jueves, 19 de octubre de 2017

DESDE LA ARENA, LOS POETAS DE ICA



Escribe: Jesús Cabel

Acaba de aparecer con inusual éxito y expectativa la antología de la poesía iqueña: POETAS EN LA ARENA (2017) del talentoso poeta y narrador César Panduro Astorga, bajo los auspicios de la Biblioteca Abraham Valdelomar, que desde años atrás viene promocionando a nuevos autores así como editando valiosas obras para la literatura del país. En alguna oportunidad hemos afirmado que la antología es el símbolo de la arbitrariedad, en mayor o menor grado siempre tendrá las mismas consecuencias: levantará pasiones y resentimientos aún cuando los criterios que la normen deban apartarse de lo cuantitativo para presentar el ajuste perfecto de lo cualitativo. En este sentido, la antología deberá ser por excelencia restrictiva y ese es su riesgo mayor: sortear más que con habilidad, con pleno conocimiento y dominio, la gama diversa y heterogénea de autores y libros. En este ejercicio, vale repetirlo, sólo es aceptable lo selecto, primera condición y prueba de honestidad, una frase tan rara en nuestra pequeña vida literaria.
Visto así, la antología es un género difícil, sobre todo si se trata de dejar satisfechos a todos, cosa por demás imposible. Si bien cada lector puede elaborar un cuadro antológico de preferencias,, no se piense necesariamente que dicho sujeto actúa con el aparato crítico suficientemente solvente para delinear la calidad, del gusto doméstico de elección. Aquí es donde comienzan las diferencias entre la antología preparada por un especialista o un “apasionado de la poesía”, como muy bien declara Panduro, o por un aficionado que más de las veces su juicio resulta una abstracción por las subjetividades que expone y comenta. Estoy por convencerme que en el ámbito literario del país, abundan las recopilaciones practicadas por aficionados de mal gusto de pésimo rigor selectivo. El gran público (que aquí no existe, porque los lectores de poesía cada vez son más escasos y la elite menos pudorosa y más corrompida) no tendrá entre manos a los auténticos valores representativos de la poesía.
Poetas en la arena, por la naturaleza de su presentación, obedece a un proceso de trabajo, a una forma de análisis, a un estado de constante vigilia, donde el paisaje iqueño juega un rol fundamental. Están incluidos treinta un (31) poetas, desde Luis Navarro Neyra (l881-1914) hasta Brayan Rojas Osores (1990). No todos nacieron en Ica, pero gran parte de ellos han hecho de esta ciudad su tierra natal, y como el que escribe estas líneas se han apoderado también no solo de la belleza de los atardeceres, que el poeta Alejandro Romualdo los encontraba insuperables y Sérvulo Gutiérrez los plasmó como un rayo de luz en sus lienzos eternos. Así podemos encontrar los poemas de: Julio R. Senisse, Bernabé Uribe, Gustavo Pineda y Alberto Ormeño, hallazgos valiosos que permiten acercarse a una poética casi secreta, acaso olvidada por el tiempo y la crítica. El primero de ellos escribe, absorto y trémulo: “Sobre la pampa inmensa/ se ve vibrar el aire/ en ondas verticales que reflejan/ el ardor de la arena” (p.37-38).
Un clásico de la literatura peruana es, sin duda, Abraham Valdelomar, el fundador de la narrativa criolla pero también el agudo y sensitivo poeta, quien lamentablemente en vida no llegó a publicar un libro orgánico de poesía, pero escribió poemas sueltos que aparecieron en una antología limeña y en revistas de la época. Su presencia en la selección de Panduro, revela la necesidad de conocer a los coetáneos de éste, de valorar a quienes se mantuvieron o fueron ocultos ante el gran resplandor del insigne narrador iqueño, pero también de afirmar al “poeta de la infancia”, cuya “sensibilidad se debe al recuerdo de sus primeros pasos en su humilde casa de la calle Arequipa y también a ese paisaje marino de innegable trascendencia en la literatura peruana” (p. 29). El insuperable poema “Tristitia” es tal vez el mejor y mayor ejemplo. (p.35).
Los que vinieron después, han mantenido un perfil más sosegado, algo interiorizado de los contrastes reales, no conforman explícitamente una generación, tampoco constituyen una agrupación representativa. Son voces en el desierto que buscan ardorosamente de dejar huellas personales. Aman a la poesía hasta las últimas consecuencias. A veces son confundidos con poetas dominicales, pero en el fondo son alucinados de la palabra, amantes prejuiciosos de lo que viene desde la capital del país, viven en la palabra sin horarios y escriben, escriben en la búsqueda a veces de irrelevantes lectores. Ninguno, a decir verdad ha tenido las agallas y la sabiduría de Valdelomar, que impuso no solo una escritura sino una conducta para mirar el país desde dentro y sin tapujos decir quiénes eran o cómo somos.
Esta notable antología de Panduro tiene el privilegio de abrir una polémica y reflexión en alta voz. Según afirmaba en su presentación, tuvo que revisar más de quinientos libros para su selección, lo cual no es ninguna majadería ni pose de lector. Apuesta por voces juveniles como Brayan Rojas y afirma a otras, como Navale Quiroz (1980) y José de la Roca (1986). En verdad, una antología para disfrutar y conocer a fondo a los poetas que siendo de Ica o viven en ella, aún tienen mucho que decirnos.


