martes, 3 de enero de 2017

Hildebrando Pérez Huarancca

Hildebrando Pérez Huarancca: una mirada del campo ayacuchano

                                                                        Escribe: Oscar Gilbonio



Nació en la comunidad de Espite, Ayacucho, en 1946, y murió en los años 80, siendo presumiblemente militante del PCP-SL. En marzo de 1980, poco antes del inicio de la insurgencia armada —el 17 de mayo—, Ediciones Narración[1] había publicado la ópera prima de Pérez Huarancca[2]: Los ilegítimos, una colección de doce cuentos que mostraban la situación de la población y del campo ayacuchano, protagonista y escenario principal de las primeras acciones subversivas respectivamente.
Al personaje Amadeo Salas del cuento «Vísperas»[3] del narrador peruano Luis Nieto Degregori, le sonaron desmesurados los elogios que se vertían en el prefacio de la obra, y le pareció que la consagración del autor —el protagonista Grimaldo Rojas, inspirado en Pérez Huarancca— poco tenía que ver con la literatura y era más bien una consecuencia indirecta de la leyenda que se estaba tejiendo en torno al militante senderista. No pocos debieron haberlo apreciado así, en un contexto de inevitable carga pasional por lo que sucedía en el país, confrontando e implicando no solo a dos bandos (la guerrilla y el Estado), sino a cada miembro de la sociedad en diverso grado.
Sin embargo, décadas después, lo suscrito por Roberto Reyes Tarazona en el memorable prólogo de Los ilegítimos se consolida con nuevos aportes como los de Silvia M. Nagy (1992) y Mark Cox (2012), quienes coinciden en situar la obra de Pérez Huarancca en la corriente neoindigenista —incluso como transición entre el neoindigenismo y la narrativa andina o postarguediana, con una influencia fundamental en ésta—, y destacan el feliz uso de las innovaciones literarias contemporáneas en su propuesta artística[4].
Para Alexandra Hibbett: «Los ilegítimos protesta contra la nación oligárquica, donde un pequeño grupo ejerce el poder en función de sus intereses a expensas de una gran mayoría (…). Y propone además que la única manera de salir del círculo vicioso de la violencia institucionalizada, que es inherente a la sociedad vigente, es llevar a cabo un acto que rechace la fantasía de una nación impuesta por individuos iguales» (2009). Pero opina que la lectura de los cuentos no puede ser tan simple como para concluir que la única solución es la lucha armada.
La denuncia social está presente en cada cuento, no reducida al problema del indio como en el indigenismo ortodoxo, sino a modo de un problema de raigambre nacional, donde las soluciones son colectivas, esperanzadoras y brotan del discurso de los personajes.
En el primer cuento, La oración de la tarde, asistimos a un incendio provocado en la tentativa de aniquilar un puma dañoso. El crítico literario peruano Gustavo Faverón ha creído encontrar deliberadamente en él la simbólica chispa que incendia la pradera de la revolución china de Mao[5] (2007), o la justificación de una violencia de carácter desmedido: las llamas arrasan un bosque y todos los animales se ven afectados, pagando justos por pecadores.
Una obra, por naturaleza, admite diversas interpretaciones —justas o forzadas—; por eso mi primer esfuerzo, precaviéndome de la especulación, radicará en contextualizarla.
Ante todo, recordemos que en los años 70 —y vigorosamente desde los 60—, revolución y cambio social estaban a la orden del día en el mundo; en Latinoamérica[6], el ejemplo cubano fresco, y en nuestro país las diversas organizaciones de izquierda debatían el carácter de la sociedad peruana, como teorización previa y necesaria a sus propuestas programáticas, más aún si estas comprendían un proyecto insurreccional[7]. Y como no podía ser de otro modo, se volvió la mirada a Mariátegui, el fundador del Partido Socialista en 1928[8]. Inclusive la fracción del PCP-Bandera Roja (a mediados de los años 1960) que tenía su epicentro en Ayacucho, enarboló «Por el luminoso sendero de Mariátegui»[9], retomando la propuesta política y social del Amauta, y como parte de ella, la vigencia de su caracterización: la sociedad peruana sería entonces «semifeudal» y «semicolonial»[10] y, en consecuencia, la revolución debería ser, en su primera etapa, «democrática».
Habiendo transcurrido más de cuatro décadas desde aquella teorización y, sobre todo, habiéndose producido vastas tomas de tierras, grandes migraciones a las ciudades e implementado las reformas de Velasco (1968-1975) que habían afectado a la oligarquía y los terratenientes —y en consecuencia, al régimen de latifundio—, e impulsado además una industrialización en el país; esta visión requería actualizarse.
En los cuentos de Hildebrando, en efecto, el terrateniente ha desaparecido como personaje y las relaciones de dominio vigentes son expuestas en el cuento Ya nos iremos, señor, por el personaje Augusto Ayala, «un hombre que no dependía de nadie y podía mandar a cualquiera a donde estaba su santa madre».

