miércoles, 12 de noviembre de 2014

EL MUNDO DE LOS CHURCANAS

Vista panorámica del valle de San Pedro de Sonconche (Foto: Ambar Gavilán)

En la Provincia de Lucanas, los rukanas y los chilques, aparecen cultural y sociológicamente vinculados al Estado o Confederación Chanka. Por mucho tiempo no salió a luz esta importante cultura ubicada en el Distrito de Ocaña, específicamente en la comunidad campesina de San Pedro de Sonconche, quien toma el nombre del Apu llamado CHURCUNNA, vocablo quechua que significa "Lo que se eleva hacia lo alto".
Cabe saber que en ese cerro todavía existen restos de nuestros antepasados, quienes dominaron la Ingeniería Hidráulica, ya que por sus faldas a una altura superior a los 3000 msnm., se han hallado acueductos que continúan en actividad y abastecen  de agua al pueblo de Jalancca, hoy conocido como Uchumisca, lugares que pertenecen al Distrito Otoca.
Al lado derecho del cerro, viniendo hacia la costa se halla el abra conocida como Quesera, en el cual se puede observar las acumulaciones de piedras o "apachetas", costumbre ancestral del poblador andino de dejar marcas en pasajes de importancia geográfica; en este caso por ser abra y punto de ingreso al valle de Sonconche.
Los estudios de los alemanes demostraron que Laramate y Sonconche, son las cuencas hidrográficas más abundantes de la zona denominada "Las Cabezadas" de Lucanas que agrupa a los Distritos de Huac-huas, Llauta, Laramate, Ocaña, Palco y Otoca.
El agua de Sonconche nace de la parte Sur Este del Cerro o nudo Huacchocca; las demás vertientes bajan con dirección al Sur, confluyendo en un lugar lleno de misterio como es el Cerro Siwincha, donde existe una entrada hacia las rocas sin conocerse aún su destino. El pueblo sabio lo dice: "donde hay agua hay vida" y en Sonconche siempre la hubo.
Hasta el momento es la evidencia de la ocupación humana más antigua de la zona.
A finales del 2003, después de tener un contacto directo con la naturaleza, se pudo llegar a juntar textiles, cerámica, restos humanos y cráneos deformados, todo con la participación de alumnos, comunidad y autoridades, cuyos objetos se guardan en uno de los ambientes de la Institución Educativa Secundaria, hoy llamado "Mini - Museo escolar".
Debemos resaltar que todo el trabajo tomó seis años, empezando con una nueva etapa, la de conservar y promocionar la Cultura Churcana en todos sus aspectos: música, arte, letras, ciencia y Floklore. El viento, el agua y el sol todavía permiten que continuemos hablando de ellos, de su historia, de sus mitos y leyendas, de lo profundo de su sentimiento, ya que Sonconche proviene del vocablo quechua: Soncco que significa "corazón".
Alberto Benavides Ganoza (1) en un interesante artículo titulado:"Cultura e Identidad Regional", propone la creación de la República Chanka, tomando como base el área geográfica bajo el dominio de "La Nación Chanka", como lo menciona Julio C.Tello y Toribio Mejia Xesspe (2), abarcó "las cuencas hidrográficas de los ríos Pampas y Apurimac, así como los del Río Grande de Nasca".
Según Benavides, la República Chanka abarcaría las Regiones de Ica, Ayacucho, Huancavelica y Apurimac, hasta el Río Pachachaca.
A esto se agrega que los pueblos prehispánicos de Las Cabezadas, que pertenecen hoy a la Región Ayacucho, bajaban constantemente a la región costera a intercambiar sus productos como se observa hasta la actualidad.
Asimismo, hacemos eco de la propuesta y recuerdo que hace muchos años el Amauta escribió: "El Departamento es un término político que no designa una realidad y menos aún una unidad económica e histórica (3). se viene tiempos de definiciones y de dividir al Perú realmente.

  • (1) Revista de la Comisión de Derechos Humanos de Ica Nº 75 (2002)
  • (2) Paracas II Parte: Cavernas y Necrópolis Lima UNMSM 1949.
  • (3) 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana: Ensayo Regionalismo y Centralismo III La Región en la República.
                                              Juan Ladislao Ramírez Chacaltana
                                                        
Artículo publicado el jueves 26 de agosto del 2004, en LA VOZ DE ICA.


Chakanas


Institución Educativa "San Pedro de Sonconche"

Cuchillos de obsidiana
Trepanación craneana "estilo trebol"