jueves, 12 de octubre de 2017

JOSÉ HIDALGO, EN LA ANTOLOGÍA DE LA POESÍA IQUEÑA



JOSÉ HIDALGO
(Lima, 1934)
La poética de Hidalgo es iqueña y universal. Iqueña porque es la campiña de esta
soleada tierra la que le brinda los elementos a quienes canta y universaliza por
la belleza con la que los describe. Hidalgo es un inmenso poeta y un destacado
narrador que además ha incursionado en la publicidad y en la historieta.
Ha publicado los libros de poesía El reino del gran curaca (Premio de Poesía
del Sur Medio Abraham Valdelomar-1985); y Voz Nuclear (Segundo Premio de
Poesía en los Juegos Florales Universitarios de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos-1961). En narrativa ha publicado la importante novela La paraca
viene del sur (Ganadora del Primer Premio Cristóbal Colón, otorgado por la
Unión de Ciudades Iberoamericanas-UCCI); y los cuentos: Cuentos al pie del mar,
Las cometas del paraíso de los suicidas y Panconté.



EL PISCO

Agua
más pura
que el agua.
Agua en llamas,
agua
de mis incendios,
ardiente agua
para tomar
en sorbos de niebla
la vida.
Agua de uva
quebranta.
Agua más pura
que el agua.

Pisco puro, acholado,
de chacra,
deseo y fiebre
en mi copa,
desgajado sol,
atrapado sol,
pisoteado
y exprimido río,
mar, cofre
de mis espejismos,
agua de uva
quebranta,
agua más pura
que el agua.
¡Salud, pues!
¡Salud, contigo
y conmigo!
¡Salud, parras!
¡Salud, veranos!
¡Uva,
reina de las vendimias,
salud!
¡Botellas
de mis naufragios,
denme de beber!
¡Ancianas
pipas de roble,
botijas y damajuanas,
brindad conmigo,
salud!
¡Salud, pisco puro,
acholado,
de la chacra y de la casa,
pa’ mi consumo
no más,
de ése que no se vende,
compadre,
agüita de uva
quebranta,
agua más pura
que el agua,
salud!


LA QUINCHA

No soy
el muro
inaccesible de las fortalezas,
¡ah, poderoso escudo para el asedio!

No soy
el majestuoso muro
de los templos donde los dioses oyen
y observan a través de los poros
 del barro.

No
La soberbia, no
la altivez de los palacios, efímeros
refugios del poder.

Tampoco
el solariego muro
en la casona colonial o en la hacienda
donde el sol brilla
para el diente del señor feudal.

Ni la pulida arista,
los empinados perfiles, el abrazo
de las paredes en una ciudad.

Sólo
armazón
de caña brava y piel
de la tierra
macerada
 soy.
Sólo quincha
para tu frío
y tu calor.
Sombra y flores
de buñiga
 soy
para la lluvia
y el viento,
sus asaltos feroces,
sus lanzas,
sus aullidos y sus puños
 de arena.
Apenas, casi
alicaída forma, garabato
de la arquitectura,
desafío del volumen y el equilibrio
en la pampa polvorienta
y la campiña, en la desembocadura
del nervio de una duna,
de cara a los caminos
o al pie de los huarangos y a la sombra
y las agujas de algún espino.

Rosa de mecheros también
 soy.
Mortecina caricia
de velas encendidas
y leños crepitantes, fetos
de humo
y sudores fantasmas
de yucas
y de papas sancochadas,
recortando tatuajes
de hambre
en el lodo
roturado y seco.
Nido
de pájaros sin alas.
Prolongación del barro
y del cimiento
vegetal, casa quebrada,
torcida luna,
escama y costra
en la herida de la pobreza,
grieta en el cielo,
rajadura en la paraca,
horizonte
de desvencijadas flechas
apuntando al sol.

Pero,
también
palacio,
templo,
paraíso,
comarca,
señorío,
territorio tomado
y cercado
a dentelladas.
En fin, párpado del hombre sin rostro
que quiere despertar,
mientras bebe la vida y la fecunda
 al fuego
de la noche y sus estrellas.


EL ALGODÓN

 Flor nieve.
 Flor madeja.
 Flor camisa
flor blusa, flor ropaje,
pintada y estampada flor
en fresca tela. Venda
apósito y drenaje
para la roja flor
de mis heridas.

 Pañuelo
 de la paz,
mechón al viento,
ala, mariposa,
descanso y esperanza
en mis batallas.

 Nube y flor.
 Pañal y nido,
flor para el recién nacido.
 Fibra y piel
para mi piel, tejida
en las raíces de la tierra,
el agua, el fuego
del sol y sus hogueras
a orillas de la noche.
 Verde flor,
alegre y amarilla, enguantada
 y blanca flor.
 Flor luna
entre las manos prietas,
agrietadas, costras
de la tierra en el dolor
y la sed de las sequías.
 Navío y travesía
gaviota y voz de marinero,
rosa de la espuma y su tatuaje
dormido sobre músculos de acero.

