jueves, 14 de enero de 2016

YANA GUITARRA


MEYER


La vida sorprendía al pensativo niño, muy temprano adelantó su salida al campo arreglando sus juguetes traídos en la navidad por su padre desde Ica, un carro color rojo con llantas de jebe para soportar la lluvia, unos soldados bien armados, el vendedor manifestó en plena calle Grau:

-    Llévelos señor están de vuelta de Vietnam…, le dijo para convencerlo

 Después de tomar desayuno con mamá, divisó el techo y con una gran sonrisa pensó dejar todos sus pequeños juguetes y llevarse la guitarra que colgaba en un rincón de la sala. El instrumento musical tenía las clavijas de madera y cuerdas de cuero, su esbelta figura era perfecta, denotaba belleza con la curva de sus caderas, de color marrón claro, algo despintada en sus trastes, estaba envuelta en un costal de algodón, sólo asomaba su cabecita de reina. Nadie supo cómo llegó a casa, tal vez fue olvidada por un familiar.

Él vivía en los alrededores del pequeño Distrito Huancavelicano de Córdova y todos los días salía con sus carneros al campo, siempre llevaba su carrito y sus soldados; pero esta vez sin que nadie se diera cuenta descolgó el costal y se lo echó al hombro, abrió el corral de piedras y caminó con rumbo a la alfalfa. Al amarrar sus huachos, continuaba en su mente lo entretenido que sería jugar con los sonidos, tenía una extraña curiosidad y aún envuelta movió las cuerdas y saltaron los do, re, mi, fa, y sol, todos mayores. Entonces los dejó comiendo, luego fue empujado por un aliento de felicidad, daba la impresión que la naturaleza entraba en complicidad con la mañana y los rayos del sol brillaban con una desconocida luz, caminó cuesta abajo, muy cerca al río se sentó, sacó la vieja guitarra y se puso a tocar.

El agua era un eco en sus oídos, la hermosa cascada salpicaba gotas finas en su rostro, la música que brotaba entre sus manos tenía sonidos mayores y menores, tristes y contentos, cada nota se confundía en los colores del arco iris, estaba en un mágico lugar, una divinidad de sus ancestros conocida como la mamacocha, Por cosas del destino apareció esta relación (guitarra – niño) en un lugar distante al de su nacimiento, el maqta era natural de Huamanga, vino a vivir con sus padres a Huancavelica, todavía el Perú mantenía las heridas del conflicto armado, escaparon una noche cuando tenía cuatro años de edad. En el pueblo a diario lo veían pasar con su guitarra en el hombro, otras veces bajo el brazo, en casa no tardaron en darse cuenta de tal encuentro entre el hombre y su voz, la naturaleza y sus sonidos, la guitarra y su amante.

Un día apareció montado en su caballo un señor, con pinta de arriero, según su madre era un viejo familiar, al ver la guitarra colgada del techo, se la pide prestada, el señor Juancitucha ni bien empezó a tocarla tuvo que paralizar, una cuerda de cuero se rompió silbando extrañamente, salió de la casa y sacó de su alforja unas cuerdas de plástico. Los sonidos cambiaron poniendo en dificultad al tímpano del muchacho, que observaba todo el detalle de su tío lejano, en realidad no era su familiar, también se desconoce cómo llegó hasta el pueblo, ¿Sólo para cambiar las cuerdas? ¿Por qué permaneció un día en casa? ¿Alguien lo envió directamente donde el pequeño guitarrista? Todo esto originó una preocupación en sus mayores, querían separarlo de su guitarra, tomaron la decisión de esconderla, o decirle que la habían robado.

Volvió a sus juguetes de niño, a caminar por el campo, a compartir la vida con sus carneros, a preguntar a los caminos por su compañera, a detenerse en cada sonido melodioso de los pájaros, quiso irse en busca de ella tomando la dirección del viento, este siempre lo dirigía a la montaña, pasaba el tiempo y desaparecía ese silencio interior, como desaparece el interés por la persona amada en la lejanía, la tristeza se apoderó de él, pero no lo demostraba, cada mañana le pedía al astro rey que se la envié de vuelta y sus rayos brillaban en sus lágrimas. 
Pasaron los días, no dejaba de ir al río ni apartarse de sus animalitos, eran las doce del mediodía, el cielo levantaba nubes inmensas que ocultaban al sol, el viento frío silbaba, los inmensos eucaliptos que crecieron al borde de la alfalfa lo protegían del duelo en las alturas, cuando ganaba el sol se cobijaba debajo de su sombra, y cuando las nubes cargadas de agua impedían su luz salía a caminar por la chacra. Al sentarse a descansar, apoyó su espalda en el grueso tallo de la planta, mira hacia arriba, divisa el costal en la punta del árbol y sube inmediatamente, ahí se encontraba la guitarra, había soportado varias tempestades, estaba oculta, sin daño alguno, tenía miedo en sacarla, el costal estaba húmedo y toda la madera seca. Todo el mes la lluvia se  había desencadenado en ese lugar cerca al río, la tomó con delicadeza y volvieron los sonidos, se espantaron las penas. Todos los días subía a la punta del árbol, bajaba la guitarra, tocaba unas siete canciones, la guardaba en su costal, subía con ella, la amarraba a la rama y bajaba contento. No quería que se enteraran sus mayores, menos sus padres del hallazgo del instrumento, seguro la pueden quemar, pensaba, por eso no la llevaba a casa, la dejaba en ese mismo sitio.

Ya tenía diez años, cuando mamá le comunica su viaje a Huamanga, todos vieron lo imposible que era apartarlo de la guitarra , que según los ancianos del pueblo , esa guitarra viene a ser su prolongación , es parte de él , ambos son una unidad, tendría que morir el muchacho, aún así, renacerá en miles de niños, en el viento, en la lluvia, en los caminos, en cada hombre sensible, en la soledad.

Todo esto llevó a la madre a decirle:
-         Hijito mañana voy a Huamanga, ¿Qué te traigo?
Respondiendo el niño de inmediato. ( corriendo a abrazarla)
-          ¡Una guitarra mamita!

Pasaron dos semanas y llegó a casa una hermosa guitarra de color negro……..

Ladislao Ramírez (2016)

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