martes, 4 de noviembre de 2014

OROVILCA









El chaucato ve a la víbora y la denuncia; su lírica voz se descompone. Cuando descubre a la serpiente venenosa lanza un silbido, más de alarma que de espanto, y otros chaucatos vuelan agitadamente hacia el sitio del descubrimiento; se posan cerca, miran el suelo con simulado espanto y llaman saltando, alborozado. Los campesinos acuden con urgencia, buscan el reptil y lo parten a machetazos. Los chaucatos contemplan la degollación de la víbora y se dispersan luego hacia sus querencias, a sus árboles y campos favoritos. Si la víbora no es alcanzada por los campesinos, los chaucatos se resignan, cambian la voz lentamente, del tono de horror a su cristalina música; y vuelan abriendo y cerrando las alas, como cayendo y levantándose en línea quebrada, a la manera de sus primos, el chihuillu y el guardacaballo costeños, y el zorzal andino. El chaucato es campesino; no va a los árboles de las ciudades; es pardo jaspeado, de pico fino y largo. La víbora se arrastra sobre el suelo polvoriento del valle; traza líneas visibles en la tierra.
 Cierta tarde, sobre uno de los grandes ficus que dan sombra al claustro del Colegio, canto un chaucato. Su voz transmitía el olor, la imagen del ingente valle. Los internos jugaban o charlaban. Salcedo se acercó, sorprendido, junto a una columna. Gorjeó nuevamente el pájaro; el cielo dorado recibió la música y se hizo transparente, bañado por el débil canto. Varios alumnos corrieron en el patio, persiguiéndole a gritos, y el chaucato se fue.
 Salcedo vino adonde yo estaba. - He observado que escuchaba usted como yo- me dijo.
 - Sí, se parece al zorzal. Nunca los había oído cantar en la ciudad. Salcedo me causaba turbación, más que a los otros compañeros del Colegio.
 - Es muy extraño que haya venido a cantar aquí- dijo- Quisiera hablarle de este pájaro; pero es usted muy callado, y es con quien deseo charlar siempre.
 - Nadie le escucha como yo, Salcedo; aunque me faltan palabras para contestarle bien. Yo era alumno del primer año, un recién llegado de los Andes, y trataba de no llamar la atención hacia mi; porque entonces, en Ica como en las otras ciudades de la costa, se menospreciaba a la gente de la sierra aindiada y mucho más a los que venían desde pequeños pueblos. -El chaucato es un espécimen real; me refiero a la realeza, no a las cosas.
 –Salcedo hablaba inspiradamente, sin mirar casi a su interlocutor-.El chaucato es un príncipe como de los cuentos .Debe ser un genio antiguo, iqueño. Es quizá el agua que se esconde en el subsuelo de este valle y hace posible que la tierra produzca tres años, a veces más años, sin ser regada. Es en el fondo de la tierra, en los núcleos donde quizá sólo llega la raíz de los ficus más viejos, hay agua cristalina y fecunda, cargada de la esencia de millones de minerales y de los cuerpos carbónicos por los que se filtró a la manera de un líquido brujo. La voz del chaucato es el único indicio que bajo el sol tenemos de esa honda corriente. Yo vi que usted fue tocado por el mensaje.
 El mensajero es digno de su origen, de su autor. ¿Por qué el chaucato descubre en el polvo a la víbora, que es del color del polvo y hecha de fuego maligno? ¡La oposición absoluta! La víbora de una parte especial, negada, del polvo, que a su vez aprehende los rayos del sol, de la parte maligna del sol ¡El agua la niega; apaga el ardor! Porque en la oscura entraña, bajo la tierra, el agua fresca, por la temperatura, la soledad y el largo proceso de empurecimiento , adquiere el poder extremo, la belleza extrema. ¡El canto que hemos oído! Yo presentía que al ver hablar tan largamente a Salcedo, y más, conmigo, vendría Wilster a escucharlo ,a buscar algún motivo para provocarlo, vino, lo acompañaba Muñante. Se detuvieron detrás de mí, frente a Salcedo. Pero él, como siempre, los ignoró. Aparecieron retratados en los grandes ojos de Salcedo; yo los veía y me sentí intranquilo. Salcedo siguió hablando con la sapiencia e inspiración que eran en él tan naturales.
 -No conozco al zorzal. Sé que es pardo muy oscuro y de pico amarrillo. Debe tener la misma naturaleza especial que el chaucato. Me gustaría oírlo cantar en los valles profundos donde vive ¿Ha escuchado Ud al chaucato, al borde del valle de Nasca o Palpa, allí donde montañas rocosas y no sólo el arenal circundan los campos sembrados? El color del chaucato es semejante al de las rocas de la cordillera seca, de los Andes gastados que se acercan al mar. En esos valles angostos, un chaucato canta posado en lo alto de un sauce, cerca de un monte de rocas cubiertas de polvo. Y vibra el fondo en que su pequeño cuerpo se distingue apenas por su jaspeado. El color del desierto, de los arenales sueltos que beben el sol y se recrean ardiendo, está muy cerca, a dos pasos .El chaucato nunca ha cruzado el desierto que separa un valle de otro. No sería una buena experiencia en una jaula. A mí, en la niñez, me llevaron por las pampas de Huayurí, a caballo. Los rodeantes arenales, el silencio y el calor, tantos,no debiera sentirlos el hombre en tan tierna edad. -¡Basta ya!- gritó Wilster a mi espalda-¡Charlatán lora de Nasca! Y se acercó hasta topar casi su cabeza con la de Salcedo. Corrieron todos los internos hacia el sitio donde estábamos. Wilster tenía ojos un poco saltado; era alto y fornido, el más corpulento de los alumnos del quinto grado. Salcedo lo empujó un poco y pudo paralizarlo inmediatamente ¿Qué influencia ejercía este joven, tan súbita, sobre profesores y estudiantes? -Mire Wilster, creo que debo pelear con usted, formalmente -le dijo- .Ha acumulado un furor clamoroso, ¿No es cierto? En la noche de luna .Usted y yo, solos, nos quedaremos detrás de los silos .El único lugar tranquilo para estos sucesos. Yo aseguraré la puerta, y nadie entrará. Pero lucharemos con un minimum de decencia, Medio cuerpo desnudo. Nada de cabezazos, patadas en el suelo .Usted puede cebarse en mí, quizás le dé la oportunidad o quizá le rompa la nariz o le reviente más los ojos. -¡Lo que buscaba! –exclamó Wilster -. Y tras de los silos. ¡Quizá yo te meta dentro! Y desde abajo recitarás tus sabidurías, con la boca llena de “esencia”. Gran entierro para un futuro Presidente de la República. ¡Muñante vámonos!-le dijo a su amigo-;después de tantos días de trabajo he conseguido que este…. No pudo pronunciar las otra palabras, porque todos los internos lo mirábamos .Alzó la cabeza con un ademán despectivo, hizo una señal con la mano a Muñante para que lo acompañara, y se fue caminando lentamente .Atravesó el patio ; se apoyó en uno de los maderos de la barra , bajo las ramas inmensas del ficus que se elevaba en esa esquina ;saltó a la barra e hizo varias flexiones rapidísimas. Al bajar no miró al grupo. Muñante estaba pendiente de él. Volvió a tomarlo del brazo y se lo llevo al corral de los silos .Desaparecieron Salcedo sonreía .Todos los internos lo miraban con preocupación .Cuando Wilster y Muñante entraron al corral, Gómez el cetrino, le dijo a Salcedo: -Yo seré el Juez Los colegiales no encontrábamos cómo decirle algo a Salcedo. Tenía una frente alta, sus cabellos muy ondulados se levantaban como pequeñas olas. Su nariz recta, semejante a la de las máscaras de Herodes que usaban en mi aldea para la representación del día de los Reyes, era armoniosa, como la amplitud y la forma de su frente. La sombra de las altas ramas del ficus llegaba a su rostro. Era el único alumno a quien todos los colegiales le hablaban de usted. -Yo creo que usted deberá ser el Juez, Wilster lo respetará –contestó Salcedo.
 Gómez era el campeón de atletismo en Ica, su nariz rara ,con un caballete increíble ,que parecía tener filo ; sus ojos hundidos , sus pómulos huesudos y los carrillos descarnados ,daban a su rostro un aire de ave de rapiña ; pero sus negrísimos ojos eran tiernos e infantiles .Gómez hablaba poco .Era cetrino amarillento sus brazos y piernas eran largos y delgados. Saltaba y corría con agilidad regocijadora. Los niños lo engreían. Su frente tan estrecha tenía algo que hacer con el brillo infantil de sus ojos. Se elevaba en los saltos recogiéndose como una araña. En las carreras dejaba atrás a sus competidores, desde los primeros tramos. Sus pasos parecían saltos; los niños los marcaban con rayas y se enorgullecían cuando alcanzaban la distancia, en saltos con impulso. Cuando él propuso: “Yo seré el Juez”, disipó la intranquilidad que nos aislaba a todos. Como una grúa de acero fino, Gómez levantaría a Wilster del cuello, si pretendía emplear en la lucha alguna maña traidora. ¡Ellos tres! La mayor parte de los colegiales celebraron la respuesta de Salcedo con un grito. Pero Gómez no iba a pelear, iba a ser sólo el Juez. Nadie empleó la palabra árbitro o “referee”. Y la intervención de Gómez hacia segura la realización del encuentro. ¿En que favorecía a Salcedo? ¿En qué lo favorecía, si Wilster era más fuerte que él, era valiente y estaba envenenado por la ira? - Hasta luego, jóvenes - dijo Salcedo. Y empezó a pasearse a lo largo de uno de los corredores del claustro. - “Le va a destrozar la cara – pensaba yo- . Tratará de sacarle sangre de la nariz, de partirle los labios, de cortarle las cejas; de desfigurarlo”. Salcedo acostumbraba caminar en el claustro, solo, durante horas.
