jueves, 11 de agosto de 2016

La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII

La vid y el vino en la costa central del Perú, siglos XVI y XVII

Ana María Soldi (*)
(*) Doctora en Química Pura por la Universidad de Génova, Italia y Miembro del Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Foto: Dante Guevara



RESUMEN
El cultivo de la vid se desarrolló temprano en los llanos costeros y en los valles medios de las vertientes occidentales andinas cuyas características de clima y suelo eran propicios.  Españoles y criollos habían hecho caso omiso de las ordenanzas reales y virreinales que trataron inútilmente de limitar este cultivo y la producción de vinos locales que competían con los importados de España.
En la zona de la que trata este trabajo - Pisco, Ica y Nasca- por un tiempo relativamente breve incluso los señores indígenas locales que todavía eran "ricos" y poseían tierras se dedicaron con éxito a plantar viñas y a producir vino, y hasta hubo "indios naturales" que se habían dedicado a esta actividad, aunque estos últimos fueron obligados a desistir después de pocos años.
En la última década del siglo XVI y las primeras del siglo XVII muchas de las propiedades de los señores indígenas de segunda y tercera generación se transfirieron a españoles y criollos por ventas o, en numerosos casos, por donaciones o disposiciones testamentarias a diversas órdenes religiosas establecidas en el Perú.  He citado aquí como ejemplo algunos de estos casos que favorecieron a la Compañía de Jesús
Parte de mi investigación está dedicada a cuán rápida fue la multiplicación de los viñedos en los valles y llanos de Pisco, Ica y Nasca, a las técnicas de plantío, a los cuidados de las vides así como se practicaban entonces, y a cómo se vendimiaba. La mano de obra necesaria para todas estas tareas estaba a cargo de esclavos que era necesario importar en número creciente.  Quienes se dedicaban a la fabricación de los recipientes indispensables para guardar y transportar el vino por tierra o por mar eran más bien artesanos libres, muy solicitados y bien remunerados.
Las alteraciones naturales como erupciones volcánicas, terremotos y maremotos que se produjeron recurrentemente a lo largo y ancho de una vasta zona del territorio del Perú de entonces, desde fines del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XVIII, afectaron duramente a los viñedos y bodegas causando la pérdida de cosechas que fueron registradas en apenas una mínima parte.
Palabras claves:
Viñas y vino - Perú, siglos XVI y XVII - Cultivo de viñas - Compañía de Jesús


ABSTRACT
The cultivation of vineyards developed early in the coastal plains and middle valleys of the occidental slope of the Andes, where weather and soil were favorable. Spanish and creoles disregarded the royal and viceroyalty decrees which vainly tried to limit this crop and the production of local wines because they were a competition for the Spanish imported wines.
This article is about an area -Pisco, Ica, and Nasca- where for a relatively brief time local indigenous lords, who were still "rich" and owned land, successfully dedicated to the cultivation of vineyards and the production of wines. There were also "indios naturales" ("common Indians") dedicated to this activity, even though they were compelled to leave this activity after a few years.
During the last decade of the XVI century and the first decades of the XVII century, many of the properties of the indigenous lords of the second and third generations, were transferred to Spanish and creoles. This was done through sales or, in numerous cases, through donations or execution of wills in favor of different religious orders that were established in this area.  I have cited some cases of donations which favored the Company of Jesus (Jesuits).
Part of my research has been dedicated to the fast multiplication of vineyards in the valleys and plains of Pisco, Ica, and Nasca, to the planting techniques, to the special care in the cultivation of grapes as well as to how the harvest was done. All the labor needed for these tasks were in charge of slaves that were imported in great numbers. Free artisans were the most valued and were well paid and they were in charge of the fabrication of the containers for keeping and transporting wine by land and sea.
From the end of the XVI century until well into the XVIII century, in vast parts of the Peruvian territory, there were recurrent natural disasters. Volcanic eruptions, earthquakes and tsunamis greatly affected the vineyards and wine cellars causing the loss of crops which were not properly registered.
Key words:
Vineyards and wine - Peru: XVI and XVII centuries - Cultivation of Vineyards - Society of Jesus





INTRODUCCIÓN

Los españoles que invadieron el Perú en el siglo XVI, muy temprano se dieron cuenta que en algunas partes del territorio que iban ocupando podían cultivar las plantas cuyos productos les hacía más falta, el trigo y la vid entre las principales. Las noticias que recogieron los cronistas acerca de los lugares adonde se plantaron los primeros sarmientos de las vides no siempre concuerdan; el hecho es que la vid se aclimató rápidamente en la región costera donde encontró el ambiente más propicio.
En los valles de Pisco, Ica y Nasca la población nativa había sufrido las consecuencias de las guerras civiles que siguieron a la conquista y buena parte de las tierras de cultivo se encontraban abandonadas. Sin embargo, unos cuantos señores indígenas controlaban todavía considerables extensiones de tierra que habían pertenecido a sus antepasados y disponían de sus "indios" que las cultivaban. Entre los años 1570 y 1590 los testamentos y las transacciones de algunos de estos señores dan cuenta de las viñas que habían plantado y de su producción en mosto y en vino.
A fines del siglo XVI y durante el XVII algunas órdenes religiosas recibieron en donación o heredaron tierras y viñedos que habían pertenecido a los señores indígenas; la Compañía de Jesús fue la más favorecida.
También los "indios naturales y de comunidad" habían plantado viñas, producían mosto y lo vendían. Pronto estos pequeños y medianos viñedos despertaron la codicia de algunos españoles quienes vieron la manera de apoderarse de ellos. La política de "reducciones" que se implementó durante el virreinato de Francisco de Toledo fue la que terminó con todas estas propiedades.
En esos años todavía se importaba vino de España, pero su precio era tan elevado que muy pocos podían permitirse el lujo de consumirlo. Cuando la producción de vino local fue creciendo y comenzaba a amenazar la importación llegaron de España unas Ordenanzas Reales que prohibían plantar vides y producir vino. Sin embargo, los funcionarios virreinales no pudieron hacerlas cumplir y tuvieron que limitarse a gravar con impuestos la producción local.
Las vides se plantaban de manera parecida a las de España y necesitaban las mismas labores estacionales; sólo los fertilizantes eran diferentes, ya que según las regiones se utilizaba guano de las islas o las hojas descompuestas de los algarrobos. Se vendimiaba entre marzo y abril.
Debido a la drástica disminución de la población indígena hubo que recurrir a la importación de esclavos para emplearlos en los múltiples trabajos que exigían las viñas a lo largo de todo el año y después en la elaboración del mosto y de los vinos. Fueron en su mayoría negros y pronto se revelaron muy hábiles en todas las tareas, desde las más sencillas hasta las más exigentes. Su número fue aumentando conforme crecía la extensión de los viñedos, la producción de vino y las posibilidades económicas de los viticultores, ya que aquellos que demostraban ser especialmente diestros tenían un valor muy alto.
La producción crecía rápidamente y en proporción inversa bajaron los precios hasta que se mantuvieron bastante estables por un tiempo. En la región objeto de este estudio, entre fines del siglo XVI y mitad del XVII, el mosto valía aproximadamente un peso cada arroba y el vino entre tres y cuatro pesos. El mosto entre los indígenas y el vino entre los españoles, servían como equivalentes para las más diversas transacciones.
También crecía la demanda de recipientes en que envasar, guardar y transportar mostos y vinos. La mayor parte se almacenaba en botijas de barro de diferentes capacidades según los usos a los que se destinaban. Los "botijeros", mayormente mestizos y criollos, eran muy solicitados, mejor remunerados y algunos de ellos alcanzaron cierto prestigio.
El transporte del vino desde los lugares de producción hasta las zonas de consumo en el altiplano se hacía en caravanas de llamas y envasado en odres de piel de cabra. El que iba a ser transportado por mar desde las bodegas de Pisco e Ica se acopiaba primero en el puerto de La Magdalena de Pisco y desde allí navegaba hacia los grandes depósitos del puerto del Callao. Otras cantidades se encaminaban hacia el sur, al puerto de Arica, desde donde seguían tierra adentro hacia los grandes centros mineros de la sierra sur.
Los cronistas que he consultado para el siglo XVI y principios del XVII describieron y comentaron algunos de los desastres naturales que asolaron toda la zona del centro y sur del Perú en esa época. De los fenómenos telúricos que siguieron después y por más de un siglo encontré noticias en otras fuentes. Murió mucha gente, se derrumbaron edificaciones y fueron gravemente afectados viñedos y bodegas. Se perdieron cosechas enteras pero se siguieron plantando viñas y se volvió a producir vino, aunque en cantidades menores que en el pasado.