Carajo, estos mal paridos de mierda joden a cualquiera cuando ven que uno no está con ellos, valiéndose de su dinero. Son cuatro cojudos que pisotean a todo el pueblo; y cuando alguien reclama se valen de sus padrastros los cachacos, para mandarlo a uno a la chirona. Aquí todo queda en casa como dicen: ellos son las autoridades; sus hijas las maestras; y el cura es también de la misma camada aunque no es del lugar. En sus reuniones hasta hablan de progreso. Carajo, cuando solo a estos mismos fulanos se les elimine desde la raíz de sus puterías llegará el progreso a este lugar y no por obra de estos mismos cojudos.

Ayala concluye que la mejora de la condición del poblador andino recae en sus propias manos y pasa por eliminar las puterías de los mandones. En los cuentos se confirma el uso del aparato estatal para ejercer el dominio: en Los hijos de Marcelino Medina se maquina la muerte de este y el despojo de su terreno en nombre del bien público: la construcción de una cárcel.
En Ya nos iremos, señor, el juez, a modo de escarmiento, se ensaña con el cadáver de Ayala, quien además había sufrido una carcelería por un falso testimonio. El párroco se suma al juez en Pascual Gutiérrez ha muerto para hostigar a los disidentes que intentan construir un nuevo poblado, cuyos dirigentes son torturados en una dependencia carcelaria, hasta provocarles la muerte. En La leva, el gobernador aleja al pretendiente pobre de su hija mandándolo reclutar[11]. Todas las víctimas representan algún tipo de peligro para el poder de los principales: son disconformes, cuestionadores del orden, portavoces del descontento, como se vierte en el tercer relato enumerado.

En la vida no solo se necesita gentes que engendren, sino que tomen palabra por los demás. Gente limpia y con carácter se necesita (...)
Nuestro deber no se acabará mientras los adinerados sigan mandando.

Es un llamado a transformar la sociedad, indicando el perfil del revolucionario y su deber. Coincide a plenitud con el pensamiento predominante en la izquierda popular de entonces. Es el prototipo del «hombre nuevo» que ha de construir una sociedad nueva, gente que conozca la problemática y sea capaz de plantear soluciones, no gente ignorante o extraña[12].

Cuando acá los barramos, se levantarán los adinerados del mundo entero para defenderlos. Entonces, necesitamos mucha paciencia y bastante dinero...

Advierte la posible reacción cuando se lleve a cabo dicha transformación, que no ha de ser sencilla ni en un período corto y demandará recursos económicos. No se refiere a una insurrección breve, sino a un proceso prolongado, acorde a las tesis maoístas. La propuesta se inscribe en ellas.
Empero, los primeros desencuentros con la línea del PCP-SL, los hallaremos en puntos claves de caracterización de la sociedad peruana: la radiografía mostrada por Los ilegítimos desmiente el carácter semifeudal de la sociedad, según propugnaba, entonces y hasta inicios del presente siglo, la organización maoísta. Más bien, en otro sentido, la migración es constatada y dramatizada desde el primer cuento.

La escasez que reina en este pueblo, hace que los muchachos encaminen sus pies hacia otros lugares. Los pedazos de tierra que debemos sembrar, no bien asome el aguacero, no alcanza ni para la fuerza de los viejos que quedamos. Los jóvenes sobran en este pueblo maldecido. Por eso se van a otros lugares a trabajar para gente que ni siquiera conocen[13].