 Los días domingo y de fiesta él se quedaba en el colegio, y leía, mientras paseaba; se detenía a instantes y meditaba. No, no era una simulación; veíamos que meditaba, luego reiniciaba su paseo. Los profesores le permitían hablar en las clases, a él únicamente. Demostraba teoremas y resolvía problemas de física, explicando el proceso con fría modestia. A veces ocupaba las horas íntegras de las clases de Historia y Filosofía .Ni los alumnos ni los maestros se sintieron afectados en nada por las intervenciones de Salcedo. El profesor de Historia era un gran hacendado, doctor en letras y taurófilo; le llamaban “camión”, porque era alto e inmenso; su voz era un trueno acuoso y regocijante. “¡a ver, el ilustre Salcedo! Usted tiene ideas propias y muy profundas; considera Ud. a Bolívar y a Hércules como demonios del orgullo; me lo dijo por escrito: Discutamos para satisfacción nuestra y de los “pequeños” alumnos “Yo pienso que Bolívar…” y discutían. Cuando tocaban la campana, cerraban la puerta del salón y la discusión continuaba…
 Los domingos, de seis a ocho de la noche, la Banda Municipal ofrecía una retreta en la Plaza de Armas. Salcedo iba de vez en cuando al parque a oír la música. Unos carteles gigantes colgaban a esa hora en la fachada del cine. Los altos y frondoso ficus enlazaban sus ramas en el aire y cubre de infinita sombra, la más clemente, el parque de esa ciudad que flota sobre fuego. Salcedo caminaba en el parque lentamente a orillas de los grupos de jóvenes que llenaban las aceras. Lo conocían todos. Había logrado interesar aún a las grandes familias de la ciudad. - ¡Qué frente tiene! - ¡Qué frente tan ancha - ¡Es así frente de sabio!- Exclamaban, mirándolo con curiosidad no disimulada. Los alumnos del quinto año usaban entonces bastón, guantes, y sarao sombrero ribeteado con fieltro. La moda para el traje era exagerada; un pantalón, llamado “Oxford”, muy ancho y largo, que cubría casi los zapatos; en cambio el saco era cerrado y corto. Los jóvenes del quinto año, hijos de gente adinerada, hacían brillar este conjunto con el cual se pavoneaban, especialmente los días domingos. En el internado el prepararse para salir a la calle duraba una o dos horas, Salcedo no acató esa moda; vestía al modo corriente, y siempre de drill: No usaba sombrero; quizá por eso era tan observada su brava cabeza, su cabellera levantada y su frente. Luego de dar una o dos vueltas en el parque principal, iba a los barrios y se quedaba a pasear en alguna de las otras dos plazas de la ciudad, que eran más pequeñas, sombreada de ficus menos añosos y de ramas menos espesas.
 - Esas plazas de los barrios no estaban bien alumbradas y limpias; la semillas de los árboles se amontonaban en el suelo o en las aceras de las locetas; crujías bajo los pies de los transeúntes. Casas de un solo piso, bajas de paredes ondulantes, pintadas cada uno de u color diferente; rosado, azul, verde o naranja parecían formar un marco risueño a las filas cuadrangulares de los grandes árboles. Durante el día, el sol, en las bajas fachadas resplandecen los colores y los ficus mecen lentamente sus ramas pesadas. De noche, en el centro de la plaza, lucía la luz de la luna o de las estrellas, porque las ramas de los ficus no se entrelazan, como en la plaza mayor. Casi todos los domingos, a la hora de la retreta, veía a Salcedo caminar sólo en la acera principal de algunos de estos parques silenciosos. No se sentaba en los bancos de madera; prefería, a veces, reclinar su cuerpo por unos instantes, en el tronco de un ficus, y continuaba, después, caminando. La sombra extensa de los ficus cubría, la fachada de las pequeñas casas, aumentaba la oscuridad.
 En el valle de Ica, donde se cultiva la tierra desde hace cinco mil o diez mil años, y cerca de la ciudad, hay varias lagunas encantadas. “La Victoria” es la más pequeña, la rodean palmeras de altísimos penachos, y el agua es verde, espesa; natas casi fétidas flotan de un extremo a otro de la laguna. Es onda y está entre algodonales. Aparece singularmente, como un misterio de la tierra; porque la costa peruana es un astral desierto donde los valles son apenas delgados hilos que comunican el mar con los andes. Y la tierra de estos oasis produce más que ninguna otra de América. Es polvo que el agua de los andes ha renovado durante milenios cada verano. En los límites del desierto y el valle están las otras lagunas: “Huacachina”, “Saraja”, “ La Huega”, “Orovilca”. Altas dunas circundan a Huacachina. Lago habitado en la tierra muerta, desde sus orillas no se ve en el horizonte sino montes filudos de arena. Es extensa y la rodean residencias y hoteles en cuyos patios han cultivado flores y árboles. Ficus gigantes, refrescan el aire y dan sombra. Contra la superficie de arena, la fronda murmurante de estos árboles profundos se dibujan. Y quién está bajo su protección siente en el rostro, sobre los ojos, su paternal, su fría lengua; porque las dunas tienen su cimiento en esta orilla arbórea, y el ardor de las arenas estalla en derredor, como un anillo. La gente nada o chapotea en el agua de la laguna, también espesa y de color penetrante; chapotean y juegan como animales regocijados por estos contrastes, que en lugar de abrumarlos, lo calman, lo acarician, le dan una gran alegría, algunos tullidos, los viejos, los llagados, y otros enfermos de las vísceras se sienten resucitar al estímulo de tanto fuego, de tan extraño mundo. Y vuelven por años desde lejanas ciudades. “Orovilca” significa en quechua gusano sagrado. Es la laguna más lejana de la ciudad; está en el desierto, tras una barrera de dunas. Salcedo iba a bañarse a “Orovilca” los días domingos por la tarde, en la primavera. Yo lo acompañé algunas veces. Ibamos por caminos de la chacra, porque entre la ciudad y Orovilca” no había carretera. - caminar en el polvo, entre caballos y peatones, diez horas, veinte horas, no importa –decía- . Los largos caminos pavimentados, empedrados, me abruman. Y no me agrada “Huacachina” . La ostentación humana me irrita. El pequeño camino, entre sembrados y arbustos, no entre árboles alineados por el hombre, es liberador. En cambio, andar en el desierto, sobre la arena suelta, es una vía segura para buscar la muerte. Llevábamos una sandía al hombro cada uno. Salcedo no perdía su compostura a pesar de ir cargando la sandía a la manera de los campesinos. Conversaba Con la naturalidad y animación de siempre. Escalábamos las dunas silenciosas, como dos pequeños insectos, de andar lento. Tramontando las limpias cimas, bajábamos a la hondonada de arena en que está el pequeño lago; volcán de agua la llaman, porque es un estanque fresco entre lenguas de arena, quemantes o heladas de inmortal blancura. Llegábamos a la orilla de la laguna y Salcedo partía inmediatamente la sandía, cortaba grandes trozos de la pulpa roja, y la bebía con un apresuramiento que me parecía locura.
 - La sed que tengo- me explicó una vez- no debe venir únicamente de mis extrañas, sino de alguna necesidad antigua. En Nasca, a estas horas; mi padre se expone al fuego del valle; trota catorce horas diarias, recorriendo la hacienda de su patrón. El cree ser dichoso. Yo he caminado por el cauce seco del río millares de días, para ir a la escuela. El fuego debiera atraerme, pero no en forma de sed. A veces sospecho que un can mítico vive en mí. El espíritu del río cuyo cauce arde diez meses y brama dos con esa agua terrosa. ¡Pero esos patos de “Orovilca”, que tiene la cresta roja y nadan con tanta armonía felizmente existes! “Orovilca no tiene aguas densas, puede brillar; la superficie de las otras es opaca. No hay ficus, ni laureles, ni flores; la orillan árboles y hierbas nativas. Huarangos de retorcidos tallos, ramas horizontales y hojas menudas que se tienden como sombrillas; arbustos grises o verdes oscuros que reptan en las bases de las dunas, y totorales altos, espesos, de onda entraña, desde donde cantan los patos. Los huarangos dejan pasar el sol, pero quitándole el fuego. Árbol nativo del campo, el hombre se sienta ahí, bajo sus troncos y rodeado del mundo seco y brillante, como si acabara de brotar de “Orovilca”, del agua densa, entre el griterío triunfal de los patos. Salcedo se tendía de espaldas en la laguna y flotaba durante largo rato. Una arenilla dorada forma ondas difusas en la playa. Es un oro húmedo, opaco; sobre esta superficie metálica encontraba gusanos de caparazones azuladas, pequeños escarabajos y lombrices. Luego me echaba a nadar, braceando, y un halo de agua verde me rodeaba. Volvíamos cuando el sol tocaba la cima de las montañas de arena. Cruzábamos el trozo de desierto que separa el valle de la laguna, sin hablar. Salíamos de la hondonada, y el valle parecía como un rumoroso mundo, recién descubierto, un oasis donde los pájaros hablaran . Porque la luz del crepúsculo embellece a los seres de la costa, les trasmite su armonía; su plácida hondura; no los rasga y exalta como los torrentes de lobreguez y metales llameantes de los crepúsculos serranos. Salcedo hundía su mirada en el gran campo negruzco y en los confines donde aparecían los Andes; se detenía junto a los grupos de palmeras que crecen sin dueños a la orilla del valle, en la arena, y en los caminos. Arrojando piedras bajábamos algunos dátiles de los elevados racimos. -¡Qué cabellera tienen las palmeras de Ica! – exclamó Salcedo la última vez que fuimos a “Orovilca”.