ANTECEDENTES

Poco después de la llegada de los invasores europeos comenzó en el Perú una época de turbulencia interna que duró casi ininterrumpidamente algo más de tres décadas.
Apenas sofocada una gran rebelión indígena que se extendió por casi todo el territorio (1536-1537), se agravó el enfrentamiento entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, debido en gran parte a la discordia respecto de la delimitación de sus respectivas gobernaciones. Así fue como se desató la primera guerra civil entre los partidarios de ambos ex-socios y rivales. Derrotado y asesinado Diego de Almagro en 1538, los almagristas asesinaron a Francisco Pizarro en 1541, y encabezados por el hijo de Almagro llegaron a tomar el control de la zona en conflicto, hasta que fueron derrotados por el Gobernador Vaca de Castro en 1542.
Sólo dos años después Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, levantado en armas en contra del primer Virrey del Perú, Blasco Nuñez de Vela, desbarató las fuerzas leales y mató al Virrey en 1546. Al año siguiente, en vista de la grave situación, la Corona envió al Perú al Licenciado don Pedro de la Gasca como Presidente de la Real Audiencia y con autoridad para gobernar. Después de reunir un poderoso contingente, logró la rendición de Gonzalo Pizarro y lo hizo ejecutar en 1548.
Gasca, también llamado "el Pacificador", no logró apaciguar del todo los ánimos inquietos y rebeldes, ya que el período conocido como el de las "guerras civiles" sólo terminó en 1554 con la derrota y muerte de Francisco Hernández Girón, quien se había sublevado en contra de la Real Audiencia. Sólo después de veinte años de zozobras, el Perú tuvo un Virrey que pudo gobernar en paz: Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete (1556-1561).
Aunque parece contradictorio, se puede constatar que durante los conflictos internos y al margen de ellos, en el Perú hubo un desarrollo espontáneo de la sociedad y de la economía. En un principio los "frutos de la tierra" proporcionaron a los invasores los alimentos básicos, pero definitivamente les hacía mucha falta el trigo para el pan y la uva para el vino. Harina y vino se importaban a precios muy elevados, en cantidades insuficientes y en condiciones precarias.
En cuanto al trigo, entre la tradición y la historia aparecen unas "señoras principales" que se disputaban el honor de haber introducido el trigo al Perú.  Escribiendo a principios del siglo XVII el cronista Bernabé Cobo resalta la figura de doña Inés Muñoz como "la primera mujer que vino al Perú... y fue la que trajo el trigo a esta tierra"1.
Otra mujer que se adjudicaba este honor era Beatriz, una esclava morisca que trajo al Perú el Veedor García de Salcedo, quien finalmente se casó con ella.  En su tiempo, Beatriz llegó a ser una de las grandes señoras del Perú, aunque nunca logró lucir el título de "doña"2.
La historia era generalmente la misma: unos granos de trigo encontrados en un costal de harina o de arroz traídos de ultramar y que, sembrados, germinaron y desarrollaron las primeras espigas. El hecho fue que rápidamente se difundió el cultivo de este cereal que hacía tanta  falta, y en 1549 ya se habían construido en Lima dos molinos. Cobo dice que "para haber ya cantidad de trigo para vender, el Cabildo señaló el precio que había que llevar por la molienda: por cada hanega de trigo tres almudes de molienda y a real la libra de pan"3. A fines de la década de 1530, por lo menos en Lima, ya se producía pan pero se seguía importando vino, y era urgente ensayar el cultivo de las vides.
Desde muy temprano los españoles se percataron de las condiciones del clima y de los terrenos de los llanos así como de las zonas más bajas de los valles costeros, se prestaban muy bien para el cultivo de las vides, pero ¿cuándo y cómo llegaron al Perú? Los autores discrepan y sabemos que antes de 1550 había vides plantadas en las zonas más bajas de algunos valles de la costa y según Cobo en 1551 se vendieron -y muy caras- las primeras uvas en Lima4
Entre los cronistas que llegaron primero al Perú, los que ofrecen noticias más interesantes son Agustín de Zárate y Pedro Cieza de León. Zárate llegó al Perú en 1543 como Contador de Mercedes del Emperador acompañando al Virrey Nuñez de Vela Cuando asomaba la rebelión de Gonzalo Pizarro Zárate, en cumplimiento de sus funciones, recorrió los llanos del Perú donde vio que "dánse muy bien todo fruto de Castilla y aún de uva hubiera abundancia si las alteraciones de la tierra hubieran dado lugar, porque algunas (vides) han nascido que se pusieron de granos de pasas..."5. Leyendo a Cieza parece que el cultivo de vid se logró muy pronto y en abundancia en los valles y llanos de la costa norte que habían sufrido menos las "alteraciones de la tierra", mientras la región al sur de Lima, entre Chincha y Nasca había sido escenario de numerosos episodios de las guerras civiles con sus secuelas de destrucción de parte de la población indígena y abandono de grandes extensiones de tierra6.
Cieza acompañó a Pedro de la Gasca en su expedición contra los Pizarro (1547-1550), y precisa que pasó por Pacasmayo en setiembre de 1548. Podemos seguir su recorrido "por los llanos" de norte a sur y tomar nota de sus observaciones.  Desde San Miguel de Piura hasta Lima encontró que "en muchos de estos valles hay grandes viñas.  Hasta agora no se ha hecho vino y por esto no se puede verificar que tal será..."7
En los alrededores de Lima Cieza vio algunas viñas, pero siguiendo hacia el sur no menciona otras hasta Chincha donde observa que "se crían los sarmientos que han plantado". Para Ica no hay mayores comentarios antes de emprender entre grandes espesuras de algarrobos el largo camino hacia los valles de La Nasca "donde se ha plantado en uno de ellos gran cantidad de cañaverales dulces de donde se saca mucha azúcar"8.
Ahora podemos preguntarnos quiénes plantaron esas "grandes viñas". En 1550 se reunió en Valladolid una Junta en la que se debatió la conveniencia de otorgar "en perpetuidad" los Repartimientos de que gozaban los Encomenderos.  Entre los que se declararon a favor estuvo Bernal Díaz del Castillo, quien argumentaba que los Encomenderos "se perpetuarían mucho más en poner heredades de viñas y sementeras". Una década después Juan de Matienzo, Oidor de la Real Audiencia desde 1561, opinaba que "los dueños de las chacras sean favorecidos, pues son los que conservan la tierra... Muchos caballeros han dado en tener chacras y heredades. Algunos plantan viñas y hacen vino aunque no es tan bueno que se pueda añejar; más podría ser, andando el tiempo, sea bueno"9.
Mientras tanto, en los alrededores de la recién fundada Lima ya había vecinos que habían tomado la iniciativa, aunque en pequeña escala. En 1546 un pequeño Encomendero del valle del Chillón había contratado a un español para que plantara en su chacra trigo, maíz, algunos árboles frutales y unos cientos de parras.
En 1552, no muy lejos de Lima, unos vecinos habían contratado a un administrador para su chacra, donde ya había árboles frutales y una viña.
En 1574, en el valle del Rímac, fue vendida otra chacra que tenía una viña, una prensa de uva, unas cuantas botijas para guardar vino y tres esclavos10. En estos casos se trataría de algunos españoles quienes, al no haber sido favorecidos con una recompensa importante por sus servicios, habían recibido de los representantes locales de la Corona un solar y unas fanegadas de tierra en calidad de "mercedes".

