martes, 26 de febrero de 2019

CÉSAR VALLEJO, UN POETA NO TIENE HISTORIA...TIENE DESTINO

                               
                                                                                             

                                                                                                                  Escribe: Víctor Sáez

¿Ud. cree señor Vallejo que colocar una imbecilidad encima de otra es hacer poesía?. Estas palabras constituyen una de las muchas críticas que el ahora llamado Poeta Universal recibió en vida, y le pertenecen nada más y nada menos que a Clemente Palma, personalidad emblemática de las letras peruanas en la época. Un oscuro poeta provinciano, de aspecto enfermizo y ceño fruncido, había tenido la osadía, desde su natal Santiago de Chuco, de hacerle llegar su texto "Poema a mi amada":
“…Amada, esta noche tú te has sacrificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.”

No es de extrañar, pues, que el mismo Vallejo llegara a decir: Volveré al Perú sólo cuando quede piedra sobre piedra. Sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse tal como lo dispuso su amada Georgette, la misma que lo acompañó en los últimos cuatro años de su vida.
Tempranamente comenzó a relacionarse -como Bachiller en Letras de la Universidad de Trujillo (1915)- con destacados artistas e intelectuales: Víctor Raúl Haya de la Torre, José Eulogio Garrido, Macedonio de la Torre, entre otros, todos integrantes de "Norte", grupo liderado por Antenor Orrego. A aquella época febril, sacudida por cambios sociales, políticos (mayor influencia de las Fuerzas Armadas y progresivo deterioro de la oligarquía) e ideológicos (irrupción de la filosofía marxista y del psicoanálisis), corresponden sus primeros versos publicados.
Ya en Lima hizo amistad con Manuel Gonzáles Prada y Abraham Valdelomar, e integró el grupo "Colónida", gracias a éste último, enriqueció su visión del mundo a través del contacto con nuevas corrientes teóricas europeas.
El Vallejo que comenzaba a beber ávidamente de las fuentes del marxismo, pronto comenzó a sentirse encerrado en ese círculo elitista que según José Carlos Mariátegui: lo alejaba de las muchedumbres, lo aislaba de sus emociones. "Colónida" no fue más que otra etapa, no menos importante que las que vendrían, que ahondó -luego de la muerte de su maestro Gonzáles Prada- la íntima desesperación y crisis permanente en que ya se encontraba inmerso el poeta.
A fines de 1923, el "cholo" viajó a Francia, donde llevó la difícil- pero en todo caso nunca nueva- existencia del intelectual con los bolsillos vacíos. Para poder sobrevivir tuvo que dedicarse al periodismo y su producción poética se redujo sustancialmente. Esta etapa de silencio literario que algunos han dado en llamar “la etapa europea” durará nada menos que quince años.
París será el lugar en el cual también y luego de algunas otras relaciones (entre ellas Henriette, una hermosa costurera con "lenguaje de cocotte"), aparecerá en la vida del poeta Georgette, quien vivía frente a la oscura pensión de Vallejo en la Rue Molière. Ernesto More, íntimo amigo del poeta en París y “… que vivió con él compartiendo mendrugos” según sus propias palabras, fue testigo del luminoso amor entre el sudamericano pobre y la francesita venida a menos. Pero el romance-casi como siempre- no duró mucho luego del matrimonio en 1934. Comenzó a erosionarse rápidamente frente a las penurias económicas, agravadas poco después al decaer la salud del poeta. Por aquella época, la mujer que compartió los últimos cuatro años de ese hombre enfermo y atormentado llegó a confiarle dolorosamente a More: “Yo siempre estoy sola, con Vallejo o sin Vallejo”.
La ciudad luz será también el espacio existencial en el cual nuestro poeta continuará desarrollando una conciencia política cada vez más clara y profunda en relación a los problemas de marginación integral sufridos por sus contemporáneos. Buscará, se interrogará, cuestionará y finalmente optará en términos ideológicos. Su compromiso político se irá bosquejando y cimentando fundamentalmente a partir de un proceso de simpatías y rechazos que moldearán su concepción doctrinal y sus opciones de vida de modo categórico.
Un hecho altamente significativo ocurre en 1927 cuando renuncia a la Beca Española, en momentos de suma estrechez económica para él por lo demás, lo hace como un gesto de rechazo a la Dictadura de primo de Rivera. Paralelamente se sumerge en un profundo y serio estudio del marxismo al cual ya se había allegado en su “etapa peruana” de manera menos sólida y formal.
Dirá por aquella época, en relación a su ser artístico y a su compromiso político:”como hombre puedo simpatizar y trabajar por la revolución, pero como artista no está en manos de nadie ni en las mías propias el controlar los alcances políticos que pueden ocultarse en mis poemas”.
Durante la 2ª República Española, es decir en 1931, ingresa oficialmente en el Partido Comunista y comienza una estrecha colaboración con el proceso español, en especial a través de artículos periodísticos que envía con suma regularidad y disciplina a sus editores hispanos.
Vale la pena, al margen de lo que pudiera entenderse como elementos puramente anecdóticos en relación a su opción política, vale la pena detenerse decía, en la concepción que sustentaba el compromiso revolucionario de César Vallejo. Es posible que nos llevemos alguna sorpresa.
La Revolución es comprendida y vivida por él en términos totalizantes y casi soteriológicos como un proceso de Redención Universal. En este proceso es el proletario el sujeto protagonista de su propia redención: personal en primer e insustituible lugar y colectiva en segundo y secuencial lugar histórico- político. El proletario, entendido como “el hombre nuevo”, es el protagonista de un mundo también nuevo. Desde esta concepción el poeta se hace portador de una voz no sólo que denuncia y da cuenta de la opresión que sufre gran parte de la humanidad, sino que también anuncia esperanza intra-histórica para las clases desposeídas y sufrientes de la tierra. Dos ejemplos nos pueden ayudar a entender lo expuesto, sólo los citaremos debido a su extensión, ellos son los poemas “Salutación Angélica” y “Los mineros salen de la mina”. En ellos su temática, sin renunciar a su rico pasado poético, se enriquece en esta etapa por medio de un registro político e histórico de notable maestría y alcances universales.
No podríamos acercarnos por lo menos de manera más o menos plena al ser político de Vallejo sin detenernos unos breves momentos en la obra talvez más emblemática, junto a “España en el corazón” de Neruda, surgida al calor y el dolor de la Guerra Civil Española.
En los quince poemas que componen “España aparta de mí este cáliz”, nuestro poeta se inclina hasta tocar las entrañas mismas del ser humano en la perpeplejidad del espanto y el horror de toda guerra. Desde esa realidad se apropiará de un dinamismo que lo ayudará a cristalizar su mirada por medio de sus más grandiosas y últimas intuiciones poéticas. Aquí la ciudad soñada y anhelada-la ciudad socialista por antonomasia- se ofrece y se asoma como la Arcadia sempiterna del hombre nuevo. En ella es donde se colmarán todas las aspiraciones del ser humano. Los constructores de esta realidad son en los versos de César Vallejo nada más y nada menos que los heroicos republicanos españoles.
Para él es claro que en España la humanidad se está jugando su futuro. No se equivocaba el poeta, lo sabemos bien. La Guerra Civil Española no fue sino el gran “Ensayo General” de la II Guerra Mundial y una muestra de lo que el fascismo podía llegar a ser. En definitiva, España y su República son- para el poeta- la encarnación histórica de su esperanza redentora para la humanidad. Las grandeza de Vallejo a este respecto está también marcada por su talento impar para no caer en la tentación nefasta y simplona del panfleto cuando un poeta defiende una causa. Por el contrario, en estos quince poemas logra establecer una vinculación magistral entre la exégesis y hermenéutica bíblica del judeo-cristianismo con el marxismo que pone al servicio de una mirada ante todo poética, que precisamente desde ahí-desde ese espacio- coloca al lector ante una obra de estética y resolución artística de carácter fundacional.
Se diría que Vallejo vivió una relación tan empática con la muerte-y con todas la muertes- que ésta pasó a ser -quién sabe si talvez en medio de la resaca de alguna madrugada parisina, cuando el dolor se junta con las ganas de abandonarlo todo…incluso la vida- pasó a ser, decía, su confidente. Tal vez fue ella quien le dictó este poema, inexplicablemente premonitorio:
“Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París - y no me corro –
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.”

