mi señor… escúcheme… —dice Sebastián mientras a duras penas se vuelve a poner de pie—. Si no le gusta lo que le propongo, entonces podremos matarnos unos a otros, si es lo que quiere, pero... por favor solo escúcheme.
El bandido ríe con discreción, luego voltea hacia sus camaradas y comienza a reír sin reparo. Acto seguido, es acompañado por el resto de bandidos que comienzan a burlarse.
—Adelante niño habla —dice el líder bandido.
Sebastián se limpia la baba de la boca y vuelve a ver a De Mariana, lanzándole una mirada que implora confié en él
—Mi señor, no miento, lo que llevamos ahí, no le dará ningún beneficio, ya que es… Vid… “Vid Azul”
Las dos últimas palabras en la oración de Sebastián conmocionan al bandido, el cual cambia de actitud, radicalmente.
— ¡Qué locura es esa! – clama el arquero de la capucha roja.
—Mi señor, me presentaré… yo soy Sebastián De Alonzo, hijo de Miguel De Alonzo, a quien tiene usted a su merced. Nosotros somos dueños de la Casa de Comercio de Alonzo. Mi padre y yo encontramos la manera de cultivar la “Flor Azul” para producir La Bebida de Reyes, La Vid Azul. Conseguimos tal hazaña aquí… en estas tierras —confiesa Sebastián sorprendiendo tanto al bandido como a De Mariana—. Como sabrá, es un alto crimen. Imagine que usted se hace con ello, no podrá sacarle valor alguno, más allá de beberlo, pues no podrá comerciar con él. Nosotros somos los únicos que podemos lidiar con el riesgo y los recursos para contrabandearlo.
El bandido escucha cada palabra de Sebastián con interés y avaricia.
—Continua… —dice el líder de los bandidos con una sonrisa maliciosa.
—Le propongo esto mi señor…. Deje ir a mi padre, denos unos caballos para que con ellos llevaremos la Vid Azul a su destino, dejándolo a salvo de ella, a cambio, justo ahora le entregaré dos barriles de vid completamente llenos, para que usted y sus hombres disfruten, y una bolsa de cien reales, con la promesa de traerle trescientos reales más, al amanecer. Yo me quedaré en prenda, así mi padre volverá por mí con el dinero, teniendo usted mi vida como garantía. Mientras Sebastián decía esto, la expresión en el bandido iba cambiando entre la duda y la sorpresa. Ahora es la expresión de un hombre tentado por el dinero.
—Por último mi señor, si usted acepta este trato, no será el único que tendremos, ya que como le dije, conseguimos producir la Vid Azul con éxito y planeamos, sacarle el mayor provecho posible. Para ello, necesitamos una ruta segura hasta Sagrada Lorena… y… este bosque olvidado por la ley, es una excelente opción. Claro será así, si usted y sus hombres permiten y protegen nuestro paso por este camino. Piénselo bien, lo que tendríamos entre manos sería uno de los negocios más lucrativos del “Virreinato”.
Sebastián termina de dar su discurso y un silencio le sigue. Por su parte el bandido le mira, extendiéndole una macabra sonrisa.
—Y si mejor… ¡Los mato aquí! ¡Nos bebemos todo el licor! ¡Violamos a las zorras! y ¡Nos quedamos con los cien reales!
—Si hace eso mi señor… Solo tendría un gran dolor de cabeza mañana, el recuerdo de unas mujeres y unas pocas monedas en su bolsillo. Que quiere que le diga… el mejor negocio de su vida acaba de aparecer ante usted y solo quiere conformarse con migajas. Para mí, eso sería muy idiota de su parte.
Cuando Sebastián dejó de hablar, el bandido ya había dejado de reír. Lo que nota con frustración De Alonzo, lamentándose que no funcionara la persuasión de su joven aprendiz.
—Ya escuché suficiente —dice el líder bandido, cansado de la palabrería de Sebastián.
— ¡Quinientos reales por semana! –Exclama el joven aprendiz de contrabandista—. ¡Eso es lo ganará! ¡Si acepta el trato!
Los bandidos sorprendidos hablan entre ellos, emocionados por tal cantidad de dinero, siendo su líder el mayor entusiasmado.