 Entonces, flete
 y dura flor
paca en las barrigas de los barcos,
el juego y las trampas de la bolsa,
la oferta y la demanda.
 Y así, de tu color
 de brumas
-triste y transformada-
 sólo oscura,
 negra flor,
exprimida y enlutada
sobre el hambre y su salario
 y el hombre
 campesino
 que te acunó
 con su ternura
 en ramilletes
 de blancura
 y algodón.

EL CHAUCATO

Agitación de parras,
hoja y pluma,
sol y pluma,
vendimia y pluma,
silbido,
aleteo,
saeta,
voladora sombra
entre las uvas
y el cielo.
Vibración y pulso,
en las higueras,
campesino y pájaro,
arriero y pájaro,
obrero y pájaro,
canto y pájaro,
juglar
de las acequias,
travieso
monarca
de los huertos
y las chacras.

¿Recuerdas? Un día
-la vez aquella
cuando yo
era niño y tú
impaciente hurgabas
en los secretos
del vuelo- alargaste
inútil
el abrazo
de tus alas.
Y en lugar
del apoyo sólido
del viento,
caíste
en la trampa
de mis manos.

¿Recuerdas, ladronzuelo
de viñas
y de higueras,
pedigüeño
empedernido?
Con tiernas migas
de pan
y leche, amamanté
tu hambre.

Con mis mejores
uvas
y la miel
de mis más preciados
higos, halagué
las ansias
de tu insaciable
buche.

Después, un día
-de sol creo fue,
estoy seguro- otra vez
el viento.
Pero, esta vez propicio,
en su abrazo
encontró
tu abrazo
y el hilo
sonoro de tu canto.

Pasaron entonces
las vendimias,
las paracas,
las parras
cambiaron muchas
hojas
y nunca florecieron
las higueras.

Pero, tú
monarca
de las chacras,
fuiste vuelo,
alada sombra,
repentino adiós,
escondido canto
en la dureza
de mis años,
en el festín
de migas
y de leche
que aún guardo
para ti.