Vallejo, tan humanamente cercano en su poesía y tan desaprensivo con los seres que lo amaron, murió el 15 de abril de 1938, en una lluviosa tarde parisina.
El primer libro de César Vallejo, Los Heraldos Negros, es el hito impar de una nueva poesía en el Perú y en Hispanoamérica. No exagera, por fraterna exaltación, Antenor Orrego, cuando afirma que "a partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal".
"El poeta -escribe Orrego- habla individualmente, particulariza el lenguaje, pero piensa, siente y ama universalmente". Este gran lírico, este gran subjetivo, se comporta- paradójicamente podría pensar alguien- como un intérprete del universo, de la humanidad. Nada recuerda en su poesía la queja egolátrica y narcisista del romanticismo. El romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista; el romanticismo del novecientos es, en cambio, espontánea y lógicamente socialista, comunitario. Vallejo, desde este punto de vista, no sólo pertenece-como todo gran poeta- a su raza, pertenece también a su siglo, a su propio tiempo personal, universal y sin fin.
En Vallejo-es necesario reconocerlo- hay ciertamente mucho de viejo romanticismo y decadentismo, pero sólo hasta Trilce. El mérito de su poesía se valora por los grados de maestría y genialidad con que supera y trasciende esos residuos. Su poemario Trilce, precisamente, representa una de las rupturas más innovadoras conocidas hasta hoy en la lengua castellana.
Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Es una mayéutica permanente y solitaria . Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies y su verso conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino.
No podemos dejar de destacar otro elemento en su obra que podríamos definir la como “peruanidad” de la misma. Desde su primera obra Los Heraldos Negros se puede notar la marca peruana más genuina y la impronta temática más profunda de su personalidad :desolado intimismo y perfil solidario con el sufrimiento de los hombres.
La suerte del indígena peruano, desde esta perspectiva de “peruanidad”, asoma como una de sus grandes preocupaciones.Mantiene un tono personal, de desolado intimismo como ya hemos mencionado, el que con maestría singular trasciende al nivel colectivo, en un impulso de solidaridad, a la vez vibrante y desamparado. Su poesía, personal y hermética a la vez, está regida por una poética de liberación estética y política y se caracteriza por un americanismo e indigenismo temático y lexicográfico sin pretensiones panfletarias ni reduccionistas, sino con la apertura propia que le otorga el registro poético, la que la mismo tiempo que lo hace universal nos permite reconocerlo como hombre de su tiempo, de su tierra y de su raza.
La lengua de César Vallejo, abierta a todas las licencias y libertades, reproduce procesos anímicos transmentales, que abren a la poesía en castellano (y sobre todo la latinoamericana) hacia planteamientos y búsquedas nuevas, más directos y orales.
El interés en política -un rasgo importantísimo de la vanguardia latinoamericana-, se manifiesta en sus primeros dos poemarios principalmente a través de un inconformismo estético, lo cual representaba para él, no cabe duda, una puesta en juicio de los valores tradicionales de la sociedad y sus instituciones.