—Niño, crees que sólo dejaré ir a tu padre como si nada… que garantías tengo de que esto no será un engaño. Al volver el viejo que lo haga con una cuadrilla de soldados —habla el bandido dispuesto a negociar.
—No se preocupe, nosotros no podemos recurrir a la ley, como usted sabe, no podríamos explicar la procedencia de nuestra Vid Azul, además, me quedaré como su rehén. Pongo mi vida en este trato, esperanzado en esta futura sociedad.
Sebastián está en su límite; el cuerpo le tiembla siéndole difícil mantener la postura; el sudor de su frente le llega hasta los ojos, los que ya están rojos y lagrimeando; y ya solo le quedan fuerzas para decir unas palabras más
—Entonces ¿socios?
El bandido le mira, se toma un momento y finalmente decide.
— ¡Suelten al viejo! —les ordena el arquero a sus hombres, luego le extiende la mano a Sebastián.
El joven suelta un suspiro de alivio y le estrecha la mano al hombre de la capucha roja.
—Socios… —dice Sebastián mostrando resiliencia.
— ¡Socios pues! —le manifiesta el hombre muy complacido
—. Ahora te vienes conmigo y no te olvides de los dos barriles de Vid Azul, que hay que celebrar.
— ¡Estás de broma!
—interviene Flor De Mariana muy indignada.
Pero antes de que la guerrera perdiera el control, Sebastián actúa.
¡Flor por favor piense en los vivos!
—clama el aprendiz, esperando llegar al corazón de la mujer.
De Mariana recapacita e inmediatamente recuerda la peligrosa situación en la que están sus dos compañeros.
— ¡Malditos sean todos ustedes! —brama la guerrera.
Sebastián se aleja del bandido y raudo se acerca a la mujer.
—Las vidas de Fernanda y Antonio están a salvo por el momento —dice Sebastián con voz baja—. Por favor… lleve a Antonio a la ciudad, él no aguantará hasta el amanecer sin un doctor, Fernanda y yo estaremos bien, se lo prometo, tengo un plan.
—Mataron… a Fermín —insiste la guerrera conteniéndose.
—Y pagarán por eso, pero por favor mi señora, ahora no hay tiempo para eso, las vidas de Antonio y Fernanda están en peligro-
«Ya habrá otra oportunidad para cobrar venganza» Le dice De Mariana.
— ¿Algún problema?
—le pregunta el líder de los bandidos a Sebastián.
—No mi señor, mi escolta solo está preocupada por mi seguridad, me ha cuidado desde que era un bebé y le molesta que me quede, pero ya han entrado en razón
—miente Sebastián, así como mintió sobre ser el hijo de su maestro con mucha facilidad.
—Sí que es una zorra muy dura, mató a muchos de mis hombres, pero bueno es el riesgo del oficio de bandido —dice con una actitud de victoria—. Que se vaya de una puta vez que hay que celebrar.
De Mariana, de momento ha aceptado la situación, pero se mantiene alerta.
Los bandidos sueltan a De Alonzo, que comienza a correr desesperadamente hacia Sebastián.
—Hijo, gracias a la Diosa estás bien, no te preocupes volveré por ti, solo espera, ¡tu padre! no te va a abandonar —dice el viejo contrabandista, haciendo una actuación increíble.
De Alonzo ha escuchado todas las mentiras dichas por su aprendiz. Ahora solo le sigue en el teatro que se ha montado, haciéndose pasar por un preocupado padre, abrazando a Sebastián y besándole en la frente con lágrimas en los ojos.
Luego de haber pactado la colaboración, los bandidos traen seis caballos de entre los árboles mientras Sebastián baja con dificultad y mucho esfuerzo, dos de los barriles de la carreta. Abre uno de ellos delante del líder bandido y con una jarra de madera, sirve un trago al malhechor. Este lo prueba y al notar el exquisito sabor del preciado licor, suelta un aullido hacia el cielo, sonríe y maldice entusiasmado por la fiesta que se darán esa noche.
Con los caballos listos y el camino despejado, De Alonzo se monta en el asiento del conductor listo para partir. De Mariana está al lado de Antonio, quien agoniza en la carreta principal. Ella le toma una mano mientras ora por su vida.
—Partan de una vez, estaré esperando por ustedes —dice Sebastián en voz alta, el cual está ahora atado de manos.