VIÑAS DE LOS SEÑORES INDÍGENAS

En la época que nos ocupa los indígenas también habían comenzado a plantar sus viñas y en primer lugar los señores, caciques y curacas de importantes y antiguos linajes locales de Ica, Pisco y Nasca donde todavía mantenían el control de considerables extensiones de tierras fértiles y del trabajo de "sus indios".
En 1561, al otorgar su testamento, don Hernando Anicama, cacique principal de Urin Ica declaraba tener "en el pago de San Martín su viña de Tipso" cuyo fruto debía ser distribuido en tres partes, una de ellas para instituir una Capellanía.  En 1571 fue interrogado don Pedro Tizcancho, indio ladino de la misma parcialidad quien declaró haber tenido a su cargo los frutos de parte de la herencia "después que murió don Hernando Anicama... el cual mostró un quipo e dijo que hera la cuenta y razón de lo que ha cojido della."11
En 1569 don García Nanasca, cacique principal del valle de La Nasca dispuso en su testamento que de la Viña Grande (que poseía) se hiciera tres partes,"dos de ellas mando que sean para mis indios y con estas condiciones se las dejo por restitución por quanto la hicieron y labraron... y de la renta de una de ellas se saquen 500 pesos para los pobres de las parcialidades de..."12
En 1577 don Francisco Maylla, uno de los caciques de Palpa, declaró tener 1550 parras de 10 años de edad en unas heredadas situadas a una legua de distancia del Pueblo del Ingenio, donde "se cojen 200 botijas de mosto..."13
En 1582 Don Andrés Mukaywate y su esposa de la parcialidad de Urin Ica vendieron a un vecino de Ica 3.000 plantas de vid plantadas en la tierra de Ucaña y el mismo año don Alonso Waman Aquije, otro cacique de Urin Ica se obligaba a pagar a don Juan de Herrero "100 pesos de a 9 reales y 100 arrobas de mosto"14
Asimismo, en 1582 doña Beatriz Illaynachi, hija de uno de los caciques de Urin Ica, pedía "se mande hacer una provisión" sobre la cosecha de vino recibida de su padre en ocasión de su matrimonio, y el mismo año don García Nanasca (hijo) y esposo de Beatriz firmaba en Ica una carta de cobro de un año de arrendamiento de una "chacra de uva" por 1.300 pesos de plata corriente de nueve reales.15
En 1589 don Domingo Sullca Changalla, cacique de Anan Ica reconocía deber a su sastre Fernando de Aguirre la suma de 430 pesos corrientes y para pagarle ofrecía en prenda su chacra y pagaría el equivalente de la deuda con mosto que iba a producir "según el precio que valiera el mosto en esta villa" 16
¿Cómo pasaron a manos de españoles estas y otras tierras en las que los mismos indígenas ya estaban recogiendo los frutos de las plantas importadas por los invasores? Hubo muchas circunstancias que favorecieron este fenómeno y en primer lugar la dramática baja demográfica de esos tiempos durante los cuales los mismos caciques vendieron tierras a título personal por no tener como cultivarlas y alegando de que habían pertenecido a sus antepasados o tierras de comunidades abandonadas por sus antiguos habitantes.  También se registraron transferencias de propiedad vía matrimonios. Keith (p.114) cita el caso de don Alonso Waman Aquije, cacique principal de Urin Ica quien casó a una de sus hijas con el nieto de un encomendero asignándole en dote parte de sus tierras17

VIÑAS DE LOS JESUITAS

Desde los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII numerosos señores indígenas ya convertidos y "doctrinados" donaron o legaron sus bienes a diversas órdenes religiosas para la institución de Capellanías, construcción de iglesias, conventos o colegios. En esta ocasión sólo me referiré a las haciendas de viñas de los valles de Pisco, Ica y Nasca que fueron donadas a la Compañía de Jesús.
Los Jesuitas que llegaron al Perú a fines del siglo XVI dedicaron los primeros años de su estadía a la evangelización de los indígenas y a la predicación de la doctrina cristiana, pero muy pronto dirigieron sus mayores esfuerzos a la enseñanza a través de colegios que poco a poco fueron construyendo en las villas que se estaban poblando rápidamente.  La fundación de los colegios era auspiciada por personajes locales acaudalados que donaban a la Compañía de Jesús sus a veces muy valiosos bienes.
 En la cuenca del Río Grande de Nasca una de las más importantes haciendas de viña que tuvieron los Jesuitas fue San José. Su historia comenzó en 1546 cuando dos de los más importantes curacas del valle del Kollao vendieron a un español llamado Pedro Gutiérrez todo el valle "desde la naciente del río hasta el Tambo viejo del Inca" Poco tiempo después, Gutiérrez vendió todo el valle al Veedor García de Salcedo, hombre muy rico quien plantó caña e instaló un importante ingenio azucarero.  Desde entonces el valle se conoció como Ingenio18. Pasando de mano en mano de españoles y fraccionándose la propiedad, Francisco de Arias Maldonado llegó a plantar 13.000 parras en 29 fanegadas de tierra, que con otras colindantes fueron puestas en venta en 1617 y las compró la Compañía de Jesús para su Colegio del Cuzco.
Otra hacienda "en los valles de La Nasca" pertenecía al Licenciado Francisco Cabeza, quien había plantado una viña que en 1646 contaba con 12.000 parras. Al otorgar su testamento en 1657, Francisco Cabeza legó a la Compañía de Jesús "sus viñas y tierras llamadas San Antonio de Bellavista" destinándolas al Colegio de San Pablo de Lima; ya entonces la viña contaba con 26.000 parras.  Más tarde los Jesuitas compraron más tierras aledañas y la hacienda fue llamada San Javier. A mitad del siglo XVIII era una de las mayores productoras de vinos y aguardientes del valle.19
En cuanto a Ica, en 1598 don Fernando Anicama sucesor de su padre en el cacicazgo de San Juan de Lurin Ica y único heredero de sus bienes, al dictar su testamento declaró tener "una viña principal de 16 a 17 mil posturas con casa y bodega en el mismo pueblo, con 56 tinajas, las 24 de vino nuevo... 7 de vinagre y un hagar con sus utensilios y tinajón", además la viña de Tipso que da más de 10.000 botijas de vino.  Todo estos y otros bienes, don Fernando disponía que se entregaran a la Compañía de Jesús para el Colegio de la Compañía en Lima y la construcción de un Noviciado, con la condición de que su padre fuera reconocido como "único y gran benefactor"20 .
En 1692 Antonio de Vargas y Medrano ordenó en su testamento que se entregara a la Compañía de Jesús su "hacienda de viña de San Martín aperada con 26 esclavos y las tierras de La Tinguiña y la cosecha del año para la fundación de un colegio".  Treinta años después las haciendas donadas por Vargas y Medrano valían 120.000 pesos y con otras donaciones se inició la construcción del Colegio San Luis Gonzaga de Ica.21
Desde principios del siglo XVII en el valle de Pisco había viñas que llamaron la atención de los cronistas contemporáneos por la importancia de su producción de vinos.  En 1598 la que llegó a ser la hacienda de Humay22 era una pequeña chacra, un viñedo que en 1598 doña Inés Guatu heredó de su padre don Alonso Lima, uno de los caciques del valle  El esposo de doña Inés desarrolló la chacra y la legó a la familia Gamonal, uno de cuyos miembros, al otorgar su testamento en 1723, la legó a la Compañía de Jesús. Tenía entonces 47 fanegadas de tierra donde, además de una buena viña había una botijería importante, 26 esclavos, un molino, campos de alfalfa y muchos animales de tiro para transportar sus botijas de vino y aguardientes. La Compañía que ya poseía Chuncanga23, otra hacienda cercana, decidió asignar la renta de Humay a las misiones de los Moxos, en los llanos orientales de lo que hoy es Bolivia.
En el desierto, a dos leguas del puerto de La Magdalena de Pisco, "en el pago y sitio que llaman Llampcha" había tres hoyas plantadas de viñas.  Su dueño, don Lázaro Xapanilla, principal de Hurin Pisco, las vendió a un español llamado Bernabé García en 159224. Desde entonces y año tras año otros españoles excavaron más hoyas y plantaron en ellas más vides.  El valor de la que en documentos posteriores figura ya como Lancha o Santa Cruz de Lancha aumentó considerablemente.  En 1686 la compró en un remate el licenciado Andrés de Vilches y Ballesteros quien al otorgar su testamento en 1725 la adjudicó a la Compañía de Jesús para que sus frutos fueran aplicados a la reconstrucción del colegio de la Compañía en el nuevo pueblo de Pisco, ya que el anterior había sido destruido por el maremoto de 167825.

VIÑAS DE INDIOS

No sólo los señores tenían viñas sino también unos "indios naturales" y "de comunidades",  quienes temprano se habían dado cuenta del valor de los frutos de las vides que les permitían producir mosto y venderlo para pagar sus tributos.
De los primeros años de 1570 son unas Ordenanzas del Virrey Francisco de Toledo en las que se disponía que los indígenas que poseían y cultivaban tierras distantes a más de una legua de las Reducciones que les habían sido asignadas debían abandonarlas, "porque los dichos indios y el más tiempo del año se volvían a los lugares con el achaque que tenían ahí chacarillas y parrales y no querían sembrar ni estar en las reducciones" Conocemos dos casos bien documentados de estos hechos.
En la vasta zona desértica entre Pisco e Ica se encuentran entre las dunas, unas depresiones donde la napa freática relativamente alta permitió que desde tiempos prehispánicos los indígenas locales excavaran unas "hoyas" donde cultivaban maíz, yucas, frijoles así como algunos árboles  frutales26.  El cronista Diego Fernández describió prolijamente uno de estos sitios (p. 368) donde en 1553 hubo un enfrentamiento entre las tropas reales y los rebeldes de Francisco Hernández Girón. Desde entonces este lugar se conoció como "las hoyas de Villacurí".  Durante los veinte años siguientes los indígenas de Villacurí reemplazaron gradualmente sus cultivos ancestrales con vides, cuyos productos estaban alcanzando precios que les permitían pagar sus tributos.  Pero todo terminó en 1575 cuando a una visita ordenada por el Virrey Toledo siguió una Ordenanza Real que mandaba "reducir los indios de Villacurí a los pueblos de Pisco e Ica donde heran naturales y que ciertas hoyas y chacras de viña que tenían en el dicho pueblo y estancia de Villacurí se vendiesen en publica almoneda en quien más por ellas diese."27
Las Ordenanzas toledanas alcanzaron también a los indígenas que habían plantado y cultivaban sus viñas en otras hoyas "en el pago de Cachicamayos y Paraca" a dos y media leguas al noroeste de Villacurí y a dos y tres leguas de Pisco.  Vistos los informes del visitador de oficio, los dueños fueron "reducidos" a Pisco y sus hoyas plantadas de viñas fueron rematadas en diciembre de 1576 en el Puerto de La Magdalena de Pisco.  En este caso contamos con el traslado del documento de la subasta que se realizó, el inventario en que figuran los nombres de los propietarios afectados, el número de las parras que poseían y el estado en que se encontraban al momento del remate.  Había sarmientos recién plantados y viñas viejas, algunas de 10 años, altas y bajas, podadas y por podar, buenas y maltratadas y las botijas de mosto que habían producido o podían producir.  Había en total 51.000 parras además de algunos árboles frutales. Uno de los propietarios tenía ahí "un lagar hecho de adobes".  La primera oferta fue de 2.000 pesos de plata corriente y se adjudicaron a Simón Martín quien ofreció 3.500 pesos.28

