miércoles, 3 de agosto de 2016

CRISTINA

CRISTINA


Me quedé huevón cuando vi a Cristina en el peaje. Para que no me reconociera me puse una gorra, me acerqué y le pregunté cuánto cobraba. Ella ni se dio cuenta que la estaba pulseando. Carajo, dije, qué pena, pero igual me la iba a levantar. Entramos al cuchitril de paja. Un colchón viejo tirado en el suelo presagiaba que el polvo no iba a ser agradable. Me sorprendió la tibieza de su voz. Comenzó a desnudarse, qué blanquita era su piel. Ella no se daba cuenta de que ni siquiera me sacaba la gorra. Cuando me la quité, se asustó, recogió sus ropas, las llevó a su pecho, y me dijo:
—¡Don Rolando, qué vergüenza!
Comenzó a llorar, a suplicarme que no dijera nada a nadie. Me dio pena, no me la tiré. Le pregunté por qué lo hacía. Me respondió que lo hacía por su madre, que el tratamiento del cáncer era carísimo... Mientras hablaba, su voz se entrecortaba, y yo le decía: tranquilita, Cristinita, no voy a decir nada, mamita. Y me la traje. Le di 50 soles, pa’ que tuviera algo, al menos pa’ justificar su noche. Pero no cambió, siguió yendo al peaje. No voy a mentir, terminé por tirármela. La primera vez me dio pena, pero ella sabía del asunto, la condenada era una fiera en la cama...
Muchas veces la saqué del peaje para que nadie la tocara, le rogué que dejara esa vida. Su madre ya no era pretexto para que ella siguiera en esa vida... su madre murió, aguijoneada por ese cáncer que primero la dejó calva, luego ciega y después coja. ¿Te acuerdas de esa Cristinita que pasaba junto a su madre rumbo al colegio? De esa niña que corría tras las mariposas del jardín de la señora Donatila solo quedan esos ojos negros inocentes, lascivos, que me matan. Puta mare’, tengo que confesarte que me he templado... ¡Que la olvide! Estás loco, si a veces la escucho decir:
—Roro, voy a cambiar, pero no dejas a tu mujer; además la conozco desde niña. Ella ha sido una de las pocas personas que se acercó a visitar a mi madre en vida. Roro, además tú eres celoso... me vas recriminar siempre.
—Pero, Tinita, te ofrezco convivir o viajar juntos en mi camión, pero ya no quiero que te toquen otros hombres, mi amorcito, si te doy todo Tinita, no seas mala, desde que estoy contigo ya no toco a mi mujer, porque mi mujer eres tú...
En una fiesta a la que fuimos terminé sacándole la mierda a un imbécil. La quiso sacar a bailar a la fuerza. Era claro que había usado sus servicios en el peaje. Pero ella no quería bailar con él. Me acerqué y sin preguntar le metí un puñete que acabó por llevarlo al suelo. No paré de patearlo hasta que los otros vinieron a separarme.
Nos fuimos. Por primera vez la insulté. Le dije:
—¡Eres una puta, Cristina! ¡Una puta! Por qué no entiendes que te quiero...
Pero ella no quiere a nadie. Ni a ella misma. Me miró como si estuviera mirando a un fantasma. No pude contenerme, terminé lloroso, abrazándola, suplicándole que me perdonara, que había sido un imbécil por tratarla así... Sí, sí, lo admito, me está volviendo loco, pero si pudieras verla cuando es frágil, cuando en la cama vuelve a ser la niña persiguiendo mariposas, la amarías como yo la amo, además, ya soy viejo, mis hijos ya son mayores, logrados, con mi mujer hace años que no tengo nada... ¿Que cómo se volvió puta? Yo qué sé. Quizá el barrio, la pobreza. Su madre se rompía el lomo lavando ropa de gente de San Isidro y la dejaba solita, no sé, no me preguntes más...