Confirma no solo la escasez de tierras de cultivo, en zonas de la sierra peruana, sino que la gente debe migrar y trabajar para otros.
Según datos del INEI[14], en 1980, el Perú era un 65 % urbano y 35 % agrario, es decir, la realidad que Mariátegui había calificado en los años 20 se había invertido. Lo que llama a reflexión y abre un punto de divergencia es que en el discurso oficial del PCP-SL[15] se afirmara, a la sazón, que la población rural en el Perú bordeaba el 60 % y que la reforma agraria de Velasco no había variado la situación del campo en lo fundamental, sino más bien había generado nuevos propietarios: los representantes del Estado en las recién implementadas formas de distribución y producción de la tierra (SAIS, CAPS[16]), cuando lo medular era investigar si se había expandido el salario —y por consiguiente el capitalismo— en el campo o no[17]. Los datos indican que sí.
Y si continuamos el examen respecto al tipo de relación de trabajo que se establece, Hildebrando nos dará más pistas en La tierra que dejamos está muy abajo:

Estando en tierra extraña, Florentino, no hay que perder la costumbre de estar agrupados (…) Juntarse con los paisanos que trabajan en las minas o las fábricas enseña bastante. No importa de dónde sean. Ellos son pobres como nosotros pero están bien enterados de las cosas que suceden y saben de cómo hacerse respetar (…) Es igual con los mandones en cualquier parte. Siempre están buscando cómo agarrarlo desprevenido al pobre. Sin embargo, tiemblan viéndote en grupo.

Se trata, según la lectura, de un trabajo asalariado, por tanto inmerso en una relación capitalista. Se refiere a minas y fábricas, acorde al proceso de industrialización que el gobierno de Velasco había impulsado, incluyendo nacionalizaciones en esos sectores. Propone también una forma de respuesta colectiva —sindical— orientada por obreros. Ellos son los más enterados y, como es sabido en la ortodoxia marxista, el pilar de una revolución socialista.
Los campesinos pobres, teóricamente la «fuerza principal» cuando se trata de una revolución democrática, «gentes que habían perdido su derecho a la tierra en base a engaños, y finalmente obligados a depender sólo de sus fuerzas», van a ser protagonistas en Pascual Gutiérrez ha muerto, pero incluso ellos no se resignan a su condición.

Solo quedaban dos extremos: quedarse allí mismo y vivir como sirvientes o salir del lugar y ocupar la tierra que aún les pertenecía legalmente.

No estamos, pues, ante los comuneros despojados de El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, menos ante el campesino sumiso de El sueño del pongo, de José María Arguedas, el cual imagina redimir su situación en la muerte. Estamos ante uno que ha sido testigo de los cambios y el debate producidos durante décadas respecto a su derecho sobre la tierra, y del reciente discurso enaltecedor de la reforma agraria de Velasco. De ningún modo podía ser el mismo campesinado que en su tiempo había entendido Mariátegui. Había que tomar su pensamiento como guía, pero adaptarlo a la realidad vigente.
En el cuento Cuando eso dicen, el hijo de Herminia, la mujer discapacitada abusada por los hombres, constata otra realidad:

Pero también hay personas que se niegan a pagarnos luego de habernos hecho trabajar, diciendo que ella no sabe arreglar o si no que yo soy muchacho mañoso.

Así, los rezagos semifeudales perduran principalmente en las ideas y el trabajo servil se impone en situaciones de abuso o ventaja. Hildebrando lo muestra de modo flagrante en Entonces abuelo aparecía: el «abuelo» —quien no es ningún gran propietario porque cuenta con una chacra de cebada, nada más— es en realidad el padre de una pareja de niños concebidos con la cocinera. Tras echarla somete a los infantes a la servidumbre.
Maltratos como el de estos niños los padecieron miles de mujeres que migraban a las ciudades en busca de trabajo y terminaban como domésticas, siendo una de las expresiones más evidentes de rezagos semifeudales prevalecientes en la sociedad peruana.
En suma, el retrato socioeconómico que pinta Los ilegítimos se aproxima al de una sociedad capitalista dependiente con rezagos semifeudales, divergiendo con la calificación impuesta en el PCP-SL. Así, podemos constatar que mientras el escritor retrata lo que su vida y sus sentidos reconocen, la dirigencia del PCP-SL, en su pretensión de retomar a Mariátegui[18], ha traído sus postulados a colación para calzar una situación similar a la revolución china, pero parece soslayar aspectos fundamentales de la nueva y específica realidad nacional.
Y reparemos que el libro estaba culminado en 1975 cuando fue premiado. Por lo tanto, nos está reflejando, nada más y nada menos, la realidad de la zona centro-sur de Ayacucho en la primera mitad de los 70. La de los 80 no podía ser menos evolucionada.