ÓRDENES QUE NO SE CUMPLÍAN

Durante estos años, las noticias que llegaban de ultramar daban cuenta del éxito que habían tenido las plantaciones de vides en el Perú, de las grandes viñas que producían abundantes cosechas y que se estaba logrando un "vino de la tierra" que era consumido abundantemente entre criollos y mestizos.  El asunto era preocupante ya que la importación de vinos españoles estaba disminuyendo de manera creciente.  Por esta razón, cuando llegó al Virrey Toledo una Ordenanza Real que decía: "Os encargo que no dés licencia alguna para plantar viñas ni para reparar las que se estuvieran acabando...", ya era tarde. Los sucesivos Virreyes tuvieron que confesar que sus esfuerzos, si los hubo, habían fracasado; los españoles que se habían dedicado al cultivo de las vides hacían vino, lo vendían y se estaban haciendo muy ricos.
El Virrey García Hurtado de Mendoza (1590-1596) había creído conveniente, por lo menos, gravar con un impuesto (almojarifazgo) de 4 reales cada botija de vino de una arroba cuando salía de la bodega que la producía, para ser llevada por tierra o por mar a su lugar de destino. Y esto para "ayudar al sustento de la Armada" o para defender la costa de los piratas o para reforzar las murallas del puerto del Callao29.

PLANTÍO DE LAS VIDES, SUS CUIDADOS, PRODUCCIÓN Y VENDIMIA

Sólo para las primeras décadas del siglo XVII encontré en los escritos de dos cronistas algunas noticias acerca de cómo se plantaban las vides, cómo se abonaban, las uvas que producían y cómo se vendimiaba.
El Carmelita Antonio Vázquez de Espinosa, quien precisa que estuvo en la región en 1617 y que conoció de cerca las plantaciones de vides en los valles de Pisco e Ica, escribió: "todas estas viñas son altas casi a modo de parras...tienen calles en parte hechas de ellas mismas a modo de pirámide... el vidueño es negro, cargan con gran abundancia.30
El Jesuita Bernabé Cobo estuvo en el Perú en los mismos años, residió en el Colegio de la Compañía en Pisco y conoció bien este valle y el de Ica. Las viñas que él vio eran  "algunas de parrales bajos y otras de cepas...".31
Más tarde se encontraran los vocablos que se refieren a las porciones de terreno en que se plantaban las vides: "pozas", "cuarteles" ubicados a lo largo de "girones" con las medidas de estas subdivisiones y el número de vides que usualmente se plantaba en cada una de ellas.  En el caso de las haciendas jesuitas con frecuencia se asignaba a cada "cuartel" el nombre de un santo.
En cuanto al "beneficio" que las vides necesitaban para su buen desarrollo y para incrementar su producción, tanto Vázquez como Cobo observaron que el fertilizante que se utilizaba en las hoyas eran las hojas de los guarangos que se acumulaban y se dejaban podrir al pie de estos árboles tan abundantes en esos tiempos. A este fertilizante se le conocía con el nombre de guano32.
En efecto, en 1619 se veía en la Real Audiencia de Lima un pleito entre los propietarios españoles de las hoyas de Cachicamayos.  Uno de los litigantes reclamaba ciertos guarangos que deberían estar comprendidos entre los linderos de su propiedad alegando que "sin el guano dellos no podría sustentar la dicha mi hacienda de viña".33
Refiriéndose a las variedades de uva que en general producían en ese tiempo las vides plantadas en el Perú, estos y otros escritores contemporáneos están de acuerdo en que las primeras fueron de color negro claro, pero a principio del siglo XVII ya había blancas, mollares, albillas, moscateles y otras.
En la región de Pisco, Ica y Nasca se vendimiaba en el mes de marzo o "por Semana Santa" y se tendía la uva al sol sobre largas esteras por algunos días antes de pisarla en los lagares.  Los dos cronistas observaron un procedimiento ingenioso que Cobo atribuye a "un indio que al no tener lagar en que pisar la uva de un parralillo suyo la pisó en unos costales de lienzo"  Parece que el método tuvo imitadores en la región y seguramente en pequeña escala. Cobo comentaba; "aprendieron los españoles de lo que el indio hizo por necesidad"34

MANO DE OBRA

El plantío de las vides y los trabajos que se requerían a lo largo de todo el año hasta la producción del mosto no se habrían podido realizar sin la intervención de una mano de obra servil.  La población indígena había estado disminuyendo de manera dramática y la importación de esclavos, casi todos negros, fue la que proporcionó los brazos necesarios.
El riego, tan importante en los valles semiáridos de Pisco, Ica y Nasca, requería de esclavos regadores, otros dedicados especialmente a la vid debían traer y labrar la madera para "empalar las parras"; era necesario abonar oportunamente, podar, cosechar y por último vendimiar, "pisar" la uva, verter el mosto en tinajas y después guardar el mosto o el vino e botijas u odres.  Con frecuencia incluso el transporte de los productos  estaba a cargo de los "negros arrieros".
El número de esclavos estaba en relación con la extensión de los viñedos y con las posibilidades económicas de los hacendados.  En el caso de Pisco, en 1620  "cada hacienda tiene un pueblo de negros para el beneficio de las viñas... habrá en este valle más de 10.000 negros, y es de advertir que cada negro cuesta cuando menos 500 a 600 pesos si es de buena casta y disposición."35

MOSTO Y VINO

En los documentos que he consultado para fines del siglo XVI casi nunca se encuentra la palabra vino. Se calculaba la producción de un viñedo en botijas de mosto, con mosto se vendía y se compraba, se hacía contratos de arrendamiento y se pagaba deudas, siempre en el caso de indígenas, rara vez de españoles, tratándose de cantidades relativamente modestas. Ya en las primeras décadas del siglo XVII el autor anónimo de la Descripción del Virreinato del Perú escribía "Muchos indios que viven alrededor de la villa y tienen todos sus viñas, nunca recogen sus vinos ni lo guardan, todo lo venden en mosto...lo hechan en tinajas grandes de 70 y hasta 80 arrobas y daquí lo trasiegan en botijas que llaman piruleras..."36. Cobo, refiriéndose al vino que producían los españoles menciona una sola vez al mosto y como agregado: "Cuécese alguna cantidad de mosto y lo mezclan con lo demás vino; y en muchas partes hechan algún yeso"37
Como se lee en los contratos que cita Sánchez Elías para los últimos años del siglo XVI, los precios del mosto variaban debido a factores propios del mercado local.  En Ica valía en promedio algo más de un peso cada arroba, pero se contrataba en reales y el peso podía ser de a 8, de a 9 y en un caso hasta de a 13 reales.  Lo que sí parece haber sido constante era la diferencia entre el precio del mosto de españoles (13 reales) y el mosto de indios (12 reales). Había salvedades en cuanto a entregas a futuro: "según el precio que tuviera en el mes de agosto próximo" 38.
En 1550 Cieza escribía: "...hasta agora no se ha hecho vino y por esto no se sabe que tal será". Setenta años después y sólo en Pisco la producción anual del valle ascendía a 260.000 botijas de un vino que según Cobo "es de más cuerpo y más a propósito para pasar la mar." En Ica parece que la mayor parte de las 400.000 botijas que se producían cada año era de vino blanco.
En las hoyas del desierto entre Pisco e Ica las viñas producían un total de 20.000 botijas anuales "de un vino que es más parejo y tiene siempre más precio que los demás." En Guayurí, un pequeño valle entre Ica y Nasca donde había sólo dos viñas, se obtenía también 20.000 botijas de vino cada año y en los valles de La Nasca, sólo el de Ingenio producía 70.000 botijas de un vino que según Vázquez de Espinosa era "lo mejor del Reino".
En cuanto a los precios del vino, Cobo recordaba que "...antes de que acá se diera se traía de España en botijas y valía tan caro que más rehusaba uno convidar huéspedes en su casa por no dalle de beber que la costa que podía hacer en dalles de comer...  unas veces valía una botija en esta ciudad de Lima cincuenta pesos, otras veinte y más o menos conforme acertaba a venir poco o mucho... más ahora es tan barato que en los valles donde se coje, vale de tres a cuatro pesos la arroba."39
Fuera del mercado corriente, el vino era el equivalente para transacciones de otro tipo.  Sánchez Elías cita tres escrituras que se registraron en Ica durante la última década del siglo XVI.40
Lope Sánchez declaraba que debía a Pedro de Aranda 190 botijas de "vino de la tierra por el precio de una negra nombrada María". En 1596 Jerónimo de Barrios y su mujer dieron en dote a su hija Melchora 1.400 botijas de vino cuyo valor era de 4.000 pesos.
Pedro de las Casas Grijalva le prestó a su hermano Juan de Salazar por espacio de un año 1000 arrobas de vino para que Juan, su esposa y otra mujer "se aviasen para ir a los Reinos de España en la flota del año venidero de 1594".
Para los contratos y obligaciones de cierta importancia era costumbre especificar que se trataba de arrobas de vino "embotellado a vista de mojón.". Mojón es el equivalente del catavinos, la persona que tenía por oficio certificar de la calidad y medida de los vinos. En esos tiempos la "mojona" o "mojonería" era un oficio que se arrendaba en los lugares donde se despachaban los vinos y que consistía en hacer cumplir con el tributo que debía pagarse por la medida del vino objeto de la transacción. Se empezó a arrendar por disposición del Virrey don García de Mendoza y para la Corona representaba una cantidad que correspondía a los gastos que la ciudad de Lima hacía para el recibimiento de los virreyes.41