César Panduro Astorga ( Ica - 1980)

martes, 2 de agosto de 2016

CALIXTO GARMENDIA

CALIXTO GARMENDIA
Ciro Alegría

—Déjame contarte— le pidió un hombre llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la cara—. Todos estos días, anoche, esta mañana, aún esta tarde, he recordado mucho… Hay momentos en que a uno se le agolpa la vida… Además, debes aprender. La vida, corta o larga, no es de uno solamente.
Sus ojos diáfanos parecían fijos en el tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre de emoción. Blandíanse a ratos las manos encallecidas.
—Yo nací arriba, en un pueblito de los Andes. Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta segundo año de primaria era todo lo que había. Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su carpintería, mi padre tenía un terrenito al lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con la ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o con obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o de hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el maíz, azulear las habas en nuestra pequeña tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería, teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A causa de tener algo y también por su carácter, mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. “Buenos días, señor”, decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto. “Buenos días, señor”, y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. “Buenos días, alférez”, y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi padre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o les debiera algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan. Mi padre les disgustaba. Y no acababa ahí la cosa. De repente venía gente del pueblo, ya sea indios, cholos o blancos pobres. De a diez, de a veinte o también en poblada llegaban. “Don Calixto, encábesenos para hacer ese reclamo”. Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y metía harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con buenas palabras. A veces hacía ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y ricos del pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para partirlo en la primera ocasión. Consideraban altanero a mi padre y no los dejaba tranquilos. El ni se daba cuenta y vivía como si nada pudiera pasar. Había hecho un sillón grande, que ponía en el corredor. Ahí solía sentarse, por las tardes, a conversar con los amigos. “Lo que necesitamos es justicia”, decía. “El día que el Perú tenga justicia, será grande”. No dudaba de que la habría y se torcía los mostachos con satisfacción, predicando: “No debemos consentir abusos”.
Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el panteón se llenó con los muertos del propio pueblo y los que traían del campo. Entonces las autoridades echaron mano de nuestro terrenito para panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia salida del pueblo. Dieron el pretexto que el terreno de mi padre estaba ya cercado, pusieron gendarmes y comenzó el entierro de muertos. Quedaron a darle una indemnización de setecientos soles, que era algo en esos años, pero, que autorización, que requisitos, que papeleo, que no hay plata en este momento… Se la estaban cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día, después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también un formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le prendió del cogote y le lloró diciéndole que nada sacaba con ir a la cárcel y dejarnos a nosotros más desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera pasado esta tarde.
Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho. Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia. Quería conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le hacía las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi pobre escritura no valía para eso. El escribano ponía al final: “A ruego Calixto Garmendia, que no sabe firmar, Fulano”. El caso fue que mi padre despachó dos o tres cartas al diputado de la provincia. Silencio. Otras al senador por el departamento. Silencio. Otras al mismo Presidente de la República. Silencio. Por último mandó cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada, señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba por la puerta de la casa y mi padre se iba detrás y esperaba en la oficina del despacho, hasta que clasificaban la correspondencia. A veces, yo también iba. “¿Carta para Calixto Garmendia?”, preguntaba mi padre. El interventor, que era un viejo flaco y bonachón, tomaba las cartas que estaban en la casilla de las G, las iba viendo y al final decía: ”Nada, amigo”. Mi padre salía comentando que la próxima vez habría carta. Con los años, afirmaba que al menos los periódicos responderían. Un estudiante me ha dicho que, por lo regular, los periódicos creen que asuntos como estos carecen de interés general. Esto en el caso de que los mismos no estén a favor del gobierno y sus autoridades, y callen cuando pueda perjudicarles. Mi padre tardó en desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por las alturas, varios años.
Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte del panteón que aún no tenía cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos días en la cárcel. Los trámites estaban ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente. Cuando mi padre iba a hablar con el Síndico de Gastos del Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y decía como si ahí debiera estar la plata: “No hay dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el tiempo se te pagará”. Mi padre presentó dos recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la cuchilla y el formón. “Es triste tener que hablar así —dijo una vez—, pero no me darían tiempo de matar a todos los que debía”. El dinerito que mi madre había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.
A los seis o siete años del despojo, mi padre se cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos tiempos. Lo que más le dolía era el atropello. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o Lima a reclamar, pero no tenía dinero para eso. Y cayó también en cuenta de que, viéndolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De quién y cómo valerse? El terrenito seguía de panteón, recibiendo muertos. Mi padre no quería ni verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo, decía: “¡Algo mío han enterrado ahí también! ¡Crea usted en la justicia! Siempre se había ocupado de que le hicieran justicia a los demás y, al final, no la había podido obtener ni para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de instrucción y siempre despotricaba contra los tiranos, gamonales, tagarotes y mandones.
Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso. En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia. Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener trabajo y también se ver irse al hoyo a uno de pandilla que lo despojó. ¿A qué hombre tratado así no se le daña el corazón? Mi madre creía que no estaba bueno alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo, a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo la tierra, pero aun para eso hay gustos.
Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda, que resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró con banda de música y la gente hablada del progreso. En mi casa hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el negocio de las otras cuatro, nuestra ropa envejeció y todo fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la quebrada. Eso me duró. En adelante, no me cobró ya nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que era.
En la carpintería, las cosas siguieron como siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre trabajaba a disgusto. Antes lo había visto ya gozarse puliendo y charolando cualquier obrita y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que por fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles. Déle otra vez a alegrarse a mi padre, que solía decir: “¡Se fregó otro bandido, diez soles!”; a trabajar duro él y yo; a rezar mi madre, y a sentir alivio hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida estuviera mezclado tanto la muerte.
La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la casa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras, pues no encendía luz para evitar sospechas, se reía. Su risa parecía a ratos el graznido de un animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos días con eso. Por otra parte, en la casa del alcalde solían vigilar. Como había hecho incontables chanchadas, no sabían a quien echarle la culpa de las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes, del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las de las casas de otros notables, para que si querían deducir, se confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi padre. Se había vuelto un artista en la rotura de tejas. De mañana salía a pasear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si llovía era mejor para mi padre. Entonces atacaba la casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua le dañara o, al caerles, les molestara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua en los dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad, pero el pensaba que lo hacía, por darse el gusto de pensarlo.
El alcalde murió de un momento a otro. Unos decían que de un atracón de carne de chancho y otros que de las cóleras que le daban sus enemigos. Mi padre fue llamado para que hicieran el cajón y me llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre contemplando al muerto. El parecía la muerte. Cobró cincuenta soles adelantados, uno sobre otro. Como le reclamaron el precio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: “Come la tierra que me quitaste, condenado; come, come”. Y reía con esa su risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara. Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo habían derrumbado.

