Cortesía de Ámbar Gavilán |
Belinda Espichán había convertido al perro Randú en sapo,
ella muy contenta se encontraba saboreando su última hazaña, cuando tocaron la
puerta de su vetusta casa de esteras. La noche anterior le había dicho al gallo
Ronsoco que cante cuando llegara visita extraña o conocida; pero el animalito no
se percató del señor Musulmán, el primer amor de la bruja, el hombre que no pudo
atrapar con sus hechizos en Santa Cruz de Flores.
No quiso abrir la puerta, algo
le decía que no lo haga, el olvido nunca se ausentó de su cabeza, estaba
presente cada vez que suspiraba, por fin decidió jalar la manija a la derecha,
cuando lo ve agacha la cabeza, le pide por favor que se retire. El barbudo
Musulmán le responde. - Ya no volveré por tu puerta, solo te pido deja de hacer
el mal. Estaba a punto de descubrir su peludo pecho para mostrar su crucifico,
cuando Belinda tira la puerta con fuerza, remeciendo toda la casa. Después de su
encuentro en el río Mala cuando caminaban rumbo a Calango, esta era la última
vez que se miraban las caras, en ambos quedaba un rencor, un odio desmedido, una
lucha constante ¿Por qué vivir así? Si antes ambos buscaban las estrellas
juntos. Los días estaban marcados, las horas y los minutos no tenían descanso,
los caminos, la noche los enfrentaba.
Mientras caminaba el joven no tenía paz,
ella se aparecía en un instante, en un momento indescifrable, ya estaba al otro
lado del caudaloso río, mes de enero, volvía después de bailar, de acompañar a
las pallas. Avanzaba tranquilo, cuando escucha el llanto de un niño muy cerca a
la captación de agua, las plantas de junco y totora no permitían ver al pequeño
bebé, se abre paso con las manos, se acerca y lo toma entre sus brazos, es una
criatura brillante, pelos dorados, un niño de nacimiento, muy bello, occidental.
Habla consigo mismo.
- Cómo hay gente mala en este mundo, madres
desconsideradas. Hoy existen tantas parejas con hogares incluidos que no
pueden tener hijos, otros en cambio los abandonan, lo llevaré a casa, tú serás
el hijo que no pude tener con Belinda Isabel.
Al decir sus últimas palabras
acaricia su frente, se escuchan pasos y el niño habla. - Musu, musito, mira mi
diente - ¡Bruja de mierda! ¡carajo!
Con una risa maquiavélica el niño sale
volando convertido en un extraño animal. Musulmán se quedó con los brazos
adoloridos, entre sus manos una cruz, rezando a la Virgen del Rosario.
(Del
libro “Cuentos con historia” 2024)
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