 - Este es el único valle de América donde caminaron durante unos años los dromedarios y camellos de África. Las arenas de la costa peruana se hunden mucho con las pisadas. Las bestias de África se cansaron y extinguieron. - A esta hora, junto a las palmeras, debieron verse como animales nativos- le dije. - Si, los dromedarios, especialmente, porque tiene la apariencia de animales deformados por el hombre. Usted no sabe cuánto ocurre bajo esta luz que nos ilumina como si fuéramos ángeles. Aquí aprietan con tenazas de aire. El espacio andino, en cambio, el helado espacio, todo lo exhibe; se muestran las cosas como sobre un témpano en cuya superficie la más pequeña cosa camina como una araña; aquí, el polvo, el sol, amodorran y encubren… Llega el agua en enero a Nasca, viene despacio y el cauce del río se hincha lentamente, se va levantando, hasta formar trombas que arrastran raíces arrancadas de lo profundo, y piedras que giran y chocan dentro de la corriente. La gente se arrodilla ante el paso del agua; tocan las campanas, revientan cohete y dinamitazos. Arrojan ofrendas al río, bailan y cantan, recorren las orillas mientras el agua sigue lamiendo la tierra, destruyendo arbustos, llevándose las hojas secas, la basura, los animales muertos. Después comienza el trabajo y la guerra. En las grandes haciendas se empoza el agua, cargada de esencias, como la sangre; y hay campesinos que no alcanzan a regar y siembran en la tierra seca, con una esperanza como la mía que no es sino una sed inclemente. Yo los he visto llorar en las noches del feroz verano y aún bajo la luz del sol repercute en el inmenso “Cerro blanco”. - ¿Usted conoce la sierra?- le pregunté. - Si el patrón de mi padre me llevó a cazar vicuñas en la altura, a 4,200 metros, donde se ven ya chozas de indios pastores. Hay allí un silencio que exalta las cosas. El llanto, en tal altura; o un incendio ¡un gran incendio! Perturbarían al mundo. Lo dejé hablar. Yo no me atrevía a contarle. Le temía y me inquietaba; sentía por él un respeto en algo semejante al que me inspiraban los brujos de mi aldea; pero me calmaba la expresión siempre tranquila de su rostro, de sus ojos en que podía seguir el curso de su afán por encontrar la palabra justa y bella con la que se recreaba. Porque su oratoria lo envolvía y aislaba. En cualquier momento él podía abandonar a la persona o el grupo con quien hablaba, e irse, a paso lento. Su cabeza tenía expresión entonces; la llevaba en alto como un símbolo, a la sombra de los claustros o de los grandes ficus o en el patio en que el sol denso hacia resaltar su figura, toda ella pensativa. Wilster comenzó a atacarlo, súbitamente. Wilster había sido durante cuatro años uno de los internos más festejados. Bajo los ficus del patio, cantaba con voz agradable las melodías que estaban de moda: tangos, pasodobles, jazz “incaicos”, valses. Marcaba alborozadamente el ritmo de las danzas, y movía a compás las piernas y la cabeza. Se improvisaban bailes entre los alumnos. Wilster era tenor. Sus canciones predilectas no las habrán olvidado quienes las oyeron en esa sombra baja del claustro:”Y todo a media luz”, “Medias finas de seda”, “Melenita de oro”, “Cuando el indio llora”, “Bailando el charleston” Un guitarrista limeño que no conocía la sierra, compuso el jazz pentafónico “Cuando el indio llora”. De melodía triste y de compás muy norteamericano, aunque lento, esta canción la oíamos en todas partes. Wilster la entonaba melancólicamente. Le escuchábamos, y nadie bailaba. Pero inmediatamente después cantaba un charlestón, y los jóvenes internos atravesaban el patio o recorrían los claustros danzando a toda máquina. Hasta que tocaban la campana que señalaba la hora de entrar al dormitorio.
 -Sólo Hortensia Mazzoni baila “Cuando el indio llora” como si fuera una ninfa- dijo cierta vez Wilster. - Es que no has visto a otras. Ella baila sola, en el salón de su casa. Por los balcones que dan a la de plaza de armas podemos verla. -¿Quién baila sola un jazz? Únicamente ella. Gira como una estrella de cine. ¿Qué hace?- preguntó Wilster. -Hay que bailar con ella- dijo Gómez.- -Podría usted hacerlo-le dijo Salcedo a Wilster- .Es la muchacha más bella de Ica. Y ella no ve que la miran. Su salón está siempre muy iluminado; la calle o la esquina de la plaza quedan en la oscuridad. - Una rama del ficus de la esquina se extiende justo Wilster- Salcedo rió, y Wilster también. Unos días después, Wilster odiaba a Salcedo, lo acosaba, y no hubo desde entonces otra preocupación en el internado, que esa lucha. Del sereno, del sabio, armonioso y raro joven de Nasca, vestido siempre de drill; y de su persecutor, el elegante Wilster, cantor y deportista el que usaba el más llamativo y mejor lavado bastón de Ica. Wilster andaba perdiendo. No se atrevía, no se atrevía. Descompuso su vida, la revolvió; mientras salcedo continuaba… Wilster era el sapo, cada vez más el sapo. Empezaba ya a odiarlo. Hasta que Salcedo quiso dar fin a la lucha. Parecía que su actitud había sido bien meditada y no era el fruto de su estallido. Pero yo temía que sus cálculos fallaran esta vez. Confiaba mucho en el pensamiento: En cinco años, su inteligencia le había dado en el Colegio una autoridad sin límites; pero la armonía entre él y los internos se había quebrado hacia unos instantes, con el desafío. Lo seguí, cuando tras largo paseo en el claustro, se encaminó al pequeño jardín del internado. Se sentó al borde del pozo que daba agua al Colegio: La polea pendía de un madero rojo de huarango, a poca altura del borde musgoso de la cisterna. - ¿Va usted, a trompearse con Wilster?- le pregunté - Claro. Yo lo he citado. Tengo ya el candado con que aseguraré la puerta. He estudiado el terreno. Cuatro hojas de calamina cubren la puerta de los cuatro silos. La lucha será detrás de esas casetas. - Pero usted no se ha trompeado nunca. -Sin embargo, todos saben que he cultivado con sistema mis músculos. En las pruebas de barra, sólo Gómez me supera. Lo derribaré, seguramente. Yo no pienso en que me derribe él. Ninguna esfera puede girar limpiamente, creo. A usted que es callado y tiene otro modo de ser que el nuestro, me refiero a los hombres de estos valles y desiertos, le contaré un secreto ¿Sabía usted que un corvina de oro viaja entre el mar y “Orovilca”, nadando sobre las dunas? - No, Salcedo. Nunca he oído esa historia. - Sale después de la media noche. Tiene una ola ramosa y aletas ágiles que la impulsan sobre la arena con la misma libertad que en el agua. - ¿Usted cree en eso? - Debe ser diez veces más grande que una corvina de mar, pues se la distingue claramente desde el bosque de huarangos hasta que traspone la cima de la gran Duna. El brillo de su cuerpo permite ver su figura. Y ¿sabe usted?, en la primavera lleva a Hortensia Mazzoni sentada sobre su lomo, tras de una aleta encrespada que tiene en la línea más alta de su esfera. -¿A Hortensia Mazzoni? Usted delira. Conoce la montaña de arena más grande del Pacífico “Cerro Blanco”, de Nasca. Al pasar por sus bajíos ¿no lo ha oído usted cantar al medio día? -No. Pero los arrieros que me traen de la sierra a Nasca, han oído ese canto. Yo creo que es el viento que forma remolinos de arena en el cerro. He visto esos remolinos; el soplo de sus  costados llegaban hasta el camino que pasa a dos leguas de la cumbre. - Hay en el mundo hombres rígidos que no tocarán las mejillas de ninguna mujer muy bella- exclamó Salcedo, de repente, y se puso de pie-. Somos como la superficie de la corvina de oro, amigo. ¡Qué proa para cortar el aire, la arena, el agua densa! ¡Nada más! ¡Nada más! Decía la verdad. En el jardín, lirios morados y un árbol de tilo temblaban con el viento; el cielo, casi oscuro ya, nos bañaba, con el resplandor que calma al hombre, como ningún cielo ni hora en los Andes. Pero Salcedo ¿Por qué estaba ausente? Sus ojos tenían una expresión acerada, una especie de decisión para cortar, como un diamante, las flores, y los, astros que empezaban aparecer. - Lo matará. ¡Matará a Wilster!