ANTOLOGÍA DE LA POESÍA IQUEÑA

PRESENTACIÓN

Desde la poesía rural o bucólica, pasando por la intimista y los atisbos de un surrealismo, el paisaje es el tema central de la poesía en Ica. Incluso, me atrevo a afirmar que lo es en toda su literatura. Y sin duda alguna, Abraham Valdelomar Pinto, es el mayor referente iqueño en el ámbito de la literatura nacional. Con él, se hacen visibles los hombres y las aldeas de la costa peruana, con este eterno joven de 31 años, la poesía se abre al cuento e incluso al ensayo. Sin embargo, su imborrable huella ocultó a otros escritores de su tiempo que no salían a la luz, y que hoy, gracias a los trabajos de rescate llevados a cabo por intelectuales como el doctor César Ángeles Caballero y el poeta y académico Jesús Cabel Moscoso, los han hecho visibles.
En este acápite, retomo el tema del paisaje de Ica como inspirador de la literatura iqueña, pues a medida que éste fue cambiando- o lo fueron transformando-, la poesía también sufrió algunos virajes. Así, encontramos que la agudeza y observación de la naturaleza de poetas como Luis Navarro Neyra cuya vida aventurera y pasiones amorosas fueron retratadas en un cuento de Ventura García Calderón, contrasta con la visión cosmopolita de Pedro Jerónimo Cabrera Ganoza, ambos observando los mismos cerros y el horizonte crema y oscuro del tablazo, transmitiéndonos nostálgicas miradas del cielo diáfano y ligeramente nublado por las tardes del tablazo de Ica.
La temática del paisaje iqueño es más evidente en los poemas de Alberto Benavides Ganoza, nacido en Lima y renacido en el valle bajo de Ica, quien describe su experiencia contemplativa y activa pues él mismo planta los paisajes que contemplará. Sin el paisaje de Samaca, el lugar donde este poeta vive, muchos de sus poemas no existirían. Similar poética es la Gustavo Pineda Martínez para quien la campiña y el río son vectores de una poética que transcurre al lado de una acequia que bien podría tratarse de La Achirana, esa hermosa leyenda que el Inca Garcilaso nos legó y don Ricardo Palma popularizó en sus universales Tradiciones Peruanas.
En la misma senda que Benavides, está Martín Horta: uruguayo de nacimiento, cuya gran parte de sus poemas publicados (tiene una gran cantidad de libros inéditos), han sido escritos en el valle bajo de Ica. Precisamente, en uno de sus poemas de esta antología, recrea el mito sufriente de la Leyenda de La Huacachina, pero desde una perspectiva menos trágica y más celebrativa del amor, además de haber escrito el mejor poema dedicado al huarango: el árbol padre - madre de Ica. El encanto de la laguna de La Huacachina, hoy casi agónica, convoca a su vez la palabra de Hugo Rodríguez, quien la mira con ternura, como a una madre que va muriendo. 
Otro poeta que con su voz evoca su belleza, es Bernabé Uribe, quien nos ofrece acuarelas plenas de matices creados por los rayos del sol sobre el agua. Y si Martín Horta ha escrito el poema por antonomasia al huarango, el reconocido poeta e investigador Jesús Cabel Moscoso, en su Canto al huarango, aborda el misticismo que despierta este árbol, pero no se queda en la contemplación, sino que invoca por su cuidado, instando a no talar estos pulmones que ha sembrado el cielo en tierra iqueña. 
Cabe señalar que Cabel ganó el prestigioso Premio Poeta Joven del Perú y volvió hace algunos años a la poesía con tres poemas extraordinarios insertos en el libro Cuarto Austral, del que consignamos el primero de ellos en esta antología. 
En el aspecto religioso hay algunas contradicciones en la poesía iqueña, pues por una parte, Julio R. Senisse le dedica un hermoso poema a la Catedral de Ica poniendo al sol como parte de la divinidad; y por otra, la poesía de Marilia Navarro utiliza el sarcasmo para convertir el Padre Nuestro en un poema erótico donde reclama a Dios que ella y su novia no son ajenas al Paraíso. A su vez, Augusto Rojas Gasco, cajamarquino de nacimiento pero afincado por varias décadas en Ica, en un poema a Jesús, le pide que se vuelva humano y ayude a tener un mundo mejor en la tierra y no dejarnos sumidos en esa especulación de la dicha eterna en el cielo. Los versos que Rojas Gasco dedica a Ica, nos recuerda el poema de la creación del Génesis cuando intuye cómo se fueron creando estos desiertos y las especies que al inicio lo habitaron y aún habitan.
 En esa misma línea surge el poema Tiempo inédito del palpeño Gerardo Pérez Fuentes, quien condensa millones de años de paisaje, pasando por las altas culturas pre-Incas que habitaron Pisco, Ica y Nasca.
Raquel Meneses Villagra y la coracoreña Orfelinda Herrera de Ángeles- ambas fallecidas-, son parte de este importante grupo de poetas que le escriben a Ica, siendo Meneses, una poeta nacida en Arequipa, la autora de la letra del Himno a Ica.
Miguel Sevillano, una de las voces más conocidas y respetadas de la región, ofrece una poesía que amalgama el amor y la pasión. El poeta se descubre en el sufrimiento, la añoranza y en la dicha que siempre se aleja cuando está a punto de alcanzarla. Él ha publicado pequeñas plaquetas que venía entregando afectuosamente a sus amigos, pero la publicación que reúna toda su obra es una tarea pendiente en Ica.
También encontramos en la poesía iqueña algunas apuestas de experimentación como las de Rolando Tello Pérez, que si bien es cierto en vida no publicó ningún libro, los pocos poemas que se le conocen nos permiten tener una clara opinión sobre su poesía. Otros vates que logran a través de la experimentación óptimos resultados son Paul Guillén y José de la Roca. Paul Guillén, es un poeta que goza de un temprano reconocimiento en Lima, con imágenes muy fuertes y a veces duras en una poesía que no cuenta historia alguna y donde sus versos son un parlamento en sí mismo, pareciendo que el fin de su poética es el lenguaje en sí mismo. Por su parte, José de la Roca, ambivalentemente exorciza sus versos al referir historias adolescentes con rasgos filosóficos e iconoclastas que en el fondo no son más que manifestaciones de una rebeldía encauzada hacia la ironía. Ironía que también se hace latente en los versos de William Siguas, joven poeta que sabe combinar sabiduría, humor y delirio en su poesía y en sus cuentos, a través de los cuales se ríe del amor y de las desventuras de un estudiante que vive en una ciudad que le resulta ajena.
La sencillez como una de las características más notables de la poesía iqueña, se condensa en los trabajos de César Panduro Astorga y Joel Muñoz García. La familia, ese gran tema vallejiano, es la temática más resaltante de la poesía de Panduro; y la poesía de Muñoz García, plena de imágenes sencillas y amorosas, tiene a la mujer como su mayor motivo, siendo una prueba de ello el poema Teresa, uno de los más conocidos de este autor, en donde se trasluce un amor agradecido y triste. En cambio, para el poeta coracoreño Helmut Jerí Pabón, este sentimiento aparece desgarrado tal como podemos apreciar en el poema Hoja de instrucciones, pues sus versos describen amores infelices, y aunque estén cargados de erotismo nos remiten a la nostalgia y dolorosas despedidas. El mar, como una promesa detrás del tablazo, es convocado con suma belleza por Andrea Castillo y Brayan Osores, jóvenes poetas de quienes se espera mucho, y aunque ninguno publicó a la fecha, son buenos referentes de la joven poesía en Ica. En esta línea creativa que expresa añoranzas por el mar, encontramos el bello texto del narrador y poeta Alberto Ormeño, quien le rinde homenaje a don Abraham Valdelomar. Mientras que la nostalgia andina y los recuerdos que evocan el frío y los cerros cordilleranos, brotan de las manos de Santos Morales Aroní, preclaro representante de los migrantes de las alturas a la costa de Ica, quien en su primer libro publicado ha hecho gala de un buen manejo literario, tocando tópicos ligados a la ternura con la que creció en su aldea natal en Ayacucho.
La melancolía, que afirman algunos críticos es característica de la poesía peruana, subyace en los hermosos poemas de Navale Quiróz, cuyo primer libro fue publicado en una colección que agrupaba a los poetas jóvenes más importantes en la década del 2000; confirmándose la calidad de su trabajo literario con un segundo libro publicado en España. La añoranza y la nostalgia vienen con los poemas muy sentidos de José Castro Silva, con su palabra embargada de tristeza y arañando fondos, incluso cuando expresa preocupación por el futuro de sus hijos. Y esta añoranza por el terruño aparece también en los versos de Gaby Cevasco, donde el paisaje iqueño y el descubrimiento de su feminidad se denotan claramente. Cabe señalar que Cevasco, periodista e importante figura del feminismo en el Perú, empezó incursionando en la narrativa.
Cabel Moscoso, en su antología Memorias del sol, buscó condensar lo mejor de la poesía del departamento de Ica al tiempo que cuestionaba el hecho que no existiera un ambiente literario donde los poetas desarrollaran su labor; y través de una aguda crítica señaló el nulo accionar de las instituciones estatales en la propagación de la cultura en Ica. Afortunadamente, esta situación ha ido cambiando favorablemente en los últimos años gracias a la heroica labor desplegada por gestores culturales y con el aliento de jóvenes grupos como Jamunannta Mana Yachaspa y El Conde Plebeyo, quienes renovaron y dieron vigor al acervo cultural de nuestras ciudades, organizando recitales, editando revistas y creando el CONALL, el mayor congreso de literatura que se realiza fuera de Lima, reuniendo a los mayores intelectuales del Perú y teniendo como coorganizador en el año 2013 a la Academia Peruana de la Lengua. 
Así mismo, el Festival de Poesía Poetas en la Arena, que se lleva a cabo anualmente en el balneario de Huacachina, se ha consolidado como uno de los más importantes eventos literarios del sur, congregando a poetas de distintas partes de nuestro país.
Y en este punto, quiero detenerme en la señera figura del poeta Alberto Benavides Ganoza, cuya apuesta por la cultura ha permitido mucho de lo bueno que ocurre actualmente con nuestra literatura. Observamos entonces, y sin duda alguna, que se ha avanzado bastante gracias al apoyo y entusiasmo del sector privado, pero sin llegar a recibir ningún tipo de auspicio del Estado ni que personas efectivamente comprometidas con la cultura de nuestro país, lleguen a ser una autoridad que contribuya con la difusión de la poesía, la educación del pueblo y la paz.
La poesía en Ica aún no se observa como una tradición, y quizá con la presencia de jóvenes voces de reconocida calidad pueda conseguirse que en otros ámbitos se nombren y reconozcan a los antiguos y nuevos vates iqueños. Esta antología es una muestra de los hombres y mujeres que han fabulado en esta tierra, algunos poetas que moran en las páginas de antiguos libros revisados para elaborarla han fallecido y en algunos casos carecen de datos biográficos para consignar. Un gran número de ellos vino de tierras lejanas, levantaron sus casas con mucho esfuerzo y se quedaron en esta tierra para ver salir al sol cada mañana detrás de los cerros de Parcona.
A otros se les ve caminar inmersos en una masa que los ignora, y con algunos poetas podemos tomar un café o una cerveza y escuchar sus versos en algún recital. Por todos ellos seguimos adelante. Y hacia eso apunta esta antología que no la ha preparado un académico, sino un apasionado lector de poesía, un lector agradecido con estos seres humanos tan singulares que, con sus versos, tratan de imitar el canto siempre en huida del chaucato. 

