CONFESIÓN
Ella lo abrazó, sus lágrimas
llegaron a caer al suelo, él no supo que hacer. Tenía 10 años trabajando en
medio de un arenal, nunca había escuchado la voz retenida de una niña, la
palabra encarcelada por parte de la familia y vecinos del Centro Poblado.
-
Llora, te hará bien hijita, le dijo
tembloroso
Luego vino un largo
silencio, los niños jugaban, era la hora del recreo, ellos estaban enfrascados
en un tema que no era ficción, hablaban de algo que no pudo ser portada de periódico. Llegando a casa pensó
que lo confesado por la niña era mentira y que el verdadero culpable de su
desdicha era su propio padre.
Después del Dengue y la
pandemia, habían empeorado las relaciones entre el padre y la madre, los
diálogos eran cada vez más tensos, la niña estaba habitando un infierno entre
los llanos candentes, territorio yunga. Ella vivió la etapa más hermosa de su
niñez en Qosqo, mantenía en su memoria las nubes blancas, la lluvia y su mejor
compañía era el río al cual iba con sus animalitos día a día. Ahora abrazada a
su perro Sultán cargaba una cruz, sostenía un excesivo peso, difícil de soltar,
el crucifico estaba atado sobre ella como las imágenes que colgaban como hilos
y no se separaban de su cabeza, las secuelas quedaron atrapadas en silencio
sobre su frágil mente.
El Maestro desde hace mucho
tiempo se relacionaba con la soledad, su última compañía fue la perrita Luna,
que murió de vejez. Fue enterrada bajo una planta de warango cuya producción se
asemeja al pelaje que tuvo en vida el animalito ; pero al igual que la planta
seguía siendo eterna por estos lugares, ya que caminaba por la ciudad detrás
del dueño dando pequeños saltos entre la vereda y la pista, encogiendo sus
orejas ante tanto ruido de las bocinas. El perrito también advertía en su
mirada los gritos de la gente, ellos peleaban por pequeñas cosas, la sociedad
estaba muy sensible, hombres y mujeres caminaban con el cuerpo separado del
alma, ante un pequeño ademán el otro escupía al suelo o la cara del prójimo. Él
se conoció con ella comentando un libro cuyo título era “Agua”, la eterna
conversación de las personas que aman a la Villa de Valverde, alguien dijo que
era un pueblo que buscaba agua sobre el arenal.
-
¿Crees
que el chaucato es el agua subterránea de Ica?
-
Pienso que sí, su canto sale del corazón, no
lo vemos pero lo sentimos, es el idioma de las profundidades, es poesía que
refresca al viento.
Ahora ambos sentían su
canto, se contagiaban del celeste cielo del mediodía, Ica ardía y esa rabia ante
tal afrenta crecía como la duna Saraja. Aunque el Maestro quiso denunciar el
hecho ante la autoridad educativa, fue impedido por sus propios colegas para
evitar el qué dirán. Le recordaron la frase: “Pueblo chico infierno grande”,
siendo amenazado por desconocidos cuando iba a sacar agua del pozo. La tierra
prometida aún no contaba con agua potable, siendo la única forma para
abastecerse del líquido elemento jalar un balde, que sostenían tres palos del
cual colgaba una rondana que chirriaba en el subir y bajar.
Ella, la inocente urpicha
venida de los andes contaba con trece años de edad, cuando tenía ocho reaccionó
ante la violenta arremetida de su tío con una mirada fija, sin cerrar los ojos.
En tono íntimo rezaba el padre nuestro, de esta forma se rompía el afecto
guardado, volaba en medio de una paraca y el dolor le golpeaba la cara. Pasado
unas horas llegó mamá a casa, la señora sospechaba lo que había ocurrido con su
hija y su hermano. De inmediato quiso ocultarlo todo para proteger en secreto
los hechos ocurridos en la sala, según la confesión de la niña fue mirando la
televisión, los relojes marcaban las cinco de la tarde, de un día que no podrá
olvidar en toda su vida.
El tiempo pasaba como las
nubes pasan al este, la amistad entre el Profesor y la niña no pasaba, al
contrario crecía a través de los libros, ella leía para evitar que las imágenes
de la violación aparecieran encima de sus ojos, ambos habían encontrado en los
libros la forma de evadirse de la realidad, cuando cerraba el libro se envolvía
en una melancolía, por eso evitaba leer en las noches, se despedía del libro a
la hora en que el sol se ocultaba entre las dunas, entonces, en ese momento, el
canto de los grillos tomaba por asalto el inmenso arenal camino a Comatrana.
Una tarde después de sus
labores decide llevar la confesión al padre de la púber, el padre sorprendido
por la presencia del Profesor en su casa decide escucharlo.
-
Algo de lo que me dice, lo siento en el
corazón al ver la truncada felicidad de Urpi.
-
Lo siento amigo, no debieron ocultarle nada y
oportunamente recibir ayuda todos en el hogar.
-
Me siento culpable al no proteger a mi niña,
nunca debí abandonarlos.
La madre ausente y la niña
sumergida en sus lecturas, no pudieron enterarse ni contener la ira del señor
Darío Pomasoncco, quién creyendo en la versión del Maestro salió en busca del
cuñado con el machete en mano. La tarde enrojecida por la muerte buscaba
descanso en el desierto, muy cerca de la playa se desataba una tormenta para
seguir ocultando los hechos, el machete fue dejado al lado de la cabeza del
difunto en un hoyo más profundo. Mientras que el cuerpo, gracias al viento, se
desenterraba para ayudar en la putrefacción, pudiendo ser visto desde la
carretera.
Ella lo abrazó, sus lágrimas
llegaron a caer al suelo, él no supo qué hacer. Tenía 15 años trabajando en
medio de un arenal.
-
Llora, te hará bien hijita, le dijo
tembloroso.
Seudónimo:
Ave de abril