- Pensé. - Me levanté. - Salcedo- le dije- los indios cuentan historias como ésa. Pero usted no es indio; Es todo lo contrario. -Soy heredero de los griegos! la armonía puede matar, puede cercenar un cuerpo, disiparlo, sin mover una sombra, ¡ni una sombra! – Los internos no fueron al dormitorio a sacar sus  matas de dulce o mantequilla. Ingresaron directamente al comedor. Éramos veintiocho. El Inspector-jefe, un viejo calvo, enérgico, veterano de los “montoneros” de Piérola, imponía orden en la mesa. En menos tiempo que de costumbre, terminamos de comer. El viejo nos miró a todos con extrañeza. Fue una comida apresurada y en silencio. Salimos Gómez y Salcedo alcanzaron a Wilster. -Gómez desea ser testigo. A mí no me importa. Usted decida- dijo Salcedo, casi en voz alta. -Que sea; pero que no se meta a separarnos. Y que nadie más entre- contestó Wilster. Los tres fueron por delante. Llegamos al claustro formando un solo grupo. Vimos en seguida que el Inspector nos observaba. El también entró al claustro. No era su costumbre. A esa hora nos dejaba libres. Se paró en la esquina, y permaneció allí hasta que vio como nos dispersábamos en el patio. Entonces se dirigió hacia el corredor que comunicaba el jardín del internado con el claustro. Pero aún se detuvo allí un rato bajo la luz del foco que alumbraba el corredor. Quedaba ya muy poco tiempo para la lucha. Los tres guardaban la entrada al corral de los silos. Salcedo entregó las llaves de un pequeño candada a Gómez. Cuando el Inspector desapareció en el corredor, entraron los tres al corral; cerraron la puerta por dentro y le pusieron candado. El portero del Colegio echaba otro candado a esa verja, cuando los internos nos recogíamos al dormitorio. Los alumnos se agolparon junto a la puerta. En la pared blanqueada de los silos había un pequeño foco que alumbraba de frente; pero detrás de las celdas, el corral quedaba a oscuras. No veíamos nada. Los alumnos, menores no pudieron acercarse a la puerta; yo logré conservar el sirio en el extremo inferior, junto al suelo. Alcanzaba a ver el campo por entre los barrotes de madera. Gómez apareció y se recostó en la pared. Detrás de los silos empezó la lucha. Oímos las pisadas fuertes en el suelo y el choque de los cuerpos. Gómez corrió hacia la sombra. -Esto no- dijo con voz fuerte. Debió separarlos, porque volvió a su sitio. - ¡Déjalo que se levante! – gritó de nuevo Gómez. Y estiró el brazo hacia nosotros, pidiendo calma. - Oímos que corrían, que se atropellaban, que giraban tras los silos. - A esa hora, la fetidez del corral empezaba a elevarse e invadir el patio; en los barrios de la ciudad, las mujeres echaban el agua sucia a la calzada. Ica era envuelta en un vaho de humedad semi-púdrida. De centenares de silos brotaban un hedor veloz que se expandía en las calles. - ¡Salcedo amigo mío, caballero, no te hagas golpear! – Rogaba yo- ¡No te dejes! - ¡Salcedo pierde! ¡Echemos abajo la puerta!- dijo un alumno del quinto año, porque vimos a Gómez correr de nuevo, a saltos. - Recita ahora, oye Demóstenes! ¡Canta, ruiseñor canta!- escuchamos la voz de Wilster. Y lo vimos aparecer después, arrastrado por Gómez. Lo traía del cuello. Sus piernas flojas araban el polvo. - ¡Viene muerto! - - ¡Desmayado! Gómez le aprieta la garganta. Y tocaron la campana del Colegio, fuerte. La agitaron llamando, con urgencia. Corrieron los más pequeños. Gómez dejó en el suelo a Wilster; abrió el candado y arrojó el cuerpo sobre las baldosas del claustro. Volvió después al corral. Wilster se levantó; se agarró la garganta y empezó a caminar detrás de los que se iban. Muñante veía el corral. No siguió a Wilster. -¡Me tapó la respiración! ¡Me tapó la respiración!- exclamó Wilster a pocos pasos de la puerta. Entonces se acercaron hacia él, Muñante y dos o tres jóvenes más. En ese instante volvieron a tocar la campana. - Viene el Inspector!- dijo alguien. Corrieron los internos. Sólo quedamos en la puerta tres. Y continuaron tocando la campana.
 - Te espero- exclamé yo, despacio - Te esperaré. ¡Juntos iremos a “Orovilca”, esta noche! La seguiremos convertidos en cernícalos de fuego, como los que salen de la cumbre del “Salk´antay, en las noches de helada. Pondrás tu mejilla sobre el rostro de esa niña; o la cazarás desde lo alto, con una honda sagrada. Lo arrebataras viva o muerta… Gómez salió, mientras yo hablaba. - Ya viene - dijo- . Dejémosle un rato. Se está arreglando. No conviene que el Inspector lo sorprenda. Me tomó del brazo. Nos siguieron los demás. Los dedos de Gómez me apretaban. Eran largos y como de acero. Acababan de cortar la respiración de Wilster , hasta convertir su fornido cuerpo en una masa inerme. - ¿Qué tiene Salcedo? ¿Le ha roto la nariz, Wilster? –preguntó un alumno. - Nada, nada fuerte. Un poco de sangre. El Inspector venia. - ¿Por qué demoran? – gritó desde el corredor- Esperó; nos dejó pasar, y luego de un instante volvió. No se dio cuenta que Salcedo faltaba. La mano de Gómez seguía prendida de mi hombro; sus dedos se movían como una araña inquieta; vibraban. - ¡Gómez, Gomecitos! ¿Tú has dejado en el suelo a Salcedo?- le pregunté en voz muy baja. - Sentado-me dijo-. Restañándose la sangre con su camisa. ¡Eso es la muerte! ¡La misma muerte! Sentado en la tierra maloliente, con un inmenso trapo sobre su rostro, en que la sangre no corría, sino que era detenida por sus manos, daba vueltas sobre sus mejillas.¿ Qué podía ser eso, en él, sino la muerte? El viejo Inspector dormía con nosotros. Su catre estaba bajo la imagen de un crucifijo, en un extremo del angosto y largo dormitorio, junto a la puerta. Al pie de la cruz, un foco rojizo daba muy poca luz al dormitorio…La calva del viejo relucía ahora, porque estaba cerca del foco. -¿Todos?-preguntó.
 -Sí, señor-contestó Gómez. El catre de Salcedo ocupaba el extremo opuesto, pero en la fila. Algunas noches, para enfurecer al Inspector, los internos imitaban el aullido de un perro o el canto de los gallos de pelea. El viejo bramaba. Insultaba a los alumnos con las palabras más inmundas, se levantada, envuelto en una larga bata. Caminaba entre los catres; podíamos oír el roncar de su vientre. Salcedo pedía calma; conseguía aplacar a los alumnos y al viejo. El Inspector permanecía, después, largas horas, recostado, con los gruesos brazos cruzados, y con un gorro tejido que le cubría la coronilla. No podía imaginarse él que Salcedo faltara nunca al internado. Cuando el portero fue a cerrar el corral, encontró a Salcedo de pie, recostado en el ficus que crece a ese lado del claustro. Le mostró la sangre de su camisa y le pidió que le dejara salir. Tenía la cara cubierta por otro trapo blanco. Salcedo le explicó que iría sólo a la botica, y que volvería en seguida. El portero obedeció, sin decir una palabra. Salcedo caminó con pasos apresurados detrás del portero. Este abrió el postigo del zaguán, y el joven salió, con el saco puesto. El portero lo esperó hasta la media noche. Luego fue a buscarlo en las calles. El frio de los desiertos rodeaba ya a Ica, la estaba helando. El portero recorrió la ciudad, todos los barrios. No se atrevía a preguntar. Era un negro joven. Al amanecer se echó a llorar, y entró así al dormitorio. Estábamos despiertos. Yo había vigilado hasta el amanecer. Gómez se sentaba sobre la cama, caminaba unos pasos y volvía a acostarse. Yo no quise ir donde él. Vigilaba la puerta. Algunos niños presentíamos cuando alguien muere; cuando alguien a quien dejamos en grave riesgo, O vuelve. Lo esperamos con el corazón oprimido, mientras un insondable pálpito nos hunde en un páramo resonante donde la respuesta mortal, al unísono, canta, sustenta el presagio, lo comunica a nuestra fría materia; canta con ella como sobre acero, con un tono triste, sin cesar. Wilster se levantó cuando vio al portero.
 -Inspector-dijo-¡Señor Inspector! ¡Despierte! No lo encontraron. Yo le dije al Inspector que lo buscáramos en el camino de “Orovilca” al mar. Detrás de los bosques de huarango, entre las malezas que rodean la laguna, huellas ondulantes de víboras hay marcadas en la arena. Las huellas suben algo por la pendiente del desierto. ¡Por allí ha andado él; por ese punto debió iniciar su viaje al mar! Me escucharon como a un niño delirante, como a un muchacho adicto a las apariciones e invenciones, como todos los qué viven entre los ríos profundos y las montañas inmensas de los Andes. ¿La corvina de oro? ¿La estela que deja en el desierto? Me tomaron desconfianza ¿Cómo iba a hablar, entonces, de la hermosa iqueña que viaja entre las dunas agarrándose de unas frías aunque transparentes aletas? Pero Salcedo, con el rostro ya revuelto, la piel crujiendo bajo la costra de sangre, su cabeza cubierta por una larga camisa rasgada, su nariz y los ojos negros, no iba volver. Cortaría como un diamante el mar de arenas, las dunas, las piedras que orillan el océano. El mar, por el lado de “Orovilca”, es desierto, inútil; nadie quería buscar allí, donde sólo los cóndores bajan a devorar piezas grandes. Los cóndores de la costa, vigilantes, casi familiares, despreciables. (1954)