— ¡Solo aguanta hijo! ¡Volveré! —clama el maestro, esforzándose en su actuación.
—Fernanda, sé fuerte, regresaré, lo juro
—le dice Flor De Mariana a su joven compañera.
De Alonzo da la orden a las bestias y parten apresuradamente dejando atrás al aprendiz y la joven mercenaria.
— ¿Estás seguro de esto? —le pregunta Fernanda a Sebastián.
—Claro, que es un veinte por ciento de mi ganancia en pérdidas, cuando el ochenta está a salvo. Después de todo fue una apuesta desde el principio —responde Sebastián con frialdad. La respuesta del aprendiz deja extrañada a la guerrera, quien no comprende el significado de esas palabras y muchos menos, entiende la actitud del joven.
Sebastián y Fernanda son llevados prisioneros hasta un descampado en medio del bosque, muy cerca del camino donde fueron atacados.
— ¡Increíble verdad! —clama el líder Bandido, orgulloso de su escondite.
—Sí que lo es —coincide Sebastián, admirando el bien asentado campamento en medio de aquel claro, rodeado por árboles y rocas.
— ¿Cómo dieron con este lugar? —pregunta Sebastián impresionado por el asentamiento de bandidos.
— Es una larga historia, pero básicamente tuvimos suerte de hallar el lugar hace unos meses.
— ¿Cómo consiguen suministros para mantenerse aquí?
—De otras bandas de bandidos o viajeros del camino real. Los asaltamos allí y traemos con nosotros el botín. Lo podemos hacer gracias al laberinto de caminos improvisados que conectan el bosque con otras rutas oficiales.
—La Diosa les sonrió al toparse con este lugar, están benditos —halaga Sebastián a su captor.
— ¿Eres un creyente o algo? —pregunta el bandido con la ceja levantada.
—Por supuesto, soy devoto de Santa Helena, después de todo nací en Ciudad bendita de Sagrada Lorena —miente el aprendiz.
—Podremos ser pillos, pero también somos devotos de la Santa y la Diosa
.
—Como no serlo, con la guerra en el noreste asechando.
—Coincido mi joven amigo, solo la Diosa ofrece protección del mal que amenaza nuestro mundo—dice el líder bandido, sonando muy solemne, lo que extraña a los dos jóvenes prisioneros.
El campamento está lleno de malhechores. Y no perderían más el tiempo, porque inmediatamente se dispusieron a beber el contenido del primer barril. Los trúhanes se sirven tarros llenos del valioso líquido, el que beben como si fuera agua.
A un lado del bullicio que generan los bandidos en su festejo, se encuentran Sebastián y Fernanda, observando todo sin poder moverse del lugar debido a las ataduras en sus manos y pies.
—Muy bien mi joven amigo, no me había presentado antes, pero como seremos socios, así que hay que hacerlo oficial. Déjame decirte quien soy, mi nombre no es de tu jodida incumbencia, solo dime Archer. ¿Quedó claro? —dice el líder de los bandidos sosteniendo una gran jarra de Vid Azul, bebiendo como si no existiera un mañana.
— ¿Archer? ¡Está de broma! —se burla Fernanda.
— ¿Algún problema preciosa? —amenaza el hombre a la joven mercenaria.
—Disculpe pero… ¿Ese no es una palabra de aquel idioma extraño que hablan de los extranjeros de la “Gran Isla del Viejo Mundo”? —interrumpe Sebastián para qué el bandido fije su atención en él y no en Fernanda.
—Pues sí —responde el bandido alegre, como si hubiera sido alabado por Sebastián—. Te contaré el origen de mi apodo. Una vez, cuando era un novato, mi banda y yo atrapamos a un hombrecillo extraño de cabellos rojos. El muy idiota era una especie de explorador que se atrevió a venir al bosque. Pareciera que nadie le contó de los peligros de Castos. En fin, como fuere, nosotros no le entendíamos muy bien que decía. A veces se le salía ese extraño idioma suyo, otras hablaba el nuestro como si fuera un niño de cuatro años. Eso nos causaba gracia, así que lo mantuvimos con vida. Hasta que un día se me ocurrió un juego. Lo atamos a un árbol, le dibujamos un círculo en su frente y nos pusimos borrachos perdidos. Queríamos saber quién de nosotros tenía la mejor puntería y el mejor se convertiría el líder de la banda. Como ves, fui yo el vencedor. Todo gracias a mi habilidad con el arco. Pero aquí viene lo interesante, antes de morir el extranjero me suplicó usando una palabra extraña para mí en ese entonces. Él decía «Mister Archer, mister Archer, no me mate» Una y otra vez lo repetía mientras le clavaba una fecha tras otra en su cuerpo y no moría, solo fue hasta después de que le claváramos quince flechas que murió el desgraciado. Esa fue la experiencia más excitante de que había vivido hasta ese momento. Y para nunca olvidarlo me quedé con esa palabra como mi apodo.