CÉSAR PANDURO ASTORGA

martes, 19 de septiembre de 2017

ANDRÉS PIÑEIRO. MARTÍN ADÁN, UNA INMORTALIDAD DESCONOCIDA



El escritor checo Milan Kundera, en un sugerente libro, La inmortalidad, indaga por la memoria de los hombres. En términos generales, esta radica en la memoria que conservan los hombres de otros hombres. Se trataría de una “gran inmortalidad” cuando conservamos la memoria de hombres que no conocimos directamente, por ejemplo, Platón, Dante, Goethe. Y se trataría de una “pequeña inmortalidad”, cuando guardamos recuerdos de personas que conocimos directamente, por ejemplo, amigos, familiares, maestros.
La pregunta que se formula Kundera, seguidamente –al margen de que se trate de una “gran o pequeña inmortalidad”- es qué es lo que conservan los hombres en la memoria de seres que ya no están con nosotros. Considera que en los últimos tiempos estamos conservando lo “inesencial”, lo superficial de las personas y no lo “esencial” o gravitante de ellas. Así, conservamos en nuestra memoria no la obra de Goethe sino su rechazo a Bettina; no la obra de Vallejo sino su exilio europeo. Ahora bien, la pregunta que deseamos formularnos, a raíz de la lectura de Kindera, es la memoria que conservamos del poeta peruano Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides (1908-1985).
Los primeros acercamientos a Martín Adán pasan por una memoria superficial. Lo primero que se evoca al mencionar su nombre es su bohemia, su homosexualidad, su recurrente internamiento en un manicomio local, sus frases lapidarias que amenizan las tertulias literarias en una Lima pacata, si pertenecía a una familia aristocrática o si escribía sus versos en las servilletas de los bares que frecuentaba.
Sin embargo, pocos saben –más allá de un grupo reducido de estudiosos- que su novela La casa de cartón (1928) fue escrita por un joven en edad escolar y que apareció con el prólogo de Luis Alberto Sánchez y el colofón de José Carlos Mariátegui, dos de los intelectuales más influyentes de principios del siglo XX. Pocos saben que su bohemia nos permitió conocer una de las obras poéticas más importantes escritas en lengua española: La rosa de la espinelaTravesía de extramares. Sonetos a ChopinLa mano desasida. Canto a Machu PicchuEscrito a ciegas. Carta a Celia PascheroMi DaríoDiario de poeta. Pocos saben que gracias a su fugaz encuentro con el poeta beat Allen Ginsberg, cuando este visitaba Lima a principios de la década de 1960, pudo ver la luz ese profético poema de Ginsberg dedicado a Martín Adán, “Un viejo poeta en Perú”, aparecido en Sandwiches de realidad:
Beso tu gruesa mejilla (una vez más mañana
Bajo el estupefaciente reloj de Desaguaderos)
Antes de dirigirme hacia mi muerte en un accidente aéreo
En Norte América (hace mucho tiempo)
Y tú te diriges a tu ataque cardíaco sobre una calle
Indiferente de Sudamérica