Las mujeres en Los ilegítimos

Cabe observar que los personajes que cuestionan de modo activo las injusticias son todos varones. La madre es una imagen presente y venerada en varios pasajes del libro, y aunque las mujeres como protagonistas se encuentran todavía en situación rezagada, expresan un espíritu de férrea resistencia.
Herminia, por testimonio del hijo, parece ser una mujer invidente o con alguna otra discapacidad que le impide desplazarse como el resto de la gente: Yo la llevo de la mano, no porque ella no conozca la ciudad, sino porque ella puede caerse. Y los hombres se aprovechan para someterla a la fuerza en el cuarto de su propia casa: ella soporta las deshonestaciones con el hijo pequeño llorando y en espera, sin tener ambos quien les defienda. A la discapacidad de la madre y la debilidad del niño se suma el desamparo. El hijo crece y hurga su origen.

Mi madre nunca me dice quién es mi padre y cada vez que le pregunto me dice que no la fastidie. Por eso no sé hijo de qué padre soy.

El niño, presumiblemente concebido en una de las relaciones no consentidas, deviene —pese a todo— en amparo de la madre. Su desarrollo y presencia va reduciendo las visitas de los hombres.

A veces cuando pienso en ella, antes que me tuviera, me dan ganas de llorar. Cómo andaría por las calles solita, sin nadie y así como es. Por eso tal vez –me digo– tuvo que tenerme para ayudarla a vivir. Tampoco sé qué más me llamo después de Hermelindo. Yo no conozco a mi padre ni mi madre lo conoce a él. Ni a sus propios padres conoce. Yo solo conozco a ella y con eso voy ganándola. Ella se llama Herminia y cuando le pregunto por sus padres me dice cómo iba a conocerlos así como es.

Pero aun siendo como es, esta madre tiene la capacidad de impedir una situación de semiesclavitud para su hijo.

Hubo una vez un hombre que quería comprarme y por poco la convence; pero ella, finalmente, se negó por completo diciendo que yo su hijo estaría a su lado, si fuera posible, comiendo tierra o un pedazo de su propia carne.

En Somos de Chukara, Hildebrando denuncia la religión como poder feudal conforme a la crítica del PCP-SL[19], a la opresión patriarcal de la mujer ejercida por el Estado y las instituciones, la familia y el marido; de modo que cuando se concibe un hijo «ilegítimo», la mujer es, de hecho, considerada la única culpable. El párroco emite su amenaza, juicio y castigo, valiéndose de la superstición e ignorancia secular.

Las mujeres que dan hijos naturales jamás verán el rostro del Señor. Por causa de ellas cae la granizada al pueblo casi a diario. Los hijos ilegítimos, nacidos fuera de la ley de Dios, están condenados a ser desgraciados en esta y en la otra vida. Para ellos no habrá nada en esta tierra, y hasta la hora de sus muertes maldecirán a sus madres por haberlos traído a este mundo.

Y a modo de degradación pública, el párroco aprueba arrancar el escapulario de la Virgen del Carmen del cuello de la acusada: Victoria Cáceres.

Por faltar a los sacramentos de nuestra Madre Iglesia y para que las mujeres de este pueblo escarmienten hacemos estas cosas.

Empero, algunas personas, por conmiseración, solidaridad o afán de impedir las condenaciones, le regalarán sus escapularios, reivindicándola.
Con un discurso conmovedor, Virginia se va despidiendo del hermano, único protector y confidente, en Entonces abuelo aparecía.

Fuimos dos, Francisco. Tú fuiste mi hermano mayor y mi padre. En cambio, de hoy en adelante, me quedaré sola en esta quebrada de la cual decías: Odio a este lugar, porque acá nos hicieron sirvientes. También esta mañana será la última vez que conversemos los dos. Dentro de un rato ya harán llegar tu cajón y te llevaremos al cementerio.

