sábado, 18 de marzo de 2023

ADEBAJO DEL PACAY (Gregorio Martínez - Nasca 1942 - 2017)




Acaso sí cualquier persona se lo hubiese dicho, Fraicico nunca hubiera prestado oído. Pero se lo dijo, con la mejor intención, su tía Juvencia, que era una persona recta y seria, enemiga de chismes y habladurías.
- Fraicico, mijo, abre el ojo y táte al cuidado con tu mujer cada miércoles a la hora que el sol cambea.
Dos días después, miércoles en la tarde, Fraicico se escapó del trabajo y se fue derecho al pacay de la hoyada donde tenía su yucal. Según la tía Juevencia, bajo el pacay de su propio yucal, sin la menor delicadeza, era donde Fraicica se veía, cada semana, con el mandolinista Serapio Aponte, justo cuando el sol empezaba a ladearse hacia las lomas de Pongo Grande.
Si es cuando el sol cambea el rumbo, pensó Fraicico, mientras tanteaba el firmamento, entonces es exacto a las tres y media. Vio en su sombra que todavía faltaba un buen rato y se dio tiempo para buscar, desde adebajo del pacay, el mejor lugar donde podía esperar oculto.
Trepó cuidadoso, porque sabía desde chico que el pacay era quebradizo, y ya en lo alto se acomodó en una rama gruesa, con bastante follaje. El pacay estaba floreando, pero era una flor seca, del color del tabaco, que solo exhibía un palito erguido y pusuliento, como la cosa del gato. Desde encima del pacay Fraicico divisó su yucal, verde azulado de tan bien que iba creciendo.
- ¡Qué gueno el yucal! – Dijo y se persignó.
Llegaron uno atrasito de otro, Fraicica y luego el madolinista Serapio Aponte. No se dieron tregua ni tiempo para nada porque tenían las ganas contenidas. De inmediato Fraicica se acostó de espaldas y el vestido se le arremangó casi solo, Serapio Aponte se desbraguetó, pero no se sacó el sombrero.
- Quítate el sombrero que no me dejas ver el cielo – le dijo Fraicica
Serapio Aponte se quitó el sombrero y lo puso a un costado. En el instante Fraicica se quedó tensa, dura como un palo, y los ojos se le encendieron.
- Qué? _ dijo Serapio Aponte _ ¿alacrán?, ¿espina?
Fraicica siguió inmóvil , en silencio opresivo, con los ojos encendidos como si fuera a llorar.
- ¿Qué? ¿can? ¿Pina? ¿Can? ¿Pina? – le preguntaba insistente Serapio Aponte.
El cuerpo de Fraicica se aflojó por un segundo.
- ¿Qué ¿can? ¿Pina? – insistía Serapio Aponte
Entonces el cuerpo de Fraicica se puso nuevamente duro, más que antes, y sus ojos se clavaron en la altura, en la rama del pacay donde estaba Fraicico. Serapio Aponte intuyó espantado lo que estaba ocurriendo. Pegó un salto pa´tras como los gatos techeros y se echó a correr por entre el yucal.
- ¡Corre derecho, demontre! ¡por el lomo de la raya, demonio, que me vas a romper el yucal! – gritó Fraicico desde la altura del pacay.

Gregorio Martínez (Nasca 1942- 2017)

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