Mi madre le dio esperanza con el nuevo alcalde. Fue como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos días. El nuevo alcalde le dijo también que no había plata para pagarle. Además, que abusó cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era un agitador del pueblo. Esto ya no tenía ni apariencia de verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para que les defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le grito al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron quince días en la cárcel, por desacato. Cuando salió, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran el pago. Mi padre se puso a clamar: “¡Eso nunca! ¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no es limosna! ¡Pido justicia!” Al poco tiempo, mi padre murió.

miércoles, 6 de julio de 2016

ROBIN

ROBIN
Esto fue lo que copió Robin, en unos de los muros de su Colegio

Ya era bien conocido en la ciudad, cruzaba la calle jugando con su cajón, era un lustrabotas muy alegre a pesar de vivir solo, sin la presencia de papá,  era feliz con sus compañeritos de la plaza  San Martín de Porres, un inmenso arenal en la periferia de la ciudad. Aún no entendía por qué mamá salía mucho de casa, principalmente en las noches, con la cabeza pintada y siempre con el colorete en los labios, tampoco comprendía por qué la abuela murió a temprana edad de cáncer, lo que si tenía claro era su apodo, él mismo les pidió a su mancha que lo llamaran Robin, no por el ayudante de Batman sino por otro, el personaje de las letras.
Tenía nueve años y le gustaba leer cuentos infantiles, encontrarlos era el problema. Su profesor a veces le prestaba algunos ejemplares, la Biblioteca Municipal no contaba con ese material, por leer mucho  no lustraba con frecuencia, sus amigos le decían:
-          Lees puras huevadas, fantasías no más oe.
En la escuela, su maestro pensaba que ya estaba salvado (si le gusta leer, será un buen chico). Una mañana, después de leer, su cabeza se vio envuelta por pensamientos justicieros, le parecía injusta la vida, la sociedad, no tener lo suficiente para poder comer y vivir dignamente. Era tan diferente la ficción con la realidad que vivía en carne propia. Los periódicos enaltecían a menores infractores, en el fondo era querer tener fama.  Empezó a cavilar en una víctima, debe ser una de esas personas que llevan en la cara la amargura, a las abuelas tiernas no hay que tocarlas, que sigan dando amor y dulzura pensaba.
Un día apareció por la Plaza  Julián, llevaba en su mochila su apellido, en su tez trigueña su dolor, en su mirada la tristeza, en sus zapatos la calle, caminaba sin rumbo en ese pequeño espacio de árboles secos. Volteaba siempre a mirar los cerros de arena, o cuando alguien le decía “fumón”. Toda la mancha de Robin lo advirtió, debido a que el grupo contaba entre sus filas a descendientes de mulatos, entre ellos el temible Harold, Juliancha en cambio, mostraba su hablar tierno, como lo hacen la gente que viene de las alturas. No estudiaba en ninguna Institución Educativa de los alrededores, porque la pobreza le arrebató al ser más querido, su madre murió cuando allanaron su casa y encontraron un celular ajeno. A diferencia de Robin el muchacho no tenía madre y ambos tenían a sus padres presos..
Las emisoras a diario realizaban diagnósticos de la sociedad actual, culpando a la violencia política de los ochenta, por la cantidad de adolescentes infractores. Muchas veces se le encontró escuchando la radio en la peluquería, estaba sentado sobre su lustrador,  nadie pude hablarle de los caminos que se pueden recorrer, que no todo está perdido, que se puede tener éxito en la vida usando la imaginación e inteligencia. Hoy nadie sabe su nombre, sólo su alias,  debo contar esta historia sin nombrarlo, él vino a encontrase con su padre en prisión, a pesar de que la Fiscal sabía que era un buen muchacho, que se podía hacer algo para apartarlo de los malos amigos, a mí me dijo que era reincidente y por eso  lo mandó a la penitenciaria, a un lugar llamado Maranguita.
