Andrea escribiendo sobre el papel de sus maestros |
Ya estaban acostumbrados a salir de sus salones para dirigirse al cerro a
escribir o leer, era un día miércoles, el sol ardiente de verano se extendía
sobre las flores del pueblo, llegaba con mucha nitidez hasta la ollería, en ese
lugar los restos humanos se encontraban desparramados a cada paso. Los
estudiantes estaban sentados conversando antes de recibir las indicaciones de
su maestro, aún no se daban cuenta del sonido de la tierra, cuando empezó a
temblar recién David lanzó un silbido y todos miraron en silencio el pueblo. La
gente salió a la calle y los estudiantes de ambos niveles se apostaban en las
zonas de seguridad.
Desde la tercera cruz de madera vieron una nube de tierra, no habían
escombros, el movimiento telúrico fue leve, sin embargo sus miradas estaban en
el centro de la plaza, en el corazón de Santa Cruz de Flores, ahí había caído
el reloj de cuatro caras, desde el interior de la tierra se veía crecer una
bestia desconocida, con enormes patas, manos con garras, cara de burro, cabeza negra con pronunciada cabellera. La
gente del pueblo huía hacía los cerros circundantes, los maestros subieron al
cerro patrón para implorar junto a la maestra de religión la ayuda divina.
El Profesor Jhon Cusipuma se había quedado en el pueblo, antes de tomar esa
decisión conversó con sus colegas, le había pedido al maestro de Computación
encontrar señal para pedir ayuda a Lima o Cañete. Los demás colegas conocían
bien la zona y decidieron acompañar a la comunidad desde diversos lugares, muy
cerca al cementerio el maestro Richard y su hija trataban de tranquilizar a la
gente; el profesor Miguel caminaba con dirección a San Antonio, en busca de
ayuda; la docente Exilda suspendió su viaje a Mala para adentrarse a las
chacras con los más ancianos.
La bestia daba pasos lentos pero con su peso aplastaba las viejas casas,
algunas que eran dotadas de buen material servían de obstáculo en su
movimiento. Todos seguimos el rumbo cansado del animal que mientras crecía, el
sonido de sus gritos aumentaban de volumen, la tranquilidad de mi apacible
pueblo estaba destruida con su presencia. Todos nos preguntábamos donde está el
Profesor Jhoncito, capaz de resolver todos los problemas en la pizarra y en la
vida, las matemáticas y una vara de madera (regla) eran su complemento exacto,
en muchas oportunidades reía, era feliz como su apellido..
Él trataba de conseguir la honda dejada por el nieto de Pachacutec a su
paso por Flores, convencía al señor Víctor Manco que se la proporcione para
probar su magia, dicha arma hace poco, demostró su vigencia cuando comunidades
alto andinas enfrentaron a helicópteros de las Fuerzas Armadas de Perú.
Acarició la huaraca con su cara y manos, trepó la empinada cima del Apu tutelar
del Distrito y desde la cumbre probó un primer disparo, el proyectil de piedra
laja filuda impactó en la frente de la gigante bestia, haciéndola retroceder
con dirección a Mala.
Todo fue rápido como un sueño, ya eran las cinco de la tarde, crecía la
preocupación por comer y dormir. Cada grito que escuchábamos eran los certeros
disparos de la honda, al ser manejada por el super matechévere transformaba su
potencia al 100%, poco a poco la bestia fue llegando al río. En el décimo
quinto disparo cayó patas arriba en pleno cauce, el huayco de diciembre la
arrastró al mar. Seis de la tarde, con luces y sonidos de sirenas, se acercaban
los refuerzos de Lima, 18 tanquetas quedaron en San Antonio. Diciembre nos
dejaba, era el año en que el Profesor Jhon se retiraba del pueblo que lo
albergó diez largos años, como guardián del Colegio y del valle, todos se
acercaron al día siguiente llevándole pisco y vino, yo le fui a pedir que me
dejará la honda para cuidar a mi pueblo, en un próxima amenaza.
Andrea Martínez
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