                                               José María Arguedas.

domingo, 2 de noviembre de 2014

EVO MORALES Y SUS SECRETOS POLÍTICOS

              


                                                                      
                                                                                   Por: Róger Rumrrill  

A más de 4800 metros sobre el nivel del mar en la cárcel de Tiquina en el lago Titicaca hacía un frío polar. Una veintena de presos —entre ellos Evo Morales— nos apretujábamos para darnos un poquito de calentura.

Evo Morales Ayma, el máximo líder de las seis Federaciones de Cocaleros del Trópico del Chapare y Cochabamba, dormitaba con la cabeza hundida entre las piernas. Uno de los marinos se acercó a nuestro grupo y casi en secreto, susurró:
—Evo, Evo, te quieren matar. Pero nosotros te vamos a proteger.
Evo Morales levantó la cabeza y miró soñoliento al militar a tiempo que éste repetía:
—Te vamos a salvar. Pero eso sí no te olvides de nosotros cuando seas presidente.
Era la madrugada del 18 de abril de 1996. Dos días antes, el 16, se había instalado bajo la presidencia del dirigente cocalero peruano Genaro Ccahuana el congreso internacional de productores de hoja de coca en el hotel “Ambassador” en el balneario boliviano de Copacabana. El día 17 llegó Evo Morales procedente de Santa Cruz y pocas horas después, en un espectacular operativo militar, cercaron el hotel, nos apresaron y en tres camiones portatropas nos condujeron hacia la cordillera.
El convoy militar, luego de avanzar varios kilómetros, salió de la carretera y se desplazó por colinas y cerros y se detuvo. El contralmirante “Nano”, el jefe del operativo, se bajó de su jeep y con su teléfono inalámbrico se puso a discutir con un interlocutor invisible. Un poco más tarde supe, por su propia versión, que estaba recibiendo la orden de no matarnos.
Mientras me interrogaba en Tiquina, me preguntó:
—A Ud. le observo que anota todo en un cuaderno. ¿Por qué?
—Porque soy periodista y todo lo que está ocurriendo se sabrá muy pronto-, le respondí.
—Bueno, un periodista les salvó la vida-, dijo con un tono de perdonavidas.
En efecto, en el momento en que la tropa asaltaba el hotel “Ambassador” y apresaba a Evo Morales y al grupo que lo acompañaba, el corresponsal de la BBC de Londres se paseaba por Copacabana y al ver el operativo comenzó a indagar sobre la operación militar. Supo que entre los detenidos estaba Evo Morales Ayma, declarado ya “enemigo público número uno de Bolivia” porque se negaba a aceptar la erradicación de la hoja de coca, una condición irrevocable que había puesto Estados Unidos a cambio de prestar algunos millones de dólares al gobierno de Sánchez de Lozada para equilibrar la precaria balanza de pagos.
El periodista de la BBC, desde una cabina pública, informó a su central en Londres sobre la detención de Evo Morales y segundos después era noticia mundial. “No los maten porque ya todo el mundo sabe que ustedes los llevaron vivos”, fue la orden que recibió “Nano”.
EL SECRETO DE SU PODER
Testigo de su carisma, de su intuición política y de su popularidad en el Chapare y Cochabamba y en una travesía por la Unión Europea para explicar que la coca no es cocaína, en reuniones en Montreal, París, La Paz, Lima, me he preguntado donde reside el secreto del poder de Evo Morales Ayma, el secreto de su poder político que lo han convertido a él y a su gestión gubernamental, de acuerdo a los analistas políticos internacionales, como el autor del mayor y más profundo parteaguas e inflexión en la historia de Bolivia. 
Para saberlo, he interrogado y consultado en mis viajes con él por América Latina y Europa y sobre todo en Bolivia a sus amigos y adversarios, políticos, empresarios, periodistas, intelectuales, líderes cocaleros e indígenas del Isiboro-Sécure.
La respuesta ha sido unánime: es un hombre tan honrado que si le cuelgan de los pies no le cae nada.
Además, nunca se ha alejado y se ha desligado de sus bases.
Los cocaleros han sido, son y serán su soporte político fundamental. Un ejemplo de ello es que en el XI Congreso Ordinario de la Coordinadora de las seis Federaciones del Trópico de Cochabamba, de julio de 2012, fue reelegido como el líder de los productores cocaleros del Chapare y Cochabamba.
CONSTRUCTOR DE PODER
Evo Morales Ayma, nacido en Orinoca el 26 de octubre de 1959, es un constructor de poder político. Recuerdo muy bien su estrategia formulada en las reuniones con sus bases. Vamos a construir poder. Primero, convenceremos a los bolivianos sobre la legitimidad de nuestra causa: la defensa de la hoja de coca. El segundo paso será ganar las municipalidades de todas las regiones cocaleras de Bolivia; el tercer paso será el Congreso y el cuarto ganar el gobierno para la conquista del poder.
El proceso de construcción de poder se inició a principios de los noventas durante el gobierno de Hugo Banzer: miles de cocaleros marchaban a lo largo de 600 kilómetros desde Cochabamba hasta La Paz, recibiendo la solidaridad de los bolivianos. Cuando esta fase se agotó, participaron y ganaron las elecciones municipales en todas las regiones cocaleras. En 1997, para pasar a la tercera etapa de esta proceso de construcción de poder, la Confederación de Trabajadores del Trópico de Cochabamba se fusionó con el Movimiento al Socialismo (MAS).
Las condiciones ya estaban dadas para transitar a la siguiente fase. El 2002 se produjo el primer intento de llegar al gobierno. Pero las elecciones fueron ganadas por el Gonzalo Sánchez de Lozada. Sin embargo, el MAS obtuvo 27 diputados y 8 senadores. A partir del 2003, 2004 y 2005 las luchas sociales obligaron a renunciar primero a Gonzalo Sánchez de Lozada y luego a su sucesor Carlos Mesa Gisbert. La vieja oligarquía boliviana y su aparato político se derrumbó: el terreno estaba preparado para el triunfo de Evo Morales Ayma en las elecciones del 2005 y su asunción al poder el 22 de enero del 2006.
En un momento de la celebración, le dije: “Hemos llegado al poder”. Me miró fijamente y me dijo con firmeza:
—Sólo hemos ganado el gobierno. El poder lo tienen los grupos nacionales e internacionales que siempre han mandado en Bolivia. Pero vamos a ganar y conquistar el poder. 
(Artículo publicado en Diario UNO, el 2 de noviembre de 2014)

sábado, 1 de noviembre de 2014

HABITACIÓN




Los cuatro puntos cardinales de mi cuarto
apuntan a la tristeza.
Las losetas guardan huellas lejanas.
La cortina se come al sol diariamente
y mi ventana es un telescopio.
No hay cunas,ni fotos,ni juguetes
que recuerdan alguna inocencia.
Las letras me vigilan desde sus casas de papel
Mi ropa duerme en la cómoda
hay voces sin cuerpo.
La foto de papá se perdió.
En mi cuarto hay una almohada que conoce
todos mis gestos,
una colcha que me roza
y unas sandalias debajo de la cama
esperándome para huir.