La mañana del 27 de julio despertaba alegre, señora, sin bostezos, la calle adornada con listones multicolores se dejaba acariciar por la neblina, el mercado prendía su bulla por dentro y por fuera, ningún pito de los vigilantes o de la policía, se abrían los pequeños puestos dejando una vereda estrecha como un túnel sombreado por plásticos, el olor a pescado se impregnaba en las voces y en los oídos. Robin no había planificado nada, actuaría cuando su intuición le indique que hacer, elegir  una presa fácil que tenga dinero suficiente, luego invitar a sus amigos lustrabotas al comedor popular. La esperó cerca al río, en el recién inaugurado puente de la calle Puno, la Profesora Amparo no tardó en llegar, fue el robo más rápido de la mañana, el colectivo venía de Parcona, en pleno descenso del móvil, sus manos ingresaron al auto, sus dedos pescaron una bolsa cocida hasta los huesos, dentro de ella una cartera con doscientos soles, tarjetas de crédito vencidas y un calendario del Señor de Luren.
Corrió por el callejón de Pedreros, al ver su accionar fue seguido por otros cacos mayores, quienes le habían guardado su cajón de lustrar calzado, con ciertas amenazas y lisuras lo atarantan, tuvo que dejarles cien soles, la otra mitad estaba en sus manos, pensaba en el dinero, era mucho, nunca sus manos pudieron tener esa cantidad, el problema fue cambiarlo en sencillo, salir de ámbito de acción, buscar a sus amigos en la plaza para compartir lo robado. Ya no regresó por el puente durante dos semanas, estuvo robando carteras en la Avenida San Martín, en ese lugar tuvo su primer accidente de trabajo, fue reconocido por un agraviado cuando le lustró las botas de vaquero, se trataba de un reconocido hacendado de la ciudad, el señorón avisó a la policía, se lo llevaron y decomisaron su herramienta (lustrador).
Una tarde, se juntaron el niño sin padre y el adolescente sin madre, los dos se fueron a robar mangos a la chacra de Jalisco, el viejo era un enorme flaco, con cabello cano, usaba siempre vestimenta de cazador y un rifle con cartucho 40, salir al campo le fue bien, descubre la tranquilidad del tiempo, otros sonidos que no sean pitos y cláxones, lugares perfectos para leer, la santidad de lo verde lo hace feliz, risueño, juguetón y comunicativo. Logró contarle a Julián muchos relatos , la mayoría de oriente medio, sin olvidar por supuesto los cuentos de Arguedas, uno de nombre Orovilca le encantó a su amigo, sobre todo cuando habla del chaucato y del zorzal. Aquella tarde no planearon nada, la naturaleza le tendía su mano olvidando los atracos de rutina, los laburos, el escape a la carrera y la droga, las descripciones de ciertas lecturas eran parecidas a la realidad, el campo era un lugar de sanación.
 Pasaron nueve años, se acercaba la navidad y Robin volvió a robar solitario, la propaganda comercial lo obligó a pensar en dinero, ahora quería llevar a sus amigos a comer pollo al cilindro, comprar unos polos y zapatillas para alguien que necesite. Planificaba sus trabajos, coordinaba con Harold para el reglaje, incluso se drogaba para robar, su detención lo convertiría en recontra reincidente y puesto en una cárcel para adultos. Quisiera relatar qué hacía con lo robado, algunos deducirán, Robin tenía una tía prostituta, siempre iba a verlo cuando caía, también usaba pelo pintado y colorete intenso, ella escuchó esta conversación, fue lo último que supe de él:
-         - Dígame jovencito, ¿es usted reincidente?
-        -  Sí señora
-          -¿Dónde está el dinero de la cartera de piel de mono que le pertenecía a Doña Magdalena?
-          -Ya no existe
-        -  ¡Y el dinero que contenía! Hablo la agraviada de turno.
-        -  Me he comprado estas zapatillas y la ropa que llevo puesta…
-         - Pero eso no cubre el monto de lo robado, dijo la fiscal.
-       -   Lo compartí con mis amigos del parque, me queda la cantidad que está en la mesa.
Doña Magdalena, al ver que su dinero no iba ser recuperado y sabiendo de la calidad de la ropa puesta por el jovenzuelo, se acerco y comenzó a desnudarlo. La fiscal miraba atónita, impotente, sin consideración por el muchacho, quedó desnudo, la droga lo tenía flaco y los olores podridos mareado. Cuando me lo contó Doña Guadalupe, recordé al muchacho triste del salón de segundo “B”, más pena tuve cuando mi compañero volvió a ver su primera herramienta de trabajo, la que le decomisaron años atrás, la conservaban como trofeo de guerra.
Esta mañana fría, debo confesar que siempre lo amé, que a pesar del tiempo aún permanece la frase de amor que copió pensando en mí, ojalá todavía permanezca al lado de las gradas, que suben hacía la dirección pasando por el mástil, salgo un momento al baño para volver a leerla “Tú eres mi pensamiento favorito, hasta el aire sabe que te necesito”, espero me perdone por no estar a su lado, los libros que me daba me ubicaron en un mejor destino.
Julio- 2016