TINAJAS Y BOTIJAS

Muy pronto, la creciente producción de mosto y de vino hizo que se necesitara recipientes adecuados para envasarlos y transportarlos y fue en Ica donde temprano comenzaron a trabajar los alfareros que encontraron en el valle numerosos depósitos de una excelente arcilla y donde había una clientela que no podía prescindir de su trabajo.
Parece que uno de los primeros alfareros en instalarse fue Pedro Sánchez Albo, quien antes había trabajado en Vítor, un valle cerca de Arequipa donde ya se estaba produciendo vino en cantidades considerables.  El hecho es que en 1569, cuando quiso regresar a España se le prohibió salir para que se quedara a enseñar a fabricar botijas y tinajas en el Perú. 42
En 1593 encontramos a Sánchez Albo en su botijería de Ica comprometiéndose a fabricar para dos dueños de un viñedo 500 botijas y entregarlas "empegadas a razón de 4 y 1\2 reales cada una".  En el mismo año otro botijero, Juan Santa Cruz se comprometía a trabajar por un año en el obraje que un hacendado del valle tenía en su chacra, labrando cada día 60 botijas y entregándolas "talladas y horneadas".
En 1597 el "oficial de hacer botijas" Pedro Parraga hacía el mismo convenio con otro hacendado, quien le pagaría 450 pesos al año especificando otras condiciones acerca del trabajo43 .
También se aceptaba botijas como pago por ciertas transacciones, como fue el caso de Simón Rodriguez Acevedo y su mujer quienes vendieron a Francisco Alegre "una casa en la villa por el precio de 3.226 botijas vacías" 44
El interior de tinajas y botijas debía ser impermeabilizado, "empegado", con brea, una sustancia viscosa de origen vegetal, una resina que se obtenía de la madera de algunas coníferas.  En ese tiempo se traía de Nicaragua "donde hay más de cincuenta leguas de espesos pinares donde se hace toda la brea que se lleva a los Reinos del Pirú...para empegar las tinajas y botijas para el beneficio del vino que se hace en todas las viñas de los llanos y valles del Pirú"45.
Buenaventura de Salinas y Córdova precisa "Tráense de Nicaragua más de 20.000 quintales de brea para el beneficio de las botijas de vino"46.  Más tarde se comenzó a utilizar para este fin la brea de Amotape, un producto mineral, derivado de la destilación de la hulla.

TRANSPORTE

Desde las haciendas donde se producía el vino se transportaba a los lugares de consumo por tierra o por mar envasado en botijas u odres de piel de cabra. Cuando su destino eran las sierras inmediatas el viaje se hacía en caravanas de llamas. Así, parte del vino de Pisco se encaminaba valle arriba hacia Castrovirreyna y Huancavelica, centros mineros de plata y azogue, mientras que parte de la producción de los valles de Nasca subía hasta el Cuzco vía Puquio y Abancay. Cuando los vinos de Ica iban a ser embarcados en el puerto de La Magdalena de Pisco debían necesariamente atravesar 12 leguas de desierto y el viaje se hacía en dos etapas con una pascana en las hoyas de Villacurí. Las mulas hacían el transporte bajo la conducción de "los negros arrieros"47
Otra ruta apuntaba hacia el sur donde según Vázquez de Espinosa "a 9 leguas de Ica tiene su puerto de Morro Quemado donde se embarca lo más de su vino para Lima y Arica"48 ¿Cuáles serían las razones de esta alternativa? Según los autores de dos derroteros de principios del siglo XVIII, el puerto de Morro Quemado "es muy malo y azotado por vientos violentos" y "es el más ventoso de esta costa, no hay agua ni leña...en 1720 se despobló por ser tan riguroso y una bodega que había se pasó a Paraca"49.
Al principio del siglo XVII la mayor parte de los vinos de los valles de La Nasca se transportaba en caravanas de llamas a Guamanga y al Cuzco, mientras los que estaban destinados a Lima se embarcaban en el puerto de Caballa a 12 leguas de distancia.  El camino puede seguir por un trecho a lo largo del cauce del río, pero después corre serpenteando entre dunas en un paisaje árido y desolado hasta el puerto de Caballa. Según un autor anónimo de fines del siglo XVII este puerto "es muy limpio y de buen surgidero para navíos de mediano porte".  Sin embargo, lo mismo que Morro Quemado es muy ventoso y su acceso por mar es difícil  Ambos autores de los Derroteros citados opinan que "es de algún peligro en razón de los varios bajíos que hay cerca de él" y  "es de peligro por el mucho viento y mar que suele haber"50.  Es muy probable que esos "navíos de mediano porte" se dirigían al puerto de La Magdalena de Pisco, donde llegaban los vinos de su valle y también los de Ica, todos destinados a seguir viaje hacia el Callao donde ya en la primera década del siglo XVII sólo de Pisco, Ica y Nasca llegaban más de 400.000 botijas de vino cada año. Otra parte de los vinos de Pisco navegaba hacia el sur hasta Arica desde donde, en caravanas de llamas subía rumbo a las minas de Oruro, Porco y Potosí donde, ya en 1571 estaban llegando los azogues de las minas de Huancavelica "para el beneficio de la plata".