Y que nuestro poeta, tal como se lo pidiera Ginsberg, escribiera sus “versos más sucios”, como vemos deslizarse por el Escrito a Ciegas. Carta a Celia Paschero:
Y no alcancé al furor de lo divino,
Ni a la simpatía de lo humano.
Lo soy y no lo siento ni así me siento.
Soy en el Día el Solitario
Y el absoluto en la Zoología si pienso,
O carnívoro feroz, si agarro.
¿Soy la Creatura o el Creador?
¿Soy la Materia o el Milagro?
¡Qué mía y qué ajena tu pregunta!...
¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso?
¡Pero no, el Otro no es!
¡Sólo yo en mi terror o en mi orgasmo!

Doblemente significativo en Martín Adán que, hasta ese momento ha escrito sonetos barrocos, herméticos, y utilizado palabras con una marcada carga etimológica. Incluso podemos ver acá un cambio de actitud con respecto a una fuente presente en toda su poética, la tradición cristiana. A partir de Escrito a ciegas y La mano desasida –coincidente con su encuentro con el poeta de Aullidos- dejará su conformidad con el dogma cristiano para optar por una actitud de confrontación frente a dicho dogma.
Pocos saben que durante su primer internamiento en el hospital psiquiátrico Larco Herrera a finales de la década de 1930 Martín Adán escribió su tesis doctoral De lo barroco en el Perú, sustentada con éxito en la Universidad de San Marcos en 1938 y publicada treinta años después por la misma universidad con prólogo de Luis Alberto Sánchez, su maestro en el Colegio Alemán y en San Marcos. Destaca más por sus frases brillantes sobre autores peruanos de los siglos XVIII, XIX y XX –Miramontes, Melgar, Segura, Palma, Chocano, Eguren, entre otros-, que por una metodología rigurosa, como lo anuncia el propio Adán en su presentación ante el Jurado.

Pocos saben que lo “esencial” de su obra –y acaso de su vida- fue escrita en servilletas o envolturas de cigarrillos en las que el poeta volcó su locura más lúcida, su bohemia más intensa y su homosexualidad más lacerante: Martín Adán, una inmortalidad desconocida.    

lunes, 18 de septiembre de 2017

El pájaro de las alas doradas




Yo recuerdo aquel día que vi a ese pájaro volar con sus alas, en el amplio cielo azul, pero ese pájaro tenía algo que lo distinguía de los demás, para mi eran sus hermosas alas doradas.
Eran tan brillantes que hasta las piedras más preciosas sentirían envidia de aquel ser. Mi abuela me contaba historias del pájaro de alas doradas, pero yo creía que era solo un mito.
Aquel día en que lo vi me estaba yendo a estudiar, era un día de excursión en mi colegio, nos íbamos a un bosque. La profesora de Ciencia,Tecnología y Ambiente dijo que el viaje de estudios era para conocer de mejor forma la naturaleza, pero en realidad no me importaba nada, solo pensaba en divertirme e ir a jugar en el arroyo.
Cuando llegamos, el bosque que estaba en mi imaginación, ni se parecía un poco al bosque que íbamos a entrar, la profesora mando a que consiguiéramos dos insectos en grupos de tres. Yo fui con Alessandro y Antonio. Debo confesar que soy un tanto inquieto y me aburre de igual forma todo, excepto jugar. Justo estábamos en una pendiente cuando Alessandro me dijo que dejara de jugar pues me podía caer o algo peor. Pues dicho y hecho, resbale con una piedra y caí, rodé hasta la pendiente más profunda, por lo cual terminé desmayándome.
Escuche la voz de Alessandro y Antonio llamándome fuertemente, casi como si quisieran llorar. Cuando me desperté estaba adolorido, tenía moretones y heridas por todo mi cuerpo, los rayos del sol iluminaron mi rostro, pensé en ese entonces que ya estábamos por despedir la tarde, muchas cosas se agolparon en mi mente; pero fue el nombre de mi madre el que llegue a recordar cuando rodaba, no pude gritarlo por el miedo, mientras rodaba algo frío quería apoderarse de mi humanidad.
Me levante con mi cuerpo adolorido y caminé en busca de una salida. Mientras me desplazaba con dificultad algún reflejo tocó mis ojos, parecía como un espejo, pero cuando mire al cielo azul, me impresioné, vi un hermoso pájaro que tenía alas doradas, todavía recuerdo una de las múltiples charlas con mi abuela:
-       El príncipe Chaucato según Arguedas es: “pardo jaspeado, de pico fino y largo”
-       En qué cuento lo describe abuela…
-       El cuento se llama Orovilca y comienza así: “El chaucato ve a la víbora y la denuncia; su lírica voz se descompone. Cuando descubre a la serpiente venenosa lanza un silbido, más de alarma que de espanto”.
Al evocar la conversación, me acordé del pájaro del cual tanto me hablaba en sus historias, en la hora del crepúsculo, justo cuando decía se me escapa la vida hijita. Pero era bellísimo, tal vez los sonidos de sus alas doradas tengan que ver con su libertad, era tal cual lo describió José María. Un ave con una seriedad peligrosa, gallardo, un pico fino que emitía cánticos alegres y tristes, al  compás de sus trinos, como una coordinación del tiempo la tierra suspiraba, al escucharlo parecía que me guiaba con su canto a encontrar la salida. Estoy seguro que era el agua subterránea y de alguna forma fue así, ya que al tocarme estaba empapado, no pude sacarme el polo rojo de mi colegio, mis manos no daban más. Luego desapareció aquel pájaro sin dejar rastro alguno.
Mis compañeros me vieron y fueron rápidamente a ayudarme, me abrazaron y lloraron de felicidad. Enseguida me llevaron al hospital más cercano por las heridas que tenía, ya en el nosocomio, no podía dejar de pensar en aquel pájaro de las alas doradas, aquél soldado del valle iqueño, que lucha contra la serpiente, reptil que representa a lo más maligno del sol.