César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

No te enamores

Mujer que lee....


No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe…
No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca.
No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma.
No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música.
No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y vertigue un inmenso horror por las injusticias. Una a la que le gusten los juegos de fútbol y de pelota y no le guste para nada ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo.
No te enamores de una mujer intensa, lúdica y lúcida e irreverente.
No quieras enamorarte de una mujer así.
Porque cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, JAMAS se regresa


                                  Martha Rivera (República Dominicana)

jueves, 30 de octubre de 2014

TESTIMONIO de Víctor Gutiérrez Ramírez, encargado de sepultar los restos de detenidos y desaparecidos (CHILE)


Casi al atardecer del 19 de octubre de 1973, el grupo de soldados baja con displicencia los 26 cadáveres de un camión. Cerca de ahí, detrás de los cerros, está la carretera que une Calama con San Pedro de Atacama. Víctor Gutiérrez Ramírez, 19 años, cabo del Ejército y hombre de confianza del teniente Contreras, bebe un sorbo de pisco puro que le fue entregado para darse valor. Tras esto, se echa un cuerpo a la espalda y camina lento, casi zigzagueando. Los fluidos que expele el fallecido le hacen apurar el paso. La fosa que ya está dispuesta es de un metro 80 de profundidad y de una dimensión comparable a un jacuzzi. Apila el cuerpo, que minutos antes fuera acribillado por fusiles Sig, y respira.
 Repite la acción un par de veces. Minutos más tarde sube al camión militar para perderse en el desierto. Han pasado casi 40 años de este hecho. Hoy, Víctor Gutiérrez, 58 años, quien mantiene la profesión de docente de francés, casado y cuatro hijos, decidió revelar ese período de su vida.
Estamos en una playa en el sector sur de Antofagasta. Con la mirada puesta en el mar reconoce no estar arrepentido, pues para arrepentirse está el segundo antes de cometer el hecho. “El daño ya está”, afirma. Si bien entregó su testimonio a la Comisión de Derechos Humanos a finales de la década de 1980 e incluso acompañó a los abogados al lugar de la fosa, Gutiérrez nunca contó esto con su nombre y apellido. “No se puede justificar lo injustificable. No puedo esperar comprensión por las condiciones en que quedaron”, dice.
Un ejército de locos
Gutiérrez Ramírez se enroló al ejército en 1972. Hizo su servicio militar en el Regimiento de Calama y se especializó en morteros. A pesar de las aparentes lealtades de los generales de entonces, hacia el gobierno de Salvador Allende; Gutiérrez recuerda que dentro de la milicia se podía evidenciar el futuro. Había un concientización a los soldados de que en algún momento, ellos salvarían al país. Recuerda que la paranoia era resumible en los cigarrillos Monza. Al invertir la palabra quedaba como “Z Now”, o sea (traducción al inglés) “Plan Z ahora”.
El denominado Plan Z era un supuesto autogolpe de Allende. “Eso nos decían en el ejército”.
“Lo primero que me dijeron es que estábamos en guerra. Todos los días, durante la mañana, había una arenga patriótica donde se nos decía que éramos los salvadores de Chile, los guardianes del país; fue comparable al nazismo hitleriano. Nuestro uniforme nos daba superioridad. Los milicos estábamos de moda. En adelante, todos nos sentimos como Rambo. Fui Rambo.”
El protagonista de esta historia se hizo de confianza del teniente Contreras. Durante la mañana del 19 octubre de 1973, Contreras buscó cuatro personas de su confianza. En Calama ya habían aterrizado los helicópteros de la célebre “Caravana del muerte”, con Sergio Arellano Stark a la cabeza. los Excesos El general Arellano viaja a la mina de Chuquicamata.
Quienes vienen con Arellano permanecen en el regimiento y abren el juicio, “que nunca fue un juicio pues a los prisioneros se les leyeron los cargos, que en la mayoría de las veces eran inventados, y sin derecho a defensa, se les condena a la muerte”. Los prisioneros son llevados en un camión para ser fusilados en algún punto del desierto. Gutiérrez, quien no participa en la matanza, dice que eran alrededor de las 17 horas.
Gutiérrez reconstruye las ejecuciones según relatos que conoció después:
“Algunos prisioneros fueron acribillados en ráfaga de 20 tiros por fusil; en consecuencia sus cuerpos quedaron prácticamente destrozados. A uno de los prisioneros le dispararon en el bajo vientre y su cuerpo se vino hacia adelante; sin embargo a puras ráfagas lo levantaron hacia atrás. Todos los cuerpos soltaron los esfínteres. Fue deplorable lo que hicieron con ellos”.
Los excesos continúan antes de ser enterrados en la fosa. Esto vio Gutiérrez:
“Algunos soldados estaban nerviosos. Cuando fueron acomodados los cuerpos, alguien vio que uno de estos pareció moverse. Debimos tranquilizarlo antes que le disparara”.
El acto más infame lo comete un cabo de apellido Concha:
“Con su corvo le cortó el dedo anular a algunos cadáveres para extraerle el anillo de matrimonio. Mientras cortaba, el cabo decía: este oro servirá para la reconstrucción nacional”, dice Gutiérrez.
-¿Se ha encontrado hoy con alguno de sus compañeros?-
-He visto a dos, pero nadie saluda ni siquiera mira. Uno de estos maneja un taxi en Antofagasta. Otros continuaron en el ejército.
-¿Hay un pacto de silencio?-
-En ese momento nuestros superiores nos recalcaron que no debíamos contarle ni a la familia de lo que sucedió ese día; a nadie. A la vez, había un temor tácito pues quienes hablaban podían correr la misma suerte de los prisioneros. Deshumanización La vorágine de aquellos días, genera una deshumanización entre los soldados, que Gutiérrez, intenta explicar. “Proyectábamos temor entre la gente. Había detenciones arbitrarias sólo porque tal persona te miró mal o antes, hablo mal de ti. Se detenía sin previa explicación”.
Gutiérrez recuerda que, entre otras acciones, resguardó prisioneros.
“Ellos se ubicaban por horas en cuclillas y con las manos en la nuca; así quedaban indefensos. Había otro método en que uno les echaba la espalda hacia adelante y caían como dominó”.
-¿Qué lleva a algunos soldados a cometer ensañamientos?
-Hay estados mentales que derivan en situaciones de abuso como el continuar golpeando al no existir respuesta. La respuesta pasiva ante los golpes genera más castigo. En general, la tortura fue un triste acto de cobardía; de abuso de poder. Hay un ejemplo: el marido que golpea a su esposa. Al no haber respuesta; la violencia intrafamiliar continúa. Cuando las fuerzas en disputa son similares la situación cambia. En este caso el ejército de Chile no tuvo respuesta del otro lado, la supuesta subversión. Al final el abuso de poder corrompió y sucedió lo que todos saben.
-¿A su juicio, que responsabilidad tuvo Pinochet?
-Hay una frase del general: En Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa. Eso lo resume todo. Pinochet siempre estuvo al tanto de lo que sucedía en Chile y en su ejército. Al final, los ingleses hicieron el trabajo de la justicia chilena. A la vez, Arellano Stark y Contreras (“Mamo”) han recibido un castigo mínimo por las atrocidades que se cometieron.
A Gutiérrez le pregunto cómo ha sido convivir 40 años con esto. El hombre guarda silencio. Dice que dos veces se ha quebrado contando; ambas con sus hijas. Ahora se mantiene firme. Confiesa que casi todo se puede resumir en algo es que no puede ver películas de guerra, pues le afloran las imágenes.
“No pretendo justificarme, sin embargo la carga sicológica siempre está presente”, afirma este hombre que no exagera ni teme.
 Por: Rodrigo Ramos(El Ciudadano)

martes, 28 de octubre de 2014

Un cuento de Pedro Abraham Valdelomar Pinto (1888-1919)