DESASTRES NATURALES

Desde las últimas décadas del siglo XVI hasta la mitad del siglo XVIII terremotos, maremotos y erupciones volcánicas asolaron con violencia la zona centro sur del Perú. Estos desastres naturales que ocurrieron en esos tiempos fueron registrados por los cronistas de los siglos XVI y XVII quienes a veces los presenciaron y describieron sus consecuencias; otras veces tuvieron noticia de ellos durante su estadía en el Perú o escucharon relatos de los testigos españoles o indígenas.  Vázquez de Espinosa y Cobo son los cronistas que han descrito más ampliamente las secuelas de muertes,  destrucción de edificaciones y de campos cultivados, lamentando en especial los daños que sufrieron las bodegas y las viñas así como la pérdida de sus cosechas.
Ica, fundada en 1563, fue arruinada por un terremoto en 1568; reubicada y reconstruida para más tarde ser gravemente afectada por otro sismo en 1589.  Si podemos juzgar por las fechas de los contratos de compraventa de mostos, vinos y botijas que se celebraron en la última década del siglo XVI y las primeras del XVII, es evidente que las viñas y las bodegas del valle se habían multiplicado y las industrias prosperaban. Sin embargo, en 1647 y 1664 dos terremotos nuevamente destrozaron la villa de Ica, muchos de sus habitantes murieron bajo los escombros y las bodegas sufrieron terribles daños, sobre todo a causa del segundo terremoto.  José de Mugaburu, testigo presencial, describía las ruinas y lamentaba los daños que estaba sufriendo la industria principal del valle "...corrían arroyos de vino en las bodegas, quebradas y vertidas las cosechas del año que se evaluaron en más de 300.000 pesos...llegó también esta ruina a Pisco."51 Sin contar los daños sufridos por las bodegas a causa de este terremoto, el pueblo de La Magdalena de Pisco a orillas del mar fue víctima del maremoto que acompañó el sismo.
Más al sur, en 1600 la erupción del volcán Huaynaputina cerca de Arequipa había lanzado piedras y cenizas sobre una vasta zona y estuvo acompañada de terremotos y maremotos que llegaron hasta cerca de Arica.  Los cronistas de la época describieron ampliamente sus consecuencias desastrosas desde Guaman Poma "se perdieron todas las viñas..." 52 y Cobo "sólo en el valle de Vítor donde los moradores de Arequipa tenían la mayor parte de sus viñas, se cojían cada año más de cien mil botijas de vino...no se cojió en los seis años siguientes gota de vino"53  En la región costera los daños no fueron menores; la población de Camaná fue diezmada y las viñas que se encontraban no muy lejos de la playa fueron inundadas por las aguas del maremoto que al retirarse "las dejó abrasadas que no fueron más de provecho y se secaron"54.
Después del terremoto de 1664 siguieron veinte años de recuperación hasta que en 1687 un gran terremoto sacudió toda la región desde el norte de Lima hasta Nasca y más al sur. Ica fue nuevamente destruida y tuvo que ser reconstruida, esta vez en el lugar que ocupa hoy.
El pueblo y puerto de Pisco fueron destruidos por un maremoto y sólo después de dos años y muchas discusiones se pudo comenzar con la reconstrucción de la villa en un lugar suficientemente alejado del mar. Las viñas estaban valle arriba y no sufrieron tanto los embates del terremoto, mientras que las bodegas, por su cercanía al puerto, se vieron más afectadas como en anteriores terremotos.  No conocemos lo que pudo haberse perdido en los almacenes del puerto de Pisco, pero en Nasca conocemos el informe que para el año 1687 envió a sus superiores el administrador de la hacienda jesuita de San Javier en el valle del Ingenio. Todo el vino y el aguardiente que estaba destinado a salir por mar desde el puerto de Caballa: .
"...con la ruina del terremoto y la salida del mar se perdieron todos los frutos de aquel año y del antecedente...porque pasan de seis mil botijas las que se llevó el mar y más de cuatrocientos quebró el terremoto, a que se llega que los reparos que necesita la casa, oficinas y la viña no se puede costear ni con otros dos años de frutos."55
Según la historiadora Margarita Suárez, desde mitad del siglo XVII el vino producido en el territorio actual del Perú había saturado ya no sólo el mercado andino, sino que también se exportaba a Tierra Firme, Centro América y parte de Nueva España56. Esto pudo darse a pesar de las consecuencias de los desastres naturales que habían afectado viñas y bodegas, de las trabas que el gobierno español había puesto al comercio exterior y de la amenaza de las incursiones de los piratas.
A principio del siglo XVIII la situación cambió; en las estadísticas publicadas por Manuel Moreyra Paz Soldán relativas a las mercaderías que se embarcaban en  el Callao en los años 1701-1704, tanto en las exportaciones que salían hacia los puertos del sur como las que salían hacia el norte, el vino figura con cifras que son la mitad de las que se refieren al aguardiente57 Para este periodo el caso de Panamá es notable: el número de botijas de aguardiente es tres veces mayor que el número de botijas de vino.
Desde entonces las estadísticas publicadas en trabajos que tratan de la producción y difusión del aguardiente muestran que si el siglo XVII vio el auge del vino en el Perú, desde principio del siglo XVIII el aguardiente comenzó a rezagarlo en lo que se refiere a comercio interno y exportación.

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1 Cobo, B. Historia del Nuevo Mundo. Biblioteca de Autores Españoles. Edición Atlas. Madrid 1964. T. I p. 431.        [  ]
2 Lockhart, J. El mundo hispanoperuano 1532-1560. Fondo de Cultura Económica. México 1968. p.253.        [  ]
3 Cobo, B. Op. cit. T. I pp. 406-407.
4 Cobo, B. Op. cit. T.I. p.392.
5 Zárate, A. de: Historia del descubrimiento y conquista del Perú. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial Atlas. Madrid 1947. Tomo XXVI. p. 467.        [  ]
6 Fernández, D. Historia del Perú.  Biblioteca de Autores Españoles Tomo CLXIV. Madrid 1963. Primera y Segunda Parte pp.380-384.        [  ]
7 Cieza de León, P. La Crónica del Perú. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1963. T. XXVI p. 448.        [  ]
8 Cieza de León, P. Op. cit. pp.424-425
9  Matienzo, J. de: Gobierno del Perú. T. XI  Travaux, Institut Francais D`Etudes Andines. Lima - Paris. 1967. pp. 272-273        [  ]
10 Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Protocolos Notariales. Pedro de Salinas 1546-47. ff 134-135.
AGN. Protocolos Notariales. Diego Gutiérrez, ff 196-198.
AGN. Protocolos Notariales. Juan de Morales, 1572-1577 ff 196-198
11 AGN Compañía de Jesús. Títulos de propiedad. Leg. 26.
12 AGN Derecho Indígena. Legajo 1. Cuaderno 616.
13 Archivo Arzobispal de Lima (en adelante AAL). Sección Curatos. Siglo XVI.
14 AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1582.
15 AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1562.
16 AGN. Protocolos Notariales. García de Córdoba. Ica 1589. Los cuatro últimos documentos fueron citados también por García Rossel, A. Caciques y Templos de Ica 1954.        [  ]
17 Keith Robert, G: Conquest and Agrarian Change. Harvard Univesity Press. Cambridge. Massachussets and London. 1976.        [  ]
18 AGN, Títulos de Propiedad, Leg. 3, Cd.83, 1546.
19 Cushner, N. P. Lords of the Land. State University of New York Press. Albany.1980 p. 43.        [  ]
20 Rossel Castro A: Caciques y Templos de Ica. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima. 1964. pp. 98-103        [  ]
21 Sánchez Elías, Julio: Cuatro siglos de historia iqueña. Editorial Victory. Lima. 1957. p. 82.        [  ]
22 AGN Temporalidades. Legajo 12.
23 AGN Títulos de Propiedad: Humay y Chunchanga, Legajo 2, cuadernos 37 y 46.
24 Soldi, A. M. "Lancha, un caso de explotación agrícola racional en el desierto" en el Boletín de Lima No. 2. Lima. 1980.        [  ]
25 AGN. Títulos de Propiedad. Leg. 41. Cuaderno 749 y AGN. Temporalidades. Títulos de haciendas. Leg. 82.
26 Soldi, A. M. La agricultura tradicional en hoyas. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima. 1982.        [  ]
27 AGN. Juicios de Residencia. Leg. 2. Cuad. 4. ff 142-142v.
28 AGN. Títulos de Propiedad. Leg.9.Cd.205. ff.1-46.
29 Los Virreyes españoles de América durante el gobierno de la Casa de Austria. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial Atlas, Madrid 1978.         [  ] Vargas Ugarte, Rubén F.J.: Historia General del Perú. Tomo II Virreinato. Barcelona. 1966.        [  ]
30 Vásquez de Espinosa, A.: Compendio y descripción de las Indias Occidentales. Biblioteca de Autores Españoles. Editorial Atlas. Madrid. 1969.        [  ]
31 Cobo, B. Op. cit. T.I. p.392.
32 Vázquez Op. cit. 1.350 p. 326 y Cobo Op. cit. T.I. p. 94.
33 AGN. Real Audiencia, Causas Civiles. Leg. 46. Cd.174.
34 Cobo Op. cit. T. I. p. 392.
35 Vázquez de Espinosa Op. cit. 1.349, pp. 325-326.
36 Anónimo  Descripción del Virreinato del Perú. Crónica inédita de comienzo del siglo VXII. Edición de Boleslao Levin. Universidad Nacional del Litoral. Rosario. Argentina 1958. pp.107-109.        [  ]
37 Cobo Op. cit.  T. I p.392.
38 Sánchez Elías, J.  Cuatro siglos de historia iqueña. Editorial Victory. Lima 1957. pp.42-43.        [  ]
39 Cobo, op. cit. T.I .pp.392-393.
40 Sánchez Elías Op. cit. pp. 41-43.
41 López de Caravantes F. Noticia General del Perú y Tierra Firme en Relaciones Geográficas de Indias. Biblioteca de Autores Españoles Tomo CLXXXIII. Madrid 1965. Apéndice II p. 30.        [  ]
42 Mendiburu M. de: Diccionario Histórico Biográfico del Perú. 2º Edición, T X. Imprenta Gil. Lima, 1924. p.26.        [  ]
43 En Ica "hay cuatro botijeros que dan abasto de botijas a todos los señores de viñas y son los más ricos y a quien todos han menester... y sin estos hay mucho dueños de viñas que tienen botijerías en sus casas y hornos para el beneficio de sus vinos..."  (Vásquez de Espinosa p.328)
44 Sánchez Elías Op. cit. pp.39-41.
45 Vázquez de Espinosa Op. cit. 707, p.158.
46 Buenaventura de Salinas y Córdova, fray: Memorial de las historias del Nuevo Mundo Pirú. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Colección Clásicos Peruanos, Vol. I  Lima. 1957.p. 250.        [  ]
47 Cobo Op. cit. TI p.57.
48 Vásquez de Espinosa Op. cit. 1.352, p.327.
49 Un derrotero inglés de la costa de América (1703-1704) Dirección General de Intereses Marítimos. Lima. 1988         [  ]y Derrotero general del mar del Sur Año de 1730.  Dirección de Intereses Marítimos Lima 1993. 1703 p.83 y 1730, p.65.        [  ]
50 Un derrotero inglés de la costa de América (1703-1704) Op. cit. 1703 p. 82 y 1730 p. 66.
51 Sánchez Elías Op. cit. p. 54.
52 Guaman Poma de Ayala, F. Nueva Coronica y buen gobierno. Paris: Institut d´Ethnologie. Paris. 1936. p.1053.        [  ]
53 Cobo, Op. cit. T.I p.101. 
54 Vázquez de Espinosa Op. cit. 1.385, p. 336.
55 AAL. Sección Jesuitas, años 1657-1688. Siglo XVII, Leg. 2.
56 Suárez, M. Desafíos transatlánticos. Mercaderes, banqueros y estado en el Perú virreinal (1600-1700). Lima 2001.        [  ]