— ¿Y sabe lo que lo significa? —pregunta Sebastián intentado ganar tiempo.
—Creo que solo significa arquero o algo así, no estoy seguro.
—En efecto, eso significa, mi señor Archer. Sin duda un nombre que alaba su increíble habilidad con el arco —dice Sebastián, agradando al bandido.
—Como te atreves a ser su lame botas, sabes que Fermín murió por proteger tu preciado licor y a ti te importa una mierda —le recrimina Fernanda a Sebastián.
—Oye preciosa, si no cierras esa boquita te romperé todos los dientes. Luego colocaré mi miembro en tu boca y me harás el trabajito ¡Qué te parece eso! —se expresa vulgarmente el arquero mientras devora con la mirada a mercenaria.
—Será mejor que se calle, señorita —dice Sebastián calmadamente, furioso en sus adentros por la intromisión de la joven.
—. Mi señor Archer, no le haga caso, por favor disfrute de la bebida, mañana llegará el resto del dinero, no hay porqué complicar las cosas.
El bandido lo piensa, se toma un trago y escupe al suelo.
—Muy bien, te haré caso porque pareces sensato.
—Gracias, usted también es un hombre razonable.
—Ya me voy. Ustedes quédense tranquilitos sin hacer ruido
—Así lo haremos, mi señor Archer, verá que mañana tendrá sus reales a la mano.
La noche sigue y los dos jóvenes se han quedado en silencio. Fernanda está enojada con Sebastián, pero él, no le da la más mínima importancia. Por otro lado los bandidos ya van comenzando con el segundo barril.
Ebrios, comienzan a ver el bello rostro de Fernanda y sus bajos instintos comienzan a aflorar.
—Preciosa por qué no te quitas esa armadura y nos bailas un rato —grita un bandido, seguido por las arengas de los demás.
— ¡Váyanse al demonio! —les grita Fernanda.
—Creo que es hora de divertirse un rato, ¿no lo creen bastardos?, ¡solo no la maten! ¡Recuerden! ¡La tenemos que entregar viva para mañana! —dice Archer ya bajo los efectos del alcohol.
— ¡Malditos bastardos! ¡Los mataré si me tocan! —vocifera la mercenaria mientras los bandidos se acercan a ella.
— ¿No te importa verdad, mi joven amigo? —le pregunta el Archer a Sebastián.
—Para nada —responde Sebastián sin remordimientos—. El trato solo era por mi vida y la de mi padre. Lo que le pase a esta mujer no me importa.
Los bandidos ríen con demencia y Fernanda contempla horrorizada, la inexpresividad de Sebastián.
— ¡Quítenle la armadura! ¡Que nos baile primero! —exclama el líder, muy emocionado y excitado.
De pronto, Archer nota como una lágrima de sangre sale de su ojo izquierdo. Este se sorprende y antes de decir siquiera una palabra empieza a vomitar sangre. Desplomándose en el suelo, donde un intenso dolor en el estómago le quema y retuerce desde adentro.
Al mismo tiempo, esto comienza a pasarles a los otros bandidos. Los cuales también expulsan sangre por la boca, y se lamentan de dolor. En cuestión de segundos, todos los bandidos han caído, sin poder hacer nada. Algunos tratan de ponerse de pie, pero es inútil. Fernanda observa la escena estupefacta.
—Puedes liberarte, si es así, creo que es hora de que tomes una de sus espadas y comiences a rematarlos. El veneno va a tardar en quitarles la vida —dice Sebastián, orgulloso de su plan.