sábado, 30 de abril de 2016

Carta a mi madre en el día de su cumpleaños

Carta a mi madre en el día de su cumpleaños

Colonia Penal El Frontón, 17 de mayo de 1954

Mamá Sara:

Estás leve y anciana,
Tus pulmones se encorvan
Cual dos águilas ciegas.
¿Hasta cuándo se extiende tu condena?
Desde niña, bajo el mando
De la rígida patrona.
¡Cuántas veces se ha escuchado
Tu sollozo en las penumbras
de las lúgubres cocinas!
¡Cuánto nos costó medio vivir!

Pero entonces eras fuerte campeona,
Te incitaban la esperanza
Y los destellos de mis ojos cuando niño.

Han pasado muchos años,
años de soledad, de golpes y batallas.
Ahora soy un hombre
Y por serlo de veras
Me han clavado en las rocas.

Y tú, madre, prendida a la batea,
Hoy te duermes de vejez, de cansancio
En lo mejor de la tarea,
Con tu dulce cabeza medio hundida en el agua
Como nube de blanco amanecer.

Y pensar que la vida no mejora,
Que seguimos crispando los puños por el grano,
Que nos tapan la boca con máuseres y plomo,
Que lustramos con sangre la faz de los metales.

¡Los patrones siempre quieren ser más ricos!
Por eso estoy fiero,
Mi voz un estallido que se agranda.
Y quisiera hacer algo, ¡arrancar muchas cabezas!
Pero hoy solo me salen estos versos,

Esta espiga de amor que quiere hacerte joven.
LEONCIO BUENO



lunes, 15 de febrero de 2016

Parcona, 18 de febrero de 1924

En Rusia - octubre de 1917 - ocurría la primera revolución Marxista de la historia, un año después en Ica se forma el Centro Obrero Iqueño, en el Perú  no se había fundado el APRA ni el Partido Socialista. Lo primero que hacen los obreros y campesinos iqueños es el equipamiento de una biblioteca, en 1920 un cura la intenta incendiarla, al haberse organizado el pueblo progresista, le permitió obtener mejores salarios  y buenas condiciones de trabajo para los obreros, los campesinos no conseguían nada por el poder que tenían los terratenientes de entonces, también por su falta de organización. El primer reclamo formal de los campesinos ante la sección trabajo del Ministerio de Fomento en provincias eran: que se cumplan las ocho horas de trabajo, es por ello que se instala una junta de conciliación . Los delegados de los hacendados responden que las ocho horas son solo para los obreros industriales, no para los rurales. En el campo los pequeños propietarios no tenían agua para sus tierras y la gran mayoría trabajaba de peón.La autoridad emite una sentencia a favor de los campesinos "las ocho horas también son para los campesinos u obreros rurales", los campesinos celebran con alegría, mientras que los gamonales se sintieron indignados, principalmente contra los delegados campesinos, a quienes los consideraban agitadores. 