57Moreyra y Paz Soldán, M. Estudios sobre el tráfico marítimo en la época colonial (1944) Lima 1994.        [  ] 

miércoles, 3 de agosto de 2016

CRISTINA

CRISTINA


Me quedé huevón cuando vi a Cristina en el peaje. Para que no me reconociera me puse una gorra, me acerqué y le pregunté cuánto cobraba. Ella ni se dio cuenta que la estaba pulseando. Carajo, dije, qué pena, pero igual me la iba a levantar. Entramos al cuchitril de paja. Un colchón viejo tirado en el suelo presagiaba que el polvo no iba a ser agradable. Me sorprendió la tibieza de su voz. Comenzó a desnudarse, qué blanquita era su piel. Ella no se daba cuenta de que ni siquiera me sacaba la gorra. Cuando me la quité, se asustó, recogió sus ropas, las llevó a su pecho, y me dijo:
—¡Don Rolando, qué vergüenza!
Comenzó a llorar, a suplicarme que no dijera nada a nadie. Me dio pena, no me la tiré. Le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que lo hacía por su madre, que el tratamiento del cáncer era carísimo... Mientras hablaba, su voz se entrecortaba, y yo le decía: tranquilita, Cristinita, no voy a decir nada, mamita. Y me la traje. Le di 50 soles, pa’ que tuviera algo, al menos pa’ justificar su noche. Pero no cambió, siguió yendo al peaje. No voy a mentir, terminé por tirármela. La primera vez me dio pena, pero ella sabía del asunto, la condenada era una fiera en la cama...
Muchas veces la saqué del peaje para que nadie la tocara, le rogué que dejara esa vida. Su madre ya no era pretexto para que ella siguiera en esa vida... su madre murió, aguijoneada por ese cáncer que primero la dejó calva, luego ciega y después coja. ¿Te acuerdas de esa Cristinita que pasaba junto a su madre rumbo al colegio? De esa niña que corría tras las mariposas del jardín de la señora Donatila solo quedan esos ojos negros inocentes, lascivos, que me matan. Puta mare’, tengo que confesarte que me he templado... ¡Que la olvide! Estás loco, si a veces la escucho decir:
—Roro, voy a cambiar, pero no dejas a tu mujer; además la conozco desde niña. Ella ha sido una de las pocas personas que se acercó a visitar a mi madre en vida. Roro, además tú eres celoso... me vas recriminar siempre.
—Pero, Tinita, te ofrezco convivir o viajar juntos en mi camión, pero ya no quiero que te toquen otros hombres, mi amorcito, si te doy todo Tinita, no seas mala, desde que estoy contigo ya no toco a mi mujer, porque mi mujer eres tú...
En una fiesta a la que fuimos terminé sacándole la mierda a un imbécil. La quiso sacar a bailar a la fuerza. Era claro que había usado sus servicios en el peaje. Pero ella no quería bailar con él. Me acerqué y sin preguntar le metí un puñete que acabó por llevarlo al suelo. No paré de patearlo hasta que los otros vinieron a separarme.
Nos fuimos. Por primera vez la insulté. Le dije:
—¡Eres una puta, Cristina! ¡Una puta! Por qué no entiendes que te quiero...
Pero ella no quiere a nadie. Ni a ella misma. Me miró como si estuviera mirando a un fantasma. No pude contenerme, terminé lloroso, abrazándola, suplicándole que me perdonara, que había sido un imbécil por tratarla así... Sí, sí, lo admito, me está volviendo loco, pero si pudieras verla cuando es frágil, cuando en la cama vuelve a ser la niña persiguiendo mariposas, la amarías como yo la amo, además, ya soy viejo, mis hijos ya son mayores, logrados, con mi mujer hace años que no tengo nada... ¿Que cómo se volvió puta? Yo qué sé. Quizá el barrio, la pobreza. Su madre se rompía el lomo lavando ropa de gente de San Isidro y la dejaba solita, no sé, no me preguntes más...


César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

martes, 2 de agosto de 2016

CALIXTO GARMENDIA

CALIXTO GARMENDIA
Ciro Alegría

—Déjame contarte— le pidió un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara—. Todos estos días, anoche, esta mañana, aún esta tarde, he recordado mucho… Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida… Además, debes aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente.
Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción. Blandíanse a ratos las manos encallecidas.
—Yo nací arriba, en un pueblito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta segundo año de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o de hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también por su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. “Buenos días, señor”, decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto. “Buenos días, señor”, y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. “Buenos días, alférez”, y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acababa ahí la cosa. De repente venía gente del pueblo, ya sea indios, cholos o blancos pobres. De a diez, de a veinte o también en poblada llegaban. “Don Calixto, encábesenos para hacer ese reclamo”. Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y metía harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con buenas palabras. A veces hacía ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y ricos del pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para partirlo en la primera ocasión. Consideraban altanero a mi padre y no los dejaba tranquilos. El ni se daba cuenta y vivía como si nada pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. “Lo que necesitamos es justicia”, decía. “El día que el Perú tenga justicia, será grande”. No dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando: “No debemos consentir abusos”.
Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del campo. Entonces las autoridades echaron mano de nuestro terrenito para panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron el pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado, pusieron gendarmes y comenzó el entierro de muertos. Quedaron a darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos años, pero, que autorización, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento… Se la estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir a la cárcel y dejarnos a nosotros más desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde.
Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le hacía las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El escribano ponía al final: “A ruego Calixto Garmendia, que no sabe firmar, Fulano”. El caso fue que mi padre despachó dos o tres cartas al diputado de la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otras al mismo Presidente de la República. Silencio. Por último mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de la casa y mi padre se iba detrás y esperaba en la oficina del despacho, hasta que clasificaban la correspondencia. A veces, yo también iba. “¿Carta para Calixto Garmendia?”, preguntaba mi padre. El interventor, que era un viejo flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de las G, las iba viendo y al final decía: ”Nada, amigo”. Mi padre salía comentando que la próxima vez habría carta. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un estudiante me ha dicho que, por lo regular, los periódicos creen que asuntos como estos carecen de interés general. Esto en el caso de que los mismos no estén a favor del gobierno y sus autoridades, y callen cuando pueda perjudicarles. Mi padre tardó en desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años.
Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el Síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: “No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagará”. Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formón. “Es triste tener que hablar así —dijo una vez—, pero no me darían tiempo de matar a todos los que debía”. El dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.
A los seis o siete años del despojo, mi padre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de que, viéndolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo valerse? El terrenito seguía de panteón, recibiendo muertos. Mi padre no quería ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo, decía: “¡Algo mío han enterrado ahí también! ¡Crea usted en la justicia! Siempre se había ocupado de que le hicieran justicia a los demás y, al final, no la había podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones.
Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también se ver irse al hoyo a uno de pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre tratado así no se le daña el corazón? Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo la tierra, pero aun para eso hay gustos.
Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda, que resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró con banda de música y la gente hablada del progreso. En mi casa hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio de las otras cuatro, nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante, no me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era.
En la carpintería, las cosas siguieron como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre trabajaba a disgusto. Antes lo había visto ya gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que por fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse a mi padre, que solía decir: “¡Se fregó otro bandido, diez soles!”; a trabajar duro él y yo; a rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclado tanto la muerte.
La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía. Su risa parecía a ratos el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chanchadas, no sabían a quien echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros notables, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. Se había vuelto un artista en la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía era mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua le dañara o, al caerles, les molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua en los dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad, pero el pensaba que lo hacía, por darse el gusto de pensarlo.
El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracón de carne de chancho y otros que de las cóleras que le daban sus enemigos. Mi padre fue llamado para que hicieran el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando al muerto. El parecía la muerte. Cobró cincuenta soles adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron el precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: “Come la tierra que me quitaste, condenado; come, come”. Y reía con esa su risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían derrumbado.

Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un agitador del pueblo. Esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para que les defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le grito al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: “¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia!” Al poco tiempo, mi padre murió.

miércoles, 6 de julio de 2016

ROBIN

ROBIN
Esto fue lo que copió Robin, en unos de los muros de su Colegio

Ya era bien conocido en la ciudad, cruzaba la calle jugando con su cajón, era un lustrabotas muy alegre a pesar de vivir solo, sin la presencia de papá,  era feliz con sus compañeritos de la plaza  San Martín de Porres, un inmenso arenal en la periferia de la ciudad. Aún no entendía por qué mamá salía mucho de casa, principalmente en las noches, con la cabeza pintada y siempre con el colorete en los labios, tampoco comprendía por qué la abuela murió a temprana edad de cáncer, lo que si tenía claro era su apodo, él mismo les pidió a su mancha que lo llamaran Robin, no por el ayudante de Batman sino por otro, el personaje de las letras.
Tenía nueve años y le gustaba leer cuentos infantiles, encontrarlos era el problema. Su profesor a veces le prestaba algunos ejemplares, la Biblioteca Municipal no contaba con ese material, por leer mucho  no lustraba con frecuencia, sus amigos le decían:
-          Lees puras huevadas, fantasías no más oe.
En la escuela, su maestro pensaba que ya estaba salvado (si le gusta leer, será un buen chico). Una mañana, después de leer, su cabeza se vio envuelta por pensamientos justicieros, le parecía injusta la vida, la sociedad, no tener lo suficiente para poder comer y vivir dignamente. Era tan diferente la ficción con la realidad que vivía en carne propia. Los periódicos enaltecían a menores infractores, en el fondo era querer tener fama.  Empezó a cavilar en una víctima, debe ser una de esas personas que llevan en la cara la amargura, a las abuelas tiernas no hay que tocarlas, que sigan dando amor y dulzura pensaba.
Un día apareció por la Plaza  Julián, llevaba en su mochila su apellido, en su tez trigueña su dolor, en su mirada la tristeza, en sus zapatos la calle, caminaba sin rumbo en ese pequeño espacio de árboles secos. Volteaba siempre a mirar los cerros de arena, o cuando alguien le decía “fumón”. Toda la mancha de Robin lo advirtió, debido a que el grupo contaba entre sus filas a descendientes de mulatos, entre ellos el temible Harold, Juliancha en cambio, mostraba su hablar tierno, como lo hacen la gente que viene de las alturas. No estudiaba en ninguna Institución Educativa de los alrededores, porque la pobreza le arrebató al ser más querido, su madre murió cuando allanaron su casa y encontraron un celular ajeno. A diferencia de Robin el muchacho no tenía madre y ambos tenían a sus padres presos..
Las emisoras a diario realizaban diagnósticos de la sociedad actual, culpando a la violencia política de los ochenta, por la cantidad de adolescentes infractores. Muchas veces se le encontró escuchando la radio en la peluquería, estaba sentado sobre su lustrador,  nadie pude hablarle de los caminos que se pueden recorrer, que no todo está perdido, que se puede tener éxito en la vida usando la imaginación e inteligencia. Hoy nadie sabe su nombre, sólo su alias,  debo contar esta historia sin nombrarlo, él vino a encontrase con su padre en prisión, a pesar de que la Fiscal sabía que era un buen muchacho, que se podía hacer algo para apartarlo de los malos amigos, a mí me dijo que era reincidente y por eso  lo mandó a la penitenciaria, a un lugar llamado Maranguita.
La mañana del 27 de julio despertaba alegre, señora, sin bostezos, la calle adornada con listones multicolores se dejaba acariciar por la neblina, el mercado prendía su bulla por dentro y por fuera, ningún pito de los vigilantes o de la policía, se abrían los pequeños puestos dejando una vereda estrecha como un túnel sombreado por plásticos, el olor a pescado se impregnaba en las voces y en los oídos. Robin no había planificado nada, actuaría cuando su intuición le indique que hacer, elegir  una presa fácil que tenga dinero suficiente, luego invitar a sus amigos lustrabotas al comedor popular. La esperó cerca al río, en el recién inaugurado puente de la calle Puno, la Profesora Amparo no tardó en llegar, fue el robo más rápido de la mañana, el colectivo venía de Parcona, en pleno descenso del móvil, sus manos ingresaron al auto, sus dedos pescaron una bolsa cocida hasta los huesos, dentro de ella una cartera con doscientos soles, tarjetas de crédito vencidas y un calendario del Señor de Luren.
Corrió por el callejón de Pedreros, al ver su accionar fue seguido por otros cacos mayores, quienes le habían guardado su cajón de lustrar calzado, con ciertas amenazas y lisuras lo atarantan, tuvo que dejarles cien soles, la otra mitad estaba en sus manos, pensaba en el dinero, era mucho, nunca sus manos pudieron tener esa cantidad, el problema fue cambiarlo en sencillo, salir de ámbito de acción, buscar a sus amigos en la plaza para compartir lo robado. Ya no regresó por el puente durante dos semanas, estuvo robando carteras en la Avenida San Martín, en ese lugar tuvo su primer accidente de trabajo, fue reconocido por un agraviado cuando le lustró las botas de vaquero, se trataba de un reconocido hacendado de la ciudad, el señorón avisó a la policía, se lo llevaron y decomisaron su herramienta (lustrador).
Una tarde, se juntaron el niño sin padre y el adolescente sin madre, los dos se fueron a robar mangos a la chacra de Jalisco, el viejo era un enorme flaco, con cabello cano, usaba siempre vestimenta de cazador y un rifle con cartucho 40, salir al campo le fue bien, descubre la tranquilidad del tiempo, otros sonidos que no sean pitos y cláxones, lugares perfectos para leer, la santidad de lo verde lo hace feliz, risueño, juguetón y comunicativo. Logró contarle a Julián muchos relatos , la mayoría de oriente medio, sin olvidar por supuesto los cuentos de Arguedas, uno de nombre Orovilca le encantó a su amigo, sobre todo cuando habla del chaucato y del zorzal. Aquella tarde no planearon nada, la naturaleza le tendía su mano olvidando los atracos de rutina, los laburos, el escape a la carrera y la droga, las descripciones de ciertas lecturas eran parecidas a la realidad, el campo era un lugar de sanación.
 Pasaron nueve años, se acercaba la navidad y Robin volvió a robar solitario, la propaganda comercial lo obligó a pensar en dinero, ahora quería llevar a sus amigos a comer pollo al cilindro, comprar unos polos y zapatillas para alguien que necesite. Planificaba sus trabajos, coordinaba con Harold para el reglaje, incluso se drogaba para robar, su detención lo convertiría en recontra reincidente y puesto en una cárcel para adultos. Quisiera relatar qué hacía con lo robado, algunos deducirán, Robin tenía una tía prostituta, siempre iba a verlo cuando caía, también usaba pelo pintado y colorete intenso, ella escuchó esta conversación, fue lo último que supe de él:
-         - Dígame jovencito, ¿es usted reincidente?
-        -  Sí señora
-          -¿Dónde está el dinero de la cartera de piel de mono que le pertenecía a Doña Magdalena?
-          -Ya no existe
-        -  ¡Y el dinero que contenía! Hablo la agraviada de turno.
-        -  Me he comprado estas zapatillas y la ropa que llevo puesta…
-         - Pero eso no cubre el monto de lo robado, dijo la fiscal.
-       -   Lo compartí con mis amigos del parque, me queda la cantidad que está en la mesa.
Doña Magdalena, al ver que su dinero no iba ser recuperado y sabiendo de la calidad de la ropa puesta por el jovenzuelo, se acerco y comenzó a desnudarlo. La fiscal miraba atónita, impotente, sin consideración por el muchacho, quedó desnudo, la droga lo tenía flaco y los olores podridos mareado. Cuando me lo contó Doña Guadalupe, recordé al muchacho triste del salón de segundo “B”, más pena tuve cuando mi compañero volvió a ver su primera herramienta de trabajo, la que le decomisaron años atrás, la conservaban como trofeo de guerra.
Esta mañana fría, debo confesar que siempre lo amé, que a pesar del tiempo aún permanece la frase de amor que copió pensando en mí, ojalá todavía permanezca al lado de las gradas, que suben hacía la dirección pasando por el mástil, salgo un momento al baño para volver a leerla “Tú eres mi pensamiento favorito, hasta el aire sabe que te necesito”, espero me perdone por no estar a su lado, los libros que me daba me ubicaron en un mejor destino.
Julio- 2016



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