— ¿Veneno? ¿Cuándo? ¿Cómo es posible? —le pregunta Fernanda a Sebastián, tratando de asimilar lo que está pasando.
— ¿Sabes o no liberarte de las cuerdas? —dice Sebastián sin querer dar explicaciones
—Si… Si sé, solo… espera —responde Fernanda poniendo manos a la obra.
La mercenaria había sido bien entrenada por Flor de Mariana, en todo tipo de artes, siendo el escape, algo indispensable para cualquier mercenario que pudiera ser capturado.
Hábilmente Fernanda usa el filo de su armadura para cortar la cuerda de sus manos. Luego se libera fácilmente del resto de ataduras y se levanta. Ayuda a Sebastián a liberarse y Consigue una espada, quitándosela a un moribundo bandido. Uno por uno, los bandidos son ejecutados por Fernanda, quien le corta el cuello, muriendo desangrados. Sebastián, no hace nada, solo ve como la mercenaria desfoga su ira contra los bandidos por la muerte de Fermín y el traumático momento que pasó.
El aprendiz ve a Archer a unos pasos de él y se acerca a paso lento.
—Hijo…. de… —trata de hablar el bandido, entre lágrimas y sangre.
—No es nada personal, pero no podía dejar que mi negocio se viera afectado. Lo siento, pero tienen que morir, aunque hubiera preferido que sea algo menos violento. Matar de esta forma no me agrada demasiado... Bueno por si te lo preguntas, es verdad… El licor estaba envenenado.
Sebastián sonríe engreído y se aleja de Archer, para que Fernanda le corte el cuello y termine de morir de una vez.
—Abeja tenía razón, hay venenos increíbles por descubrir a lo largo de este continente —dice Sebastián en voz alta, siendo escuchado por Fernanda. Ambos contemplando el estado lamentable del cadáver de Archer, donde la piel del bandido se encuentra llena de un sarpullido rojizo a los costados y blanco en el centro.
A la mañana siguiente, muy cerca del mediodía, el aprendiz y Fernanda están de vuelta en aquel camino, justo donde habían sido asaltados, sentados en el suelo junto al cadáver de Fermín, La mercenaria lleva una mirada perdida y un rostro manchado de sangre. Sebastián en cambio, lee su libro como si nada hubiera pasado.
A lo lejos, una carreta avanza furiosamente hacia los jóvenes. Pero estos no se alteran. Sebastián reconoce la carreta, la cual se detiene a unos metros de ellos.
De Alonzo y De Mariana bajan de la carreta ansiosos por reencontrase con los jóvenes, pero no están solos, detrás de ellos, cinco hombres pertenecientes a la Casa de Comercio De Alonzo, los siguen.
— ¿Estás bien hijo mío? —pregunta De Alonzo, burlándose.
—Estamos bien, ¡viejo idiota! —responde Sebastián con poca paciencia.
— ¡Fernanda! —exclama De Mariana con preocupación, al ver el estado de su compañera.
—Está un poco ausente, parece que lo de anoche, la dejó… en shock —explica Sebastián.
La veterana guerrera abraza con fuerza a su joven camarada, quien devuelve el abrazo, acurrucándose entre los brazos de Flor.
— ¿Qué pasó aquí? ¿Dónde están los bandidos? —pregunta De Alonzo, viendo que no hay nadie más cerca de ellos.
—Muertos, ya no te tienes qué preocuparte, ya me encargué —se jacta Sebastián ante su maestro.
— ¿Cómo es posible? —interviene De Mariana confundida.
—Me debo disculpar con usted mi señora, pero yo le robé la “Flor de Liliana” que tenía en su casco. Verá soy aficionado a las flores y esa flor suya, me cautivó. Pues además de su belleza, es un potente y raro veneno —dice Sebastián, para luego inclinar la cabeza, en señal de disculpa.
—No me digas que usaste la flor para matarlos a todos, imposible —cuestiona De Alonzo a su aprendiz.