Por otro lado, en los años 30, César Vallejo había retratado los privilegios sociales en la escuela con Paco Yunque. Hildebrando pincelará un caso femenino con La leva:

Ahorita estoy imaginándome a la maestra escribiendo en la pizarra y pronunciando:
‘Ele a, la… Eme e, me… Ese a, sa… La…me…sa... ¡La mesa!’.
Y nosotros repitiendo como loros, sentados en adobes partidos de la mitad y escribiendo sobre nuestras rodillas; y a Gloria, tan diferente como maíz almidón entre otros negros, sentada en su carpeta, con sus zapatos y su cabellera bien peinada. Y nosotros, siempre pobres, con nuestras ojotas de cuero de vaca y nuestros cabellos cortados a tijera.
“Glorita”, decía la maestra. Nosotros, “niña Gloria”.
Ella nunca iba por leña cuando se hacía tarde ni traía regalos al faltar días íntegros a la escuela: era hija de un principal del pueblo como decía la señorita.

Una escuela donde la vestimenta, el color de la piel, la apariencia, los útiles de estudio y el trato marcan la distinción social; una pedagogía que no ha dejado de ser la tradicional memorística. El narrador —«ilegítimo» también— continúa sus reflexiones, acerca de la imposibilidad de su pretensión amorosa y de cómo el alma de su prometida se va formando —o deformando—:

Ahí comprendí, sin embargo, que era hijo de una mujer cualquiera y de un padre que nunca conocí. Viéndolo bien, estaba mirando muy alto.
Pero de haberme sido fiel, hubiera podido hasta robarla. Irnos muy lejos. Hacerla mi esposa. Vivir felices en cualquier parte de la tierra. Las cosas fueron de otro modo: ella empezó a vivir de la fortuna de sus padres.

Y en el desenlace del cuento, como en el espíritu de los otros, Hildebrando no deja de enaltecer a los protagonistas del pueblo, como héroes anónimos que se elevan siempre con una victoria moral, de principios, y resultan al fin superiores ante pruebas u ordalías que nos presenta la vida. Tampoco deja de criticar al sistema y a los personajes del lado conservador y opresivo. El sistema educativo que se reproduce y hasta hereda con la niña Gloria devenida en profesora, no escapan a lo dicho:

Ahora dicen que es maestra del mismo pueblo. Y yo digo: será señorita como nuestra maestra y como otra que hubo en el pueblo, hija de un principal del mismo lugar, que enseñó en la escuela hasta que la muerte la encontró a los noventa años y cuando ya disponía de reemplazante en su propia sobrina. También Gloria dará vacaciones dos o tres semanas para ir a festejar su cumpleaños al lado de sus familiares y demás amigos. Así es la costumbre de las maestras hijas de un principal. También tendrá, tal vez, varios hijos y quién sabe hasta no sabrá quién es el padre, como la antigua maestra que cuando tuvo uno opacó los rumores de la gente que sabía del secreto con eso de que el muchachito era hijo de un abogado que murió la misma noche de su matrimonio. Aunque jamás se había matrimoniado.

Y en las pequeñas victorias personales puede hallarse el testimonio de las masivas batallas, de las tragedias colectivas como la de los desaparecidos, presente en Mientras dormía se contaban, específicamente se trata de las víctimas de la masacre del 22 de junio del 69[20]. La madre procura ocultar la verdad al hijo para hacerle menos dolorosa la existencia.

Mi madre se pasaba diciéndome en las mañanas en las tardes de todos los días que estabas de viaje que ibas a volver pronto y cuanto más me hacía el dormido conversaba en las noches con la abuela “es malo decir a los muchachos porque lloran al corazón”.

Y el padre —un luchador social— había de pervivir en el proceder de su hijo, según las mujeres más próximas a él.

“¡Ya nunca regresarás Florentino!” y la abuela consolándola “Pero sí crecerá su hijo Josefa y cumplirá con la tierra para tenernos en casa a las dos… los hijos responden por sus padres en tiempos como este… el padre fue muerto pero Ignacio lleva la sangre de Florentino Ramos… él responderá Josefa”.

Así, las mujeres palpitan en los cuentos con su calor y drama propios, sin mostrar todavía el protagonismo social de fines de los setenta y llevado a una cúspide en los ochenta; no combaten de modo manifiesto, pero tampoco se resignan a la opresión: resisten; y en ese resistir hallan alguna solidaridad o amparo de sus semejantes; cierta vía de redención que ilumina su mañana, señalando su propio horizonte o el de su progenie.
Estos son los personajes de Pérez Huarancca: hijos furtivos que parecen más gente que los hijos legítimos de los principales, seres templados en el dolor y la miseria, los que siempre están buscando el camino grande por donde puede alejarse o regresar un ser amado o por donde los jóvenes pueden volver trayendo nuevas esperanzas.