                                                   Adriana Felipa Sarmiento


lunes, 17 de julio de 2017

Cuento dedicado a Ramón Rojas

EL ABUELO RAMÓN

Escribe: Victoria Vega
En la compañía del "viejo" Ramón, César y William.

Había una vez un niño que se llamaba Pedro, un día sábado se fue al cerro más elevado de su ciudad,  cuando estaba arriba. Observaba detenidamente el espacio que cubría la arena, pudo ver plantas en el cerro, mirando el horizonte se preguntó ¿por qué en el cerro hay plantas? Cuando regresó a su casa, le preguntó a su abuelo Ramón.

- Abuelo ¿Por qué hay plantas en  el cerro? El abuelo de apellido Rojas responde. 
-Te voy a contar la historia, en los cerros machos  no hay plantas.

- ¿por qué abuelo? Preguntó nuevamente el niño.

-  Es que por ahí habita un brujo que no le gusta la naturaleza... Un día el brujo se encontró con una chica tan bonita como tu profesora Elva Navarrete, al verla se quedó prendida de ella y la hechizó. Lanzó una advertencia: “te enamoras de  mi por siempre”.

La señorita de trenzas brillantes, le respondió, yo no te quiero, eres muy gordo, feo y sin futuro. Entonces el brujo la convirtió en un cerro grande. Uno tan diferente a las miles de dunas que existen en el desierto iqueño.

Después de haber hecho eso, se tomó el agua de Huacachina y Orovilca, mientras tomaba con paciencia y sin ninguna mueca, pensando... iba mirando el sol, finalmente expresó: yo me voy a convertir en Huarangos para que  estemos juntos por siempre.

Al terminar de hablar, el abuelo Ramón preguntó:      
  - Te gustó la historia

  -Si abuelo Ramón, parece la leyenda moderna del cerro Saraja.

-         Exacto! Gritó el viejo con mucha alegría.

El niño al notar la sonrisa arrugada de su familiar, siguió con las interrogantes.
-         Abuelito, tu que sabes mucho quiero que me comentes del Chaucato.

-         Mañana Pedrito, ahora voy a leer…
-         Abuelo….
-         Mira hijito, léete este cuento de Arguedas, y mañana platicamos del ave sagrada de Ica....

Comentario: Les hablé de mi amigo Ramón Rojas un personaje que le tiene mucho amor a los libros, ellos empezaron a escribir un cuento con el tema: Cómo convivir con la naturaleza, la estudiante me dijo que su personaje se llama Ramón como su amigo y que lo quería conocer. Pareciera que el relato aún no está acabado, espero que lo termine en la próxima sesión.