Ricardo Martínez de la Torre en su libro "Apuntes para una interpretación Marxista de la historia del Perú" nos dice: Como aún no se había organizado el movimiento marxista, no fue posible acusar a la Federación Campesina de Ica, como una organización comunista. Por eso, se utilizó contra ellos los cargos de subversión , de motín, de saqueadores, de conspiración revolucionaria para derrocar a Leguía.

LA MASACRE

Fue un 18 de febrero, un día después cumplía años el Presidente Augusto B. Leguía, el del oncenio (1919 - 1930). El prefecto celebraba un banquete en su honor en una hacienda, al regresar le comunican que los campesinos se encuentran reunidos en Parcona, inmediatamente organiza un contingente armado, él dirige el operativo, viene de una fiesta, está borracho. Al llegar al local manda a amarrar a los campesinos que se encontraban afuera de la Federación, los suben a un camión  para traerlos a Ica, en el interior del local se acordaba un paro general en todo el valle, los motivos eran: que se cumpla el fallo del tribunal arbitral sobre el conflicto en la hacienda "La Caravedo", que se cumpla la jornada de las ocho horas de trabajo, pago a los yanaconas por el algodón ya entregado, que se nivele el jornal en todas las haciendas.

Al prender el vehículo para trasladar a los detenidos, alertadas por el ruido del motor, salen varias mujeres de sus casas a suplicarles que se detengan, el prefecto Julio Rodríguez actúa con violencia contra una de ellas y ordena la captura de todas, ya han salido del interior de la Federación, el secretario le pide al prefecto"que calmara su temeraria imprudencia, pero éste le dispara con su revolver a la altura del muslo , los demás compañeros evitan nuevos disparos  reduciendo a la autoridad. Entonces una lluvia de balas caen sobre la puerta principal del local, los parconenses emprendieron a pedradas contra la policía, logrando dominarlos después de una encarnizada lucha, que terminó con la muerte del prefecto, un policía muerto, varias criaturas fallecidas, diecisiete campesinos heridos de bala, dos mujeres también heridas de bala etc. Toda esta información no fue difundida por los periódicos de la localidad.

No tardaron mucho en llegar los efectivos de Lima para resguardar el orden, ellos descargaron sus ametralladoras sobre el local de la Federación  incendiándolo totalmente  junto con su biblioteca y enseres, al instante  se inició una cacería derribando puertas, luego la persecución de los indígenas. Los moradores de Parcona huyeron dejando sus hogares abandonados , sus chacras, sus animales. Una tradición oral cuenta "esa misma fuerza armada mataba a balazos a los animales y cargaba con ellos sin el menor escrúpulo, es conocido este relato como el saqueo de Parcona, hecho ocurrido el 20 de febrero de 1924. Posteriormente se llevará a cabo la tortura de hombres y mujeres, para obligarlos  a hacerse responsables , para que hiciesen acusaciones calumniosas contra algunos de los dirigentes, luchadores sociales que el gamonalismo quería desaparecer de Ica.  

QUEMA DE PARCONA

Llegaron a Parcona por dos lugares, era la noche del 10 de marzo, un grupo llegó por la Tinguiña y el otro por la actual vía asfaltada que nace en el puente Grau, rociaron de gasolina todas las casas, prendieron fuego a todo el barrio. Los sobrevivientes contaron : "Daba pena ver como ardían los animales, cuando veían que alguien corría y procuraba salvar algo, le disparaban , lo único que respetaron fue La Capilla".

Aquí los nombres de los gamonales de la época, los que quisieron desaparecer  todo un pueblo: Víctor Elías y Toledo, Óscar Elías Castañeda, César Elías, Manuel Antonio Elías, Dr. Daniel Olaechea, Benavides Canseco, Boza, Mario del Río y otros de menor importancia.