[1] El grupo Narración surgido en 1965 congregó, con diverso grado de compromiso, a importantes escritores peruanos de varias generaciones: Oswaldo Reynoso, Antonio Gálvez Ronceros, Miguel Gutiérrez, Vilma Aguilar, Gregorio Martínez, Roberto Reyes, Juan Morillo, Hildebrando Pérez, Ana María Mur, Luis Urteaga Cabrera, Augusto Higa entre otros. En el primer número de su revista llamada también Narración declaran los principios que guiarán su propuesta literaria, propuesta democrática, con un profundo sentir por los de abajo, posición que refrendarán en sus trabajos, pronunciamientos, opiniones y en su existencia vital. Promovieron una literatura de calidad estética y contenido social inseparable, enriqueciendo el debate cultural y político de su época. En los siguientes números (1971 y 1974) reiteran aportes a la crónica y fundan en 1979 el sello Ediciones Narración.
[2] Según R. González Vigil (1997): «El importante grupo Narración encontró en Hildebrando Pérez Huarancca el autor que supo llevar sus ideales de una narrativa de aliento revolucionario, anclada en la mentalidad popular y la reelaboración del lenguaje oral, a los predios de la corriente neoindigenista. Lo hizo con un notable volumen de cuentos, titulado Los ilegítimos (ganó con él el primer premio del concurso José María Arguedas convocado en 1975 por la Asociación Universitaria Nisei del Perú)». El libro se puede descargar en: http://www.mediafire.com/view/dnrby4xv9tat1a6/Los_Ileg%C3%ADtimos.pdf
[3] Este cuento integra la colección «Como cuando estábamos vivos» (1989). Nieto enseñó en la Universidad de Huamanga entre 1981-82, siendo testigo de los inicios de la insurgencia.
[4] Véase Los ilegítimos, de Pérez Huarancca y la legitimidad del neoindigenismo, de S. M. Nagy, o la entrevista a Mark Cox http://www.diariolaprimeraperu.com/online/cultura/verdades-y-mentiras-sobre-hildebrando-perez-huarancca_118149.html
[5] http://puenteareo1.blogspot.com/2007/09/incendiar-la-pradera.html
[6] Véase la obra de Gilman Entre la pluma y el fusil (2003), en particular los capítulos 1,2 y 8.
[7] «Cada uno acusaba a los otros de no ser suficientemente revolucionarios, y cada uno se autocalificaba como la vanguardia de la revolución socialista (…) Los años sesenta y setenta fueron de radicalización, y se instaló en parte del sentido común popular la idea de la revolución, de los cambios drásticos y sin concesiones» (Gonzales, 2011): en la introducción de la recopilación de artículos realizada por Alberto Adrianzén (2011).
[8] Cabe anotar que después de la muerte de Mariátegui se cambió el nombre a Partido Comunista.
[9] Lo cual más tarde daría origen al apelativo Sendero Luminoso.
[10] Aníbal Quijano, estudioso de Mariátegui, sintetiza «Este enfoque del carácter de la economía peruana, como compleja y contradictoria articulación entre capital y precapital, bajo la hegemonía del primero, del mismo modo como todavía se articulan “feudalismo” y “comunismo indígena”, en la sierra, ambos bajo el capital, produciendo efectos no solamente sobre la lógica del desenvolvimiento económico, sino también sobre la mentalidad de las clases, es el hallazgo básico de la investigación mariateguiana, y de donde se derivarán sus desarrollos sobre el carácter y perspectiva de la revolución peruana (…) El Estado que se reconstruye en el proceso de implantación y de consolidación del dominio del capital monopolista imperialista, estará caracterizado, así, por dos rasgos definitorios: su indefinición nacional, debido al carácter semicolonial que asume la burguesía interna que lo dirige; y su indefinición de clase, por constituirse como articulación de intereses entre burguesía y terratenientes, y de lo cual derivará su carácter oligárquico. (…) la feudalidad existente en la sierra es tal feudalismo solo si se le considera separadamente de su lugar en el conjunto de la estructura económica del país. Tomado dentro de este conjunto, es decir, articulado al capital y bajo su dominio, es “semifeudal”» (1979).
[11] Kimberly Theidon confirma en sus investigaciones lo que Pérez Huarancca expresa en su obra. Ella parte por diferenciar la zona centro-sur de Ayacucho que comprende Cangallo y Víctor Fajardo (Comité Zonal fundamental del PCP-SL) de la zona norte que abarca las alturas de Huanta. La comunidad de Espite, cuna de Hildebrando, pertenece al distrito de Vilcanchos y este, a la provincia de Víctor Fajardo. Theidon refiere que «había más interacción con el Estado en el centro-sur, y también más desilusión. Dicen en las alturas de Huanta que sus comunidades eran “zonas olvidadas”. Pero las interacciones centro-sureñas con el aparato estatal no se tradujeron en una relación más estrecha, sino en una relación antagónica». Agrega: «existe una historia de engaños entre estas comunidades y el aparato legal nacional» (2004, 35-36).
[12] Respecto a la relación militante-población, Theidon afirma: «Subrayamos la constatación de que, en contraste con la zona norte, donde se produjeron puntos de quiebre claramente distinguibles en el proceso de la violencia, en estas comunidades centro-sureñas no hubo un momento de quiebre definido por parte de la población ante la presencia de SL (…) De hecho, como nuestro trabajo de campo lo ilustra, estos pueblos seguían siendo bases de apoyo de Sendero hasta inicios de la década de 1990. En contraste con el norte, los cabecillas eran en su mayoría lugareños, y en múltiples casos siguen viviendo en sus comunidades de origen» (2004, 35).
[13] «La experiencia migratoria de la población de esa zona es mucho más temprana que en la zona norte. Empezó en las primeras décadas del siglo XX, intensificándose durante la década de 1960. Además de una temprana trayectoria migratoria, el patrón del centro-sur incluyó la migración hacia las ciudades costeñas de Ica y Lima, en contraste con la zona norte, donde la migración tendió a ser hacia la selva o hacia las ciudades provinciales de Huamanga y Huanta» (Theidon, 2004, 34).
[14] Instituto Nacional de Estadística e Informática. Boletín de Análisis Demográfico n.° 35 (2001).
[15] Es decir las posiciones de Abimael Guzmán.
[16] Sociedades Agrícolas de Interés Social y Cooperativas Agrarias de Producción Social.
[17] José Carlos Mariátegui había observado: «En las relaciones de la producción y el trabajo, el salariado señala el tránsito al capitalismo. No hay régimen capitalista propiamente dicho allí donde no hay, en el trabajo, régimen de salario. La concentración capitalista crea también, con la absorción de la pequeña propiedad por las grandes empresas, su latifundismo. Pero en el latifundio capitalista, explotado conforme a un principio de productividad y no de rentabilidad, rige el salariado, hecho que lo diferencia fundamentalmente del latifundio feudal» (1975).