Pedro Abraham Valdelomar Pinto

Un cuento, un perro y un asalto

 (Cuento publicado en 1917, con el título: " El perro que robó una idea")
Yo tengo miedo negro de las cosas;
las cosas en la noche tienen miedo.
Cuando voy por las calles, misteriosas
sombras no puedo atravesar, no puedo!
César A. Rodriguez
A Servando Gutiérrez: bienvenida.
Si yo os digo: anoche me han asaltado, me preguntaréis todos: ¿quién? A ninguno se le ocurrirá esta pregunta: ¿qué cosa? Porque no se concibe que a un hombre que va a media noche por la calle de Guadalupe, taciturno, con anteojos, rumiando una idea nueva y con un cigarrillo agonizante en los carnosos labios desencantados, le asalte una cosa, una idea, un recuerdo, un mal pensamiento. ¿Ha de asaltarte, necesariamente un bandido? No. Yo no temo a los bandidos salteadores de las calles de Lima porque no llevo nunca más dinero que ellos.
Temo a otros salteadores, a los que nos roban el precioso tesoro de las ideas. No conozco sino una diferenciación entre el Bien y el Mal; lo Perfecto y lo Imperfecto. Todo lo que hay en un cuerpo, en un organismo, en una idea o en un sentimiento, de bello, es el Bien; todo lo que hay de imperfecto es el Mal. por eso los más artistas son los más buenos. Los malos odian la Belleza.
El mal es poliforme. ¡Con cuántos trajes, con cuántos rostros, con cuántas cosas se disfraza! Es menester conocer el mal, saber cuáles y cuántas son sus trapacerías y los medios de que dispone, para evitarlo y vencerlo. Siempre el mal se ensaña en lo que más amamos, en lo más íntimo, en lo más bueno. Nuestro ángel tutelar nos ofrece siempre nuevas ideas, como una abuelita cariñosa nos ofrecía de niños un juguete o una fruta madura. Y allí está el mal para quitárnosla.
Yo iba anoche por la calle de Guadalupe. Desde lejos vi la tétrica torrecilla que domina la cárcel; un farol cabeceaba como zamba vieja que rezara el rosario; un policía adormilado saludaba a invisibles personajes, recostado sobre un poste. De pronto vino a mi imaginación un cuento, la idea de un fantástico cuento cuyo protagonista era un encarcelado. Recreábame ya con la idea de llegar a mi casa y ponerlo en las carillas blancas, febrilmente, con esa vehemencia con la cual cogemos un amor nuevo y soñaba, encantado, con poner la última palabra del cuento; releerlo, con esa íntima complacencia con que, después del beso, contemplamos el rostro de la mujer que nos lo ha recibido. Mas he aquí que, pasando ya por la puerta de la cárcel, y cuando trataba yo de fijar la esencia del cuadro y aprisionar los valores sugerentes, fundamentales, de mi sensación, siento que unas como patitas finas van tras de mí. Vuelvo la cara y veo un perrillo. No un perrillo negro de ojos encendidos como es menester que sean los perrillos en los cuentos fantásticos, sino un vil perro manchado de color, ni sucio ni limpio, ni trágico ni vulgar, un perro así, ordinario, adocenado, burgués, un perro sin trascendencia metafísica y sin sugerencias espirituales. En suma, lo que puede ser un perro que pasa por la calle de Guadalupe a las dos de la mañana…
Por ser tan anodino este can me interesó. No estaba famélico porque no husmeaba ni adulaba; no estaba triste porque no se dolía; no buscaba lecho porque su cola era altiva como un airón. Era un perro subjetivo, un simple especulador de la noche, que iba apaciblemente a su casa. Un perro que, sin duda, pensaba y a quien yo con mis pasos había interrumpido en sus meditaciones, era un perro despreocupado como yo de la vida de relación.
Resolví seguirle. El perrillo pareció darse cuenta de mi propósito y apuró el paso. Volvía de vez en cuando su cabecita pequeña como un puño y que, por la forma, me parecía un corazón humano, aunque por la color blanquizca y manchada dijérase un pepino. Y seguía caminando: tac tac tac tac tac tac… Llegamos sujeto y perro a la plazoleta donde rodeados de jardines hay dos observatorios trascendentales y que yo motejo:”la plazuela del misterio” porque en uno de ellos se observa con telescopio el estrellado cielo y en el otro, con microscopio, el mundo celular. El perrillo llegó hasta el jardín sin rejas y empezó a embromarme. Indudablemente, decía yo, sugestionado por la hora, este perrillo tiene una cita y se obstina en que yo no me entere. Quería desorientarme. Ora se alejaba como insinuándome igual procedimiento. Ora hacíase el dormido como invitándome al sueño. Valíase de todos los métodos de que dispone un perro a las dos y media de la mañana para deshacerse de un transeúnte importuno, que no son los mismos medios de que se vale un transeúnte para deshacerse de un perro que, a la misma hora, le importuna. Los del perro son más asiáticos, más finos, más cortesanos y protocolares métodos.
En este punto mi narración flaquea y he de valerme de otros métodos expresivos porque la historia se complica. Recurriré a un método más breve:
2 y 30 de la mañana
El perro se oculta en un macizo decorativo del pequeño parque y ladra en la sombra. Por la esquina del Observatorio cae algo como una piedra. En el cielo la Cruz del Sur, radiante, se acerca a las copas de los árboles de la Alameda Grau.
2 y 35 de la mañana
El perro no sale. Hay un silencio tan grande que siento el ruido lejano de las estrellas que giran. Ensayo un método para que el perro surja. Si yo logro dar con su nombre (como el perro sabe que lo ignoro) se desconcertará al sentirse llamar. Tal me ocurriría si en este momento el perro me dijera entre la sombra. ¡Abrahaaaaaam!
2 y 43 de la mañana
El método de llamar al perro por su nombre es de gran eficacia. Pero ¿cómo se llamará este perro? Un perro flaco… no; flaco tampoco, metido en carnes, de color manchado, ni harto ni hambriento… “¡Capitán!” ¿Se llamará “Capitán”? Nosotros teníamos en Pisco un perro que se llamaba “Capitán”. No. En estos tiempos de pangermanismo nadie le da a su perro el grado de “capitán”. ¿Se llamará “Mariscal”? Lo más natural es que un perro se llame “Pipón”. Pero este es perro, por su catadura, de casa de vecindad. Un perro de casa de vecindad no puede llamarse “Pipón”. Si le dijera “Capulí”… ¿”Capulí”? ¿Y si se llamara “Napoleón”? También pudiera llamarse “Tonguito” o “Leonel”. “Leonel” es un bonito nombre. Parece un seudónimo de joven decente que escribiera mal… Si fuera un perro de señorita inglesa podría ensayar la palabra “Thim” o “Baby”, pero el subfijo “my” es indispensable y este perro no puede tener subfijo…
¡El perro no sale! ¿Se ha marchado? ¡Boby! ¡Thim! ¡Napoleón! ¡Capitán! ¡Tonguito! ¡Mariscal!
3 y 7 de la mañana
¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!
3 y 12 de la mañana
La cruz del sur inclinada sobre los árboles de la alameda Grau, semeja una cruz en la portada de un cementerio abandonado.
3 y 15 de la mañana
—¿Qué hace usted aquí?
—Lo que me da la gana!
—Es que es prohibido…
—¿Es prohibido estar en una plazuela?
—Sí. Porque viene la patrulla…
—¡Qué tengo que ver yo con la patrulla! ¡Boby! ¡Napoleón! ¡Capitán!
—¿Quiénes son ésos?
—Un perro. Mi perro…
—Esos son varios perros.
—No, señor. Es un solo perro…
—Un solo perro y llamas a tres?…
—¿Qué es eso de llamas? ¿Usted sabe con quién habla?
—Sí. Con un ciudadano vago.
—¡Cachaco!
—Bueno. Vamos a la comisaría!
—¡Oh! ¡Vaya usted al demonio!
—Blanquito insolente!
—¿Blanquito yo? ¡Jajajá!…
—Da gracias que ya el mayor se fue a acostar!
—Me río en el mayor!…
4 menos un cuarto de la mañana
¡Mula! ¡Mula! ¡Putupum! ¡Pum! ¡Putupum! ¡Qué fastidio! La carreta de los muertos…
5 y 5 de la mañana
¿Dónde demonios he metido la llave?…
Y así fue como perdí el argumento de uno de mis cuentos
más bellos. Anoche el Mal se había disfrazado de perro y el perro me robó mis ideas. Sin embargo cuando yo os dije anoche me han asaltado, todos me interrogásteis “¿quién?”. A nadie se le ocurrió preguntarme “¿qué cosa?”.

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