                 "Yo he visto en mis sueños, un mes antes de la masacre, como mi pueblo estaba hecho cenizas. Pero después vi que mi pueblo se había levantado. Había muchas casas, una alameda de árboles bien fornidos al centro. Todo eso lo vi en sueños y cómo después se hizo realidad"
                              JUAN H PÉVEZ OLIVEROS
                        Primer Secretario General de la CCP

Gregorio Martínez dedica su libro La gloria del piturrín y otros EMBRUJOS DE AMOR" Lima - 1985.
"A la memoria de los héroes populares de Ica,
Higinio Pisconte y Zenón Escate, caídos en los 
sucesos de Parcona el 18 de febrero de 1924".

jueves, 14 de enero de 2016

YANA GUITARRA


MEYER


La vida sorprendía al pensativo niño, muy temprano adelantó su salida al campo arreglando sus juguetes traídos en la navidad por su padre desde Ica, un carro color rojo con llantas de jebe para soportar la lluvia, unos soldados bien armados, el vendedor manifestó en plena calle Grau:

-    Llévelos señor están de vuelta de Vietnam…, le dijo para convencerlo

 Después de tomar desayuno con mamá, divisó el techo y con una gran sonrisa pensó dejar todos sus pequeños juguetes y llevarse la guitarra que colgaba en un rincón de la sala. El instrumento musical tenía las clavijas de madera y cuerdas de cuero, su esbelta figura era perfecta, denotaba belleza con la curva de sus caderas, de color marrón claro, algo despintada en sus trastes, estaba envuelta en un costal de algodón, sólo asomaba su cabecita de reina. Nadie supo cómo llegó a casa, tal vez fue olvidada por un familiar.

Él vivía en los alrededores del pequeño Distrito Huancavelicano de Córdova y todos los días salía con sus carneros al campo, siempre llevaba su carrito y sus soldados; pero esta vez sin que nadie se diera cuenta descolgó el costal y se lo echó al hombro, abrió el corral de piedras y caminó con rumbo a la alfalfa. Al amarrar sus huachos, continuaba en su mente lo entretenido que sería jugar con los sonidos, tenía una extraña curiosidad y aún envuelta movió las cuerdas y saltaron los do, re, mi, fa, y sol, todos mayores. Entonces los dejó comiendo, luego fue empujado por un aliento de felicidad, daba la impresión que la naturaleza entraba en complicidad con la mañana y los rayos del sol brillaban con una desconocida luz, caminó cuesta abajo, muy cerca al río se sentó, sacó la vieja guitarra y se puso a tocar.

El agua era un eco en sus oídos, la hermosa cascada salpicaba gotas finas en su rostro, la música que brotaba entre sus manos tenía sonidos mayores y menores, tristes y contentos, cada nota se confundía en los colores del arco iris, estaba en un mágico lugar, una divinidad de sus ancestros conocida como la mamacocha, Por cosas del destino apareció esta relación (guitarra – niño) en un lugar distante al de su nacimiento, el maqta era natural de Huamanga, vino a vivir con sus padres a Huancavelica, todavía el Perú mantenía las heridas del conflicto armado, escaparon una noche cuando tenía cuatro años de edad. En el pueblo a diario lo veían pasar con su guitarra en el hombro, otras veces bajo el brazo, en casa no tardaron en darse cuenta de tal encuentro entre el hombre y su voz, la naturaleza y sus sonidos, la guitarra y su amante.

Un día apareció montado en su caballo un señor, con pinta de arriero, según su madre era un viejo familiar, al ver la guitarra colgada del techo, se la pide prestada, el señor Juancitucha ni bien empezó a tocarla tuvo que paralizar, una cuerda de cuero se rompió silbando extrañamente, salió de la casa y sacó de su alforja unas cuerdas de plástico. Los sonidos cambiaron poniendo en dificultad al tímpano del muchacho, que observaba todo el detalle de su tío lejano, en realidad no era su familiar, también se desconoce cómo llegó hasta el pueblo, ¿Sólo para cambiar las cuerdas? ¿Por qué permaneció un día en casa? ¿Alguien lo envió directamente donde el pequeño guitarrista? Todo esto originó una preocupación en sus mayores, querían separarlo de su guitarra, tomaron la decisión de esconderla, o decirle que la habían robado.