[18] En 1975, el PCP-SL publica Retomemos a Mariátegui y reconstituyamos su Partido, pero ya en 1968, en Para entender a Mariátegui, Guzmán incidía en la necesidad de desarrollarlo.
[19] En la declaración de principios del Movimiento Femenino Popular, organismo generado por el PCP-SL: «Las mujeres de hoy sufren opresión y explotación y éstas tienen una causa: la situación semicolonial y semifeudal de nuestro país; situación que al pesar como montañas sobre nuestro pueblo redoblan su peso sobre las masas femeninas del Perú» (MFP, 1975).
[20] Grandes movilizaciones de maestros, estudiantes y padres de familia en las ciudades de Ayacucho y Huanta contra el Decreto Supremo n.° 006 que eliminaba la gratuidad de la enseñanza en los colegios y establecía pagos mensuales de cien soles a los estudiantes secundarios que desaprobaran algún curso en el año lectivo. La represión provocó alrededor de un centenar de víctimas y la jornada quedó estampada en la memoria del pueblo ayacuchano, como exalta la canción Flor de retama, del maestro Ricardo Dolorier, o recrea el mismo Hildebrando en el cuento final de su libro: Día de mucho trajín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entrada destacada

LA LAGUNA ENCANTADA

  Ya está establecido que todos los pueblos de la costa peruana son milenarios, aquí se establecieron los primeros peruanos, antes que Los I...