César vallejo intuyó claramente que todo dogmatismo, no importa en el área que éste sea, es enemigo de lo verdaderamente humano que por esencia es relatividad y brevedad.
Por lo mismo es portador de un humanismo superior forjado en la conjunción de sus inquietudes metafísicas y sociales, resueltas en la clave más profunda de lo existencial: la poesía y ésta entendida y propuesta como drama y temblor.
No podía ser de otra manera en alguien capaz de encarnar como ningún otro el ideal del poeta montparnasiano, es decir: bohemio, anárquico y sensual.
Por otro lado, su pesimismo existencial tantas veces comentado y otras tantas llevado al registro superficial de lo anecdótico no es fruto de una conceptualización reflexiva, sino que es ante todo un sentimiento. En ese sentimiento se trasvasija también la herencia de una raza frustrada en su realización personal y comunitaria por la Conquista Española, al decir de Mariátegui: “es ese acento de desesperanza incurable con que gimen las quenas”. Es la nostalgia de un mundo perdido para siempre.
Juan Enrique Adoum lo expresó así en su oportunidad: “César vallejo salió de su soledad indígena, de su soledad de cordillera y lluvias, salió a comprender la condición de su raza y de allí a interpretar el dolor y la condición del hombre”. Es que la escalada del "Cholo" por las escarpadas pendientes del dolor humano es una suerte de acrobacia suicida, de salto al abismo; y la ruptura formal acompaña el desgarro de un alma enferma y doliente de todo, del mundo y de sí misma.
Asoma casi como una paradoja, si el sujeto portador no fuera César Vallejo, que su concepción del arte sea claramente de carácter dionisiaca. Es decir: convulsiva y hermosamente impura.
Pablo de Rokha definía del siguiente modo lo dionisiaco: “es torbellino, es cataclismo, es un molino de imágenes…es lo trágico”.Podríamos atrevernos a agregar que es también un modo privilegiado de catarsis.
Nuestro poeta mayor construye destruyendo, da cuenta de los ritmos y armonías conocidas para dislocarlos en instalar en su lugar ritmos y armonías disonantes y convulsas, en definitiva telúricas.
Rechaza de este modo la armonía secular para vivir una libertad poética que le asegura la exención de todo ordenamiento artificial. Para él ya no hay decálogos ni cánones que lo aten, está solo ante su verso.
Así el lenguaje deja de ser una “costumbre” para convertirse en asombro como en Trilce el ejemplo más claro de lo que el lenguaje es para él.
Este arte señala el nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los Heraldos Negros y de Trilce -ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia.
El golpe que asesta a la retórica romántica-modernista de Hispanoamérica es definitivo.
Es su modo de impregnar de humanidad fresca y urgente a nuestra poesía “dariana” hasta el empalagamiento en aquella época.

Vale la pena recordar, en relación a esto, opinión del crítico y maestro de Ernesto Cardenal, el monje-poeta trapense Thomas Merton quien definió a César Vallejo como: "El más grande poeta universal después de Dante". Afirmación que no hace mas que confirmar el enorme legado del poeta del "dolor humano"; quien revolucionó la forma y el fondo de sentir y escribir poéticamente abriendo al mismo tiempo una senda que hasta nuestros días sigue siendo transitada.
La grandeza humana y poética de César Vallejo es algo que nadie puede cuestionar de manera seria. Es sin duda motivo de sano orgullo universal no sólo para el Perú, sino que para todos los hijos de Amerindia. Nos sentimos herederos de obra, cuestionados por su mirada, convocados por la intensidad de su dolor y de sus versos, y por lo mismo nos unimos a José Carlos Mariátegui en este día para declarar con serenidad y gozo que en Vallejo:

La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza.

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