Volvió a sus juguetes de niño, a caminar por el campo, a compartir la vida con sus carneros, a preguntar a los caminos por su compañera, a detenerse en cada sonido melodioso de los pájaros, quiso irse en busca de ella tomando la dirección del viento, este siempre lo dirigía a la montaña, pasaba el tiempo y desaparecía ese silencio interior, como desaparece el interés por la persona amada en la lejanía, la tristeza se apoderó de él, pero no lo demostraba, cada mañana le pedía al astro rey que se la envié de vuelta y sus rayos brillaban en sus lágrimas. 
Pasaron los días, no dejaba de ir al río ni apartarse de sus animalitos, eran las doce del mediodía, el cielo levantaba nubes inmensas que ocultaban al sol, el viento frío silbaba, los inmensos eucaliptos que crecieron al borde de la alfalfa lo protegían del duelo en las alturas, cuando ganaba el sol se cobijaba debajo de su sombra, y cuando las nubes cargadas de agua impedían su luz salía a caminar por la chacra. Al sentarse a descansar, apoyó su espalda en el grueso tallo de la planta, mira hacia arriba, divisa el costal en la punta del árbol y sube inmediatamente, ahí se encontraba la guitarra, había soportado varias tempestades, estaba oculta, sin daño alguno, tenía miedo en sacarla, el costal estaba húmedo y toda la madera seca. Todo el mes la lluvia se  había desencadenado en ese lugar cerca al río, la tomó con delicadeza y volvieron los sonidos, se espantaron las penas. Todos los días subía a la punta del árbol, bajaba la guitarra, tocaba unas siete canciones, la guardaba en su costal, subía con ella, la amarraba a la rama y bajaba contento. No quería que se enteraran sus mayores, menos sus padres del hallazgo del instrumento, seguro la pueden quemar, pensaba, por eso no la llevaba a casa, la dejaba en ese mismo sitio.

Ya tenía diez años, cuando mamá le comunica su viaje a Huamanga, todos vieron lo imposible que era apartarlo de la guitarra , que según los ancianos del pueblo , esa guitarra viene a ser su prolongación , es parte de él , ambos son una unidad, tendría que morir el muchacho, aún así, renacerá en miles de niños, en el viento, en la lluvia, en los caminos, en cada hombre sensible, en la soledad.

Todo esto llevó a la madre a decirle:
-         Hijito mañana voy a Huamanga, ¿Qué te traigo?
Respondiendo el niño de inmediato. ( corriendo a abrazarla)
-          ¡Una guitarra mamita!

Pasaron dos semanas y llegó a casa una hermosa guitarra de color negro……..

Ladislao Ramírez (2016)

martes, 3 de noviembre de 2015

Los diques y la margen izquierda del río Ica.

Los diques y la margen izquierda del río
En la foto el dique Saraja

Ica, cuenta con una defensa natural; estamos hablando de la inmensa pampa de arena (hoy San Martín de Porres, ayer conocida como "Los gentiles") que llega justo hasta donde se inicia el último dique (Saraja), construido para defender la ciudad de las inundaciones.

El primero fue hecho en el pasaje “El Dique”, aquel lugar heredó su nombre y se encuentra entre la Urbanización Pedreros y La Esperanza. Se cuenta que fue diseñado por el gringo Charles W Sutton. Años después se construiría el dique Socorro, que avanza desde el Hospital Socorro hasta el puente del mismo nombre, el cual tenía sus compuertas de madera  que permitían que el agua reingrese a su cauce. Tuve la suerte de verlas en acción el año 83.

Si El Niño se presenta haciendo travesuras y más juguetón que el del 98, podríamos ver al dique Saraja resguardado por las fuerzas del orden, ya que siempre nuestro río se desborda entre San Juan Bautista y Los Molinos.

Al otro lado del río (margen izquierda) se encontrarán los habitantes de San Idelfonso, Pasaje La Tinguiña y de la avenida Siete, quienes impedirán que el río continúe su curso por otro lugar que no sea su cauce actual.

La sinceridad del ex gobernador regional, Fernando Cilloniz, al decir que las aguas del río se van a desviar a la avenida Siete, fue cuestionada por algunos comunicadores sociales.

En Ica nunca se pensó en la margen izquierda, debido que al lado derecho del río se encuentra la Plaza de Armas, los negocios, los centros comerciales, sedes estatales; es decir, el movimiento económico comercial de la ciudad. Entonces ¿Por qué se construyen viviendas en lugares que son causes naturales? ¿Quién dio autorización para la construcción de casas entre la Av. Finlandia y el río, después del 98? ¿Por qué le llaman viviendas sociales?.

Haciendo un poco más de historia, siempre el río, incluso antes de su construcción, corrió por el sector de la margen izquierda, es por ello el nombre Parcona, cuya etimología proviene del vocablo quechua PARQUN ALLPA, que significa “tierra húmeda”.

        Juan Ladislao Ramírez Chacaltana


Dique Saraja, desde Los Patos hasta el río.
Trabajos de defensa ribereña en el margen derecho.
La población de San Idelfonso, una vista desde el dique Saraja.

La ciudad de Ica ,vista desde el dique Saraja



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