TODOS LOS
SANTOS EN FLORES
(El bebé que
espantó a los muertos)
Doña Luciana
se encontraba cociendo en casa, tenía varios pedidos para entregar el fin de
semana. Era tanto su labor que había perdido la noción del tiempo, estresada y
agobiada por tener dinero y apoyar los estudios de su hijo Enmanuel, decidió
irse a dormir, ya se estaba levantando de su asiento cuando miró al reloj que
colgaba de un extremo de la casa.
-
Hora Katimba dijo, seguro no habrá
nadie en la calle.
A esta hora
camina poco gente en Santa Cruz de Flores, sus habitantes descansan temprano
para madrugar e ir al campo a realizar sus actividades diarias. Mira su
habitación, de pronto escucha ruidos desde la calle, voces que vienen
acompañando una procesión, algunos por no decir todos usan capuchas negras, no
se les puede ver las caras. En ese entonces no había luz eléctrica, casi todo
los pequeños pueblos al norte de Cañete, tenían un motor que alumbraba dos
horas por la noche. El cortejo pasaba
sin ser oídos por la gente, solo la costurera se encontraba en pie, cansada y
abrumada con tanto trabajo.
La puerta del
Pasaje Aliaga Cuya sonó, el pequeño toque remeció la casa, la señora abrió la
puerta, al jalar la manija, ya entraba el aire escalofriante de la noche, uno
de los visitantes la esperaba con dos cirios, no mediaron palabras, ella
recibió los candelabros en los cuales las velas emitían una luz raquítica,
notándose solo los movimientos de las manos. Al retirarse le dice el más alto y
flaco.
-
Por favor nos las guarda, mañana
venimos por ella.
Día 31 de
octubre en el calendario, todo esto lo había olvidado Luciana. En la década del
sesenta, los abuelos de Flores llamaban Katimba al diablo, personaje que
siempre lo relacionaban al fuego, al infierno de Dante, lugar de las almas
pecadoras, según Manyute los que caminan por aquí pertenecen al noveno círculo,
gente que ha traicionado a su propia carne.
Al día
siguiente, consulta con su abuelo Juan de Dios, al escuchar lo narrado, el
viejo solo atina a mirar el cielo y rezar tres padres nuestros. Le toca la
cabeza a su nieta, conversa con mucha fe.
-
Tenemos que hacer algo, el día se va
volando, antes debo ir al Cerro Patrón, ayer fue viernes 31 de octubre, hoy es
el día de los muertos.
- - Dime abuelito para librarme de esto,
hoy al ver los cirios se han convertido en dos largos huesos, se parecen a la
tibia y el peroné.
- - Ellos vienen de todas maneras a
recoger sus huesos, tienes que tener en tus brazos a una criatura libre de
pecados.
Luciana está
tranquila, ya que hace poco Ángela dio a luz un hermoso bebé, al cual pusieron
de nombre Thiago, ahora como convence a su amiga la samba para que le preste
al niño. La persuade que la vaquita ha parido y que lo amamantará con biberón.
El niño era huérfano, en sus inicios la escuela albergaba a docentes de lugares
alejados. Un Chinchano con su arte culinario convenció a la jovencita y la hizo
suya, fue una tarde de octubre, debajo de las uvas, los verdes brotes los protegían de los rayos del sol.
12 de la
noche del día primero de noviembre, la costurera de sueños, Luciana Caycho,
esperaba el cortejo de visitantes venidos del más allá. Tocan la puerta, al
ingresar los muertos, la señora Caycho se encuentra con el bebe entre sus
brazos, luego cumple con lo propuesto por su abuelo, debía de hacer llorar al
niño lo más fuerte posible, el pequeño está dormido cuando recibe el primer
pellizco en sus rosadas nalgas, al recibir el segundo, los intrusos visitantes
salen despavoridos. Los huesos largos que se encontraban debajo de la mesa de
madera desaparecen y vuelven al lugar La Ollería. Hasta hoy aparecen desparramados por toda la quebrada..

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