Cuentos de los estudiantes del MÁXIMO DE LA CRUZ SOLÓRZANO

LA NIÑA DE LOS OJOS AZULES
Nunca olvidare el día que la conocí, era un 14 de mayo, un día como cualquiera, entró una chica de cabello corto con unos hermosos ojos azules, con un uniforme bien planchado y sus zapatos  un poco sucio por el polvo de las calles de San Martín de Porres. El profesor Javier presentó a la misteriosa chica al salón, su nombre era la Luciana.
Ella era una chica callada, no hablaba de su vida con nadie, raras veces hablaba con las niñas de las mesas delanteras, no se comunicaba con los varones, yo siempre la observaba, me molestaban con ella para molestarla, su forma de ser también llamaba a la envidia, mi amigo José Miguel me dijo que le hablara, que no me pusiera tímido por una chica.
Un día el profesor dijo que Luciana ya no vendría más al colegio, todo se preguntaron por qué pero no hubo respuesta, el profesor con una tristeza en sus rostro continuo con su clase.
Poco tiempo después llegaron las vacaciones, me fui a la playa con mis padres, pero me invadía el pensamiento de donde estaría ella ahora.
Al llegar, miré el atardecer, me quede sentado a la orilla del mar, contemplando el mar y su hermosura.
Un día al llegar a la casa vi a mi madre conversando con una señora de tez blanca, ojos verdes, un poco delgada. La señora estaba llorando, mi madre dijo que saludara, me acerqué a la señora, y le encuentro un enorme parecido a Luciana.
Mi madre me dijo que la señora se llamaba Rosa.
-Soy madre de una de tus compañeritas de clase, se llamaba Luciana.
La señora con su rostro melancólico, me hizo palidecer. Mi corazón empezó a palpitar fuerte y no sabía el porqué, sin tartamudear le pregunté por ella.
Ella con lágrimas en los ojos, no pudo responder, mi madre dijo que fuera a mi habitación, me ideaba tantas hipótesis, hasta llegar al punto de pensar que estaba muerta. Después de un rato, mi madre entro a mi habitación.
De mi madre escuche la trágica realidad, ella había muerto, fue asesinada por su propio padre, me quede sin palabras, no obtuve respuestas, hubo un silencio raro, no tuve que decir.
Me adentre en mis sentimientos, un sentimiento de odio invadió mi corazón me pregunte tantas cosas ¿Por qué lo hizo? ¿Cuál fue su motivo? ¿Qué pecado tuvo ella?
Paso el tiempo ingresé a la universidad, conocí a una chica de cabellos largo y  sus ojos azules, me recordó aquel día que la conocí, justo era una de esas mañanas sin tiempo, como cualquiera que se vive hoy, un 14 de mayo, tal vez martes.

                                       Adriana Felipa


ROSA LA BRUJA

Por: Victoria Vega

Había una vez una señora que se llama Rosa, todos se burlaban de ella, por su baja estatura, la enorme nariz que tenía. Le decían “Bruja”, porque en la casa que habitaba, sólo la compartía con un enorme gato negro.
-         Está embrujada, decían…
Un día sus vecinos entraron a la casa de Rosa, ellos no eran tan cultos que digamos, cuchichiaban sentados  en sus hermosos salones y tomaron la siguiente determinación:
-Queremos ver si la casa de Rosa está en realidad embrujada.
 Cuando los vecinos la recorrieron, se murieron de susto, por las cosas extrañas que encontraron, cuando los vecinos querían salir no pudieron, porque Rosa había utilizado una de sus magias para asustarlos y no dejarlos salir.
Cuando Rosa los vio:
-         ¡Oh, oh! Dios mío de las tres calaveras, entraron a mi casa sin permiso. Entonces voy a maldecir la ciudad.
El pueblo donde habitaba Rosa se llamaba Cachiche y la ciudad Ica.
Al día siguiente…
Uno de los vecinos de Rosa dijo que quería matarla, ella como era hechicera escuchó cuando su vecino estaba hablando con Doña Arsenia, la vecina era la más chismosa de la cuadra.
Rosa muy preocupada se pone el ojo del gallo cenizo y decide vender su casa, se fue a vivir al otro lado del río. Ahora todos dicen que es  un lugar encantado, ahí se reúnen todas las brujas los martes y los viernes. Pudo encontrarse al fin con su gran amiga florentina.
Finalmente, ambas amigas vivieron felices por el resto de sus días. Aún se puede escuchar el canto del gallo, en la época de avenida.

Primer Año 2017.




LOS ANIMALES TAMBIÉN SE ENAMORAN

Escribe: Shiomara Jazmín

Un día tan bonito, un niño llamado Francisco se fue de paseo con su familia. Por el camino encontraron a una señora, un abuelo y tres niños, el niño Francisco se preguntaba, porqué toda la familia estaba afuera. Al ver la desesperación de los dueños, se dio cuenta que andaban buscando a su loro Panchito, el animalito  se había escapado.

La familia los quiso ayudar.
Francisco, el niño les dijo:
-Nosotros los podemos ayudar.
La dueña del lorito, respondió
-         Si claro, no hay problema…
La familia de Francisco, descendieron de su carro, caminaron buscando el loro Panchito, después de andar por lugares inaccesibles y complicados, lograron encontrar tres zorritos blancos.
Francisco les pregunto a los zorritos.
-         Estamos buscando  un loro chiquito ¿no lo han visto?
Y los zorritos respondieron, si lo vimos con una lora rosada, llamada Isabel, ellos siguieron y por fin lo encontraron. Grande fue la sorpresa al verlo, Panchito tenía en su pico una Rosa Roja.
La señora dijo:
-         Y esa rosa
El loro respondió:
-         Para mi bella amada Chabuquita, me voy a quedar, viviré con ella hasta el final de mis días, todos se rieron y murmuraron.
-         ¡Los animales también se enamoran! 




Primer Año "B".....Primer semestre, cuentos presentados por el día del logro.

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