—Al ser atacados por segunda vez, me escondí entre los barriles. Allí esperaba que mi señora De Mariana terminara con los bandidos, pero todo cambió cuando escuché que tenían a mi viejo maestro de rehén. Fue así que tuve que conjurar un plan, no el más brillante que haya tenido. Definitivamente, no lo fue. Pues dependía de varios factores muy volátiles. Pese a ello, no puede idear otro escenario. Así que pensé en llegar a un falso acuerdo con los bandidos, apelando a que su líder, no tuviera muchas luces. Cosa que si jugó a nuestro favor. Ya que el codicioso además de aceptar el dinero que le ofrecí, también aceptó los dos barriles de Vid Azul con entusiasmo. En uno de ellos introduje la venenosa Liliana. Al parecer la flor por sí sola es inofensiva pero cuando entra en contacto con alcohol, esta se disuelve lentamente hasta mezclarse, convirtiendo todo el líquido en un extraordinario veneno.
—Se ve que pasas mucho tiempo con el loco de Abeja —dice De Alonzo, pretendiendo no estar asombrado.
—Eso es difícil de creer Pajarito, cómo sabías que todo pasaría de acuerdo a tu plan.
—No lo sabía, pero era una carta que estaba dispuesto a jugar. Después de todo, mi vida estaba en juego.
—No te volveré a subestimar Pajarito.
— ¿Dónde? ¿Dónde está Antonio? —pregunta Fernanda despegándose de los brazos de su compañera.
—Murió, llegamos muy tarde con el curandero —responde De Mariana con dureza.
— ¡No puede ser! —grita Fernanda bañada en sangre y lágrimas.
—Lo siento mi niña — dice De Mariana, mostrándose fuerte ante la muerte de otro compañero.
—Vaya…es una suerte, parece que nos ahorramos el tener que matarlos nosotros.
De Mariana, está confundida por lo que ha escuchado, pues esas funestas palabras provinieron de Sebastián que sonríe. De la nada un ágil De Alonzo, corta la mejilla de la mercenaria con una daga, haciéndole una herida poco profunda, e inmediatamente lanza otra daga, contra Fernanda, la cual se clava en una pierna.
Las guerreras, intentan moverse para defenderse. Sin embargo, sienten el cuerpo pesado.
— ¿Qué…? —emite De Mariana mientras se desploma.
Lo mismo ocurre con Fernanda. Ambas mercenarias están inmóviles en el suelo. Sus músculos no se mueven. Sus cuerpos no responden.
—Lo siento chicas, pero no queremos que se sepa nada de nuestro negocio —dice De Alonzo muy despacio y sonriendo.
—. No se preocupen, el veneno que use no es el de Liliana, es una variación suya, que curiosamente se llama Mariana, no es irónico, ¿no lo crees hermosura? Bueno, para su suerte morirán sin dolor, o eso creo. Llevaremos sus cuerpos a su ciudad natal y les darán Santa Sepultura
—No me causa placer el que mueran, quiero que entiendan eso —confiesa Sebastián, para luego alejarse de las mercenarias.
De Mariana está muriendo en silencio junto a su compañera, además de recordar los buenos momentos junto a sus camaradas. Es la voz de su hijo muerto y los recuerdos de cuando eran felices juntos los que la acompañan en sus últimos momentos a la valiente guerrera.
—Es una pena, era una hermosa mujer —menciona De Alonzo mientras sus hombres suben los cadáveres a la carreta.
—Cállate —dice Sebastián evitando ver los cuerpos de las mercenarias.
—Matas a un montón de bandidos y… ¿Lloras por dos mujeres? —le reclama el maestro a su aprendiz.
—Nada de eso —responde Sebastián molesto—. Terminemos con esto, hay dinero que ganar. Ya perdimos dos barriles, creo que debemos de poner un campamento cerca. La guarida de los bandidos puede servir, es un buen lugar. Así tendremos el control de esta ruta.
—Así me gusta más, esconde esa culpa muy dentro de ti y saca la sangre fría —dice De Alonzo, orgulloso de su aprendiz—. Por eso me agradas, eres como yo. Siempre pensando en el dinero.
—El dinero es solo un medio para conseguir mis metas. Una moneda más, me acerca a ello.
—Lo que tú digas, mi estimado aprendiz.
—No te burles de mí. No siempre seré tu aprendiz. Recuerda que si esto sale bien, me consideraras tu socio.
—Claro, es lo justo.
—Más importante, ¿Qué dijeron los Villanueva?
—oh… Te va encantar.
(escribir a : elmercaderdelaflorazul@gmail.com)